MISIONES DE LOS LAZARISTAS (PAÚLES)
Después de un siglo de semejante legislación, es fácil formarse una idea bien lamentable de los católicos de Escocia. Había, pues, allí un ancho campo de trabajo para los Misioneros. La parte que en él cupo a los Reverendos Padres Jesuitas es muy digna de memoria, pues muchos alcanzaron la corona del martirio. Los Anales de otras Órdenes religiosas han hablado sin duda de los trabajos de sus hijos. Por nuestra parte nos interesaremos en lo que pertenece a los Sacerdotes de la Misión. San Vicente de Paúl, «cuya mano, según la expresión del himno de su fiesta, era sobre la tierra como la Providencia divina», y cuyos hijos han obrado en Irlanda tantas maravillas en casos semejantes, tenía también la vista vuelta hacia la desgraciada Escocia. Desearía poder añadir lo que falta a su biografía, y procuraré hacerlo mediante las noticias escritas con diligencia por el Sr. Mac Namara, Sacerdote de la Misión, perteneciente al Colegio de los Irlandeses, en París.
Entre los individuos pertenecientes a la Comunidad de París había algunos Sacerdotes irlandeses y escoceses hacia mediados del siglo XVII; hablaban la lengua celta y sus dialectos. Así, pues, fue posible elegir Misioneros de entre ellos.
Primeramente fueron enviados dos, que serían seguidos luego de otros, si las relaciones de los primeros eran favorables. Era esta una Misión llena de dificultades y de peligros, menos trabajosa, sin embargo, que la de Irlanda, que coronaron resultados extraordinarios; menos penosa que la de Madagascar, que fue muy fecunda, a costa, es cierto, de muchas vidas preciosas de Misioneros. Estos tenían ante sí el mismo campo, tenían, por decirlo así, su vida en sus manos, y parece que podemos asegurar que se hallaban animados por la esperanza del martirio. Los nombres de los Misioneros que emprendieron el viaje, no por la vía ordinaria, sino por Holanda, son: Sres. Germán Duguín y Francisco White. Esto les dio buen resultado, no menos que la estratagema de que se sirvieron, disfrazándose de mercaderes para despistar a los herejes, que tenían como una de las mejores presas descubrir a un Sacerdote. Apenas pusieron pie en Escocia notaron dos hechos, el uno favorable y el otro en apariencia adverso. El primero fue haberse encontrado con un noble católico, habitante del país, llamado Giengarry. Los tomó bajo su protección y continuó siempre prestándoles señalados favores. El otro fue haber sido descubiertos por un Sacerdote apóstata y que publicó por todas partes su presencia é intenciones. Mas intervino la Providencia causando una enfermedad grave al delator, con dolores excesivos por todo el cuerpo, quedando privado casi por completo de la vista y del oído. En este estado reconoció la mano de Dios, lloró su apostasía y prometió repararla. Habiendo recobrado la salud con tanta rapidez como había contraído la enfermedad, hizo las diligencias para conseguir la absolución y reconciliarse con la Iglesia. No pudo, sin embargo, reparar todo el mal causado con su anterior conducta.
Era imposible, pues, dar misiones en las ciudades y pueblos del Sur, y así los Misioneros dirigieron su atención hacia las montañas y las numerosas Islas del Norte y de Oeste. Creyeron conveniente separarse, privándose así del mutuo socorro, lo que ciertamente no habrían hecho en otras circunstancias. El Sr. Duguín escogió las islas Hébridas o del Oeste, que eran numerosas, y el Sr. White escogió el Mainland o (Highlands).
Empecemos siguiendo al primero. Ved en el mapa esas islas del Oeste, que no están separadas de la costa sino hacia el Norte; unas solitarias y otras reunidas, constituyen el teatro de acción de nuestro Misionero durante más de seis años. Su equipaje lo constituían una pequeña barquilla con su remero, y un sirviente para preparar la mesa y cuidar de los ornamentos y otros objetos. Sabemos que abunda mucho el pescado en los mares del Norte, por lo que podemos suponer que en la barquilla también habría una red; y, hablando en el sentido del Evangelio, la red del Misionero fue lanzada con frecuencia y cogió con abundancia hombres. Una de sus primeras y más importantes conquistas fue la verificada en la persona del Sr. Clanronald, rico propietario de la isla de Wist. Siguieron su ejemplo buen número de sus vasallos con todas sus familias.
Después de haber trabajado allí algún tiempo, pasó a las islas de Egga y de Canna. Pero escuchemos las palabras del mismo Sacerdote en la carta mucho tiempo antes esperada y recibida con mucho contento por San Vicente. Decía: «Dios se ha dignado convertir en este país de ocho a novecientas personas; estaban tan ignorantes de cuanto concernía a nuestra Religión, que apenas había quince que supieran alguno de los misterios de ella. Espero que lo restante de la población dará gloria a Dios a su tiempo. Hay de treinta a cuarenta personas que cuentan setenta, ochenta, y aun cien años, los cuales todavía no habían sido bautizados, a los que he instruído y bautizado.
Murieron poco después, y, sin duda, ruegan a Dios por quien les ha procurado tanto bien. Gran parte de los habitantes vivían en concubinato, lo cual, gracias a Dios, hemos conseguido remediar, casando a cuantos han que-querido y separando a los que esto han preferido. Nada hemos querido recibir de este pobre pueblo por los servicios a él prestados.»
A continuación, siguen algunas particularidades referentes a los dos sirvientes que le acompañaban, de los que uno hacía de catequista, y también del escaso alimento con que se sustentaban. «Ordinariamente no comemos más que una vez cada día, consistiendo nuestra comida en pan, ordinariamente de cebada o avena, queso o manteca salada….. Algunas veces pasamos días enteros sin comer, como cuando atravesamos las montañas y países despoblados». Suplica que se envíen operarios a aquella viña: «que sepan hablar la lengua, dice él, y más todavía, padecer hambre, sed y dormir sobre la desnuda tierra.»
En una segunda carta el Sr. Duguín refirió a su Superior cuántas bendiciones había derramado Dios sobre sus trabajos practicados en bien de los insulares. En la isla de Wist sola «hay cerca de mil o mil doscientas almas vueltas al redil de la Iglesia»; habla de cinco islas, cuya población asciende a seis o siete mil almas, todas, o convertidas,
por lo menos resueltas a instruirse. En otra isla, llamada Barra, «encontró un pueblo tan piadoso y tan deseoso de ser instruído, que quedó admirado». Bastaba enseñar a un niño el Pater el Ave y Credo para que todos, pequeños y grandes, lo supieran a los cuatro días. Recibió en el seno de la Iglesia casi todos los miembros de la familia que era señora de la isla. También recibió el hijo de un Ministro, cuya conversión debía considerarse como suceso muy importante, por el ejemplo que con ella se dió.
Podía, pues, decir con razón que la mies estaba ya madura, que el trabajo era su comida y su bebida, mucho más que el alimento que perece y que todas las comodidades y regalos de la tierra.
Podemos, tal vez, encontrar el secreto de estos grandes sucesos. A su humildad, celo y confianza en Dios podemos añadir estas razones: La, el pueblo a quien evangelizaba el Sr. Duguin, era pobre, muy pobre, y Dios se complace en derramar sobre éstos sus mayores gracias; 2.a, este pueblo volvía de la herejía, algunos ministros continuaban trabajando entre ellos, pero con poca energía; llevaban vida muy poco austera, y así el pueblo se veía precisado a volver a sus antiguas tradiciones católicas; 3.», en fin, una circunstancia favoreció al Misionero —hablo fundado en su autoridad, y se ve en ello la mano de Dios—. Se hicieron públicas las malas disposiciones con que se presentaron cinco personas a la Santa Mesa. Habiendo sacado la lengua para recibir la Hostia consagrada, no pudieron introducirla hasta que se les quitó la Hostia de encima. Habiendo reconocido su sacrilegio, se confesaron, y luego volvieron y pudieron comulgar bien. Fue esto una prueba bien patente de que los misioneros eran enviados de Dios y de que no debía echarse el pan a los perros. El mismo Misionero añade que sucedieron muchas cosas admirables por virtud del agua bendita, y que algunos que antes del Bautismo habían padecido de fantasmas y malos espíritus, quedaron libres de esto después de recibir este Sacramento.
Animado con tan buenos resultados y confiando en la protección de Dios, que tantas veces había probado, se animó para otros trabajos y conquistas. Escribiendo a un Hermano de Congregación, decía el Sr. Duguín: «Me preparo a partir para Pabba (una de las islas más difíciles); es un lugar extraño y terrible; mas la esperanza de volver al redil numerosas ovejas descarriadas y nuestra confianza en el Señor, nos hace despreciar los peligros y aun la muerte misma. Por lo demás, como estos insulares no están infestados por la herejía, se puede esperar que, cuando estén instruidos en las verdades de la Religión, podrán, con la gracia de Dios, mantenerse en ella y perseverar. Así que marchamos allá protegidos por la gracia de Dios». Con este motivo hace notar el Sr. Mac Namara, a quien seguimos, que «este proyecto, aunque en pequeño, era para nuestro Misionero lo que la conquista de la China para el Apóstol de las Indias». Pero Dios tenía resuelta otra cosa. Cuando estaba ya obtenido el permiso y todo preparado para partir dentro de cinco días, cayó enfermo. La comida mala é insuficiente, sus viajes continuos, unido todo a los trabajos de su ministerio, le habían consumido por completo, y así partió a recibir la recompensa en el Cielo de todos sus trabajos. El 17 de Mayo de 16;7, estando a vista de Pabba, murió, siendo enterrado en la Isla de Wist. Cuánto sintiese San Vicente esta noticia, y cómo los insulares lo llorasen como si hubieran perdido a su padre, lo sabemos por las palabras que el mismo Santo dijo en esta ocasión.
En este mismo tiempo el Sr. White seguía sus trabajos en el Mainland y en las Islas del Norte llamadas Oreadas. En esta Misión, aunque no eran tan grandes las privaciones, eran más frecuentes los peligros por causa de los herejes. El Misionero visitaba las ciudades y los pueblos, instruyendo, confirmando en la Fe a los pobres, confesando y recibiendo a los herejes en la Iglesia en gran número. Su Misión fue bendecida de una manera muy particular por Dios, y puede creerse que algunas veces con milagros. He aquí un ejemplo que leemos en las Conferencias de San Vicente.
Una de las veces que habló a su Comunidad, lo contó, aunque de paso y con discreción, pues no podía creer que algún miembro de su Comunidad pudiera ser instrumento de hechos milagrosos. El tiempo no era favorable para la pesca, de la que viven únicamente en aquellas regiones. Entonces el pueblo, movido por su gran confianza en el Sr. Withe, le suplicó que derramara un poco de agua bendita sobre el mar, acompañando sus oraciones, para librarse de aquella calamidad. Hízolo el Misionero, y el Cielo premió esta confianza de todos. Siguióse la calma, y hubo abundante pesca.
Impresionó mucho este hecho a todo aquel pueblo, tanto a los católicos como a los herejes, y muchos de éstos se convirtieron.
Alarmáronse con esto los ministros, y tomaron resoluciones enérgicas contra los católicos, En este tiempo justamente estaba ya el Protector Cromwell al frente del Gobierno de Inglaterra, Escocia é Irlanda, y ordenó la rigurosa renovación del edicto en que se mandaba buscar a los «Sacerdotes papistas», para juzgarlos y condenarlos a muerte. Enviaron un agente para que hiciese pesquisas en todas las residencias de la comarca; sobre todo se registró el palacio del Marqués de Hunley (Gordon), donde fueron encontrados tres Sacerdotes, el uno Jesuita, otro secular y el Sr. Withe; fueron, pues, arrestados y conducidos a Aberdeen para ser juzgados.
Fijémonos, sobre todo, en el Sacerdote de la Misión; fue puesto en prisión, y esta noticia llegó a San Vicente. La condenación era segura después del edicto. Escribióle el Santo fundador, y dió una Conferencia a su Comunidad sobre este mismo asunto. En ella observamos, entre otras muchas pruebas que nos ha dejado, una señal de su admirable natural, como también de su gran virtud. Suspenso estaba el Santo entre desear que su hijo recobrara la libertad y volviera a disfrutar de la presencia de la Comunidad, 6 bien que participase de la corona del martirio que tanto deseaba. He aquí sus sentimientos, o mejor dicho, un sentimiento santificado por otro. Los Santos no destruyen sus sentimientos naturales, sino que los dirigen a un fin mucho más noble. Pero el Sr. Withe sólo debía ser mártir en el deseo, pues para condenarlo a muerte era absolutamente necesario probarle haber ejercido alguna vez su sagrado ministerio.
Presentóse contra él un falso testimonio, cuya aserción no pudo ser sostenida, y se volvió la libertad al prisionero después de cinco o seis meses, amenazándole con esta severa sentencia: «que si otra vez se le encontraba predicando, enseñando o bautizando, sería condenado a muerte sin otra forma de juicio».
Mientras estuvo preso, continuase en el trabajo de la Misión por otros operarios enviados a la viña del Señor por San Vicente, ejercitando su misión, que fue fecunda, no menos en frutos que en peligros. No parece que hubieran hecho los votos usados en la Congregación (hay sobre esto diversidad de opiniones). Solamente conservo el nombre de uno de estos Misioneros, Sr. Lumsden, escocés, que trabajaba bajo la dirección de San Vicente, con quien conservaba correspondencia.
«Hay — decía este Sacerdote — una mies abundante y que ya blanquea, dispuesta para la siega. Las gentes de alguna posición de las tierras bajas quieren ser instruidas de los Misioneros, y probablemente por lo menos abjurar sus -errores; cada día nos llegan nuevas de algún aumento en la Iglesia, mientras que los católicos acuden para confirmarse mas en su fe.»
Pero ¡ab! el edicto de Cromwell era terrible. Los Misioneros tuvieron que ocultarse y ejercitar sus principales funciones durante la noche,
Mas ¿qué sucedió al Sr. White después de puesto en libertad? ¿Creyó que debía someterse a la prohibición que se le había hecho y retirarse de sus ministerios, por temor a las amenazas de una muerte inminente? No lo creo. Como los primeros Apóstoles, se dijo, si no con las palabras ciertamente con las obras, que es necesario’ obedecer primero a Dios que a los hombres enemigos de Dios.
Siguiendo el aviso dado a los primeros Apóstoles de encaminarse a otro punto cuando el en que se hallaban no estaba dispuesto a recibir su palabra, encaminose a otros pueblos y trabajó en las montañas corno lo había hecho antes.
Después de ocho años poco más o menos se fue a París, para dar cuenta a sus Superiores; probablemente le faltaban también recursos. Lo sabemos por una carta del doctor Kyle, Vicario Apostólico del Norte de Escocia (1860), que a petición del Sr. Kavanagh, C. M., primer Superior de nuestra casa de Lana.k, hizo laboriosas investigaciones acerca de los documentos y tradiciones relativas a la Misión. Dice que, después de una ausencia de dos años, el señor White volvió en 1662; retiróse segunda vez en 1665, durante un período como de tres años.
Vuelto en 1663, continuó en sus laboriosas funciones hasta su muerte, acaecida en 1679. Estuvo un mes en las tierras bajas por causa de su falta de salud. «No he podido jamás saber — escribe al Sr. Barcley, Prefecto del Colegio escocés de Paris — en qué tiempo y el qué parte de las tierras altas murió el señor White, ni dónde fue enterrado»
Y continúa Mutis. Kyle: «Estoy en alguna manera convencido que sólo los dos Misioneros nombrados (Sres. Doguín y White) fueron los únicos miembros de la Congregación de la Misión enviados a trabajar en Escocia antes que usted viniese aquí. Les acompañaba un Misionero escocés que tenía correspondencia con el Sr. Vicente y se llamaba Tomás Lumsden, y pienso que el mismo Sr. Vicente fue quien le animó para venir a Escocia, permaneciendo en ella por lo menos algún tiempo; pero estoy cierto que jamás estuvo afiliado a la Congregación. Siguió sus estudios en el Colegio escocés de Roma, donde pronunció los juramentos o votos en práctica entre los sometidos a la Propaganda; fue Prefecto del Colegio escocés de París, donde tal vez murió.
He aquí la única respuesta que puedo dar a vuestras cuestiones. Los trabajos y obras de estos admirables Apóstoles, lo mismo que su celo y fervor con que aseguraron la estabilidad de los frutos obtenidos, están en cierta manera escritos en su misma vida. Con todo, es lástima que el tiempo que siguió a la persecución haya hecho perder las noticias particulares de sus trabajos. Hasta el presente, los recuerdos han conservado, aunque imperfectamente, los resultados de sus esfuerzos (1860). En estos distritos é islas, cuyos nombres se encuentran en la Vida de San Vicente, en estas regiones que los Misioneros hallaron poco menos que paganas, la masa del pueblo, conducido por ellos al conocimiento de la fe, conserva todavía la fe, y la religión, a despecho de las persecuciones y seducciones. ¡Ojalá que por las oraciones de San Vicente, cuyos efectos no pueden menos de reconocerse aquí, a no estar ciegos, obtengan otra bendición igual para los trabajos de sus Hijos que existen hoy.
Que estos dos excelentes Misioneros fuesen irlandeses, es muy cierto; mas ¿de qué parte eran naturales y dónde fueron educados? es un punto que Mons. Kyle no ha podido aclarar, no obstante sus investigaciones, tan desinteresadas para con nosotros.
En 1677 se hizo una petición de Misioneros para operarios de la misma Misión de Escocia; pero el Superior General de la Congregación, que lo era entonces el señor Jolly, respondió que, aunque muy deseoso de acceder a esta petición no podía hacerlo, «por no tener en esta ocasión hombres dispuestos para semejante Misión ni que supiesen la lengua celta.»
Era esta ciertamente una Misión del todo apostólica: apostólica en sus dificultades y peligros; apostólica por los frutos abundante que produciría; y apostólica por la duración de sus efectos. No hablamos más que de la Misión en las islas y en las tierras altas, pues en las tierras bajas era menos durable, siendo la población más numerosa. Las dificultades eran demasiado grandes comparadas con sus fuerzas; las doctrinas de Knox y Calvino habían pervertido el espíritu del pueblo durante algunas generaciones, y se continuaba persiguiendo a los convertidos. Una particularidad de esta persecución puede dar a conocer cuán funesta tuvo que ser, a saber: Por una inspiración diabólica se atacó la fuente misma del Catolicismo en esta tierra, arrancando los hijos de las manos de sus padres. Las familias católicas debían sostener a los ministros y catequistas protestantes a sus expensas, teniendo que soportar los padres que sus hijos fuesen educados por maestros calvinistas en su misma casa y a su vista. Algunas de estas exacciones se sostuvieron hasta el siglo último, y así la Iglesia estuvo a punto de desaparecer de las tierras bajas.
Pero mientras decimos esto para excusar al clero y pueblo católico, no podemos menos de sentir el poco vigor que en ambos se manifestaba. No tenían más que mirar por un estrecho a Irlanda, donde se pasaba por la pérdida de las casas, tierras y posesiones, antes que abandonar la fe. Lástima, ¡pobre Escocia! Más de doscientos años han pasado desde que con las predicaciones de Knox, hechas desde la Cátedra de San Andrés, se movían los hombres y mujeres a destruir los emblemas del Cristianismo y destruir las iglesias; y sus descendientes permanecen todavía sumergidos en la herejía de sus padres. El movimiento mismo de Oxford, que tantas almas ha devuelto a la Iglesia en Inglaterra, no les ha hecho cambiar en nada. Eran ciertamente ricos, y consideraban sus riquezas como un beneficio y prueba de la verdad de su Iglesia; pero están muy lejos de ser felices. Notábase bien esto en el aspecto de muchos de ellos, sobre todo cuando se encontraban al lado de los católicos pobres, que nada poseían, pero estaban bien contentos con su suerte.
Muchas familias distinguidas y educadas con esmero se habían vuelto a fines del pasado siglo a la Iglesia, pero en Kirk no ha habido más de dos o tres familias, excepto los convertidos con ocasión del matrimonio, conversiones que el Misionero aprecia bien poco, y más desearía no contar a esta gente entre los suyos. Son conversiones dudosas. ¿Cuál es la situación del Catolicismo al presente en las tierras altas? La respuesta se encontrará en lo que vamos a decir.
ANALES 1907