081. No interrumpe a sus interlocutores.
No interrumpía nunca a los que estaban hablando con él, salvo por necesidad, sino que escuchaba pacientemente lo que tenían que decirle, y después respondía, y si el otro replicaba, escuchaba apaciblemente, para después darle la respuesta. Y todo esto con un aguante maravilloso y a media voz, así es como lo hacía, y es de este modo cómo deseaba que se hablase. Y sentía mucho cuando veía a algunos, y a mí mismo el primero, interrumpir a otro en medio de su intervención, sin razón alguna, no concediéndole la oportunidad de hablar ni de acabar, o bien, no hablando con bastante respeto, o demasiado alto.
082.Hablar acerca de los ausentes.
Además, si hablaba de los ausentes, era siempre con mucho respeto; si escribía, hacía lo mismo. No hay más que ver las cartas, que escribió a tantas y tan diversas personas, para conocer esto.
083. Discreción.
No entraba nunca en una habitación de los de la Compañía sin haber llamado previamente a la puerta; se lo he visto practicar siempre, por lo que a mí toca.
Lo que hemos dicho en el cuaderno de la Prudencia, fi, v2, da también a conocer el gran Respeto que tenía a los Señores Prelados, ya que, podía tener entre manos cualquier asunto, lo dejaba inmediatamente para ir a recibirlos y hablar con ellos.
Al margen: Véase el cuaderno de la Prudencia, f, v2.1
084. Exige un lenguaje sencillo.
Quería que hablase con sencillez y que se predicara de igual modo, y en parte es por esa razón, por lo que varias veces hizo predicar a algunos particulares de la Compañía uno tras otro, y para conocer además si, al hablar, observaban correctamente el método prescrito en la misma Compañía.
Sentía aversión a los discursos afectados, a los períodos redondos y a las palabras escogidas y recientemente introducidas.
Un día que presidía el Capítulo, dió un aviso bastante importante a una persona de la Compañía, que se acusó de no haber actuado con sencillez, sino de haber usado, por el contrario, de palabras equívocas en alguna ocasión.
Una vez le oí decir que «el que no obra con sencillez, sino al revés, quien se sirve de palabras equívocas imita al demonio».
«Hay que huir —nos decía a veces— de los equívocos, como del demonio, porque arruinan el espíritu de la sencillez, que debe resplandecer en esta Compañía».
Y otras veces: «Se reconocerá, decía yo, a los de la Compañía por su sinceridad». «Quiera Dios —añadía— darle cada vez más ese espíritu a la Compañía: que evite siempre la doblez».
085. Sencillez y prudencia.
He tenido el honor de haberle oído decir también muchas veces, que cuando se actúa buena y sencillamente en los asuntos, Dios los bendice, y que a pesar de todo era necesario que esa sencillez fuera prudente, pues la sencillez y la prudencia son como dos hermanas que no deben andar la una sin la otra.2
- L. Abelly no aduce todos los signos externos de respeto, signos muy usados por el Señor Vicente: los relacionados con las personas que lo habían ofendido, la costumbre de ceder el paso, de no interrumpir a sus interlocutores, de no entrar en la habitación sin llamar antes, de venerar a Adrián Le Bon y de cenar todos los domingos en su compañía, de hablar de los ausentes con mucho respeto. Había apreciado esta manera de obrar en casa de la Señora de Gondi (XII.122/XI.25; E.60, 27 de junio de 1642; XI.34/XI.349; E.448, 5 de julio de 1658).
- En la conferencia del 14 de marzo de 1659, Vicente de Paúl define la prudencia y la sencillez como el arte de juzgar y de obrar «como la Sabiduría eterna ha juzgado y obrado (XII. 179/XI, 469; E.596). Estas dos virtudes estuvieron particularmente implicadas en la enseñanza y en la práctica del Hijo de Dios. (Actitud ante la mujer adúltera, Jn 8,7; el tributo del César, Mt 22,17). La sencillez tiene su fuente en la naturaleza divina, «una esencia simple que no recibe ningún otro ser, una esencia soberana e infinita que no admite ningún añadido con ella, un ser puro que nunca sufre una alteración. Esta sencillez se encuentra en algunas criaturas por comunicación». (XII. 172/XI.463; E.589).
L. Robineau conserva principalmente las consignas concretas que las dos hermanas (?) deben vigilar normalmente: seguir el Pequeño método en las predicaciones, evitar los discursos llenos de frases redondeadas, los equívocos, prácticas diabólicas; hablar cándida y sencillamente, evitar los adornos en la correspondencia, conversar familiarmente con las personas de todas las categorías sociales, rechazar todas las formalidades inútiles… La sencillez es el clima que Dios prefiere (Cf. Pro. 3,32; Mt 11,25; 11,16).
Añade que el Señor Vicente se refería a la actitud del Cristo de San Marcos. Este modo de citar acomodaticio del Evangelio era familiar al Padre Vicente (Cf. Dodin, «Monsieur Vincent et la Bible» en Le Gran Siécle et la Bible, París, 1989, pp. 627-642). Según G. Minette de Tillesse; (Le secret messianique dans l’Evangile de Marc, París, 1968), Cristo, al pedir el secreto, quería impedir que su mesianidad no fuera utilizada con fines nacionalistas y guerreros (Mt 13,13; Jn 6,156). Órdenes dadas a los demonios (Mc 1,25,35;3,12); después de los curados milagrosamente (Mc 1,44;5,43;7,36;8,26) y también a los apóstoles (Mc 3,90;9,9). La consigna de silencio no se levantará hasta después de la muerte de Jesús (Mt 10,27).