La Virgen en la Compañía

Francisco Javier Fernández ChentoVirgen MaríaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Francisco Salinero, C.M. · Año publicación original: 1979 · Fuente: Anales españoles.
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I. El culto a María en la tradición de la Compañía

A.- La devoción a la Virgen santísima ha sido desde los orígenes de la Com­pañía uno de los elementos más importantes en la espiritualidad de la Hija de la Caridad. «Las devociones del domingo las ofrecí por las necesidades de mi hijo; las del lunes, fiesta de la dedicación de esta iglesia de Chartres, para ofrecer a Dios la Compañía de las Hijas de la Caridad, consagrándola toda entera, pidien­do su completa destrucción antes de ir contra su voluntad santísima en su esta­blecimiento. Tomando a la Santísima Virgen por madre y guardiana de la refe­rida Compañía, la he pedido para ésta la pureza que necesita, la caridad mutua de unas Hermanas con otras y la fidelidad, cuyo modelo nos ofrece María en el cumplimiento del Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios.» (Oblación de la Compañía de las H. de la C. a la Virgen por St. Luisa en Chartres, 17-X-1644). La Compañía quedaba para siempre colocada bajo la protección de la siempre Vir­gen María, Madre de Dios y de los hombres.

B.- Otro acontecimiento no menos importante en la historia de la Compañía vendrá a acrecentar, si cabe, esta devoción y esta espiritualidad mariana. Duran­te el generalato del P. Salhorgne, la Santísima Virgen quiso mostrarnos su pre­dilección apareciéndose a Santa Catalina en la capilla de la Casa Madre, que se había trasladado a la calle del Bac en 1815. «Hija mía —dice la Santísima Virgen a Santa Catalina en la noche del 18 al 19 de julio—, me gusta favorecer con mis gracias a la Comunidad de un modo especial. Sí, amo mucho a la Comunidad. Tengo pena porque se cometen muchos abusos. No se observa la Regla, la regu­laridad deja mucho que desear. Hay un gran relajamiento en las dos Comunidades. Díselo a quien se encarga de ti, aunque propiamente no sea superior, porque dentro de poco tiempo se encargará de una manera especial de la Comunidad. Debe hacer cuanto pueda para volver a poner la Regla en vigor. Dile de mi parte que vele sobre las malas lecturas, la pérdida de tiempo, las visitas inútiles… Cuando de nuevo se practique la Regla vendrá una Comunidad a unirse a la vues­tra; no es corriente que esto ocurra, pero yo lo quiero así. Di que la admitan; Dios las bendecirá y gozarán de una gran paz. La Comunidad llegará a ser muy numerosa… Pero ocurrirán grandes desgracias. El peligro será grande. Mas no temáis, Dios y San Vicente protegerán a la Comunidad (la Santísima Virgen es­taba muy triste): «Entonces, yo también estaré con vosotras. Siempre os he te­nido bajo mi protección. Os concederé muchas gracias. Llegará un momento que el peligro arreciará hasta el punto de que todo parecerá perdido. Pero yo estaré con vosotras y reconoceréis la protección de Dios y de San Vicente sobre ambas congregaciones. No ocurrirá así con otras congregaciones (la Santísima Virgen tenía los ojos llenos de lágrimas al decir esto) …»

Todas estas cosas se cumplieron una por una.

C.- En tercer lugar hay que referir esa fuente inagotable, monótona y silen­ciosa, pero de enorme manantial para la espiritualidad mariana de la Hija de la Caridad. Me refiero a esas prácticas diarias que han mantenido durante decenios el amor y la devoción a la Virgen. Algunas quizá ya no tengan el vigor y la ju­gosidad de otras épocas, pero si las hemos de eliminar que sea por otras que también sean diarias, constantes y no circunstanciales y pasajeras. Las fuentes a las que me estoy refiriendo han sido principalmente: 1) El rezo diario del Ro­sario, bien los cinco o bien los quince misterios; 2) La oración «Santísima Virgen», que tradicionalmente han intercalado entre los misterios y que procede ya de Santa Luisa; 3) El «Angelus», que todos los días se desgrana en los exámenes particulares; 4) El himno «Ave Maris Stella» y el «Magnificat» en la oración de la tarde; 5) La invocación «oh María sin pecado concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos», que recogieron de la Medalla y que tan frecuente ha es­tado en sus labios, particularmente al comenzar la lectura espiritual.

Junto a estas prácticas piadosas hemos de añadir las diversas consagraciones que en distintas fiestas del año suelen realizarse en la Compañía:

1) En esta ofrenda que el día primero del año hace la Compañía a Dios, Se­ñor del tiempo y de la vida, se presenta a la Virgen como modelo de entrega en el «fiat» de la Encarnación; y por último para que dicha ofrenda sea aceptada se la coloca bajo la protección de la Virgen santísima.

2) Hay otra consagración en la fiesta de la Asunción de la Virgen: «Nosotras… venimos a consagraros toda la Compañía, con sus miembros y con todas sus obras… Dedicada a Dios desde la cuna, ha podido crecer en la Iglesia de Dios gracias a la sombra de vuestra maternal protección. Por eso en este día de la Inmaculada, a la que nuestro Padre nos recomendó una especial devoción y fe co­tidiana…, y tenemos la dicha de repetir constantemente las generaciones que nos han precedido. Vos os habéis aparecido en el santuario de nuestra Casa Madre… Nosotras fuimos escogidas para aumentar en todas partes la devoción a la Purí­sima Concepción, los misterios de la Vida del Señor… Esos singulares favores fue­ron el origen de otras gracias… Entonces fue cuando vieron multiplicarse las vocaciones…, y gustosas de romper los lazos no sólo de la familia, sino los de la patria, se dispersaron por todo el mundo deseando comunicar a todos los hom­bres el amor del Señor…

3) En la festividad de la Inmaculada solía hacerse otra consagración con unos sentimientos similares a los anteriores. Se repite una y mil veces que es la Virgen la Madre de la Compañía, y como a tal Madre todas se acogen y se confían. Se pide insistentemente alcanzar de Ella las virtudes esenciales a toda Hija de la Caridad: la sencillez, la humildad y la caridad; las gracias necesarias para un mejor servicio de los pobres. La gracia de la perfecta unión entre las Hermanas y la fiel observancia de las Reglas, así como la fiel perseverancia en la vocación.» Estas extensas consagraciones no son un modelo de una mariología; tampoco un profundo análisis de verdades. Hablan más al corazón que a la mente. Pero insisto, han sido una fuente y una hoguera en donde se ha mantenido ese calor y cariño a la Virgen. Si esas fuentes no fueren actuales, busquemos otras o re novemos éstas para que esa devoción no mengüe.

4) La consagración que suele expresarse a través de los Santos Votos ha tenido diversas fórmulas. En todas ellas, y como conclusión a la misma, se menciona a la santísima Virgen como intercesora.

II. La Virgen Milagrosa en la Iglesia y en la Compañía

¿Qué supuso para la Iglesia y para la Compañía la devoción de la Virgen Milagrosa?

Hablando muy genéricamente y sin mayores fundamentos históricos, po­demos asegurar que amplió y extendió más aún la devoción a la Virgen. En mu­chas iglesias y en muchas parroquias, especialmente donde hubiere una comuni­dad de Hijas de la Caridad, creció la devoción a la Virgen. Lo mismo en las es­cuelas que en las salas de enfermos, la «medalla» fue propagándose en cantidades ingentes. Los milagros, las gracias y las conversiones fueron tan profundos y es­pectaculares que el pueblo sencillo, en vez de llamarla la Inmaculada Concepción, la llamó simplemente La Milagrosa.

Este mismo ambiente y fervor en torno a la «sin pecado concebida» preparó, en cierto modo, la definición del dogma de la Inmaculada por el Papa Pío IX en el año 1854. Habían pasado veinticuatro años desde las apariciones.

La gracia de las apariciones supuso la expansión de la Compañía como hasta entonces no había sido posible. Hasta ahora la Compañía estaba recluida en Francia, Polonia, Bélgica y un tanto en España. Es ahora cuando alarga sus brazos a toda Europa, toda América y algunos países de Medio Oriente y África, de claro sabor vicenciano, como Madagascar y Túnez. A pesar de la gran crisis de la Revolución, este acontecimiento religioso de las apariciones y la presencia en la Compañía del P. Etienne como General de ambas familias, fueron las prin­cipales causas. El mismo escogerá, cuatro años más tarde, al P. Aladel, el confe­sor y confidente de Santa Catalina. Al ser íntimos amigos, estaba al corriente de las predilecciones de la Virgen María para con la doble familia vicenciana. El mismo escribía a las Hijas de la Caridad, el 8 de septiembre de 1843: «Cuando considero las circunstancias por las que acabamos de pasar, no puedo menos de reconocer una intervención clarísima de la augusta e Inmaculada Virgen María, quien nos ha dado pruebas tan conmovedoras y tan extraordinarias de su ter­nura. Su poderosa mediación nos ha obtenido de Dios que nuestras dos familias no pereciesen entre el cúmulo de males que las han abrumado, y que se sirviese Dios de ellas para reanimar en el mundo la fe.»

III. El documento «Marialis cultus»

El 2 de febrero de 1974, el Papa Pablo VI dirigió a toda la Iglesia la exhortación ya por todos conocida, y que intentaba intensificar el culto a la Virgen desde una nueva perspectiva, a la vez que enderezando algunos aspectos no muy orto­doxos de dicha devoción. El documento está vertebrado por tres grandes líneas:

1.- A la hora de emprender una buena y sana devoción a la Virgen, hay que tener en cuenta dos elementos importantes. El primero proviene de la Reforma Litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II. Toda acción litúrgica ha de cen­trarse en Cristo. Todo acto de culto, toda plegaria, toda acción de gracias y ala­banza, ha de ir hacia Dios por medio de Cristo. Por tanto, Cristo es el centro de nuestra vida espiritual. El nos congrega en la Eucaristía, en la celebración de cualquier otro sacramento o en cualquier otro acto religioso. Por tanto, a la Virgen hay que verla como a la Madre de Cristo, pero nunca fuera de la Iglesia, jamás separada de nosotros los humanos. El segundo factor a tener en cuenta es la sensibilidad de la sociedad y de los pueblos para expresar sus sentimientos religiosos. En una sociedad desacralizada, el hombre creyente procura referir sus sentimientos religiosos hacia capas más profundas de su persona. Aquellas ma­nifestaciones en la calle, en los campos, en los monumentos…, etc., no pueden adecuar a la sociedad nuestra. Por ello los cristianos debemos caminar hacia una devoción más de tipo personal que de tipo masivo; más de compromiso per­sonal que de sentimientos y de manifestaciones externas.

2.- El segundo criterio que presenta el Papa en dicho documento está relacio­nado con el calendario litúrgico. La liturgia es la mejor catequesis que ha tenido la Iglesia en toda su historia. Las lecturas, los cantos, los ritos y ceremonias…, son elementos que llegando desde el exterior penetran en el alma. Por eso una buena liturgia será siempre una buena catequesis, y además a largo plazo. Por ello el calendario litúrgico va sembrando a lo largo del mismo aquellas fiestas de María en que ésta está relacionada con algún Misterio del Señor: la Inmacu­lada (8 de diciembre), la Madre de Dios (1 de enero), la Presentación en el Tem­plo (2 de febrero), la Asunción a los cielos (15 de agosto)…, etc. Junto a estas fiestas importantes existen otras propias de algún lugar o país: el Pilar, Lourdes, Fátima… O propia de alguna familia religiosa pero de carácter universal: el Ro­sario, el Carmen, la Auxiliadora, etc. La festividad de la Medalla Milagrosa hemos de incluirla en nuestro calendario litúrgico particular, aunque con una gran de­voción en el pueblo.

De este segundo aspecto hemos de sacar dos conclusiones: 1. Que no conviene inventar o reseñar nuevas o propias fiestas marianas, sino vitalizar las que apa­recen en el calendario litúrgico. 2. Que los actos de culto se atengan lo más posi­ble a las normas, lecturas, preces y oraciones comúnmente aprobadas por la Igle­sia y que están en los libros litúrgicos. Lo demás serán sucedáneos que pueden desorientarnos del verdadero culto debido a Dios y a la Virgen.

3.- El Papa dice que una devoción sana ha de llevar unos fundamentos bíbli­cos litúrgicos, ecuménicos y humanos:

a) La Palabra de Dios recogida en la Biblia es el camino más cierto y segura para saber lo que Dios, la Virgen y los Santos nos han querido decir y expresar Lo demás ha de estar sometido al criterio de la Iglesia. Porque muchos devocio narios, oraciones, cantos…, etc., adolecían de un lenguaje remilgado, sentimental y a veces fantasioso. Cualquier celebración litúrgica ha de llevar una abundante Palabra de Dios.

b) Respecto al litúrgico ya quedó anteriormente señalado.

c) En cuanto al aspecto ecuménico, el Papa se refiere a que la excesiva o mal orientada devoción a la Virgen, por un lado, y la escasa o nula devoción por el otro, ha sido que este tema mariano haya servido para enfrentar a los cristianos separados. Ojalá que aquellos que somos hijos de un mismo Padre celestial y her­manos de Cristo seamos también hijos de la Madre del Señor.

d) El Papa habla igualmente de un fundamento humano. En los momentos actuales la antropología ha adquirido una importancia trascendental. Valores co­mo la libertad, los derechos humanos, la promoción y desarrollo de la persona, etcétera, han de ser cristianizados desde Cristo y, por qué no, desde la Virgen. No es que se quiera anular sus virtudes o sus prerrogativas celestiales, pero con­viene resaltar aquellos aspectos humanos de su persona y de su vida para que a través de ellos también nosotros lleguemos a un compromiso de fe, como lo realizó Ella. María es Madre de la Iglesia, pero también ha sido y es un miem­bro de la Iglesia como nosotros.

IV. Sentido bíblico de la Medalla Milagrosa

Entramos en un punto muy delicado, bíblicamente hablando, porque una exé­gesis rigurosa de la Sagrada Escritura no nos permitiría alargar ni extender el sentido pleno que nosotros vamos a dar a cada uno de los símbolos de la Medalla. A lo sumo podríamos aplicarle el sentido figurado o simbólico.

a) La Mujer que aparece en el Paraíso (Gén. 3,17) y la que describe San Juan en el Apocalipsis (Apc. 12,1) queda perfectamente retratada en la Virgen que pisa el dragón y la serpiente del mal en la Medalla.

b) La escena de la Anunciación (Lc. 1,28), cuando el ángel la llama «la llena de Gracia», puede concordar con la frase «oh María, sin pecado concebida», que circunda la Medalla.

c) La profecía del anciano Simeón que describe Lucas, 2,35, en donde se afir­ma que «una espada de dolor atravesará su alma», queda expresamente reflejado en ese corazón de la Medalla con una espada atravesando el corazón de la Virgen.

d) La descripción de las bodas de Caná (Juan, 2,1) resalta el aspecto media­dor y de intercesión de María. Esa misma intercesión queda reflejada en la Me­dalla con esos rayos luminosos que como gracias caen sobre la tierra, y en ese otro globo que en otro momento de la aparición aparece entre las manos de la Virgen.

e) El «estaba al pie de la cruz» de Juan (19,25-28), con su aspecto dolorosa de la Redención, lo tenemos reflejado doblemente en la Medalla: La letra M hace relación a la Madre y a la Mujer de que hablan los evangelios. Dicha letra M aparece sosteniendo una cruz para simbolizar la estrecha unión y colaboración de María con el Cristo Redentor. 2. Ese mismo aspecto de dolorosa colaboración se refleja en los dos corazones cercanos en el reverso de la Medalla: uno rodeado de una corona de espinas, el otro atravesado por una espada.

f) La Mujer gloriosa y asunta a la gloria (Apc. 12,1-17), vestida de sol y de cielo azul, rodeada de 12 estrellas, se refleja así mismo en el anverso y en el reverso de la Medalla.

Por todo ello podemos concluir que en la Medalla quedan de algún modo re­flejados los aspectos fundamentales de la Mariología: maternidad-inmaculada-me­diadora-corredentora-gloriosa-la Virgen que sufre y la que ofrece.

V. Fuentes actuales para la devolción mariana

Como final de este prolijo y excesivo discurrir acerca de la Virgen María, vamos a concluir con unas reflexiones sobre aquellas fuentes seguras y actuales de nuestra devoción mariana. Para las Hijas de la Caridad, ese manantial han de ser las Constituciones. Son diversos los lugares en que aparece el tema de la Virgen. Ciertamente que más resumido y más centrado que en las Constitucio­nes anteriores.

A.- (Pág. 20) En el capítulo I, las Constituciones han perfilado los aspectos fundamentales de lo que ha ser una Hija de la Caridad. Es el fotograma o el re­trato esencial. Entonces, y al final del mismo —algo así como el capítulo VIII de la «Lumen Gentium» dedicado a la Iglesia— se hace una descripción de aque­llos aspectos marianos que más pueden interesar a la Hija de la Caridad: Es pues un modelo a imitar en el Ser de la Hija de la Caridad.

  • María es camino para llegar a Cristo, camino del Padre.
  • María es la primera cristiana porque ustedes son cristianas.
  • María es la consagrada por excelencia porque ustedes son personas con­sagradas.
  • María es Inmaculada porque ustedes se han consagrado en virginidad.
  • María es la Sierva del Señor porque ustedes son las siervas de los pobres.
  • María es la Madre de la Iglesia porque ustedes son hijas de la Iglesia.

B.- (Pág. 28) En la II parte, dedicada a la vida espiritual de la Hija de la Caridad, también aparece la Virgen, ahora como modelo a imitar en el orar y en el hacer de la Hija de la Caridad.

a) María es, en primer lugar, maestra de la vida espiritual de quien nos debe­mos guiar y dirigir. Ella ha de ser la Maestra y la Profesora en los caminos y en las doctrinas de la vida espiritual, que no es sólo orar, sino también obrar. Ningún otro maestro o profesor en cuestiones espirituales ha de estar lejos, y menos alejarnos, de la Virgen.

b) María «escucha y acoge la Palabra de Dios». He aquí el primero y funda­mental alimento para nuestra vida espiritual: leer y meditar con frecuencia la Palabra de Dios escrita en la Biblia. Los salmos y la lectura continuada de la Palabra de Dios. San Benito se conformaba para la espiritulidad de sus monje con una buena liturgia y una abundante y sabrosa lectura de la Palabra de Dio; Santa Teresa de Jesús, en cambio, se lamentaba —porque así eran aquellos tiempos— de que sus religiosas no pudieran alimentarse directamente de la Palabra de Dios. Las demás palabras y los demás escritos son sucedáneos más o meno cercanos a la fuente.

c) María «ora y ofrece su vida al Señor. Estos conceptos han sido recogidos del documento papal «Marialis Cultus». Son los aspectos primeros y fundamentales de nuestro sacerdocio cristiano: orar al Padre y ofrecer sacrificios en unión con los de Cristo sacerdote. María, fiel colaboradora con El, es un modelo imitar por la fuerza de su intercesión.

d) «Tratan de mirarla para hacer, como Ella, de la propia vida un culto Dios, y de su culto un compromiso de Vida». En esta expresión se expresan do: conceptos fundamentales en la vida espiritual de toda Hija de la Caridad. En momentos en que la acción parece serlo todo, y en que aparecen igualmente movimientos de espiritualidad un tanto carismáticos y seudo-proféticos, la espiritualidad de la Hermana de la Caridad es propia y específica de ella, heredada de nuestros fundadores: 1. En primer lugar, una vida entregada a Dios totalmente para un servicio de los pobres con generosidad es ya un acto de culto, es un acto religioso; es una vida religiosa: es ya la presencia continuada de Dios. No necesita de mayores aditamentos y espiritualidades. 2. Esta vida anclada en esa presencia cultual hacia Dios nos lleva necesariamente a un compromiso de vida. Ese compromiso para ustedes son los pobres. Queda eliminado el peligro de crear una dicotomía entre acción y oración. En unas ocasiones o en algunos momen­tos se acentuará una más que la otra, pero la unidad interior ha de ser indivi­sible. La separación podría llevarnos a la «herejía de la acción» o a la «escuela de los carismáticos».

C.- (pág. 34). Al hablar de la renovación de los santos votos, de nuevo el tex­to asocia su donación expresada en los mismos con el «fiat» generoso de la Virgen.

D.- (pág. 42). En este párrafo de las Constituciones, dentro del capítulo del apostolado, se habla de las misiones «ad gentes». También aquí aparece la Virgen como modelo de misionera por cuanto que Ella engendró a Cristo en la carne y la Iglesia los engendra a la fe por el bautismo; así, las Hermanas de la Caridad cooperan con amor maternal a la regeneración de los hombres.

E.- (pág. 56-56). Los Estatutos ofrecen unos medios concretos y al mismo tiem­po tradicionales en la Compañía para vitalizar la devoción y el amor a la Virgen. No voy a tocar la cuestión moral de si obligan o no en conciencia, como jamás sabremos si los deseos de una madre nos coaccionan o nos oprimen nuestra li­bertad y nuestra capacidad de acción. Son unas normas que la Compañía pre­senta como normas orientadoras y animadoras de un espíritu. Algunas quedan a libre decisión de la voluntad para que broten más de la fuerza interior del amor que de la exterior de la norma. Otras son asumidas y realizadas en común por la costumbre y por la ventaja de ser en algunos momentos interpelantes, que de otra manera no seríamos motivados. El fundamento de la ley es el amor. Nadie nos obliga a recordar con exactitud a nuestros seres queridos, pero en la vida diaria están en nuestro recuerdo. Así ha de ser en nuestra vida espiritual.

1.- Estatuto 12.

a) El texto habla de cómo hemos de celebrar las fiestas ecle­siales y comunitarias de la Virgen María. Esta reflexión quedó aclarada en el criterio papal sobre el calendario litúrgico.

b) Se hace mención del rosario y del «ángelus». El documento antes citado explica sustanciosamente la espiritualidad y los frutos de ambos ejercicios de piedad. Sólo quisiera hacer alguna observación respecto al rosario: 1) El texto habla de meditación y rezo diario. Son dos aspectos distintos y posibles de com­binar. La razón principal del rosario es la meditación de los misterios del Se­ñor y en los cuales María estuvo asociada; misterios gozosos, dolorosos o glorio­sos. La meditación de esos misterios, aparte de la reflexión personal, ha de ser con abundante lectura de los pasajes bíblicos directos o similares al misterio. Por eso al hablar de un «rosario-bíblico» estamos ante una redundancia, porque si es rosario tiene que ser forzosamente meditación de los misterios del Señor escritos en la Biblia. Junto a la meditación está el rezar —recitar— varias ora­ciones como el Padre Nuestro, Ave María, Glorias, etc. También estas oraciones son de fondo bíblico. Lo que sucedió en la Historia de la Iglesia es que cuando la Palabra de Dios se alejó del pueblo sencillo, dejó de meditar y se dedicó a rezar el rosario. Se inten­tó que éste fuera como el «oficio divino» de los seglares. Para ello se acudieron a las 150 «avemarías» de los quince misterios, porque 150 son los salmos de la Biblia.

  • Por eso podemos y debemos buscar fórmulas varias para el rosario, bien en sentido meditativo, bien en sentido recitativo, aunque sea más monótono; bien buscando, sobre todo comunitariamente, una síntesis de ambas formas.
  • El Papa lo recomienda encarecidamente a los cristianos; de un modo par­ticular en familia; a ustedes se lo recomiendan las Constituciones. Sin embargo el Papa dice que no hemos de presentar esta devoción con exclusivismos inopor­tunos. No olvidemos que hay otras formas litúrgicas de oración más excelentes, por ejemplo la liturgia de las horas, que es oración eclesial. Y el Papa, respecto a la obligación moral, dice que «el fiel ha de sentirse libremente atraído por él y con serena tranquilidad de conciencia».

2. Estatuto 13: Aquí el texto ofrece y al mismo tiempo presenta una escala de medios para nuestra vida espiritual: 1) En primer lugar el sacramento frecuente, incluso diario, de la eucaristía, porque nos ofrece la Gracia y Autor de la Gracia. 2) Después está el sacramento de la Reconciliación (el texto habla de la Peniten­cia). 3) En tercer lugar tenemos la Devoción de la Virgen. 4) Después señala otros medios: mortificación, trabajo, descansos y expansiones…, etc.

3. Estatuto 32: En este texto se alude a todos los movimientos marianos y apostólicos que a través de la historia ustedes han ido creando y alentando: «Tra­bajan por su desarrollo y su inserción en la Iglesia». Se alude a dos tendencias opuestas: 1) Se nos anima a reanimarlas y a vitalizarlas; que no pierdan el sabor propio y específico en que nacieron, cual fue la devoción a la Virgen. Sería peli­groso difuminarlas en movimientos apostólicos actuales, maravillosos, pero que perderían su carisma y sello personal. Para confirmar este aspecto conviene recordar el criterio del cardenal Tarancón en la Semana de los Religiosos en Parroquias, en que nos quiere con lo específico de nuestro carisma en la parroquia, no como simples sacerdotes seculares. Ese criterio lo podríamos aplicar a nuestros movimientos marianos. 2) El texto nos pone en guardia contra ese excesivo capillismo en que han brotado y actuado a veces nuestros movimientos marianos. Han de ser Iglesia, en la iglesia local y para la Iglesia universal.

Muchas, muy prolijas y muy amplísimas han sido las reflexiones que sobre Virgen les he ofrecido. Me acuerdo ahora de aquel dicho de San Bernardo, trovador de la Virgen, que decía: «De María nunquam satis» (hablar de María nunca te sacia). ¡Ojalá nos suceda a nosotros lo mismo!

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