VI: DILACIÓN
Al momento dio cuenta el Sr. Garcés al Visitador de la Conferencia referida. Y a los quince días, en 31 de Diciembre, contestó éste que aceptaba en principio la ofrecida fundación, pero que convenía que aquél hiciese un viaje a La Iglesuela, para concretar bien derechos y obligaciones. Y que por de contado la Casa, con Iglesia pública, y las dos capaces y grandes, habrían de ser proporcionadas por la testamentaría. Lo mismo, y casi en los mismos términos, le repitió en 29 de Enero de 1895, insistiendo en que fuera a La Iglesuela y se viese con los albaceas.
Por entonces no pudo subir el Sr. Garcés a la Sierra. Cruzáronse algunas cartas entre él y el Cura Izquierdo durante la primavera, é invitado, y con instancias, aquél por éste, a que subiese a predicar a La Iglesuela, y hablarían y tratarían sobre el asunto, subió por fin en Agosto, y predicó los días 15 y 16, de La Asunción y de San Roque, y hablaron y trataron, y quisieron concretar y determinar, según los deseos y encargo del Sr. Visitador, y casi quedó todo en agua de cerrajas.
Quiérese decir, exteriormente; porque bien se comprendía que por dentro había procesión, y se notaba un desvío, y se olía como a chamusquina; por lo menos que iba a plantearse una lucha, y que habría que dar largas a la fundación; porque el Cura anduvo con reservas, reticencias y misterios, y en cosa ninguna quería soltar prendas, y manifestó interés en instalar antes y pronto las monjas, como a quien no le importaba ya de los frailes y se contentaba con la otra fundación, y de ninguna manera quiso comprometerse a contribuir a la de la casa, diciendo que tendríamos que hacérnosla nosotros con los productos de la granja.
Estas impresiones comunicó fielmente en seguida el Sr. Garcés al Sr. Visitador, y éste, en 8 de Septiembre, le contestó: —«No son muy halagüeñas, que digamos, las noticias referentes a La Iglesuela; y si la Casa-Misión no ha de edificarse hasta que haya dinero para ello, salido de los productos, para tiempo tenemos obra. En fin, como la cosa no urge, tenemos tiempo de pensar bien el asunto.»
Quedó, pues, éste paralizado por ambas partes, y se vislumbraba que la dilación sería considerable.
Dos años se pasaron sin avanzar un paso, casi sin respirar por ninguna de las partes. Mas el Cura no se durmió, ni estuvo perezoso entre tanto. Con dinero suyo —dicen—arregló para las Hermanas de Santa Ana la casa solariega que fue de D. Carmen y había dejado, por disposición testamentaria, en usufructo a su hermana, Sor Magdalena, gastándose —dicen— próximamente mil duros, y fue instalada en ella la Comunidad a fin de Agosto de 1896, es decir, seis años antes que nosotros.
Y abramos un paréntesis con ocasión de esta instalación, porque los lectores, y por ventura más las lectoras, al observar que van mencionadas varias veces ya las Anas, acaso pregunten: ¿Y por qué las Anas? ¿Por qué no las Paulas? ¿Por qué establecer las Hermanas de la Caridad de Santa Ana y no las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, allí donde son establecidos los Hijos de este Santo, los Paúles? ¿No fuera mejor?… Alto ahí y por partes.
Fueron llamados los Paúles porque eran conocidos. a lo menos el Superior de Alcorisa.
No fueron llamadas las Hijas de la Caridad porque no eran conocidas en las montañas de La Iglesuela ni en las próximas provincia y Diócesis de Tortosa, con las que hay frecuente comunicación, y en las que predominan, y casi son únicas conocidas las Hermanas llamadas de la Consolación. Ni la menor noticia tenían de las nuestras cuando se establecieron los Paúles.
Y fueron llamadas las Anas porque tienen su Centro en Zaragoza, y han sido siempre muy estimadas y favorecidas de los Prelados y del Clero de Zaragoza; y se han extendido mucho por toda la Diócesis de Zaragoza; y, por último, el Cura Izquierdo, que manejó las fundaciones de La Iglesuela, con Anas solamente había tratado, y guió y ayudó a salir de La Iglesuela, para ser Anas, durante más de veinte años que fue Cura de ese pueblo, varias jóvenes, que hoy son ya respetables Hermanas de Santa Ana. ¿Qué extraño, pues, que fueran llamadas éstas, y no las nuestras, en el testamento de D.» Carmen Dauden?
Pero ¿no hubiera sido mejor?… Supended, suspended por ahora esa pregunta. Ante todo y sobre todo acatemos las disposiciones de la Providencia, que nunca se engaña.
Después veremos si después, cuando se hable de los frutos espirituales que ha producido nuestra fundación de La Iglesuela, parece, o no, oportuno contestar de otro modo a esa pregunta. Por ahora basta y sobra lo dicho.
Durante estos dos años, 1896-97, el Cura, que ya se había entibiado en el anterior, se enfrió completamente con relación a los Paúles. O más exactamente dicho, se convirtió en contrario. Había sido él inspirador para que se estableciesen en La Iglesuela. Después, por lo de la casa que había que proporcionarles, los juzgó exigentes, dejó de estimarles, y pensó en sustituirlos por otros Religiosos. Y fue, en efecto, a La Iglesuela algún fraile Agustino Recoleto, que ofreció contentarse con el capital sin casa.
Y escribió al Sr. Garcés el Cura apremiándole, aunque sin hacer mención de lo del Religioso, para que, o se apresurasen los Paúles a establecerse, o renunciasen a la fundación. Y el Sr. Garcés, como «el buen recadero ni perezoso ni embustero» transmitió esos apremios al Sr. Visitador. Y éste contestó, con fecha 22 de Noviembre de 1897, que ¿cómo establecerse sin casa; ni cómo hacerla si ellos no aprontaban los 10.000 duros? Y se lamentaba de que aún no se habían dirigido los señores testamentarios oficialmente a él. Y añadía: —«Veo mucha informalidad y dejadez en esos señores.» Por cierto que sí.
Como el Sr. Garcés vió el sesgo que iba tomando el asunto, y que se aproximaba la lucha, y penetraba el desafecto, el desvío, la animosidad, hasta el deseo de que dejáramos la fundación, y él, a esas alturas, ya no podía hacer nada, se hizo a un lado, y remitió al Cura al señor D. Eladio Arnáiz, Visitador de los Paules, que era quien podía tomar una determinación.
Y el Cura, pronto y bien mandado, ufano, arrogante, vase a Zaragoza, se intima con el Prelado, y pertrechado con los alientos de éste, avanza intrépido hasta Madrid, se presenta en la calle de García Paredes, se pone frente a frente del señor Visitador, y pretende luchar, intimidar. Y sucedió que fue por lana y salió trasquilado, que se encontró con la horma de su zapato, le salió el tiro por la culata, y se volvió con las orejitas gachas a su casa, porque el Visitador contesta con firmeza que no renuncia a la fundación, que con aquella misma fecha escribiría al Arzobispo, y que estaba resuelto a llevar la cuestión a Roma. Así se tose ante los arrogantes para que depongan sus actitudes quijotescas. Y en efecto, el Cura se volvió a la Sierra y no tornó a respirar sobre el asunto de la renuncia, ni de la fundación tampoco.
VII: SUMA, SIGUE Y CONCLUYE
El Sr. Visitador se mantuvo firme, contra viento y marea, en no renunciar la fundación y en no hacerla hasta que, o allegasen recursos los albaceas, o se acopiasen fondos suficientes para edificar la casa con los productos del capital. Y se pasaron otros dos años en completa estancación, sin que el Arzobispo, a quién el Visitador había escrito, ni el Arcipreste, a quien había escrito el Sr. Garcés, ni el Cura de La Iglesuela, volvieran a reclamar, ni depusiesen su actitud, ni se moviesen en sentido alguno.
Quien se movía y se agitaba en el mismo tiempo, y mostraba interés en sentido favorable a la fundación, era el mantenedor de la otra corriente, Mariano Soler, el albacea seglar. El cual hizo varios viajes a Alcorisa, y escribió algunas cartas al Sr. Garcés, rogándole con encarecimiento que hiciera cuanto estuviese de su parte para que fuesen pronto los Paules a La Iglesuela, porque la gente de bien, que los deseaba, empezaba a impacientarse y a desconfiar de ellos, y se estaba formando, con ayuda de los malos, una atmósfera desfavorable, é iba perdiendo terreno de día en día al concepto que de ellos se tenía anteriormente formado.
Todo lo cual iba poniendo el Sr. Garcés en conocimiento del Sr. Visitador, excitándole a la par a que hiciese un viaje a la Iglesuela, para que formase juicio de aquello, y tomase una ú otra determinación. Estas excitaciones produjeron su efecto, porque manifestó dicho señor que entraba en el pensamiento, y que comprendía perfectamente el alcance de las indicaciones hechas por el albacea Soler.
Para mayor estímulo, y para adelantar esta labor, quiso Dios que por entonces recibiese el Sr. Visitador una carta, cuyo contenido comunicó este señor al Sr. Garcés, con fecha 23 de Octubre de 1899, en los siguientes términos, que van a copiarse, porque en ellos se corrobora lo que se acaba de decir, y se pinta bien y se refleja con claridad el estado de opinión que reinaba en La Iglesuela y en el ánimo del Sr. Visitador.
El cual dice: » … y conviene que vaya a Zaragoza para ver de activar algo lo de Iglesuela, respecto de lo cual he tenido una carta del Sr. Barona, que se ha visto en Almería con un P. Josefino, hijo del Sr. Soler, y según dicho P. Josefino, y refiriéndose a las cartas de su padre, conviene que vayamos cuanto antes, pues hay bastante oposición a que allí nos ‘instalemos de parte de algunos clérigos de por allí, de Zaragoza, y, lo que es aún peor, con esta ocasión se halla dividido el pueblo, reclamándonos unos, mientras otros no nos quieren; cosa que no me extraña, pues en la población han de dibujarse las dos tendencias, del Cura y del Sr. Soler.—No hay que decir que nosotros estamos dispuestos a proseguir nuestros derechos a todo trance, y por ende siquiera, repito, hacer algo en Zaragoza, y también deseo que usted me acompañe, así en esta ciudad como, si conviene, en el viaje que tal vez hagamos a la Iglesuela, para ver aquello, por supuesto, de inteligencia con el Arzobispo, o de quien le represente en el asunto. Conque esté usted dispuesto para venir a Zaragoza tan pronto como reciba parte o carta míos, avisándole en ese sentido.»
Y en 28 de Octubre le avisó, en efecto, para que fuese a Zaragoza. Y allí se vieron el 3 de Noviembre. Conferenciaron larga y amistosamente con el Sr. Arzobispo, y éste no opuso obstáculo alguno, antes bien, dió muestras de interés en que se realizase pronto la fundación, pero sin soltar tampoco ofrecimiento ninguno.
Conferenciaron después con el Provisor, Sr. Pellicer, que era el encargado de agenciar el asunto. Este mostró mayor interés aún por verse libre de tan pesado negocio, porque dijo que estaba harto ya de tantos dímes y diretes cruzados entre los albaceas, que obligaron al Prelado a cambiar el Administrador y a imponerse con energía para que se procediese a la venta de las fincas y se realizasen los capitales de las dos fundaciones.
Y tanto era así que, aprovechando la ocasión, comisionó el Arzobispo al Sr. Garcés para que subiese a La Iglesuela y en su nombre convocase a los albaceas y les intimase perentoriamente la orden de vender y realizar; dándole instrucciones particulares y fijas sobre los precios de las fincas. Lo cual, con toda actividad, y a satisfacción de los mismos albaceas, ejecutó inmediatamente el Sr. Garcés.
A su vuelta de La Iglesuela a Alcorisa, escribe al señor Visitador, que estaba en Barcelona, la entrevista y buen resultado de la comisión que le encargó el Prelado, y alegrándose de ello, le dice desde Figueras, con fecha 20 de Noviembre, que esté prevenido, porque va a pasar a Mallorca y Menorca, y desde ésta le avisará por telégrafo qué día podrá llegar a Valencia, para juntarse allí y emprender el viaje a la Iglesuela.
Y en Valencia esperaba el Sr. Garcés la víspera de la llegada del Sr. Visitador.
Y en el puerto le recibió el día 7 de Diciembre de 1899, a las seis de la mañana.
Y el 9 salieron de Valencia para tomar el coche, a las cuatro de la tarde, en Alcalá de Chisvert. Eran días de ciclones y tormentas. La noche anterior había sido volcado un coche en medio de la carretera por la fuerza del viento. Y no parecía de menos intensidad el que soplaba aquella tarde; de manera que zozobraba el parecer de los cocheros entre salir o no salir. Pero nuestros viajeros no se arredraron, con admiración y aplauso de aquéllos. A la una de la madrugada llegaron a Ares del Maestrazgo, sin novedad, gracias a Dios, fuera del frío. ¡Y qué camas les esperaban! No fueran más austeras en una Trapa.
Y el lo, celebradas las Misas en Ares, en dos caballerías, de cuatro o cinco horas de camino, arrebujados como podían, porque el viento, de frente, era muy fuerte y frío, se presentaron en la Iglesuela a las doce y media. No fue tan cordial como correspondía al recibimiento. Ni siquiera comida preparada había, a pesar del precedente aviso de llegar aquel día y a aquella hora. Se habló con tres albaceas lo que convenía. Casi no pudo salirse a la calle por lo desapacible de la tarde. La estancia se hacía violenta. A las doce de la noche, noche negra y amenazadora, otra vez montados. Pasmados del arrojo se quedaron los que se enteraron. Antes de dos horas, arrecidos, se apean. Al Sr. Garcés, que por la obscuridad indicaba al otro el mejor camino, se le tuerce un pie en un bache, y da un tamborilazo de frente bueno, bueno, aunque sin más consecuencias que las risas, muy naturales en esos casos, y las palmas despellejadas. Montan otra vez, y a la hora y media, a las tres de la mañana se echa a nevar, yendo mal arropados, a lo menos el Sr. Visitador, que no llevaba balandrán. Gracias que el viento azotaba por la espalda. A las cinco en Ares, a las seis en el coche, a las dos en Alcalá, a las siete de la noche en Valencia. ¡Viaje célebre!
Pasa el 190o sin variación notable. Muere el Arzobispo Alda. Es nombrado para sustituirle en 1901 el Cardenal Cascajares. Habla con éste y con el Sr. Pellicer sobre nuestra fundación el Sr. Visitador; los encuentra complacientes y les promete que se hará desde Mayo a Octubre de este mismo año. Muere antes el Sr. Cascajares, y es elegido Vicario Capitular el Sr. Pellicer. Parecía muy oportuna una tregua hasta que hubiese nuevo Prelado, y se hace por parte nuestra alguna indicación. Pero no ceja Soler en sus solicitaciones, é insiste en lo mismo el Vicario Capitular. En conclusión, responde el Sr. Visitador que pronto hará la Visita en Alcorisa, y allí tomará una resolución definitiva.
ANALES 1907