EL PASADO Y EL PRESENTE.
La primera Misión que se lee en la historia, dada en el país que es la actual Escocia, fue la de San Ninián, el cual fué, según se dice, hijo de un jefe de los bretones. Se educó en la Escuela de San Martín, en Tours, y luego en Roma, de donde fue enviado convenientemente delegado para tan grande y peligrosa Misión. Llegó al principio del quinto siglo, y eligió para centro de su Misión un sitio llamado Withern, aunque no era centro geográfico, situado en un promontorio que se halla al Sudeste. Entonces empezaron sus trabajos, que no se terminaron sino con la vida, en 412. No fue el menor de sus resultados la conversión del país septentrional hasta los montes de Grampian. Los convertidos fueron llamados Piets, por la costumbre que tenían de pintarse el cuerpo mientras fueron salvajes. Se muestran todavía en Withern vestigios de sus trabajos apostólicos; su casa o Monasterio se conoce todavía con el nombre de Cándida casa o Casa blanca, llamada así por el color de la piedra del país.
LA SEGUNDA MISIÓN.
En cuanto a lo demás del país, tan digno de conocerse por la belleza de sus panoramas, montañas, lagos y numerosas islas al Norte y al Sur, todavía no les había llegado el mensaje de la Redención y eran idólatras todos los habitantes. Después de la muerte de San Ninián, aún debía pasarse siglo y medio antes de que les llegara el día de su salud, hallándonos así a fines del siglo sexto. Llegó, pues, el tiempo y el hombre necesario. Este hombre elegido por Dios fue un santo, el gran San Columba o Columkile, que significa «paloma de la Iglesia». Llamábasele así por sus frecuentes visitas a la iglesia. Se había portado ya como un santo en Irlanda, su país natal; pero he aquí que se abrió a su celo un vasto campo, la Escocia, idólatra en gran parte y desprovista de todo socorro espiritual. Por más que amase casi con pasión su país natal, y que muchos de sus parientes eran príncipes del país, se halló pronto para romper estos lazos, a fin de corresponder al llamamiento de Dios. Debemos omitir, como indigna de fe histórica, la relación de su Misión, según la cual fue enviado en penitencia por haber cooperado a una guerra Montalembert, en su obra sobre los Anales de Occidente, trae esta historia, a causa del interés que inspira; pero, conviniendo con el Dr. Lanigan’s, no tenemos necesidad de hechos fabulosos para explicar un viaje fecundo en peligros, emprendido por un santo; el celo ardiente de Columba lo explica todo.
Acompañado de doce monjes se embarcó en un buque, y conducidos providencialmente llegaron sin accidente a una isla, llamada después Iona, y también Isla Santa. fue luego convertida en centro de sus trabajos apostólicos, y levantó en ella un Monasterio y una Capilla, dando principio de vida a su Comunidad, que no dudamos fuese manantial de celestiales bendiciones para su Misión. Pasáronse como dos años en este trabajo y en otras ocupaciones preliminares. Provistos de espirituales armas el Santo y sus compañeros, avanzaron in nomine Domini. Bruda, poderoso jefe de los Piest del Norte, se opuso al principio a la Misión, pero se convirtió al Cristianismo por un prodigio y fue bautizado por Columba. Las Islas Oreadas y Hébridas fueron visitadas y convertidas, lo mismo que el país más importante, pero todo se llevó a cabo venciendo una ruda oposición de parte de los druidas. Aunque se necesitaban milagros, los hubo abundantes; he aquí un ejemplo: Murióse un niño de una familia recientemente convertida, y el druida aseguraba que había sucedido esto por la conversión, valiéndose de este argumento contra el Santo. Pero este triunfo aparente del druida no duró mucho tiempo, pues, por la oración del Santo, el niño fue vuelto a la vida.
No se limitó la misión del Santo a la región del Norte. Él, lo mismo que los demás miembros de su Comunidad, se dirigieron hacia el Sur, hasta tocar las fronteras de Inglaterra, siendo preciso empezar de nuevo los trabajos de San Ninian en algunos sitios. En el Argilshire y los territorios comarcanos se necesitaba algo más que una visita pasajera, y el trabajo fue recompensado con abundancia. Durante el último siglo descendieron repetidas veces los Escoceses (Irlandeses) a estas partes de la Caledonia, y aunque lentamente consiguieron fundar una colonia de sus compatriotas, cuyo número aumentó todavía más, como iremos viendo; algunos siglos después les pertenecía el país por completo.
Estos aventureros no penetraron en el país con la mira de convertirle, sino más bien de conquistarlo. Ignoramos si extendieron la fe y qué progresos lograron. Puede presumirse que se aprovecharon de la estancia de los Misioneros en la isla lona con ellos.
Llegó tiempo en que toda la región, o por lo menos la mayor parte, estaba convertida, y Columba no tenía que hacer sino consolidar la obra. Cumplió este cargo con facilidad y fue constituido Jefe de la Iglesia de Escocia, y también lo fueron sus sucesores durante doscientos años.
Como medios muy principales para consolidar su obra y completar la conversión del país, fundó monasterios, y los organizó, no sólo en Escocia, sino también en Irlanda. Visitó estos últimos en el corto intervalo que le dejó libre una visita a Irlanda, y a la vuelta retiróse a su amada isla de lona. Allí puso fin a las misiones que tan rudo y perseverante trabajo le habían exigido, acompañado de milagros, durante treinta y cuatro años. Subiendo a una elevada colina, situada cerca del Monasterio, bendijo a éste y a toda la comarca, y el día siguiente murió, yendo a recibir la recompensa de sus trabajos. No es, pues, de extrañar que esta santa isla, a pesar de ser estéril y contando sólo con algunos ruinosos edificios, sea, con todo, visitada todos los años desde hace catorce centurias por los fieles fervorosos que tienen facilidad para ello.
Nos encontramos ya en la aurora del siglo VII. El gran misionero Irlandés ha muerto ya, pero sus obras viven. Sus monjes reciben los poderosos auxilios de sus oraciones, no menos que los ejemplos de austeridad y celo de mas de un santo irlandés. Esto sucedía en tiempo de San Columba y se vericará aun más en los siglos posteriores. Vióse surgir anacoretas y otros hombres que se dedicaban con celo a las Misiones y demás trabajos apostólicos.
El doctor Forbes, escocés, escritor protestante, dice sobre este asunto: «El mismo espíritu de religión que pobló los desiertos de Egipto de discípulos de San Antonio y de San Pablo, llevó a los islotes batidos por las olas, en el Océano Atlántico y en el mar del Norte, solitarios que entre el bramido de las olas y el grito de las aves de mar cantaban las alabanzas de Dios y practicaban austeridades que difícilmente reproduciría nuestro siglo, cumplían aquella expresión legendaria, Quaerebant desertum in Occeano, buscaban el desierto en el Océano. Las ruinas de estos monasterios y ermitas se ven a uno y otro lado de la serie de islas que forman las llamadas Hébridas.»
El Doctor Morán, actualmente Cardenal, nos ha dejado en su obra intitulada Los Santos irlandeses en la Gran Bretaña, una larga lista de estos Santos, los unos anacoretas, los otros misioneros, que durante seiscientos años santificaron el país con sus predicaciones y oraciones.
Desde San Comghen en el siglo VI, hasta San Malaquías en el XII, existía unión fraternal entre los dos pueblos celtas; todo cedía en beneficio de la Escocia, como lo admiten hoy día los mejores historiadores protestantes.
Las Religiosas de Irlanda fueron también representadas en esta grande obra de la Escocia. Los nombres de Santa Brígida y Santa Beeves son bien conocidos y estimados de los historiadores escoceses, a causa de las fundaciones por ellas verificadas y el resplandor de sus virtudes. Por lo menos, de los monasterios de Irlanda, tan florecientes entonces, es de donde llegaron los misioneros para hacer de la Escocia una tierra de santos, como lo era su mismo país natal.
Nos encontramos poco más o menos en el siglo IX, durante el cual las calamidades que afligieron la Europa occidental en época anterior llegaron también a Escocia, al mismo tiempo que a Inglaterra é Irlanda. Me refiero a las devastaciones de los normandos y de los bárbaros paganos. Estaban entre ellos los daneses y los escandinavos, que tenían como ideal principal la devastación y destrucción, siendo juntamente enemigos del nombre cristiano. Durante dos siglos estuvieron estas florecientes iglesias sometidas a su poder. Los ministros de la Religión asesinados mientras desempeñaban los sagrados ministerios, las iglesias y monasterios asaltados y saqueados, y los cristianos fervorosos llevados en esclavitud; todo lo cual no era más que uno de los tristes efectos de las repetidas invasiones de los bárbaros.
Mas ¡oh admirable conducta de la Providencia y Bondad de Dios! Los piratas, gente que vivía sin ley ni costumbres sanas, observaron que la virtud y constancia de los cristianos formaba extraño contraste con su propia y miserable vida, por lo cual fueron atraídos hacia la Iglesia que enseña tan admirables lecciones.
Los trabajos de la conversión empezaron por los jefes, que, vueltos a su país del Norte, procuraron misioneros para sus pueblos. Pero la Iglesia de Escocia se encontraba completamente desorganizada; las piedras del santuario yacían dispersas aquí y allá, y había mucha necesidad de reconstruirlas de nuevo.
Este trabajo fue emprendido con ardor, entre otros, por el buen Rey Malcolin II y por su esposa la Reina Santa Margarita. Empezado en el siglo XI, fue continuado por su hijo David I hasta mediados del siglo XII. En este siglo surgieron algunas querellas entre los Arzobispos, a causa de la determinación de la jurisdicción.
Esta cuestión fue llevada a Roma y arreglada; entonces siguió un largo tiempo de calma hasta fines del siglo XIII, en que empezaron las guerras con Inglaterra, las que no acabaron hasta doscientos años más tarde.
La guerra, aunque tenga feliz éxito, no es condición favorable al progreso de la Religión, y por esto en tales circunstancias Escocia necesitaba gran reforma. Los beneficios, o se vendían, o se conferían a sujetos indignos por los nobles, que también se constituían Superiores de las casas religiosas, sin que nunca cumplieran las obligaciones de su cargo, en las cuales hacían que se les reemplazase por sujetos que no eran mejores que ellos. Por esto no es extraño ver en algunos monasterios la relajación y los escándalos de que es causa, y ver a los fieles buscar el pan de la divina palabra sin encontrar quien se lo repartiese, a menos de recibirlo de manos manifiestamente indignas.
Era este ciertamente un tiempo a propósito para la propagación de la herejía; acababa ésta de levantarse precisamente entonces en Ginebra. Lo demás se encuentra en la historia, y a mí no me toca sino hablar de las Misiones de Escocia. Puedo asegurar que si Calvino no vino en persona a visitar la Escocia fue equivalentemente representado por Juan Knox.
Este, que era escocés y sacerdote, imbuido en la doctrina de Calvino, que aprendió en Ginebra, volvió a su país natal, donde predicó con todo el furor de un iconoclasta, pues lo era en verdad. Su intento, que no ocultaba, era destruir la Religión Católica. En sus discursos se le oían muchas veces las expresiones más groseras, y después de ellos se levantaban revoluciones populares, que se difundían por todas partes, como en San Andrés y Perth.
Fueron rotas las imágenes de los Santos, destruidos los altares, robados y devastados los monasterios. Knox fué, sobre todo, ayudado por la mayor parte de los señores escoceses, que deseaban con ardor el despojo de las iglesias, de las cuales sus hermanos de Inglaterra se habían aprovechado. Resultó de todo la lucha contra los católicos, en la que éstos fueron las víctimas.
El Parlamento, en ausencia de la joven Reina Maria, decretó que en adelante nadie podría ni decir Misa ni oirla, ni asistir a ella, bajo pena de confiscación de todos sus bienes y castigos corporales, según pluguiese a los magistrados. En seguida se añadió una nueva sanción a esta legislación. Castigóse con pena de muerte el crimen de decir Misa. Esto era bastante, podría decirse; no quedaba lugar a otra pena.
Hacia este tiempo, el Rey de Escocia fue nombrado también Rey de Inglaterra, con el nombre de Jacobo I; pero este cambio ningún alivio proporcionó a los católicos perseguidos.
Apenas se toleraba el episcopado protestante. Por este tiempo es cuando se introdujo el mote de papismo. Más tarde, el Reino Unido tuvo que ceder su lugar a una república, cuyo Protector era Oliverio Cromwell. Qué acaeciese a la Iglesia de Escocia en virtud de este cambio, lo sabemos por un edicto enviado por el mismo Protector a los jueces y magistrados de todo el país: «Se nos ha dicho que muchas personas, sobre todo en el Sur, se han pasado al papismo. Deseando detener este movimiento, recomendamos a los jueces que hagan inquisiciones con actividad, sobre todo entre los sacerdotes, que se les encarcele y castigue según las leyes.»