Espiritualidad vicenciana: Observancia

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Author: Timoteo Marquina, C.M. · Year of first publication: 1995.

Introducción. I. Qué es «observancia»: sus ex­presiones afines y contenido.- II. Las Reglas son santas y su observancia lleva a la santidad.- III. Obligatoriedad de la «ob­servancia regular».- IV. Medios para una «observancia fiel».- V. Bendiciones inherentes a «la observancia».


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Introducción

El término «observancia» aparece, en los co­mienzos de la historia de la vida consagrada, co­mo una praxis ordinaria de dicha vida consagra­da. Es un modo de vida más en conformidad con las exigencias de los Consejos evangélicos, diríamos hoy. Pasa más tarde a indicar un fenó­meno peculiar de renovación en la misma vida religiosa de cada día, en conformidad con el es­píritu y reglas propias de cada Instituto. Así es como la «observancia regular» mantenía y expli­citaba el mismo concepto teológico de obser­vancia como virtud cercana a la religión. Dice, en efecto, Santo Tomás de Aquino: «Como por la religión se da culto a Dios…, así por la observan­cia se rinden culto y honor a las personas cons­tituidas en dignidad» (S. Th., 102, 1). En la práctica, este concepto abarca el conjunto de nor­mas, establecidas jurídicamente, que regulan es­te acatamiento (u «observancia») a toda una se­rie de valores incorporados en el espíritu e ideal religiosos: desde Dios a los superiores, desde la Regla misma a las «consuetudines» o «santas costumbres» en la vida de comunidad incluso. La llamada «observancia regular» avala, como ve­remos, la autenticidad religiosa de la vida profe­sada, tanto a nivel comunitario como individual. El mismo Concilio Vaticano II acentúa este hecho en varios documentos, sobre todo en P. C. y en L. G. Es a partir de los siglos XV y XVI cuando el término «observancia» pasa a significar un he­cho histórico muy significativo que caracteriza aun la vida religiosa; esto fue debido, sin duda, a las directrices reformadoras del Concilio de Tren­to (Cf. Diccionario teológico de la Vida Consa­grada», Ed. Claretianas, Madrid 1989, «obser­vancia»).

La espiritualidad vicenciana, surgida en gran medida al amparo del mismo movimiento eclesial reformista, es fruto providencial en la Iglesia de la «observancia evangélica» más sincera y au­téntica («Cristo es la Regla», repetirá una y otra vez a los Misioneros y a las Hijas de la Caridad San Vicente de Paúl). Tanto la Congregación de la Misión como la Compañía de las Hijas de la Caridad no necesitaron nunca «reformarse» en la «observancia» de sus propósitos primeros, sino que nacieron ya «observantes». Y así han segui­do hasta hoy, en su «aggiornamento» postcon­ciliar, no sin contar, sin embargo, con algunas «in­novaciones» o «acomodaciones», a lo largo de su historia, lo que nunca ha afectado al «ser consti­tutivo y fundacional» de ambas (Cf., sobre todo, superioratos de los PP. Generales Etienne y Fiat). No es de extrañar, pues, la insistencia con que tanto San Vicente como Santa Luisa, fundado­res, practicaban y hacían practicar la más estric­ta «observancia» del espíritu y la norma del así llamado hoy «carisma vicenciano». No fue nun­ ca preciso, como en tantos otros Institutos reli­giosos, un regreso urgente y necesario a la «pri­mitiva observancia», sino una práctica más ex­quisita y fiel de ella. Las razones para ello serán muchas, como explica el Santo en tantos lugares. La de la «autenticidad», por supuesto, la prime­ra: fidelidad al propio ser y carisma. En lenguaje moderno, tanto las Reglas como la observancia debida, desde el ingreso en comunidad, son «unas reglas de juego a las que hay que atenerse» por el bien individual y comunitario. De otra manera, como veremos, adoctrinados por San Vicente, no se cumplirán ni la vida comunitaria ni sus fines pro­pios, ya sea a nivel eclesial, comunitario o per­sonal.

I. Qué es «observancia»: sus ex­presiones afines y contenido.

En su familia léxica, observar, observancia, ob­servante, etc., tienen una gran variedad de sinó­nimos y contenidos semánticos (cf. Diccionario Real Academia): mirar o prestar atención a algo, atender, cumplir, guardar, obedecer, reverenciar, respetar; en algunas órdenes religiosas: régimen antiguo, a diferencia del reformado; costumbre, a la que se reconoce fuerza de ley. Todos estos sinónimos y sus contenidos tienen cabida bajo es­te epígrafe general de «observancia», sobre to­do los de «guardar», «cumplir», «respetar» o «re­verenciar». Y es que, por supuesto, para poder «guardar» o «cumplir» hay, primero, que «seguir de cerca» u «observar». A este propósito dice el Santo Fundador: «El propósito de la Compañía es imitar a nuestro Señor… ¿Qué quiere decir es­to? Que se ha propuesto conformarse a él en su comportamiento, en sus acciones, en sus tareas y fines… Es menester (para ello) conformar nues­tros pensamientos, nuestras obras y nuestras in­tenciones a las suyas» (XI, 383). Se trata, según el Santo, de Cristo, «ejemplar de toda perfec­ción», al que hay que observar en detalle y al que, finalmente, hay que «conformarse», como hace el artista con su modelo. Se trata, en efecto, de mirar a Cristo primero («Cristo, Regla») para lue­go «observar» lo contemplado («contemplata tra­dere», decía la teología aristotélica-tomista): no otra cosa que el ser, sentir y hacer de Cristo, co­mo pedía San Pablo a sus discípulos (Rom 15, 5- 6). Y San Vicente: «Nosotros hemos de confor­marnos con ellas (las acciones y virtudes de Cris­to), procurando ser hombres de virtud, no sólo en nuestro interior sino obrando exteriormente por virtud» (XI, 383). El mismo Cristo había adverti­do: «No todo el que me diga «Señor, Señor, en­trará en el Reino de los Cielos sino el que haga («observe») la voluntad de mi Padre celestial» (Mt 7, 21). Hay que tratar también, para «descu­brir a Cristo y revestirse de su espíritu» según este programa vicenciano, de: a) ver a Dios en to­das las personas, sobre todo en los más pobres; b} juzgar de las cosas como juzgó Jesús; c) «obrar siempre in nomine Domini» (Cf. Orcajo Antonino, C.M., El seguimiento de Jesús, según San Vi­cente de Paúl, Madrid 1990, 195-196).

La «observancia» auténtica implica «fidelidad» a la vez que «obediencia» y, en consecuencia, «amor»: a la voluntad del Padre, a su Enviado, «Regla de la Misión y de la Caridad», y al caris­ma de los Fundadores, como «principio de reno­vación» (Cf. P. C., 2, b y E. T., 11). La Iglesia en el canon 578 afirma taxativamente: «Todos han de observar con fidelidad la voluntad e intenciones de los fundadores, corroboradas por la voluntad eclesiástica competente, acerca de la naturale­za, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así co­mo también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto». La meta de la «observancia religiosa» no es la satisfac­ción personal ni «el contento» de los superiores sino el amor a Dios y entre los hermanos: «Exis­ten compañías en las que hay quienes se desa­fían a ver quién es más virtuoso. Pues bien, des­de hoy todos los miembros de esta Compañía acepten este desafío» (XI, 46). San Vicente, ya al comienzo de las Reglas, dice: «El cumplir siem­pre y en todo lo que Dios quiere es un medio infalible para conseguir en poco tiempo la per­fección cristiana. Todos intentaremos en la me­dida de nuestras fuerzas el hacer de eso una nor­ma habitual…» (R C II 3) Y explica en una de sus múltiples conferencias sobre «la observancia re­gular»: «Para llegara la perfección hay que guar­dar («observar») bien las Reglas, pero, sobre to­do, la que recomienda la santa unión y la caridad mutua entre nosotros» (XI, 405).

II. Las Reglas son santas y su observancia lleva a la santidad.

Su contenido es, en efecto, de «amor» (san­tidad). San Vicente de Paúl se detendrá en de­mostrar copiosamente, tanto a los Misioneros co­mo a las Hijas de la Caridad, que también su fin es en consecuencia la santidad (éste ha sido siem­pre el convencimiento y la catequesis de los fun­dadores: «En efecto, ¿qué hallaréis en ellas (las R. C.) que no os mueva e incite a huir de todos los vicios, a practicar las virtudes y a observar los documentos evangélicos?» (prólogo a las R. C. X, 462). «Por tanto, para corresponder las Her­manas dignamente a tan santa vocación e imitar un modelo tan perfecto («Nuestro Señor Jesu­cristo»), procurarán vivir santamente y trabajar con gran cuidado en adquirir su propia perfec­ción…, según estas reglas que practicarán fiel­mente como medios necesarios para conseguir el fin» (prólogo a las R. C: X, 874). He aquí otro texto luminoso del Santo, dirigido a las Hijas de la Caridad: «Hijas mías, ¡cuánta perfección con­tienen vuestras reglas y cómo tenéis que estar seguras de que es la mano de Dios la que os las ha dado, ya que están llenas de las prácticas más santas que Jesucristo enseñó a los que quieren seguirle, y las observaron los apóstoles y los santos!» (1X, 294). Y añade: «Éste es un motivo poderoso y una razón válida para animaras al cum­plimiento y a la práctica («observancia») de vues­tras reglas» (IX, 294).

Las santas reglas, bien practicadas, hacen santos a los que las practican: ¿no son los mis­mos fundadores, en su gran mayoría, los que en ese mismo cometido consiguieron la santidad? (San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, entre ellos). «Mis queridas Hermanas, dice el San­to, no hay necesidad de peregrinara Jerusalén ni de vivir con tanta austeridad; basta con guardar las reglas (para lograr la santidad) (IX, 880). A este respecto, San Vicente solía citar frecuentemen­te al Papa Clemente VIII en su famosa afirma­ción: «Mostradme una persona que haya guardado fielmente las reglas de su congregación o de la comunidad en que está y la declararé santa sin más milagros; sólo se necesita eso para canoni­zaría» (IX, 880), Según esto: «La santidad de una Hija de la Caridad consiste en observar sus reglas; pero insisto en que ha de observarlas bien, con espíritu, sirviendo debidamente a los pobres, con amor, con dulzura y compasión» (IX, 932). Y aña­día en otra ocasión: «Sí hay algo que Dios se complace en mirar es la observancia de las re­glas… Mis queridas Hermanas: que las Hijas de la Caridad se entreguen a Dios para observar bien sus reglas, ya que es ése el mayor gozo que pue­den proporcionar a su Bondad» (IX, 975). Es fa­mosa la conferencia del Santo sobre «la obser­vancia de las Reglas» (30 de mayo de 1647); en ella, después de la «repetición de oración» de las Hermanas, entre otras hermosas ideas expues­tas, nos dice: «Hijas mías, para vuestro consue­lo os diré que no hay nada tan santo ni tan per­fecto en los consejos evangélicos como aquello que se os prescribe en las reglas que Dios os ha dado; y es esto, por su gracia, lo que todas vo­sotras observáis» (IX, 293)• En esta misma con­ferencia señalan los dos Santos (estaba presen­te también Santa Luisa e intervino al lado de las Hermanas) las faltas ordinarias en comunidad por la «inobservancia» de las reglas: «las faltas más ordinarias son el poner poco cuidado en de­dicarse a la oración, el no estimar bastante nues­tras reglas, el estar convencidas de que no nos obligan, el ver mal que nuestros superiores ten­gan conocimiento de nuestras faltas y el tomar­se la libertad de manifestar las faltas ajenas las unas a las otras, lo mismo que nuestras penas y pequeños descontentos, murmurando muchas veces contra los superiores» (IX, 291). En dicha conferencia también se señalan los medios para una más exigente «observancia». Y entre los mo­tivos: «He aquí, pues, mis queridas Hijas algunos motivos para excitaros al amor, a la estima y a la fidelidad que debéis a vuestras reglas. El prime­ro es que vuestra obra es obra de Dios; el se­gundo, que vuestra regla contiene los medios pa­ra encaminaros a la perfección cristiana; el tercero, que son conformes con el Evangelio y com­puestas de lo que allí está tan claro para encaminar el alma hacia la virtud; que es difícil perseverar en la vocación si se descuida la observancia de las reglas; que son meritorias y satisfactorias…; y que así se cumple la voluntad de Dios» (IX, 296).

III. Obligatoriedad de la «ob­servancia regular».

Tanto los sacerdotes de la Misión como las Hijas de la Caridad se sienten obligados, y así lo profesan al ingresar en comunidad, a «la obser­vancia fiel» de las reglas y constituciones pro­pias. En efecto, «todos deben observar, con obe­diencia activa y responsable, las constituciones y estatutos y demás normas vigentes en la Con­gregación» (Const., 63), entre otros lugares. Las Hijas de la Caridad, por su parte: «… procurarán vivir santamente,… según estas reglas que prac­ticarán («observarán») fielmente como medios necesarios para conseguir el fin» (F1. C, 1, 11.

En el libro Meditaciones para los días de Ejer­cicios Espirituales, libro clásico en la espiritualidad de las Hijas de la Caridad, al referirse a la obliga­toriedad de la observancia de las reglas, se leen estos motivos y razonamientos, sin duda toma­dos de la doctrina de San Vicente: «las reglas no han de ser vistas como obra y hechura de hom­bre» sino como «expresión de la voluntad de Dios»; «así lo pide el bien de la comunidad»; «lo exige el bien de los pobres», a quienes «regular­mente» han de servir de por vida; «el respeto a las propias compañeras de comunidad», para no moverlas a la relajación; «el amor ordenado de ellas mismas, ya que de su observancia serán juzgadas en el ultimo día» (Meditaciones…, «ob­servancia», Madrid, 1863). Sobre el modo y cuán­do de su»observancia, apunta el mismo manual en forma abreviada: «con amor», «con preste­za», «con suma exactitud», «en todo tiempo y lu­gar», «con ánimo resuelto y generoso», «con te­mor y sin descuido» «Debéis «observar las reglas» entera y puntualmente y hacer mucho caso de sus advertencias» («Enseñanzas de San Vicente», Madrid 1928, 1, 78). «En ello (en su «observan­cia»), dirá tajantemente en otra ocasión el Santo, va la salvación eterna; pues, aunque no estéis obligadas a vuestras Reglas bajo pecado, es cier­to, puesto que estáis en la Compañía, que os ha­lláis obligadas a observarlas» (IX, 295).

La única dispensa de las reglas, según acuer­do providente del mismo Santo con sus Herma­nas eran los pobres (esto según el principio tan conocido suyo: «dejar a Dios por Dios»): «Nos quedamos, según creo recordar, en la cuestión de saber si era conveniente abandonar la regla en servicio de los pobres. Hijas mías, el servicio de los pobres tiene que preferirse siempre a todo lo demás… Cuando os dispenséis de algún ejerci­cio de nuestras reglas, es preciso que sea por jui­cio y no por gusto» (IX, 209). Y es que no hay que olvidar, como advertía con frecuencia el Santo, «la observancia de la regla» es, efectivamente, no un fin en sí misma sino un medio, tal vez el más efi­caz por cuanto abarca para un mejor servicio del pobre y cumplimiento, a la vez, de la voluntad san­tificadora y salvífica de Dios: «Él os ha llamado a una Compañía para el servicio a los pobres; y pa­ra hacer que le sea agradable su servicio, os ha dado unas reglas; si mientras las practicáis os pi­de otra cosa, id, pues, a lo que se os ha manda­do, Hermanas mías, sin dudar de que se trata de la voluntad de Dios» (IX, 209). De este principio, tan evangélico, se deduce que, a no ser en cier­tas circunstancias, dejar de cumplir la regla no es pecado, como nos advirtió el Santo en texto re­cientemente citado.

«La regla y su observancia es un camino que Dios os ha señalado…; si os apartáis él, creed, hi­jas mías, que hay mucho peligro de perderse» (IX, 295). Sin embargo, la «inobservancia de la re­gla», en opinión unánime de san Vicente y los moralistas, puede llegar a ser pecado por razón de las circunstancias que la acompañan: si se vio­la al mismo tiempo un mandamiento de Dios o de la Iglesia, si se burlan las obligaciones de los santos votos, si se da escándalo o desprecio de la misma regla, si la comunidad sufre con ello de­sorden o inestabilidad que afecten negativamen­te a la paz y felicidad comunitarias, etc. Como se podrá deducir, en muy pocos la «inobservancia de la regla, sobre todo si es continua y consciente, podrá verse libre de culpabilidad y pecado «Nin­guna regla obliga bajo pecado, dirá San Vicente, si la sustancia del acto prohibido no es de suyo pecado o no interviene en ello ningún desprecio, mal ejemplo o desobediencia, si la cosa se man­da en virtud de santa obediencia» (II, 113). Sin embargo, de un modo enérgico dirá el Santo en esta otra ocasión: «Os lo repito: no podéis rom­perlas sin pecado cuando hay escándalo, des­precio o negligencia» (IX, 690). Habrá que recor­dar a este propósito la distinción que hace el San­to entre unas reglas y otras, lo que explica con cierta frecuencia a las Hermanas: «Tenéis algu­nas reglas de mandato, que están sacadas de los mandamientos de Dios y de la Sda. Escritura…; se peca contra las reglas de mandato… En cuan­to a las reglas de consejo, no obligan bajo peca­do, a no ser que haya desprecio» (IX, 728-729).

Y seguía el Santo explicándolo aún más, esta vez con algún ejemplo, conciliando así una gran pru­dencia, mezclada de suavidad, con una firme ener­gía: «Algunas de vosotras habéis hecho votos y pecáis sí obráis en contra de ellos; como cuando una Hermana falta a la obediencia debida a los su­periores, en cuyo caso peca contra las reglas de precepto, porque la Sda. Escritura manda ese pre­cepto… Pongamos un ejemplo: no levantarse a las cuatro de la mañana, no acostarse a las nue­ve, etc son reglas de consejo. Quebrantarlas por flaqueza no es pecado, pero por desprecio sí lo es» (IX, 729). Movido el santo Fundador por el le­ma de San Agustín «ama y haz lo que quieras», animaba a sus Hijas con estas sabias y com­prensivas palabras, a fin de ahorrarles escrúpulos lógicos: «Si rompo esta regla, peco mortalmen­te. ¡Ay! qué molesto es tener que observar todo esto. Hijas mías, no hay que pensar en ello sino sólo en observarlas, ya que esto es lo que agra­da a Dios. Las almas que aman a Dios no se de­tienen a mirar: si hago tal cosa, ¿pecaré?» (IX, 737).

IV. Medios para una «observancia fiel».

Anteriormente se ha mencionado una confe­rencia del santo a las Hermanas en la que so-meramente les expone los medios para una «ob­servancia fiel» (IX, 291). «Un medio, vuelve a decirles en otro lugar, para observar vuestras re­glas es considerarlas como alas con las que vo­láis hacia Dios. Antes morir, ¡oh Salvador mío!, que faltara mis reglas; si faltare, quiero hacer pe­nitencia» (IX, 728). Hay un medio, sin embargo, sobre todos los demás y que el Santo señala en la misma presentación y exposición de las reglas: la veneración y la estima; así dice el santo Fun­dador: «Todos veneraremos de corazón nuestras Reglas o Constituciones, incluso las que nos pa­rezcan de menor importancia. Las miraremos como medio que Dios nos da para adquirir la perfección propia de nuestra vocación y así con­seguir la salvación. Por ello, excitaremos en nos­otros con frecuencia el deseo vivo y generoso de observarlas con fidelidad» (R. C., 12, 13). Frente al desinterés y desgana por «la observancia regu­lar», San Vicente señala como óptimo remedio: «Hacer todo lo contrario, informarse muchas ve­ces de cuáles son nuestras reglas, declarar a nuestros superiores lo antes posible las faltas que hemos cometido contra ellas, entregarse a Dios todos los días para practicarlas, pedir su gra­cia y rezar a la Stma. Virgen y a nuestro Ángel de la Guarda» (IX, 292). Otro remedio muy eficaz es el que señalan las mismas Reglas: «Todos las tendrán consigo y las leerán o las oirán leer en­teras al menos una vez cada dos meses, y pro­curarán entenderlas bien» (R. C., XII, 14).

Estas prácticas se han venido observando con relativa meticulosidad en la doble Compañía, so­bre todo con la ocasión del retiro anual. La obe­diencia a los superiores es, según Santa Luisa, otro de los medios imprescindibles: «Por eso, les suplico a todas, mis queridas Hermanas, en el nombre y por amor de nuestro Señor, que me cre­an y que cada una se diga en su interior: Sí Sal­vador mío, tú me quieres aquí_ voy a aplicarme a comprender bien nuestras reglas a esforzarme en ponerlas en práctica mediante la obediencia a mis superiores» (Sta. Luisa: carta a Sor Nicolasa Haran, S. L. M., CEME, 615). Otro de los medios, no del todo ingenuo por cierto, será el no conside­rar las Reglas difíciles de cumplir sino fáciles, par­tiendo siempre del amor a Dios («que todo lo puede») y a la Compañía. «Son Reglas muy fáci­les; sabéis, además, que os hacen agradables a Dios y que siguiéndolas (observándolas) cumplís su santísima voluntad» (IX, 132). Yes que, como repetirá el Santo más de una vez, «Dios es un pa­dre tan bueno que no pide imposibles a sus hi­jos». He aquí, otra expresión gráfica y convin­cente del Santo: «Siempre he oído comparar lo que cuesta la observancia de las reglas con lo que cuesta llevar un anillo en el dedo, porque uno se acostumbra a ello; pues bien, cuando una per­sona se acostumbra a la observancia de las reglas tiene la misma dificultad en ello como si llevase un anillo» (IX, 1085; cf. también otros medios en XI, 776-777). También la humildad sincera es un medio básico para conseguir «la santa observan­cia de las reglas», ya que «sólo Dios ve el inte­rior». Es el mismo Cristo quien advierte, hoy co­mo ayer: «Vosotros (refiriéndose a los fariseos) presumís de observantes delante de la gente, pe­ro Dios os conoce por dentro. La arrogancia con los hombres Dios la detesta» (Lc XVI, 15).

V. Bendiciones inherentes a «la observancia».

Qué gran alegría sentía Santa Luisa, no disi­mulada, cuando se enteraba por alguien de «la fiel observancia» de sus comunidades. «El Señor Vi­cente me ha contado maravillas de Sor Cecilia y de la observancia de nuestras Hermanas» (S. L. M., CEME, 288). «La observancia regular» es, efecto, «fuente de toda clase de bienes y bendiciones»: «La observancia de las Constituciones es para una Hija de la Caridad el medio de responder al Padre, a su amor por los pobres; que se traduce de manera patente en su ternura preferencial por los pobres; el medio de unirse a Cristo Ser­vidor, consagrado y enviado para llevar la Buena Noticia a los pobres; el medio de depender del Es­píritu Santo, dejándole crear en ella «la semejanza con Cristo, manso y humilde de corazón», y co­operando al máximo en su acción en la persona y en la vida de los pobres» (instrucción sobre los Votos de las Hijas de la Caridad, Madrid 1990, 21; cf también C. 2, 3). Ante este convencimiento de tanto fruto espiritual, de igual manera el Santo se goza en la observancia de sus Hijas, dudando si decírselo a ellas o no («tengo miedo de que al­guna se enorgullezca si os lo digo…, aunque tam­bién podría animar a otras»): «Hablaba uno de es­tos días con un gran siervo de Dios, y me dijo que no veía nada tan útil en la Iglesia (como la Com­pañía)… ¿Sabéis de dónde habéis adquirido esta fama entre la gente? Ha sido por la práctica («ob­servancia») de vuestras reglas. Y ¿quién os po­drá mantener en ella? Esta misma práctica («ob­servancia») y nada más» (IX, 204).

Es famosa la paráfrasis que hace el Santo Fundador de las palabras de Moisés al leer y en­tregar la Ley de Dios al pueblo de Israel para animarle a su «observancia» (cf Dt, c. 28): «Si la observáis, os prometo de parte de Dios mis ben­diciones en todas vuestras obras: bendición cuan­do estéis en vuestras casas, bendición cuando salgáis de ellas, bendición en vuestro trabajo, ben­dición en vuestro descanso, bendición en todo lo que hagáis; en una palabra, todas las bendiciones abundarán en vosotras y sobre vosotras…» (IX, 305). Sin duda alguna, la gran bendición de Dios para quienes «observan» y cumplen la regla es la predestinación, como afirma San Vicente: «Así, pues, hijas mías, habéis sido escogidas por Dios para ser predestinadas, si sois fieles a la ob­servancia de las reglas» (IX, 733). Así es como trataba en otra ocasión de motivar aún más a las Hermanas: «Tomad esta resolución desde ahora mismo, para que no tengáis que escuchar en la hora de la muerte esta maldición de boca del Es­poso: «Estabais dormidas en la observancia de vuestras reglas; ahora yo no os conozco como es­posas; marchaos, os abandono»» (1X, 1144).

En este mismo sentido de «bendición del Cielo para la observancia»; escribía el P. Etienne, Superior General de la C.M. y de las HH. CC., en carta a las Hermanas, 25 de mayo de 1855: «Todo el éxito de vuestros trabajos, toda la pros­peridad de vuestras obras y toda la gloria que vuestra santa vocación da a Dios son el fruto de vuestra fidelidad en observar vuestras reglas y santos votos… Sabed que las casas que son abun­dantemente favorecidas por las bendiciones del Cielo son aquéllas donde la observancia está en vigor» (Conf. de los Sup. Gen., t. 1, Madrid 1913).

Ésta es «la oración por la santa observancia» con la que San Vicente terminaba una de sus confe­rencias: «Pido al Señor, autor de todas nuestras re­glas, que os conceda la gracia de observarlas, a fin de que, permaneciendo en esta práctica, como en un navío, podáis llegar con seguridad al Cielo, don­de recibiréis el salario de vuestro trabajo» (IX, 216).

Bibliografía

SAN VICENTE DE PAÚL, Reglas comunes de la Com­pañía de las Hijas de la Caridad.- SAN VICENTE DE PAÚL, Reglas comunes y constituciones de la Congregación de la Misión.- SANTA LUISA DE MARILLAC, Correspondencia y escritos, CEME, Salamanca 1985.- A. ORCAJO-M. PÉREZ FLO­RES, San Vicente de Paúl. 11. Espiritualidad y es­critos, BAC, Madrid 1982.- Diccionario teológi­co de la vida consagrada, Public. Claretianas, Madrid 1989.

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