Angers
(hacia octubre 1654)1
Mi querida Hermana:2
Estoy un poco extrañada de recibir la tercera carta suya sobre el mismo tema, cuando ya le he contestado a usted por dos veces; dudo si habrá usted recibido mis cartas porque, de haberlas recibido, me parece que hubiera usted tenido motivos para permanecer en paz, practicando durante algún tiempo los consejos que en ellas le daba: porque, querida Hermana, no hay que dar crédito a nuestros primeros pensamientos ni escuchar nuestras penas y dificultades que muchas veces no son otra cosa que ligeras tentaciones para probar nuestra fidelidad. Tenemos que tener ánimos para sobreponernos a nosotras mismas, porque muchas veces lo que llamamos penas son más imaginarias que verdaderas. Si tenemos deseo de agradar a Dios, el soportar nuestras penas y dificultades es un gran medio para conseguirlo. No es, querida Hermana, que no tengamos voluntad de aliviarla. Pero tendría usted que tener entera confianza con el señor Ratier,3 cuando no puede hablar con el señor Abad4 y contentarse con los consejos que le den; lo demás es superfluo y, con frecuencia, un estorbo para el espíritu, porque esos consejos que queremos buscar, no son según el orden en que Dios ha dispuesto las cosas para nosotras, y por ello su bondad no los bendice. Lo que le digo es más bien apoyándome en la duda que tiene usted de que alguno de los consejos recibidos le haya perjudicado, que porque yo crea que su voluntad haya cambiado en nada; porque puedo asegurarle, querida Hermana, que si así fuera, estaría yo lo más engañada del mundo, ya que siempre he tenido completa seguridad sobre usted, seguridad que no puede perderse, como tampoco el deseo de que me crea en el amor de nuestro Señor…