La gran novedad de la Congregación de la Misión (II)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la Misión, Historia de la Familia Vicenciana1 Comments

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UNA FUNDACIÓN PARA MISIONAR UNOS PUEBLOS

Cuenta san Vicente que en enero de 1617 confesó en un pue­blecito, Gannes, a un campesino anciano que había callado durante años por vergüenza un pecado grave y que, al sentirse en paz, contó alborozado lo que le había sucedido. Gannes pertene­cía a los Señores de Gondi, cuyo capellán era Vicente de Paúl. Al escucharle la señora Marquesa exclamó: «Si este hombre que pasaba por hombre de bien, estaba en estado de condenación, ¿qué sucederá con los demás que viven tan mal? ¡Ay, padre Vicente, cuántas almas se pierden! ¿Qué remedio podemos poner?». Y le encargó a su capellán Vicente predicar un sermón sobre la confesión general. El fruto fue enorme, teniendo que venir dos jesuitas de Amiens a ayudarle en las confesiones. Y a Margarita de Gondi le viene la idea de hacer una fundación, es decir, depositar una suma de dinero para que con sus rentas pue­dan vivir unos sacerdotes que misionen de tiempo en tiempo los pueblos de los que eran señores ella y su esposo.

Toda fundación necesita una persona física o jurídica que administre las rentas y cumpla los fines de la fundación. La Señora de Gondi y el capellán acudieron a los je­suitas, a los oratorianos y a otras congregaciones religiosas para que asumieran la fundación, pero la rechazaron.

Y Vicente de Paúl se ve obligado, en cuanto capellán, a asu­mir a título personal la fundación para misionar los pueblos de los señores de Gondi. Después de su efímera escapada a Chátillon y vuelto a casa de los señores de Gondi, recorre los pueblos predicando misiones que duraban de cinco a seis semanas. El núcleo de las misiones lo constituía la preparación a una confe­sión general y la explicación del catecismo, terminando con la instalación de la Asociación de la Caridad para solucionar las necesidades de los pobres. Así durante siete años.

Propiamente esta fundación no es una novedad. En la Edad Media ya se hacían fundaciones parecidas para crear hospitales, colegios, becas de estudiantes, etc., y mantenerlas con las rentas de un capital. Ciertamente esta fundación tiene una peculiaridad más que innovación: sus rentas se dedican a dar misiones exclu­sivamente a los campesinos, a pesar de que entonces la mayoría de las misiones se daban en las ciudades. Por esta peculiaridad a esta fundación se la llamó Misión. Al pasar los años, nobles y obispos harán fundaciones parecidas en favor de la Congrega­ción de la Misión.

INSTITUCIONALIZAR LA FUNDACIÓN DE LA MISIÓN

El año 1624 la señora de Gondi quiere institucionalizar la fundación, y presiona a su capellán Vicente para que lo acepte.

Esto supone institucionalizar la persona jurídica que venía haciéndose cargo de sus fines: el capellán Vicente de Paúl y el grupo inestable de sacerdotes que le acompañaba4. Con ello se pretende hacer estable a este grupo en forma de comunidad dedi­cada a las misiones en medios rurales.

Sabemos que Vicente de Paúl, de familia campesina, pero acomodada, desde niño manifestó un corazón compasivo hacia los pobres, sabemos igualmente que desde la Noche Oscura de 1617 puso su vida al servicio de los pobres; lo que ya no tenía claro era si debía consagrar su vida exclusivamente a los pobres campesinos. Y para meditarlo bien hizo los Ejercicios Espiritua­les en Soissons.

Sobre este punto me gustaría recordar lo que dije en la char­la con que comenzaba la Primera Semana Vicenciana: «La Con­gregación de la Misión se dedicó a los campesinos porque san Vicente era capellán de los señores de Gondi y éstos eran seño­res de muchas tierras de campo. De haber sido una familia de burgueses con talleres y manufacturas con abundantes obreros y san Vicente su capellán ¿habría fundado la Misión para los obreros?». Nunca se sabrá. Pero una cosa es cierta: en la Congrega­ción lo esencial es evangelizar a los pobres; la clase de pobres depende de las épocas.

Para institucionalizar y perpetuar el grupo de sacerdotes que continuara las misiones necesitaba una residencia fija en Paris, y la Señora Generala habló con su marido y con el Arzobispo de Paris, hermano del señor de Gondi, y el arzobispo donó «el Cole­gio de Bons-Enfants, que dependía de él, para vivienda de aque­llos sacerdotes». Para tomar posesión, el señor Vicente necesi­taba un título de licenciado exigido para ser principal y capellán de un Colegio universitario, y sacó o compró el título de licen­ciado en derecho. El pequeño grupo de misioneros que compon­dría el núcleo inicial de la nueva Comunidad, como persona jurí­dica de la fundación, ya tenía una residencia.

El 17 de abril de 1625, en el palacio de los Gondi, se firma el contrato por el que Vicente de Paúl se compromete a elegir en un año el número de eclesiásticos que permitan sostener las rentas de la fundación, que irán de aldea en aldea a sus propias expen­sas, instruyendo y catequizando a esas pobres gentes y movién­dolas a hacer una confesión general de toda su vida pasada, sin recibir retribución. Nacía así la persona jurídica res­ponsable de la fundación «con el nombre de Compañía, Congre­gación o Cofradía de sacerdotes de la Misión». Su superior vita­licio sería Vicente de Paúl. Este grupo de sacerdotes redactaría un reglamento en el que resaltan dos puntos: vida en común bajo la obediencia a Vicente o al superior que eligieran después de su muerte, y evangelizar a los campesinos de los señores de Gondi, aunque también podrían dedicarse a otros campesinos práctica­mente abandonados por un clero ignorante y sin celo.

Hasta la firma de este contrato toda la labor giraba alrededor de la fundación de los Señores de Gondi: un capital que con sus rentas permitiera vivir a unos sacerdotes que misionarían deter­minados pueblos campesinos. Pero desde este contrato todo va a girar alrededor de la Persona jurídica, Compañía, Congregación o Asociación que gestionaría esas rentas para poder misionar gratuitamente dichos pueblos.

San Vicente ya no se cuestiona a qué pobres debía ir. Piensa que la voluntad de Dios se manifiesta por los acontecimientos de la vida y le ha indicado que ahora para él los pobres eran los campesinos. Y de aquí en adelante sólo buscará motivos que le afiancen en el camino que Dios le ha indicado a través de la señora de Gondi.

Un año después pidió al Arzobispo de París la aprobación de la asociación, que es concedida, y cuatro meses más tarde firma­ban el acta de agregación a la naciente compañía los cuatro pri­meros sacerdotes. Había nacido la pequeña compañía.

Entre los años 1627 y 1632 este grupo de sacerdotes preten­de por dos veces al menos que la Santa Sede apruebe la Funda­ción como una nueva compañía, congregación o asociación. Intervienen ante la Santa Sede el Rey, su embajador en Roma, el nuncio de Paris, pero en vano. La Congregación de Propaganda Fide8 aprueba en 1628 la Fundación como Misión, pero se niega a aprobarla como Congregación religiosa, porque el sentido tem­poral y transitorio de una fundación para misionar se opone al de congregación religiosa que debe ser perpetua (X, 269s).

Propaganda Fide era un Dicasterio de la Santa Sede fundado en 1622 por el Papa Gregorio XV. Tenía la doble finalidad de difundir el cristianismo allí donde aún no se había anunciado el evangelio y defender la fe católica donde era atacada por la herejía. Propaganda Fide era, en la práctica, la Congregación a la que estaba reservada la tarea de organizar toda la actividad misionera de la Iglesia. Por disposición de Juan Pablo II desde 1988 se llama «Congregación para la Evangelización de los Pueblos».

INNOVACIONES

Podemos afirmar, por lo tanto, que el hecho de institucionali­zar la persona jurídica de la Fundación con el nombre de Con­gregación de la Misión no aporta gran novedad a la historia. Y pocos años después, cuando la Santa Sede apruebe la fundación como nueva congregación, entrará en la categoría canónica de las congregaciones seculares que ya habían iniciado san Felipe Neri, Bérulle, Bordoise, Olier y otros. Sus estructuras son pare­cidas: pertenencia al clero secular, sin votos, pero viviendo en comunidad.

Tampoco las misiones son un invento de la Congregación de la Misión. Ciertamente las misiones son el fin imprescindible de la Congregación en vida de Vicente de Paúl, de tal manera que el Santo no acepta ninguna fundación, ni siquiera seminarios, si, al mismo tiempo, no dan misiones10. «Es nuestra vocación, —decía— es corresponder a los designios eternos que Dios tiene sobre nosotros… y todo lo demás no es más que accesorio; pues nunca hubiéramos trabajado con los ordenandos ni en los semi­narios de eclesiásticos, si no hubiésemos juzgado que era nece­sario para mantener al pueblo y conservar el fruto que producen las misiones cuando hay buenos eclesiásticos».

Las misiones ya existían en Italia y a finales de la Edad Media pasaron a Francia, donde las daban solo las órdenes reli­giosas, principalmente los capuchinos y jesuitas. Sin embargo, desde 1612 asume este apostolado también el clero secular, por medio de los oratorianos de Bérulle y de la comunidad de San Nicolás de Chardonnet, y que el clero secular diera misiones, sí fue una novedad en la historia de las misiones. San Vicente y sus colaboradores entran en escena en 1617, más como una simple pieza de un proceso del movimiento misionero que ya existía, que como una verdadera ruptura.

Como en todas sus fundaciones, de nuevo ve la voluntad de Dios en lo que ya existe, aunque añada algunas peculiaridades que hagan más efectivas las soluciones a las necesidades de los pobres de cada momento. Después de analizar todo y pedir con­sejo, si veía la voluntad de Dios, su decisión era irrevocable, hasta decir algún biógrafo que el señor Vicente no cambiaba nunca. Su fórmula «firme en el fin, moderado en los medios» —postura salesiana que tomó de santa Juana F. de Chantal— es una fórmula actual que nos ha dejado en herencia a los misioneros del siglo XXI.

Y vio como voluntad de Dios las cuatro peculiaridades con que vistió las misiones que daba la Congregación: Primera, sus misio­nes se centran en la confesión general y en la explicación del cate­cismo; segunda, las misiones deben dejar solucionada la ayuda permanente a los pobres por medio de las Caridades; tercera, solo misionarán en los pueblos rurales; y cuarta, serán gratuitas. No se puede decir, por lo mismo, que la fundación de la Congrega­ción de la Misión en este aspecto fuera una gran novedad.

Confesión general

La confesión general era una exigencia de la situación del campesinado. En el siglo XVII dominaba la idea de que la con­fesión era un juicio y el confesor debía tener jurisdicción para perdonar. Por oficio solo la tenían los obispos y los párrocos para cada lugar. Quien deseaba confesarse con otro sacerdote necesitaba que su párroco le concediera una cédula autorizándo­le confesar a esa persona. Así se lo explica san Vicente a las Her­manas: «¿Por qué creéis que en todas las absoluciones que dan los párrocos en sus parroquias, advierten que se retiren todos los que no sean feligreses suyos? Porque el párroco de una parroquia tiene jurisdicción sobre todos sus feligreses, pero no sobre los de otra parroquia a no ser con permiso de su párroco respectivo. Y ningún sacerdote tiene facultad de confesar en su parroquia, si él no se la da».

La situación que se creaba en la conciencia de los feligreses por tener que declarar ciertos pecados a una persona con la que convivía a diario, daba lástima, ensombreciendo alguna confe­sión con el espantoso sentimiento de haber cometido un sacrile­gio. Sin embargo, las misiones las daban unos sacerdotes que no los conocían y tenían facultades del obispo para perdonar los pecados a cualquiera de sus diocesanos. San Vicente descubrió en Gannes la paz que infundía a los fieles la confesión general de la vida pasada, al tiempo que suponía el mejor medio para una verdadera conversión: romper totalmente con el pasado e iniciar una nueva vida. Y se lo confirmaban las cartas que reci­bía: «Entre las personas que han hecho confesión general, —le escribe un sacerdote— le puedo asegurar que han llegado a más de quinientas que nunca habían hecho una buena confesión y que, además de eso, la mayor parte llevaban diez, veinte y trein­ta años encenagadas en pecados enormes y han manifestado con toda ingenuidad que nunca se habrían confesado con sus pasto­res y confesores ordinarios…».

No cabe duda que la confesión general ya existía y se fomen­taba en las misiones antes de llegar san Vicente; la gran novedad de sus misiones fue ponerla como uno de los objetivos primor­diales y organizar la misión en dirección a la confesión general. De ahí la gran popularidad que alcanzaron las misiones vicencianas entre los obispos y el clero, pero especialmente entre los campesinos que llegaban a pasar días enteros en la iglesia para no perder su turno de confesarse. En una misión dada en Plessala en 1659, un misionero escribe a san Vicente que hubo unas 500 personas que durmieron diez días en la iglesia para poder confesarse.

Explicación del catecismo

Las misiones que daba la Congregación de la Misión corregí­an el pasado por la confesión general, pero también iluminaban el futuro por medio del catecismo. Entonces era común creer que no hay salvación para un alma que no sabe que hay un Dios en tres personas y que la segunda persona se encarnó, y los pobres frecuentemente no lo sabían. Por otro lado, san Vicente había contemplado los éxitos que había logrado para la Reforma El Catecismo Menor, compuesto por Lutero un siglo antes y los estragos que El Catecismo de la Iglesia de Ginebra, compuesto por Calvino, había causado en la Iglesia católica de Francia, como lo indica en el sermón que predicó hacia 1616 en presencia de los Gondi: Los hugonotes «enseñan el catecismo todos los domingos, después de comer, a sus hijos, de forma que no hay uno solo de ellos que no sepa dar razón de su fe y no dispute sobre ello con lino y hasta con pertinencia… Se sirven del catecismo para des­truir nuestra fe. Volvamos a coger nosotros el catecismo».

En el siglo XVII muchísimos hombres y la mayoría de las mujeres no iban a la escuela e ignoraban la doctrina católica, con el peligro de abrazar la religión reformada, como si fuera la católica. Había que enseñarles el catecismo a aquellas pobres gentes llenas de una fe que hacía exclamar a san Vicente: Si exis­te una religión verdadera, es entre esa pobre gente; en ellos se conserva la verdadera religión, la fe viva.

Explicar el catecismo no era una novedad desde que Pedro Canisio y Roberto Belarmino popularizaran los catecismos de niños y de adultos. La novedad estaba en ponerlo como centro de las misiones vicencianas, junto con la preparación a una confe­sión general. El crédito que daba san Vicente al catecismo le llevó a afirmar que «todo el mundo está de acuerdo en que el fruto que se realiza en la misión se debe al catecismo», prohibiendo que se suprimiera su explicación o se cambiara por la predicación, y hasta fue tema de estudio en la Asamblea de 1651.

La novedad está asimismo en la forma de explicar el catecis­mo frente a los herejes: sin desafiarlos ni enfrentarse a ellos. El siglo XVII consideraba la religión como un desafío entre católi­cos y hugonotes. Para san Vicente el catecismo es un diálogo aclaratorio en el que hay que tratar a los hugonotes no como antagonistas, sino como hermanos a los que hay que convencer con humildad, cordialidad, sencillez y claridad. Método que es alabado por el Señor Olier y por el Abogado del Rey en Loudun. Y discutir con los herejes sin enfrentamiento, sí era una novedad en una sociedad enconada por la constante contro­versia religiosa heredada de la época de las guerras de religión.

CEME

Benito Martínez

 

 

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