PRELIMINAR
Más de cinco años han pasado desde que tuvo principio nuestra Casa de La Iglesuela del Cid. Muchos se han enterado, durante estos cinco años, de varios detalles referentes a ella, y les llamaban vivamente la atención. Y les picaba la curiosidad de conocerlos todos, y el deseo de que se escribieran é imprimieran.
Y pidieron y volvieron a pedir el relato de esos pormenores, é instaron y reiteraron y volvieron a la carga; pero toparon siempre con la resistencia. Perseverantes fueron las excitaciones, y perseverante y tenaz la resistencia.
¿Por qué esta tenacidad? ¿Por qué no se ha escrito esa historia? Por varias razones, algunas muy íntimas, que no hay para qué exponer. Ni su publicación hace falta para el objeto de la historia.
Pero todo tiene fin; y si no lo han tenido las peticiones, por aquello de si perseveraverit …, que estamos meditando estos días con la Santa Iglesia, o por lo otro de «el pobre importuno saca mendrugo», que repite el pueblo, lo tienen las resistencias por lo de «tanto y tanto va el cántaro a la fuente, que al fin se rompe». Tanto, tanto tentar ha dado al traste con la resistencia y ha producido la caída en la tentación.
Como se trata de asunto en sí indiferente, ni fue mala la resistencia, ni es mala la caída. Y aun puede ser que produzca ésta los buenos efectos que han soñado los tentadores. ¡Quiera el Cielo que así sea, para que no se pierdan el tiempo y el trabajo! Y allá va, con la más pura intención, y valga lo que valiere, la historia de nuestra Casa de La Iglesuela del Cid.
II: LA IGLESUELA DEL CID
La Iglesuela es una población de 1.490 habitantes, según el último censo eclesiástico, que pertenece, en lo civil, a la provincia de Teruel, partido de Castellote, y en lo religioso a la Archidiócesis de Zaragoza.
Es el pueblo más distante al sudeste de aquélla, y el mas lejano al sudoeste de ésta. Limítrofe, por la parte de Villafranca del Cid, a la provincia de Castellón de la Plana y a la Diócesis de Tortosa, de las cuales le separa, a media hora de distancia, la Rambla, según hoy se llama, o rio de las Truchas, según dejó escrito, al señalar límites en estas regiones, Don Jaime I de Aragón.
Le circunvalan, por el N., a dos horas de distancia, Cantavieja, famosa en nuestras guerras civiles; por el Este, a hora y media, Portell; por el S., a dos horas, Villafranca del Cid; y por el O., a cuatro horas, Mosqueruela, perteneciente a la provincia y Obispado de Teruel.
Su terreno es algún tanto áspero, pedregoso y frío, propio de sierra; pero no tanto como Mosqueruela y Canavieja. Es algo menos desapacible su situación porque esto, al final de las cordilleritas de Alcalá de la Selva y de Aliaga. con tendencia marcada a bajar al reino de Valencia.
Figurémonos una herradura: Cantavieja está en el centro del semicírculo de ella; Mosqueruela en un lado; Portell en el otro; Villafranca en la abertura; La Iglesuela en el fondo, inclinándose a ésta; y todo el hierro de la herradura son cerros que prestan algún abrigo y dan cierta gracia a La Iglesuela.
Acerca de su nombre, he aquí lo que se lee en los curiosos apuntes que preceden a una Novena dedicada a Nuestra Señora del Cid, Patrona principal de este pueblo: «El nombre de Iglesuela se deriva de Iglesia pequeña, y se funda en que en los Breves Apostólicos del Archivo de la Iglesia se dice, en el uno, Eclesiola del Cid, y en el otro, Eclesuela del Cid, la Iglesuela del Cid, que es lo mismo que Iglesia pequeña, parva ecclesia; y de ahí que su escudo de armas sea una iglesia y una torre».
La posición del caserío es caprichosa. Fórmanle tres grupos desiguales, separados por dos barranquitos, por los cuales corre pequeña cantidad de agua, que procede de varias fuentes. El grupo de en medio, en el que generalmente se cobijan los vecinos más pudientes, y en el cual se encuentran la Iglesia parroquial, la Casa-Misión y los mayores edificios, muchos de piedra de sillería, con tres calles principales, muy bien arregladas con aceras, y varias travesías, contiene la mitad de los habitantes. Los otros dos, llamados La Costera y Las Eras, con calles y casas más pobres por lo general, contienen la otra mitad. La Costera está en la parte oriental. Las Eras en la opuesta.
Aunque se ha dicho que La Iglesuela está en una sierra, no hay que pensar que sea inaccesible, ni que esté incomunicada esta población. Algunos años há pudo afirmarse esto; hoy, no. Su comunicación principal fue siempre, y siempre lo será, con el reino de Valencia, por la provincia de Castellón.
Tres carreteras están ya próximas a rendirle vasallaje; no pasará un año sin que dos de ellas crucen sus calles. De modo que la Iglesuela está llamada a ser, empieza a ser, y lo será muy pronto, un centro de movimiento y de comercio para las mencionadas sierras.
La más antigua de esas carreteras, que sube desde Castellón por Albocacer y Villafranca, está en uso, hace ya más de cuatro años, hasta la Rambla, o río de las Truchas. Son varios los carros que la transitan hasta La Iglesuela, aportando los productos y regalos de la región valenciana y del Mediterráneo. Un coche-diligencia llegó hasta hace diez años a Albocacer, hasta hace cinco subió a Ares; desde entonces llega a Villafranca, y una tartana hasta La Iglesuela. Sobre la Rambla han levantado un largo puente desde el otoño último, y la carretera está trazada y calzada hasta tocar en el barrio de las Eras.
Otra carretera sube desde Alcañiz, por Castellote y Cantavieja, y llega ya a tres kilómetros de La Iglesuela. La tercera viene desde Sarrión, por Mora, Rubielos, Mosquerucia, y podrá quedar terminada en el espacio de dos años.
Todo esto se ha dicho con tanta extensión y claridad, para disipar y ahuyentar infundados temores, para que se desvanezcan ciertas preocupaciones, hijas de la pusilanimidad, y acaso de la falta de celo verdadero y legítimo, y para que cobren alientos ciertos espíritus apocados y encogidos, que, cuando han de ser, o son enviados a campaña, se amilanan ante soñados fantasmas y sombríos espectros, tomando por insuperables dificultades lo que en realidad son inestimables dulzuras y encantos.
III: ORIGEN ALTÍSIMO DE LA FUNDACIÓN.
Puede y debe decirse que la fundación de La iglesuela es de inspiración divina, primeramente por la razón general, aplicable a cuanto bueno sucede en el mundo, de que todo bien procede de Dios, y de que sin su inspiración somos incapaces de tener un buen pensamiento. Doctrina conocida, sabida y repetida por todos los cristianos algún tanto ilustrados; doctrina enseñada por la Filosofía y la Teología de consumo; doctrina textualmente dictada por San Pablo; doctrina que nos recuerda nuestro Santo Padre en el prefacio que puso a nuestras Santas Reglas.
En este sentido claro está que fue inspiración de Dios el pensamiento de fundar una Casa-Misión en la Iglesuela; porque ¿de dónde brotó tan feliz, tan beneficiosa idea, sino del espíritu de piedad, del espíritu de caridad y de celo por la salvación de las almas, del espíritu de oración fervorosa y de amor acendrado a Jesucristo, o sea, en una palabra, del espíritu de Dios que animaba el corazón de la bendita señora Fundadora?
Pero hay además una razón especial para comprender y confesar que es de origen divino el pensamiento de la fundación de La Iglesuela, aplicable a cuantas Casas de Misión se funden. Y es que Jesucristo dijo: «Id y enseñad. Predicad a toda criatura. También a las gentes de los campos. También a los que habitan en las sierras. Y a éstos con preferencia, porque están más necesitados.» Y Él, Nuestro Señor, así lo hizo, Él inspiró ese espíritu en su Iglesia. Y suscitó y escogió Misioneros que pudieran dedicarse a esa misión de anunciar el Evangelio. Y les infundió amor a las gentes sencillas y oscuras, y a las misiones de los campos y de las sierras.
Pero ¿cómo irán a las sierras si no son enviados? ¿Y cómo los han de enviar si no cuentan con medios de subsistencia? Ahí tenéis descubierto ya el origen divino de la fundación de una Casa-Misión, de la Casa-Misión de La Iglesuela del Cid.
Ese pueblo está en una sierra, a cuarenta leguas de distancia del centro de vida pastoral de su Arzobispo. No hay facilidad para hacer llegar a esa distancia la vivificadora savia evangélica procedente de ese centro. Y en esa sierra hay muchos otros pueblos, con muchas almas buenas, que tienen hambre, que piden pan, el pan sobresubstancial, el pan de la salvación. Y no hay quien se lo reparta, porque, aunque tienen cerca de sí pastores ¡ay! Mejor será dejar suspendida la idea.
Y esas almas son de Dios, muy de Dios, y Dios quiere salvarlas, y por los medios ordinarios que estableció en su Iglesia; ¿qué hacer?—Allá, en aquel rincón oscuro de aquel templo, veis una persona modesta, arrodillado su cuerpo, su cabeza humildemente inclinada, su alma fervorosa en oración Es rica en virtudes; lo es también en bienes materiales; no tiene obligaciones de familia perentorias, ineludibles ¡Ah! ¡Bendito sea Dios! El Señor desciende sobre aquella bendita alma, y le inspira el pensamiento de una Casa-Misión para salvar almas; de la Casa-Misión de La Iglesuela del Cid.
Y aún existe otra razón especialísima para comprender el altísimo origen de la fundación de La Iglesuela; la fidelidad y constancia de las gentes del país en la fe y en la piedad.
Verdad es que la ponzoña de los tiempos modernos se ha extendido por todas las venas de la sociedad. Cierto que ha subido hasta las escarpadas sierras de La Iglesuela y ha llegado hasta los últimos rincones de sus contornos. Porque ¿adónde no llega la peste de los periódicos? ¿Ni cómo volver a sus hogares sin contagio, los que por el servicio militar, o por otras causas de conveniencias propias salieron sanos de ellos? Indudable que, en mayor o menor cantidad, se encuentra ya inoculada la corrupción en el organismo de todas las poblaciones, aun de los barrios más pequeños; y no se puede negar que se hallan ya envenenadas muchas almas, las cuales, o no creen, o no practican, o lo hacen rutinariamente, por respeto humano, porque se ha hecho siempre; sin fe, sin esperanza, sin caridad, sin devoción; con frialdad, con indiferencia, con menosprecio é inestimación.
Todo esto es verdad; todo es tristemente cierto. Pero también es verdad y afortunadamente innegable, que los vacilantes, o indiferentes, o incrédulos, rio pueden públicamente negar, no pueden burlarse, no pueden denostar, no pueden ridiculizar, sino que tienen que morder polvo y sucumbir, y se ven obligados a practicar, disimulando, fingiendo y ocultando su incredulidad é indiferencia. ¿Y porqué? Porque el núcleo, la masa, la parte más sana de las poblaciones no se ha dejado envenenar, conserva su fe, mantiene vivos los sentimientos religiosos y se impone a la parte inficionada y enferma.
Ahora bien; estos verdaderos israelitas que todavía no han doblado sus rodillas ante los ídolos modernos, cuyas inteligencias y cuyos corazones son aún de Dios, y si, como hombres, son víctimas de algunas flaquezas, abrigan como cristianos y mantienen vivas predisposiciones de fervor; ellos, por su fidelidad y su constancia en la fe y en la piedad, que heredaron de sus antepasados, o sus antepasados y sus padres, vivos o difuntos, más fieles que ellos, más piadosos y más fervorosos que ellos, o todos a la vez, merecieron que Dios en su misericordia quisiera preservarlos de esas pestilencias é impedir que cayesen en esos espantosos extravíos, y ayudarlos con su gracia en la labor de su santificación y de su salvación.
¿Y de qué modo? ¿Por qué medios? ¿Por ventura hay algunos más eficaces que los que proporciona una Casa-Misión? De ahí, pues, la inspiración comunicada por la benignidad divina a la piadosa Fundadora de nuestra Casa de La Iglesuela. Ahí tenéis el altísimo, el divino origen de la fundación, objeto de esta historia.
ANALES 1907