Lorenzo Sierra Rubio (el sabio)

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(II) Paúles y Ciencia:

Lorenzo Sierra Rubio (el sabio)

1872-1947

P. Mitxel Olabuenaga

«No busques Ciencia en Paúles…»

Así comenzaba, no hace muchos años, el poema «satírico-burlesco» referente a las «bondades-maldades» de cada uno de los Institutos religiosos. Ciertamente que los paúles no éramos los peor salidos de aquellos versos («ni piedad en jesuitas, ni pobreza en  franciscanos…»). Desconozco, además de las risas correspondientes, el talante interno con el que cada uno de nosotros se tomaba el asunto. A mí, siempre me interrogó y, hasta cierto punto, me repateó. Luego, he comprendido que no era sino el sarcasmo derivado de nuestra dedicación al «pobre pueblo que se condena porque no sabe las verdades de la fe». Y, para ello, no hacía falta mucho.

Una somera visita a nuestras Bibliotecas y Archivos (bien estén aún en nuestras legítimas manos o en fondos provenientes de robos y saqueos) nos muestra una abundante producción de libros de predicación, manuales de piadosas meditaciones, ascética, teología, etc … La no dedicación a la educación está, sin duda, en el fondo de esta situación. Sólo cuando este ministerio se acepte en España comenzarán algunos misioneros a escribir acerca de otras materias.

Este III CENTENARIO es un buen motivo para sacar de los «anaqueles» a algunos hombres que supieron ser misioneros sin renunciar al estudio científico. Sus capacidades estuvieron en el fondo del progreso de la Congregación en España.

Con estos misioneros ejemplares queremos hacer una llamada («urgente llamada») a paliar la desidia que en este campo nos invade. El «pobre pueblo se condena porque no sabe» … Nosotros «no tenemos capacidad de acompañamiento» porque no hacemos ningún esfuerzo por prepararnos y, lo más grave, nos regocijamos en la ignorancia (aunque la llamemos «humildad», «trabajo pastoral», «ausencia de capacidad», «edad» …). Mirar hacia delante,  nueva Presencia … exige preparación, esfuerzo, ánimo.

Nota previa: para facilitar la lectura de estas breves notas evitaremos las referencias. Los elementos básicos son algunos artículos publicados en ANALES, otras notas aparecidas en revistas de Arqueología y la documentación (especialmente cartas) conservada en el Archivo de la Casa Provincial de Madrid.

I.- BIOGRAFÍA

1) Nacimiento y primeros años.

El P. Lorenzo Sierra Rubio nace en Ezcaray (La Rioja), el 14 de marzo de 1872. Sus padres se llamaron Clemente y Felipa. Aprendió las primeras letras en una de las escuelas de su villa natal. A los diez años comenzó a prepararse para abrazar el estado religioso, cursando Latín y Humanidades en el mismo Ezcaray, y Morales en la preceptoría que dirigía don Ángel Manso, más adelante canónigo de Santo Domingo de la Calzada y académico de la Historia y Bellas Artes.

2) Ingreso en la Congregación y formación.

El 18 de mayo de 1887 ingresó en el noviciado de los PP. Paúles de Madrid, e hizo los votos perpetuos el 15 de marzo de 1890. Muy pronto se distinguió entre sus compañeros por su religiosidad y virtudes a toda prueba, por su vivo ingenio y por su talento claro y agudo. Tan aprovechado y sobresaliente fue en los estudios, y tal admiración causó en sus maestros y superiores después de la maravillosa defensa que hizo en público de una tesis que se le había señalado en 1894, que no titubearon ya en confiarle el desempeño de una cátedra de Derecho Canónico y de Hermenéutica. Mas apenas comenzó a ejercerla, le sobrevino una grave enfermedad, y sus superiores, temiendo ver truncadas para siempre las bellas esperanzas que en él tenían cifradas, sin terminar la carrera, le enviaron al Colegio de Limpias, en Cantabria.

3) Destinos y trabajos

A) COLEGIO DE LIMPIAS (Cantabria). Llegó a Limpias en septiembre de 1894. Se sometió a un régimen de curación extremadamente duro y logró reponerse. Fue ordenado de «menores y subdiácono» el 29 y el 30 de marzo de 1895 en Santander, y de «diácono» el 8 de junio del mismo ario y en el mismo lugar. Otro detalle pone de manifiesto cuál era la disposición del joven y la confianza que a todos les merecía, y fue que, siendo todavía diácono, le encomendaron el sermón de San Lorenzo en la fiesta principal de Laredo, y lo predicó a satisfacción de todos. Se ordenó de «presbítero», en Santander, el 21 de marzo de 1896. En esta casa de Limpias desempeñó, sucesivamente, y a veces varios a la vez, todos los oficios y cargos del Colegio: profesor, director de estudiantes, procurador, vicesuperior y rector desde el 6 de octubre de 1906. A su actividad, pericia y celo se debió principalmente la feliz terminación del edificio nuevo del Colegio de Limpias y la traída de aguas para el mismo, tan difícil en aquellas circunstancias.

Los años de estancia en Limpias supusieron para el P. Sierra unos momentos de especial importancia, que le llevaron a ser reconocido mundialmente. Sus trabajos de campo acerca de la Prehistoria (especialmente el rupestre) fueron ampliamente reconocidos y publicados. Los afortunados hallazgos paleolíticos en las cuevas santanderinas, las excavaciones patrocinadas por mecenas principescos y admiradas por hombres de ciencia, le dieron un renombre europeo, y desde Alemania, Austria, Francia, se carteaban con él sabios de la talla de Obermaier o el príncipe de Mónaco y acudían a verle al Colegio y buscaban su cooperación el Abate Breuil y Alcalde del Río. Fruto, entre otros, de esta colaboración, es la monumental obra escrita en colaboración con Hermilio Alcalde del Río «Les cavernes de la Region Cantabrique» editada en Mónaco el año 1911 y que forma parte de la colección «Peintures et gravures murales des cavernes paleolithiques publicés sous les auspices de S.A.S. le prince Albert ler. de Monaco».

Según algunas anotaciones la afición del P. Sierra a los estudios prehistóricos se despertó con la relación que dos alumnos del Colegio de Limpias, naturales de Aldea Cueva, en el valle de Carranza, le hicieron de una cueva en que se guardaban huesos humanos. Con objeto de estudiarla, la visitó en las vacaciones estivales de 1895, y, en efecto, encontró en ella muchos restos humanos, que clasificó como prehistóricos, lo que fue confirmado poco después por el sabio profesor francés Edouard Harlé. Con ellos comenzó a formarse el museo prehistórico del Colegio de Limpias, enriquecido con las sucesivas aportaciones del P. Sierra, que fue adquiriendo fama internacional y atrajo a sabios tan eminentes como Hugo Obermaier, austríaco; F. Birkener, de la Facultad Antropológica de Mu-nich; el abate H. Breuil, del Instituto de Paleontología de París; al barón A. Blanc, de la Universidad de Roma; a J, Nelsen, de Nueva York; al ya citado F. Harlé, de la Universidad de Toulouse; al famoso príncipe de Mónaco; a Hermenegildo Alcalde del Río; al señor marqués de Cerralbo y otros nacionales y extranjeros, cuya relación se haría interminable.

Casi todos los nombrados y algún otro extranjero se honraron en solicitar la colaboración del P. Sierra en sus estudios e incluyeron en sus publicaciones los del sabio paleontólogo riojano. Desde el feliz hallazgo ya citado, el P. Sierra emprendió la exploración de las regiones próximas a Limpias, como Rasines, en la que descubrió la importante Cueva del Valle y en la que encontró objetos y huesos prehistóricos; Gibaja, en la que puso al descubierto otras tres cavernas designadas con los nombres Venta de la Perra (Carranza), de «Solarriza» y «Cova Negra», o Ramales (Cueva del Mirón) en las cuales se encontraron diversas pinturas rupestres y variadisimos objetos paleolíticos; entre las pinturas o dibujos, uno incompleto de caballo trazado por gente troglodita.

Para no alargar demasiado este artículo, bueno será remitir al lector a 1a Enciclopedia Espasa (volumen dedicado a España, en su sección o tratado de Prehistoria) o, mejof todavía, a la colección «Actas y Memorias» del Primer Congreso de Naturalistas Españoles, celebrado en Zaragoza los días 7-10 de octubre de 1908, en las que se inserta la Memoria que el P.-Sierra presentó a dicho Congreso con el epígrafe de «Notas para el Mapa Paletnográfico de la provincia de Santander», seguido del mapa descriptivo, en que hace una relación sucinta de las 44 cavernas de la provincia descubiertas hasta entonces, con los nombres de sus descubridores y estudiosos, objetos hallados en cada una con su descripción y clasificación, y la situación topográfica de las mismas. De las 44, más de la mitad (24) habían sido estudiadas exclusivamente por el autor de la Memoria; varias de las otras, por él acompañado de don Hermilio Alcalde del Río, y algunas, asociado a su amigo el célebre paleontólogo francés Edouard Harlé, quien, en 1908, dio a conocer al mundo científico algunos de los descubrimientos del P. Sierra, sobre todo los restos del reno de la Cueva de Valle y de Ojebar. Este última fue sin duda el trabajo más importante del P. Sierra, a cuya descripción y clasificación de la variedad de objetos que contenta dedicó un trabajo, con numerosos dibujos y grabados que recogió el «Boletín de la Real Sociedad Española de Historia Natural», mayo de 1913. Merced a los trabajos científicos ejecutados por él y por el Conde de la Vega del Selle, «ateniéndose a la sistemática moderna», la región de Asturias y Santander es «sin duda la mejor investigada», según testimonio del competentísimo abate Obermaier.

Fue, por último, el P. Sierra socio numerario de la «Asociación Española para el Progreso de las Ciencias», de la «Real Sociedad Española de Historia Natural», de la «Sociedad Española de Física y Química» y socio fundador de la «Sociedad Ibérica de Ciencias Naturales», de Zaragoza.

Por otra parte, elegido diputado por la Provincia de España, había participado y actuado en la Asamblea General que la Congregación celebró en 1914. Desde el 1914 fue elegido diputado por la Provincia de Madrid para participar en todas las Asambleas Generales que se celebraron hasta el año 1939, y en todas intervino muy activamente y con mucha autoridad.

B)  MADRID (Casa Provincial) : en 1915 tuvo que dejar sus investigaciones y el Colegio de Limpias por haber sido nombrado Superior de la Casa Central de Madrid, cargo hasta entonces unido al P. Visitador y que desempeñó hasta 1925, y Consejero Provincial Madrid. Desde estas responsabilidades consagró de modo especial sus energías a la organización y buena formación de nuestros jóvenes, como también de las Hijas de la Caridad. Nos podemos formar una idea de lo que sería la Casa Central de Madrid en 1915 cuando llegó el P. Sierra si tenemos en cuenta que entre sacerdotes, teólogos, filósofos, novicios y hermanos coadjutores,no bajaban de 400 los individuos que formaban la Comunidad. Número exhorbitante, si se quiere, pero no anormal, según los signos de aquellos tiempos.

Sin embargo, las cosas no le fueron demasiado bien en sus relaciones con el Visitador y el resto de sus compañeros consejeros. Incluso en la Asamblea Provincial de 1919 hubo algún incidente en su contra. Es elegido, no obstante, Diputado para la Asamblea general del mismo año (Septiembre). Poco después de celebrada esta, dirige una carta, 28 de Noviembre de 1919, al señor Visitador (P. José Arambarri) en los siguientes términos:

«Mi respetable y estimado Sr. Visitador: He sabido que estos días se halla Vd. reclutando Misioneros para enviarlos a Cuba y Puerto Rico, y, después de haberlo meditado seriamente ante Ntro. Señor y la Virgen Milagrosa, he resuelto exponer a V. mi deseo y pensamiento, solicitando con todo respeto y con toda insistencia que me incorpore a los que hayan de salir en la próxima expedición, para trabajar allí, cuanto pueda, por la gloria de Dios y la salvación de las almas siempre y nada más en la condición de súbdito.

 

No me parece que esta resolución deba considerarse como grave, sino como simple aplicación de la doctrina constante de la Congregación respecto al cambio frecuente de los Superiores, que debemos dar ejemplo de desprendimiento; pero, para no dar lugar a infundadas sospechas, no temo en declarar sencillamente y respetuosamente que una de las principales causas es la disconformidad de criterio y de proceder de V., del Asistente de esta Casa y de un servidor en muchas cuestiones referentes principalmente al gobierno de esta Casa y en las cuales he creído estar siempre de conformidad con el dictamen de los Superiores y Vicarios generales Sres. Villette, Louwyck y Verdier, a quienes he tenido el cuidado de exponérselas de palabra y por escrito y que han merecido su aprobación. Estoy plenamente convencido de que no hay arreglo posible entre nosotros, y por esto doy este paso dispuesto a seguir adelante; así cesará la pésima influencia en la casa y en la Provincia de nuestro desacuerdo, y creo que podrá aquietarse mi conciencia. No espere V. rectificación de mis ideas en mis próximos Ejercicios espirituales, pues son resoluciones tomadas y en gran parte aconsejadas en otros anteriores y serias consultas.

 

Si fuera necesario, de rodillas pediría a V. que no lleve V. a mal que le haga estas manifestaciones por escrito, pues sería una crueldad el ir a discutir con V. hallándose postrado en cama; bastante trabajo es el hallarse así sujeto, teniendo que devorar tantas penas físicas y morales sin poderlo remediar.

 

Ya habrá notado. V. que no he citado mi situación de consultor de la Provincia, cuya situación con tan negros colores nos pinta V. en los Consejos y que es demasiado conocida. Saliendo de aquí, se acaba todo. Deseo aprovechar esta oportunidad de ir a Ultramar:

 

Por si algo facilitase la solución deseada, adjunto la Patente de Superior, de triste recuerdo. No solicito ninguna respuesta a estas líneas, ni la espero; si tienen éxito, la preparación del pasaje me lo dirá.

 

No debo ni quiero terminar sin declarar francamente ahora, como lo he hecho siempre, que la conducta de VV. merece todos mis respetos y que siempre la he reputado de buenísima intención, no produciendo en mí ninguna desestima ni desafecto; la creo y he creído muy equivocada y nada más, y parece que la experiencia me garantiza. Conservo y quiero conservar siempre un sincero y cordial amor.

 

Le suplico humildemente que me perdone, si le molesta esta carta, y se encomienda a sus fervorosas oraciones quien con frecuencia le tiene muy presente en las suyas y tiene el honor de ser su affmo, hno. en San Vicente».

 

La renuncia no se aceptó, como tampoco la petición por parte del Visitador del nombramiento de un Vicevisitador. Al poco (enero de 1920), el Superior General envió un Comisario extraordinario (P. Patricio MacHale) a pasar visita a la Provincia (de cuya noticia no hay rastro en Anales).

Tras pasar dicha visita por la Casa Central de Madrid, escribe el P. Sierra: «Aquí todo ha quedado exteriormente exactamente igual que antes. Claro está que se han tratado todas las cuestiones: los proyectos de división del personal de esta Casa y otros subsiguientes han quedado aprobados -esto guárdelo aún en reserva, aunque alguna cosa tiene que ser muy pronto pública-; sin embargo, del dicho al hecho hay mucho trecho. Demasiado sabe V. que lo principal en todo son las per-sonas, después de contar con la Divina Providencia, y es preciso que éstas quieran: han cedido ahora, pero, si se cede ahora porque no hay más remedio, Dios sabe cuándo se realizará algo. La atmósfera ha quedado tan cargada o más que antes, aunque todo ha pasado tranquilamente; cuando estalle la tempestad, alguna víctima habrá que lamentar (no me refiero a mí), y Dios quiera que se apacigüe pronto. Te-nemos, pues, que seguir en la brecha, trabajando por Dios y por la Congregación, pues nos encontramos en las circunstancias más críticas. Cree el Sr. Comisario que, cuando termine la Visita de la Provincia, se tomarán resoluciones; aquí hay el obstáculo de siempre para que las medidas sean radicales. Dicen que no hay cosas de interés contra mí; sea lo que sea, me he portado con la entereza de siempre al exponer las cuestiones. Que el Señor nos ayude».

La última noticia de la visita del P. MacHale es bien significativa. Con su franqueza característica, en carta desde Murguía, fechada el 11 de mayo, al parecer la última que escribe, le aconseja que dimita, puesto que ya no puede por sus achaques hacer visitas esenciales a su oficio; le da razones contra su plan de que se le ponga un vicevisitador y sugiere que quite al P. Horcajada de Asistente de la Casa Central (puesto que no se entiende con el Superior) y a dos de los Superiores más impopulares por su autoritarismo.

Vuelto a París y estudiados sus informes en el Consejo General, el primer acuerdo del mismo fue repetir al P. Arambarri, con más autoridad, el mismo consejo que le había dado el P.MacHale, pero fue trabajo perdido. Por fin, en vista de que todo seguía igual, después de casi medio año, se decidieron a obrar sin contemplaciones, y el 9 de noviembre le comunica el Superior General que queda descargado de su oficio de Visitador.

Poco tiempo antes, el P. Adolfo Tobar era nombrado Director de estudiantes, y algo más tarde los teólogos eran trasladados a Cuenca. También se acordó en el Consejo Provincial sacar de Madrid el Noviciado, que pasó a Hortaleza con nuevo Director. Por fin, el 27 de febrero de 1921 se comunica a la Provincia el nombramiento como nuevo Visitador del P. Joaquín Atienza, a quien, en vista de la resistencia que ponía para aceptar, animó el mismo P. Sierra, prometiéndole su ayuda y poniéndose incondicionalmente a su disposición. Y así terminó este primer período del Superiorato del P. Lorenzo Sierra en Madrid.

C) MADRID (Lope de Vega) : 1926. En esta casa residió con el cargo de Subdirector de las Hijas de la Caridad desde el 10 de julio de 1926 hasta el 7 de noviembre de 1932.

D) MADRID (Casa Provincial): en 1932 se traslada de nuevo a la Casa Provincial como Superior donde permanece hasta 1942 con algunas ausencias motivadas por diversas circunstancias: visita a las casas dependientes de la Provincia de Madrid en  América, la guerra civil y la estancia de un curso con los Estudiantes en Villafranca del Bierzo.

+ En la primera de las ausencias ocupó un largo período, comisionado por el Consejo Provincial, para visitar todas las fundaciones de América. Lo hizo a conciencia, empleando en ello algo más de un año, desde noviembre de 1935 hasta el fin de 1936. Vuelve a Londres el 11 de Noviembre de 1936; el 21 de diciembre está en París (dando cuenta al Superior General del resultado de su misión en América)  y el 3 de enero de 1937 lo encontramos en San Sebastián.

+ Llegó a San Sebastián el 3 de enero de 1937 (tomada por las tropas franquistas en septiembre de 1936) y tras reunirse en Valdemoro con el Visitador, salió para Marsella, a donde llegó el 8 de febrero y desde donde se dedicó a ayudar tanto a los misioneros e Hijas de la Caridad como a todo tipo de evacuados de la zona roja tanto mediante socorros concretos como trasmitiendo noticias a familiares de muchos de ellos.

Habiendo luego tenido que trasladarse a la España Nacional, continuó manteniendo correspondencia con la zona roja, debido a enlaces que buscó en Francia y a otros medios que desconozco. En Marsella padeció una grave enfermedad que le obligó a estar en el hospital bastante tiempo (cuarenta y cuatro días). Debido a las exigencias de su salud, tuvo que abandonar Marsella y trasladarse a la España de Franco, quedando bastante tiempo en San Sebastián, aunque fechaba la correspondencia que nos enviaba en Marsella; los enlaces que allí tenía se encargaban de franquearla y ponerla en el correo.

+ En el verano de 1938 cayó enfermo en Marín y estuvo hospitalizado en el Municipal de Vigo durante una temporada. Estuvo luego unos cuantos meses en Villafranca del Bierzo, hasta los últimos meses del citado año, en que se trasladó a Tardajos y a Burgos, para entender en el arreglo de ciertas dificultades surgidas por la movilización de nuestros Hermanos estudiantes.

+ Al acercarse las tropas de Franco a Madrid, fijó su residencia en Avila, consiguiendo entrar en la capital de España casi al mismo tiempo que el Ejército conquistador y comenzando inmediatamente a hacer gestiones para que nos fuese entregada la Casa de García de Paredes, que había sido cuartel de los rojos y refugio de evacuados durante el último período de la, guerra.

+ Efectivamente, la ocupación de la Casa de García de Paredes debió ser solamente dos o tres días posterior al último parte de guerra, pues el 17 de abril de 1939 escribía ya el P. Sierra al Superior General diciéndole: «Entrada en Madrid, terminada la guerra.» A continuación le exponía la situación en que había encontrado la Casa y la Basílica, y que eran ya dieciséis los que formaban la Comunidad.

Habiendo sido cuartel y refugio la última temporada y milicianos y evacuados sus últimos inquilinos, es de suponer cómo encontrarían los misioneros el edificio. Todo desmantelado, las paredes ennegrecidas y llenas de mugre, los pasillos medio levantados, el piso de la iglesia resquebrajado y lleno de hoyos, los altares y confesionarios destrozados, muebles pocos y derrengados, montones de basura y desperdicios por todas partes, cte.

+ De regreso en Madrid después de la guerra, y puestas algún tanto en orden las cosas de casa y de la Basílica, se dirigió por escrito al Director del Tesoro Artístico Nacional pidiéndole una relación de los objetos artísticos recogidos, por si hubiera alguno nuestro. Gracias a esta medida se recuperaron algunos muebles, bastantes ornamentos de Iglesia y, sobre todo, muchos libros de la biblioteca, aunque poquísimos de las ediciones raras e incunables que poseíamos

+ En los primeros días de diciembre de 1939 aparece también formando parte del cuerpo de redactores del proyecto de nuevas Constituciones. Le manda al P. Visitador un borrador, aún sin terminar, y le dice que el Padre General da de plazo hasta las fiestas de Navidad

Y la Casa y la Iglesia había que ponerlas en movimiento sin pérdida de tiempo. Tarea difícil, pero insoslayable, que tuvieron que acometer el Padre Sierra y todos los que iban llegando de los diversos puntos de la geografía española. A los pocos días las misas de la Basílica se decían ya casi normalmente y las confesiones se oían sin interrupción, sentados los Padres en sillas colocadas a lo largo de las naves laterales y vestidos de seglar casi todos. Así comenzó la restauración de la Casa Central y así fueron volviendo a su curso normal todos sus ministerios y actividades, organizados e impulsados por el P. Sierra. Era lo mismo que empezar a edificar de nuevo; pero por lo menos se tenía la experiencia anterior, con una interrupción de tres años, y algunos meses después las cosas volverían a estar otra vez en su sitio. El P. Sierra puso en marcha en seguida la publicación de ANALES y revistas, la reorganización de las Asociaciones de la Milagrosa, de las Hijas de María, de las Damas de la Caridad, las capellanías, retiros mensuales, los ejercicios espirituales, las misiones de fundación y todos los demás ministerios que eran tradicionales en la Comunidad. Nada quedó que no le prestara la debida atención, y hasta es muy posible que nuevos compromisos vinieran a sumarse a los ya adquiridos.

Tres años largos tuvo a su disposición el P. Sierra para desarrollar el plan que se propuso al entrar en Madrid después de la guerra; tres años que, por lo duros y difíciles, parecían pedir un descanso bien merecido o, por lo menos, cambiar la labor que llevaba entre manos por otra más suave y llevadera. Así lo debieron comprender los Superiores Mayores, o quizá así lo expuso él mismo. El caso es que el relevo se produjo.

+ El 15 de mayo de 1942, el Visitador, P. Adolfo Tobar, le nombró Director Nacional de las Damas de la Caridad, en sustitución del P. Enrique Albiol; y si ya antes se había dedicado a la obra con marcado interés, desde ahora la tomaba como una obligación que pesaba sobre su conciencia, y a ella dedicaría las horas más preciosas de su vida

+ El día 6 de julio de 1942 el Sr. Visitador, P. Adolfo Tobar, durante la oración de la mañana, mandó sentar a la Comunidad, y después de exponer la conveniencia de hacer algunos cambios de oficios en la Provincia y en la Casa Central de Madrid, nombró Procurador Provincial al Padre Bonifacio González, y Superior de la Casa Central, al P. Aquilino Sánchez. Respecto al P. Lorenzo Sierra, después de agradecerle públicamente los valiosos servicios prestados en tiempos tan difíciles a la Casa y Comunidad de García de Paredes, declaró que seguía siendo Consejero Provincial y pasaba de Superior a la Casa de San Pedro, de la que le dio posesión aquel mismo día.

E) MADRID (San Pedro): en 1942 es destinado, como superior, a esta casa que es la Sede de las Conferencias de San Vicente, aunque siguió como Consejero Provincial.

Tras asistir al Consejo Provincial de enero de 1947, se sintió mal y lo trasladaron a la enfermería que estaba anexa a la Clínica de La Milagrosa. Permaneció en la Casa Provincial, entre enfermo y convaleciente, más de dos meses.

A media mañana del día 9 de abril de este año, sin duda para hacer tiempo hasta la hora de la comida, salió a pasearse a la huerta rezando el rosario. Cuando se sintió cansado fue a sentarse en uno de los bancos que había a ambos lados de los pasillos. El banco era de madera, pero las patas eran de hierro y casi redondas; Además, estaba colocado sobre tierra húmeda y movediza. Al sentarse, las patas traseras del banco se hundieron en la tierra y él quedó con la espalda apoyada en el respaldo del mismo banco y las piernas en alto, sin poder moverse ni levantarse. Sea que él gritó pidiendo auxilio, o que el Hermano que estaba a alguna distancia cavando en la huerta se dio cuenta, el caso es que dicho Hermano acudió presuroso, levantó el banco y el Padre pudo incorporarse. No pasó nada, sólo fue un susto; pero cualquiera diría que era una especie de presagio de lo que iba a ocurrir después.

Al cabo de un rato de descanso, el P. Sierra volvió a pasear rezando el rosario, y cuando lo terminó debió fijarse en los edificios que estaban levantando alrededor de nuestra huerta. El más próximo estaba en el rincón donde todavía se conserva la carpintería. Esta, por la parte que daba a la calle del General Sanjurjo, estaba completamente descubierta; sólo tres o cuatro postes de madera sostenían el cobertizo protector de la misma carpintería. Los postes estaban solamente apoyados en el piso, pero sin clavar, y a pocos centímetros hacia afuera empezaba la pared del sótano o cimientos del edificio contiguo. Estos cimientos tendrían de profundidad unos cinco metros aproximadamente, y tres metros más arriba había un tablón grueso y resistente que debió servir de andamio para los obreros. El P. Sierra, movido sin duda por la curiosidad, quiso ver cómo andaban las obras de al lado. Entró en la carpintería, se inclinó un poco para ver el fondo de los cimientos, al mismo tiempo que se apoyaba en uno de los postes, sin reparar en que estaba suelto. El poste cedió hacia el precipicio y detrás fue el cuerpo del P. Sierra, dándose el primer golpe en el tablón que había atravesado, quedándole un brazo casi desgajado y cayendo después de cabeza al fondo de la zanja. El conocimiento debió perderlo en el acto, pero el corazón siguió latiendo, por lo menos hasta la entrada del Sanatorio de la Milagrosa.

Cuando esto ocurría no había nadie en la huerta; hasta el Hermano, que estuvo antes cavando, se había marchado; pero al caerse el poste el cobertizo de la carpintería experimentó una sacudida, o tal vez se desplomó en parte, y algunos de los obreros que estaban en los andamios próximos se dieron cuenta del accidente. Tocaron la bocina o instrumento que ellos usan para interrumpir el trabajo o para casos de accidente, y varios bajaron a recoger al Padre. Intentaron subirlo por la parte de la huerta, pero dada la altura y lo difícil del terreno, prefirieron llevarlo a la calle del General Sanjurjo, de allí a Modesto Lafuente, para entrar en el Sanatorio de la Milagrosa. Allí nos lo entregaron aquellos buenos obreros, pero sin vida.

II.- ACTIVIDADES INTELECTUALES

A) Trabajos de antropología y prehistoria.

Corresponden a su época de Limpias. Sin duda que su gran aportación es la ya indicada de «Les cavernes de la Region Cantabrique« editada en Mónaco el año 1911.

B) Trabajos de orden jurídico y ascético.

Tienen por objeto casi exclusivo las dos Congregaciones en cuyo gobierno participó casi constantemente, ya que fue, en toda esta segunda parte de su vida, Consejero Provincial de nuestra Congregación y durante varios años Subdirector de las Hijas de la Caridad.

– Historia acerca del establecimiento de las primeras Hijas de la Caridad en Barbastro. Una serie de documentos desconocidos hasta que él se lanzó a su búsqueda y que hoy figuran en nuestro Archivo. Esta obra le dio pie para emprender otra de mucha mayor envergadura, puesto que no se trata ya de la fundación de una sola casa de Hijas de la Caridad, sino del establecimiento de la Compañía en toda la nación, y que titula: «Datos sobre el establecimiento de las Hijas de la Caridad en España».

– También escribió un largo y profundo estudio sobre la situación canónica de las Hijas de Caridad, que no se ha publicado.

Memoria de las Escuelas del Dulce Nombre de Jesús (Madrid). En Anales Madrid, 1927, pp. 17 y ss

– Una Carta Magna de la Congregación de la Misión. En Anales Madrid, 1941, pp. 260 y ss.

– Nos queda así mismo un librito manual de 304 páginas, publicado por la Editorial «La Milagrosa», que titula: «Las Hijas de la Caridad, llamadas comúnmente Hermanas de la Caridad. Lo que son y deben ser y lo que serán«. Textos originales de su fundador San Vicente de Paúl. Madrid, La Milagrosa, 1940.

Es una obra dividida en XXI capítulos, en la que se historia a grandes rasgos el origen, principios y desarrollo de la Congregación de las Hermanas de la Caridad, se fijan normas de vida, sobre todo en lo que se relaciona con el espíritu, se intercalan consideraciones o meditaciones muy oportunamente traídas, y que tienden a prestar ánimo y consuelo y, finalmente, se exponen ejemplos que imitar y vidas que admirar.

– En su entusiasmo y devoción por San Vicente, se adentra en el estudio de sus obras y nos deja otro librito con el nombre de «Textos de San Vicente sobre la perfección cristiana«. (Archivo.)

– «Guía de las instituciones de Madrid». Madrid, Mas, 1945.

Historia de la Congregación de la Misión en España. En Anales Madrid, 1893, pp. 372ss y 132ss. Únicamente se desarrollan dos capítulos que vienen sin firmar. El P. Paradela (página 9) afirma que son del P. Sierra.

Materiales o datos para el estudio del establecimiento de las Hijas de la Caridad en España. En Anales Madrid, 1927, pp. 457 y ss

– Lista de las Asociaciones de Caridad en España, según el orden de su fundación. En Anales Madrid, 1945, pp. 279 y ss

III.- ANÁLISIS DE UN TEXTO:

«UNA CARTA MAGNA DE LA CONGREGACION DE LA MISION»

(publicada en Anales Madrid, 1941, pp. 260-276 y 313-332 y 341-360)

ÍNDICE

Introducción.

Texto de las cinco Máximas Fundamentales.

I.- Texto de la Carta Magna de San Vicente.

II.- Texto de la Bula de erección de la Congregación de la Misión

III.- Antecedentes de estas Máximas:

A) Las Máximas en el Contrato de Fundación de la Congregación de la Misión.

B) Oposición y negativa en Roma a la aprobación de la Congregación de la Misión.

C) Oposición de los Párrocos de París.

Explicación de las Cinco Máximas, según las Resoluciones de losromanos Pontífices y las enseñanzas de San Vicente de Paúl.

I.- Primera Máxima: Sumisión a los Obispos.

II.- Segunda Máxima: Sumisión a los Párrocos.

III.- Tercera Máxima: Gratuidad de nuestras Misiones.

IV.- Cuarta Máxima: El culto público en las ciudades.

– Misiones.

– Otros ministerios.

V.- Quinta Máxima. Libertad de los Superiores en la dirección del Instituto.

Aparte de sus trabajos de campo en el terreno de la Arqueología, esta «obrita» recoge el talante científico, sacerdotal y misionero del P. Sierra. Con palabras sencillas pero muy pensadas desgrana los cinco puntos que, a su entender, configuran la Congregación de la Misión. A cada uno de estos puntos los denomina «máximas».

La obra tiene, además de una Introducción, dos partes claramente diferenciadas. En la primera se muestran los textos  y sus contextos para comentar, ya en la segunda, cada una de ellas con bastante detalle.

En la Introducción justifica la necesidad de establecer normas siempre que se constituya un grupo de personas. En este sentido actúan las normas de la Iglesia las Congregaciones Religiosas. Y es esto, precisamente, lo que pretende mostrar en el trabajo: los fines de la Congregación y las Normas fundamentales dadas por su Fundador.

En la PARTE PRIMERA trata del texto de las  cinco máximas fundamentales. Encuentra el P. Sierra estas máximas en tres lugares concretos: la carta de San Vicente de Paúl al P. du Coudray de 1631; la Bula de erección de la Congregación de la Misión y el Contrato de Fundación de la Compañía (en este sentido aporta como muy importante la oposición y negativa de Roma a las peticiones del mismo San Vicente y la oposición de los Párrocos de París al reconocimiento de la Congregación.

En estos textos ya se señalan cuáles son estos principios, bases o máximas programáticas,  a saber: sumisión a los obispos en cuya diócesis está la Congregación establecida; sumisión a los Párrocos durante el tiempo de Misión; gratuidad de las Misiones; ausencia del ejercicio de sus trabajos en ciudades episcopales, y, en quinto lugar, dependencia de los Superiores en la dirección de la Institución.

En la PARTE SEGUNDA analiza y explica con gran profusión de datos y citas (cual si investigará restos arqueológicos en un yacimiento prehistórico) cada una de las máximas, siguiendo los siguientes pasos:

Máxima Primera: sumisión a los Obispos. Texto de la máxima, razón de esta máxima, dos modos de trabajar en la diócesis, obligación canónica de sujetarnos a los Obispos, en qué cosas, nuestros ministerios exteriores, las cosas a que éstos se refieren, nuestra comunicación de privilegios, inspección y visita episcopal de nuestros ministerios exteriores, informaciones espontáneas ante los Obispos, los Obispos pueden confiar los ministerios a la Congregación, la Congregación puede confiar a los Obispos el personal para los Ministerios, Misioneros diocesanos, derechos de los Obispos para emplearnos en los Ministerios nuestros.

Máxima Segunda: sumisión a los Párrocos. Texto de la máxima, significado de Parroquia, motivos de esta máxima, mandatos de la Bula Salvatoris nostri y de San Vicente, derechos de los Párrocos en toda su Parroquia, coordinación de los trabajos dentro de cada Parroquia, antagonismo entre el clero parroquial y los religiosos: sus causas y remedios.

Máxima Tercera: gratuidad de nuestras misiones. Texto de la máxima, dos clases de Misiones, primera clase, segunda clase, gratuidad absoluta, gastos de viaje, limosnas, obsequios después de haber vuelto de la Misión, gratitud relativa, dificultad de guardar hoy la absoluta, se puede recibir lo que den los que no sean de los pueblos que se han de misionar y, aunque lo sean, si no es del pobre pueblo, lo que dan los Obispos, los Párrocos, las Asociaciones piadosas, las personas de prestigio, lo esencial de la gratuidad en las Misiones, en los otros ministerios públicos.

Máxima Cuarta: el Culto público en las ciudades. Texto de la máxima, texto de la Bula Salvatoris Nostri, razón objetiva de las Máxima, mal estado del clero francés en tiempo de San Vicente y su reforma, razón eventual de la máxima. Relativo a las Misiones: prohibición de misionar en las ciudades, autorización para lo mismo, trabajos en Roma para aclarar la cuestión, máxima definitiva: no misionar en las ciudades episcopales, se permite en las no episcopales y en las episcopales pequeñas y donde lo exijan los Obispos, misiones en los suburbios donde están los pobres más abandonados, los pobres son nuestra heredad: atenderlos donde estén, hoy los de los suburbios son los más necesitados. En otros Ministerios: prohibición, insiste San Vicente en ello, su prohibición en las Reglas Comunes, aplicación exacta de la Regla: en las parroquias, en las ciudades no episcopales y en las pequeñas, regreso de las misiones, auxiliar de los párrocos, hacer todo el bien posible al prójimo, socorros en el orden temporal, gran variedad de obras de San Vicente.

Máxima Quinta: Libertad de los Superiores en la dirección del Instituto. Texto de la máxima, falta de precisión hasta la resolución definitiva, San Vicente defiende nuestra exención, libertad análoga a la nuestra concedida a Congregaciones no exentas, libertad análoga que sirve al clero secular diocesano, diferencia esencial entre el clero secular diocesano y el no diocesano (nosotros), no tenemos la exención de los regulares, pero sí la odiosidad consiguiente, situación y actitud que nos marcó San Vicente.

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