Introducción
El término «observancia» aparece, en los comienzos de la historia de la vida consagrada, como una praxis ordinaria de dicha vida consagrada. Es un modo de vida más en conformidad con las exigencias de los Consejos evangélicos, diríamos hoy. Pasa más tarde a indicar un fenómeno peculiar de renovación en la misma vida religiosa de cada día, en conformidad con el espíritu y reglas propias de cada Instituto. Así es como la «observancia regular» mantenía y explicitaba el mismo concepto teológico de observancia como virtud cercana a la religión. Dice, en efecto, Santo Tomás de Aquino: «Como por la religión se da culto a Dios…, así por la observancia se rinden culto y honor a las personas constituidas en dignidad» (S. Th., 102, 1). En la práctica, este concepto abarca el conjunto de normas, establecidas jurídicamente, que regulan este acatamiento (u «observancia») a toda una serie de valores incorporados en el espíritu e ideal religiosos: desde Dios a los superiores, desde la Regla misma a las «consuetudines» o «santas costumbres» en la vida de comunidad incluso. La llamada «observancia regular» avala, como veremos, la autenticidad religiosa de la vida profesada, tanto a nivel comunitario como individual. El mismo Concilio Vaticano II acentúa este hecho en varios documentos, sobre todo en P. C. y en L. G. Es a partir de los siglos XV y XVI cuando el término «observancia» pasa a significar un hecho histórico muy significativo que caracteriza aun la vida religiosa; esto fue debido, sin duda, a las directrices reformadoras del Concilio de Trento (Cf. Diccionario teológico de la Vida Consagrada», Ed. Claretianas, Madrid 1989, «observancia»).
La espiritualidad vicenciana, surgida en gran medida al amparo del mismo movimiento eclesial reformista, es fruto providencial en la Iglesia de la «observancia evangélica» más sincera y auténtica («Cristo es la Regla», repetirá una y otra vez a los Misioneros y a las Hijas de la Caridad San Vicente de Paúl). Tanto la Congregación de la Misión como la Compañía de las Hijas de la Caridad no necesitaron nunca «reformarse» en la «observancia» de sus propósitos primeros, sino que nacieron ya «observantes». Y así han seguido hasta hoy, en su «aggiornamento» postconciliar, no sin contar, sin embargo, con algunas «innovaciones» o «acomodaciones», a lo largo de su historia, lo que nunca ha afectado al «ser constitutivo y fundacional» de ambas (Cf., sobre todo, superioratos de los PP. Generales Etienne y Fiat). No es de extrañar, pues, la insistencia con que tanto San Vicente como Santa Luisa, fundadores, practicaban y hacían practicar la más estricta «observancia» del espíritu y la norma del así llamado hoy «carisma vicenciano». No fue nun ca preciso, como en tantos otros Institutos religiosos, un regreso urgente y necesario a la «primitiva observancia», sino una práctica más exquisita y fiel de ella. Las razones para ello serán muchas, como explica el Santo en tantos lugares. La de la «autenticidad», por supuesto, la primera: fidelidad al propio ser y carisma. En lenguaje moderno, tanto las Reglas como la observancia debida, desde el ingreso en comunidad, son «unas reglas de juego a las que hay que atenerse» por el bien individual y comunitario. De otra manera, como veremos, adoctrinados por San Vicente, no se cumplirán ni la vida comunitaria ni sus fines propios, ya sea a nivel eclesial, comunitario o personal.
I. Qué es «observancia»: sus expresiones afines y contenido.
En su familia léxica, observar, observancia, observante, etc., tienen una gran variedad de sinónimos y contenidos semánticos (cf. Diccionario Real Academia): mirar o prestar atención a algo, atender, cumplir, guardar, obedecer, reverenciar, respetar; en algunas órdenes religiosas: régimen antiguo, a diferencia del reformado; costumbre, a la que se reconoce fuerza de ley. Todos estos sinónimos y sus contenidos tienen cabida bajo este epígrafe general de «observancia», sobre todo los de «guardar», «cumplir», «respetar» o «reverenciar». Y es que, por supuesto, para poder «guardar» o «cumplir» hay, primero, que «seguir de cerca» u «observar». A este propósito dice el Santo Fundador: «El propósito de la Compañía es imitar a nuestro Señor… ¿Qué quiere decir esto? Que se ha propuesto conformarse a él en su comportamiento, en sus acciones, en sus tareas y fines… Es menester (para ello) conformar nuestros pensamientos, nuestras obras y nuestras intenciones a las suyas» (XI, 383). Se trata, según el Santo, de Cristo, «ejemplar de toda perfección», al que hay que observar en detalle y al que, finalmente, hay que «conformarse», como hace el artista con su modelo. Se trata, en efecto, de mirar a Cristo primero («Cristo, Regla») para luego «observar» lo contemplado («contemplata tradere», decía la teología aristotélica-tomista): no otra cosa que el ser, sentir y hacer de Cristo, como pedía San Pablo a sus discípulos (Rom 15, 5- 6). Y San Vicente: «Nosotros hemos de conformarnos con ellas (las acciones y virtudes de Cristo), procurando ser hombres de virtud, no sólo en nuestro interior sino obrando exteriormente por virtud» (XI, 383). El mismo Cristo había advertido: «No todo el que me diga «Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos sino el que haga («observe») la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7, 21). Hay que tratar también, para «descubrir a Cristo y revestirse de su espíritu» según este programa vicenciano, de: a) ver a Dios en todas las personas, sobre todo en los más pobres; b} juzgar de las cosas como juzgó Jesús; c) «obrar siempre in nomine Domini» (Cf. Orcajo Antonino, C.M., El seguimiento de Jesús, según San Vicente de Paúl, Madrid 1990, 195-196).
La «observancia» auténtica implica «fidelidad» a la vez que «obediencia» y, en consecuencia, «amor»: a la voluntad del Padre, a su Enviado, «Regla de la Misión y de la Caridad», y al carisma de los Fundadores, como «principio de renovación» (Cf. P. C., 2, b y E. T., 11). La Iglesia en el canon 578 afirma taxativamente: «Todos han de observar con fidelidad la voluntad e intenciones de los fundadores, corroboradas por la voluntad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto». La meta de la «observancia religiosa» no es la satisfacción personal ni «el contento» de los superiores sino el amor a Dios y entre los hermanos: «Existen compañías en las que hay quienes se desafían a ver quién es más virtuoso. Pues bien, desde hoy todos los miembros de esta Compañía acepten este desafío» (XI, 46). San Vicente, ya al comienzo de las Reglas, dice: «El cumplir siempre y en todo lo que Dios quiere es un medio infalible para conseguir en poco tiempo la perfección cristiana. Todos intentaremos en la medida de nuestras fuerzas el hacer de eso una norma habitual…» (R C II 3) Y explica en una de sus múltiples conferencias sobre «la observancia regular»: «Para llegara la perfección hay que guardar («observar») bien las Reglas, pero, sobre todo, la que recomienda la santa unión y la caridad mutua entre nosotros» (XI, 405).
II. Las Reglas son santas y su observancia lleva a la santidad.
Su contenido es, en efecto, de «amor» (santidad). San Vicente de Paúl se detendrá en demostrar copiosamente, tanto a los Misioneros como a las Hijas de la Caridad, que también su fin es en consecuencia la santidad (éste ha sido siempre el convencimiento y la catequesis de los fundadores: «En efecto, ¿qué hallaréis en ellas (las R. C.) que no os mueva e incite a huir de todos los vicios, a practicar las virtudes y a observar los documentos evangélicos?» (prólogo a las R. C. X, 462). «Por tanto, para corresponder las Hermanas dignamente a tan santa vocación e imitar un modelo tan perfecto («Nuestro Señor Jesucristo»), procurarán vivir santamente y trabajar con gran cuidado en adquirir su propia perfección…, según estas reglas que practicarán fielmente como medios necesarios para conseguir el fin» (prólogo a las R. C: X, 874). He aquí otro texto luminoso del Santo, dirigido a las Hijas de la Caridad: «Hijas mías, ¡cuánta perfección contienen vuestras reglas y cómo tenéis que estar seguras de que es la mano de Dios la que os las ha dado, ya que están llenas de las prácticas más santas que Jesucristo enseñó a los que quieren seguirle, y las observaron los apóstoles y los santos!» (1X, 294). Y añade: «Éste es un motivo poderoso y una razón válida para animaras al cumplimiento y a la práctica («observancia») de vuestras reglas» (IX, 294).
Las santas reglas, bien practicadas, hacen santos a los que las practican: ¿no son los mismos fundadores, en su gran mayoría, los que en ese mismo cometido consiguieron la santidad? (San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, entre ellos). «Mis queridas Hermanas, dice el Santo, no hay necesidad de peregrinara Jerusalén ni de vivir con tanta austeridad; basta con guardar las reglas (para lograr la santidad) (IX, 880). A este respecto, San Vicente solía citar frecuentemente al Papa Clemente VIII en su famosa afirmación: «Mostradme una persona que haya guardado fielmente las reglas de su congregación o de la comunidad en que está y la declararé santa sin más milagros; sólo se necesita eso para canonizaría» (IX, 880), Según esto: «La santidad de una Hija de la Caridad consiste en observar sus reglas; pero insisto en que ha de observarlas bien, con espíritu, sirviendo debidamente a los pobres, con amor, con dulzura y compasión» (IX, 932). Y añadía en otra ocasión: «Sí hay algo que Dios se complace en mirar es la observancia de las reglas… Mis queridas Hermanas: que las Hijas de la Caridad se entreguen a Dios para observar bien sus reglas, ya que es ése el mayor gozo que pueden proporcionar a su Bondad» (IX, 975). Es famosa la conferencia del Santo sobre «la observancia de las Reglas» (30 de mayo de 1647); en ella, después de la «repetición de oración» de las Hermanas, entre otras hermosas ideas expuestas, nos dice: «Hijas mías, para vuestro consuelo os diré que no hay nada tan santo ni tan perfecto en los consejos evangélicos como aquello que se os prescribe en las reglas que Dios os ha dado; y es esto, por su gracia, lo que todas vosotras observáis» (IX, 293)• En esta misma conferencia señalan los dos Santos (estaba presente también Santa Luisa e intervino al lado de las Hermanas) las faltas ordinarias en comunidad por la «inobservancia» de las reglas: «las faltas más ordinarias son el poner poco cuidado en dedicarse a la oración, el no estimar bastante nuestras reglas, el estar convencidas de que no nos obligan, el ver mal que nuestros superiores tengan conocimiento de nuestras faltas y el tomarse la libertad de manifestar las faltas ajenas las unas a las otras, lo mismo que nuestras penas y pequeños descontentos, murmurando muchas veces contra los superiores» (IX, 291). En dicha conferencia también se señalan los medios para una más exigente «observancia». Y entre los motivos: «He aquí, pues, mis queridas Hijas algunos motivos para excitaros al amor, a la estima y a la fidelidad que debéis a vuestras reglas. El primero es que vuestra obra es obra de Dios; el segundo, que vuestra regla contiene los medios para encaminaros a la perfección cristiana; el tercero, que son conformes con el Evangelio y compuestas de lo que allí está tan claro para encaminar el alma hacia la virtud; que es difícil perseverar en la vocación si se descuida la observancia de las reglas; que son meritorias y satisfactorias…; y que así se cumple la voluntad de Dios» (IX, 296).
III. Obligatoriedad de la «observancia regular».
Tanto los sacerdotes de la Misión como las Hijas de la Caridad se sienten obligados, y así lo profesan al ingresar en comunidad, a «la observancia fiel» de las reglas y constituciones propias. En efecto, «todos deben observar, con obediencia activa y responsable, las constituciones y estatutos y demás normas vigentes en la Congregación» (Const., 63), entre otros lugares. Las Hijas de la Caridad, por su parte: «… procurarán vivir santamente,… según estas reglas que practicarán («observarán») fielmente como medios necesarios para conseguir el fin» (F1. C, 1, 11.
En el libro Meditaciones para los días de Ejercicios Espirituales, libro clásico en la espiritualidad de las Hijas de la Caridad, al referirse a la obligatoriedad de la observancia de las reglas, se leen estos motivos y razonamientos, sin duda tomados de la doctrina de San Vicente: «las reglas no han de ser vistas como obra y hechura de hombre» sino como «expresión de la voluntad de Dios»; «así lo pide el bien de la comunidad»; «lo exige el bien de los pobres», a quienes «regularmente» han de servir de por vida; «el respeto a las propias compañeras de comunidad», para no moverlas a la relajación; «el amor ordenado de ellas mismas, ya que de su observancia serán juzgadas en el ultimo día» (Meditaciones…, «observancia», Madrid, 1863). Sobre el modo y cuándo de su»observancia, apunta el mismo manual en forma abreviada: «con amor», «con presteza», «con suma exactitud», «en todo tiempo y lugar», «con ánimo resuelto y generoso», «con temor y sin descuido» «Debéis «observar las reglas» entera y puntualmente y hacer mucho caso de sus advertencias» («Enseñanzas de San Vicente», Madrid 1928, 1, 78). «En ello (en su «observancia»), dirá tajantemente en otra ocasión el Santo, va la salvación eterna; pues, aunque no estéis obligadas a vuestras Reglas bajo pecado, es cierto, puesto que estáis en la Compañía, que os halláis obligadas a observarlas» (IX, 295).
La única dispensa de las reglas, según acuerdo providente del mismo Santo con sus Hermanas eran los pobres (esto según el principio tan conocido suyo: «dejar a Dios por Dios»): «Nos quedamos, según creo recordar, en la cuestión de saber si era conveniente abandonar la regla en servicio de los pobres. Hijas mías, el servicio de los pobres tiene que preferirse siempre a todo lo demás… Cuando os dispenséis de algún ejercicio de nuestras reglas, es preciso que sea por juicio y no por gusto» (IX, 209). Y es que no hay que olvidar, como advertía con frecuencia el Santo, «la observancia de la regla» es, efectivamente, no un fin en sí misma sino un medio, tal vez el más eficaz por cuanto abarca para un mejor servicio del pobre y cumplimiento, a la vez, de la voluntad santificadora y salvífica de Dios: «Él os ha llamado a una Compañía para el servicio a los pobres; y para hacer que le sea agradable su servicio, os ha dado unas reglas; si mientras las practicáis os pide otra cosa, id, pues, a lo que se os ha mandado, Hermanas mías, sin dudar de que se trata de la voluntad de Dios» (IX, 209). De este principio, tan evangélico, se deduce que, a no ser en ciertas circunstancias, dejar de cumplir la regla no es pecado, como nos advirtió el Santo en texto recientemente citado.
«La regla y su observancia es un camino que Dios os ha señalado…; si os apartáis él, creed, hijas mías, que hay mucho peligro de perderse» (IX, 295). Sin embargo, la «inobservancia de la regla», en opinión unánime de san Vicente y los moralistas, puede llegar a ser pecado por razón de las circunstancias que la acompañan: si se viola al mismo tiempo un mandamiento de Dios o de la Iglesia, si se burlan las obligaciones de los santos votos, si se da escándalo o desprecio de la misma regla, si la comunidad sufre con ello desorden o inestabilidad que afecten negativamente a la paz y felicidad comunitarias, etc. Como se podrá deducir, en muy pocos la «inobservancia de la regla, sobre todo si es continua y consciente, podrá verse libre de culpabilidad y pecado «Ninguna regla obliga bajo pecado, dirá San Vicente, si la sustancia del acto prohibido no es de suyo pecado o no interviene en ello ningún desprecio, mal ejemplo o desobediencia, si la cosa se manda en virtud de santa obediencia» (II, 113). Sin embargo, de un modo enérgico dirá el Santo en esta otra ocasión: «Os lo repito: no podéis romperlas sin pecado cuando hay escándalo, desprecio o negligencia» (IX, 690). Habrá que recordar a este propósito la distinción que hace el Santo entre unas reglas y otras, lo que explica con cierta frecuencia a las Hermanas: «Tenéis algunas reglas de mandato, que están sacadas de los mandamientos de Dios y de la Sda. Escritura…; se peca contra las reglas de mandato… En cuanto a las reglas de consejo, no obligan bajo pecado, a no ser que haya desprecio» (IX, 728-729).
Y seguía el Santo explicándolo aún más, esta vez con algún ejemplo, conciliando así una gran prudencia, mezclada de suavidad, con una firme energía: «Algunas de vosotras habéis hecho votos y pecáis sí obráis en contra de ellos; como cuando una Hermana falta a la obediencia debida a los superiores, en cuyo caso peca contra las reglas de precepto, porque la Sda. Escritura manda ese precepto… Pongamos un ejemplo: no levantarse a las cuatro de la mañana, no acostarse a las nueve, etc son reglas de consejo. Quebrantarlas por flaqueza no es pecado, pero por desprecio sí lo es» (IX, 729). Movido el santo Fundador por el lema de San Agustín «ama y haz lo que quieras», animaba a sus Hijas con estas sabias y comprensivas palabras, a fin de ahorrarles escrúpulos lógicos: «Si rompo esta regla, peco mortalmente. ¡Ay! qué molesto es tener que observar todo esto. Hijas mías, no hay que pensar en ello sino sólo en observarlas, ya que esto es lo que agrada a Dios. Las almas que aman a Dios no se detienen a mirar: si hago tal cosa, ¿pecaré?» (IX, 737).
IV. Medios para una «observancia fiel».
Anteriormente se ha mencionado una conferencia del santo a las Hermanas en la que so-meramente les expone los medios para una «observancia fiel» (IX, 291). «Un medio, vuelve a decirles en otro lugar, para observar vuestras reglas es considerarlas como alas con las que voláis hacia Dios. Antes morir, ¡oh Salvador mío!, que faltara mis reglas; si faltare, quiero hacer penitencia» (IX, 728). Hay un medio, sin embargo, sobre todos los demás y que el Santo señala en la misma presentación y exposición de las reglas: la veneración y la estima; así dice el santo Fundador: «Todos veneraremos de corazón nuestras Reglas o Constituciones, incluso las que nos parezcan de menor importancia. Las miraremos como medio que Dios nos da para adquirir la perfección propia de nuestra vocación y así conseguir la salvación. Por ello, excitaremos en nosotros con frecuencia el deseo vivo y generoso de observarlas con fidelidad» (R. C., 12, 13). Frente al desinterés y desgana por «la observancia regular», San Vicente señala como óptimo remedio: «Hacer todo lo contrario, informarse muchas veces de cuáles son nuestras reglas, declarar a nuestros superiores lo antes posible las faltas que hemos cometido contra ellas, entregarse a Dios todos los días para practicarlas, pedir su gracia y rezar a la Stma. Virgen y a nuestro Ángel de la Guarda» (IX, 292). Otro remedio muy eficaz es el que señalan las mismas Reglas: «Todos las tendrán consigo y las leerán o las oirán leer enteras al menos una vez cada dos meses, y procurarán entenderlas bien» (R. C., XII, 14).
Estas prácticas se han venido observando con relativa meticulosidad en la doble Compañía, sobre todo con la ocasión del retiro anual. La obediencia a los superiores es, según Santa Luisa, otro de los medios imprescindibles: «Por eso, les suplico a todas, mis queridas Hermanas, en el nombre y por amor de nuestro Señor, que me crean y que cada una se diga en su interior: Sí Salvador mío, tú me quieres aquí_ voy a aplicarme a comprender bien nuestras reglas a esforzarme en ponerlas en práctica mediante la obediencia a mis superiores» (Sta. Luisa: carta a Sor Nicolasa Haran, S. L. M., CEME, 615). Otro de los medios, no del todo ingenuo por cierto, será el no considerar las Reglas difíciles de cumplir sino fáciles, partiendo siempre del amor a Dios («que todo lo puede») y a la Compañía. «Son Reglas muy fáciles; sabéis, además, que os hacen agradables a Dios y que siguiéndolas (observándolas) cumplís su santísima voluntad» (IX, 132). Yes que, como repetirá el Santo más de una vez, «Dios es un padre tan bueno que no pide imposibles a sus hijos». He aquí, otra expresión gráfica y convincente del Santo: «Siempre he oído comparar lo que cuesta la observancia de las reglas con lo que cuesta llevar un anillo en el dedo, porque uno se acostumbra a ello; pues bien, cuando una persona se acostumbra a la observancia de las reglas tiene la misma dificultad en ello como si llevase un anillo» (IX, 1085; cf. también otros medios en XI, 776-777). También la humildad sincera es un medio básico para conseguir «la santa observancia de las reglas», ya que «sólo Dios ve el interior». Es el mismo Cristo quien advierte, hoy como ayer: «Vosotros (refiriéndose a los fariseos) presumís de observantes delante de la gente, pero Dios os conoce por dentro. La arrogancia con los hombres Dios la detesta» (Lc XVI, 15).
V. Bendiciones inherentes a «la observancia».
Qué gran alegría sentía Santa Luisa, no disimulada, cuando se enteraba por alguien de «la fiel observancia» de sus comunidades. «El Señor Vicente me ha contado maravillas de Sor Cecilia y de la observancia de nuestras Hermanas» (S. L. M., CEME, 288). «La observancia regular» es, efecto, «fuente de toda clase de bienes y bendiciones»: «La observancia de las Constituciones es para una Hija de la Caridad el medio de responder al Padre, a su amor por los pobres; que se traduce de manera patente en su ternura preferencial por los pobres; el medio de unirse a Cristo Servidor, consagrado y enviado para llevar la Buena Noticia a los pobres; el medio de depender del Espíritu Santo, dejándole crear en ella «la semejanza con Cristo, manso y humilde de corazón», y cooperando al máximo en su acción en la persona y en la vida de los pobres» (instrucción sobre los Votos de las Hijas de la Caridad, Madrid 1990, 21; cf también C. 2, 3). Ante este convencimiento de tanto fruto espiritual, de igual manera el Santo se goza en la observancia de sus Hijas, dudando si decírselo a ellas o no («tengo miedo de que alguna se enorgullezca si os lo digo…, aunque también podría animar a otras»): «Hablaba uno de estos días con un gran siervo de Dios, y me dijo que no veía nada tan útil en la Iglesia (como la Compañía)… ¿Sabéis de dónde habéis adquirido esta fama entre la gente? Ha sido por la práctica («observancia») de vuestras reglas. Y ¿quién os podrá mantener en ella? Esta misma práctica («observancia») y nada más» (IX, 204).
Es famosa la paráfrasis que hace el Santo Fundador de las palabras de Moisés al leer y entregar la Ley de Dios al pueblo de Israel para animarle a su «observancia» (cf Dt, c. 28): «Si la observáis, os prometo de parte de Dios mis bendiciones en todas vuestras obras: bendición cuando estéis en vuestras casas, bendición cuando salgáis de ellas, bendición en vuestro trabajo, bendición en vuestro descanso, bendición en todo lo que hagáis; en una palabra, todas las bendiciones abundarán en vosotras y sobre vosotras…» (IX, 305). Sin duda alguna, la gran bendición de Dios para quienes «observan» y cumplen la regla es la predestinación, como afirma San Vicente: «Así, pues, hijas mías, habéis sido escogidas por Dios para ser predestinadas, si sois fieles a la observancia de las reglas» (IX, 733). Así es como trataba en otra ocasión de motivar aún más a las Hermanas: «Tomad esta resolución desde ahora mismo, para que no tengáis que escuchar en la hora de la muerte esta maldición de boca del Esposo: «Estabais dormidas en la observancia de vuestras reglas; ahora yo no os conozco como esposas; marchaos, os abandono»» (1X, 1144).
En este mismo sentido de «bendición del Cielo para la observancia»; escribía el P. Etienne, Superior General de la C.M. y de las HH. CC., en carta a las Hermanas, 25 de mayo de 1855: «Todo el éxito de vuestros trabajos, toda la prosperidad de vuestras obras y toda la gloria que vuestra santa vocación da a Dios son el fruto de vuestra fidelidad en observar vuestras reglas y santos votos… Sabed que las casas que son abundantemente favorecidas por las bendiciones del Cielo son aquéllas donde la observancia está en vigor» (Conf. de los Sup. Gen., t. 1, Madrid 1913).
Ésta es «la oración por la santa observancia» con la que San Vicente terminaba una de sus conferencias: «Pido al Señor, autor de todas nuestras reglas, que os conceda la gracia de observarlas, a fin de que, permaneciendo en esta práctica, como en un navío, podáis llegar con seguridad al Cielo, donde recibiréis el salario de vuestro trabajo» (IX, 216).
Bibliografía
SAN VICENTE DE PAÚL, Reglas comunes de la Compañía de las Hijas de la Caridad.- SAN VICENTE DE PAÚL, Reglas comunes y constituciones de la Congregación de la Misión.- SANTA LUISA DE MARILLAC, Correspondencia y escritos, CEME, Salamanca 1985.- A. ORCAJO-M. PÉREZ FLORES, San Vicente de Paúl. 11. Espiritualidad y escritos, BAC, Madrid 1982.- Diccionario teológico de la vida consagrada, Public. Claretianas, Madrid 1989.