Estrategias para el Cambio Sistémico

Francisco Javier Fernández ChentoCambio sistémicoLeave a Comment

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Autor: Patricia P. de Nava · Traductor: Jaime Corera, C.M.. · Año publicación original: 2008 · Fuente: AIC, Cuaderno nº 11.
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Las estrategias descritas en este artículo no son el producto de una reflexión abstracta; son el fruto de la experiencia práctica. La Comisión para la Promoción del Cambio Sistémico adoptó como punto de partida un grupo de proyectos en los que había tenido lugar un cambio sistémico real, y luego analizó las historias de los responsables de los proyectos, y a continuación identificó una serie de estrategias que habían con­tribuido a producir un cambio duradero en las vidas de los pobres. Enseguida se pudo ver que muchas de esas estrategias manan de los evangelios y de nuestra tradición vicentina.

En un discurso pronunciado en Nueva York el 2 de octubre de 1979, el papa Juan Pablo II animó a sus oyentes a analizar la situa­ción del mundo cuidadosamente, a identificar las raíces estructura­les de la pobreza y a formular soluciones concretas:

El pensamiento social y la práctica social inspiradas por el evangelio debe llevar siempre la marca de una sensibi­lidad especial hacia aquellos que están en peor situación, hacia los que son extremadamente pobres, los que sufren… por el hambre, el olvido, la falta de trabajo, la desesperación. Se deben buscar también las razones estructurales que promueven o causan las formas diferen­tes de pobreza en el mundo y en vuestros propios países, de modo que se puedan aplicar los remedios adecuados.

La Comisión ha intentado buscar las razones estructurales de la pobreza y hallar los remedios adecuados. Por razones de pedago­gía las estrategias que hemos identificado se reúnen más adelante en cuatro categorías, aunque el lector advertirá que en la práctica se cruzan y se influyen mutuamente:

  1. Estrategias orientadas a la misión (se pone el énfasis en la direc­ción y la motivación)
  2. Estrategias orientadas hacia la gente (énfasis en los pobres como las personas más capaces de cambiar sus propias situaciones)
  3. Estrategias orientadas a la ejecución (énfasis en la organización)
  4. Estrategias dirigidas hacia la corresponsabilidad, la conexión con otras instituciones y la acción política (énfasis en la partici­pación y la solidaridad).

I. Estrategias orientadas a la misión

En este capítulo la Comisión identificó tres estrategias que resultaron ser las fundamentales en cada uno de los proyectos de cambio sistémico que estudiamos. Esas estrategias guardan una relación estrecha con nuestra identidad como cristianos que quie­ren escuchar con atención la palabra de Dios, así como a nuestra identidad como miembros de la Familia Vicenciana que quieren servir a los pobres de palabra y de obra. Esas estrategias son:

  • Considerar la pobreza no simplemente como el resultado inevitable de las circunstancias, sino como el producto de situaciones injustas que se pueden cambiar, y centrarse en acciones que puedan romper el círculo vicioso de la pobreza.
  • Diseñar proyectos, enfoques creativos, políticas y líneas de acción que brotan de nuestra misión y de nuestros valores cristianos y vicencianos.
  • Evangelizar a la vez que se mantiene un respeto profundo por la cultura local, inculturando de ese modo nuestros caris­ma y valores cristianos y vicencianos en esa cultura.

Etimológicamente la palabra «estrategia» viene de una raíz griega que se refiere al papel de un general que ejecuta planes bien diseñados tan eficazmente como sea posible en tiempo de paz y en tiempo de guerra. En ese sentido el diseñar y el ejecutar estrategias es a la vez un arte y una ciencia que incluyen un plan de acción orientado a conseguir un fin específico.

La primera estrategia, «Considerar la pobreza no simple­mente como el resultado inevitable de las circunstancias, sino como el producto de situaciones injustas que se pueden cam­biar, y centrarse en acciones que puedan romper el círculo vicioso de la pobreza», está dirigida a desarrollar una actitud fun­damental, a saber: que los individuos y la sociedad deben ver el ciclo de la pobreza como algo que se puede romper, y no como inevitable. Si no existe esa convicción, no sucederá nada. Los Objetivos del Desarrollo para el Milenio de Naciones Unidas afir­man que el mundo tiene bienes materiales más que suficientes para satisfacer las necesidades de todos los miembros de la especie humana. Los pobres siguen siendo pobres sobre todo debido a las estructuras económicas y sociales que se podrían cambiar, pero que favorecen los intereses de los más fuertes y funcionan para detri­mento de los más débiles.

El papa Juan Pablo II escribió en Solicitudo rei socialis (16):

Es necesario denunciar la existencia de unos mecanismos económicos, financieros y sociales, los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de modo casi automático, haciendo más rígidas las situacio­nes de riqueza de los unos y de pobreza de los otros. Estos mecanismos, manipulados por los países más desarrolla­dos de modo directo o indirecto, favorecen a través de su mismo funcionamiento los intereses de los que los mani­pulan, y terminan por sofocar o condicionar las economí­as de los países menos desarrollados.

Es fundamental que los individuos y los grupos trabajen para cambiar tales «mecanismos» injustos. La pobreza puede ser erradi­cada sólo por medio de la construcción de estructuras justas en las que los pobres puedan tener igualdad de acceso a la educación, puestos de trabajo, vivienda, atención sanitaria, alimentación y otras necesidades humanas básicas. En un discurso pronunciado en febrero del año 2005 en Trafalgar Square durante una concentra­ción para «Hacer que la pobreza pase a la historia», dijo Nelson Mandela:

La pobreza no es algo natural, como no lo son la esclavi­tud o el apartheid. Es creación de la humanidad y puede ser vencida y erradicada por la acción de seres humanos. Derrotar a la pobreza no es un gesto de caridad, es un acto de justicia. Es mi deseo que este premio ayude a los activistas en todo el mundo a mantener alta la llama de la esperanza a favor de los que viven prisioneros de la pobreza.

Federico Ozanam, el principal fundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl, expresó exactamente la misma idea hace 160 años: «La caridad no es suficiente. Trata las heridas pero no detie­ne los golpes que las producen… La caridad es el samaritano que derrama aceite sobre las heridas del viajero asaltado. El papel de la justicia es prevenir los ataques.»

Todos los proyectos que examinó la Comisión comenzaron en situaciones que clamaban por la justicia. Al hablar de los poblados por los que trabaja la «Federación Filipina de los Sin Techo» el padre Norberto Carcellar describe así la situación:

Estos poblados tienen muchas características semejantes a los suburbios en cualquier parte del mundo: número de pobladores que crece rápidamente, acceso limitado a ser­vicios sociales básicos, posesión no legal del suelo y de la vivienda. Están con frecuencia colocados en zonas de alto riesgo, tales como basureros, orillas de mar y de río, debajo de puentes, o a lo largo de vías de ferrocarril. Esas comunidades representan la ciudad «invisible», oculta detrás de paredes pintadas con colores vivos, y con mucha frecuencia no representadas en mapas y documentos ofi­ciales. Están excluidas de toda participación en las estructuras de gobierno, lo que restringe su ya limitado acceso a los recursos. Esta situación es exacerbada por los planes del gobierno que rara vez hacen distinción entre la pobreza en general y la pobreza propia de los suburbios, lo que resulta en unas políticas de desarrollo urbano y de inversiones que no incluyen las zonas de suburbios o no las atienden debidamente. En consecuen­cia, según el país va adoptando cada vez más la economía del mercado libre y las ciudades quieren ser más compe­titivas globalmente, a los pobres se les empuja cada vez más a los márgenes de la sociedad.

Se pueden encontrar circunstancias parecidas en todo el mundo.

La segunda estrategia «Diseñar proyectos, enfoques creati­vos, políticas y líneas de acción que brotan de nuestra misión y de nuestros valores cristianos y vicentinos», afirma que la mejor manera de producir cambio sistémico tiene lugar cuando se da una afinidad estrecha entre los proyectos que emprendemos y nuestros valores cristianos y vicencianos, de manera que esos valores inspiren todo lo que hagamos en servicio de los pobres. La misión vicenciana es clara. San Vicente, después de unos años de andar desorientado como joven sacerdote, se entregó a seguir a Cristo como evangelizador y servidor de los pobres. Creía firme­mente que Dios guía la historia de la humanidad, y que ha ingre­sado en ella de manera definitiva en Jesús. Estaba igualmente convencido de que las acciones de los seguidores de Cristo son los signos de la providencia de Dios en el mundo. Escribía a un amigo: «No tenemos mejor manera de asegurar nuestra felicidad eterna que vivir y morir en el servicio de los pobres en los brazos de la Providencia y en una renuncia real de nosotros mismos siguiendo a Jesucristo» (SV 111.359). Vicente sabía cómo dar forma concreta a las ideas. Fundó asociaciones y comunidades que han durado ya casi cuatro siglos, y puso a la vez una base espiritual y económica para todas las obras que inició. Uniendo la oración y la acción, animaba a sus seguidores a entregarse por entero a Dios y a los pobres. Una mezcla dinámica de lo espiritual y lo práctico es la piedra maestra en los fundamentos espirituales de su familia.

En su primera encíclica el papa Benedicto XVI destacó la importancia de esta combinación de oración y acción; escribió:

Podemos ser tentados a ceder ante la inercia pues podría parecer que después de todo no se puede hacer nada. En tales momentos una relación viva con Cristo es algo deci­sivo. Los que oran no malgastan su tiempo, aun cuando la situación parezca desesperada y parezca que sólo necesi­ta acción. La piedad no disminuye la intensidad de la lucha contra la pobreza de nuestro prójimo, por grave que sea ésta. En el ejemplo de la beata Teresa de Calcuta tenemos una clara ilustración del hecho de que el tiempo que se dedica a Dios en la oración no sólo no disminuye el servicio efectivo y amoroso a nuestro prójimo, sino que es de hecho la fuente inagotable de ese servicio. (Deus caritas est, 36).

La tercera estrategia, «Evangelizar a la vez que se mantiene un respeto profundo por la cultura local, inculturando de ese modo nuestros carisma y valores cristianos y vicencianos en esa cultura» pone el énfasis en la idea de que tenemos que evangeli­zar «de palabra y de obra», como lo expresa san Vicente. Pero al mismo tiempo, por usar la frase del Vaticano II (Ad Gentes 11, 15), tenemos que estar atentos a las «semillas del Verbo» presentes en cada cultura, y debemos evitar el transportar inconscientemente valores foráneos de una nación o de una época a otra. Hay que evangelizar todas las culturas, y toda evangelización debe ser inculturada. En la exhortación apostólica Familiaris Consortio, escribe el papa Juan Pablo II:

Por medio de la «inculturación» se camina hacia una res­tauración plena de la alianza con la sabiduría de Dios, que es Cristo mismo. La Iglesia entera se enriquecerá también con las culturas que, aunque no tienen tecnolo­gía, abundan en sabiduría humana y están vivificadas por valores morales profundos.

Los valores culturales se transmiten a través de varios métodos y medios: religión, ritos, dichos, proverbios, leyendas, folklore, mitos, fábulas, costumbres, leyes, comidas, canciones de cuna, artefactos, artesanía y símbolos físicos. Reconociendo este hecho, el padre Pedro Opeka escribe acerca de la estrategia empleada en Akamasoa:

Cada sociedad es única, con su cultura propia y su sabi­duría participada. Los programas tienen que respetar las costumbres locales. La familia es la célula básica de todas las sociedades, Es fundamental el forjar un lazo entre una generación y la siguiente. Cuando vamos a ayu­dar a un grupo comenzamos por escuchar a los ancianos pues ellos ven la sociedad a través de las lentes de la fide­lidad, la valentía, la honradez, el amor y la solidaridad. Reconociendo que una comunidad, mientras mira hacia el futuro, renueva su cultura sólo en un diálogo con el pasa­do, debemos mostrar respeto por la herencia que han dejado los antecesores.

II. Estrategias orientadas a las personas

Las estrategias incluidas bajo este título se centran en los pobres como las personas más capaces de cambiar su propia situa­ción. Como miembros de la Familia Vicentina, inspirados por Cristo evangelizador de los pobres, intentamos estar atentos a sus necesidades y a sus esperanzas, de manera que no sólo les evange­licemos y les sirvamos, sino que también nosotros cambiemos en contacto con ellos. Analizando las historias narradas en este libro, y también en otros, hemos identificado siete estrategias que se cen­tran en los pobres como personas, y que fomentan la solidaridad con ellos en la búsqueda del cambio sistémico:

  • Escuchar con cuidado e intentar entender las necesidades y las aspiraciones de los pobres, creando una atmósfera de res­peto y de confianza mutua, y cultivando su sentimiento de autoestima.
  • Comprometer a los mismos pobres, incluyendo a los jóvenes y a las mujeres, en todos los estadios: identificación de nece­sidades, planificación, ejecución, evaluación y revisión.
  • Educar, capacitar, y ofrecer una formación espiritual a todos los participantes en el proyecto.
  • Promover procesos de aprendizaje en los que los miembros del grupo, en particular los mismos pobres, hablen unos con otros de sus éxitos y de sus fallos, compartan sus ideas y capacidades, y trabajen para formar agentes multiplicadores eficaces, y líderes con visión en la comunidad local, líderes que sean servidores, en el estilo de san Vicente de Paúl.
  • Construir modelos estructurales e institucionales dentro de los cuales las comunidades puedan identificar sus recursos y necesidades, tomar decisiones bien informadas, e intercam­biar información y estrategias eficaces en el interior de la comunidad y entre varias comunidades.
  • Promover el compromiso para actuar en los procesos políti­cos, por medio de la educación cívica de los individuos y de las comunidades.
  • Apoyar y respetar los mecanismos para promover la solida­ridad que exista entre los miembros de la comunidad.

Para emplear estas estrategias es importante conocer a los pobres cara a cara, entrar en su mundo y hacerlo nuestro. Si espe­ramos conseguir un cambio sistémico es fundamental que sigamos sus pasos, les acompañemos en su caminar y les apoyemos en sus procesos de toma de decisiones. Sólo si nos acercamos a ellos y permanecemos al lado de los pobres podremos ayudarles a trans­formar sus vidas de una manera positiva. En su libro El camino de Vicente de Paúl hace notar el padre Robert Maloney:

como dice san Vicente, en tu ministerio primero obra y luego enseña. Como seguidor de Cristo evangelizador de los pobres tu proclamación de la Buena Nueva resonará en los corazones de tu gente, sobre todo cuando ofrezcas un testimonio vibrante … por medio del lenguaje de rela­ciones: estando con los pobres, trabajando con ellos, for­mando una comunidad que muestre el amor del Señor hacia todos.

Luisa de Marillac subraya la actitud que deben tener los que sirven a los pobres:

En cuanto a vuestra manera de comportaros con los pobres, no mostréis nunca la actitud de meramente dejar hecho lo que tenéis que hacer. Tenéis que mostrarles afec­to, sirviéndoles de corazón, hablándoles con amabilidad y compasión, procurándoles la ayuda necesaria sin ser ni pesadas ni ansiosas.

La primera estrategia de este grupo, «Escuchar con cuidado e intentar entender las necesidades y las aspiraciones de los pobres, creando una atmósfera de respeto y de confianza mutua, y cultivando su sentimiento de autoestima», afirma que es indispensable que escuchemos a los pobres y les ayude­mos a ser conscientes de su dignidad como hijos de Dios y de su derecho a controlar su propio destino.

La experiencia enseña que muchos pobres se sienten incapaces de cambiar su situación porque han perdido el sentido de su digni­dad y de su potencial como personas. Pero su autoestima aumenta cuando otros les tratan con respeto. Si no conseguimos despertar en ellos la autoestima será imposible ayudarles a ser participantes activos en el desarrollo de sus capacidades y en el de sus comuni­dades. Sin la participación de los pobres no se puede conseguir un cambio sistémico sostenible.

San Vicente insistía en la importancia de mantener una actitud respetuosa hacia los pobres: «Siempre que hablaba a los galeotes de una manera abrupta lo estropeaba todo. Pero cuando les alaba­ba por su aceptación y les mostraba compasión, cuando simpatiza­ba con ellos en sus sufrimientos, cuando besaba sus cadenas y les mostraba cuán afectado estaba yo mismo cuando eran castigados, entonces ellos siempre me escuchaban y hasta se volvían a Dios.»

Esta estrategia aparece muy bien ilustrada en la historia de AIC Madagascar, como lo muestra la siguiente narración:

Empezamos a dialogar sobre las necesidades de la AIC local, destacando a la vez sus puntos fuertes. Expresamos nuestro reconocimiento acerca de su trabajo, les ofreci­mos apoyo, lo cual es tan importante para una colabora­ción eficaz, y expresamos nuestra admiración por sus esfuerzos en una situación tan difícil. Conseguimos crear una atmósfera de confianza, y comenzamos un proceso de mejora de su autoestima, lo que era a la vez una condi­ción indispensable para el diálogo y una manera de cam­biar su modo de trabajar contra la pobreza y contra sus causas. No mencionamos aún las líneas de acción de la Asociación ni la importancia de colaborar con otras ins­tituciones para cambiar la situación. No hablamos más que de las ventajas de conocernos mutuamente y de com­partir ideas.

La segunda estrategia subraya la importancia de la participa­ción activa de los pobres en el proyecto: «Comprometer a los mismos pobres, incluyendo a los jóvenes y a las mujeres, en todos los estadios: identificación de necesidades, planifica­ción, ejecución, evaluación y revisión.»

Haciendo esto les ayudamos a ser responsables en todos los estadios del proyecto, desde el estudio de la situación hasta la eva­luación. Esto tendrá por resultado el que sean ellos mismos los agentes principales de su propio desarrollo, conscientes de sus derechos y responsabilidades, y no simplemente receptores de la ayuda de otros.

La caridad no debe simplemente aplicar un bálsamo calmante a las heridas de la sociedad; la caridad debe unir a los diferentes actores en un diálogo activo para construir una sociedad más justa. La parábola del buen samaritano de san Lucas presenta de manera dramática el principio de que el amor a Dios se hace presente en el amor al prójimo. Pero hoy nos damos cuenta cada vez con mayor claridad de que la caridad implica no sólo curar las heridas de la víctima y derramar aceite sobre ellas, sino también el hacer que el camino de Jerusalén a Jericó sea seguro para todos.

Los miembros de la Familia Vicentina intentan vivir y obrar en solidaridad con los pobres, y no solamente animar a otros a com­partir con los pobres su riqueza superflua. Vicente, Luisa y Ozanam reclutaron a un gran número de personas de todos los esta­mentos sociales para unirse en una misión de solidaridad, y crearon instituciones sociales que prolongaran esa misión hacia el futuro.1

En su proyecto el padre Pedro Opeka subraya la importancia del papel de las mujeres como un recurso humano fundamental para producir cambio sistémico, y la educación de los niños como una paso indispensable hacia un futuro mejor: «Las mujeres y los niños son la carne y la sangre del proyecto. Tienen el entusiasmo y la esperanza necesarios para el éxito de cualquier proyecto.»

La tercera estrategia en este tema se centra en la formación espiritual: «Educar, capacitar, y ofrecer una formación espi­ritual a todos los participantes en el proyecto.»

A lo largo de la historia la preocupación seria por la educación de la juventud ha jugado un papel muy importante en proyectos vicencianos con éxito. Luisa de Marillac comenzó las «petites éco­les» para niños; Federico Ozanam enseñó a estudiantes universita­rios; Isabel Ana Seton comenzó la primera escuela católica prima­ria libre en Estados Unidos, que dio origen a la fundación del enor­me sistema católico escolar de esa nación.

Si bien el comer, el vestir, el tener cobijo, unas buenas condi­ciones sanitarias y el tener trabajo son fundamentales para salir de la pobreza, la vida del espíritu es crucial para un desarrollo huma­no integral. San Vicente, además de proporcionar ayuda material, mostró siempre una gran preocupación por la dimensión espiritual de las personas a las que servían él y sus seguidores. Insistió en ello muchas veces a lo largo de su vida: «No hemos hecho lo suficien­te por Dios y por el prójimo cuando hemos dado solo alimentos y medicinas a los enfermos. ¿Cómo sirvió Jesús a los pobres? Caminaba de un lugar a otro curando a los enfermos e instruyéndo­les para su salvación.» Vicente mostraba un gran interés por la for­mación espiritual de los que participaban en su misión: los miem­bros de las Cofradías de la Caridad, los sacerdotes y hermanos de la Congregación de la Misión, y de las Hijas de la Caridad, así como de los pobres mismos.

El papa Pablo VI nos dice en Populorum Progressio (35) que la educación es «la herramienta primera y fundamental para el enri­quecimiento personal y la integración social; y es la herramienta más valiosa de la sociedad para promover el desarrollo y el progre­so económico.» Añade con gran fuerza: «La falta de educación es tan grave como la falta de comida.» Un ejemplo de esta idea queda muy bien ilustrado por el proyecto del Clancy Night Shelter:

Para llegar a ese punto, el Depaul Trust tuvo que poner en marcha un programa completo de capacitación y for­mación para el equipo y los directores de la organiza­ción, así como para asegurar que algunos temas funda­mentales permanecieran siempre en la agenda, no fuera que el servicio cambiara de naturaleza poco a poco sin que nadie se diera cuenta (un fenómeno frecuente en ese tipo de servicios, fenómeno que sólo se descubre una vez que ya ha tenido lugar). El equipo fue formado e informa­do en aspectos cruciales, incluyendo el uso de las mejores prácticas en el trabajo con los drogadictos, temas de salud, inyección segura de drogas y otros aspectos de seguridad. Se les animó a que siguieran otros cursos rela­tivos a su trabajo, tales como estudios de asesoramiento y sobre adicción. Hemos trabajado también para educarles e informar al equipo sobre nuestros valores y sobre nues­tra misión, por medio de sesiones acerca de nuestros fun­dadores san Vicente de Paúl y santa Luisa de Marillac.

La cuarta estrategia orientada a las personas expresa esta con­vicción desde otro punto de vista: «Promover procesos de aprendizaje en los que los miembros del grupo, en particu­lar los mismos pobres, hablen unos con otros de sus éxitos y de sus fallos, compartan sus ideas y capacidades, y trabajen para formar agentes multiplicadores eficaces, y líderes con visión en la comunidad local, líderes que sean servidores, en el estilo de san Vicente de Paúl.»

El formar a gente para la función de líder es fundamental para producir cambio. Pero un estilo vertical de liderazgo raramente es eficaz en procesos educativos orientados hacia el cambio sistémi­co. En los evangelios y en nuestra tradición vicenciana el lideraz­go debe estar orientado a servir.

Eduardo Marques, miembro de la Sociedad de San Vicente de Paúl, afirma en una artículo titulado «Being Creative in Vincentian Leadership»:2

La primera pregunta que hay que hacer es: » ¿Cuáles son los ingredientes necesarios para que alguien sea conside­rado un líder servidor?» Esta pregunta asume que el líder puede adquirir las habilidades o ingredientes necesarios para que a alguien se pueda considerar un verdadero líder servidor. La siguiente pregunta es: «¿Cómo se pue­den adquirir esas habilidades?» La respuesta primera a esa segunda pregunta es que esas habilidades no se pue­den adquirir sólo a través de un entrenamiento, sino que deben ser acompañadas por un deseo verdadero de servir por parte del líder.

Margaret Posig, doctora en filosofía, en «St. Vincent de Paul as a Leader of Change», añade:3

Lo mismo Vicente que Luisa fueron modelos de un lideraz­go que sabe servir, y Jesucristo fue el modelo de esta manera de ser líder. Ciertamente, puede que un liderazgo servidor sea la clave para capacitar a otros, y varios autores han hecho notar la conexión entre los dos concep­tos… Líderes ejemplares usan su poder para servir a los demás, y les capacitan para actuar haciéndoles fuertes y ayudándoles a convertirse a su vez en líderes.

San Vicente descolló en esta cualidad de saber capacitar a los demás. Escuchaba sus ideas, buscaba su consejo, y proporcionaba los medios que necesitaban sus colaboradores para llevar a cabo su misión. Reforzaba su potencial insistiendo en valores básicos tales como el respeto y la ayuda mutua. Les animaba a mantener unas relaciones «afectivas y efectivas» en el servicio de los pobres. Vicente proponía a Cristo como el modelo de un líder que sabe servir.

En cierto sentido los líderes-servidores asumen el papel de seguidores, escuchando a los otros y ayudándoles a reforzar su capacidad para conseguir sus metas. Se dan cuenta de que cuando ellos mismos escuchan con atención, sus seguidores consiguen mejores resultados.

Esta estrategia viene ilustrada en la historia de AIC­ Madagascar:

En muy poco tiempo las primeras voluntarias se convirtie­ron en agentes multiplicadores, formando a otras para ser activas en el trabajo por el cambio social, incluso en las comunidades más pobres de aquella red naciente. Para facilitar su trabajo comenzamos un proyecto de entrega de ordenadores a uno de los grupos de AIC, y con la ayuda de expertos se dio a los miembros componentes del grupo la instrucción necesaria para usarlos. Este fue un paso importante para aumentar su potencial de acción, mejo­rando su autoestima y confianza en sí mismas. En Manakara comenzamos a ver con claridad cuál podría ser el futuro de una asociación nacional más amplia. Había ya una líder reconocida, una joven inteligente y fuerte, con una buena formación y una fe profunda. Tenía ella una idea clara sobre lo que significa el trabajo participa­do en equipo. Su liderazgo, basado en su formación y en sus ideales, fue un buen trampolín para promover el cam­bio sistémico.

Desde su experiencia en Filipinas el padre Norberto Carcellar advierte que las reuniones entre comunidades, en las que participan grupos de gente desfavorecida, preparan el camino para volver a revisar un proyecto y para aumentar la eficacia. Tales reuniones proporcionan además a las comunidades una oportunidad para cambiar su manera propia de pensar, «de modo que los pobres no son vistos como el problema, sino como parte de la solución.» Buscar los medios de salir de la pobreza es una experiencia arries­gada. Un liderazgo que sirve anima a la comunidad a tomar ries­gos.

La estrategia quinta en este grupo es «Construir modelos estructurales e institucionales con la ayuda de los cuales las comunidades puedan identificar sus recursos y necesidades, tomar decisiones bien informadas, e intercambiar informa­ción y estrategias eficaces en el interior de la comunidad y entre varias comunidades.»

Esta estrategia pone el énfasis en la importancia de construir estructuras y crear instituciones, es decir: en la necesidad que tie­nen las comunidades de pensar más allá de un proyecto particular y de establecer equipos con poder de decisión para atender a sus necesidades ordinarias, para representarles y para fomentar la cola­boración con otros grupos. Tales estructuras sirven también como escuelas abiertas en las que los participantes crecen en el conoci­miento de sí mismos, desarrollan la capacidad de liderazgo y dan pasos para ir respondiendo a las necesidades de la comunidad. Por medio de esas estructuras las comunidades actúan para colaborar con otros grupos que se centran en la erradicación de la pobreza estructural y buscan la ayuda de expertos del exterior para diseñar proyectos, buscar fondos y otros temas.

Un aspecto importante de esta estrategia es que amplía el con­cepto de «la comunidad». San Vicente animaba a su propia familia a cultivar el espíritu de asociación, a mirar por encima de los pro­pios muros, a ver los intereses de los pobres desde la perspectiva de un todo más amplio, y a facilitar las conexiones entre un grupo y otros grupos.

«Cuando Jack volvió a Ocoa,» dice Gene Smith en «La tormen­ta perfecta», «no podía creer lo que veía. Todo estaba verde, y la conducción de agua se había ampliado de seis aldeas a 19, y tiem­po después a 120. Vio que una aldea ayudaba a otra, y así sucesi­vamente. Se estaba dando un efecto holístico. El excelente trabajo estaba dando origen a muchos proyectos derivados.»

La estrategia sexta expresa la importancia de la educación cívi­ca para conseguir el cambio sistémico: «Promover el compro­miso para actuar en los procesos políticos, por medio de la educación cívica de los individuos y de las comunidades.» La participación cívica es indispensable cuando los participan­tes trabajan por la transformación estructural necesaria para producir un cambio real y duradero.

La caridad y la justicia van mano con mano y no se pueden separar de la dimensión política de la vida. El amor hacia los pobres no es eficaz en última instancia si no se enfrenta a las cau­sas de las situaciones injustas en las que viven los necesitados, sean esas situaciones de carácter social, cultural, económico o político. San Vicente comprendió esto y usó su influencia en la corte real de Francia y en otros lugares para aliviar los sufrimientos de los pobres. Por su parte, santa Luisa invitaba a las primeras hermanas a hablar con sencillez pero directamente con las personas en pues­tos de autoridad, y a dar a conocer y a defender a los pobres en sus necesidades cuando fuera necesario. Animaba a las hermanas a no tener miedo a hacer que los responsables de las decisiones se die­ran cuenta de las consecuencias que sus actuaciones causaban en las vidas de los más pobres. Hoy, las hijas de la caridad que traba­jan en el proyecto Mindoro dan una gran importancia a la educa­ción cívica, como aparece con toda claridad en el currículo: «El Programa de Formación incluía temas de espiritualidad, de lideraz­go, sobre la Biblia, sobre formación humana y sobre ecología, así como seminarios especiales sobre nuevas tendencias en agricultu­ra, sobre cooperativas y sobre la educación política de los votan­tes.»

La última estrategia orientada a personas es «Apoyar y respe­tar los mecanismos para promover la solidaridad que exis­ta entre los miembros de la comunidad.»

En una charla titulada «Hacia el tercer milenio como Familia Misionera» dada el 1 de enero de 1999 el padre Robert Maloney subrayó la importancia de la solidaridad en todas nuestras acciones por y con los pobres:

El tercer milenio será el milenio de la solidaridad, de la creación de redes de colaboración. Será también el mile­nio del laicado, como el papa Juan Pablo II ha proclama­do ya en numerosas ocasiones. Nuestro servicio a los pobres será tanto más eficaz cuanto más canalicemos nuestras energías, que son muy grandes, hacia proyectos en colaboración con otros.

Teniendo en mente esta convicción, debemos crear mecanis­mos para promover la solidaridad. Tales mecanismos capacitan a las comunidades para seguir existiendo. En las comunidades los programas y las colaboraciones que promueven la ayuda mutua juegan un papel fundamental. Muchas personas pobres no podrían sobrevivir si no hubiera solidaridad en la comunidad. Un buen ejemplo de tal solidaridad es el programa de ahorros y préstamos que comenzó en Payatas, Filipinas, y que se ha extendido ahora a otros muchos lugares. Otros ejemplos son los comedores para niños puestos en marcha por las voluntarias de MC en Madagascar, y el trabajo con base comunitaria efectuado en la República Dominicana, tal como aparece descrito en «La tormenta perfecta». En cada uno de estos programas la ayuda mutua ha sido fundamen­tal. Basándose en estos ejemplos, se pueden imaginar otros progra­mas en los que la gente marginada crea lazos de solidaridad. Hay que animar la creación de tales lazos. Como miembros de la Familia Vicenciana somos cada vez más conscientes de que son los pobres mismos los más adecuados para encontrar soluciones para mejorar su situación y para promover en sus vidas un cambio sos­tenible.

III. Estrategias orientadas a tareas

La vida y las obras de san Vicente han servido de inspiración para crear servicios caritativos sin número a lo largo de los cuatro últimos siglos. Es claro que una de las claves de su éxito fue su talento organizador y su capacidad para transmitir su visión a sus seguidores y darles ánimos para enfrentarse a los desafios con los que se encontraban.

La permanencia de Vicente en Chatillon-les-Dombes vio el comienzo de una enorme red de caridad que supo canalizar la buena voluntad de las personas hacia un servicio efectivo. En esa localidad escribió el primero de muchos documentos sobre temas de organización dirigidos a las Cofradías de Caridad (conocidas hoy como AIC), la Congregación de la Misión y las Hijas de la Caridad. Esos documentos muestran cómo Vicente tradujo el evan­gelio a una acción organizada.

Bajo el concepto de estrategias orientadas a tareas la Comisión ha reunido seis estrategias que ha encontrado en los proyectos cuyas historias nana este libro:

  • Comenzar con un serio análisis de la realidad local, que brote de datos concretos y adapte todos los proyectos a esa reali­dad.
  • Tener una visión holística cuando se traten necesidades humanas básicas – individuales y sociales, espirituales y fisicas, sobre todo puestos de trabajo, atención sanitaria, vivien­da, educación, progreso-, con un tratamiento integral enca­minado a la prevención y al desarrollo sostenible.
  • Ejecutar estrategias coherentes, comenzando modestamente, delegando tareas y responsabilidades, proporcionando servi­cios de calidad que respeten la dignidad humana.
  • Sistematizar, institucionalizar y evaluar el proyecto y sus procedimientos, describiendo indicadores y resultados que se puedan medir.
  • Hacer que el proyecto sea autosostenible garantizando que tendrá los recursos humanos y económicos necesarios para que perdure.
  • Ser transparente, invitando a participar en la preparación de los presupuestos, y al comentar los informes financieros. Mantener controles cuidadosos sobre el dinero y la direc­ción.

La primera estrategia de este grupo es fundamental: «Comenzar con un serio análisis de la realidad local, que brote de datos concretos y adapte todos los proyectos a esa realidad.» El análisis de la situación real es el fundamento para atacar las cau­sas de la pobreza y comprometerse con una acción transforma­dora. Nos hace ser conscientes de los elementos positivos y negativos en la situación dada, y de los problemas y riesgos que puede suponer el proyecto, no sólo para los beneficiarios sino también para los promotores. Para analizar de modo apropiado una realidad problemática debemos situarla dentro de su contex­to geográfico, económico, político, social y cultural. Tenemos que identificar el grupo que va a participar en el proyecto, escu­char sus dificultades y aspiraciones, y discernir las causas del problema contra el que está luchando. Un análisis acertado de la situación es fundamental. Se puede llevar a cabo de varias mane­ras: por observación directa, por medio de entrevistas, por el estudio de datos estadísticos reunidos por organizaciones, etc. Sin embargo ningún método técnico, por eficiente que sea puede sustituir a un respetuoso y atento escuchar las voces de los pobres.

El papa Pablo VI escribió en Octogesima Adveniens (4):

Cada comunidad cristiana debe analizar de manera obje­tiva la situación de su propio país, para derramar sobre ella la luz de las palabras inalterables del evangelio, y … para discernir las opciones y los compromisos necesarios para llegar a conseguir los cambios sociales, políticos y económicos que muchas veces se ven como urgentemente necesarios.

El papel crucial que juega en cualquier proyecto un análisis previo puede verse con claridad en la historia del Proyecto DREAM, coordinado por el padre Maloney, quien escribe:

Ninguna región ha sido tan afectada como el África sub­sahariana, en la que se calcula que hay 22.5 millones de habitantes con sida. De hecho las dos terceras partes de los casos de sida en todo el mundo se encuentran en el África subsahariana, incluyendo el 61% de todas las mujeres afectadas. La Organización Mundial de la Salud calcula que el 95% de los portadores del virus no saben que lo tienen. Sudáfrica tiene la población más numerosa en todo el mundo afectada por el sida (5.500.000). Swazilandia tiene la proporción entre adultos más alta de todo el mundo, un 33.4 por ciento.

Sin un acceso a y un conocimiento de información preliminar, ningún proyecto puede seguir adelante de una manera eficaz. En el caso del Proyecto DREAM el análisis de la situación en el África subsahariana inspiró a los rectores del proyecto a asumir una ini­ciativa ambiciosa.

La segunda estrategia del grupo: «Tener una visión holística cuando se traten necesidades humanas básicas – individuales y sociales, espirituales y físicas, sobre todo puestos de traba­jo, atención sanitaria, vivienda, educación, progreso-, con un tratamiento integral encaminado a la prevención y al des­arrollo sostenible» es esencial para intentar un modo eficaz de cambiar las vidas de los pobres. Este modo viene claramente ilustrado en las palabras de sor Rosalía Rendu: «Hay clases dife­rentes de caridad, y la pequeña ayuda que damos es solo un paliativo, pues hay que poner en marcha una caridad más efi­ciente y más duradera; hay que conocer las actitudes y el nivel de instrucción de los pobres, hay que conseguirles trabajo, para que puedan ellos mismos escapar de su situación de miseria.»

Aunque el concepto de cambio sistémico sea relativamente reciente, muchos miembros de la Familia Vicenciana a lo largo de su historia se han dado cuenta de que los pobres a los que servían tenían una serie de necesidades humanas a las que no se atendía, y por eso iniciaron una amplia serie de programas para asistirles. Las obras de Rosalía Rendu incluían una escuela primaria, en la que la misma Rosalía enseñó al comienzo, y de la que fue después direc­tora. En esa escuela ella y otras trabajaron duramente para enseñar a los niños a leer, a escribir, los elementos de matemáticas y el cate­cismo. Con el fin de proporcionar trabajo a muchachas y a madres necesitadas, Rosalía organizó cursos de costura y de bordado. Más adelante fundó un centro de día y una escuela infantil en la que las madres trabajadoras podían dejar bien atendidos a sus niños duran­te el día. Aunque Rosalía no era partidaria de los orfanatos, tuvo el cargo de dirigir uno. Inició también una residencia para ancianos. Además de estas obras, ella y las hermanas de su comunidad diri­gieron un centro para la distribución de alimentos y de leña, que incluía también una farmacia, una clínica y un almacén de ropa. A lo largo de su vida Rosalía visitó a los pobres y a los enfermos en sus casas. Animó a hacer lo mismo a la recién fundada Sociedad de San Vicente de Paúl, así como a las Damas de la Caridad después de su refundación. Ella y sus colaboradores cuidaron de los enfer­mos y de los moribundos en la epidemia de cólera recurrente de los años 1849-1854. Asistieron a los vivos, acompañaron a los mori­bundos, y enterraron a los muertos.

La gente sale de su pobreza sólo cuando tienen medios estables de vida para satisfacer sus necesidades humanas básicas. Un pro­yecto holístico tal como el de Akamasoa les ayuda a encontrar esos medios. Ofrece un puesto de trabajo a los que participan en él, la oportunidad de dar escuela a sus hijos, la posibilidad de ser propie­tarios de sus viviendas, una comunidad de amigos, amén de educa­ción religiosa y el rezar juntos. El padre Pedro Opeka define con toda claridad el modo de trabajo de Akamasoa:

El asistir a la escuela requiere cooperación; la gente tiene que ayudar voluntariamente. Los que tienen ham­bre, los que no tienen condiciones saludables de vida y que no pueden satisfacer las necesidades humanas bási­cas, con frecuencia no tienen la libertad de soportar la carga de una educación. Por esa razón la lucha contra la pobreza debe tener en cuenta todas las necesidades fun­damentales de la persona humana: comida, alojamiento, trabajo, asistencia sanitaria. Esos son los fundamentos de la libertad. Nosotros describimos a Akamasoa como una «Asociación humanitaria» porque nuestro plan une a sus miembros de manera muy cercana. La persona humana es un todo; sus partes no crecen independientemente unas de otras. Un verdadero desarrollo humano se consigue sólo cuando tenemos en cuenta todas las dimensiones de la persona humana.

Los proyectos por los pobres suelen nacer en una escala modes­ta, y luego crecen paso a paso. Todos los autores de las historias de este libro dicen lo mismo: empieza con poco. La historia de la experiencia de Vicente como párroco en Chatillon-les-Dombes ofrece el modelo para la tercera estrategia de este grupo: «Ejecutar estrategias coherentes, comenzando modestamen­te, delegando tareas y responsabilidades, proporcionando servicios de calidad que respeten la dignidad humana.» Esta es una estrategia a la que Vicente atribuía una importancia espe­cial. Cuando vio la necesidad que había en Chatillon reunió a un grupo de personas, formuló un plan, creó una asociación y dele­gó responsabilidades en las mujeres de la parroquia. A partir de este comienzo aparentemente tan pequeño, fue emergiendo un nuevo movimiento.4 De una manera parecida, muchos de los proyectos actuales de AIC tuvieron orígenes humildes y han cre­cido hasta llegar a ser obras mucho más grandes. Por ejemplo, en la historia que lleva por título «AIC-Madagascar», Patricia Nava explica cómo las voluntarias usaron unas pequeñas subvenciones de 100 dólares para comenzar un proyecto de alimentación que más tarde se convirtió en una red nacional contra el hambre y la mala nutrición, proyecto ahora reconocido por organizaciones internacionales tales como la UNICEF.

La calidad, la competencia, la amabilidad y el respeto deben características del servicio orientado a cualquier proyecto. Tanto Vicente de Paúl y Luisa de Marillac como en tiempos posteriores Federico Ozanam y Elizabeth Ann Seton insistieron en que los ser­vicios estuvieran bien hechos, con recursos adecuados y a la vez con calor y con interés. Luisa, como la persona práctica que fue siempre, daba instrucciones muy cuidadosamente detalladas sobre cómo deberían llevarse a cabo las tareas, insistiendo a la vez en que se hicieran con ternura:

Ante todo sed muy educadas y amables con vuestros pobres; sabéis muy bien que ellos son nuestros amos y nosotras debemos amarles tiernamente y tenerles un gran respeto. No basta que recordemos estas normas, debemos mostrarlas por medio de una atención amable y caritati­va. Estamos dedicadas a esto por nuestra forma de vida y nuestra profesión… Al servir a los pobres tenéis que tener ante los ojos sólo a Dios. No tenéis que consentirles demasiado ni ser condescendientes con ellos cuando los enfermos rehúsan tomar las medicinas o cuando se ponen insolentes; pero sin embargo debéis ser muy cuidadosas en no mostrarles resentimiento o desprecio en vuestra actitud hacia ellos. Al contrario, tratad a los enfermos con respeto y humildad, recordando que toda rudeza o desprecio, como también los servicios y el honor que les deis, van dirigidos hacia Nuestro Señor mismo

Las narraciones evangélicas de las curaciones de enfermos por parte de Jesús y su obra de transformación de las vidas de los pobres están en el corazón mismo de la vida y obras de los santos de nuestra Familia Vicenciana. La escena en Mt 25 les inspiró para servir a los pobres de una manera concreta. Sor Ellen Flynn subra­ya esta tercera estrategia en la historia de «The Passage»: «El hecho de que proporcionamos un servicio de calidad muestra nuestra con­sideración por los seres humanos a los que servimos, por baja que sea su propia autoestima, o por serias y degradantes que sean las circunstancias con las que se enfrentan.»

La necesidad de una evaluación seria se señala en la estrategia cuarta de este grupo: «Sistematizar, institucionalizar y evaluar el proyecto y sus procedimientos, describiendo indicadores y resultados que se puedan medir.» San Vicente se preocupaba mucho por los resultados de los proyectos en los que se compro­metía, y en muchas ocasiones preguntó a expertos cualificados acerca de su opinión sobre cómo marchaban las cosas. Entre sus documentos legales encontramos la siguiente afirmación:

Con este fin se verán y examinarán los lugares, y las mejoras mencionadas arriba serán inspeccionadas y apreciadas por expertos aprobados por ambas partes ante el citado señor Gontier, dictaminador, a no ser que éste mismo sea nombrado para este asunto ex-officio. Los expertos susodichos redactarán un informe acerca del lugar, así como acerca de los daños, si hubiere algunos. Para ejecutar este decreto, el peticionario nombró a un experto para el informe prescrito. (X 153).

La evaluación es un seguimiento indispensable de la acción ejecutada. La revisión periódica de un proyecto permite hacer una estimación de los aspectos positivos y negativos, y proporciona una oportunidad para ajustar los objetivos, los métodos y los medios si surgen problemas. Cuando se presenta un proyecto para conseguir una subvención hay que incluir evaluaciones interme­dias y finales, pues sin una revisión regular cualitativa y cuantita­tiva no hay manera de asegurar el desarrollo constante de un pro­yecto. El padre Norberto Carcellar expresa este punto en el capítu­lo que trata de la «Federación de los Sin Techo de Filipinas», un proyecto que ha tenido resultados extraordinarios, y que está sien­do imitado en muchos países asiáticos:

Mientras se repensaba el tema, un curso de capacitación en 1995 influyó aún más en la forma del programa que estaba surgiendo. Organizado en la India por la British Durham University, se centraba en la función de los gru­pos de autoayuda como agentes activos en los programas de microfinanciación. El curso insistía de manera espe­cial en cómo esos grupos podían proporcionar mecanis­mos de acción y de control. Se sugirieron procedimientos que podían ser comprendidos fácilmente por los volunta­rios que trabajaban en el programa. De todo eso salieron políticas, formularios de recibos y de préstamos, libretas y libros de cuentas de los colectores que aún están hoy en uso. El curso dio también una visión de cómo crecen los grupos de autoayuda en el campo de los microcréditos y con qué problemas pueden encontrarse en el futuro.

Una quinta estrategia que se estima esencial en todos los proyec­tos es «Hacer que el proyecto sea autosostenible garantizan­do que tendrá los recursos humanos y económicos necesarios para que perdure.» Antes de comenzar a trabajar, los que dise­ñan el proyecto deben reunir los recursos humanos y materiales que van a necesitar. Se debe redactar un presupuesto detallado. Si se busca una subvención, hay que justificar todos los gastos. Eso exige que se defina con todo cuidado el costo de los mate­riales, del trabajo y los salarios (costo por hora, horas de servi­cio, salarios mensuales, etc.). Las organizaciones que conceden ayuda financiera exigirán recibos y facturas justificadas de las compañías que venden los materiales. Todas las acciones del plan deben formar un proyecto coherente, planificado y sosteni­ble. Además hay que calcular de antemano los puntos fuertes y débiles de los que dirigirán el proyecto. Un buen liderazgo es siempre esencial.

Para hacer que un proyecto tenga éxito y produzca un impacto duradero, es importante crear relaciones con otras organizaciones, cuando sea posible, colaborando con otros grupos o instituciones que tengan objetivos similares. Un ejemplo de esto aparece en el Proyecto DREAM:

El Seton Institute, que fue fundado en 1985 y tiene su sede en Daly City, California, tiene relaciones históricamente muy cercanas con las Hijas de la Caridad, y les ayuda en la recogida de fondos. Busca ayuda para DREAM proce­dente de fuentes privadas y públicas. Como hay una orga­nización madrina que cubre todos los gastos de opera­ción del Seton Institute, el 100% de todas las contribucio­nes se dedica directamente a mantener los proyectos de atención sanitaria. Una oficina de las Hijas de la Caridad establecida recientemente, que se llama «International Project Services» (Servicios para proyec­tos internacionales) contribuye ahora también a la bús­queda de fondos.

En la historia de la «Homeless People’s Federation of the Philippines» (Federación Filipina para los sin techo) desde el comienzo mismo del proyecto la sostenibilidad fue un aspecto clave: «La búsqueda de un programa de ahorro que pudiera seguir creciendo manteniéndose a la vez sostenible condujo a la idea de un programa llevado por la comunidad misma, y no por un equipo de administración numeroso.»

La última de las estrategias orientadas a tareas dice: «Ser trans­parente, invitando a participar en la preparación de los pre­supuestos, y al comentar los informes financieros. Mantener controles cuidadosos sobre el dinero y la dirección.»

A lo que llamamos «transparencia» san Vicente llamaba «sen­cillez». Escribía: «Dios me ha dado una estima tan alta por la sen­cillez que la llamo mi evangelio. Tengo una especial devoción a decir las cosas tal como son.» En una charla titulada «Vivir hoy la espiritualidad de san Vicente» dada en Irlanda en marzo del año 2000 decía el padre Maloney:

Jesús, el Señor, espera de nosotros que tengamos la sen­cillez de la paloma. Esto quiere decir que demos nuestra opinión de una manera directa acerca de las cosas tal como honradamente las vemos, sin reservas inútiles. Quiere decir también que hagamos las cosas sin segun­das intenciones ni manipulación, con nuestra intención centrada solamente en Dios. Todos nosotros, pues, debe­mos cuidar mucho el comportarnos siempre con espíritu de sencillez, recordando que a Dios le agrada tratar con los sencillos, y que oculta sus secretos celestiales a los sabios y prudentes de este mundo, y que los revela a los sencillos. Yo diría hoy a todos los miembros de la fami­lia: sentid pasión por la verdad. Sed sinceros.

La transparencia contagia a los otros un espíritu de confianza y de propiedad. Hoy, igual que en tiempo de san Vicente, la sencillez, o transparencia, quiere decir ser genuino. Sigue siendo una cuali­dad muy atractiva para el hombre y la mujer de hoy a los que hemos sido llamados a servir. La transparencia incluye:

  • decir la verdad (dificil disciplina, sobre todo cuando está en juego nuestra conveniencia personal o cuando la verdad es embarazosa)
  • dar testimonio de la verdad (es decir, la autenticidad perso­nal que hace que la vida de una persona esté en consonancia con sus palabras)
  • buscar la verdad como un peregrino, más bien que creer que uno la posee como «propietario»
  • esforzarse por tener pureza de intención
  • practicar la verdad por medio de obras de justicia y caridad
  • vivir sobriamente y compartir lo que uno tiene
  • usar un lenguaje claro y transparente, sobre todo al enseñar y al predicar.

Para la «Homeless People’s Federation Philippines» es impor­tante la siguiente línea de orientación:

Los recursos financieros han crecido por razón del núme­ro creciente de comunidades que han venido a ser miem­bros (de la Federación), un crecimiento notable en el número de personas que han comenzado a ahorrar dine­ro, y el uso de programas de ahorro diversos. Los progra­mas insisten en la transparencia y en la necesidad de dar cuentas por parte de los que tienen alguna función direc­tiva. Según ha ido creciendo la concesión de microcrédi­tos, las comunidades locales han diseñado varios tipos de programas de ahorro; muchos de ellos se orientan hacia la adquisición de tierra.

IV. Estrategias orientadas a la corresponsabilidad

Hasta ahora hemos tratado de tres grupos de estrategias: las que se centran en la misión y proporcionan motivación y dirección a los proyectos; las que se centran en los pobres mismos y los ven como a los agentes más importantes en la transformación de sus propias vidas y de las comunidades en que viven; las que se cen­tran en tareas tales como análisis, organización, institucionaliza­ción y evaluación. Este capítulo va a tratar de las estrategias que se centran en establecer redes con otras instituciones similares y en la acción política como medios para garantizar que los proyectos ten­gan un efecto transformador en el interior de la sociedad. En un mundo en el que los pobres son olvidados con frecuencia, es impe­rativo que todos los grupos interesados trabajen juntos.

En varias ocasiones san Vicente tuvo que intervenir en cuestio­nes políticas para aliviar los sufrimientos de los pobres. Llegó a ser una figura pública muy influyente. Durante su vida se relacionó con reyes, reinas, ministros, autoridades públicas, nobles, miem­bros de la jerarquía eclesiástica, y con otras figuras nacionales e internacionales. Apeló a los poderosos para ayudar a los más pobres. Sabía que las decisiones de los grandes afectan a los peque­ños.

Vicente trabajó sin descanso por la paz y la justicia. Educó a sus seguidores para que hicieran lo mismo. No sólo rezó por la paz, sino que trabajó para conseguirla. Si miramos a sus acciones vere­mos que:

  • No tomó partido en las rivalidades políticas, pero intervino en hechos políticos cuando le pareció necesario.
  • Cuando lo exigían la justicia, la caridad y la compasión por los sufrimientos de los pobres, «su vocación personal de evangelizador de los pobres, y nada más, hizo que intervinie­ra en asuntos de naturaleza política», dice uno de sus biógra­fos, el padre Jaime Corera.5
  • Trató de remediar las causas que producen pobreza.
  • Su práctica caritativa brotaba de una vigorosa conciencia social.

Igual que en tiempo de san Vicente, una caridad genuina debe ser social, debe optar por la justicia, debe actuar sobre las estructu­ras económicas, políticas y culturales en el interior de la sociedad. Vicente trabajó por hacer más vivo el sentido de la responsabilidad de las autoridades de su tiempo en relación a las obras de caridad. Consiguió de los políticos que tuvieran conciencia de su obligación moral de ayudar a los pobres. Y de esta manera consiguió fundar y mantener hospitales con fondos públicos. Él usaba con frecuencia la expresión «el bien del público» refiriéndose a las obras de los grupos que fundó, pues su preocupación se extendía no sólo a indi­viduos sino también a conjuntos sociales tales como presos, niños, refugiados de guerra, etc. Pero en el siglo XVII las estructuras sociopolíticas se consideraban prácticamente intocables. Hoy sabe­mos sin embargo que está al alcance de la sociedad el establecer otro orden sociopolítico en el que se conviertan en realidad la influencia social de los pobres y la defensa de sus derechos.

Las estrategias que se proponen en este cuarto grupo son muy importantes, por no decir indispensables, para conseguir un cambio real en las vidas de los pobres. Son las siguientes:

  • Promover la corresponsabilidad social y la creación de redes de asistencia, sensibilizando a la sociedad en todos los nive­les, local, nacional e internacional, acerca de la necesidad de cambiar las condiciones injustas que afectan a las vidas de los pobres.
  • Construir una visión compartida con diversos grupos que puedan participar: comunidades pobres, individuos interesa­dos, donantes, iglesias, gobiernos, el sector privado, sindica­tos, los medios de comunicación, organizaciones y redes internacionales, y otros
  • Esforzarse por trasformar las situaciones injustas y por tener un impacto positivo por medio de la acción política, sobre los programas públicos y sobre las leyes.
  • Tener una actitud profética: anunciar, denunciar, y por medio de la asociación con otros comprometerse en acciones que ejerzan presión para conseguir cambios.

La primera estrategia en este grupo: «Promover la correspon­sabilidad social y la creación de redes de asistencia, sensibili­zando a la sociedad en todos los niveles, local, nacional e internacional, acerca de la necesidad de cambiar las condi­ciones injustas que afectan a las vidas de los pobres» no es sólo una estrategia que la Comisión para promover el Cambio Sistémico viera que estaba presente en todas las historias que se narran en este libro. Expresa también una convicción fundamen­tal de la Familia Vicenciana, a saber, que no debemos solamente atender a las necesidades del pobre individual, sino que debemos también intentar reformar las estructuras sociales injustas que con frecuencia ocultan y perpetúan las causas de la pobreza. En otras palabras, debemos tener a la vez un corazón caritativo y una conciencia social.

En El camino de Vicente de Paúl el padre Robert Maloney insiste en la importancia de formar una conciencia social como ele­mento indispensable para conseguir el cambio sistémico:

Hay que dar testimonio a través del lenguaje de las obras: obrando acciones de justicia y de misericordia que son un signo de que el reino de Dios está realmente vivo en medio de nosotros; dando de comer al hambriento, de beber al sediento, ayudando a encontrar las causas de su hambre y de su sed, y los modos de aliviar ambas; a tra­vés del lenguaje de las palabras: anunciando con convic­ción profunda la presencia del Señor, su amor, su ofreci­miento de perdón y su aceptación de todos; a través del lenguaje de las relaciones, estando con los pobres, traba­jando con ellos, formando una comunidad que muestre el amor de Dios hacia todos.

Para responder a las diferentes necesidades de los pobres debe­mos asociamos con organizaciones que tienen los mismos objeti­vos. Los proyectos producirán un impacto mayor si formamos una red con los muchos grupos que trabajan por la erradicación de la pobreza, en particular con las otras ramas de la Familia Vicenciana, nuestra red natural.

Esta idea viene subrayada y ampliada en la segunda estrategia: «Construir una visión compartida con diversos grupos que puedan participar: comunidades pobres, individuos interesa­dos, donantes, iglesias, gobiernos, el sector privado, sindica­tos, los medios de comunicación, organizaciones y redes internacionales, y otros.» Una visión compartida debe dirigir nuestros esfuerzos hacia el cambio, de modo que formulemos posibilidades futuras junto con todos los participantes. Cuando deseamos que haya una transformación, necesitamos estrategias valientes para conseguir objetivos importantes. San Vicente de Paúl tenía una visión que apuntaba muy alto. Él quería extender la compasión hacia todos, de manera que no se quedara sin ayuda nadie que la necesitara. Es fácil ver cómo esta visión animó a otros a la acción. La Familia Vicenciana está llena de gente que tiene esa misma visión.

Sin una buena comunicación nuestra visión compartida no se transmitirá a otros ni será adoptada por otros. Lo mismo san Vicente que santa Luisa fueron capaces de comunicar muy eficaz­mente su visión a los hombres y mujeres con los que trabajaban, y también a otras muchas personas. Dice sor Betty Ann McNeil, H.C.: «Vicente comunicaba su visión directamente a través de con­ferencias, cartas y notas a los que vivían cerca y a los que vivían muy lejos. Se calcula que durante su vida escribió por lo menos 30.000 cartas. También hizo que se imprimieran narraciones acer­ca de las provincias desoladas por la Guerra de los Treinta Años, e incluso una publicación periódica ‘Le magasin charitable'». Sus escritos, que han sido publicados en varias lenguas, han transmiti­do el carisma vicentino a gentes sin número a lo largo de los siglos. Comunicando su visión a gente de diferentes estamentos sociales, Vicente produjo un impacto poderoso en las vidas de los pobres. La Iglesia universal le aclama hoy como «Padre de los pobres». Es fundamental que sus seguidores continúen comunicando su visión para que produzca un impacto cada vez mayor en la erradicación de la pobreza.

El modelo básico de la misión vicentina es de tipo colaborador, que supone trabajo en equipo, asociarse con otros movimientos y fines compartidos. Todo esto aparece gráficamente en la historia de «The Passage»: «Intentamos poner nuestra parte en atacar las cau­sas raíces de la falta de vivienda por medio de la aceptación de dinero de varias fuentes, incluyendo el gobierno, y formando parte de estrategias nacionales y locales. Esto nos lleva a la escena polí­tica donde podemos tratar de influir en los programas. Intentamos de este modo usar nuestra experiencia y nuestro conocimiento rea­lista, uniendo a los que conceden subvenciones, a los donantes y a los elementos activos.» Sor Ellen Flynn, H.C., y el equipo de «The Passage» ampliaron el círculo de la solidaridad según comunicaban a otros su visión propia del proyecto.

Otro ejemplo de ampliación en la colaboración es la red de acción creada por las Hijas de la Caridad y la Comunidad de San Egidio en el Proyecto DREAM:

A mediados de diciembre de 2005 las Hijas de la Caridad y San Egidio establecieron una nueva relación de colabo­ración con los Catholic Relief Services (CRS-Servicios de socorro católico), quienes, a través de un consorcio de participantes llamado AIDS Relief (lucha contra el sida), están proporcionando ahora terapia antirretroviral en nueve países con ayuda de una subvención del President’s Emergency Plan for AIDS Relief (PEPFAR-Plan de emer­gencia del Presidente para la lucha contra el sida). El primer país que se ha beneficiado de esa nueva colabora­ción es Nigeria, donde en mayo de 2006 se abrió en un hospital de las Hijas de la Caridad en Abuja un Centro DREAM para la prevención de la transmisión del sida de madre a hijo. Desde ese punto se va a extender hacia varios lugares del mismo país una red de centros, con base en hospitales y clínicas que dirigen las hermanas, durante 2007 y 2008.

DREAM promueve lazos de colaboración entre varios sectores de la sociedad: los necesitados mismos como agentes principales, los gobiernos locales y nacionales, el sector privado (ONG, empre­sas), iglesias e individuos interesados.

La tercera estrategia expresa claramente la dedicación a la acción política: «Esforzarse por trasformar las situaciones injustas y por tener un impacto positivo por medio de la acción políti­ca, sobre los programas públicos y sobre las leyes.» Para lle­gar a conseguir un cambio sistémico varias ramas de la Familia Vicenciana se han comprometido en documentos recientes a estar al lado de los pobres en sus luchas por la justicia y a parti­cipar con ellos en la acción política.

El pecado corrompe no solo a los individuos sino también las estructuras sociales, las leyes, las políticas económicas, y otras muchas cosas. Enfrentado a la injusticia de la sociedad, Federico Ozanam escribió el 31 de abril de 1848: «La caridad no basta. Trata las heridas, pero no detiene los golpes que las producen… Hay una inmensa clase social pobre que no quiere limosnas sino institucio­nes.» Animó a los miembros de la Sociedad de San Vicente de Paúl a unirse a los pobres en sus esfuerzos por cambiar las estructuras sociales injustas. Fundó una publicación periódica llamada La nueva era que quería decir la verdad con imparcialidad, sin adhe­rirse a ningún partido político concreto, y promover la justicia social a favor de los pobres y de la clase trabajadora.

Hoy la Misión Vicenciana ante Naciones Unidas, en la que están representadas varias ramas de la Familia, intenta ayudar a los pobres en su lucha por la justicia, en particular a través de los Objetivos de Desarrollo para el Milenio, y a través de la defensa de los derechos humanos.

Esta estrategia viene también expresada en la historia de «The Passage»:

El servicio a los pobres está en el primer mundo bloquea­do constantemente por la política y la legislación, y por eso ‘The Passage’ acepta abiertamente dinero del gobier­no y se sienta en la mesa política para tener influencia. Se dirige al público local para educar y aumentar su con­ciencia, establece puentes entre sectores y trabaja en asociación con otras agencias voluntarias. De este modo `The Passage’ intenta desafiar y transformar la sociedad en la que opera, así como las vidas individuales de la gente pobre.

La última estrategia de este grupo dice: «Tener una actitud pro­fética: anunciar, denunciar, y por medio de la asociación con otros comprometerse en acciones que ejerzan presión para conseguir cambios.» Ser profeta, anunciar y denunciar la injus­ticia, es un deber para los seguidores de Cristo. Citando al profe­ta Isaías y proclamando la Buena Noticia para los pobres, Jesús anuncia el plan de su ministerio: (Lc 4,18): «El Espíritu del Señor está sobre mí. Porque me ha ungido para traer la buena noticia a los pobres. Él me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, la libertad a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor.» Él desafia repetidamente en los evangelios a las autoridades civiles y religiosas, llamándo­les a que pongan sus ojos en la verdad (cf. Lc 12,1 ss.).

Vicente no hablaba de derechos humanos, pues no era una expresión que se usara en su tiempo. Pero mostró una preocu­pación suma por la justicia. Como se dijo arriba, dio la vuelta a la Iglesia para que los pobres ocuparan en ella el primer lugar, y llamó a sus seguidores a ser servidores, evangelizando a los pobres y siendo evangelizados por ellos. La atención constante a crear una sociedad justa requiere solidaridad con los pobres, un valor vicenciano central. El padre Roberto Maloney habla con toda claridad acerca de la opción de san Vicente y de santa Luisa por los pobres:

San Vicente nos presenta un mundo alternativo y nos pide que entremos en él. Es un mundo en el que los pobres son los señores y en el que nosotros somos los sirvientes. Es un mundo en el que los últimos son los primeros, y los pri­meros últimos. En cierto modo es un mundo cabeza abajo. Santa Luisa expresa esto de una manera muy hermosa: «El pobre es el primero en la Iglesia. Es el príncipe y el señor, pues es una especie de encarnación de Cristo pobre. Debemos por ello servirles con respeto, sea cual sea su carácter o sus defectos. Y tenemos además que amarle.» (J. Calvet, Louise de Marillac par elle-méme. Traducción castellana: CEME, Salamanca).

El padre Maloney insiste en la necesidad no sólo de entender a Vicente y Luisa en el contexto de su tiempo, sino de adaptar sus enseñanzas al mundo de hoy.6 En nuestras narraciones de cambio sistémico hay varios ejemplos de acción política contemporánea. El padre Norberto Carcellar nos dice de los varios pasos tomados para la creación de la «Homeless Peoples Federation in the Philippines»:

La defensa de políticas de esa clase al nivel de ciudad intenta ejercer presión sobre los gobiernos locales para que ejecuten el mandato de proporcionar viviendas socia­les, tal como está previsto en UDHA, en el Local Government Code (LGC) de 1991, y en el Comprehensive and Integrated Shelter Finance Act (CISFA) de 1994. Tomados todos juntos, estos documentos legales propor­cionan una base para que las comunidades reclamen sus derechos y para reclamar también una participación de calidad en las estructuras de gobierno. Otro aspecto que defiende la Federación es conseguir que se diseñen estructuras para la relocación. Esto es totalmente necesario porque la mayor parte de los gobiernos locales no tie­nen líneas de acción para tratar de temas relacionados con la tenencia, tales como la evicción, la demolición, y viviendas de tipo social; y eso a pesar de la existencia de leyes a favor de los pobres, tales como el Urban Development and Housing Act. Se han diseñado y presen­tado borradores para planes de acción ciudadana. Sin embargo aún hay una gran necesidad de un seguimiento intensivo para asegurarse de que las ciudades cumplan esos planes a través de la legislación.

Todas las estrategias para el cambio sistémico que hemos veni­do exponiendo requieren una confianza firme en la capacidad humana y también una confianza sólida en la Providencia. Por esta razón será apropiado concluir este capítulo con las palabras del padre Pedro Opeka:

El progreso material nunca satisface del todo las ansias de los corazones de la gente. Nuestro espíritu está inquie­to cuando buscamos un sentido a la vida. La chispa de Dios se encuentra en todos y mueve al corazón humano a ir más allá de los horizontes limitados de la vida diaria. En Akamasoa nos damos cuenta de que tenemos que ayu­dar a la gente para experimentar las sorpresas de la vida. Cuando exploramos el misterio de la alianza entre Dios y la humanidad, cuando desarrollamos los dones de la compasión, de la misericordia y del compartir, nos move­mos más allá de los límites de la justicia humana y comenzamos a extender una caridad que no tiene límites. De este modo vivimos en la paz y en la alegría porque amamos profundamente. Con ese fin, intentamos volver continuamente a la fuente de la Buena Noticia y le abri­mos nuestros corazones. Si hacemos eso fielmente, enton­ces, siguiendo las huellas de Cristo, nosotros mismos seremos una Buena Noticia.

  1. Craig B. Mousin, «Vmcentian Leadership. Advocating for Justice,» Vincentian Heritage 26 (2005­-2006), 278.
  2. Marques, Eduardo. «Being Creative in Vincentian Leadership: the Case of the Society of Saint Vincent de Paul.» Vincentian Heritage 26 (2005-06) 229-242.
  3. Posig, Margaret, Ph.D. «Saint Vincent de Paul as a Leader of Change: The Key Roles of a Higher Purpose and Empowerment.» Vincentian Heritage 26 (2005-06) 27-41.
  4. José-María Román, San Vicente de Paúl (Madrid:BAC, 1982) I, 123.
  5. Jaime Corera, Vida del Señor Vicente de Paúl (Salamanca:CEME, 1995) 132-34.
  6. Para más información, véase: Robert P. Maloney, The Way of Vincent de Paul. (New York: New ity Press, 1992. Trad.. en castellano: «El camino de Vicente de Paul», Editorial CEME, Salamanca, 1993 ).

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