Este viernes 19 de diciembre, el día se acaba, entre las 20 y 21 horas, con una conferencia sobre un tema espiritual, en la que algunos Hermanos y Sacerdotes dicen sus pensamientos, luego el Señor Vicente toma la palabra:
«La charla de esta noche, mis queridos hermanos, es de la obediencia. {…} La primera razón que tenemos de darnos a Dios para que nos dé esta virtud de obediencia es el ejemplo que nos ha dado el hijo de Dios, y lo que ha hecho durante toda su vida que no ha sido más que un tejido de obediencia {…}
Ya lo ven, Señores, Dios es el dios de las virtudes; la virtud debe tener su principio y su raíz en el interior {…} según esta disposición, se va adonde Dios quiere, y es donde debemos tender[…}Oh miserable, casi toda mi vida no ha sido más que desobediencia! Ay, Señores, ¿a quién rendís obediencia? ¿ A mí […] lleno de vicios y de pecados…
En ello pensaba hace poco, y recuerdo que siendo pequeño, como mi padre me llevaba con él a la ciudad, é iba mal vestido y era algo cojo, yo me avergonzaba de ir con él y de reconocerle como a mi padre. Oh miserable!»1
Y como se murió tres años después, en 1598, nunca he podido borrar este recuerdo expresándole más mi estima y mis atenciones… Y sin embargo nos queríamos y esta experiencia del amor paterno me ha marcado profundamente. He preferido pensar en nuestras relaciones con Dios a partir de este amor confiado, como se lo explicaba a las Hijas de la Caridad el domingo 11 de julio de 1649:
¿Pensáis el placer que Dios siente al considerar a un alma atenta a agradarle, cuidadosa de ofrecerle todo lo que emprende? […] es lo que le pasa a un niño que se cuida de llevar a su padre todo lo que le dan; si alguien le da algo no descansa hasta que encuentra a su padre: «Tened, papá, lo que tengo, me han dado esto; yo he hecho lo otro» Y este padre experimenta un placer indecible al ver la docilidad de este hijo y las pequeñas señales de su amor y de su dependencia. Lo mismo sucede con Dios, y en un grado bien distinto.»2
Sí, al atardecer de mi vida, los recuerdos me llegan con más frecuencia, no todos humillantes, como veis. Mi vida… que nunca me la habría imaginado tan larga, 78 años, el 12 de octubre de 1639, yo escribía ya a mi cohermano Louis Lebreton, por entonces en Roma, yo no la puedo hacer larga. Yo entraré en abril próximo en mi septuagésimo.»3 Hace ya veinte años que escribía esto. Entonces, si queréis saber la fecha de mi nacimiento, bien sencillo, calculad y os encontraréis en abril 1581. Era en las Landas, a un poco más de una legua de Dax, en el pueblo de Pouy.
¿Qué decir de mi familia?
«Para hablar bien de mí, habría que decir que soy hijo de un labrador, que he guardado los cerdos y las vacas,4 -habiendo vivido en el campo hasta la edad de quince años.»5 –»En el país del que yo soy, se come un pequeño grano que se llama mijo, que se pone a cocer en una olla; a la hora de comer se vierte en una fuente, y los de la casa se acercan alrededor a tomar la refacción y luego se van al trabajo.»6
Yo guardaba los rebaños de mis padres principalmente por las praderas inundables de las orillas del Adour, llamadas barthes –privilegio de los propietarios, y los de mis abuelos, cuando iba a verlos, cerca de Orthevielle. Estábamos muy unidos. Yo quería y admiraba a mis hermanos, Bernard, Dominique (llamado también Menion y Gayon, y Jean, muerto muy temprano… y a mis hermanas, que se llamaban Marie las dos7:
«El espíritu de las verdaderas jóvenes del pueblo es sencillo en extremo, […] nada de palabras de doble sentido; no son creídas ni apegadas a sus ideas. […] Son muy sobrias en el comer. La mayor parte se contentan a menudo con pan y sopa, aunque trabajan sin cesar y en trabajos duros. […] ¿Habéis visto alguna vez a personas más llenas de confianza en Dios que la buena gente del campo?»8
Y a mi madre también, naturalmente, la quería. Se quedó viuda en 1598. Yo había soñado tanto mantenerla hasta el final de su vida… Se lo había prometido, testigo esta carta del 17 de febrero de 1610, escrita de París:
La estancia que tengo que hacer todavía en esta ciudad para recobrar la ocasión de mi adelanto… me pone malo por no poder ir a prestar los servicios que os debo; pero confío tanto en la gracia de Dios que bendecirá mi labor y me dará pronto el medio de hacer una honrosa retirada para pasar el resto de mis días a vuestro lado.»9
Pero Dios lo ha dispuesto de otra manera… al filo de los acontecimientos, que me han llevado poco a poco a entregarme por completo a los pobres, aunque siempre he experimentado escrúpulos de utilizar los donativos que llegaban para ellos a favor de mi familia. Creedme que no era debido a dureza de corazón. He llorado lo mío, al volver de una visita que les hice, en 1624, con ocasión de la misión que acababa de predicar a los galeotes, en Burdeos: «Sentí tanto dolor al dejar a mis pobres parientes que me pasé casi todo el camino llorando.»10
Yo nos los he dejado sin embargo abandonados; mientras velaba para no utilizar para ellos el bien de los pobres, ayudé a la Providencia, encontrándoles bienhechores, como recordaré a su tiempo11.
Pero no es lo mismo hacer ayudar a los suyos por otros que ser uno mismo con ellos, y podéis creer que lo he sentido. Hace dos años todavía, el 15 de noviembre de 1657, exhortando a las Hijas de la Caridad a contribuir a la subsistencia de su Compañía, que es su madre, no pude por menos que añadir:
«Cuando veo a un sacerdote que ha retirado a su madre para alimentarla en casa de él, le digo: ‘Señor, qué suerte la vuestra que tenéis el medio de devolver de alguna manera a vuestra madre lo que ella os ha dado, por el cuidado que tenéis de ella!’»12
- S. V. XII, 425-426; 431-432 –E. S. 848: 852; 854.
- S. V. IX, 365 –Comb. 243.
- S. V. I, 593.,»
- S. V. IV, 215, 21 de junio de 1651. Esto se lo repite un poco a todo el mundo, añadiendo a veces las ovejas, y sin nunca dejar a entender que fueran los rebaños de otro. Labrador, sí, llevando una vida frugal y precaria, en vistas de una época, pero propietario de una explotación, con pequeños rebaños.
- S. V. IX, 81 y 84, a las Hijas de la Caridad, 25 de enero de 1643-Comb. 54 y 56.
- S. V. IX, 84, misma charla – Comb. 56.
- Regalo a sus hermanos y hermanas, 4 de setiembre de 1626, S. V. XIII, 62-63, y testamento, 7 de septiembre de 1630, Ann. Tomo 101, 1936, p. 705.
- S. V. , IX, 81, 83, 88 del 25 de enero 1643 – Comb. 55, 56, 59.
- S. V. I, 18.
- S. V. XII, 219, 2 de mayo de 1659 – E. S. 637.
- S. V. I, 90-91, 1º de septiembre de 1630 y nota 2; IV, 321, 16 de febrero de 1652. Cf. I, 491, 20 de julio de 1638 y nota 1; IV, 535, 1º de enero de 1653; V, 567, tal vez marzo de 1656; Ab. III, 292.
- S. V. X, 360 – Comb. 703.