Espiritualidad vicenciana: Perdón

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Eamon Flanagan, C.M. · Año publicación original: 1995.

El perdón en la experiencia personal de Vicente. En las directrices dadas a sus misioneros. En la accción pas­toral de la CM. Frente al jansenismo. Perdón de Dios y perdón a los hermanos. Evaluación: mentalidad vicenciana y teología actual.


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asdEn el rito sacramental de la Reconciliación po­demos escuchar las palabras pronunciadas sobre nosotros: «Que Dios te conceda el perdón y la paz». En cierto sentido se podría decir que toda la fuerza de san Vicente en el ministerio estaba en mediar el perdón de Dios para todos los que entraban en contacto con él. Así como vemos sus tareas y trabajos como manifestación de la misericordia del Señor, miramos también sus pa­labras y enseñanzas con la misma finalidad.

Sus orientaciones a los misioneros los ex­hortan a predicar el arrepentimiento y a oír las confesiones (RC CM 1, 2).

Un gran motivo para la mansedumbre es que por esta virtud se anima al pueblo a volver al Se­ñor (ib. II, 6 cf. Pérez Flores-Orcajo, El camino de san Vicente es nuestro camino, CEME, Salaman­ca 1986, 128-130).

El profundo sentido que tiene san Vicente de la salvación de Dios le condujo a tener un gran deseo de extender el abrazo de la misericordia a más y más gente, especialmente a los pobres marginados. Urge y organiza a sus seguidores imaginando que Jesús mismo les está llamando para salir y predicar a los otros, porque «quizás su salvación depende de vuestra predicación y ca­tequesis» (X1, 56). El Santo es consciente de que llevar la redención y el perdón al prójimo puede ser muy costoso. Típicamente invoca aquí el ejem­plo de Jesús, que sufrió tan horriblemente y lle­vó una corona de espinas para salvarnos (XI, 58).

Cuando Vicente cuenta una y otra vez el ori­gen de la Congregación en la Iglesia, pone un gozoso sentimiento de cómo la compasión de Dios ha sido llevada a los pobres por los sacer­dotes de la Misión. Con esta ocasión contempla la posibilidad de ampliar esta buena influencia, y el Fundador pide perdón por sus propias faltas y por las de los misioneros (X1, 94ss).

En la experiencia ministerial de san Vicente se puede ver claramente una fuerte prueba del per­dón de Dios. Él fue testigo personal en la confe­sión de un hombre en Gannes, Picardía. Esto dejó una profunda impresión en él al ver la nece­sidad de la gracia del perdón entre la gente aban­donada del campo. De hecho, el penitente hizo a continuación una confesión pública de sus peca­dos y cómo los había venido ocultando durante mu­chos años. Éste y otros episodios similares esti­mularon a una noble señora, la Señora de Gondi, a pedir al joven sacerdote que fundara una co­munidad de buenos sacerdotes con el propósito de compartir la misericordia de Dios con los po­bres (X1, 698s; cf. Maloney, El camino de Vicente de Paúl. CEME, Salamanca 1993, 27-32). Poco des­pués, el 25 de enero de 1617, Vicente dio el fa­moso primer sermón de misión en Folleville, en la misma región, exhortando a los habitantes a la confesión general (X1, 700). Sus palabras fueron bendecidas por el Señor de tal modo que venía can­tidad de gente para ser perdonadas en la confe­sión, y debieron invitar a los jesuitas de Amiens para echar una mano a los confesores. De allí se amplió el movimiento arrollando los pueblos ve­cinos, como una gran oleada de bondad, «por el poder de la misericordia de Dios» (XI, 700).

Desde el comienzo, dar la gracia del perdón a través de la confesión iba de mano con la predicación y la catequesis en este nuevo mo­vimiento de misión (ib.). Vicente estaba tan con­vencido del valor de ofrecer la misericordia divi­na a los pecadores, que se preocupó también por la condición del clero, algunos de cuyos miembros no sabían siquiera las palabras de la absolución (XI, 95).

Así fue avanzando gradualmente hasta esta­blecer una comunidad para la misión con la fina­lidad de liberar una corriente de perdón de Dios para los pobres, el pueblo necesitado de su tiem­po, y ayudar a formar otros sacerdotes para ad­ministrar los sacramentos dignamente (X1, 96). De igual manera, el mismo varón profético inició el trabajo de los retiros en la casa-madre y en otros lugares. En más de una ocasión tuvo razón al de­fender este ministerio en varios terrenos, no me­nos que la potencial conversión de las personas a atender, «a las que el Señor podría convertir». (Román, San Vicente de Paúl. Biografía., BAC, Ma­drid 1981, 364, tomándolo de Abelly).

En la historia de los comienzos y efectos del Jansenismo, san Vicente jugó un papel impor­tante como opuesto a esta herejía. Lógicamente el evangelizador de los pobres, el olvidado pue­blo, vio en esta elitista, pero pesimista, doctrina una total antítesis a su fuerte impulso por reno­var la Iglesia. La opinión jansenista, relacionada con la de Lutero sobre la virtual corrupción de la naturaleza humana, era como una restricción del poder de salvación. La clara incapacidad para escapar de la condenación para algunos y el re­chazo ampliamente extendido de la comunión frecuente no eran de ningún modo bienvistos por Vicente de Paúl, que era un tipo tan incondicio­nal en invocar el amor misericordioso de Dios co­mo contrario a la fría austeridad jansenista (Román, o. c., 598ss; Coste, El señor Vicente. El gran san­to… CEME, Salamanca 1992, III, 103-128). La prue­ba de sus enormes esfuerzos a este respecto es el hecho de que los jansenistas vieron en él un adversario que no pudieron ignorar fácilmente (Coste, o. c., III, 127). El breve estudio que el mis­mo Santo escribió sobre el tema de la gracia re­futa claramente las pretensiones jansenistas, y muestra que la voluntad salvífica de Dios abarca a toda la gente. Dios da gracia suficiente, pero no­sotros debemos también comprometernos a ha­cer nuestra parte. San Vicente expresa esto de este modo en el trabajo referido: «Toda la gloria se debe a Dios, lo mismo que el maestro que to­ma y guía la mano del niño para hacerle escribir» (X, 197).

Respecto a la confesión sacramental como gran parte de la evangelización vicenciana, uno puede ver el avanzado sentido en el cual se en­tendió. Una de las conferencias del Fundador a las Hijas de la Caridad está dedicada a este sacramento (IX, 506ss). En ella encontramos los me­dios para un crecimiento personal, junto al perdón de los pecados. El tratamiento adoptado es el de una amplia catequesis llena de sabiduría, con una fuerte afirmación concluyente para subrayar la doctrina: «Ésta (una buena confesión) es la base de la perfección, y quiero creer que, si obráis de esta manera, Dios os colmará de sus gracias» (IX, 515).

El perdón que nosotros recibimos de Dios de­beríamos extenderlo a aquellos que han podido ofendernos. San Vicente expone este profundo imperativo cristiano en el contexto de la reconci­liación personal con los otros. También alude al texto de Ef. 4, 26 sobre no dejar que el sol se pon­ga sobre vuestra ira (IX, 1023). Hay una nota particularmente fuerte de íntima conversión y dulzura en la manera en que describe este pro­ceso. Nos vemos conducidos a una actitud de agradecimiento a Dios por este don: «Y como to­dos nosotros somos pobres pecadores, démos­le gracias a Dios por habernos dado un medio tan fácil para reconciliarnos unos con otros» (IX, 1026). Este examen de la experiencia y men­saje de san Vicente sobre el perdón de Dios, nos muestra cuán central es en el modelo de su vi­sión misionera.

Evaluación

El tenor del pensamiento vicenciano sobre el perdón está enfocado predominantemente en la dirección de la misericordia de Dios. Hay, es cier­to, algunas referencias a la justicia divina y al te­mor de Dios (v. g. XI, 272. 434. 657); pero Vicente no enfatiza el uso del castigo como motivación, cosa muy en boga, por otra parte, en los tiempos postridentinos.

La teología moderna en el espíritu del Vatica­no II, pone el énfasis en el amor a Dios como incentivo supremo para la conversión y el cre­cimiento en la virtud cristiana. Esto se basa en un sólido fundamento escriturístico (cf. X. León-Du­four, Vocabulario de Teología bíblica, HERDER, Bar­celona, v. Penitencia, conversión), particularmente evidente en los evangelios, donde Jesús salva a los pecadores en muchos encuentros célebres. El amor del Padre llama interiormente al hijo pró­digo, que, por supuesto, debe luego decidir per­sonalmente aceptar aquel amor y avanzar hacia el perdón ofrecido (Lc. 15). Puede haber pecado más o menos grave, pero el Señor perdonador en­sancha el toque curativo del perdón (V. Mona-mara, The Truth in Love, Dublin 1988, p. 172ss). La perspectiva vicenciana armoniza con todo es­to, y todavía sería muy bien vista por nuestra mentalidad contemporánea en cuanto compro­metida con la persona en su totalidad. El Funda­dor deseaba que sus sacerdotes de la Misión evi­ taran como una plaga cierta especie de severidad con los pecadores (RC CM XII, 11).

Parece que Vicente comparte la opinión pre­valente en la escolástica de que la salvación re­quiere el conocimiento explícito de los misterios de la Trinidad y la Encarnación. Esto podría ser muy bien una espuela para el celo y la miseri­cordia hacia los ignorantes (cf. v. g. (X, 919). En este aspecto, sin embargo, la actitud de hoy es más benigna, siguiendo la doctrina del Vaticano II sobre la voluntad salvífica universal de Dios y la disponibilidad de su gracia para toda persona de buena voluntad, fuera incluso de los límites de la condición específicamente cristiana de miem­bros de la Iglesia (Lumen Gentium, 16).

En nuestra valoración de su doctrina sobre el perdón, no podemos olvidar la influencia de la propia conversión de Vicente y la compasión del Señor que la rodeó. Él llegó a ver la grandeza de su llamada y la mezquindad de sus pasados des­lices en la adolescencia y joven adultez. Pero unos cuatro años antes de 1612, fue moldeado con los definitivos perfiles del hombre nuevo, en con­traste con su propio pasado (R. Stafford Pool, en Vincentiana 28 (1984) 435ss). La frecuentemen­te repetida manifestación de su capacidad de pe­car (sin duda exagerada por humildad) refleja implícitamente la convicción maduramente for­mada de que la gracia del Dios perdonador está grabada indeleblemente en su persona. El hom­bre que ha recibido mucho perdón puede ser realmente un testigo creíble del mismo en su pro­pia vida y sus palabras. Este testimonio vivo tie­ne gran peso en estos tiempos.

La gran Buena Nueva de Cristo comienza y si­gue con el chorro de perdón y de paz como com­pañera. El pecador puede alegrarse y mirar hacia adelante hacia una nueva vida de cumplimiento real cada día. Vicente de Paúl se aferra a la esen­cia de esta verdad evangélica. Con su fecunda vi­da y sus palabras la comparte abundantemente con nosotros.

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