Cristo
Resumiendo muy brevemente, pero con precisión, los rasgos esenciales del Cristo vicenciano, podemos decir que el Hijo de Dios es adorador del Padre, servidor de su designio de amor, evangelizador de los pobres.
Cristo, adorador del Padre. El Verbo Encarnado en la contemplación vicenciana se caracteriza por un espíritu de caridad perfecta, una actitud esencial de estima, de adoración, de don, en orden al Padre, por un anonadamiento de amor fiel y misericordioso en relación a los hombres.1 Este espíritu profundamente arraigado en «una maravillosa estima de la divinidad» y «en un gran amor al Padre», determina la actitud fundamental de Cristo respecto a su Padre. Jesús rendía homenaje al Padre de todo lo que existía en su persona sagrada. Reconocía que el Padre era el autor y el único principio de todo lo que había en él. «No quería decir que su doctrina fuese suya», lo mismo que su voluntad. Una frase de Vicente resume perfectamente esta doctrina: «Jesucristo es religión en orden al Padre y caridad en relación con los hombres».2
Cristo, servidor del designio de amor del Padre
Esta voluntad, que se traduce y se expresa en el amor del Hijo de Dios, se manifiesta en orden al amor, a la salvación, de los hombres por el anonadamiento (kenosis) de la Encarnación, de la Pasión redentora y a través de todas las actividades de la vida terrestre, humillaciones, trabajos, sufrimientos, oraciones, operaciones interiores y exteriores.3 Otra frase precisa y densa de Vicente de Paúl condensa perfectamente este aspecto: «Jesucristo es fuente del amor humillado hasta venir a nosotros y hasta llegar a sufrir un suplicio infame».4
Este aspecto de Cristo, se funda en la doctrina de la Encarnación redentora de san Pablo.5 Vicente describe este espíritu apoyándose en la doctrina paulina de la vida y de la muerte del cristiano. En ella encuentra el doble aspecto estático y dinámico de la vida cristiana y fundamenta la teología y la mística de la Misión y de la Caridad.6
Cristo, evangelizador de los pobres
Si se hubiera preguntado a Vicente de Paúl su pasaje preferido del Evangelio y la imagen de Cristo en la que hubiese fijado su mirada, sin duda hubiera recordado el versículo 18 del capítulo IV del Evangelio de san Lucas: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres». En este versículo se encuentra la línea de fuerza del Evangelio de Lucas, centrado en el movimiento y en la esperanza de los pobres.7 La consigna inscrita en el blasón de la Congregación de la Misión, reproduciendo la profecía de Isaías, que Cristo se aplica el día de su predicación en Nazaret, nos manifiesta la preocupación de Vicente de Paúl y la opción de su vida, su preferencia, uno de los ejes en que se apoyan su experiencia, su acción y su doctrina.
La buena nueva es en verdad para los pobres y Cristo, pobre,8 es el Evangelizador de los pobres.
La misión de Jesucristo de anunciar la buena nueva a los pobres se inscribe en lo más profundo de la conciencia de Vicente. Orienta sus opciones, su moral, su actividad. Por eso este Cristo pobre, presente en los pobres, dirigiéndose preferentemente a los pobres y declarándose su evangelizador, polariza la conciencia vicenciana.9
Apoyado en la triple fuente de inspiración joánica, paulina y lucana, Vicente de Paúl contempla, y nos pide mirar de manera privilegiada, a un Cristo lleno de celo,10 de ternura o compasión,11 humilde.12 Este Cristo reflejado en los ojos vicencianos, es un Cristo «escarnecido, despreciado, humillado»,13 asumiendo al máximo la condición de pobre, sometido a la voluntad del Padre hasta el anonadamiento de la Encarnación y de la muerte.14 Por eso la visión de Cristo y de su obra adquieren en la espiritualidad y en la acción de Vicente una importancia capital, al mismo tiempo que desarrollan una función ordenadora.15
No obstante esta inspiración bíblica, no se puede olvidar que psicológicamente el Cristo vicenciano es un Cristo «campesino»; sus rasgos son los de un «buen campesino». Escuchemos a Vicente de Paúl cuando habla del trabajo, de la miseria de los campesinos, provocada por la guerra y el saqueo de los soldados: «…Si hay una verdadera religión… Es en los pobres campesinos en quienes se conserva la verdadera religión, una fe viva; creen sencillamente, sin desmenuzar; sumisión a las órdenes, paciencia en la extrema miseria que tienen que sufrir hasta que Dios quiera, unos a causa de las guerras, otros por tener que trabajar durante todo el día bajo el calor del sol; ¡pobres viñadores, que nos dan su trabajo, que esperan que recemos por ellos, mientras se agotan en el trabajo para alimentarnos!… Vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de los pobres campesinos… Nos alimentan con su trabajo para que los libremos de los males que sufren, causados por su ignorancia y sus pecados… Somos, pues, los autores… los culpables de todo lo que sufren si no sacrificamos toda nuestra vida para instruirlos».16 Recordando unas palabras, que el señor Duval le había dicho en una conversación: «los pobres campesinos nos discutirán un día el paraíso y lo conseguirán, porque hay una gran diferencia entre su manera de amar a Dios y la nuestra». Vicente explicita: «su amor se ejercita como el de Nuestro Señor, en el sufrimiento, en las humillaciones, en el trabajo y en la conformidad con el buen agrado de Dios».17 Cuando Vicente se dirige a los Misioneros para decirles cómo se deben abordar, servir, enseñar, catequizar, evangelizar a los pobres campesinos, les recuerda que es suficiente mezclarse con ellos, como un pobre, para hablar y obrar, buena, sencilla y familiarmente como hicieron Nuestro Señor y los Apóstoles.18
Iglesia
La Iglesia, Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo, es ante todo la Comunidad que continúa el misterio de Cristo. En ella las instituciones son servicios, donde la autoridad, so pena de abuso, se impregna de fraternidad, donde las funciones no son superestructuras heterogéneas y opresivas, sino «ministerios» coesenciales en una Comunidad jerárquica.
Esta Comunidad, la Iglesia, dimana de la Encarnación. Por el hecho de que la Encarnación es la «nueva creación» y no puede comprenderse sin referencia a la Creación, la Iglesia se inscribe en el interior del mundo, en la Creación. Por eso tiene que continuar re-asumiendo el destino del mundo «recapitulado» por la intervención de Cristo en la Historia. En razón y a través de intentar realizar una «victoria de comunión», la Iglesia es sierva y pobre.
A diferencia de sus contemporáneos, Vicente de Paúl presenta a Dios actuando «incesantemente» en el mundo19 y en la historia de los hombres. Colocándose en esta perspectiva, Vicente exige la actividad y la competencia para no hacer fracasar el plan de Dios y para continuar la misión de Jesucristo. En esta misma perspectiva histórica y en continuación de la Misión de Cristo, presenta una Iglesia en marcha, continuadora de la vida peregrinante del Señor.
En este avanzar de Dios en la historia de los hombres, Vicente de Paúl descubre el punto de aplicación constante de la fidelidad y de la misericordia de Dios, la esperanza de los pobres y el movimiento del pueblo de Dios. «Este Israel permanente que vive en la oración y en la esperanza, constantemente en tensión hacia el encuentro con Dios».20 En el centro de esta Iglesia los pobres recuerdan a Jesucristo y apelan a la «justicia de Dios». Su misterio revela el amor despreciado y las condiciones de la Redención.
A esta perspectiva Vicente de Paúl opone una constatación: el sacerdocio no está centrado en los pobres, se ha convertido en una situación. El sacerdocio no es expresión concreta de la Iglesia, porque los sacerdotes no se dirigen a los pobres como presencia de Cristo, como lugar de la manifestación de la fuerza o de la gracia de Dios. Comprueba que el amor evangélico de los pobres está olvidado, perdido. Observa que quienes se dicen cristianos no conocen el verdadero rostro de los pobres. Cuando se está con los pobres, se está seguro de estar en la Iglesia de Cristo. En su época esta posición es una actitud revolucionaria. Esto es lo que Vicente querrá para los Misioneros que él formará, para las Hijas de la Caridad —Siervas y pobres— que los pobres le harán crear, para los miembros de las Caridades que quieren «servir a Nuestro Señor en la persona de los pobres». En realidad Vicente de Paúl piensa e intenta realizar una conversión radical de la Iglesia de su tiempo.
Se podía haber dejado seducir fácilmente por el aspecto jurídico y económico de la Iglesia de Francia del siglo xvil. Pero un hugonote, que desea «convertitse», le recuerda la realidad. Este denuncia 10.000 sacerdotes que vagabundean por las calles de París y publica el abandono en que se encuentran los pobres campesinos.21 Y esto es precisamente lo que impresiona a Vicente de Paúl. La línea original de construcción de la Iglesia, Iglesia-Pobres, parece olvidada, abandonada.
La Iglesia de Cristo no es, en consecuencia, para Vicente de Paúl una promesa de poderío, sino «la Iglesia de los pobres», «la Iglesia pobre». Está convencido de que los pobres tienen «la preeminencia en la Iglesia» y de que los «ricos son sus servidores». En razón de esta doble certeza es posible re-crear un futuro cualitativamente nuevo, pero solamente a condición de que se identifique a quienes en el mundo son los más desprovistos, los más aplastados, a condición de unir su suerte a la de ellos hasta no concebir otra victoria real que la suya. «Vayamos, pues hermanos, dirá Vicente de Paúl, y empleémonos con nuevo amor en servir a los pobres, e incluso busquemos a los más pobres y a los más abandonados: reconozcamos ante Dios que son nuestros señores y maestros, y que somos indignos de hacerles nuestros pequeños servicios».22
La vida cotidiana de la Iglesia para Vicente de Paúl es una vida pobre. Los cristianos, que participan en la vida de la Iglesia, se sienten llamados a asumir las consecuencias de una «co-responsabilidad», de una «subsidiaridad», de un «servicio», que los lleva a pagar en su propia persona las exigencias del porvenir verdadero del hombre, tal como se ha revelado en la plenitud de Cristo. No se puede olvidar que la Iglesia es la Comunidad que continúa el misterio de Cristo. Pero es suficiente contemplar a Cristo,23 para comprender que la evangelización se relaciona con una obra de amor y con un movimiento de anonadamiento. La Iglesia, que continúa la misión de Jesús, debe amar, servir y ser pobre. Su pobreza será efecto y manifestación de su amor a los pobres y, al mismo tiempo, criterio de caridad, de su solidaridad con la miseria de los pobres, transportando en ella el peso de la historia común y pagando las consecuencias en su realidad concreta para discernir y hacer aparecer el porvenir verdadero del hombre. «La Iglesia, afirma Vicente de Paúl es comparada a una gran cosecha que requiere obreros, pero obreros que trabajen. Nada hay más conforme al Evangelio como acumular por una parte luces y fuerzas para su alma en la oración, en la lectura, en la soledad, y después ir a hacer partícipes a los hombres de este alimento espiritual. Obrar de esta manera es hacer lo que hizo Nuestro Señor y lo que hicieron, después de El, sus apóstoles… Así es como debemos obrar, así es como debemos testimoniar a Dios por nuestras obras que le amamos».24
La Iglesia, todos los miembros de este Pueblo de Dios, no puede entregar a los hombres más que lo que ha contemplado en el misterio de Dios: «contemplata tradere». Abierta a Dios, que la sobrepasa, abierta a los hombres, a quienes debe servir, debe realizar la «victoria de comunión» entre Dios y los hombres y entre los hombres en y por Cristo Jesús. «Démonos a Dios para continuar la misión de Jesucristo», repetirá Vicente de Paúl. Por eso a ejemplo de Cristo «debemos desprendernos de todo lo que no es Dios y unirnos al prójimo por Caridad para unirnos a Dios por Jesucristo».25 «No me basta con amar a Dios si mi prójimo no le ama»,26 declara imperiosa y categóricamente Vicente de Paúl. Consciente de las necesidades apremiantes de la Iglesia y del valor del apostolado escribe: «La Iglesia tiene suficientes personas solitarias por su misericordia y demasiadas inútiles y muchas más todavía que la desgarran; su gran necesidad es tener personas evangélicas que trabajen en purificarla, iluminarla y unirla a su divino Esposo».27
Pobres
La fe de Vicente nos declara que es necesario ver a los pobres, a las personas y los acontecimientos no como los sentidos los perciben o como la razón nos los presenta, sino según la realidad, es decir, como «son en Dios y no como aparecen al margen de El, porque de otra manera podríamos equivocarnos y obrar de manera distinta de la que El quiere».28 La visión de lo invisible interpreta lo visible de una manera desconcertante. El Cristo de la contemplación vicenciana permite ver y comprender de manera totalmente distinta la realidad visible. El la ilumina y la transforma. Por eso los pobres no deben ser considerados según su aspecto exterior, ni juzgados según los criterios humanos, presentados ayer con etiquetas de la «estratificación social» y ofrecidos hoy bajo el análisis freudiano o marxista.
Vistos a través de la «estratificación social» aparecerán «despreciables», «ignorantes», «toscos», «perezosos», «viciosos», «repugnantes», y «apenas reflejan en su existencia rasgos de un rostro humano». Más bien son «animales feroces», según la expresión de La Bruyére, a los que el poder central, concretado en este caso en Richelieu, permitirá ser hombres para convertirlos en «mulos de carga del Estado».29 Descubiertos bajo el análisis freudiano podrán, ciertamente, descubrir una parte de las certezas, del subconsciente, de las angustias del hombre y de la sociedad. Más aún, podrán provocar en uno y en otra piedad o repugnancia, desprecio o envidia, alimentar el sadomasoquismo o rehabilitar el «milenarismo». Abordados bajo el análisis marxista podrán ser considerados elementos activos de revolución social, de lucha de clases, fermento politizado para transformar la sociedad…
Sin embargo, contemplados desde la perspectiva de Dios y según la estima que Jesucristo tuvo de ellos, los pobres son el lugar del encuentro con Dios, imagen y presencia de Cristo.30
Abordados en esta perspectiva, Vicente de Paúl encuentra las directrices, los principios que orientan y motivan la acción que se opone al hundimiento de los menos dotados e impide a los desheredados convertirse en miserables.31 Descubre que el poder de los pobres es inconmensurable porque pueden iluminar nuestra mirada miope: estos seres aparentemente despreciables, son en realidad grandes señores. Pueden condenarnos en cada minuto ante el tribunal de Dios y ante la sociedad. Pero también pueden salvarnos y liberarnos.32
Aclimatando a los demás a las exigencias evangélicas Vicente de Paúl entrega una fórmula de vida: «los pobres son nuestros señores y maestros»,33 maestros de vida y de pensamiento. Junto a ellos el pensamiento se rectifica, la acción se ajusta e interiormente se modela. El nos confiesa silenciosamente que en la Iglesia y en la sociedad se debe comprender todo, amar todo, organizar todo a través de estas realidades verdaderas de los pobres. Sólo con este precio el dinamismo de la generosidad y de las relaciones entre los hombres tendrá una fuerza que sobrepasa al hombre. Entonces se podrá comprender que la relación a los pobres es ante todo una realidad iluminada por la exigencia de la fe. Pero esta opción exige el análisis crítico de las causas permanentes de la miseria. La misma fe exige esta crítica. Sin esta opción, sin esta presencia crítica en el centro de la historia, la fe no es más que ilusión y alienación. Pero no se puede olvidar que esta presencia es la crítica liberadora en el «pecado del mundo», provocado por las idolatrías del poder, del saber, de las riquezas. La fe de la Iglesia es el origen de su pobreza, por eso en el centro de la fe se hace la opción por la pobreza en razón del Reino de Dios y del porvenir del hombre. Vicente de Paúl, cuando exige la pobreza a los Misioneros, lo hace en razón de la mística del pobre, es decir, del individuo que representa la «imagen al natural» de Cristo, y que en nombre del mismo Cristo reclama ayuda y solidaridad. Por eso refiriéndose a Vicente de Paúl es mejor hablar de pobres que de pobreza, incluso si para sacar a estos pobres de su situación, la pobreza se incrusta en nosotros.
Inteligencia y fidelidad
Podemos comprobar de manera material, con los textos en la mano, que Vicente de Paúl y los primeros misioneros de la Congregación de la Misión fueron al principio los empleados de la familia de los Gondi y los artífices de una obra: la misión en las tierras de los Gondi. No obstante en la conferencia a los Misioneros sobre el fin de la Congregación, el 6 de diciembre de 1658, Vicente se esfuerza en transmitir su intención evangélica manifestada y perfeccionada a través de toda su vida. Autoridad y experiencia se apoyan y se sobreponen para justificar inmediatamente ante los Misioneros la creación de cada una de sus obras —enumera siete— y esto de dos formas:
1. Uniendo su obra a la evangelización comenzada por Jesucristo: «Evangelizar a los pobres no se entiende solamente enseñarles las verdades necesarias para salvarse, sino realizar las cosas predichas y figuradas por los profetas, hacer efectivo el Evangelio»,34 es decir, eficaz, generador de vida. Hoy diríamos fermento de transformación, de liberación, de salvación del hombre.
2. Dando un criterio: «De esta manera se piensa en el mundo que esta Compañía es de Dios, porque se ve que acude a socorrer las necesidades más urgentes y más abandonadas».35 La «pura necesidad», confiesa a los Misioneros, es el camino utilizado por Dios para comprometernos en la realización de sus designios.36
Su intención más profunda y delicada es el esfuerzo desarrollado para compartir su experiencia y ordenar, orientar, un futuro que no conocerá.
Dos observaciones nos interesa hacer constar en la evolución psicológica de la experiencia religiosa de Vicente de Paúl.
La primera consiste en señalar que, no obstante haber comenzado por una obra precisa y determinada, Vicente descubre que la vitalidad de dicha obra, su perfección, depende de un conjunto de elementos y de personas, de una gestión conjunta de obras.
La segunda consiste en declarar que, habiendo optado por una perspectiva muy particular —capellán que misiona las tierras de los Gondi— Vicente llega a ser un hombre de Iglesia, que responde a las necesidades de la sociedad de su tiempo. Como fecha clave, recordemos 1643, año en el que Vicente de Paúl entra en el Consejo de conciencia.
Si los acontecimientos manifiestan la voluntad de Dios y exigen una respuesta, Vicente hace descubrir a sus auditores y continuadores una consecuencia, convertida en exigencia de la vida misionera y apostólica: la decisión inquebrantable de no abandonar el mundo.
A estas dos observaciones es preciso añadir, para comprender la intención evangélica de Vicente de Paúl, que la variedad de obras existentes en la Congregación encuentra su solidaridad y perfección en el fin de la misma Compañía. Para mantener la unidad de ésta, más allá de las diferentes orientaciones tomadas y de la diversidad de obras aceptadas, es indispensable señalar los elementos esenciales de la intención evangélica de Vicente de Paúl, encarnada en la realización concreta del «proyecto original» de la Congregación. Estos elementos se concentran en: el don a Dios, para glorificar al Padre continuando la misión de Cristo, evangelizador de los pobres, con humildad, sencillez, dulzura, mortificación y celo, vivido en una Comunión o comunidad de vida evangélica.
Una cosa debe juzgarse esencial: la salvaguardia del fin «religioso» de la Compañía. Este fin para un grupo de bautizados, que quiere «realizar las obras del Espíritu»,37 no puede ser otro que la gloria de Dios.38
En segundo término, o si preferís más en concreto, el fin de la Congregación de la Misión, tal como lo define Vicente de Paúl, es la continuación de la misión de Cristo.39
Finalmente, en un aspecto que podríamos llamar global, el fin de la Congregación de la Misión se precisa en la afirmación siguiente: la misión de Cristo, tal como se define y se presenta en el Evangelio y es adoptada por Vicente de Paúl, se centra en la evangelización de los pobres.40
Esta intención evangélica de Vicente de Paúl, estos fines que se incluyen los unos en los otros, nos permiten no solamente comprender el pasado y apreciarle, sino también interpretarnos en el presente, como expresiones y prolongaciones de una intención permanente de Dios.41 La fidelidad al ayer, que compromete, al hoy, que exige, al futuro, que dama, está exigida por la voluntad humana instintiva y sobrenatural de querer vivir más intensamente y mejor cualitativamente de acuerdo con la originalidad, la función y la misión de la Compañía: Se trata de orientar la vida como es debido. Responder a los problemas nuevos con respuestas antiguas, es sellar su sentencia de muerte. El fin de la Compañía, y sus elementos esenciales no existen más que en las coordenadas socio-culturales. En estas coordenadas concretas, los hombres de «carne y hueso» de la Compañía intentan permanecer fieles a las exigencias creadoras de la intención evangélica de Vicente de Paúl y del Espíritu.
No es suficiente, pues, recordar el pasado, ni siquiera repetir materialmente las formas y fórmulas originales para ser fieles al proyecto originario de la Compañía. Se requiere al mismo tiempo descubrir la vida que brotaba de ellas para transmitirla en las realidades socio-culturales del mundo de hoy y así recrear la imagen de Dios en el hombre y en el mundo de hoy.
Ahora nos es más fácil declarar que la vitalidad de la Compañía depende del poder de conjugar la diversidad de sus miembros y la variedad de sus obras. Sólo el espíritu de la Compañía, la intuición evangélica de Vicente de Paúl, puede establecer los vínculos profundos de esta unificación viva. El dinamismo de este espíritu constituye la variedad y la solidez de la obra comunitaria. Gracias al resorte de este dinamismo la Compañía puede permanecer abierta al porvenir, no de facilidad sino de flexibilidad, de abertura, ante las exigencias impuestas por la novedad y mutación del mundo, de la Iglesia, a condición, no obstante, de no trampear con el espíritu de la Compañía, con la intención evangélica de Vicente de Paúl.
¿Esperábamos una palabra, una respuesta de Vicente de Paúl? Hoy, como ayer, más que a ninguna otra cosa él apela a su experiencia: «ésta es mi fe, ésta es mi experiencia». No obstante, reclama apasionadamente que el alma esté abierta, preocupada, en continua búsqueda, en acción. «Buscad, buscad…, esto dice preocupación, esto dice acción»,42 repetía en otro tiempo Vicente de Paúl.
Preocupación, es decir, aceptación sin reservas de la situación, rigor valeroso de comprobación de la realidad. El evangelio es obra de verdad, y en el contexto del siglo xvii, Vicente de Paúl realizó un «descubrimiento de lo oculto» extremadamente temible a través de la situación de la sociedad de su tiempo, especialmente de la sociedad rural. Pero esta franqueza le dio la posibilidad de comprender y de asumir la situación histórica de su tiempo. Afrontar esta situación, que obsesionaba más o menos a sus contemporáneos, fue, digámoslo claramente, tener la fuerza del radicalismo evangélico, de la fe y de la esperanza. Para conseguir este radicalismo le fue necesario una ruptura. En esta ruptura comenzó su re-creación.
Acción: la fe exige la realización de la obra de Cristo encomendada a su Iglesia en beneficio de los pobres, de los hombres. La obra de fe se reveló a Vicente de Paúl en su fuerza original: su contenido es el amor de Dios en el hombre, la presencia de Cristo en los pobres, que apelan a la fuerza divina depositada en el corazón del hombre. A través de la acción y del trabajo Vicente nos descubre que el amor es conformidad y comunión con la voluntad de Dios: «Lo esencial no es realizar las acciones», por muy notorias y deslumbrantes que sean, «para verlas hechas, sino para encontrarle y cumplir la voluntad de Dios en ellas».43
Esta abertura, hiriente para el confort humano, debe ser conservada en nuestra vida, si queremos continuar la intuición profunda y creadora de Vicente de Paúl. Debemos valorarla y revelarla. Solamente a este precio habremos pagado la deuda de inteligencia y de fidelidad contraída con un acreedor, todavía vivo, que se llama Vicente de Paúl.
Si Vicente de Paúl volviera, sin duda nos diría: salid de vuestra «pequeña periferia».44 Para ello se requiere una gran bondad, reflejo de un Dios «fiel y misericordioso» y haber accedido a un horizonte interior de libertad, como lo consiguió Vicente de Paúl en una sociedad y en una Iglesia colocadas en un terreno «unanimista, obligatorio y totalitario», la expresión es de J. Delumeau. Invariable en el fin, flexible hasta la extrema severidad en los medios, es la primera norma de la pedagogía vicenciana. ¿Lo habremos olvidado, desdichadamente?
- Cf. S.V., VI, 593; XII, 108-109.
- S.V., VI, 593. Este aspecto del Verbo Encarnado encuentra sus referencias en el Evangelio de San Juan (cf. 7, 16; 8, 29; 15, 13), leído a través de San Agustín y en compañía del Cardenal de Bérulle.
- Cf. S.V., XII, 108-109, 154-155, 264-265, 270-272; XI, 23-32.
- S.V., XII, 264.
- Cf. S.V., XII, 109, 264, 244, 154-155, 368.
- Cf. Ef 4, 24; Gál 3, 26-27; Col 3, 5-15; Rom 6, 3-11; S.V. 77-83, 107-108, 112-113, 371; VII, 382; VIII, 162; XI, 14-15, 19-23, 61-63, 252,-583; X, 115, 122-124, 126, 141, 222-223, 562-563.
- Cf. Lc 4, 18-19; 7, 22; 6, 20; Is 61, 1-2; Sof 2, 2.
- Cf. Lc 2, 12-16, 24, 51; 8, 3; 9, 54.
- Cf. S.V., XII, 79-83, 3-5; XI, 23-24; XII, 264-265; XI, 74. ABELLY, L., op. cit., III, 89-90, 123.
- Cf. S.V., XII, 108-109, 262-263, 264-265, 271, 275. ABELLY, L., op. cit., I, 93; III, 89.
- Cf. S.V., XII, 270, 271, 191-194, 190, 272.
- Cf. S.V., XII, 199-201. ABELLY, L., op. cit., III, p. 218; XII, 270-271, 273-274, 210, 206.
- Cf. S.V., XII, 284-285.
- Cf. S.V., XI, 23-24; XII, 127, 154-156, 164-165, 200-201, 211, 213214, 226, 234-235, 236, 238, 284-285; X, 4; VIII, 205-206, ABELLY, L., op. cit., III, p. 41.
- Cf. S.V., IV, 123, 393; VIII, 15, 231; XI, 212; XI, 212; XII, 107-108, 108-109, 112, 113, 120, 124, 129, 154, 166, 183; XII, 260-275.
- S.V., XI, 200-202 (24 de julio de 1652); cf. S.V., XII, 170-171 (21 de marzo de 1659).
- S.V., XII, 100-101 (13 de diciembre de 1658).
- Cf. S.V., XII, 3-5, 79-83, 304-305; XI, 257-268, 274; VI, 378-379; XI, 258; XII, 255; XII, 304; I, 295.
- Cf. S.V., IX, 489-490.
- GELIN, D., Les pauvres de Yahvé (Reedición de 1953), Paris, 1962, p. 98.
- Cf. ABELLY, L., op. cit., I, 54-57; S.V., XI, 34-37.
- S.V., XI, 293.
- Cf. Fil 2, 6-8; 2 Cor 8, 9; S.V., XII, 264-265.
- ABELLY, L., op. cit. 1, p. 81; S.V., XI, 41.
- S.V., XII, 127.
- S.V., XII, 262.
- S.V., III, 202.
- S.V., VII, 388 (6 de abril de 1658).
- RICHELIEU, op. cit., p. 150; LA BRUYERE, J., op. cit., p. 389.
- Cf. ABELLY, L., op. cit., III, 9; S.V., XI, 32; IX, 5, 252; X, 610; IX, 324; X, 126, 680, 332; VI, 496-497; XIII, 427-428.
- Cf. S.V., IV, 42-43; V, 68, 615; VI, 496-497; XI, 32, 201, 202, 252; XII, 87, 170, 171; IX, 244246, 324-325, 59-60, 119, 592-593, 594, 253, 332; X, 126, 132, 610, 667-668, 679-680; XIII, 427-428.
- Cf. S.V., IX, 252, 288; X, 680-682. ABELLY, L., op. cit., Ill, p. 121.
- Cf. S.V., IX, 59; XI, 393…
- S.V., XII, 84.
- S.V., XII, 90.
- S.V., XII, 90.
- Cf. S.V., XII, 113, 94-113, 114-129, 365-376.
- «Busquemos la gloria de Dios, busquemos el reino de Jesucristo… Nuestro Señor quiere ante todo que busquemos su gloria, su reino y su justicia… Si nos decidimos de una vez a buscar la gloria de Dios, estaremos seguros que el resto seguirá»: S.V., XII, 132: «Ruego a Dios todos los días, dos y tres veces, que nos aniquile, si no somos útiles para su gloria. ¿Cómo, Padres, añade Vicente de Paúl, quisiéramos estar en el mundo sin agradar a Dios y sin procurarle su mayor gloria?»: S.V., XII, 2. «Un buen medio que nos ayudará a practicar estas máximas (evangélicas) será considerar con frecuencia que la Compañía, desde el comienzo, ha tenido el deseo de unirse a Nuestro Señor para hacer lo que El hizo por la práctica de estas máximas, para hacerse como El, agradable a su Padre eterno y útil a su Iglesia… Los Misioneros deben estar animados de manera especial por este espíritu… Se trata de formar una Compañía animada por el Espíritu de Dios y que se conserve en las operaciones de este espíritu»: S.V., XII, 128. Este aspecto es constante en la doctrina de Vicente de Paúl.
- Cf. S.V., XII, 264-265; XI, 23-24; XII, 262, 271; XI, 74, 77, 133-134; XII, 366-367, 372, 379; XI, 212; XII, 78-83; XII, 3-5; XII, 127…
- Cf. S.V., XI, 1-2, 133-136; XII, 3-5, 79-83, 84.
- Cf. S.V., XII, 79, 80, 83, 90, 91, «Permaneced firmes, hermanos, permaneced firmes, por el amor de Dios; él será fiel a sus promesas, jamás nos abandonará, mientras estemos perfectamente sometidos en la realización, en el cumplimiento de sus promesas… Hagamos el bien que se presente para realizarlo de la manera que hemos dicho. Pertenecemos a El y no a nosotros; si él aumenta nuestro trabajo, también aumentará nuestras fuerzas»: S.V., XII, 93.
- S.V., XII, 131.
- S.V., XII, 132.
- S.V., XII, 92.