XXIV: Conclusión.
Merecen, efectivamente, mención honorífica los Religiosos y Religiosas nacidos, digámoslo así, al calor de la Casa de La Iglesuela. A poco de estar funcionando ésta se notó movimiento de vocaciones religiosas. No era novedad sorprendente; el pueblo tenía ya esa, inclinación; puede afirmarse que en La Iglesuela no hay familia alguna, individuos sí, refractaria a estas vocaciones. Más aún, en todas las familias se tiene, o se tendría, por gran honra contar con algún fraile o monja salidos de su seno. Al fundar nuestra Casa-Misión había ya varios Sacerdotes seculares, varios Religiosos hijos de este pueblo. Pero entonces era natural, no sólo querer ser frailes y monjas, sino querer ser Paules y Paúlas, o de los de ustedes y de las de ustedes, según ellos decían.
Pronto se manifestaron en este sentido. y con viveza y decisión, algunas jovencitas fervorosas. Y pronto se contaron hasta cinco o seis jovencitos con la misma aspiración. Era preciso educarles. Se preguntó a Madrid si se enviaba a éstos a la Escuela Apostólica de Teruel, o se les enseñaba aquí el latín, poniendo de relieve las razones de la consulta. La respuesta no fue terminante, pero se descubría en ella inclinación a Teruel. Se propuso esto a los jóvenes y a sus familias, y se desbandaron los pretendientes. Motivo, el temor a los gastos. Lino permaneció solamente. Pues, en verdad, un valiente, porque se necesitó serenidad y valor para determinarse a marchar solo, viendo la deserción de los demás. Este pasó por la Escuela Apostólica de Teruel, entró en el Noviciado, y hoy está en Hortaleza, porque profesó a principios del último Septiembre.
Más tarde pidieron algunos otros, y fracasaron más de la mitad en Teruel. Total, son cuatro los que han perseverado hasta la fecha; tres que hay en Madrid, un estudiante, un Hermano coadjutor, profeso, y un novicio de sotana. El cuarto ha tenido que prolongar su estancia en Teruel porque es muy joven. Pocos son con relación al número de los que pidieron; pero ¡quién sabe el bien que producirán y la gloria que a Dios procurarán, si son lo que deben ser, estos primeros frutos espirituales de la Casa de La Iglesuela!
Vamos a las Monjas. Son veintitrés las que han pasado por manos del Sr. Superior de La Iglesuela durante siete arios. La historia de la educación de ellas sería interesantísima si se relatara detalladamente. Pero no se hace aquí, porque resultaría este trabajo interminable. Diecisiete son de este pueblo; las otras seis son de fuera. Quince son Hijas de la Caridad; nueve de aquí y seis de fuera, que residieron aquí alguna temporada para estudio y conocimiento de su vocación. Tres son Anas, tres Dominicas, una Concepcionista y una Franciscana. En las Anas entró otra más estos años; pero fue dirigida en la Parroquia. El Superior solamente la confesó veces sueltas. Las quince nuestras se encuentran actualmente: cinco en Madrid, dos en Valdemoro. En el cementerio la una, malograda, por cierto, porque era de esperanzas. — Las demás se hallan en las siguientes poblaciones: Barcelona, Manresa, Bilbao, Granada, Sevilla, Jaén, Pamplona y Logroño. Ahora pensad. Si se suele decir que una sola Hermana, si es fervorosa y observante, es capaz de hacer mucho bien en el mundo; y si una monja en su retiro puede llegar a ser una santa, si se empeña en ello, ¿podríais señalarme el límite del bien espiritual que podrán producir esas quince Hermanas y esas ocho Monjas, esas veintitrés criaturas, adornadas de clones sobrenaturales, que han salido de la Iglesuela, pasando por la Casa-Misión para consagrarse a Dios? El Señor las bendiga, y pídanle ellas que no se queden si recompensa los desvelos, los afanes, los trabajos y molestias que han costado la realización y triunfo de sus celestiales vocaciones.
La Cofradía de la Santa Agonía, establecida canónicamente en la Capilla pública de la Casa de La Iglesuela, se debe a la piedad y a la caridad de un buen Hermano, coadjutor nuestro, que vino a los comienzos de esta fundación; estuvo en ella próximamente dos arios, pasó a Madrid, y hoy se encuentra en Méjico. Su tierno corazón está siempre animado de los sentimientos propios del celo por la salvación de las almas. Cuando vio la devoción afanosa de las gentes a nuestra Capillita del desván y a todo lo santo que en ella se hacía, enardecióse su espíritu en el amor a Jesús agonizante en el Huerto, y concibió un pensamiento bueno: el de hacer un altar de la Santa Agonía y establecer en nuestra Casa la Cofradía. Pidió, instó, ofreció, insistió, y por fin hizo traspaso de sus fincas en benignas condiciones a sus hermanos, los cuales entregaron el dinero que se juzgó necesario para el objeto.
Se hizo, pues, un altar con tres imágenes: la de la Agonía, la de la Virgen del Carmen y la de San José. Se agregaron al retablo para seguir dándoles culto otras dos, la de San Vicente, que regalaron las Hermanas nuestras del Hospicio de Astorga, Dios se lo pague, y la de la Milagrosa, de que se habló en el párrafo anterior. El Hermano no pidió más que la imagen de la Santa Agonía; pero el Sr. Superior se agenció de manera que pudo poner, sin aumentar el presupuesto, las otras dos del Carmen y de San José, porque el donante era devoto de ellos, y nosotros y el pueblo también. Y de este modo se tendrán siempre en un mismo altar los tres personajes de la Sagrada Familia: Jesús, María y José, nuestro consuelo, nuestra esperanza y nuestra salvación.
Y tampoco sigo el hilo de la historia de la Cofradía, porque habría para rato. Pero conste que la tenemos pujante; que hay inscritas en ella más de seiscientas personas, y aumentarán todavía; que se celebra la fiesta con un novenario preparatorio solemnísimo; que se solemniza la Misa del viernes mensual, y se hace del mismo modo el ejercicio –del domingo señalado, todo con cánticos apropiados y bellísimos; que, en fin, se le ha cobrado afición y devoción, se han impuesto centenares de escapularios de la Pasión y se han distribuido varias gruesas de medallas de la Santa. Agonía. De todo lo cual, evidente es cuánta gloria se sigue para Dios y cuánto provecho para las almas. ¡El Señor sea bendito!
Terminemos con dos palabras sobre el tercer fruto espiritual, al principio de este párrafo indicado, o sea sobre las misiones. No hay necesidad de especificar la variedad de frutos saludables que las misiones producen, porque son muy conocidos. Este fruto es el más considerable de cuantos hasta aquí hemos notado. Por eso las misiones son la razón de ser de La Iglesuela. En este pueblo puede decirse que hay misión perpetua; porque, además de lo que se hace en nuestra Capilla, según queda referido, tenemos obligación de predicar anualmente, como Cuaresmeros, en la Parroquia, y otros tantos sermones de variedad de asuntos (ahora mismo estamos predicando los siete domingos de ‘San José) en lo restante del alío; y este pasto espiritual, con los confesores extraordinarios de que siempre pueden disponer, bien puede calificarse de perpetua misión.
Mas no es a ésta, como se comprende, a la que me quiero referir cuando digo que las misiones son el ser de la fundación de La Iglesuela, sino a las que estamos obligados a dar cada año, en el tiempo de costumbre, sucesivamente en los tres arciprestazgos que se mencionaron en su lugar. Sin ellas ¿qué importancia tendría esta Casa? Como la de las demás que no las tengan. No censuro nada; solamente enaltezco lo que merece ser enaltecido. Me estoy refiriendo a los fines de nuestra vocación. Una cosa es que una ocupación, no se avenga a los fines propios de los Misioneros, y otra muy distinta que las misiones sean fin directo. Después de la santificación de los individuos, las misiones son lo primero, lo principal, lo esencial. Paúles sin amor a las misiones, no son buenos Paúles. Paúles que no estén siempre preparados para salir a las misiones, no son buenos Paúles. Y Paúles que no procuren con interés y ahínco ser enviados a las misiones, no son buenos Paules.
Como no serán buenos Misioneros los Paules que, habiendo sido enviados a las misiones, trabajen en ellas ¿cómo lo diré? a lo modernista, si os parece, y no a lo Paúl. Basta con que se me entienda, y esto inteligible es. Es decir, sin ajustarse a los modos y maneras, reglas y reglamentos, instrucciones y prescripciones de San Vicente de Paúl y de sus sucesores. Ki hay que esperar tampoco grande fruto de las misiones, si así no se trabaja y si no se procura el ejercicio y la práctica de las virtudes que el Santo Fundador y sus sucesores tanto y tanto han recomendado como necesarias para que aquéllas resulten provechosas. Pero si se procuran esas disposiciones y se trabaja según esas instrucciones, el fruto espiritual de las almas será inapreciable, inestimable ‘el mérito de los Misioneros, y la honra y gloria de Dios incalculables é inmensas.
¿Y las dificultades? Tenéis razón; parecen insuperables en los tiempos que corremos de incredulidad, de olvido de la otra vida, de espantosa indiferencia, de menosprecio de la Religión y de sus ministros. Y hay que contar también con abundancia de molestias y sinsabores, con desprecios positivos de los Misioneros y de sus desvelos, con humillaciones, no pocas, y hasta con violentas persecuciones. Cierto, cierto, así es, y aun se puede decir que así tiene que ser, porque esos son los gajes propios de ese oficio. Pero nuestros Misioneros, pertrechados con las disposiciones é instrucciones dichas, y sabiendo que en el sufrimiento, y en la pureza de intención, y en la obediencia y sujeción a los reglamentos ha de consistir el mérito y ha de estribar la seguridad de la asistencia divina, echarán una mirada a su Crucifijo, se acordarán de los trabajos de Jesús, y de los Apóstoles y de todos los Misioneros de todos los tiempos, y saldrán de los lugares en que tales contradicciones hayan tenido que soportar, gaudentes, regocijándose de haber recibido y tolerado tales contumelias y vejaciones, cuando han cumplido con su deber.
Pues bien; la Casa de La Iglesuela, Casa de Misión es, y a ella cuadra cuanto se acaba de decir. Cinco cursos completos de misiones se han dado en los años anteriores, y se está recorriendo el sexto, gracias a Dios, con resultados satisfactorios. ¿Quién hay que pueda calcular el provecho espiritual que todas estas misiones han producido, y el que producirán en los futuros tiempos las que se seguirán dando con la ayuda del Señor?
Y quedan disipados y desvanecidos los infundados temores y preocupaciones pusilánimes de que fueron víctimas espíritus apocados y encogidos, que se amilanaron al oír que se fundaba una Casa-Misión en un rincón de una sierra de una provincia pobre.
Y queda demostrado que no importa que una Casa-Misión esté fundada en lugar obscuro y en condiciones pobres, ni que empiece a dar seriales de vida entre trabajos, angustias y estrecheces, para que esa fundación sea una obra muy gloriosa para Dios y para la Congregación.
Y queda demostrado, en fin, que aquel granito de mostaza, que se sembró en las áridas montañas de La Iglesuela del Cid al comenzar el año 1902, aunque tau insignificante, y al parecer despreciable por su pobre aspecto, arraigó, y con el cultivo que se le ha consagrado, y las lluvias de gracias del Cielo que sobre él han descendido, se convirtió en árbol frondoso, que sirve de abrigo y de sustento a las almas buenas que en derredor suyo vuelan y en sus ramas se guarecen, para emprender y seguir con fortaleza divina el camino de la santificación y perfección, con la esperanza, con los ánimos y aspiraciones de volar y volar, y volar, sin vacilaciones ni desmayos, hasta penetrar en el mismo Cielo. ¡Y alabado sea Dios!
ANALES 1907