I. Nacimiento del Sr. Cuissot. – Su entrada en la Compañía. Primeros trabajos. – Superior de Notre Dame de la Rose, en los Bons-Enfants. Es enviado a Le Mans. – Tentación que experimenta. Carta de san Vicente.
El Sr. Gibert Cuissot nació en Moulins en el Bourbonnais, por entonces de la diócesis de Autun, el 5 de noviembre de 1607. Nada sabemos en particular sobre los acontecimientos de su vida que precedieron a su entrada en la pequeña Compañía. Hacía seis años que era sacerdote cuando fue admitido, el 14 de mayo de 1637. Durante su seminario fue enviado a misiones y, bien porque no estaba aún al corriente de las costumbres de la Compañía, bien porque no haya podido evitar aquello a lo que alude la carta siguiente de san Vicente a la Sra. presidenta Goussaut, bien por último porque nos es desconocida otra circunstancia, así escribía con motivo de esta misión nuestro bienaventurado padre:
París, día de san Luis, agosto de 1637.
«Señora,
El Sr, Cuissot me pone unas palabras en su carta que me hacen dudar si los misioneros se alimentan ellos mismos. Dios mío, Señora, ¿habríais causado este daño a la Misión, y el Sr. Cuissot se habría mostrado desinteresado por esto? Le escribo y le pido que, recibida mi carta, comience a hacer su trabajo ordinario. Es todavía nuevo, y yo no le hablé antes de marcharse: toda la culpa es solo mía…»
El año siguiente a su seminario (1638), fue enviado a Richelieu, con el Sr. Lambert aux Couteaux para superior. Fue pues del número de los que tomaron posesión de la casa que acababa de fundar el cardenal Richelieu. Una palabra de san Vicente en una carta que escribió al Sr. Lambert, el 15 de marzo de 1638 nos muestra al Sr. Cuissot a pleno rendimiento en las funciones que le habían confiado: «Bendito sea Dios por el éxito de vuestra misión y la de los Srs. Cuissot y Durot. Oh, cómo nos debe servir a muchos de nosotros el éxito de éstos!«
Vemos luego al Sr. Cuissot acompañar al Sr. Bécu, su cohermano de Richelieu en sus correrías apostólicas en Saint-Victor, en Maechais, en Montmirail. Os ruego que digáis al Sr Cuissot, escribe san Vicente y al Sr. Bécu en Montmirail, en junio de de este mismo año, que su buen hermano me ha venido a ver varias veces, que vive y trabaja con un orfebre, que se me ha olvidado su nombre y no sé cómo hacerle llegar su carta, que se propone escribirle, y me parece un buen chico.
Mientras que los primeros misioneros trabajaban activamente en los lugares a los que la divina Providencia los había llamado, y esta misma Providencia se lo recompensaba con los éxitos más maravillosos, nuevas fundaciones se establecían en diversas partes por personas caritativas y todas muy entregadas a la salvación de las almas de las pobres gentes de los campos. Fue así como en 1638, el 4 de enero, Su Eminencia Monseñor el cardenal duque de Richelieu hizo con el Sr. Vicente, en su castillo de Ruel, ante Guerreau y Parques, notarios en el Châtelet, un contrato de fundación de diez sacerdotes de la Misión en Richelieu, a los que dio para su pensión y mantenimiento los archivos del tribunal(escribanías) de Loudun, lugares de clérigos de París y derechos anexos que le pertenecen, arrendados entonces en 4,550 torneos al año(de Tours, moneda), a condición que tres de los dichos sacerdotes fueran todos los años, durante seis meses al año a dar misiones en la diócesis de Luçon, de la que había sido obispo. El Sr. Cuissot fue puesto a la cabeza de los misioneros de Luçon, que no adquirieron sin embargo un domicilio propio, en esta diócesis, hasta 1641, época en la que el Sr. Cuissot fue trasladado a Notre Dame de la Rose, el Sr. Jacques Chiroye llegó a reemplazarle en Luçon, como veremos pronto. Citemos entretanto y por de pronto la carta que san Vicente dirigía al Sr. Cuissot para agradecerle haber aceptado la dirección de la Misión de Luçon (12 de diciembre de 1638:
«Me siento muy consolado al ver la bondad de vuestro corazón aceptando la propuesta de Luçon, contra su propia inclinación. Oh, Señor, qué buena señal de cristiano y de buen misionero es pisotear así sus propias inclinaciones! Dios me ha dado hoy una ternura muy particular para pedirle esta misma virtud de escoger siempre lo peor y lo contrario a mis afectos. Pero, ay, Señor, qué infiel soy a esta práctica! Os suplico que pidáis a Dios que me haga más fiel en lo futuro».
El Sr. Cuissot se empleó a fondo en procurar la fundación de la misión de Luçon. La carta siguiente nos le muestra ocupado en el mobiliario de una casa provisional todavía; ya que la que debían ocupar definitivamente no fue comprada hasta el 7 de diciembre de 1641, del peculio de Su Eminencia, quien dio para su establecimiento 24.000 libras de plata.
Al Sr. Lambert, superior en Richelieu.
» El 24 de julio de 1640.
¿Qué haremos por ese lugar? Veo bien que se necesita otro superior y un sacerdote en lugar del Sr. Gaulthier; tenemos un sacerdote tal como se precisa. ¿Qué le parece si pusiéramos al Sr. Cuissot en ese lugar para gobernar, y al Sr. Chiroye en Luçon? Me cuesta mucho hacerlo de otra manera; una palabra de vuestro parecer, por favor. Hay dos cosas que considerar aquí: 1º si el Sr. Chiroye tiene espíritu de dirección; 2º si el Sr. Thibault lo tendrá de sumisión; lo tiene por ahora respecto al Sr. Cuissot, está contento y bien asentado; os ruego que me enviéis vuestra opinión y pronto. En ese caso, el Sr. Benoît volvería a Richelieu, o yo os enviaría a algún otro. Escribo al Sr. Cuissot que tome trescientas libras para su mobiliario y nosotros se las pagaremos por letra de cambio aquí. Según vuestro deseo qué se necesitaría para ellos tres?»
Algún tiempo después, el 6 de octubre de 1640, san Vicente habiendo dado, por consejo del Sr. Lambert sin duda, continuidad al doble proyecto que acaba de expresar, escribía al Sr. Chiroye en Luçon:
«Nuestro buen Dios quiere servirse de vos en Luçon en calidad de superior de nuestra pequeña comunidad. Os ruego, Señor, que aceptéis el cargo. En la confianza que procediendo en espíritu de dulzura, humildad, paciencia y de celo por la gloria de Dios en la Compañía, y por ella en las almas de nuestros buenos señores y maestros, las buenas gentes de los campos, su bondad os guiará por sí misma y vuestra familia por vos. Y como veo que vuestro querido corazón gemirás y me dirá, a la lectura de esta carta: A, a, a, Domine, nescio loqui. ¿Y cómo me dais a mí este empleo? A eso yo no tengo otra cosa que deciros que: Sufficit tibi gratia Dei. Que tratéis de hacer como lo habéis visto a los demás, y que recibáis todos los consejos que podáis del Sr. Cuissot, a quien enviamos de superior a la Rose».
Tal era pues la estima que hacía entonces san Vicente de este buen misionero, que en el momento en que le nombraba superior por primera vez, le creía ya capaz de formar él mismo a superiores por sus buenos consejos y los prudentes avisos de su experiencia.
El Sr. Cuissot se dirigió a Nuestra Señora de la Rosa en la diócesis de Agen. Al año siguiente, bien porque predicara el retiro de los ordenandos en Cahors, bien porque la carta que se va a leer habla de una ordenación hecha en la Rose, esto es lo que le escribía san Vicente, con fecha del 21 de septiembre de 1641:
«La presente es solamente para pediros noticias sobre tres cosas. La primera es sobre el estado de vuestra salud y de la operación de los remedios que habéis tomado; la segunda es del éxito de vuestra ordenación, y la tercera es de qué ha sido del Sr. Lambert y qué caminos ha tomado. Yo creía recibir cartas suyas por el último correo, y también vuestras, como siempre; mas no habiendo tenido ninguna, me quedo con gran pena por todas las cosas susodichas, en particular de lo que a vos atañe; lo que hace que os pida que me contéis algo. No se trata de que yo no tenga grandes esperanzas de que todo va bien: se lo hemos pedido a Dios por las oraciones de la compañía, y por las del que es en el amor de Nuestro Señor…
El Sr. Cuissot no fue llamado a la asamblea de 1642 porque, dice san Vicente, acababa de ser destinado al lugar donde se encontraba y en el empleo que ocupaba. Fue por la misma razón por la que no asistieron a esta reunión de los superiores el Sr. Chiroye, nombrado en Luçon al mismo tiempo que el Sr. Cuissot en la Rose, y el Sr. Guérin nombrado en Annecy el año mismo de la asamblea. Veamos, por lo demás, lo que san Vicente escribía a este propósito al Sr. Codoing, superior de la casa de Roma.
«No os hemos llamado, ni al Sr. Guérin, superior de Annecy, ni a los Srs. Cuissot, superior de Notre-Dame de la Rose, y Cheroye, superior de Luçon, porque acabáis de ser destinados a los lugares donde estáis y en los empleos que tenéis. Añadiendo que hemos tomado esta resolución en tres días, con ocasión de la prudencia de estos señores que se han encontrado aquí. Vos sois el primero y el único a quien se lo digo: honraréis en esto el silencio de Nuestro Señor, por favor, con respecto a quienquiera que sea, por cualquier razón que tengo…
Bajo la hábil dirección de un superior tan prudente, la casa de la Rose no podía sino prosperar. En noviembre de 1642, san Vicente obtuvo para ella indulgencias y un altar privilegiado. En 1643, el 27 de marzo, en presencia de Charles y de Courcet, notarios en el Châtelet, la duquesa de Aiguillon, que había fundado la misión en 1637, hizo con san Vicente un segundo contrato de fundación de otros tres sacerdotes más: 1º para continuar las misiones en toda la extensión de Agen y de Condom que le pertenecían; 2º para continuar la instrucción de los ordenandos de estas mismas tierras, cuando dichos sacerdotes tuvieran fondos, casa y muebles y, a la espera entonces, cada vez y cuando el obispo les avisara y proporcionara las cosas necesarias; 3º que todos los años, a perpetuidad, se diría y celebraría un oficio completo o una misa por ella, y otro tanto por su tío, Monseñor el cardenal de Richelieu, en el día de sus aniversarios. Ella dio 13.500 libras para esta fundación.
Mientras tanto, a finales del año 1644, el Sr. Cuissot tuvo que abandonar el campo que sus activos trabajos y sus cuidados vigilantes comenzaban a hacer fértil, para dirigirse a París, donde san Vicente le confió la dirección del colegio de los Bons-Enfants, el 14 de octubre, y le hizo pronunciar los santos votos el 11 de noviembre.
Pero un buen misionero debe estar preparado para todo. El Sr. Cuissot no debía durar mucho en los Bons-Enfants. El 26 de enero de 1645, el Sr. Martin Lucas, abate comandatario de San Hilario, en la diócesis de Carcassonne, dueño y jefe del Gran Hôtel-Dieu de la ciudad del Mans, había fundado una misión en esta ciudad y, el 30 de junio, el Sr. Guillaume Gallais, sacerdote de la Congregación, había tomado posesión en nombre de san Vicente, y con él el Sr. Jean Alain, también sacerdote de la misión. Al comenzar el año siguiente, 1646, el Sr. Girard Brin, Irlandés, fue enviado al Mans para tomar la dirección del seminario establecido en esta casa. Pues bien, a finales de junio, el Sr. Brin fue reemplazado por el Sr. Leblanc en la dirección del seminario, y el Sr. Cuissot fue igualmente enviado al Mans para reemplazar allí al Sr. Alain. El 25 de agosto, san Vicente escribía al Sr. Cuissot la carta que sigue:
«Señor,
Os pido humildemente perdón, prosternado en espíritu a vuestros pies, por no haberos contestado antes en detalle a lo que me escribís del primero de de este mes. El asunto del Sr. Vasso es una indemnidad que tiene derecho a tomar sobre Soissons al cambio del Superior. Hemos convenido con un canónigo de Le Mans y dueño de las demandas de cuatrocientas libras que se le deban dar vivo o muerto; el Sr. Calais os lo explicará, y es necesario que se haga lo antes posible, Yo no sabía todas estas deudas. Lo que podemos hacer es tratar de satisfacer aquí al Sr. abate Lucas y vos podréis ayudaros con lo que el Sr. granjero general le debe; se lo escribo al Sr. Galais. Diré al Sr. Bajoue lo que me decís de vuestros hermanos para aprender a ayudar en la santa misa. El Sr. Galais os podrá instruir en el asunto del Sr. Pousset y resolver con vos lo que hay que hacer y decírmelo.
«El Sr. Alain sufre una fiebre terciana. Se espera que no sea nada. Una vez que se mejore, le pediré que conteste a vuestra carta. El Sr. Galais y vos, Señor, juzgaréis si conviene dar la dirección interior y exterior del seminario al Sr. Leblanc.
«Señor, vuestro sobrino goza de buena salud, a Dios gracias. Ha vuelto al seminario por propia iniciativa».
El Sr. Cuissot apenas llevaba un mes en Le Mans cuando san Vicente tuvo la intención de enviarle a Calais en lugar del Sr. Dalattre. Pero el estado de salud del buen misionero no permitió la realización de este y unos días después comunicaba al Sr. Portail que llamaba de Le Mans al Sr. Cuissot «a causa de su incomodidad».
El debilitamiento de su salud, la imposibilidad en que se encontraba de continuar sus trabajos, habían llevado la ansiedad a su alma. Estuvo en lucha con la tentación, tan frecuente entonces, incluso entre los buenos misioneros (como nos lo muestran las cartas de san Vicente), de dejar la vocación. En esta ocasión el santo fundador le escribió dos cartas en las que aparece toda la ternura de su corazón paternal al propio tiempo que le recordaban los motivos de mantenerse firme unido a sus compromisos.
Transcribimos aquí la segunda en la que le urge de nuevo y con más insistencia volver a París.
«24 de noviembre de 1646.
Señor,
«He recibido dos de vuestras cartas que me han redoblado el dolor, viendo que perseveraríais en separaros de nosotros, lo cual me obliga a perseverar también en expresaros el peligro al que os exponéis; pero es con toda la humildad del afecto de que soy capaz, y con pleno deseo de vuestra salvación. Os diré pues en este sentimiento, en primer lugar, que no veo ninguna razón que os haga dispensable de los votos, y por una sola que me dais, que es muy débil, muchas fuertes me persuaden de que debéis regresar. Estáis débil, es cierto, pero este pretexto ¿es suficiente para obligar a Dios a dejaros libre de la promesa que le habéis hecho? ¿Ignorabais entonces que estuvierais sometido a las debilidades corporales como el resto de los hombres? Y como habéis dado el paso, ¿va a desanimaros ahora una ligera incomodidad? En segundo lugar, vuestro retiro en casa no os va a curar; ¿de qué remedios usaréis que no tengáis aquí? El aire de vuestra provincia no es mejor que el de París, y sabéis muy bien que no hallaréis en casa de vuestros padres más descanso y buenos auxilios que los que tienen nuestros enfermos en la Compañía. En tercer lugar, os ruego que consideréis la bondad de Dios al llamaros del mundo, cuántas almas hay que se perderán por falta de una gracia semejante. Pero, ¿cuánto más merecerán perderse aquellas que la hayan despreciado después de recibirla? En cuarto lugar, habéis confesado tantas y tantas veces que estabais tocado de agradecimiento para con Dios por el regalo de vuestra vocación, ¿por qué le rechazáis ahora? En quinto lugar, Dios os ha repartido bastante liberalmente talentos para todos los empleos de la Compañía; y al retiraros, los pueblos y los eclesiásticos se sentirán frustrados por las asistencias espirituales, para las que tal vez os las ha dado; y aunque penséis hacerla valer asistiendo a vuestro prójimo en particular, será sin embargo sin gran efecto, porque la gracia de la vocación os faltará, me lo hace temer de vos la experiencia de algunos más. En sexto lugar, ¿cuántas victorias os perderéis, si perdéis vuestra vocación? Ya que con ella podéis vencer al diablo, al mundo y a la carne, y al mismo tiempo enriquecer vuestra alma con la perfección cristiana para la cual se encarnarían los ángeles si pudieran hacerlo, para venir a imitar en la tierra los ejemplos y las virtudes del Hijo de Dios. En séptimo lugar, quiero creeros parece que vuestra salida no procede del motivo que he dicho, aunque tengáis razón de pensar lo contrario; ya que si no fuera así, ¿de dónde podría provenir un cambio tan repentino? pues hablando de aquí de esa casa, estabais tan contento de vuestra vocación que más no se podía, y yo me sentía muy edificado; pero aunque fuera verdad que este mal viniera por alguna otra causa y no de aquella, como decís que yo lo veré el día del juicio, ¿qué diréis ese gran día, cuando se os pidan cuentas de vuestra promesa, de las luces que habéis recibido y del empleo que habéis hecho de vuestro tiempo y de vuestros talentos? ¿Pensáis acaso que el cuidado de vuestra salud os descargue, ya que es Dios quien la da y quien la quita cuando le agrade, y que se dice que quien quiera salvar su vida la perderá? En nombre de Nuestro Señor, señor, pensad en todo esto y no os resistáis a los reproches de vuestra conciencia; poneos en el estado en el que querríais morir, y espero que la bondad de Dios os dará la fuerza de vencer a la naturaleza, que no busca más que su libertad en perjuicio de nuestra pobre alma, para la cual Dios me ha dado ternuras de afecto inexplicables. Por eso os conjuro nuevamente, en el nombre de Jesucristo y por el amor que os profesa, que vengáis aquí. Tendré en vos más confianza que nunca ya que no temeré perderos, si os veo garantizado contra un escollo tan peligroso. Escoged la casa que queráis, seréis recibido en todas partes con los brazos abiertos, y me daréis ocasión de testimoniaros que soy en su amor, Señor, vuestro, etc.».
Esta carta tan sentida triunfó de la tentación; el Sr. Cuissot fue a San Lázaro y se quedó un año entero para rehacer su cuerpo y su alma al lado del santo fundador que tenía para él ternuras de afecto inexpresables.
II. El Sr. Cuissot es enviado a Cahors. – Histórico de esta fundación.
El Sr. Cuissot había pasado un año en París, había renovado sus fuerzas y su valor cuando, en diciembre de 1647, fue colocado en Cahors. Es éste el lugar, creemos, de relatar la fundación de esta casa, sobre la que encontramos detalles interesantes, no sólo en las cartas de san Vicente, sino también en la Vida de Mons. Alain Solminihac por le P. Chastenet, religioso de Chancelade, y en los documentos religiosamente conservados con vistas a la canonización de este santo obispo.
En su primer sínodo (22 de abril de 1638) que celebró algunos meses tan sólo después de su entrada en la diócesis, el venerable Alain mandó leer el capítulo del Concilio de Trento que trata de los seminarios, y mostró con tanta viveza la importancia, dice su biógrafo, que todos los asistentes de común acuerdo le dieron las manos, y al punto, se nombraron personas que realizaran este plan. Quiso ser él mismo la piedra fundamental de esta obra reuniendo con él a algunos eclesiásticos, con los cuales comenzó a abrir el seminario en una casa particular a la que mandó venir a los ordenandos a quienes explicaba los ejercicios y mandó que se les dieran charlas por uno de sus religiosos y por un párroco sabio a quien había llamado del campo a este efecto. Se vio primeramente en este débil comienzo una comunidad bien reglada, donde todo se hacía con orden; y lo que allí parecía más hermoso y más edificante es que nuestro prelado encendía el fuego, proveía el refectorio, y hacía con placer los oficios más humildes… Pero vio muy pronto que, estando obligado por el deber de su cargo a una multitud de funciones que le llamaban a otra parte no podía ligarse por entero al seminario; por ello, en el año 1643, llamó a los Srs. sacerdotes de la Congregación de la Misión, erigida en San-Lázaro-lez-París, personas capaces y experimentadas que, aparte de las misiones que dan en el campo, se entregan y consagran a Jesucristo con una dedicación particular, para la instrucción de sus ministros. Les confió la dirección entera y administración perpetua, tanto en lo espiritual como en lo temporal, lo que fue aceptado por el Sr. Vicente de Paúl, su superior general y confirmado por cartas patentes de Su Majestad. Ésta es además el acta de fundación y aceptación de san Vicente, copiada del manuscrito auténtico tal y como se conserva en los archivos del obispado de Cahors.
«Alain de Solminihac por la gracia de Dios y de la Santa Sede apostólica, obispo, barón y conde de Cahors, a nuestros muy queridos en Nuestro Señor, los eclesiásticos de nuestra diócesis y a todos los que vean la presente, salud y bendición.
«El cuidado y la solicitud pastoral de nuestra diócesis habiéndonos obligado a instituir en nuestro primer sínodo celebrado en nuestro palacio episcopal, el 22 de abril del año mil seiscientos treinta y ocho, un seminario en la ciudad de Cahors, al que habríamos unido el seis de octubre de dicho año y cinco de enero de mil seiscientos cuarenta los prioratos de Lavaurette y Balagnier, vacantes por muerte, siendo de nuestra colación y el defecto de poder encontrar sacerdotes que tuvieran la cualidad requerida para instruir en las funciones eclesiásticas a los jóvenes clérigos que deben educarse en el seminario, habiéndonos privado de los frutos que nos esperábamos para bien y utilidad de nuestra diócesis, en esta causa, siendo plenamente instruido en la virtud, probidad suficiente de los sacerdotes de la Congregación de la Misión, erigida en la casa de San Lázaro, en esta ciudad de París, para educar e instruir a los jóvenes clérigos que se recibirán en el seminario en la disciplina eclesiástica, después de comunicar al capítulo de nuestra iglesia catedral, hemos elegido y elegimos por estas presentes a los dichos sacerdotes de la misión para directores perpetuos de nuestro dicho seminario, les hemos dado y les damos la entera dirección y administración tanto en lo temporal como en lo espiritual, consentimos a este efecto que disfruten en lo sucesivo de los prioratos de Lavaurette y Balagnier, con los cargos por el Sr. Vicente de Paúl, superior general de los dichos sacerdotes, y sus sucesores superiores generales de dicha Congregación, tener perpetuamente en el seminario o en las misiones de nuestra diócesis por lo menos tres sacerdotes y dos hermanos de la dicha misión y tres clérigos seminaristas que serán elegidos y escogidos por nosotros y nuestros sucesores para ser educados e instruidos por dichos sacerdotes en la disciplina eclesiástica, y recibir y mandar hacer los ejercicios espirituales durante diez días en dicho seminario en las épocas de las ordenaciones a las que nos o nuestros sucesores demos las órdenes a todos los clérigos de nuestra diócesis que deberán ser promovidos a las órdenes sagradas y aquellos a quienes demos nuestras letras dimisorias para ir a recibirlos.
Y como la renta de dichos prioratos que no ascienden más que a mil doscientas libras no pueden ser suficientes para el mantenimiento de estos sacerdotes y clérigos que es necesario tener en dicho seminario para el bien de nuestra diócesis, y que a este efecto, pretendemos añadir ochocientas libras anuales por los beneficios de nuestra dicha diócesis, se verán obligados dicho general y sus sucesores, cuando hayamos ajustado a dicho priorato dichas ochocientas libras, añadir otro sacerdote de dicha misión y tres seminaristas en dicho seminario, y tener perpetuamente o en las misiones en nuestra diócesis por lo menos cuatro sacerdotes y dos hermanos de la misión y a seis clérigos seminaristas.
«No se verán obligados dichos sacerdotes a dar cuenta de los frutos de dichos prioratos, ni de las ochocientas libras que pretendemos añadir, con el fin de que puedan dedicarse libremente a la salvación de los eclesiásticos en toda la extensión de nuestra diócesis, y a la asistencia tanto espiritual como corporal del pueblo, les hemos dado y les damos el poder por estas presentes, a condición no obstante de estar sometidos desde el primer instante a nos y a nuestros sucesores en misiones y oficios que se refieran a la asistencia del prójimo; en lo demás obedecerán a su superior general según la bula, status y reglamento de erección de su Congregación.
Firmado: Alain,
Obispo de Cahors.
«Nos Vicente de Paúl muy indigno superior general de la Congregación y sacerdote de la misión, recibimos con todo el respeto y la reverencia que nos es posible la gracia que el Sr ilustrísimo y reverendísimo obispo de Cahors ha hecho a nuestra pequeña Compañía por la presente acta de unión y prometemos observar y cumplir las condiciones que la acompañan En fe de lo cual hemos escrito y firmado la presente de nuestro propio puño y letra en San Lázaro de París, este cuatro de enero de mil seiscientos cuarenta y tres.
Firmado: Vicente de Paúl«.
Se ha podido advertir en este contrato que san Vicente se compromete a tener los sacerdotes pedidos en el seminario y en las misiones. Tal era en efecto la costumbre de nuestros seminarios en esa época: se dedicaban simultáneamente a la dirección del seminario y a la obra de las misiones. Pero contrariamente a los términos del contrato, la casa de Cahors fue la única excepción a esta costumbre. Una carta de san Vicente a un obispo (20 de julio de 1650) nos da a la vez las razones de esta costumbre y las de la excepción admitida para Cahors. «Es de desear. Monseñor, pues deseáis tener misioneros, que sean al menos cuatro para las dos funciones, bien por las dificultades que encontrarían en emitir la primera que es la de las misiones y es de gran utilidad, como por la ocasión que se tendrá de llevar a los seminaristas ya avanzados, ya para hacerles ejercer las instrucciones que habrán recibido en el seminario, ya para que aprendan mejor las funciones curiales y eclesiásticas viéndoselas practicar a los nuestros que evangelicen a los pobres.
«Si me decís, Monseñor, que en Cahors no hacemos más que el seminario, lo admito; pero es verdad también que el obispo de Cahors habiéndose reservado manda predicar las misiones a los canónigos regulares de Chancelade que ha fundado en su ciudad, no reflexioné entonces a consecuencia, no ya por la dificultad que tendrían nuestros sacerdotes de no dedicarse alguna vez a su principal empleo; pero esta dificultad es tal que no tienen motivos de tentación mayor, ni más ordinaria. Es también la única de nuestras casas que se reduce al seminario, todas las demás, gracias a Dios, trabajan también en las misiones».
El contrato que acabamos de transcribir es del 4 de enero de 1643, el 22 de abril según el venerable Lain, habiendo reunido su asamblea sinodal, realizó el proyecto que había expresado. Impuso a su clero una renta de 800 libras, a favor del seminario. La asamblea, dice el proyecto verbal del sínodo, con voz común, ha querido y consentido, quiere y consiente que dicha suma de ochocientas libras sea pagada anualmente a los sacerdotes de la Misión establecidos en el seminario de la presente ciudad de Cahors y a sus sucesores en el porvenir, por los receptores de las décimas de las tasas que se imponen en la presente diócesis».
A pesar de esta unanimidad de los miembros de la asamblea sinodal, veremos más adelante que algunos descontentos encontraron en esta renta un pretexto, entre otros muchos, para quejarse del santo y celoso prelado, de una manera tan injusta como violenta.
La fundación quedaba pues hecha a partir de entonces para cuatro sacerdotes y dos hermanos. Según parece, el personal no estuvo al completo inmediatamente, ya que el 7 de abril de 1646, san Vicente escribiendo al Sr. Dalattre, entonces superior, le hablaba de sus dos cohermanos, los Srs. Water y Tressort: «Si podemos os enviaremos otro sacerdote y el hermano que pedís«.
Al aceptar el seminario de Cahors, san Vicente nombró en él como primer superior al venerable Sr. Dufestel, a quien otorgaba la confianza sin límites como se ve por las cartas que le escribió. Este digno misionero, nacido en el burgo de Oisemont, diócesis de Amiens, había entrado en la Compañía en diciembre de 1633. Ordenado sacerdote en 1633, había sido dedicado a las misiones. En 1642, le vemos superior de Annecy, consiguiendo de san Vicente renunciar a la superioridad para quedarse en un rango inferior en la misma casa. Su experiencia y su prudencia le hicieron elegir para fundar la obra del seminario de Cahors en 1643. El segundo superior fue el Sr. Delattre, 1644, procurador del rey en Amiens antes de entrar en la pequeña Compañía. Fue en su tiempo, el 27 de diciembre de 1644, cuando el venerable obispo de Cahors confió a nuestra congregación la parroquia de Saint-Barthélemy, a fin de, se dice, que los eclesiásticos del seminario pudieran ver en ejercicio la administración de los sacramentos, y todo lo que un párroco está obligado a hacer; se los ejercita también, añade él, en enseñar la doctrina cristiana.
Éste es por otra parte un extracto del acta de unión:
«Alain de Solminihac, etc.
«Reconociendo los grandes frutos que produce el seminario que hemos establecido y dotado en nuestra ciudad de Cahors, en la instrucción de los alumnos, en la piedad, buenas costumbres y funciones eclesiásticas y deseando proveer a la fundación y morada del seminario menor, hemos creído necesario dar una iglesia y lugar cómodo a los sacerdotes de la Misión, a quienes hemos establecido directores perpetuos de dicho seminario después de hacer diligentes pesquisas en la ciudad y barrio, y después de tomar la sentencia del capítulo de nuestra catedral, hemos hecho y hacemos unión perpetua e irrevocable con el dicho seminario de la iglesia parroquial de Saint-Étienne des Soubiroux «de superioribus», vulgarmente Saint-Barthélemt, situada en la presente ciudad de Cahors, y de las dependencias de la misma, con el encargo, por los dichos sacerdotes, directores de dicho seminario, de celebrar en ella el servicio divino y administrar a los parroquianos los sacramentos de la santa Iglesia, y hacer en ella las demás funciones curiales y ordinarias, todo de forma que agrade a Nuestro santo Padre el Papa, etc.
Servida por nuestros cohermanos hasta la revolución, la iglesia de Saint. Barthélemy fue como la capilla del seminario, de la que la separaba una calle.
Esta unión de una parroquia al seminario tenía, al parecer, como ventaja suplir un poco a las misiones, de las que estaban privados. No fue por otra parte un privilegio para el seminario de Cahors. Una carta de san Vicente al Sr. Bajoue, superior de Notre Dame de Lorm (diócesis de Montauban), nos muestra lo mismo que ya existía en Saintes, y a punto de realizarse en Montech, transferido más tarde a Montauban: «El Sr. Cuissot no dejará de entregaros copia de la fundación de Cahors, si se la pedís…Pero me parece que hay más seguridad en seguir la de Xaintes, a causa de que todas las formalidades se han guardado en la unión del curato.
No obstante el santo fundador no aprobaba esta unión cuando los curatos se hallaban en una ciudad episcopal. Habiéndosele hecho una propuesta de este género por el Sr. Delville, en Arras, le respondió (28 de noviembre de 1657): «Nosotros encontramos dificultad en este asunto, ya que tenemos por regla no predicar ni confesar en las ciudades episcopales, y para ellos estamos resueltos a no aceptar ningún curato; y si hemos hecho lo contrario en Cahors y en Agde ha sido antes de pensarlo bien, y no haber podido obrar de otra manera».
Las cartas de san Vicente al Sr. Delattre hacen alusión a algunas dificultades que éste encontró, sea en Saint Barthélemy que él había dejado durante la cuaresma, ya con Mons. Alain… A propósito de estos últimos el Santo le escribe: Monseñor os estima y os aprecia mucho, aunque no os lo testimonia. Desea que se le deje obrar y que se tenga por bueno cuanto él ordena, lo que hace y deja que hagan; y es justo; tiene sus razones que nosotros ignoramos y que debemos respetar.
Es sin duda por estas dificultades por lo que san Vicente escribía el 22 de septiembre de 1646, al Sr. Portail que hacía la visita a Rose: «Monseñor de Cahors me cuenta que le agradaría que os dierais una vuelta por Cahors para ver el estado de nuestra casa y cómo se trabaja allí. Esto es lo que he venido a pediros con estas líneas para que vayáis lo antes posible que podáis.
Ya el 25 de agosto le había escrito «Monseñor de Cahors no está satisfecho con el Sr. Delattre y pide a algún otro en su lugar… He pedido al Sr Du Coudray (superior de la Rose) que haga la visita de la manera que os vea hacer». Pero al deseo manifestado por el Sr. Alain de tener al Sr. Portail, le decía a éste: Ved con el bueno del Sr. Du Coudray si conviene que sea de la partida». No fue el Sr. Du Coudray quien acompañó al Sr. Portail a Cahors, sino al Sr. Alméras a quien san Vicente hacía viajar para restablecer su salud y quien, habiendo encontrado al Sr, Portail en la Rose, le acompañó y le ayudó tanto que éste le atribuía todo el buen resultado de sus visitas. Se debe suponer porque san Vicente le responde: «He recibido la vuestra…y he visto el orden que se ha impuesto en la Rose por el Sr. Alméras, y que de igual modo lo ha hecho en Cahors, de lo que me alegro y doy gracias a Dios».
El resultado de esta visita fue el cambio del Sr. Delattre, a quien san Vicente declara interior y regular, y que fue reemplazado por el Sr. Testacy (diciembre de 1646). Éste no duró más que un año en Cahors. Fue en el curso de ese año cuando Mons.de Sominihav escribió a san Vicente una carta cuyo extracto referente al seminario, ofrece algún interés:
«Consentiría, le decía el prelado, que el Sr. Testas (sic) y los demás de nuestro seminario no os rompieran la cabeza, como lo hacen, por muchas cosas, sin necesidad alguna. El intendente de mi casa me ha dicho siempre que se podía alimentar a pensionistas con cien libras, y yo así lo creo. Pero cuando no fuera así, habiéndoles hecho entender que se trata de una ordenanza sinodal hecha por consejo de todo nuestro sínodo, habría que ser pacientes hasta el próximo sínodo para cambiarla. Hay veinticinco valientes eclesiásticos en nuestro seminario, y en pocos días serán cerca de treinta y cinco. Por eso es del todo necesario que tengáis a bien enviar a alguno de los vuestros para ayudar a los demás, y en particular para el canto, que es necesario. Había pedido al Sr. Portail que os lo dijera; espero que podáis hacerle frente. Esperando lo cual, creedme vuestro muy humilde servidor,
«Alain, Obispo de Cahors.
Se ha visto por el tratado concluido entre san Vicente y Monseñor de Solminihac, que la Congregación debía recibir gratuitamente a seis seminaristas más especialmente destinados al servicio de la diócesis, y además todos aquellos que, debiendo recibir las órdenes sagradas, eran obligados a hacer en el seminario un retiro preparatorio de diez días. Pero esto no era todo lo que el celoso prelado de sus ordenandos. Les prescribía en primer lugar seis meses de seminario antes del subdiaconado. Y cuando la escasez de sacerdotes fue menor, este mínimo fue elevado a un año entero. Después del subdiaconado, les permitía dejar el seminario: es cierto, añade su biógrafo, que les hacía entender que si querían ser dispensados de los intersticios, debían permanecer en él, de otra forma no les dispensaría; y la mayor parte escogían con gusto lo primero y se quedaban en el seminario.
A propósito de la pensión de los seminaristas tuvieron lugar las quejas que el Sr. Testacy dirigía a san Vicente. En diciembre de 1647, fue reemplazado por el Sr. Cuissot, a quien el relato de la fundación de Cahors, y de cuanto pasó de más memorable bajo sus predecesores le ha hecho un poco perder de vista. Estaba destinado por lo demás a ser más estable allí que ellos y más también de lo que él mismo lo había sido desde su entrada en la Compañía. Se mantuvo allí en efecto primero quince años y, después de una interrupción de seis años, de 1662 a 1668, volvió para quedarse allí hasta su muerte en 1684.