Imitadores de Cristo en su amor universal (IV)

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Miguel Pérez Flores · Año publicación original: 1996 · Fuente: CEME.
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EL MINISTERIO PASTORAL Y LA CASTIDAD

Los trabajos de la misión nos obligan a un trato… con seglares de ambos sexos (RC IV, 1)

52.- Entre las razones que san Vicente expone en las Reglas Comunes, para ser cautos en el campo de la castidad es la variedad de personas, que el misio­nero encuentra en su ministerio: Esto debemos tenerlo más en cuenta, cuanto que los trabajos de la misión nos obligan a un trato muy estrecho, casi continuo, con seglares de ambos sexos. Todos, pues, nos esforzaremos por aplicar toda reser­va, diligencia, y precaución necesarias para mantener fielmente la castidad de alma y de cuerpo (RC, IV, 1).

1º. El trato con las mujeres

53.- San Vicente se muestra muy severo e intransigente en su doctrina, cuan­do se refiere al trato como las mujeres. No se debe hablar a solas con una mujer, en lugares o en horas inapropiadas (RC IV, 2). Se admiró del comportamiento de algunos miembros de su comunidad. No tengo más remedio que deciros de la gran falta que cometen los que hablan en el locutorio pequeño con una mujer o una joven a solas. ¡Cuánto me disgusta saber que alguno lo hace así, ocupando el rincón más obscuro, con la otra persona enfrente, dándole la luz, y así durante dos o tres horas! Estas son ocasiones peligrosas (XI, 683; cf. 92, 338).

a) En la correspondencia con las mujeres, hay que evitar toda expresión de ternura, aunque sean mujeres piadosas: Quiero creer que esa persona que le ha escrito con tanta ternura no ve en ello ningún mal, pero hay que reconocer que su carta es capaz de hacer alguna herida en el cora­zón que sintiera alguna disposición a ello y no fuera tan fuerte como el suyo ¡Quiera nuestro Señor guardarnos del trato con una persona que puede causar alguna pequeña alteración en nuestro espíritu (VI, 332; cf. XI, 93, 685).

b) En la confesión, el misionero debe estar atento a no arrimarse demasia­do al rostro de las penitentes. Es de san Vicente la siguiente reflexión, a todas luces singular,: Todas las cosas envían sus reflejos. Lo mismo que esta lámpara encendida envía sus rayos y sus resplandor, también de la cabeza, del rostro, de los vestidos de las penitentes salen ciertos reflejos que, mezclándose con los que salen de los confesores, dan fuego a la tentación y, si no se pone cuidado, hacen verdaderos estragos (XI, 684). San Vicente pensó que hasta se debían hacer confesionarios portátiles en forma de tabique (cf. XI, 93). En la confesión, no se debe preguntar demasiado sobre los pecados contra el sexto mandamiento. Parece haber sido un defecto corriente entre los confesores. La Santa Sede ha insistido con frecuencia en controlar la curiosidad de los confesores. San Vicente avisó de este defecto a los misioneros y temió que la Congre­gación tuviera problemas en el futuro, que tuviera que soportar una tem­pestad. Propuso sesiones para estudiar el cómo comportarse (cf. XI, 695). Al P. Lambert le escribió diciéndole: En nombre de Dios, padre, hay que ser muy circunspectos en la explicación del sexto mandamiento. Algún día tendremos que soportar una tempestad por esto (I, 456). Al P. Codoing le prohibió hablar sobre la castidad: En cuanto a lo que me dice del P. Codoing que se detiene mucho en explicar el sexto manda­miento, le suplico, padre, que le diga que no hable más, por muchas razones que le diré y que son de importancia (I, 466).

2º. Presencia de las mujeres en las casas

San Vicente sigue la tradición monacal y conventual sobre la presencia de las mujeres en las casas de la Congregación. Congregaciones muy posteriores a san Vicente han legislado con mayor severidad, si cabe, que él sobre esta mate­ria. Hoy nos extraña cómo resolvió algunos casos: Puesto que ya ha expirado el contrato con su hortelano, no hay que tolerar que las mujeres entren en su recin­to. Hasta ahora, no sabía que gozasen de esa libertad en el pasado, o al menos, no me había fijado en ello. Hay que procurar buscar otro hortelano que no tenga mujer (VIII, 234).

54.- En la relación con las mujeres, la Congregación ha dado un cambio profundo, tanto en la teoría como en la práctica. Ha habido Superiores Genera­les que prometieron ser intransigentes en no permitir que entraran mujeres en nues­tras casas. El cambio de mentalidad, el cambio en las relaciones entre los sexos, la necesidad de manos femeninas en nuestras casas, han podido más que el miedo y las advertencias de los Superiores. Pocas casas habrá en la Congregación en las que no trabajen mujeres.

3º. Trato con las religiosas y mujeres devotas

No menos cauteloso se muestra san Vicente cuando se trata de la confesión de las religiosas y mujeres devotas: Nuestro Señor… las tenía… también las tuvieron los apóstoles y otros muchos santos. ¡Pero qué peligroso es esto! Hay que temer por la Compañía cuando vengan esas devotas alabando a aquel confesor a quien han abierto su corazón y su conciencia. ¡Mala cuestión es ésa! ¡Desgraciada la Com­pañía que tenga que sufrir a semejantes personas!… Sé de un lugar donde las mujeres son tan afectuosas con su confesor que más vale no hablar (XI, 686).

4º. Trato con los Hijas de la Caridad

Posiblemente, el P. Santiago de la Fosse vio cierta incoherencia entre lo que san Vicente decía sobre la atención espiritual a las religiosas y lo que decía sobre la atención espiritual a las Hijas de la Caridad. El 7 de febrero de 1660, san Vicen­te le escribió una larga carta en la que justifica la atención que se presta a las Hijas de la Caridad. Por lo que se refiere a la castidad, le dice: Si se dice que nosotros nos ponemos en peligro al tratar a esas Hermanas, responderé que hemos tenido en esto, todo el cuidado que se podía tener, estableciendo en la Compañía la norma de no visitarlas jamás en su casa, en las parroquias, y ellas también tienen como regla mantener la clausura en sus habitaciones y no dejar entrar jamás a los hombres, especialmente, a los misioneros, de forma que, si yo mismo me presen­tase allí para entrar, ellas mismas me cerrarían la puerta (VIII, 227).

55.- Se nota en san Vicente gran diferencia entre cómo se comporta con las mujeres y lo que aconseja sobre cómo tratarlas. Su doctrina y sus consejos dejan la impresión de cierta negatividad. Su comportamiento, en cambio, es frecuente, normal, tierno, respetuoso con ellas. En una carta dirigida a santa Luisa, leemos: Le escribo cerca de la media noche, un poco aprisa. Perdone a mi corazón el que no se explaye un poco más en la presente. Sea fiel a su fiel amante, que es nues­tro Señor (I, 100). Nos podemos preguntar ¿qué hubiera sido de san Vicente sin las mujeres? Una grandísima parte de su obra está unida al aprecio y colabora­ción que le prestaron las mujeres: la reina, las señoras de la nobleza, las campe­sinas. Algo vieron en aquel hombre, en aquel sacerdote, que si estuvo cercano a las Hermanas de origen campesino, por su raíz campesina, igualmente estuvo cer­cano a las señoras de la corte por su encanto y su sencillez y su autenticidad de hombre y sacerdote dado a Dios para evangelizar y servir a los pobres. Para el P. Dodin, el éxito, por decirlo de alguna manera, de san Vicente con las mujeres, fue porque se dejó evangelizar por ellas, se dejó impregnar de sus valores y les abrió el camino para que, como mujeres, desarrollaran su vida cristiana hasta la santidad34. No les pidió otra cosa que lo que Dios les pedía, y todo dentro de una sencillez y transparencia que ninguna podía dudar de su rectitud. Puso a Dios y a los pobres en el corazón de aquellas mujeres. En la conferencia a las señoras de la Caridad, del 11 de julio de 1657, les dijo: Lo más importante es no tener cora­zón más que para Dios, ni más voluntad que la de amarlo… Si una se complace en su marido, es por Dios; si se preocupa de sus hijos, es por Dios; si se dedica a sus negocios, es por Dios (X, 957).

5º. El comportamiento con los tentados contra la castidad

56.- Como Superior de varias comunidades y director de diferentes perso­nas, era casi imposible que san Vicente no tuviera ocasiones de aconsejar a per­sonas tentadas contra la castidad. Las tuvo y, según las diversas circunstancias y situaciones de las personas tentadas, les dio oportunos consejos. San Vicente ten­día a no dar mucha importancia a las tentaciones, a liberar de la angustia y del excesivo temor al pecado. La Providencia quiso que se encontrara con un misio­nero, el P. Tholard, que, desde su juventud, sintió grandes tentaciones contra la castidad al ejercer el ministerio de la confesión con mujeres. El P. Tholar padecía, y esto era lo malo, de escrúpulos y, como todo escrupuloso, era testarudo, obscu­ro en sus explicaciones e indeciso en el momento de actuar. San Vicente asumió el compromiso de ayudar al P. Tholard y consiguió que perseverara en la voca­ción, y hasta llegó a ser Visitador de la Provincia de Francia.

57.- No podemos seguir paso a paso el trabajo de san Vicente en la ayuda que prestó al P. Tholard. Le ayudó en todo lo que pudo. En primer lugar, lo tran­quilizó: Confesar mujeres es una cosa buena, no deje de hacerlo porque se sien­ta tentado, no comete pecado porque su intención es recta, no hay pecado si no hay voluntariedad, y un escrupuloso, por serlo, no comete pecado, pase por alto esas cosas, Dios lo quiere purificar, sea humilde, no pierda la alegría. Ordinaria­mente, éste es el tono dado por san Vicente. Sin embargo, no fue fácil doblegar al P. Tholard, al contrario, parece que fue san Vicente el que algunas veces se doblegó: Si le aprieta fuertemente la tentación, deje de confesar y dedíquese a ser pacificador de las gentes (III, 120; cf. V, 452; VII, 253; VIII, 59).

JUICIO GLOBAL SOBRE LA DOCTRINA DE SAN VICENTE ACERCA DE LA CASTIDAD

58.- La pregunta que surge después de conocer el pensamiento de san Vicente sobre la castidad es si su doctrina es válida hoy. Ciertamente, sobre la enseñanza y el lenguaje, son muchos las reparos que se pueden aducir, no por­que no sea bueno, al menos parcialmente, ni verdadero lo que enseñó, sino por­que hoy resulta su enseñanza, corta y desfasada, y sus expresiones fuera de uso. Como vimos antes, la visión de la castidad ha cambiando mucho y profundamen­te. Han cambiado grandemente los problemas y el modo de plantearlos. Hoy, hay una clara conciencia de crisis sobre el contenido de la castidad. No obstante las limitaciones del pensamiento vicenciano sobre la castidad, su comportamiento merece ser estudiado. Su experiencia puede decir bastante al misionero de hoy. Deja su impronta personal, como hombre realista y de lo inmediato y, precisa­mente, porque el mundo en el que san Vicente vivió fue muy distinto del que actual­mente rodea al misionero.

LA CASTIDAD EN LAS CONSTITUCIONES (C 9-30).

Imitadores de Cristo en su amor universal a los hombres, abrazamos, en vir­tud del voto, la castidad perfecta en celibato, por el reino de los cielos, y la recibimos como un don que se nos ha concedido generosamente por la per­sonal e infinita benevolencia de Dios (C 29 § 1).

CASTIDAD VICENCIANA Y MISIÓN

59.- Las Constituciones de la Congregación de la Misión presentan muy sobriamente, los valores de la castidad perfecta en el celibato. La fuente de la doctrina que se ofrece en las Constituciones de la Congregación de la Misión es la doctrina común, expuesta en los documentos conciliares, especialmente, en el decreto «Perfectae Caritatis 13». Sin embargo, lo que se dice sobre la castidad en las Constituciones de la Congregación de la Misión, como lo que se expone de los demás consejos evangélicos, hay que leerlo a la luz de las exigencias de la misión vicenciana, porque de ella reciben el significado misionero propio. El art. 28 de las Const. que da el verdadero sentido a todo el capítulo III de las Consti­tuciones, lo dice bien claro: Deseando continuar la misión de Cristo, nos entrega­mos a evangelizar a los pobres …Para realizar esta vocación, abrazamos la cas­tidad, la pobreza y la obediencia, conforme a las Constituciones y Estatutos.

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