Vean las santísimas disposiciones en las que se pasa la vida, y las bendiciones que acompañan a todo lo que hace: no tiene en cuenta más que a Dios, y es Dios quien le guía en todo y por todo; de modo que puede decir con el Profeta: «Tenuisti manum dexteram meam, et in voluntate tua deduxisti me» [Me has asido de la mano derecha, por tu consejo me has de guiar] (Sal 73,23-24). Dios lo tiene de su mano derecha, y él a su vez lo tiene con una sumisión entera a esta divina dirección. Ustedes lo verán mañana, y toda la semana, todo el año y, en fin, toda su vida, en paz y tranquilidad, en fervor y tendencia continua hacia Dios, y extendiéndose siempre en las almas del prójimo las dulces y saludables operaciones del espíritu que lo anima. Si ustedes lo comparan con los que siguen sus propias inclinaciones, verán sus actividades muy brillantes de luz, y siempre fecundas en frutos; se nota un progreso notable en su persona, una fuerza y energía en todas sus palabras. Dios da una bendición particular a todas sus empresas, y acompaña con su gracia los proyectos, que emprende por El, y los consejos que da a otros, y todas sus obras son de mucha edificación.( Abelly, p. 576).
Aferrarse a Dios, adherirse a Él como un pobre sin amparo, o más bien como un niño que agarra contento la mano de su Padre, tal es el objetivo de Vicente, ansioso de que sea compartida su experiencia fundamental: su seguro está en Dios. Hace suya la frase de Teresa de Ávila, «Solo Dios basta». Ha abierto el evangelio y sabe por instinto que la mansión sólida se edifica sobre la roca. La fe es su trampolín y no cesará en su empresas y acciones por fidelidad a Dios, para corresponder a su «benevolencia», para realizar «su beneplácito». He ahí alguien para siempre conocedor del poder y de la presencia de Dios y de su palabra. Con ésta y con aquél, todo llega a ser posible. «No se atiene más que a Dios»: ¡Es un abismo de perfecciones, un Ser eterno, santísimo, purísimo, perfectísimo e infinitamente glorioso; un bien infinito, que comprende todos los bienes, y que es en Sí incomparable! Pues bien, este conocimiento que tenemos de que Dios está muy por encima de todos nuestros conocimientos y de todo entendimiento creado, nos debe bastar para hacerle apreciar infinitamente, para anonadarnos en su presencia, y para hacernos hablar de su Majestad Suprema con un gran sentimiento de reverencia y de sumisión; y cuanto más le apreciemos, más lo amaremos también; y este amor producirá en nosotros un deseo insaciable de que le agradezcamos sus beneficios, y de procurarle verdaderos adoradores (Abelly, p.597). San Vicente está ahora enraizado en Dios y ya no vacilará. La duda está fuera de su alcance. Con su Roca, también él se hace roca. ¡Si no hubiese nacido en las Landas, diríase que es un hombre de granito!
¿Cómo llega a esta manera de connivencia con su Dios?
Él mismo provee la respuesta: Tal es mi fe y tal es también mi experiencia (SVP,II, 237). Diríase que entre su Dios y él se instala una amigable complicidad: «Salvador de nuestras almas … Oh Señor … Rey de nuestros corazones … Oh Salvador del mundo». Quiere, a ejemplo de Bérulle, su maestro espiritual, mirar en primer lugar a Dios: Hemos de trabajar en la estima de Dios y procurar concebir un aprecio de él muy grande. (SVP, XI, 412), y vivir en su presencia, elevar a menudo el pensamiento hacia Él: ¡No hay que ponerse a juzgar! (SVP, IX, 326), nunca tiene que hacerse sin una elevación del espíritu a Dios (SVP, IX, 348).
En cuanto a él, el invisible camina a su lado. Dios es su huésped interior, su mayordomo, y de grado se pliega a las exigencias berullanas: amar, adorar, imitar. Ama hasta la locura al que no es más que Amor: Es verdad que la caridad, cuando habita en un alma, ocupa por entero todas sus potencias: no hay descanso; es un fuego que actúa sin cesar; mantiene siempre en vilo, siempre en acción, a la persona que se ha dejado inflamar una vez por él (SVP, XI, 132). Se quiere «Adorador del Padre, y Servidor de su designio de amor» (cfr. VI, 370), en seguimiento de Cristo, al que imita punto por punto en todos sus «estados de vida» y en todas sus virtudes.
Como él experimenta esta relación privilegiada con Dios, le conoce también desde el interior como a sí mismo, y se adhiere al Dios-relación, al Dios trinitarios, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ahí está su punto de anclaje: El tercer efecto del amor de nuestro Señor a las almas es que no sólo las ama el Padre, y vienen a ellas las tres divinas personas, sino que moran en ellas. El alma que ama a nuestro Señor es la morada del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, donde el Padre engendra perpetuamente a su Hijo y donde el Espíritu Santo es producido incesantemente por el Padre y el Hijo (SVP, XI, 737).
Hoy nos recuerda Vicente la necesidad de vivir en comunidad perfecta, de ayudarnos mutuamente. Es de tal importancia, que el joven fundador da a sus compañeros por patrona a la Santísima Trinidad. La unión es la imagen de la santísima Trinidad, explica Vicente a las Hijas de la Caridad. Las tres personas no son más que un solo y mismo Dios; están unidas desde toda la eternidad por el amor. De esta forma nosotras no tenemos que ser más que un solo cuerpo en varias personas, unidas juntamente con vistas a un mismo fin, por amor a Dios (SVP, IX, 117).
Escoge por fin la primera de las buenas obras: siempre preferirá aquellas en las que hay mayor gloria de Dios y menos interés por su parte (SVP,VIII, 239). El misionero, al igual que la hermana, tiene como misión explicar el misterio de la Santísima Trinidad, pues es esencial y, quien lo conoce, se une perfectamente a Dios: Señor, concédenos también a nosotros la gracia de tocar los corazones y de llevarlos a tu amor enseñándoles sobre todo las cosas necesarias para la salvación (SVP, IX, 919).
Misioneros Paúles de la Provincia de Salamanca