LOS VOTOS, LA GRAN NOVEDAD
Vicente de Paúl supo solucionar el dilema, indisoluble hasta entonces, de cómo los miembros de una congregación exenta de los obispos, que hacen en público votos simples reconocidos y aprobados públicamente por el Sumo Pontífice y reservados a él y al Superior General, pueden ser considerados canónicamente seculares y no religiosos. San Vicente lo logró, gracias a la clase de votos que ideó y que él llama «santa invención». Y esto sí fue una gran novedad en la historia de la Iglesia.
San Vicente decía que «Jesucristo es la Regla de la Misión”. De ahí que la mayoría de los apartados de las Reglas Comunes comiencen citando lo que Cristo dijo o hizo, para que el misionero se vacíe de sí mismo y se llene del Espíritu de Jesucristo. Y el camino directo para transformarse en Cristo, para él, era vivir los consejos evangélicos que consolidó con la fuerza de los votos49.
Sin embargo, aunque san Vicente, al igual que sus contemporáneos, encontraba en los votos un sentido espiritual de adoración, se empeñó en reclamarlos para su Congregación por amor a los pobres, en el sentido de dar firmeza a la estabilidad de los misioneros en el compromiso que habían hecho de dedicarse toda la vida a evangelizar a los pobres campesinos, por lo fácil —pensaba— que era abandonar la Congregación, teniendo en cuenta la dureza de las misiones. Aunque sabía que era una práctica no admitida por las comunidades seculares, se esforzó en que los misioneros hicieran votos al ver que eran bastantes los que abandonaban, al igual que en el Oratorio de Bérulle.
La novedad de unos votos públicamente privados
Él buscaba la estabilidad de los misioneros. De ahí que el voto de estabilidad es peculiar y característico de la Congregación de la Misión y da sentido a los otros tres. Sin embargo, antes de implantarlo, a Vicente de Paúl le ocasionó muchas cavilaciones, como se lo escribe al P. Lebreton: «Me encuentro perplejo ante las dudas que me vienen y la solución que hay que tomar sobre la última forma que le proponía: si bastará con hacer un voto de estabilidad… Le ruego, padre, que trate esto con el reverendo padre asistente (de los jesuitas), para saber si solo el voto de estabilidad constituye el estado religioso. Aquí todo el mundo tiene tanta aversión a este estado que da lástima; no obstante, si se juzga conveniente, habrá que hacerlo». Y ocho meses después le insiste: «Desearía enormemente que pidiera usted el parecer de muchas personas de las de ahí en relación con el voto de estabilidad, sobre si constituye religión. Ya me ha dicho usted que el reverendo padre asistente (de los jesuitas) opina que no. Se alega que los cartujos y los benedictinos no hacen más que ese mismo voto de estabilidad, y que sin embargo son religiosos».
La negativa de san Vicente y de los misioneros a abrazar el estado religioso fue constante: la secularidad fue una característica inherente a la Congregación desde sus orígenes. Les asustaba que pudieran terminar siendo religiosos, cuando estaban orgullosos de ser seculares, condición que consideraban esencial para las misiones y la formación del clero. Las congregaciones fundadas por aquellos años en Paris, oratorianos, sulpicianos, sacerdotes de San Nicolás, no tenían votos. Y los misioneros sospechaban que Vicente de Paúl estaba dispuesto a forzar los votos, si beneficiaban la estabilidad en bien de los pobres, aunque fueran votos solemnes, como él se lo había escrito al P. Lebreton: Aquí lodo el mundo tiene tanta aversión al estado religioso que da lástima; no obstante, si se juzga que no hay más remedio, habrá que hacerlo, y lo había expresado en la Asamblea de 1651: «Sin embargo, el P. Vicente ha recalcado que le había encargado al difunto P. Lebreton que pidiese a Urbano (VIII) los votos religiosos, no como los hacemos nosotros, y que monseñor Ingoli quería unirnos a la Congregación de Propaganda». Ellos exponían razones de peso y el superior Vicente pacientemente supo escuchar, comprender y resolver, después de haber consultado a buenos juristas de la Sorbona y de los Jesuitas. Más que su intuición y talento, lo que convenció a sus compañeros fue su santidad. Su intuición y talento le sirvieron para convencer a la Santa Sede que aprobara los votos, tal como se hacían en la Congregación, permaneciendo secular, aunque tardara dieciséis años en lograrlo.
La gran novedad
La gran novedad que ideó san Vicente, apoyándose en los jesuitas Vázquez, Suárez, Sánchez y en el Doctor Navarro, le vino al ver que unos jesuitas hacían votos solemnes y otros, simples, y todos eran religiosos. Asumiendo 300 años antes las ideas del Concilio Vaticano II, viene a exponer que ser congregación religiosa o secular dependía de la voluntad del Papa, y no de los votos solemnes o simples: «Se dice que al papa no le gusta el estado religioso. Pero, considerando que nuestros votos no nos hacen religiosos, los aprobará, sobre todo si la cosa depende de él (digo, de su disposición); y será conveniente darle a entender que será difícil que la Compañía pueda subsistir en medio de las ocupaciones tan diversas, importantes, difíciles y complicadas que tiene… Y si Su Santidad o la Congregación a la que encomiende el estudio de este asunto no aprueba estos votos simples, que haga el favor de darnos un medio para ello».
La fórmula instituida por la Santa Sede para aprobar una congregación como religiosa era «hacer votos públicos», es decir, que los acepte el superior en nombre de la Iglesia. Y los votos que se hacían en la Misión, aunque se hicieran en público delante del superior como testigo, no caían bajo la denominación canónica de «públicos», porque el Papa no exigía que los recibiera el superior en nombre de la Iglesia.
Pero había otra dificultad. Para ser secular una congregación no debiera estar exenta de los obispos52. Esto lo sabía muy Vicente de Paúl, y en algún momento pretendió que se hiciera un quinto voto: «de obediencia a nuestros señores los obispos en las diócesis en que estemos establecidos», pero añade» «en relación con dichas funciones». Es decir, ser juxtadiocesanos. Y quedó asombrado cuando leyó que el Breve de Alejandro VII daba una exención tan extensa con relación a los obispos.
La aprobación de los votos y sus consecuencias
La cuestión de hacer o no votos, se resolvió, tras un largo y penoso proceso, en 1655 con el breve de Alejandro VII Ex comissa nobis, que sancionaba la praxis de los votos simples, perpetuos, reservados al Romano Pontífice y al Superior de la Congregación de la Misión, la cual, sin embargo, no se convertir: en instituto religioso, aun quedando exenta del Ordinario del lugar. Era una gran novedad: emisión de votos reservados, exención de los Obispos y carácter secular del Instituto. Y esta fue la genialidad de Vicente que hizo que la Congregación de la Misión fuera una gran novedad: ponía al clero secular en estado de perfección como respuesta a un tipo social nuevo. Sin embargo, el Breve de aprobación de los votos no se daba como legislación universal. Los votos simples, sin convertirla en religión, se le permitía a la Congregación de la Misión como excepción particular, para mantener la estabilidad de sus miembros. La legislación de la Iglesia tendrá presente esta realidad a lo largo de los siglos.
LA LEGISLACIÓN POSTERIOR
Para san Vicente el voto solemne era igual al voto público que se profesaba en las Religiones, mientras que voto simple venía a ser voto privado. La Constitución Conditae a Christo de León XIII reconoce como Institutos religiosos a las Congregaciones de votos simples, dando carácter de votos públicos a los votos simples. El Código de Derecho Canónico de 1917 reguló como estado jurídico público en la Iglesia, la situación de las congregaciones seculares. Se las llamó Sociedades de vida común sin votos (públicos), y se las colocó en un apartado especial, pero equiparadas canónicamente casi por completo al estado de los religiosos, aunque carecieran de votos públicos. Para el Concilio Vaticano II, la vida religiosa la constituye la profesión de los consejos evangélicos, mediante votos u otros vínculos sagrados análogos a ellos. El nuevo Código de Derecho Canónico (1983) mantiene esta mentalidad y pone a las Sociedades de vida apostólica dentro del estado de vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos, asimilándolas en gran parte a las congregaciones religiosas, cosa que ha desagradado a bastantes miembros de esas Instituciones.
CONCLUSIÓN
San Vicente hizo un resumen de las tareas de la Congregación de la Misión a las que vistió con las peculiaridades que tejía su genialidad: Así Dios se servirá de esta Compañía: para la gente sencilla, por las misiones; para el clero que comienza, por los ejercicios a ordenandos; para los que ya son sacerdotes, no admitiendo a beneficios o vicariatos a nadie que no haya hecho estos ejercicios y se haya instruido en el seminario; y para los que tienen beneficios, por los ejercicios espirituales.
No saco ninguna conclusión para la actualidad. Le toca a cada misionero paúl sacarla, examinando algunas peculiaridades que he intentado recalcar y en especial la audacia que tuvo san Vicente para realizar innovaciones acomodadas a cada tiempo y misión, sin apoyarse en hipótesis, sino en necesidades concretas para darles respuesta acomodadas y eficaces; la tenacidad para no abandonar en las dificultades, la sagacidad para no enfrentarse a nadie y la santidad para descubrir la voluntad de Dios en lo que le aportaban otros.
CEME
Benito Martínez