Los sacerdotes de la Congregación de la Misión (Recoder) (6)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la Misión en EspañaLeave a Comment

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Author: José Recorder, C.M. (con el pseudónimo de "José del Cerro") · Year of first publication: 1863.
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Quinta base: Que sean reincorporados en la Congregación todos los individuos que se hallan fuera por las diferencias y cuestiones pasadas y deseen volver a ella.

108. Tal es la quinta y última Base presentada por los Misioneros Españoles. Aunque es la última en el número, es la primera por su importancia. Sin ella, la Congregación de la Misión en España sería siempre estéril y casi del todo incapaz para llevar a cabo las grandes miras que tanto el Episcopa­do como el Gobierno Español tuvieron cuando aquellos con instancia pidieron y este gustoso accedió para que fuese la pri­mera Comunidad que se restableciera en España. Diremos más: si esta Base no se admite en toda su extensión, es mejor y nos atrevemos a aconsejarlo al Gobierno de S. M. C., que fije los ojos en otra Comunidad haciendo desaparecer enteramente de la Pe­nínsula la de los Padres de la Misión conocidos en España con el nombre de Paúles. Bien vemos que es una medida sumamente fuerte la que aconsejamos; bien comprendemos que difícilmen­te se hallará en nuestros días una Comunidad que pueda hacer entre el Clero y pueblo Español lo que hacer pudiera dicha Congregación si existiera y trabajara como Comunidad Espa­ñola más cuando se palpan males sin cuento de seguir los Paúles Españoles bajo la férula Francesa y con el triste y miserable personal con que cuentan sin que por parte alguna se vislumbre los más pequeños indicios de un feliz porvenir por haber separado de su seno y estar separando aun el Superior Extranjero los individuos más útiles y que prometían más bellas esperanzas; repetimos es mucho más conveniente su desaparición que su conservación. No tenemos dificultad alguna en manifestar los motivos en que nos apoyamos. Hélos aquí: más, antes, permítasenos una pequeña digresión.

109.- Nosotros y los Misioneros Paúles establecidos en la Pe­nínsula somos Católicos: ellos y nosotros somos Españoles. Si es cierto que somos Católicos primero que Españoles no lo es menos que nos gloriamos de pertenecer a España con prefe­rencia a cualquiera otra Nación. Si el Catolicismo cuida de nues­tro honor eterno cuando fieles a sus inspiraciones seguimos sus divinas leyes también la Patria debe cuidar de nuestro honor cuando cumplimos fielmente los deberes que nos impone. Los Misioneros Españoles han sido fieles a su Patria, adictos a su Gobierno, amantes de sus hermanos: la mancha que el extran­jero arroja sobre ellos no empaña su frente sino que cae sobre la Nación Española porque ellos se han sacrificado por su Pa­tria.—Luego es necesario admitir la Base que nos ocupa. De otro modo—¿no sería el más completo triunfo de los extranjeros so­bre los hijos de España amantes de su fe y de sus glorias si se desechaba esta 5ª Base?— ¿no sería acaso apoyar y autorizar las arbitrariedades e injusticias que han cometido los ex­tranjeros contra venerables y esclarecidos Misioneros Españoles?—¿no sería dejar la puerta abierta para que hoy o mañana cualquier extranjero que no estuviese conforme con lo que hicie­ran los Misioneros Españoles, de acuerdo con el Gobierno y con el Episcopado Español, viniese a nuestra Península y por sí y ante sí, sin autorización alguna, destruyera y acabara con todo lo existente, como con escándalo y harto dolor presenciaron varias Comunidades españolas en Junio de 1856? …..

110.- Demostrada ya la necesidad de la 5ª Base por lo que mira a nuestro honor Nacional pasamos a manifestar las razo­nes que tenemos, para pedir lo arriba expuesto.

111.- Hemos dicho que sin esta Base la Comunidad de los Paúles en España es enteramente inútil y más conveniente su extinción que su conservación porque— ¿qué hombres hay en la actualidad para dirigirla?–¿quiénes son los que la forman?– ¿qué es lo que ha hecho durante los ocho años que ha estado enteramente supeditada a las instrucciones del Superior Fran­cés?—¿da acaso alguna esperanza?

112.- No quisiéramos jamás haber visto llegar este momen­to pero ya que se empeñan algunos Españoles poco afectos a su Patria y casi indiferentes a su fe y a sus glorias en propalar las más negras calumnias contra hombres eminentes por su virtud y por sus letras; bien, no importa, hablaremos, levanta­remos la voz; rasgaremos el tupido manto que por espacio de ocho años ha estado cubriendo crímenes, injusticias y arbitrariedades mil; para que sepa nuestra Nación Católica qué es lo que ha hecho en su seno el extranjero con perjuicio de nuestros intereses religiosos, con mengua de nuestro honor y aun amena­zando nuestra Nacionalidad .

113.- Era el año de 1855 cuando la Congregación de la Misión contaba apenas tres años de restablecida en la Península; con santo afán y esmerado celo iba reuniendo en su seno a los individuos todos que le pertenecieran antes de los trastornos de 1835; era tierno a la par que edificante, ver reunirse a la som­bra del árbol que ciento cincuenta años atrás plantara en Es­paña la augusta mano del Vicario de Jesucristo a hombres ilustres, venerables casi todos ellos por su saber y virtud; que habían llenado de admiración y hecho apreciar el mérito de los hijos de S. Vicente Españoles por su conducta ejempla­rísima, exacta observancia y apostólico celo a las Provincias de Italia, Francia, Asia y América.—Bien pronto esta cohorte sa­grada vio rodearse de una multitud de excelentes jóvenes, de brillante carrera, de bellas disposiciones que inflamados de un celo santo y con una vocación toda Apostólica, dejando sus fa­milias y sus comodidades, venían de diversos puntos de la Península a aumentar el número de los Misioneros Españoles que no reconocían a otro Padre mas que a S. Vicente de Paul.—La bendición de Dios, siempre fecunda, se veía palpablemente sobre los deseos del Santo Padre Pio IX y del Gobierno Español, ex­presados claramente en el art. 29 del Concordato de 1851, que hemos citado ya. Para que haya en toda la Península el número suficiente de Ministros y Operarios Evangélicos se establecerán Casas de S. Vicente de Paul. iCuán bien com­prendieron los hijos de S. Vicente las miras con que el Gobier­no y el Episcopado Español, unidos, habían resuelto su resta­blecimiento! Ellos conocieron que, siendo Españoles y habiendo sido restaurados en España por la protección tan solo del Gobierno Español, a España debían consagrar todos sus afanes y trabajos.

114.- El muy digno Superior que dirigía a la razón tan importante instituto, hombre venerable no sólo por su edad y saber, sino más aun por los interesantes servicios que prestara a la Iglesia trabajando en las Misiones de América y desempe­ñando en distintos Obispados el difícil cargo de Vicario General; este Señor que vive aún, lleno de salud, a pesar de sus años por­que Dios lo conserva para que vea el triunfo de la más justa de las causas, que solo por el honor de España, su Patria, y por la gloria de la Religión continuó, había comprendido perfecta­mente lo mismo que sus demás hermanos, el fin que se propu­sieron, tanto el gobierno, como el Episcopado Español al resta­blecer la Congregación de la que se hallaba Superior.

115.- Lentamente, porque al comenzar las grandes empre­sas, jamás se puede correr iba prosperando esta Congregación, enteramente aplicada a la formación de los jóvenes, que en un día no muy lejano debían dirigir los Seminarios de España y de nuestras posesiones de Ultramar, trabajar a la perfecta forma­ción del Clero de nuestra Patria y moralizar e instruir los Pue­blos de la Península. Cada día el Gobierno de S. M. C. tenía nuevos motivos para complacerse de la acertada elección que hiciera al preferir a todas las demás comunidades la de los PP. de S. Vicente de Paúl; por esto disponía que se erigiesen Casas de la dicha Congregación en nuestras posesiones de Ultramar a fin de que los hijos de S. Vicente, bajo la dirección y dependencia de los MM.RR. Obispos, se encargasen de la enseñanza y régimen de los Seminarios Conciliares establecidos.

116. Todo iba prosperando, todo manifestaba que bien pronto el Clero Español que por tanto tiempo habla sida víctima de los trastornos consiguientes a esas grandes crisis que sacan de sus quicios a la Sociedad volvería a merecer el apre­cio y la estimación que se granjeara el Clero anterior a nuestras vicisitudes. De Badajoz pedían con instancia el restablecimiento de los Paúles en su antigua Casa mientras se consolidaba la fundación de los mismos que desde 1736 se hiciera en Mallorca. La ciudad de Vitoria los admitía en su seno confiándoles la dirección de su Seminario mientras que de Valencia los pedían con instancia y en Barcelona, Cuna de los Misioneros Es­pañoles, se gestionaba su pronto restablecimiento. De cien puntos pedían fundaciones y los Obispos todos, con muy raras excepciones, deseaban poner sus Seminarios bajo su direc­ción. iAh! ellos sabían muy bien lo que con tanta exactitud como elegancia habían dicho al hablar de los Hijos de S. Vicen­te los Obispos de Francia, Italia, Polonia, América y muchos de nuestra España: ellos recordaban los magníficos e interesantes elogios que el Concilio celebrado en Tarragona en 1733 hacía de los Misioneros de S. Vicente Españoles al pedir a la Santa Sede la Canonización del bienaventurado Padre de las Hi­jas de la Caridad no les era desconocida la verdad de lo que los Ilustres Cabildos de las Iglesias Catedrales del Principado decían al dirigirse al Papa Clemente XI manifestándole su gratitud por haber establecido en España a los hijos de S. Vi­cente: «quorum ope et consilio universus Barchinone , timo et totius Gathalonie Clerus, morii m gravitate, candore, pudoris, habitus , et conversationis, modestia uberrimam vircutum legen­tem ex hibent.

117. Ciertamente en nuestros días se vería a los hijos de S. Vicente dedicados al más sublime de sus Ministerios a aquel para el cual Dios les dispensa una gracia toda particular.

118.- ¿Por qué no ha sucedido así? ¿por qué en el día apenas son conocidos los Paúles en España? ¿Por qué después de doce años de restablecidos no tienen ni cuidan más que de su sólo Seminario?… Diríjase la vista al otro lado de los Pirineos y allí se verá formar la tempestad que viniendo luego sobre España debe acabar con las esperanzas que el Clero y el Pueblo Español tenían fundadas en la Comunidad de lo Paules.

119.- En efecto: la Congregación de la Misión iba florecien­do en España tal como se ha visto, cuando el Superior General Francés, contra todas sus atribuciones y contra lo que él mismo había manifestado en momentos muy solemnes quiso intervenir en todos los asuntos y negocios de la Provincia de Es­paña. Conoció el Superior Español que sin hacer traición a su conciencia y sin faltar a los compromisos contraídos con el Go­bierno de S. M. C., no podía en modo alguno acceder a las re­petidas exigencias del Superior Francés. Viendo que eran inútiles todos los medios que empleaba para conseguir que dicho Superior desistiese de sus proyectos acudió al Emmo. Sr. Car­denal Arzobispo de Toledo que en virtud del Motu propio ci­tado era considerado y es a la verdad Superior de los Paúles. El Emmo. Prelado dictó las providencias que creyó más oportunas; mas toda fue inútil. El Superior Francés quiso llevar adelante sus interesadas miras o acabar con la Congregación de España y sin dar aviso alguno al Gobierno de S. M. C. ni al Sr. Cardenal de Toledo llamó a París al Visitador Español, retirándole desde luego todas las facultades que tenía tanto sobre la Congregación de la Misión como sobre la de las Hijas de la Caridad. Al verse el Superior Español en tal situación acudió de nuevo al Sr. Cardenal de Toledo e hizo presente al Gobierno de S. M. C. lo que estaba pasando. Al ocuparnos de la 2ª Base hemos visto las disposiciones que tomaron ambas potestades para sostener la Autoridad del Superior Español. Vamos a ver lo que pasó desde este momento entre los dos Superiores Francés y Español.

120.- Por consejo y aprobación tanto del Gobierno de S. M. C. como del Emmo. Sr. Cardenal de Toledo el Superior Español pasó a Roma a fin de que Su Santidad sé dignara poner remedio eficaz a unas exigencias que podrían repetirse con frecuencia y causar graves conflictos a las comunidades espa­ñolas y aun a la Nación. Su Santidad recibió con el mayor agrado y con particulares pruebas de aprecio a dicho Superior prometiendo atender de un modo todo particular a las aflicciones que sufría en la Península un Instituto que, en los designios del Padre de las Misericordias era llamado a hacer en España lo que había hecho y estaba haciendo en Italia. El Emmo. Sr. Cardenal Brunelli, que habla sido Nuncio de Su Santidad en España, que era quien habla representado a la Santa Sede para hacer, firmar, y ratificar el Concordato que España celebrara en 1851, hombre religioso y político, grande bajo ambos conceptos, que conocía perfectamente la misión a que era llamada en la Península la Congregación de los PP. Paúles, aprobó, dirigió y apoyó al Superior Español desde el instante que este llegó a Roma.

121.- En vista de los datos y de las muchísimas autoridades alegadas por el Superior Español para corroborar la idea de los Misioneros de la Península, Su Santidad nombró una Congregación de cardenales compuesta de los Emmos. Sres. Brunelli, Antonelli, Patricy y La Genga a fin de que examinaran los asuntos de la Congregación de la Misión en España.

122.- Al saber esto el Superior Francés acudió también a Roma. Parecía natural que aguardase el dictamen que diera Junta tan venerable e imparcial antes que diese paso o hiciera gestión alguna. Mas no fue así. Se pusieron en juego todos los medios, los poderosos y afilados medios con que contaba la Francia en la Ciudad Eterna; la calumnia y la falsedad fueron usadas también. Se consiguió engañar la Corte Romana, se suspendieron los trabajos en la Congregación que el mismo Santo Padre formara; mas no se pudo arrancar una sentencia injusta, como se pretendía. Roma, la prudente Roma no falló: la expresión nihil innovetur fue la única que de sus labios sa­liera y la que bien examinada, manifestaba al Superior Fran­cés que él era quien se había separado de sus atribuciones. Así lo confiesa él mismo en la Circular que hemos citado en otro lugar; así se desprende de la sencilla relación que hemos hecho al hablar del Establecimiento de los Paúles en España; así se colige de la simple lectura de una Memoria que hemos visto sobre la fundación y conservación de la Congregación Española de las Hijas de la Caridad perteneciente al Real Pa­tronato.

123.- Tal vez algunos nieguen la verdad de lo que acabamos de decir apoyados en las confusas noticias que tienen sobre un hecho que pasó en la misma Ciudad de Roma. Hablamos de la retractación que se dice hizo el Superior Español antes de salir de la Ciudad, Centro del Catolicismo; mas nosotros tene­mos todos los datos necesarios y estamos competentemente au­torizados para decir que el Superior Español no se retractó; y que la carta que en forma de Circular se pasó a todas las Ca­sas que las familias de San Vicente, tienen en España no estaba tal cual saliera de las manos de su respetable autor. Es cierto que el Visitador General Español de la Congregación de la Mi­sión y de las Hijas de la Caridad escribió estando en Roma a to­dos sus súbditos el 22 de Febrero de 1856; mas en esta carta no decía lo que le han hecho decir los Señores que cuidaron de poner­la en estampilla y publicarla en París. Entre los Señores que con entusiasmo defienden las miras y tendencias del Superior Francés en España, hay uno que está muy bien enterado de la verdad de lo que decimos por haber sido el portador de la Car­ta del Superior Español de Roma a París despues de haber sido adicionada con cosas que no aprobó ni firmó dicho Superior. No querernos decir más sobre este punto.

124.- Al ver el Superior Español que el gobierno de S. M. C. no hacía gestión alguna para apoyar los pasos que estaba dando a fin de llevar a cabo la idea que con su aprobación había presen­tado al Santo Padre; viendo que nada habla resuelto la Congregación de Cardenales nombrada por el Romano Pontífice para examinar la cuestión; viendo que el Superior Francés lo recibía con agrado, lo abrazaba y le decía que dijese al Santo Padre que todas las cuestiones hablan ya terminado: que se guiaran en lo sucesivo como si jamás hubiese habido diferencia alguna: que no se alteraría nada en la Provincia de España; salió de Roma con la dulce esperanza de que los Hijos de San Vicente establecidos en la Península prosperaran bien pronto a la sombra de la palabra que le diera y que le hiciera repetir delante del Augusto y amable Pio IX el Superior General. Mas no sucedió así: veremos quién fue el que faltó a su palabra.

125-. No consta en ningún documento que el Superior Español, después de su vuelta de Roma, intentase introducir varia­ción alguna en la Provincia que habla sido puesta a su cuidado. No consta ni puede enseñarse una sola línea escrita por dicho Señor que denigre o rebaje en lo más mínimo la autoridad y el respeto que se debe al sucesor de S. Vicente: estos son hechos. Sin embargo, el Superior Francés, el mismo que en Roma dijo que ya había hecho las paces con el Superior Español e hizo que este así se lo manifestase al Santo Padre; el mismo que dijo, no me acordaré más de todo lo pasado; este Señor, que había visto y hablado a los Sres. Cardenales a quienes el grande Pio IX confiara el examen de los deseos de los Misioneros Españoles; este mismo Señor, en una carta circular escrita en Pa­rís, dice lo siguiente: «Un atentado tan insensato como audaz ha venido a exponer a nuestra Provincia de España a una pérdida inevitable. El visitador de aquella Provincia concibió la funes­ta idea de sustraer a la autoridad del Jefe de la Compañía y obtener una independencia que no debía aprovechar más que a su ambición. Apoyándose en la protección de un Gobierna mal intencionado para la Religión, se atrevió a llevar él mismo sus pretensiones hasta los pies del Trono de S. Pedro para hacerlas sancionar por el Vicario de Jesucristo.—Mas el Sumo Pontífice Pio IX ha querido dar con este motivo, una prueba de su constante adhesión a la familia de S. Vicente re­chazando enérgicamente aun a la primera insinuación una proposición que tendía a destruir toda unidad; así es que la causa fue desatendida apenas se presentó sin que se le concediera el honor de sujetarla a la más insignificante discusión.

126.- Se necesita mucho descaro para publicar ante la So­ciedad escrito tal. No haremos comentario alguno a las palabras que acabamos de transcribir. Tampoco las calificaremos; el es­píritu que las inspiró escita la compasión de toda persona sen­sata y deja admirados a todos los que saben, que es hijo, más aun, el mismo sucesor de S. Vicente, quien las pronuncia y pu­blica. Pasaremos por alto la denigrante calificación con que censura al Gobierno de S. M. C., porque esto no nos atañe; pero sí rogamos encarecidamente a nuestros lectores que cotejen las ideas enunciadas por el Superior Francés con las autoridades irrecusables alegadas en el decurso de este escrito y entonces verán qué intenciones son las que abriga dicho Superior sobre la Congregación de la Misión en España; entonces ve­rán si tenemos razón para pedir la fuerte medida que hemos indicado al empezar este artículo. Mas para que pueda verse con más facilidad la verdad de lo que decimos vamos a pre­sentar hechos que vendrán a confirmar todo nuestro escrito.

127.- No fueron los papeles los únicos que manifestaron lo que pasaba en el corazón del Superior Francés. Los hechos ¡Ay! esos tristes resultados que produce siempre una funesta cegue­dad vinieron a manifestarse en España del modo más devastador.

128.- Era el año de 1856, el mismo en que el Superior Francés dijera al Superior Español, no me acordaré más de lo pasado, cuando los Misioneros Españoles recibieron la triste y azarosa noticia de que su muy digno, respetable y virtuoso Superior había sido depuesto por el Superior Francés, que el Superior de la Casa de Vitoria, hombre insigne y eminente bajo todos conceptos había sido depuesto también. Estos actos llena­ron de consternación e introdujeron la alarma entre los indivi­duos de la renaciente Comunidad Española. Mas la aflicción y el pesar subió de punto en el momento que se tuvo noticia de que los Superiores mencionados, incluso el Asistente de la Casa de Madrid y otros de los más respetables individuos de la misma Congregación habían sido separados de ella por el Su­perior Francés. Atónita la Comunidad de Misioneros Españoles y sin poderse explicar nada de lo que estaba viendo pregunta­ba: ¿Qué crimen han cometido estos señores a quienes se se­para de nuestro seno? ¿No son por ventura nuestros Padres, nuestros Directores y Maestros? ¿qué derecho ni qué autoridad tiene el Superior Francés para que sin razón ninguna y contra la voluntad de todos los individuos de esta Provincia se separe de la Congregación a individuos sumamente respetables y obser­vantes, útiles por no decir del todo necesarios a la Congregación en España? A estas preguntas o no se contestaba o bien la respuesta era la separación de la Congregación. Habíase resuelto la destrucción de la Comunidad de los Misioneros Espa­ñoles; por eso el Superior Francés no se detuvo en los medios de llevarla a cabo. Inventóse el nuevo crimen de desobediencia, es decir, de reputar como delito de los más graves que pudie­ran cometer los Misioneros Españoles el no querer ir a Fran­cia. Por esto fueron separados varias Misioneros de la Congrega­ción que amaban y en la que habían trabajado largos años.

129.- ¡Y esto pasaba en España, en la misma Corte de Ma­drid! ¡y esto se hacía con una Comunidad de quien el Gobierno de España había reconocido y apoyado su restauración; no para que secundara las miras de Superiores Extranjeros ni para que trabajara en la propagación de la gloria de Naciones extrañas!… Era una Comunidad Española restablecida en España en vir­tud de un Concordato que España celebrara con la Santa Sede. Era una Comunidad que estaba sostenida y amparada por le­yes Españolas y a la que dirigían con ansiedad sus miradas tanto el Clero como el pueblo Español esperando hallar aquel Amigos, Compañeros y Maestros; y este, Padres, Guías y Di­rectores. Mas ¡ahí apenas la sonrisa asomaba en los labios de la Sociedad Española y el placer nacía en su corazón cuando de repente tuvo que cubrir su semblante para no presenciar el tristísimo cuadro que ofrecía la Comunidad de Misioneros de S. Vicente de Paul recién restablecida en la Península.

130.- La mano extranjera vino a destruir y destrozar todo cuanto levantara la fe y el amor de los Misioneros Españoles amantes de su Patria … La Congregación de la Misión quedó reducida a un montón de ruinas.

131.- Varones ilustres, Prelados esclarecidos corrieron al au­xilio de las columnas del magnífico edificio destruido por mano no Nacional; no podían hacer más; era el Gobierno quien debía haber contrarrestado la invasión del extranjero; él era el único que podía hacer frente a los desmanes de los envidiosos de nuestro honor Nacional. Mas ¡ahí debemos ser justos; no podemos culpar al Gobierno Español porque estuvo ignorante de todo lo que pasaba y no ha sabido el objeto ni la verdad de la presen­te cuestión hasta nuestros días. No dudamos que si los primeros Misioneros Españoles que fueron víctimas por sostener y defen­der los derechos y el honor de su patria hubiesen acudido al Trono de S. M. C., su Gobierno los hubiese protegido y en nues­tros días ocuparían el lugar a que están llamados y verían mul­tiplicada y extendida su benéfica e interesante Congregación en todos los pueblos de España. Tenemos datos para creerlo así y estamos en la firme convicción que tomándose en cuenta las jus­tísimas razones alegadas en este escrito en pro de los Hijos de S. Vicente Españoles y para que el Clero y pueblo de la Penín­sula reporte todas las ventajas con que quiso favorecerlo el Go­bierno de S.M.C. cuando acordó su restauración se dictaran las oportunas medidas a fin de reunir las piedras del modesto pero interesante edificio que reedificara España en 1852; y con ellas se levantará de nuevo un monumento que eternice más y más la gloria de nuestra Católica Patria y acredite a la posteri­dad los muy nobles sentimientos del Gobierno de S. M. C. Es­peramos que no permanecerán por más tiempo diseminados se­gún la voluntad del Superior extranjero los hombres insignes que obtuvieran del Santo Padre, del Gobierno y Episcopado Español autorización para reunirse. Esperamos que desaparece­rán enteramente las ruinas que amontonó para oprobio de nuestra Patria y mengua de nuestro honor Nacional; el que se complació en destruir la Congregación de los Misioneros Espa­ñoles. Sí, tenemos fe en él patriotismo del Gobierno de la muy noble, esclarecida y Católica Reina D.ª Isabel II, (q. D. g.); esperamos que no triunfarán las miras de los extranjeros diri­gidas a ofuscar y oprimir el mérito y la gloria de los Misioneros Hijos de España: esperamos que el muy ilustre y esclarecido Episcopado Español reflexionando atentamente sobre la importancia de tener en sus Diócesis los Hijos de S. Vicente de Paul para confiarles, bajo su inspección, tanto la grande e interesan­te obra de la moralización e instrucción de los pueblos, como la dirección de sus Seminarios influirán para que se realicen los muy justos deseos de los Paúles Españoles. Esperamos que los Ilustres Obispos que con tanta ternura como amor han cobijado y protegido bajo su benéfico manto a los individuos de la Con­gregación de la Misión que por espacio de ocho años han sufri­do los efectos de la injusticia y arbitrariedad extranjera por el honor de España bien de su Clero y utilidad de sus necesitados pueblos consentirán gustosos que hagan dimisión de los hon­rosos cargos con que su pastoral munificencia los distinguió en atención a sus méritos y virtudes. Esperamos en fin que los pocos Misioneros Españoles que han permanecido hasta hoy adictos a los planes del Superior francés convencidos ya de lo perjudicial que sería para nuestra Patria su realización y aun de la injusticia que encierran en muchos puntos admitirán las cinco bases expuestas en este Opúsculo, y presentadas a S. M. C. por la mayoría de los Misioneros Españoles. Así volverán a ser úti­les a la Religión y a la Patria; solo así podrán desempeñar con feliz éxito, lo que el Gobierno y el Episcopado Español se digne confiarles; solo así merecerán los gloriosos títulos con que se in­mortalizaron los primeros Misioneros Españoles, Hijos de S. Vi­cente de Paúl, y con los que engrandecieron e hicieron brillar más y más nuestro honor Nacional.

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