1.- Justificación del tema: «Este asunto me concierne»
La audacia de la caridad para un nuevo impulso misionero es el tema de nuestras Asambleas locales y provinciales como preparación a la próxima Asamblea general. Pero en realidad es mucho más, es una llamada del Espíritu a la Iglesia que responde a una necesidad vital del Pueblo de Dios. Lo constatamos en nuestro entorno: la audacia y la valentía para evangelizar han disminuido en numerosos lugares.
Recordemos que la audacia de la caridad lleva consigo tres elementos: espiritualidad, inserción en la realidad, y atención preferencial por los pobres. Estoy convencida de que este tema requiere memoria, reflexión y oración. Nos lo dicho con mucha claridad el Papa Francisco en la Exhortación Evangelii Guadium: “La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más…; necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial.” (E.G. 264)
Como consagradas este tema nos concierne y nos afecta personalmente. Toda la vida de Jesús es la expresión de la audacia de su amor al Padre y a los hombres. El Evangelio lo pone de relieve con claridad. Entre la muchedumbre que le busca, sana a los enfermos, da vista a los ciegos y oído a los sordos, alimento a los hambrientos. Audacia, creatividad e ingenio se reúnen en sus ojos, en sus manos y en su corazón. La audacia de su caridad deja transparentar la compasión de su corazón y la misericordia del Padre. “Eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan” (EG, 265)
Los primeros cristianos eran audaces y su audacia se manifestaba como un impulso misionero evangelizador. Realmente atraían a la Fe en Jesús por la audacia de la caridad: “mirad cómo se aman”. La primera persecución de Pedro y Juan fue motivada por su caridad para con el paralítico que pedía limosna a la puerta del templo (Hech. 3, 1-26). Sabían que la audacia de la caridad es la esencia de la enseñanza de Jesús: “En esto conocerán que sois discípulos míos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 13, 35). Recordaban sus palabras después del lavatorio de los pies: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Este amor a Dios y a los hermanos fue el secreto de la audacia de los mártires, la fuente de fortaleza que les impulsó a entregar la vida perdonando a sus perseguidores1.
La audacia de la caridad ha cimentado la Iglesia desde los orígenes hasta nuestros días. La audacia es la base de los carismas de todas las congregaciones e Institutos de vida consagrada. Todos los Fundadores tuvieron esta audacia puesta en práctica de manera excelente para obedecer a la acción del Espíritu. San Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac brillan en la Iglesia por la audacia de su caridad: las misiones, las Caridades, la atención a los galeotes, el cuidado de los niños expósitos, el envío de Misioneros y Hermanas a los frentes de guerra…
El Papa Juan Pablo II en la Exhortación “Caminar desde Cristo”, programa pastoral de la vida consagrada del tercer milenio, reconocía la sobreabundancia de miedos en nuestro mundo y la necesidad de la audacia para ser testigos de la misericordia de Dios en nuestro mundo2.
En diciembre de 2012, Benedicto XVI afirmaba: En el contexto de una sociedad globalizada, ambivalente en la realidad, en la cual «no se han globalizado sólo tecnología y economía, sino también inseguridad y miedo, criminalidad y violencia, injusticia y guerras». En esta situación el Espíritu llama a las personas consagradas a una constante conversión para dar nueva fuerza a la dimensión profética de su vocación3. Este tema nos concierne porque nuestra audacia en la caridad es el mejor manual pedagógico para el pueblo de Dios, en palabras de los Papas Benedicto XVI y Francisco.
Durante su pontificado, Benedicto XVI lanzó con insistencia llamadas urgentes a la audacia de la caridad. Sus encíclicas “Deus caritas est” y el Motu Proprio “De caritate ministranda” sobre el servicio de la caridad lo ponen de relieve. Mariano Facio, filósofo e historiador, lo hace constar en su libro: De Benedicto XV a Benedicto XVI4: “La coyuntura actual exige de los cristianos coherencia de vida para actuar con audacia y fecundidad en la plaza pública, superando los obstáculos que un laicismo militante quiere imponer a toda manifestación trascendente”
El Sínodo sobre la Nueva Evangelización que tuvo lugar en octubre de 2012, hizo constataciones importantes sobre el tema: “Hemos de constituir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en su casa, con experiencias concretas de comunión que, con la fuerza ardiente del amor, -«Mirad como se aman»-, atraigan la mirada desencantada de la humanidad contemporánea” (Mensaje final del Sínodo, 3).
En la Evangelii Gaudium, el Papa Francisco nos advierte que la falta de audacia está relacionada con la tristeza de un corazón encerrado en su individualismo: “Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado” (E. G. 2).
Tras este diagnóstico, nos invita a todos a arriesgarnos, a ser valientes para confesar la fe y vivir con la audacia de la caridad. “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor»5. Al que arriesga, el Señor no lo defrauda” (E.G.3).
En el nº 179 de la exhortación Evangelii Gaudium nos pone en guardia contra la rutina y una espiritualidad desencarnada: ¡Qué peligroso y qué dañino es este acostumbramiento que nos lleva a perder el asombro, la cautivación, el entusiasmo por vivir el Evangelio de la fraternidad y la justicia!
Por eso este tema me concierne personalmente y nos concierne a cada una de nosotras como Hijas de la Caridad. No podemos ignorarlo. Necesitamos volver la mirada a la audacia de la caridad de Jesús, de los primeros cristianos y de nuestros Fundadores para poder seguir a Jesucristo con radicalidad, para hacer lo que Él hizo y continuar su misión. Sólo desde la audacia de la caridad seremos Testigos y Profetas del amor del Padre en nuestro mundo.
San Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac fueron innovadores abriendo nuevos caminos para la vida consagrada femenina. Buscaron estructuras alternativas a lo que había establecido el Concilio de Trento: «Tendrán por monasterio las casas de los enfermos y la residencia de la superiora; por celda, una habitación alquilada; por capilla, la iglesia parroquial; por claustro, las calles de la ciudad y las salas de los hospitales; por clausura, la obediencia; por rejas el temor de Dios; por velo, la santa modestia y como profesión: la continua confianza en la Providencia y la ofrenda de todo cuanto son».6 ¡Es cuestión de obediencia a la Iglesia y de fidelidad al carisma de los orígenes!… Lo que nos concierne de lleno.
2.- Conceptos: Base teológica y eclesial
Conocemos bien el significado del término audacia: valentía, fuerza, coraje y atrevimiento para actuar, afrontar riesgos y superar los fracasos que impiden realizar un proyecto. A primera vista son valores humanos muy valorados en nuestra época frente a la globalización de la indiferencia que con tanta energía ha denunciado el Papa Francisco7.
Si nos situamos a nivel de fe y actuamos movidas por ella, la audacia es la expresión por excelencia de la virtud cardinal de la fortaleza. Pero referida a la caridad, la audacia se convierte en don del Espíritu Santo, ya que supone vivir el dinamismo interior de un corazón poseído por la caridad y sostenido por el don de fortaleza. La audacia de la caridad nos introduce en lo más íntimo del corazón de Jesucristo, en sus sentimientos y sus acciones impulsándonos a continuar su misión; nos induce a ser testigos y profetas de su amor en el mundo de hoy, no en el de ayer… lo que conlleva una vida de oración, una espiritualidad de comunión, la inserción y el deseo de estar con el pueblo. La audacia de la caridad es fuente de creatividad y de valentía para afrontar los riesgos de la misión. Nuestra historia de caridad está llena de testimonios ejemplares en este sentido.
A nivel teológico-bíblico, la audacia de la caridad es la participación en plenitud del espíritu de Pentecostés, es la fuerza interior del Espíritu Santo para ser testigo de la caridad de Jesucristo. Este sentido subyace en el nº 24 de “Redemptoris Missio”: «La venida del Espíritu Santo convierte a los apóstoles en testigos y profetas (cf. Hch 1, 8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima. El Espíritu les da la capacidad de testimoniar a Jesús con toda libertad”.
En esta segunda parte escucharemos algunos textos bíblicos y otros del Magisterio de la Iglesia que nos ayudarán a recrear el concepto teológico-bíblico. La audacia de la caridad es el fruto visible de los dones de fortaleza y sabiduría del evangelizador. Por el don de fortaleza recibimos la fuerza interior, la creatividad y la valentía para actuar sabiendo que el Espíritu Santo actúa con nosotros y en nosotros. Así lo recoge la Sagrada Escritura:
“Ánimo sé valiente, no te acobardes, no te asustes que contigo está el Señor, tu Dios, en todos tus proyectos” (Jos 1, 8);
“Los que esperan en el Señor, Él les renovará el vigor, subirán con alas como de águilas, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse” (Is 40, 31);
“Escucha, Israel; hoy vais a entablar combate con vuestros enemigos; no desmaye vuestro corazón, no tengáis miedo ni os turbéis, ni tembléis ante ellos, porque Yahveh vuestro Dios marcha con vosotros” (Dt 20, 3-4).
Esta promesa de fuerza, vigor y audacia se percibe claramente en la vocación y la misión de Moisés (Cf. Ex. 3, 7-12). Ante la zarza ardiendo siente una llamada y recibe una misión que requiere audacia… Reconoce su incapacidad y la confiesa, pero la fuerza de Dios le comunica la audacia que necesita para la misión. Tres signos visibles y sorprendentes le ayudan a fiarse de la Palabra de Dios: el cayado-serpiente, su mano leprosa y el agua del río convertida en sangre. Su audacia viene de Dios, del poder de su Espíritu. Se fía de Dios y acoge la fuerza prometida para la misión de liberar a su pueblo de Egipto… la misión de Moisés estuvo marcada por la audacia de la caridad.
El creyente del salmo 62 expresa claramente que esta audacia es también fruto del don de sabiduría: “En Dios sólo descansa mi alma, de Él viene mi esperanza; sólo él es mi roca, mi salvación, mi ciudadela, no he de vacilar; en Dios mi salvación y mi gloria, la roca de mi fuerza. En Dios mi refugio; confiad en él” (Sal 62, 6-9). Esta fe y esta confianza llena de fuerza y ánimo a la misión y la confiere un nuevo impulso. Esta seguridad es la del salmista, la de los santos, la de nuestros Fundadores y también la nuestra, aunque a veces nos surjan dudas y perplejidades. Por eso la audacia de la caridad nace de una profunda vida interior.
En el diálogo con Nicodemo, Jesús nos explica que el amor es el secreto de su Encarnación y de su audacia apostólica: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). El Evangelio nos ofrece tres extraordinarias expresiones de la audacia de la caridad de Jesús: la Encarnación, la Eucaristía y el misterio Pascual: cruz, muerte y resurrección. En ellas encontraron san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac la fuente de su dinamismo espiritual y apostólico para ser testigos y profetas de caridad. Por eso de diversas maneras nos invitan a beber de las mismas fuentes8.
La vida de la primera comunidad cristiana está marcada por la audacia de la caridad: incomprendidos y perseguidos, se reúnen en las casas para el culto, la catequesis y la caridad: “Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar” (Hch 2, 42-47).
En Perfectae Caritatis (decreto sobre la renovación de la vida consagrada) el Concilio Vaticano II nos impulsa a la audacia: “Promuevan los Institutos entre sus miembros un conocimiento adecuado de las condiciones de los hombres y de los tiempos y de las necesidades de la Iglesia, de suerte que,… abrasados de celo apostólico, puedan prestar a los hombres una ayuda más eficaz”9. En el nº 2, este decreto señala las cualidades de una caridad audaz:
- Una suficiente información de la realidad de nuestro mundo.
- Conocimiento de las necesidades de la Iglesia y de los signos de los tiempos.
- Juicio claro sobre cada situación, seguido de un discernimiento.
- Prudencia evangélica, sabiendo las fuerzas y medios con que contamos, porque: “¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla?” (Lc 14, 28).
- Competencia profesional.
- Decisión de hacer el bien y salir a las periferias con celo ardiente.
- Perseverancia en el bien emprendido, superando las dificultades y los fracasos.
En Vita Consecrata (nº 37), Juan Pablo II nos urge a vivir con la audacia de la caridad: “Se invita pues a los Institutos a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de sus fundadores y fundadoras como respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy”.
El Papa Francisco insiste sin cesar en el efecto evangelizador de la audacia: “La Iglesia debe ser atractiva. ¡Despertar al mundo! ¡Sean testimonio de un modo distinto de hacer, de actuar, de vivir! Es posible vivir de un modo distinto en este mundo”10. Nos repite: Hay que salir de la “calma y tranquilidad”. En el nº 107 nos estimula: “Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas” (E.G., 107). No podemos escuchar pasivamente y cruzarnos de brazos, o refugiarnos en la falta de salud, la escasez de medios, la carencia de vocaciones o el envejecimiento del Instituto. Siempre se puede dar más, reavivar el fuego del amor primero, salir del pesimismo y del estancamiento autorreferencial…
3.- Elementos indispensables de la audacia de la caridad
En esta parte vamos a profundizar en los tres elementos: espiritualidad cristocéntrica de compasión y comunión, inserción en la realidad, y atención preferente a los pobres: “La audacia con que se anuncia al Señor Jesús debe estar acompañada de la confianza en la acción de la Providencia, que actúa en el mundo y que hace que todas las cosas, incluso los fracasos del hombre, contribuyan al bien de la Iglesia” (Vita Consecrata 81).
La confianza en la Providencia tan querida por nuestros Fundadores es la compañera inseparable de la audacia porque nos permite concebir la misión como fruto del Espíritu, jamás como una empresa personal. Solo desde la apertura al Espíritu Santo y la confianza en la Providencia seremos y nos sentiremos continuadoras de la misión de Jesucristo. Ahí está la fuente de la audacia de la caridad. Es lo que nos repite con insistencia san Vicente: “Sabéis muy bien, hermanas mías, que no es de vosotras de donde os viene el coraje y la fuerza de emprender todo lo que hacéis por caridad. ¿No era esa confianza la que hacía acometer a los apóstoles todas aquellas grandes empresas que llevaban a cabo, y la que les hacía hablar con tanta seguridad a los grandes y a los pequeños? ¿No era eso lo que le hacía decir a san Pablo: «Todo lo puedo en aquel que me conforta»? (A dos Hermanas enviadas a La Fère el 29.07.1656.-SVP, IX/2, 809).
San Juan Pablo II nos propuso un camino de audacia posible y creíble:
- La espiritualidad de comunión, la de Jesucristo: comunión con Dios y con los hermanos para llegar a “Hacer de la Iglesia casa y escuela de la comunión (Novo Milennio Ineunte, 43). Vivir esta espiritualidad supone “que todos dediquen regularmente, cada día, momentos apropiados para profundizar en el coloquio silencioso con Aquél por quien se saben amados, para compartir con Él la propia vida y recibir luz para continuar el camino diario” (Caminar desde Cristo, 25).
- Inserción en la realidad: “Las personas consagradas deben… tomar conciencia de los retos del propio tiempo, captando su sentido teológico profundo mediante el discernimiento efectuado con la ayuda del Espíritu Santo” (V.C. 73)… “La nueva evangelización exige de los consagrados una plena conciencia del sentido teológico de los retos de nuestro tiempo… para lograr una renovación de la misión” (V.C. 81).
- La atención preferente por los pobres.
El Papa Francisco toma de nuevo estos tres elementos de la audacia de la caridad:
- Para una espiritualidad de comunión nos reta a “imaginar espacios de oración y de comunión con características novedosas, más atractivas y significativas (E.G. 73)… Se impone una evangelización que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el espacio, y que suscite los valores fundamentales.” (E.G. 74)
- La inserción en la realidad a la que nos urge, supone un “SI decidido al desa-fío de una espiritualidad misionera” que nos lleva a rechazar una preocupación exacerbada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que nos conduce a realizar las tareas como expresión de la propia identidad. Afrontar este desafío de vivir una espiritualidad misionera conlleva superar las tentaciones que bloquean la audacia de la caridad: “el individualismo, la crisis de identidad y una caída del fervor (E.G. 78)
- La atención a los pobres: “El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2 Co 8,9)” (EG, 197) “Quiero una Iglesia pobre para los pobres. Ellos tienen mucho que enseñarnos” (EG, 198).
Estamos llamadas a revisar, orar, discernir y promover esta espiritualidad de comunión, esta espiritualidad misionera que reclama la Nueva Evangelización en nuestras comunidades eclesiales…
3.1 – Vivir una espiritualidad misionera en nuestra Iglesia
Ello implica:
- Un nuevo modo de pensar, decir y obrar… de esta manera la comunión se abrirá a la misión, haciéndose ella misma misión (entre los pobres y excluidos). “La comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión misionera”11; pensar… decir… obrar…” a favor de la comunión son facetas esenciales de la audacia de la caridad que se irradia en la misión… Así el estilo de vida se hace plenamente evangélico y evangelizador: la unión enriquece y la fuerza misionera se desarrolla.
- Formar para la comunión en la formación inicial y en la permanente. Esto es válido para el clero, los consagrados y los laicos. La misión es única: la de Cristo y su Iglesia. Debemos volver la mirada hacia la comunión de las primeras comunidades cristianas (Cf. Hch. 4, 32-35).
- Fidelidad al carisma. En el corazón de la Trinidad, encontramos el manantial de la filiación divina, la fraternidad cristiana y la misión. La espiritualidad de comunión nos sitúa en el grupo de los discípulos que siguen a Jesús.
- Promover la comunión para la misión. Es lo que enseñó Jesús y lo que vivieron los primeros cristianos: “Que todos sean uno como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17, 21). Es lo que entendieron y vivieron nuestros Fundadores: san Vicente de Paúl solicitó la colaboración de los laicos en las Cofradías de la Caridad, de los Jesuitas y oratorianos en las misiones populares, de la Compañía del santísimo Sacramento para su acción de caridad con los galeotes, fue director y superior de las religiosas de la Visitación desde 1622 hasta su muerte en 1660. Eran otros tiempos y sin embargo para nosotros es ya un ejemplo de comunión para la misión.
- La vida en la Iglesia. La espiritualidad de comunión fortalece la vida y la misión de la Iglesia. Juan Pablo II la presentó a todos los sectores del Pueblo de Dios como el futuro de la vida de la Iglesia: a los laicos, (Christi fideles laici); a los sacerdotes, (Pastores dabo bobis); a los obispos, (Pastores gregis); a los consagrados, (Vita consecrata). Esta espiritualidad de comunión aporta a la Iglesia lo que hoy más necesita: diálogo, participación, colaboración, corresponsabilidad.
3.2 – Inserción social y eclesial
La inserción es nuestra forma de presencia en el mundo y en la Iglesia. La realidad social en la que vivimos nos influye así como la realidad eclesial e institucional.
En nuestra época, la Iglesia está perdiendo influencia social, con frecuencia se pone en duda su credibilidad, en algunos países está perseguida. Ante la falta de vocaciones, el envejecimiento institucional avanza… Esta realidad puede llevarnos al desencanto, al pesimismo, a la rutina y la acedia… Pero desde la audacia de la caridad esta realidad se convierte en desafío y oportunidad. Es así como lo vivieron los primeros cristianos… La persecución de la Iglesia propició la difusión de la fe y los cristianos se hicieron más fuertes para testimoniarla con valor y coraje. Lo mismo ocurrió en la primera mitad del siglo XX en España. Ahí están nuestros mártires para confirmarlo, ellos reaccionaron con gran valentía y audacia.
Nuestra inserción social tiene por finalidad escuchar el clamor de los pobres para responder con valentía mediante el servicio. Nos lo pide la Iglesia: “Así como hace un siglo la clase obrera estaba oprimida en sus derechos fundamentales, y la Iglesia tomó su defensa con gran valentía, proclamando los derechos sacrosantos de la persona del trabajador, así ahora, cuando otra clase de personas está oprimida en su derecho fundamental a la vida, la Iglesia siente el deber de dar voz, con la misma valentía, a quien no tiene voz. El suyo es el clamor evangélico en defensa de los pobres del mundo y de quienes son amenazados, despreciados y oprimidos en sus derechos humanos” (Evangelium Vitae, 5)
Recientemente Evangelii Gaudium (nº 87) afirma: “Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo”.
Nuestra forma de inserción, actualmente debe ser lo que nos permita escuchar con claridad el clamor de los pobres. A la vez, hemos de tener presente que escuchar el clamor de los pobres, nuestra pobreza debe ser más radical y ofrecer a los pobres respuestas de servicio adecuadas a sus necesidades: “No a una economía de la exclusión, no a la nueva idolatría del dinero, no a un dinero que gobierna en lugar de servir, no a la inequidad que genera violencia, no a una cultura que prioriza la apariencia, el culto a lo exterior, lo inmediato, lo visible, lo rápido, lo superficial, lo provisorio…, no al secularismo que tiende a reducir la Fe y la Iglesia al ámbito de lo privado, no al relativismo moral que causa una desorientación generalizada” (E. G. 53-64)
El Papa añade también: “no al relativismo moral que ocasiona una desorientación generalizada”. Hace una llamada de atención, poniéndonos en guardia sobre el uso de los medios de comunicación: “Vivimos en una sociedad de la información que nos satura indiscriminadamente de datos, todos en el mismo nivel, y termina llevándonos a una tremenda superficialidad a la hora de plantear las cuestiones morales. Por consiguiente, se vuelve necesaria una educación que enseñe a pensar críticamente y que ofrezca un camino de maduración en valores” (E.G., 64).
En su programa pastoral para la Iglesia denuncia las formas de inserción antievangélica: “Se desarrolla en los agentes pastorales un relativismo todavía más peligroso que el doctrinal… Este relativismo práctico es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran. Llama la atención que aun quienes aparentemente poseen sólidas convicciones doctrinales y espirituales suelen caer en un estilo de vida que los lleva a aferrarse a seguridades económicas, o a espacios de poder y de gloria humana que se procuran por cualquier medio, en lugar de dar la vida por los demás en la misión. ¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero!” (E.G. 80).
Continúa pidiéndonos un “No a la acedia egoísta… No al pesimismo estéril… No a la mundanidad espiritual… No a la guerra entre nosotros… SI a las relaciones nuevas que genera el Encuentro con Jesucristo y su Evangelio” (E.G. 80-97).
3.3 – Preferencia por los pobres
El Papa Francisco nos da las claves para vivirla: “El imperativo de escuchar el clamor de los pobres se hace carne en nosotros cuando se nos estremecen las entrañas ante el dolor ajeno. Releamos algunas enseñanzas de la Palabra de Dios sobre la misericordia, para que resuenen con fuerza en la vida de la Iglesia. El Evangelio proclama: «Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia» (Mt 5,7). El Apóstol Santiago enseña que la misericordia con los demás nos permite salir triunfantes en el juicio divino: “Hablad y obrad como corresponde a quienes serán juzgados por una ley de libertad. Porque tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; pero la misericordia triunfa en el juicio (Sant.2,12-13) (E.G., 193)”.
Es lo que movió a Vicente de Paúl y a Luisa de Marillac a fundar la Compañía de las Hijas de la Caridad. San Vicente nos dice: “Tendríamos que vendernos a nosotros mismos para sacar a nuestros hermanos de la miseria”12. Y motiva a los misioneros a ir a los pobres de este modo: “Ser cristiano y ver afligido a un hermano, sin llorar con él ni sentirse enfermo con él, ¡eso es no tener caridad!; es ser cristiano en pintura; es carecer de humanidad; es ser peor que las bestias” (SVP: XI/4, 561).
Santa Luisa insiste en la mirada de fe al acercarnos a ellos: “Si nos apartamos, por poco que sea, del pensamiento de que son los miembros de Jesucristo, eso nos llevará infaliblemente a que disminuyan en nosotras esas hermosas virtudes” (dulzura y caridad) (C. 115, p. 117).
En una carta a Sor Bárbara Angiboust, precisa: “Estamos obligadas a complacer a todos y a hacer con paciencia la obra de Dios, ejecutando todas las cosas sin apresuramiento; nuestra vocación de siervas de los pobres es para nosotras una advertencia de la dulzura, humildad y tolerancia que hemos de tener con el prójimo; del respeto y honor que debemos a todo el mundo: a los pobres porque son los miembros de Jesucristo y nuestros amos, y a los ricos para que nos proporcionen medios de hacer el bien a los pobres» ( C. 487, p. 454).
4.- Propuestas para ejercitarse en la audacia de la caridad
Al inicio del tercer milenio Juan Pablo II nos decía en el nº 50 de la Encíclica Novo Millennio Ineunte: “El cristiano, que se asoma a este panorama (de la pobreza), debe aprender a hacer su acto de fe en Cristo interpretando el llamamiento que él dirige desde este mundo de la pobreza. Se trata de continuar una tradición de caridad que ya ha tenido muchísimas manifestaciones en los dos milenios pasados, pero que hoy quizás requiere mayor creatividad. Es la hora de un nueva “imaginación de la caridad”, que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre”.
La audacia, ¿la nueva imaginación de la caridad? Es ahora cuando debemos comprometernos de modo concreto.
4.1.- Para fomentar la espiritualidad de comunión
- Recibir de Cristo la audacia de la Caridad supone cultivar con esmero la relación personal con Jesucristo en la oración, contemplarlo en el Evangelio, dejarse interpelar por su Palabra, llenarse de sus sentimientos y hacer realidad su deseo: “Que todos sean uno como Tú y yo somos uno… Para que el mundo crea” (Jn 17, 21).
- Acoger la espiritualidad de comunión conlleva tres acciones: buscar la voluntad de Dios Padre para nosotros hoy, escuchar su Palabra y el grito de los pobres como Moisés y Jesús de Nazaret, ofrecer lo que somos y tenemos al servicio de los pobres.
Esto requiere:
- Hacer un cuidadoso discernimiento personal y comunitario,
- Compartir la Palabra de Dios con y desde los Pobres con sencillez de corazón y puertas abiertas para hacer de la Comunidad casa y escuela de comunión.
- Colaborar con los equipos parroquiales y diocesanos de Liturgia, Escuelas de Biblia, grupos de oración ecuménica y diálogo interreligioso.
- Crear lazos de comunión y encuentro, compartiendo la oración y los carismas con otras instituciones y asociaciones, de cara a la misión de caridad que realizamos en la Iglesia.
- Promover y vivir un testimonio de comunión fraterna y fervor apostólico que atraiga, resplandezca, de tal forma que cuantos nos vean puedan admirar que nos queremos…
4.2.- Para favorecer la inserción social
Conocer la realidad buscando información sobre los problemas y situaciones de pobreza que existen en nuestro entorno, salir a las periferias, discernir comunitariamente, vivir con mayor radicalidad la pobreza evangélica, estar disponible para ofrecer respuestas arriesgadas en solidaridad con los pobres, ser profetas valientes para defender la justicia y la dignidad de las personas, cuidar nuestras relaciones fraternas, dar testimonio de comunión y ser fuente de dinamismo para la misión, en comunión con otras fuerzas vivas de la Iglesia.
Es así como lo hicieron y vivieron san Vicente y santa Luisa: la atención a los galeotes, a los niños ignorantes de las aldeas y de los barrios marginados de las ciudades, a los niños abandonados, a los heridos de las guerras, a los ancianos, a los marginados de la calle, a los enfermos mentales… todas estas obras verifican la audacia de la caridad en la inserción social de su tiempo.
En este periodo de la vida de la Iglesia, nuestra inserción nos exige prestar atención a las llamadas del Papa Francisco esforzándonos en:
- Evitar la “mundanidad espiritual” (E.G. 93-97) y luchar contra ella para hacer creíble el Evangelio, sabiendo que eso supone sacrificios…
- Revisar nuestras estructuras para que sean cauces adecuados para la evangelización del mundo más que para supervivir, de forma que sean más misioneras (E.G. 27)
- Colaborar en la reorganización a nivel de la Compañía, poniendo nuestros ojos en la misión.
- Urgir nuestra salida hacia las periferias de los pobres, previo discernimiento comunitario, y revisión de nuestro estilo de vida.
- Acoger al voluntariado que busca colaborar en grupos de servicio a los pobres o vivir iniciativas misioneras, ofreciéndoles medios de formación cristiana y posibilidades de colaborar en la misión.
- Invitar a los jóvenes a compartir oración y misión, transmitiendo fervor apostólico y el gozo de pensar que continuamos la misión de Jesucristo (pastoral vocacional).
- Acompañar espiritualmente a los jóvenes que buscan un sentido a su vida.
4.3 – Para ser testigos audaces de la caridad con los pobres
Que el amor compasivo de Jesucristo a los pobres llene nuestro corazón para ir hacia ellos con su mirada y sus sentimientos, ofreciéndoles:
- Una mirada nueva y fraterna, (no autoritaria o paternalista),…
- Una actitud de alegría, gratitud y entusiasmo por la vocación recibida,…
- Una mirada bondadosa sobre los demás y un comportamiento humilde, cercano, tierno y valiente para buscar soluciones y afrontar riesgos,
- Una voluntad de ofrecer respuestas creativas y concretas a sus necesidades (situaciones de paro, pobreza familiar, violencia y ruptura familiar, sufrimiento y soledad de tantos niños y ancianos, droga,…) colaborando con otras instituciones públicas y eclesiales.
Para terminar, que nuestros gestos y palabras transmitan alegría y misericordia de manera que la caridad de Cristo pueda llegar a través nuestro a todos los hombres sin excepciones.
- Cf. Constitución Lumen Gentium, nº 42 del Concilio Vaticano II.
- JUAN PABLO II: Exhortación Caminar desde Cristo, nº 1.- Roma, mayo 2002.
- Ibidem-.
- Facio, Mariano: De Benedicto XV a Benedicto XVI. Ediciones Rial, Año 2009, p. 175. Este sacerdote es profesor de Historia de las Doctrinas Políticas en la Facultad de Comunicación Social Institucional de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma.
- Pablo VI, Exhort. ap. Gaudete in Domino (9 mayo 1975), 22: AAS 67 (1975), 297.
- San Vicente de Paul: Conferencias a las Hijas de la Caridad, Obras completas, Tomo /X/2, 1179. Ed. Sígueme Salamanca 1972.- Conferencia del 24 de agosto de 1659.
- Papa Francisco en Lampedusa (8.07.2013): «La cultura del bienestar nos ha hecho insensibles a los gritos de los de los otros. Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del llanto, la globalización de la indiferencia nos sacó la capacidad de llorar»
- Cf. Sta Luisa de Marillac: Pensamiento sobre la Encarnación y la Eucaristía (E. 67) en Cartas y Escritos; Ed. CEME, Salamanca 1991, P. 773.
- Decreto Perfectae Caritatis del Concilio Vaticano II, nº 2.
- Papa Francisco: ¡Despertar al mundo! A la Unión de Superiores generales religiosos (3.I.2014)
- Juan Pablo II: Vita consecrata, 46; Cf. Christifideles laici, 31-32.
- SVP: IX/1, 451.






