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En medio de la complejidad y de las crisis del siglo XIX brillan con nitidez un conjunto de hijos de la Iglesia que manifiestan una muy clara conciencia de que la adhesión al Señor Jesús tiene consecuencias sociales. Entre ellos destaca como importante pensador y hombre de acción, de enorme trascendencia en esos primeros tiempos de la cuestión social en el siglo XIX1, Antonio Federico Ozanam,2 gran apóstol de la caridad y la reconciliación.
Su profunda fe y su amor a la Iglesia lo impulsan por el camino que lleva a la perfección en la caridad. Ya desde su temprana juventud, sus pasos lo encaminan por la senda que conduce al testimonio y a la santidad. Los dones del Altísimo, su amor por la verdad y su opción por vivir cotidianamente la fe lo llevan por los luminosos senderos del amor al hermano, en especial al necesitado. Este impulso de vida va cuajando en el peregrinar de Antonio Federico y lo va introduciendo en el ardor fulgurante de quien asume su vida cristiana hasta las últimas consecuencias. «La caridad no puede existir en el corazón de muchos sin expandirse a los de fuera —escribe—. Es un fuego que se apaga si le falta manutención, y las buenas obras son el alimento de la caridad… pero la caridad debe ser un medio, no el fin de nuestra asociación3 que es más bien el de difundir en la juventud el espíritu del cristianismo, que es espíritu de amor. La verdad evangélica debe ser difundida entre los jóvenes, que son víctimas de varias y funestas doctrinas…».
En vísperas del Tercer Milenio de la Fe, el gran apóstol de la caridad y de la reconciliación en el siglo XIX se verá reconocido por la Iglesia como quien, viviendo heroicamente las virtudes cristianas, se alza como un símbolo de coherencia y de factibilidad de la vida cristiana ante un mundo sometido al secularismo, al agnosticismo funcional y a todo tipo de rupturas. Cuando en su momento llegue el anuncio de que Antonio Federico Ozanam ha sido beatificado por el Papa Juan Pablo II, el mundo contemplará la imagen de un alentador ejemplo de seguimiento del Señor de cara a las tan necesarias tareas de la Nueva Evangelización.
La fe, sustento de la vida
Antonio Federico Ozanam, nació el 23 de abril de 1813 en Milán,4 en el norte de Italia. Y fue bautizado el 13 de mayo. Trece años después, el 11 de mayo de 1826, en el templo San Pedro, en Lyon, recibirá su Primera Comunión. Federico es el quinto hijo del matrimonio de Juan Antonio Francisco Ozanam, antiguo oficial del ejército napoleónico y luego médico,5 y María Nantas. Forman un hogar en el que la fe vivida ilumina el quehacer cotidiano, y en el que el amor no queda contenido entre los miembros de la familia sino que se despliega hacia el encuentro de los hermanos en necesidad. Ya desde niño Federico aprende a respetar al pobre y al desvalido, siendo instruido en la escuela de la viva caridad de su padre, quien como médico asiste gratuitamente a muchísimos pobres;6 y en la bondad y sencillez cristiana de su madre que se combina con su servicio generoso a los desvalidos7 y con sus significativas dotes culturales, impregnando el hogar familiar de un claro y profundo espíritu cristiano. Su educación formal la recibe en Francia, tanto en Lyon como en París, bebiendo mucho de la literatura anticristiana en boga, pero al mismo tiempo profundizando con dedicación en el conocimiento de la fe.
En Lyon, durante su temprana juventud, Federico sufre una fuerte crisis religiosa. Fueron para él meses sumamente duros. El impacto de numerosas lecturas anticristianas había dejado su huella, reclamando una más proporcional formación en la fe. «De tanto oír hablar de incrédulos e incredulidades, me preguntaba por qué creía yo. Dudé… y la duda renacía en mí… nuevas objeciones brotaban en mi espíritu y yo volvía a dudar». Una intensa sensibilidad con claros visos existenciales hace de eco de esa crisis, y al mismo tiempo de vía de interiorización que conduce a quien la sufre a las profundidades de su ser. Su afligido ruego ante el Santísimo: «Señor, sólo Tú puedes restaurar mi fe», recibe respuesta. Desde entonces, con la gracia de Dios sale adelante con la convicción de un converso, con una fe renovada, más fogosa, consciente y profunda. Su gratitud se expresa en una promesa que cumplirá a lo largo de su vida: «Yo he prometido a Dios dedicar mis días al servicio de la Verdad que me ha concedido la paz». Más adelante explicará la gesta a la que planea entregarse, sin amilanarse ante sus grandes desafíos, y dirá: «Vencer sin riesgos es triunfar sin gloria, pero cuanto más difícil es la obra tanto más bello es realizarla».
Al llegar en 1831, desde Lyon, a la llamada Ciudad Luz, en el reinado de Luis Felipe8 —conocido como el «ciudadano rey» por sus ideas y perspectivas burguesas— se encuentra Ozanam con una sociedad sometida a intensas tensiones, no recuperada de la situación generada por la revolución francesa, las guerras napoleónicas y el fracaso de la restauración borbónica. Se trata de una sociedad signada con fuertes brotes de descristianización. Nada mejor se puede decir de la Universidad de la Sorbona a la que acudía a recibir clases. Más bien, todo lo contrario. La Sorbona es uno de los focos de descristianización de Francia, no pocos de sus profesores hacían alarde de su oposición a la fe.
Federico, aunque tímido, es una persona de fuertes y profundas raíces interiores, su adhesión a la fe irradia sobre todo su ser y su existir. Por ello sufre intensamente al contemplar la lamentable situación de lo que hoy llamaríamos secularización generalizada, y en viva nostalgia por los acogedores ambientes de Lyon, hacia 1831, escribe: «La frialdad de París congela mi sangre… su corrupción paraliza mi espíritu». Providencialmente se encuentra con un sabio científico, Andrés María Ampére,9 católico en serio, a quien debía hacer una visita de cortesía. Ampére le ofrece alojamiento en su casa, recibiéndolo como uno de su familia, lo que Federico prontamente acepta. «Profundamente religioso, lo encuentro todas las mañanas en Saint-Étienne-du-Mont —escribe sobre Ampère—; y muchas veces cuando conversamos sobre las maravillas de la naturaleza, en un transporte de admiración por la obra del Creador, exclama entusiasmado: «¡Cuan grande es Dios, y comparándonos con Él qué ignorantes somos!»». En unas letras a su madre, Federico añade sobre el sabio maestro parisino: «Estudia, me dijo el otro día, las cosas de este mundo pero mirándolas con un solo ojo a fin de tener el otro constantemente fijo en la luz eterna. Y nunca escuches a los eruditos sino con un oído, así puedes percibir con el otro los dulces acentos de la voz de tu Amigo celestial, porque sin esta preocupación caerás fácilmente rompiéndote la cabeza con alguna piedra». Bajo la tutela de Ampére se van consolidando las bases intelectuales para su vida cristiana que tan útiles le habrán de resultar en el apostolado al que consagra su existencia. Ya antes, en Lyon, el padre José María Noirot10 había contribuido notablemente a la formación cristiana del joven Ozanam. Muy pronto su liderazgo se deja sentir incluso en la Sorbona, al punto que pudo escribir a su familia: «Cada vez que un profesor alza su voz contra la fe, se levantan muchas voces católicas en protesta por ello». Al superar la crisis religiosa que lo afligió en Lyon había quedado persuadido de que: «Nosotros poseemos dos caminos: uno para buscar la verdad y otro para vivirla; durante toda nuestra vida hemos de vivir la verdad». Y en el campus universitario en París había encontrado un ambiente propicio «para vivir la verdad» y para compartirla.
Hacia una visión integral de la caridad solidaria
De carácter activo, se vincula con unos compañeros de estudios de la Universidad y con un profesor de filosofía y publicista católico, Manuel José Bailly,11 dando origen en 1832 a las Conferencias de Historia.12 Éstas constituyen un ámbito de apostolado intelectual para contrarrestar el volteriano y santsimoniano ambiente de la Sorbona. En ella se daban intensos debates en torno a la fe. Será a partir de una de las sesiones, que reunía a decenas de jóvenes e incluso profesores de la Universidad, que un grupo, con Ozanam a la cabeza, toma una decisión: ¡Ir al encuentro de los pobres!
Con la convicción de que la historia de la Iglesia sería el ariete que arrollaría al racionalismo reinante, los jóvenes auspiciadores de las Conferencias de Historia buscarán responder así al desafío de las corrientes en boga en Francia y en Alemania. Es ante un argumento anticristiano —hoy famoso como el gatillo humano que disparó el surgimiento de las famosas Conferencias de la Caridad— pronunciado en una de sus sesiones que reacciona Ozanam «Tienes razón cuando exaltas las maravillas que ha realizado el cristianismo en el pasado, pero en la actualidad está muerto. ¿Dónde se encuentran las obras que dan testimonio de vuestra fe? ¿Qué hacéis los que pretendéis ser mensajeros de la Redención?».13 De la evaluación de ese argumento a la luz de la oración y de la convicción de acallar toda posible objeción en ese sentido surge una respuesta que por todos lados expresa tanta caridad como adhesión a la misión evangelizadora: la acción por amor a Dios y al prójimo.
La sociedad de San Vicente
Así, a los 20 años de edad, en 1833, sin abandonar el apostolado o «caridad intelectual» que habrá de ejercer durante toda su vida, funda con el valioso apoyo de Baillo14 y la participación de cinco compañeros15 las Conferencias de la Caridad (Sociedad de San Vicente de Paúl),16 con el ánimo de «consolidar la fe y de reanimar la caridad en la juventud católica», proyectándose en el encuentro personal con los pobres y trabajando así por la santificación personal y el Reino del Señor. A través de esta obra se busca vincular, en una relación personal, a indigentes, a marginados, a carentes de salud y medios para una vida digna, con quienes pudiesen aportarles alguna ayuda y apoyo humano y cristiano. Sin duda se trata de una obra de gran importancia para ayudar a los necesitados, tanto en lo material como en lo espiritual. Hasta el día de hoy existen secciones de la Sociedad de San Vicente en muchísimos países del mundo.17 La cruzada de la caridad que iniciaron un grupo de jóvenes estudiantes universitarios franceses encabezados por Federico Ozanam es una obra que ha sobrevivido al paso de los años y a las dificultades que gobiernos anticristianos le pusieron en diversas ocasiones. En aquel 1833 se encendía en el París indiferente y descreído un fuego ardiente de amor que se convertiría en inmensas fogatas de candad que llenarían de luz y calor millones de casas de pobres y humildes hermanos humanos.18
Las Conferencias de la Caridad nada tenían que hacer con la política partidaria. Si bien sus integrantes eran laicos y muy conscientes de ser tales,19 su orientación estaba signada por una opción que se expresa bien en unas palabras de Ozanam: «nuestro apostolado será altamente cristiano, profundamente evangélico».20 Su acción era militante y directa en el orden de la caridad. Su programa no esperaba la llegada «del gran cambio social», aunque muchos de sus miembros lo anhelaban de corazón, sino que movía a acudir con toda sencillez y eficacia en auxilio de quienes estaban en necesidad material y espiritual «ahora». Obviamente esta acción silenciosa, formalmente a-política, tuvo grandes consecuencias sociales. No sólo por su inmediata efectividad en auxiliar las necesidades materiales y espirituales de quienes socorrían sus miembros, sino por despertar la conciencia social de muchos. La incidencia de las Conferencias se potencia por obras de importancia que secciones concretas van asumiendo. Entre ellas se encuentran hospitales, casas de acogida para trabajadores, hospicios, sociedades de ayuda mutua y tantas obras de caridad concreta más. En la medida en que crece la obra se intensifica el espíritu de prudente humildad que bien se puede ver expresado en una carta de Ozanam: «No buscar hacerse ver, pero dejarse ver». Los hechos muestran claramente una comprometida acción social nacida del Evangelio y nutrida por él.
Conferencias cuaresmales de Notre Dame
Bien puede decirse que desde el fondo de su corazón Ozanam escuchaba un clamor que lo invitaba a la evangelización, a anunciar con palabras y hechos la Verdad. La situación de la Sorbona, y en general de la juventud, le dolía intensamente. Así, guiado por la búsqueda de quien podría participar en la misión que veía ante sí frente a los desafíos de las ideologías agnósticas reinantes en la Universidad y en la sociedad, Federico se encamina al encuentro del padre Enrique Juan Bautista Lacordaire,21 quien por su predicación y sus escritos sería una preclara figura en el renacimiento del catolicismo en la Francia del siglo XIX.
Habiendo conversado con él, y escuchándolo en sus vibrantes sermones en el Colegio Stanislas, Ozanam dialogando con sus compañeros de inquietudes concluyó que ésa era la voz que la juventud esperaba escuchar para conducirla al encuentro con el Señor. Así, que no demoró mucho en encabezar una delegación e ir a visitar al Arzobispo de París, Jacinto Luis de Quélen,22 solicitándole que encargase al padre Lacordaire la prédica de unos sermones cuaresmales en Notre Dame. Un año después, en enero de 1834, insiste en su petición, esta vez acompañándola con un par de centenares de firmas y un proyecto de programa de temas a ser tratados.
Monseñor de Quélen, cercano a la restauración borbónica, desconfiaba del grupo que había venido publicando L’Avenir, el famoso periódico fundado en 1830 que difundía las ideas de Hugo Felicidad Roberto de La Mennáis,23 y al que había pertenecido el padre Lacordaire. El 15 de agosto de 1832, la encíclica Mirari vos del Papa Gregorio XVI criticando el liberalismo termina con la aventura de L’Avenir. Prontamente el padre Lacordaire se adhiere a la enseñanza pontificia e incluso llega a escribir Consideraciones sobre el sistema filosófico del Sr. de La Mennais, tomando distancia pública del amigo a quien tan cercanamente había acompañado. Así, pues, el Arzobispo al tiempo que acoge la idea de los jóvenes universitarios encabezados por Ozanam se propone una salida encomendando a siete sacerdotes las solicitadas conferencias cuaresmales. Entre ellos no estaba Lacordaire, pues Monseñor de Quélen lo consideraba aún cercano a La Mennais, quien recién pocos días atrás había escrito al Papa Gregorio sometiéndose. Claro, que como Pastor que era Monseñor de Quélen incluso había visitado privadamente a La Mennais alentándolo a rectificarse en todo sentido, luego que éste escribió al Papa. Sin embargo con precaución, que en el caso de La Mennais probaría ser muy válida, el Arzobispo optaba por la prudencia.
Notre Dame estuvo prácticamente vacía durante las prédicas cuaresmales de 1834. A pesar de ello, la publicación por La Mennais de su obra Palabras de un creyente, difundida a principios de 183424 expresando su amargura, parecía dar la razón al Arzobispo de Quélen en su prudencia ante cuanto le pareciera de la escuela menesiana, al constatar que «Lamennais jugaba un doble juego: sumisión pública por un lado y por otro rebelión en su vida privada».25
Numerosas acusaciones caen sobre el padre Lacordaire, juzgándolo igual a La Mennais, desconfiando de su toma de distancia. El que habría de ser el restaurador de los dominicos en Francia, calla y pacientemente soporta la mortificación a la que es sometido por las injustas calumnias. El Arzobispo se informa concienzudamente de diversas fuentes y constata para su tranquilidad que Lacordaire efectivamente se había apartado del grupo menesiano y que su escrito de crítica no era estrategia o pose. Estando así las cosas, alentado por Dionisio Affre —quien sería más adelante el Arzobispo de París asesinado al ejercer su ministerio de reconciliación entre los dos bandos en pugna en la revolución de junio de 1848— el padre Lacordaire visita a su Pastor. Cuál sería su sorpresa cuando en aquella ocasión Monseñor de Quélen le encomienda las pláticas cuaresmales para 1835 en la Catedral de París.
Ozanam y sus amigos estallan en júbilo por tal nombramiento del Arzobispo de París. Llegado el momento, el 8 de marzo de 1835, unas cinco mil personas asistirán a Notre Dame a escuchar al padre Lacordaire en su primera prédica desde el pulpito de la famosa basílica parisiense. Y así una tras otra. El Arzobispo, presente en las diversas jornadas de fe, constata personalmente la ortodoxia del predicador, así como la fuerza de sus argumentos, y en la conferencia final toma la palabra para pedir que todos agradezcan a Dios por la bendición de las predicaciones cuaresmales de ese año.
Esposo y padre de familia
El matrimonio de Antonio Federico Ozanam es un hecho famoso en la historia de la Iglesia. Al menos dos Sumos Pontífices se han referido a él. El primero fue el Papa Pío IX, 26 a quien Federico había visitado pocos años antes de su muerte.27 El segundo fue el Papa Juan Pablo I, quien en una de las audiencias de su breve pontificado relató el asunto al tratar del matrimonio: «El siglo pasado había en Francia un profesor insigne, Federico Ozanam; enseñaba en la Sorbona, era elocuente, estupendo. Tenía un amigo, Lacordaire, que solía decir: «¡Este hombre es tan estupendo y tan bueno que se hará sacerdote y llegará a ser todo un obispo!». Pero no. Encontró a una señorita excelente y se casaron. A Lacordaire no le sentó bien y dijo: «¡Pobre Ozanam! ¡También él ha caído en la trampa!». Dos años después, Lacordaire vino a Roma y fue recibido por Pío IX; «Venga, venga, padre, —le dijo— yo siempre había oído decir que Jesús instituyó siete sacramentos: ahora viene usted, me revuelve las cartas en la mesa, y me dice que ha instituido seis sacramentos y una trampa. No, padre, el matrimonio no es una trampa, ¡es un gran sacramento!»».28
Ozanam ciertamente sintió una inclinación a consagrar plenamente su vida al apostolado, y por lo tanto iba cavilando sobre cuál sería el designio de Dios para su vida. Reza, piensa, escribe y conversa sobre asunto tan fundamental. Al regresar de París a Lyon, luego de culminar sus estudios de Derecho y de Literatura, decide retomar más sistemáticamente el diálogo sobre sus inquietudes vocacionales con el padre Noirot. Conocidos de largo tiempo el sacerdote y el discípulo y aconsejado espiritual se entregan a un proceso de discernimiento que llega a la conclusión de que el Plan de Dios lo invita al matrimonio. El padre Noirot, conocedor de la profundidad metafísica y de la fineza del espíritu de Federico, sin embargo es asimismo uno de aquellos convencidos de que el matrimonio es también un camino de santidad y que precisamente los tiempos requieren del ejemplo de santos matrimonios. Por ello, junto con una sana teología del sacramento del matrimonio, la apertura a la gracia, la oración y el discernimiento, Noirot supo acompañar bien el proceso de esclarecimiento espiritual de Ozanam. El juicio sobre ello lo ha dado la vida misma del ejemplar apóstol de la caridad y de la reconciliación. ¿Acaso no viene al caso aplicar la sentencia: «Por sus frutos los conoceréis»?29
Aspirando Ozanam a una cátedra de literatura, el padre Noirot le ofrece presentarle al rector de la Academia de Lyon. Al visitar el hogar de la familia Soulacroix Magagnos con el objeto de dialogar con el rector Soulacroix, Federico conoce a su hija Amelia con quien comparte ideales y horizontes. La lectura de la biografía de Santa Isabel de Hungría, 30 escrita por el conde Carlos de Montalembert, y el frecuente comentario sobre el ejemplo de aquella santa de ejemplar caridad con los pobres, los enfermos y los ancianos constituye un horizonte que alimentará la vocación matrimonial de Antonio Federico y de Amelia, e incentivará su mutuo amor.
El 23 de junio de 1841, ante su hermano el sacerdote Alfonso Ozanam, Federico y Amelia Soulacroix Magagnos contraen matrimonio en el templo de Saint Nizier, en Lyon. Como viaje de bodas realizarán un periplo por varias ciudades de Italia. En Roma la joven pareja es recibida en audiencia por el Papa Gregorio XVI,31 con quien conversan sobre Dante, a quien Ozanam había reivindicado brillantemente en una tesis en la Sorbona32 y proclamado poeta universal de la cristiandad, y sobre las Conferencias Vicentinas.
Ozanam describe como una bendición el nacimiento de su hija María, en julio de 1845. Paralelamente su salud se va debilitando. El diagnóstico de un problema respiratorio encubre la verdad de una enfermedad renal que permanece oculta. Los médicos le recomiendan viajar a una zona de clima más templado. Así, en 1846 Federico y Amelia visitarán nuevamente Italia, aunque esta vez con su hijita María. Allí, junto a las visitas a los centros culturales y a las grandes bibliotecas en las que nutría su intelecto, Federico infatigablemente tomará la oportunidad para introducir las Conferencias Vicentinas en Italia.33
Coherencia entre pensamiento y acción
La visión cristiana de la vida ilumina todo el pensar y actuar de Ozanam. Aunque no cree que el problema que agitaba entonces al mundo era cuestión de formas políticas, sino fundamentalmente un asunto social, respalda con franqueza la aparición de la Segunda República, pero con la prudencia que expresara años antes: «Yo no niego ni rechazo algunas de las varias combinaciones de gobierno, pero sólo las acepto como instrumentos para conseguir que los hombres sean más felices y mejores». Y, más aún, considerando que en todos esos asuntos la verdadera clave estaba en «la caridad, que debe hacer aquello que la justicia por sí sola no sabrá hacer».
La finalidad es lo que le preocupa. Así, reconoce la utilidad del poder en la convivencia social, pero afirma con energía que ante él, por el bien de las gentes, es necesario reivindicar el «sagrado principio de la libertad». Ciertamente esta valoración no lo lleva al liberalismo, pues por otra parte, Ozanam profesa una oposición doctrinal al liberalismo económico, y se escandaliza ante las aberraciones en las relaciones entre el patrono y el obrero hechas posibles por la excesiva dependencia en la que el empleo pone al trabajador. Utilizando la expresión entonces novedosa de justicia social, en 1840 postula el salario familiar, censura el trabajo de los menores, aspira a la reglamentación de las relaciones entre patronos y obreros, y expresamente toma partido por ese pueblo que tiene demasiadas necesidades sin atender y muy pocos derechos reconocidos, que reclama, con razón, una parte mayor en la gestión de los asuntos públicos, garantías para el trabajo y contra la miseria, y que tiene malos jefes porque no se le ofrecen otros mejores.
Ozanam era un convencido de la necesidad de reformas enérgicas, pero pacíficas, que impidiesen la esclavitud de esa creciente masa de obreros, fruto de la entonces moderna cuestión social. Descartando los enfoques de la antigua escuela de los economistas, así como los planteamientos de los nacientes socialismos por infecundos, socialmente nocivos y materialistas, a los que considera simplemente pseudo-socialismos, el fundador primario de las Conferencias de San Vicente se adhiere a los principios cristianos y aboga por la formación de «una escuela social». Para el gran apóstol y activista solidario de la Francia del siglo XIX, la doctrina social del cristianismo contiene todas las verdades que los reformadores modernos pretenden haber descubierto, pero sin sustentar ninguno de los errores y falsas ilusiones en boga. A través de sus reflexiones en un opúsculo titulado Los orígenes del socialismo, llega Ozanam a la convicción de que es el cristianismo la única vía por medio de la cual se podrá realizar el ideal de fraternidad entre los hombres sin inmolar su libertad ni su dignidad, y la única capaz de buscar la dicha en la tierra sin renegar de la esperanza de alcanzar una felicidad más grande en el cielo.
Entonces escribe: «Al tratar de los orígenes del socialismo, reunimos bajo ese nombre las diversas escuelas que lo asumen, y que no desearíamos distinguir para abrir polémica particular con cada una de ellas. Muchos de los socialistas no son sino los discípulos tardíos de los más culpables errores del paganismo, existen otros que asumen en más de un punto las tradiciones cristianas, y en quienes el error principal estriba en dar nuevos nombres a las antiguas virtudes, cambiar los consejos evangélicos en preceptos y querer realizar sobre la tierra el ideal del cielo. No desconocemos la generosidad de esas ilusiones, pero sí vemos el peligro que entrañan. Como todas las doctrinas que han turbado el reposo del mundo, el socialismo no tiene otra fuerza sino la de muchas verdades mezcladas con muchos errores. Esta confusión le aporta una apariencia de novedad que deslumbre a los espíritus débiles: sólo habremos descartado todo el peligro de estas enseñanzas cuando hayamos mostrado, por una parte, las verdades antiguas (cristianas) que no han esperado para realizarse el sol del siglo diecinueve, y por la otra, los errores seculares tantas veces juzgados por la conciencia de los hombres y condenados por la experiencia de los pueblos. Es tiempo de realizar la separación y retomar nuestro bien, me refiero a las antiguas y populares ideas de justicia, de caridad, de fraternidad. Es tiempo de demostrar que se puede defender la causa del proletariado, consagrándose al alivio de las clases sufrientes, buscar la abolición de la pobreza, sin hacerse solidario de las prédicas que han desencadenado la tempestad de junio34 y que aún mantienen sobre nosotros nubarrones».
Años antes, en un curso dictado en Lyon en la cátedra de Derecho Comercial, en 1840, Ozanam aborda sistemáticamente el tema del proletariado y la cuestión social impugnando a quienes humillan a los pobres y a los obreros queriendo convertirlos en instrumentos de las fortunas de los ricos. Igualmente denuncia a quienes corrompen al proletariado al comunicarles las pasiones de los malos ricos. Revaloriza el trabajo a través de una teoría general del mismo definiéndolo como el medio de acción intelectual y material propio del ser humano, incluso antes de la caída y la sanción divina. Estableciendo una teoría del salario justo y de la seguridad social, Ozanam propone un ordenamiento social basado en la justicia: ni individualismo explotador y egoísta, ni denigrante y embaucador colectivismo; un orden fundado en la libre asociación de quienes trabajan, unas relaciones equitativas entre capital y trabajo, y una moderada intervención del Estado que favorezca la justicia social sin perjudicar la libertad y la propiedad privada. Federico Ozanam, quien supo comprender la cuestión fundamental del trabajo, se angustiaba intensamente ante la explotación de la que eran víctimas los trabajadores, y denunciaba la concepción del obrero-máquina, al tiempo que escribía y actuaba para alentar el cambio de la situación, como se ve, por ejemplo, a través de su campaña de 1848 para lograr el descanso dominical del trabajador, así como por tantos de sus escritos y acciones.
Con el pobre por la reconciliación
Antonio Federico Ozanam no es un hombre que ha dejado crecer hipertróficamente su ciencia humana desatendiendo la profundización en la fe. Junto al manejo de lenguas vivas y clásicas,35 que entre otras es una de las causas que le valen la cátedra en la Sorbona, sus amplios conocimientos jurídicos, lingüísticos, literarios e históricos, que se muestran en sus obras, también está presente como sustrato de todo ello una teología bien aprendida, interiorizada y vivida.36
En ese trasfondo su hambre de anunciar la Verdad y su compromiso de hacerlo se expresan en una vida de encuentro con Dios, Comunión de Amor, y en la voluntad explícita de hacer concreto ese amor entre los seres humanos. Su amigo el padre Lacordaire escribirá, que junto con su cristiana sencillez en medio de los éxitos, Antonio Federico poseía un espíritu «que miraba hacia Dios constantemente». Así, nutrido por sus convicciones y por sus experiencias religiosas, entre los objetivos que va enunciando en su vida aparece muy claro el de la reconciliación. Ya el padre Noirot describía a Federico, en su tiempo de escolar, como quien «a nadie tenía odio, salvo a la mentira». La meta de disipar el odio del pobre al rico, de combatir el mal con el bien, tan presente en el trasfondo de las Conferencias Vicentinas y del quehacer de Ozanam, muestran claramente la perspectiva reconciliativa37 en su pensamiento y en su acción.
Al retornar a París de su viaje de salud a Italia en octubre de 1847, contempla angustiado la situación de Francia. «Es la lucha», dirá. No por ello se amilana, pues sus convicciones en favor de la unión de todos en una sana convivencia social y la defensa de la libertad se habían visto fortalecidas por el diálogo que tuvo con el Papa Pío IX.
La situación, con lo trágica que se presentaba, sin embargo no era una entera novedad para Ozanam. Unos diez años antes había escrito: «Aquí la gente no está dividida por opiniones políticas sino por intereses. En un lado está el campo de los ricos, en el otro el de los pobres. En uno el egoísmo quiere conservar todo para sí mismo, en el otro el egoísmo quiere apoderarse de todo para sí mismo. Entre los dos hay un odio irreconciliable que amenaza causar una guerra que será una lucha hasta el exterminio».
Ante el panorama de polarizaciones y egoísmos intensificándose, Antonio Federico se sumerge en búsqueda de soluciones en la caridad, en la conciencia y virtudes cristianas. Así, para él, los hijos de la Iglesia «deben lanzarse entre los dos campos en nombre de la caridad, para que disminuyendo los egoísmos, destruyan los prejuicios, se desechen las armas del odio y los dos campos se encuentren, no para luchar sino para reconciliarse, y para así todos juntos poder construir una sociedad en la cual la dignidad del hombre y sus libertades se sumen establemente con los derechos del bien común y la justicia social». Para él la caridad —que había que portar en suficiente cantidad entre los que alzaban armas de ira— era el combustible de la reconciliación que conduciría a una sociedad nueva basada en el ejercicio de la soberanía popular y la democracia enmarcadas en el reconocimiento del derecho natural que proviene del designio divino.
Su convicción de que el cristianismo tenía la respuesta para la edificación de una sociedad justa la expresa reiteradamente, incluso antes de la primera revolución de 184838 a la que sigue el advenimiento de la Segunda República francesa. Así como el apostolado intelectual tenía su lugar, y la caridad de la Sociedad Vicentina el suyo, Ozanam estaba también persuadido de la importancia fundamental de extender socialmente a todos los integrantes de la sociedad el impulso del amor y de la reconciliación. Al buscar difundir estas ideas y plantearse la creación de un nuevo diario católico, Ozanam es enfático al enunciar que la nueva publicación no buscará dividir a los católicos, sino alcanzar al mayor número posible. Así, en 1848 surge L’Ère Nouvelle con un ideario que reclama el respeto a la constitución divina de la Iglesia y el reconocimiento de la libertad de educación, de enseñanza y de asociación. Es un lugar común señalar que la nueva publicación pone en su primera plana de principios tanto los ideales de Dios, la fe y la libertad, como los de la unidad, la paz y la concordia general.
Los ideales de Ozanam se estrellan contra la hostilidad de los escilas y caribdis que desde los extremos del espectro político se lanzan contra ellos. El combustible que esas incomprensiones y choques proporcionan hace percibir la magnitud del fuego que habrá de alzarse al contacto con la llama que lo desencadenará.
Y cuando por fin estalla la beligerancia social, y los bandos se enfrentan en cruel pugna que arrebata millares de vidas, Antonio Federico no vacila en ir en búsqueda de su amigo Dionisio Affre, el Arzobispo de París, para pedirle que interceda y que se interponga entre los dos campos en pugna para evitar más muertes. El Arzobispo Affre, que había aprobado con honda complacencia la disertación de Ozanam sobre «Los deberes literarios de los cristianos» a ser pronunciada en el Círculo Católico, había leído que en momentos de polémica y apologética no debe uno dejarse llevar por la pasión del momento, sino por la paciencia y la dulzura en la defensa de la verdad, asume con entusiasmo la bandera de la reconciliación que el joven pensador le ofrecía y arregla una tregua para enarbolarla pacíficamente en su persona procurando el cese definitivo del fuego de las armas. Así, vestido con su sotana morada y con su cruz pectoral visible, el Arzobispo de París, quien será mártir de la reconciliación, avanzará por entre los dos bandos en pugna procurando evitar las luchas fratricidas. El accidental disparo que arrebató su vida temporal, fue como un signo del triunfo de las pasiones desatadas. Mientras el Arzobispo Affre cumplía así su voto: «No vengo a gobernar ni a turbar esta ciudad sino a ofrecerme como víctima», Ozanam comprendía lo difícil y trágico de las situaciones humanas cuando en los corazones no mora el amor. Por ello habría escrito con convicción, allá por el año 1840, que cuando se produjera el choque que buscaba evitar entre «el pauperismo» y «una aristocracia financiera de vísceras endurecidas», habría que llevar a todos «la palabra reconciliadora del amor». La sangre derramada en la misión mediadora por la paz del inolvidable Arzobispo de París que murió ejerciendo ejemplarmente su ministerio de reconciliación, terminaría dando su fruto con el cese del fragor de la lucha fratricida.39
Evangelizar es la gran tarea
Ante todo lo que ha visto en su vida, Ozanam queda cada vez más convencido de la importancia fundamental del anuncio evangélico y de la caridad. A la crítica social de todo egoísmo individualista o colectivista, debe sumarse un ardiente amor que se exprese en el anuncio evangelizador así como en la solidaridad concreta, llegando con su visión del mundo a poner el horizonte de una fraternidad social centrada en el amor que viene de Dios, manifestando una conciencia de lo que hoy se llamaría evangelización de la cultura. Caridad con el prójimo: caridad intelectual y caridad solidaria, tal era el programa de Ozanam.
En el aspecto de la cultura, comprendiendo el valor de la historia en la forja de un pueblo, al igual que Francisco Rene de Chateaubriand40 —cuya aproximación apologética, recurriendo a la historia del cristianismo, mostrará su huella en la perspectiva y en los trabajos de Ozanam— y que su contemporáneo Felipe Benjamín Buchez, 41 se sumerge también en el estudio histórico para explicitar la obra civilizadora de la Iglesia. Ya desde joven interiorizó la idea de que junto al brillo de la verdad, se debe presentar la belleza de la fe y destacar su obra civilizadora, su influjo positivo en el desarrollo de los pueblos. «La Iglesia… evangelizó al mundo, y por añadidura, lo instruyó. La Cruz ha sido, es y seguirá siendo el símbolo más perfecto de civilización y de progreso social», son palabras que sintéticamente expresan la convicción que se muestra en la vida y los trabajos de Ozanam. Las Conferencias de Historia en cuya génesis participó en su juventud no eran ajenas a este dinamismo de apostolado intelectual. En esa línea escribe Los orígenes del socialismo; Los germanos antes del cristianismo; Dante y la filosofía católica en el siglo XIII; Los poetas franciscanos en Italia en el siglo XIII; Dos cancilleres de Inglaterra y su La civilización cristiana entre los francos, etc. La notable lucidez de su pensamiento se manifiesta con claridad desde obras tan tempranas como Reflexiones sobre la doctrina de Saint Simón42 y se deja ver en la profundidad de sus análisis a lo largo de tantos escritos.
Ozanam, tanto desde su aproximación histórica al peregrinar de la Iglesia militante como por sus estudios lexicológicos y documéntanos, va construyendo un sólido caso para refutar la supuesta «oscuridad» de los también mal llamados «tiempos medievales», así como para cuestionar seriamente la contraposición entre aquéllos y el supuesto «renacimiento». Esta crítica cultural muestra la coexistencia de las tendencias culturales que harán fortuna en ciertos aspectos del siglo XVI con corrientes ya presentes desde varios siglos antes. Por otro lado, la publicación de sus Cartas ofrece la ocasión de mirar aún más de cerca la vida interior de un pensador que arde intensamente en la llama de la fe, que aspira a comunicar esa experiencia y la visión del mundo que de ella nace, que aspira a comunicar su amor por los pobres, por los más necesitados, su honda rebelión ante la división de los seres humanos y los medios concretos que pone para que se unan desde la caridad, el perdón, la reconciliación, y finalmente su comprensión y amor por la cultura y por la acción evangelizadora de la Iglesia en ese gran campo, al servicio de la humanidad. Las Cartas constituyen un testimonio personalizado y en algunos pasajes conmovedor del peregrinar de Antonio Federico Ozanam durante tantos años. No pocas letras escritas entonces revelan bien la gran fineza espiritual de su autor.
Su tránsito
Desde la fuerte tifoidea que lo aqueja cuando tiene siete años de edad, Antonio Federico Ozanam mostrará una estructura física poco fuerte y propensa al agotamiento y la enfermedad.
Como un preludio del próximo final de su terreno peregrinar, en 1850 es una vez más fuertemente calumniado, al punto que algunos de sus amigos empiezan a dudar de él. Dolorido escribe en una carta: «Estoy siendo colocado en la triste necesidad de dar testimonio de mí mismo… Es falso que yo haya dejado de creer o renegado, disimulado o atenuado algún artículo de Fe». Las polémicas en torno a él no cesan. No se le perdona la franqueza de sus opiniones, ni la coherencia de su vida centrada en la fe y la caridad. Toda esta situación va afectando su salud al punto de serle exigido un forzado descanso médico.
Para finales del ’50, algo recuperado está nuevamente en acción. En el verano del ’51, un nuevo descanso por su salud. En tiempos de Pascua en 1852, una fuerte fiebre lo deja postrado sin poder cumplir sus deberes. Interrumpe sus cursos, una tos seca y fuerte lleva al médico a diagnosticar pleuresía —aunque como se vería por la autopsia que para el progreso de la ciencia pide en su testamento que se le haga, en realidad estaba aquejado de un deterioro del riñón derecho—. La familia Ozanam debe emprender un nuevo viaje de salud al sur. Es como unas vacaciones en las que no deja de visitar los lugares de devoción para alimentar su espíritu, las Conferencias Vicentinas para responder a lo que le pide el corazón, buscando suscitarlas allí donde no las hay aún, así como pasando revista a las bibliotecas para investigar y profundizar intelectualmente. Así, va transcurriendo el año, pero su salud no mejoraba.
Con un gran espíritu de mortificación se pone en manos de Dios, y día a día refuerza su propósito meditando la Sagrada Escritura, que lee en griego. Tiempos jalonados de enormes sufrimientos en los que el espíritu de Antonio Federico se va forjando más y más para el gran encuentro.
Vista la gravedad que alcanza hacia mediados de agosto en que para conmemorar la Asunción fue por última vez a una iglesia, Amelia decide regresar a Francia, y así llegan a Marsella, donde el 8 de setiembre, Natividad de la Santísima Virgen, acompañado por los auxilios de la santa religión es convocado por el Altísimo a su presencia.
Breve bibliografía general
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- Antoine Frédéric Ozanam, Œuvres completes de A.-F. Ozanam, avec une notice par le R.P Lacordaire et une préface par M. Ampère, 11 vols., J. Lecofíre, París 1855-1865 (Difícil de acceder salvo en bibliotecas o por fotocopias, pero muchas de las obras allí recogidas han sido editadas modernamente, y también en otras lenguas. Los escritos sociales aparecen especialmente en los tt. 7 y 8).
- Federico Ozanam, Lettere, (ed.) Mons. Nicola Pavoni, s/e, Tipografía Vaticana, Ciudad del Vaticano 1994.
- Antonio Federico Ozanam, Los poetas franciscanos en Italia en el siglo XIII, Austral 888, Espasa-Calpe, Buenos Aires 1949.
- Antonio E. Ozanam, Una peregrinación al país del Cid y otros escritos, Austral 939, Espasa-Calpe, Buenos Aires 1950.
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- C. van Gestel, La Doctrina Social de la Iglesia, Herder, Barcelona 1959.
- Ciertamente el indujo de A.F. Ozanam va más allá de su propio tiempo y llega hasta nuestros días.
- 1813-1853.
- Se refiere a la Sociedad de San Vicente de Paúl; ver más adelante.
- La antigua Mediolanum fue conquistada por Francia en 1796. La ciudad estaba aún bajo el dominio de Francia al nacer Antonio Federico.
- Es autor de una importante Historia médica general de las enfermedades epidémicas en Europa desde el siglo XIV hasta nuestros días.
- Precisamente, un accidente al visitar caritativamente como médico a un desamparado marca el momento en el que el Dr. Ozanam es convocado por el Altísimo. Se dice que un tercio de los pacientes que atendía eran pobres a los que servía gratuitamente.
- La madre de Antonio Federico fundó con un grupo de otras señoras una sociedad de caridad llamada La veilleuse, cuya meta era auxiliar a las personas en necesidad que estaban enfermas. Se trata de una cristiana ejemplar que vivió intensamente el sufrimiento desde la persecución sangrienta de la que fue víctima su familia durante la revolución francesa, el destierro amargo al que fue conducida por esos luctuosos hechos, y la pérdida de varios de los hijos que tuvo.
- Luis Felipe, Duque de Orleans, hijo del llamado Felipe Igualdad (1747-1793), nace en 1773 y muere en 1850. Será rey de Francia desde la revolución de julio de 1830, impulsado por el grupo liberal orleanista de Luis Adolfo Thiers (1797-1877), hasta la revolución de febrero de 1848, en que abdica. Con esta revolución se inicia el corto período de la Segunda República.
- 1775-1836. Ampére, tras quien se nombra la unidad de corriente eléctrica, fue un muy destacado científico, físico, matemático, químico, botánico y filósofo. Su casa era lugar de paso de numerosos católicos de destacada actuación. En ella, Ozanam conocerá a los principales propiciadores del resurgimiento católico en la Francia de la primera mitad del siglo XIX.
- 1793-1880. En algunos lugares se le llama José Matías. Su influencia sobre Federico es muy notable, tanto en lo espiritual como en su orientación intelectual. El padre Noirot fue ordenado sacerdote en 1817. Desde 1827 hasta 1852 fue profesor de filosofía en el Colegio Real de Lyon. La colección de sus lecciones fue publicada en 1852.
- 1791-1861.
- En cierta forma éstas eran la continuación de la Sociedad para los Buenos Estudios que fuera organizada en 1828 por Bailly.
- El Conde Carlos Forbes de Montalembert (ver «VE» n. 29, p. 20), dará una respuesta válida para cuantos se agarran de ese argumento: «¡Bien! —dice— nosotros no hemos hecho nada, no hacemos nada, no queremos hacer nada por los pobres. Fundaciones, hospicios, asociaciones piadosas, limosnas individuales, ¡todo esto es nada!… Mas vosotros, doctores de la nueva ley… ¿dónde están vuestras obras? ¿Dónde vuestra beneficencia? ¿Dónde vuestros servicios?… ¿Dónde vuestra abnegación por los niños? ¿Dónde vuestras Hijas de la Caridad, vuestras Hermanitas de los pobres, vuestros Hermanos para la educación del pueblo? ¿Qué habéis Inventado? ¡Nada!… frases, frases siempre… frases gruesas de discordia y de motín, de guerra civil, de revolución; es decir, de miseria… El obrero pide pan y le dais escorpiones» (Citado en Van Gestel, p. 35).
- El conocido profesor de filosofía y editor de «La Tribuna Católica» fue elegido como primer presidente de la nueva obra. El acto de fundación fue precedido por el rezo del Veni Sancte Spiritus, señalándose con ello la raíz y orientación de las Conferencias.
- Además de Bailly, junto a Ozanam están en la fundación de las Conferencias de la Caridad: Augusto Le Taillandier, Francisco Lallier, Pablo Lamache, Julio Devaux y Félix Clavé. Lamache ilumina los orígenes al señalar que «sin Bailly la obra de la Conferencia de San Vicente de Paúl habría sido pura veleidad, «pero ciertamente sin Ozanam aquella primera Conferencia jamás hubiera nacido»» (Ozanam – Pavoni, Introduzione, p. 36).
- Originalmente se llamaron Conferencias de la Caridad en paralelo con las Conferencias de Historia, pero más adelante, el 8 de diciembre de 1834, una asamblea general cambió el nombre a Sociedad de San Vicente de Paúl —conocida popularmente desde entonces como Conferencia Vícentina—, pues la asociación fue puesta bajo el patrocinio de ese gran fundador y santo apóstol de la caridad (c. 1580-1660). La propuesta del cambio de nombre fue realizada por Juan León Le Prevost (1803-1874), quien resultará ser otro de los importantes protagonistas de la respuesta social católica en la Francia del XIX.
- Según algunos datos, sus miembros pasan hoy de los 800,000.
- No se puede dudar de que el bondadoso ejemplo de una hermana de la Caridad, Sor Rosalía (1787-1856) —Juana María Rendu antes de ingresar a la fundación de San Vicente de Paúl— ejerció una fuerte influencia sobre Ozanam. Sor Rosalía era conocida por todo París como benefactora de los pobres. Su modelo de apostolado social al encuentro personal con el pobre se ve reflejado en el de las Conferencias de la Caridad. Su apoyo a las Conferencias Vicentinas fue sumamente importante.
- El carácter laical de las Conferencias fue aprobado por un breve del Papa Gregorio XVI, el 10 enero de 1845.
- La vocación eclesial del laico como la concebía Ozanam concuerda plenamente con las enseñanzas que el Concilio Vaticano II ha puesto ante todos y que el Código de Derecho Canónico expresa de manera breve y clara: «§1. Puesto que, en virtud del bautismo y de la confirmación, los laicos, como todos los demás fieles, están destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación general, y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo. §2. Tienen también el deber peculiar, cada uno según su propia condición, de impregnar y perfeccionar el orden temporal con el espíritu evangélico, y dar así testimonio de Cristo, especialmente en la realización de esas mismas cosas temporales y en el ejercicio de las tareas seculares» (c. 225).
- 1802-1861. Ver «VE» n. 29, pp. 19s.
- 1778-1839. Fue Arzobispo de París desde 1821. Fue coadjutor de su predecesor el Cardenal Périgord desde 1819.
- 1782-1854. Ver «VE» n. 29, pp. 15ss.
- Aunque escritas en secreto en 1833, fueron publicadas en abril de 1834. En julio la encíclica Singulari nos es más explícita en el rechazo de los principios de la escuela menesiana. Es también a partir de 1834 que cambiará la grafía de su nombre a Lamennais.
- Romero, p. 177.
- «Cuéntase que al leer esto (lo que había escrito el padre Lacordaire refiriéndose al matrimonio de Ozanam: «Hubo una trampa [un piège] que no supo evitar») Pío IX exclamó: «¡No sabía que existiese seis sacramentos y una trampa!»» (Romero, p. 265, n. 1). El Papa Pío IX, que ocupó la Sede de Pedro de 1846 a 1878, había nacido en Roma en 1792. Es el primer Sumo Pontífice que se conoce que visitó América Latina. Siendo ya sacerdote, formó parte de una misión pontificia que visitó Sudamérica austral de 1823 a 1825.
- Ozanam conversa con el Pontífice durante su estadía en Roma, en 1847. Su entusiasmo por el pontificado del Papa Pío IX es notorio.
- S.S. Juan Pablo I, Catequesis del 13 de setiembre de 1978.
- Mt 7,16.
- Santa Isabel de Hungría nació en 1207 y a la edad de 14 contrajo matrimonio con Luis IV de Turingia, con quien tuvo tres hijos. Fue convocada por el Padre en 1231, a los 24 años de edad, luego de una vida ejemplar de penitencia y de amoroso servicio a los más necesitados. Es hija suya la beata Gertrudis de Altenberg o de Turingia.
- Fue Sumo Pontífice desde 1831 hasta 1846; había nacido en Venecia en 1765.
- La famosa tesis sobre Dante y los filósofos del siglo XIII, que dedicó a Alfonso de Lamartine (1790-1869), a Juan Jacobo Ampére (1800-1864, hijo de Andrés María, y quien escribirá el prefacio de sus Obras completas editadas postumamente) y al padre José María Noirot, fue sustentada y obtuvo todos los honores en el ambiente hostil de la Sorbona, el 7 de enero de 1839.
- Pocos años después de su tránsito, en 1857, había unas 158 Conferencias de San Vicente de Paúl, a las cuales se sumaron 36 al año siguiente, y 23 más en 1859 (Tramontin, p. 18).
- Se refiere a los enfrentamientos con grave pérdida de vidas, entre ellas la del reconciliador Arzobispo Dionisio Affre (1793-1848), que enfrentaron a los obreros de los Talleres Nacionales con las fuerzas del Gobierno de turno.
- Además del francés domina a los diecisiete años el latín y el griego, a los que suma el alemán, el italiano, el inglés, un poco de castellano, el hebreo y el sánscrito.
- A pesar de ello, se sabe por el testimonio de su amigo Juan Jacobo Ampére que Ozanam sometía a censura al Arzobispo de Parfs o a un experimentado teólogo todos sus trabajos que tocaban temas teológicos.
- Ciertamente el principio de reconciliación en Ozanam nada tiene que ver con el vocablo difundido por esos tiempos por Ludolfo Camphausen (1803-1890) y otros pensadores de Prusia. Éstos se movían en explícitos parámetros político-legales, mientras que Ozanam lo hada desde la fe, desde la caridad.
- La del 23 de febrero. El 10 de febrero publica en Le Correspondan un discurso suyo que expone la idea de irradiar el cristianismo, anunciar la Verdad y la moralidad, ayudando a que todos puedan acceder a la libertad de los hijos de Dios.
- El Arzobispo es herido el domingo 25 de junio, y su muerte ocurre al día siguiente, en que cesan las hostilidades, dejando un saldo de cerca de cinco mil muertos. Ciertamente las tensiones y la situación de pobreza lamentablemente continúan. Ozanam seguirá fiel a su principio de seguir «la poesía del amor» buscando la paz, la justicia y la reconciliación de todos a través de la caridad intelectual y solidaria.
- 1768-1848. Ver «VE» n. 29, pp. 14 y 15.
- 1796-1865. Ver «VE» n. 29, pp. 34-38.
- Esta famosa obra aplaudida por Lamartine y por Chateaubriand, fue primeramente publicada por Federico en L’Abeille française de Lyon, cuando tenía 18 años.