Las cinco virtudes características ayer y hoy (I)

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

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Autor: Robert Maloney · Año publicación original: 1993 · Fuente: CEME.
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29PRTEscribo este capítulo con cierta inseguridad, pues me doy cuenta de que el trabajo que emprendo en él no es, aunque muy importante, nada fácil. Para Vicente de Paúl sencillez, humildad, mansedumbre, mortificación y celo eran las virtudes características de un misio-nero. Las veía como «las cinco piedras con las que venceremos al infernal Goliat». Estas virtudes son tan centrales en el pensamiento de san Vicente que, en cualquier intento de puesta al día, los que viven la tradición vicenciana deben tratar de desentrañar su signi-ficado y las formas que deben adoptar en el mundo de hoy.
Este capítulo se divide en tres partes: 1. un estudio de las cinco virtudes características tal como las entendía san Vicente; 2. una breve descripción de los «cambios de horizonte» que han tenido lugar en la teología y la espiritualidad entre el siglo XVII y el XX; 3. un intento de describir las cinco virtudes de una manera actual.
Ofrezco esta investigación y reflexión teológica de este capítulo de manera especial a los miembros de la Congregación de la Misión y a las hijas de la caridad, pero también a los muchos otros grupos de sacerdotes, hermanas, hermanos, hombres y mujeres seglares que caminan en el espíritu de Vicente de Paúl. Espero que esto sirva de ayuda en los esfuerzos en marcha de renovación. Reconozco las limitaciones de lo que he escrito en la parte tercera del capítulo. Confío en que el diálogo completará las reflexiones que he esbozado en ella.
I. LAS CINCO VIRTUDES CARACTERÍSTICAS TAL COMO LAS ENSEÑÓ SAN VICENTE
1. Sencillez
a) Para San Vicente la sencillez consiste ante todo en decir la verdad (R. C. II 4; XI, 463).
Consiste en decir las cosas como son (I, 144), sin disimular ni ocultar nada (I, 284; V, 464). Así lo expresa en una carta a Francisco du Coudray, el 6 de noviembre de 1634: «Ya sabe que la bondad de su corazón me ha dado, gracias a Dios, la libertad de hablarle con toda confianza y sin ocultarle nada; creo que habrá podido conocer esto hasta el presente por la conducta que he guardado con usted. ¡Jesús, Dios mío! ¿Tendré que reconocer con pena que he dicho o hecho algo respecto a usted en contra de la santa sencillez? ¡Dios me guarde, padre, de obrar así con ninguna persona! Es la virtud que más aprecio y en la que pongo más atención en mi conducta, según creo; y, si me es permitido decirlo, diría que en ella he realizado algunos progresos, por la misericordia de Dios» (1, 310s).
El corazón no debe pensar una cosa mientras los labios dicen otra (IX, 92.546; XI, 453). El misionero debe evitar toda doblez, todo disimulo, astucia y frases de doble sentido (II, 340; IX, 81). «Por lo que a mí se refiere, no sé, pero me parece que Dios me ha dado un aprecio tan grande de la sencillez, que yo la llamo mi Evangelio.
Siento una espeicial devoción y consuelo al decir las cosas como son» (IX, 546).
b) La sencillez consiste también en referir las cosas a Dios solo RC II, 4), o sea, en la pureza de intención (XI, 463). En este sentido sencillez es hacer todo por amor de Dios y por ningún otro motivo XI, 465.586; II, 315). Implica el evitar el «respeto humano» (II, 340). El misionero nunca debe hacer obras buenas en un lugar para ser recomendado para un trabajo en otro lugar (II, 314).
c) La sencillez supone un estilo de vida sin superfluidades. Faltamos a la sencillez, dice san Vicente, cuando nuestras habitaciones están llenas de muebles innecesarios, cuadros, un gran número de libros, y de cosas vanas e inútiles (XI, 465). Debemos usar con gran sencillez las cosas que se nos han dado (IX, 547).
d) Para el misionero la sencillez incluye también el explicar el evangelio con comparaciones familiares (XI, 741), usando el Pequeño Método empleado en la Congregación de la Misión en aquel tiempo (RC XII, 5), por ejemplo, al predicar sobre una virtud se destacan
• los motivos para practicarla,
• su naturaleza o definición,
• los medios para practicarla (XI, 167).
e) Según la idea de san Vicente, la sencillez está íntimamente ‘mida a la humildad (I, 144),y es inseparable de la prudencia (RC II, 5) la que para él significa basar el propio juicio en las máximas evangélicas o en las ideas de Jesucristo (XI, 460s.465). Lo mismo la prudencia que la sencillez tienden al mismo fin: hablar y obrar bien (XI, 466s).
f) San Vicente da una serie de motivos para que su doble familia practique la sencillez:
• Dios se comunica a los sencillos (RC II, 4; II, 341; XI, 461.586).
• Dios mismo es sencillo (-simple); donde hay sencillez allí está Dios (XI, 740).
• A todo el mundo le gusta la gente sencilla (XI, 462).
• Los misioneros deberían amar esa virtud de manera especial (XI, 586),pues eso les ayudará para el trato con la gente sencilla.
• Es el espíritu de Jesucristo (IV, 450).
• Dios quiere que la congregación tenga esta virtud (XI, 587), sobre todo teniendo en cuenta que vive en un mundo lleno de doblez.
• La doblez no agrada nunca a Dios (IV, 451).
• Entre los sencillos se conserva la verdadera religión (XI, 462). g) San Vicente nos da también los medios para adquirir la sencillez:
• Se consigue con actos frecuentes de sencillez (XI, 470).
• Debemos declarar todo llanamente a nuestros superiores, sin ocultar lo que nos resulta embarazoso (IX, 546.700.726.766.933).
• Hemos de obedecer a la Regla para agradar a Dios, no para agradar al superior (IX, 406).
• Debemos obedecer lo mandado sin preguntar razones (IX, 545).
2. Humildad
a) Para san Vicente la humildad es reconocer que todo bien procede de Dios. Escribe a Fermín Get el 8 de marzo de 1658: «No digamos: yo he hecho ese acto bueno, pues debemos hacer todo en nombre de Nuestro Señor Jesucristo» (VII, 91). «Tenga mucho cuidado en atribuirse nada a sí mismo. Si lo hace comete latrocinio y causa injuria a Dios, que es el autor único de todo lo bueno», escribe a Santiago Pesnelle el 15 de octubre de 1658 (VII, 250).
Dios derrama sus dones abundantes sobre el humilde «que reconoce que todo lo bueno que ha hecho procede de Dios» (1, 235).
b) Humildad es reconocer nuestra bajeza y nuestras faltas (RC II, 7), a la vez que se confía plenamente en Dios (III, 256; V, 152; II, 195.280; IX, 809.351). En una carta a Carlos Nacquart del 22 de marzo de 1648 escribe hablando sobre la gracia de la vocación: «Sólo la humildad es capaz de recibir esta gracia. A eso debe seguir un total abandono de todo lo que usted es y de todo lo que puede ser, junto con una confianza suprema en su soberano Creador» (III, 256). También nuestros pecados deben ayudarnos a crecer en la humildad (XI, 277).
c) La humildad supone un voluntario vaciarse de sí mismo (V, 10; Abelly III, 217; XI, 486). Esto implica querer ser ignorado y dejado de lado (VII, 268s; IX, 752.771; XI, 411s). Exige evitar el aplauso del mundo (I, 495, IX, 546.767), tomar el último lugar (IX, 545) y amar la vida oculta (IX, 609).
d) La humildad pide que estimemos a los demás más dignos que tino mismo (V, 38, IX, 284). En este aspecto es una virtud no sólo individual sino también comunitaria. Debemos considerar a nuestra compañía como la última de todas (IX, 284.808; XI, 746.39.307.77).
e) San Vicente da muchos motivos para practicar la humildad:
• Advierte que Jesús fue humilde, y se sentía dichoso de ser considerado el último de los hombres (I, 235.527; XI, 279).
• Es la virtud característica de Jesús (XI, 279), y debe ser la virtud característica de la congregación de la Misión (XI, 745): «Concédenos que la humildad sea la virtud característica de la Misión. Oh, virtud santa, qué bella eres. Oh, pequeña compañía, qué digna de amor serás si Dios te concede esta gracia» (XI, 489). Es también la virtud característica de la hija de la caridad (IX, 1069).
• Los santos fueron también humildes: «Es la virtud de Jesuisto, la virtud de su santa Madre, la virtud de los santos más grandes, ‘talmente es la virtud de los misioneros» (XI, 745).
• A Dios le gustan los comienzos humildes (II, 236; V, 462).
• La humildad es el origen de todo el bien que podamos hacer IX, 604).
• Dios nos ha llamado a nosotros, gente baja, a hacer cosas lides (IX, 1752.807).
• Es el arma con que vencemos al diablo (I, 528s; XI, 207), pues el diablo y el orgullo son la misma cosa (IX, 632).
• No podemos perseverar sin humildad (I, 520; IX, 1070; XI, 588).
• Trae consigo todas las demás virtudes (XI, 494).
• Es el fundamento de la perfección evangélica, la clave de toda I.t vida espiritual (RC II, 7).
• Todo el mundo ama la humildad (XI, 484), aunque es más t.icil pensar en ella que practicarla (XI, 743).
• Es la fuente de la paz y de la unión (XI, 409.494).
• Si la compañía posee la humildad, será un paraíso: «¿Qué será de la compañía si vivís en la humildad? Haréis de esta pequeña compañía un paraíso, y la gente dirá que este es uno de los grupos más felices en el mundo» (IX, 1000).
• El cielo se gana con la humildad (RC II, 6).
f) San Vicente sugirió muchos medios para adquirir la humildad:
• Hemos de hacer actos de humildad cada día (IX, 609; I, 236).
• Debemos confesar nuestras faltas en público (V, 152; XI, 742) y aceptar las advertencias de otros (RC X, 13-14).
• Debemos desear que se nos llame la atención (IX, 351).
• Hemos de orar a Nuestro Señor y a la Virgen María como modelos de humildad (IX, 609; XI, 745).
• Hemos de pensar que somos lo peor del mundo (IX, 1090).
• Hay que reconocer que todos tenemos nuestras faltas; así nos costará poco excusar a los demás (IX, 999).
• Debemos predicar a Jesucristo, y no a nosotros mismos (XI, 339).
• Los superiores deben comportarse de tal manera que nadie se dé cuenta de que son superiores (XI, 238; IX, 283).
3. Mansedumbre
Lo que san Vicente enseña sobre la mansedumbre aparece claramente en una conferencia del 28 de marzo de 1659. También hay mucho material sobre la mansedumbre en cartas a Luisa de Marillac, a quien a menudo aconseja combinar la mansedumbre con la firmeza.
a) La mansedumbre es la capacidad de controlar la ira (XI, 475). Eso se puede hacer o bien reprimiéndola (XI, 475), o bien dándole cabida (XI, 476) siempre que sea controlada por el amor (XI, 477).
b) La mansedumbre es también ser acogedor, amable, afable, y tener un rostro sereno hacia los que se nos acercan (XI, 476).
c) Implica el saber sufrir las ofensas con generosidad y capacidad de perdón. Debemos tratar con dulzura incluso a los que nos ofenden (XI, 479). «La mansedumbre no solamente nos hace excusar las afrentas e injurias que recibimos, sino que incluso pide que tratemos mansamente a quienes nos maltratan, con palabras amigables y, si llegasen incluso a darnos un bofetón, que lo suframos por Dios; es esta virtud la que produce este efecto. Sí, un siervo de Dios que la posea, cuando .1e sienta ultrajado por alguien, ofrecerá a su divina bondad este rudo trato y se quedará en paz» (XI, 479s).
d) La mansedumbre se basa en el respeto a la otra persona (IX, 255).
e) Supone el mezclar la dulzura con la firmeza, escribe a Luisa de Marillac el 1 de noviembre de 1637: «Si la dulzura de su espíritu necesita un poquito de vinagre, pídale prestado un poco de su espíritu a Nuestro Señor. ¡Oh, Señorita, qué bien sabía El buscar el agridulce cuando era menester!» (I, 408). Escribe a Dionisio Laudin, superior de Le Mans, el 7 de agosto de 1658: «Así pues, padre, puede seguir con él, pero hágale guardar el reglamento todo lo que pueda, según eI espíritu de Nuestro Señor, que es al mismo tiempo suave y firme. No se gana a una persona por la mansedumbre y la paciencia, será difícil ganársela de otro modo» (VII, 197).
f) San Vicente da muchos motivos a la doble familia para practicar la mansedumbre:
• Les dice que Nuestro Señor es la mansedumbre eterna para con nosotros (IV, 55; I, 366; IX, 253).
• «No hay personas más constantes y más firmes en el bien que lo% que son mansos y apacibles; por el contrario, los que se dejan llevar de la cólera y de las pasiones del apetito irascible, son ordinariamente muy inconstantes, porque no obran más que por arranques por impulsos. Son como los torrentes, que sólo tienen fuerza e impetuosidad en las riadas pero se secan apenas ha pasado el temporal; mientras que los ríos, que representan a las personas apacibles, caminan sin ruido, con tranquilidad, sin secarse jamás» (XI, 752).
• Cuando las hijas de la caridad viven con respeto mutuo y mansedumbre, viven en un paraíso; si no, en un infierno (IX, 254).
• La caridad consiste en amor y mansedumbre (IX, 253); si una hermana no es mansa, no es hija de la caridad (IX, 255).
• La mansedumbre mueve a la gente a volverse hacia el Señor (RC II, 6).
• Los herejes, los condenados a galeras y los alejados son atraídos por la paciencia y la cordialidad (IV, 54.420.498; XI, 753; I, 366). El disputar no busca la verdad sino el resistirse a las razones de los otros, mientras que la mansedumbre aspira a la verdad (XI, 753).
• Un misionero necesita la mansedumbre para saber sufrir la tosquedad de los pobres (XI, 588).
g) San Vicente ofrece muchos medios para conseguir la mansedumbre:
• Dice a la compañía que el vicio contrario puede ser vencido si uno trabaja en ello, como tuvo que hacer él mismo (IX, 77).
• Antes de hablar, o de tomar decisiones, o de actuar, la persona airada debería controlar su lengua y esperar a calmarse (XI, 754).
• Debemos abstenernos de invectivas, reproches y palabras ásperas (IV, 54).
• No debemos hablar con voz elevada, sino con modestia y suavidad (IX, 259s).
• Debemos pedir perdón con facilidad (IX, 260).
• Debemos aprender, como san Agustín, cuándo tolerar el mal sin tratar siempre de erradicar todo lo malo que veamos (IV, 498).
• Hay que aprender a someter el juicio propio al de otros (XI, 599).

4. Mortificación
San Vicente ha desarrollado el tema de la mortificación con mucha amplitud, comentándolo en numerosas conferencias, en particular a las hijas de la caridad.
a) La mortificación exige la negación de los sentidos exteriores: vista, olfato, gusto tacto y oído (IX, 41.696.770.846.873.968; XI, 514). Da muchos ejemplos hablando de este tema. Por ejemplo, las hijas de la caridad deben mirar a los hombres sólo cuando es necesario o útil. No deben estar mirando todo alrededor, sino que deben mantener sus ojos moderadamente bajos (aunque el servicio de los pobres pide de ellas que mantengan una presencia jovial). Deben ser capaces de tolerar los malos olores, sobre todo cuando están con los enfermos pobres. Deben mortificar el gusto no comiendo a deshora. Deben comer incluso los alimentos que no les agradan. No deben dar oídos a las habladurías. No deben tocar a nadie ni permitir que se les toque.
b) La mortificación exige también la negación de los sentidos interiores: entendimiento, memoria y voluntad (IX, 770.846.874). No deben pretender conocer toda clase de cosas curiosas (Scientia inflat). No deben tratar de recordar con regusto experiencias placenteras que tuvieron en la vida de familia, sus romances, las caricias de sus padres, etc. Deben buscar el llegar a un estado de completa indiferencia, sin otro deseo que hacer la voluntad de Dios.
c) La mortificación pide la negación de las pasiones del alma. Hay once pasiones del alma, según san Vicente, de las cuales amor/ odio, esperanza/desesperación son las más importantes (IX, 848).
d) Para san Vicente la mortificación consiste básicamente en el sometimiento de la pasión a la razón (IX, 694). El ser humano tiene una parte superior y una parte inferior. La parte inferior le hace semejante a los animales; la parte superior tiende hacia Dios (IX, 693). I a parte inferior se rebela contra la superior (IX, 694.845).
e) La mortificación lleva a la indiferencia (IX, 875), desapego (XI, 337). Pide una lucha continua, pero esta lucha se hace más fácil con la práctica (IX, 850; XI, 523).
f) San Vicente propone muchos motivos a su doble familia para practicar la mortificación:
Cita pasajes de la escritura que recomiendan la mortificación: Mt 16, 24; Lc 14, 26; Mt 10, 37; Rom 8, 13; 2 Cor 4, 10 (IX, 169.697.967).
• Jesús no hizo más que la voluntad de su Padre, mortificándose siempre a sí mismo (XI, 513): «Padres, tengamos siempre este ejemplo unte nuestros ojos y no perdamos nunca de vista la mortificación de nuestro Señor, ya que estamos obligados a mortificarnos, para poder seguirle. Formemos nuestros afectos sobre los suyos, para que sus pasos sean la regla de los nuestros en el camino de la perfección. Los santos son santos por haber seguido sus huellas, por haber renunciado a ellos mismos y haberse mortificado en todo» (XI, 524).
• Les dice que, a la larga, no se puede evitar el sufrir; por eso hay que hacer buen uso del sufrimiento (IX, 798).
• La vida de algunos, les dice, tal como la de M. Pillé, es una mortificación continua (II, 283).
• La mortificación y la oración son dos hermanas que van siempre juntas: «Otro medio, hijas mias, que os servirá mucho para la oración, es la mortificación. Son como dos hermanas tan estrechamente unidas que nunca van separadas. La mortificación va primero y la oración la sigue; de forma, mis queridas hermanas, que si queréis ser mujeres de oración, como necesitáis, tenéis que aprender a mortificaros» (IX, 391).
• La mortificación es una forma de satisfacer por nuestros pecados (IX, 698).
• No es tan exigente en la vida de la hija de la’ caridad como en la de una carmelita o de otras personas (IX, 728).
• Muchos han perdido su vocación porque dejaron de aceptar la mortificación como causa de Dios (IX, 798; XI, 600).
• Si no trabajamos por ser mejores, seremos peores; no se puede’ permanecer siempre igual (IX, 845). El progreso en la vida espiritual depende del progreso en la mortificación (XI, 759).
• Es paraíso en la tierra el saber aceptar la mortificación como venida de Dios (IX, 877).
• Para animar a la compañía, san Vicente les cuenta la historia de las dificultades que tuvo para desprenderse de su familia (XI, 517).
g) San Vicente propone varios medios para adquirir el hábito de la mortificación:
• Se adquiere poco a poco, a través de actos repetidos: «En relación a lo que usted me ha propuesto acerca de trabajar con vigor para mortificar el juicio y la voluntad de los seminaristas», escribe san Vicente a Pedro de Beaumont, «le diré, señor, que eso no se puede hacer de un golpe, sino poco a poco con mansedumbre y paciencia. La mortificación, igual que las demás virtudes, se adquiere sólo a fuerza de actos repetidos» (V, 415s).
• La mortificación incluye:
el soportarse unos a otros (IX, 174),
aceptar las incomodidades de la casa (IX, 185),
controlar la lengua (IX, 971), y
ser cuidadoso y reservado al tratar con las personas del sexo opuesto (XI, 338.697.770).
• La Regla pide mortificación en relación a:
la voluntad
el juicio
los sentidos
familiares y padres (RC II, 8-9), y, añade en una conferencia a la compañía, el 2 de mayo de 1658, citando a san Basilio.
la pomposidad
el deseo de conservar su vida y vivir mucho (XI, 518521), y
desprenderse del hombre viejo y vestirse del nuevo (XI, 521).
h) San Vicente anima a sus cohermanos a practicar la mortificación, bajo la guía de sus superiores o directores, hasta donde lo permitan la salud y el trabajo. Pero por razón de los continuos trabajos de los misioneros no quiere que la Regla los sobrecargue con mortificaciones y austeridades corporales (RC X, 15).

5. Celo
San Vicente no habla muy a menudo del celo de una manera explícita. Lo menciona de paso, sin embargo, y habla acerca de él en esas ocasiones con mucha elocuencia.
a) El celo es amor ardiente. «Si el amor de Dios es el fuego, el celo es la llama. Si el amor es el sol, el celo es su rayo» (XI, 590.533). Cuando la caridad vive en un alma toma posesión total de sus potencias. Nunca descansa. Es un fuego que actúa sin cesar» (XI, 132). El celo comprende:
• disponibilidad para ir a cualquier lugar a extender el reino de Cristo: «Bien, pidámosle a Dios que dé a la compañía ese espíritu, ese corazón, ese corazón que nos hace ir a cualquier parte, ese corazón del Hijo de Dios, corazón de nuestro Señor, corazón de nuestro Señor, corazón de nuestro Señor (sic) que nos dispone a ir como él iría y como él habría ido si hubiera creído conveniente su sabiduría eterna marchar a trabajar por la conversión de las naciones pobres. Para eso envió él a sus apóstoles; y nos envía a nosotros como a ellos, para llevar a todas partes su fuego, a todas partes» (XI, 190.281.590);
• disponibilidad para morir por Cristo: «Mirad, padres y hermanos míos, hemos de tener en nuestro interior esta disposición, y hasta este deseo, de sufrir por Dios y por el prójimo, de consumirnos por ellos. ¡Oh que dichosos son aquellos a los que Dios les da estas disposiciones y deseos! Sí, padres, es menester que nos pongamos totalmente al servicio de Dios y al servicio de la gente; hemos de entregarnos a Dios para esto, consumirnos por esto, dar nuestras vidas por esto, despojarnos, por así decirlo, para revestirnos de nuevo; al menos, querer estar en esta disposición si aún no estamos en ella; estar dispuestos y preparados para ir y para marchar adonde Dios quiera, bien sea a las Indias o a otra parte; en una palabra, exponernos voluntariamente en el servicio del prójimo, para dilatar el imperio de Jesucristo en las almas. Yo mismo, aunque ya soy viejo y de edad, no dejo de tener dentro de mí esta disposición y estoy dispuesto incluso a marchar a las Indias para ganar allí almas para Dios, aunque tenga que morir por el camino o en el barco» (XI, 258.158.292).
b) Exige trabajar duro por la salvación del prójimo (XI, 316.203).
«Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente. Pues muchas veces los actos de amor a Dios, de complaciencia, de benevolencia y otros semejantes afectos y prácticas interiores de un corazón amante, aunque muy buenos y deseables, resultan sin embargo muy sospechosos, cuando no se llega a la práctica del amor efectivo» (XI, 733).
c) El celo está en medio de dos extremos (RC XII, 11):
• acedia, pereza, falta de fervor y de sensibilidad (XI, 114.711.601); y
• celo indiscreto (I, 158.146.197; IX, 1187).
Este último incluye exceso de trabajo (I, 146), el exponerse sin necesidad uno mismo, o exponer a los demás, a peligros (IV, 497s), el ser rigurosos y dominantes con la gente, como son a veces los jóvenes (II, 62), y el estar demasiado tiempo con un enfermo con perjuicio de otro (IX, 1187). Le insiste a Luisa de Marillac (I, 1158): «Tenga cuidado de conservarla (su salud) por el amor de Nuestro Señor y de sus pobres miembros, y evite trabajar demasiado. Es una astucia del diablo con la que engaña a muchas almas buenas, el incitarlas a hacer más de lo que pueden, para que luego no puedan hacer nada».
d) San Vicente presenta a la doble familia varios motivos para tener celo:
Les dice que el amor de Jesús fue tan grande que estaba dispuesto a morir (XI, 292).
La sangre de los cristianos es semilla de cristiandad (XI, 292).
Dios permitió la muerte de muchos en el comienzo de la Iglesia 292.297).
e) San Vicente urge a los miembros de su congregación a adoptar los medios necesarios para progresar en el celo:
• Escribe a Francisco du Condray: «Piense, padre, que hay millones de almas que le tienden la mano y le dicen así: ¡Ah padre du Coudray, que ha sido escogido desde toda la eternidad, por la providencia de Dios, para ser nuestro segundo redentor, tenga piedad nosotras, que estamos sumidas en la ignorancia de las cosas necesarias a nuestra salvación y en los pecados que jamás nos hemos atrevido a confesar y que, sin su ayuda, seremos infaliblemente condenadas!» (I, 286).
• Anima al P. Descart (II, 62-63) a madurar en la clase de caridad que se alimenta de conocimiento práctico y que evita el rigor y los excesos.

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