En ese mismo año 1633, varios sacerdotes que habían pasado por los Ejercicios de los Ordenandos1 habían pedido continuar recibiendo un impulso para su celo misionero y para su vida espiritual. Habían propuesto encontrase regularmente conmigo con este fin. Esto acabó por ver la luz: en junio de 1633 tuvo lugar el primer encuentro; el 9 de julio el segundo, y dimos a estos encuentros el nombre de Conferencias de los martes. Si la Congregación de la Misión no tiene su espíritu especialmente orientado hacia el sacerdocio, ya que comporta también a laicos o Hermanos, por el contrario, esta nueva Compañía «tiene por fin honrar la vida de Nuestro Señor Jesucristo, su sacerdocio eterno, su santa familia y su amor para con los pobres»2. Se podría decir que es una especie de Tercera-Orden para los sacerdotes. Y Dios sabe todo el bien que han hecho, las Misiones que han predicado en muchas ciudades, mientras nosotros nos entregábamos a los campos.
Es una gran pobreza espiritual de la que no os he hablado aún, porque gracias a Dios, todo se ha calmado un poco, pero a principios de este siglo3 la creencia en brujos y en posesiones diabólicas calentaba las cabezas. Los poderes civiles se habían apoderado de estos asuntos y los manejaban con una crueldad increíble, mientras que demasiados sacerdotes4 se hacían sus cómplices. Ya en el siglo anterior, los poetas humanistas presentaban a cual mejor a las pobres ancianas campesinas descarnadas como a brujas. Las torturaban cruelmente para hacerlas confesar, Y en este año de 1633, tiene lugar el triste asunto de las Ursulinas de Loudun, que se habían unido para acusar a un párroco de la ciudad de haberlas embrujado que acabó por ser quemado vivo al año siguiente. Nuestros vecinos de Lorena son todavía más terribles: entre 1576 y 1650, quemaron a más de tres mil pobres campesinos, so pretexto de brujería. Y nosotros no podíamos nada contra estos jueces civiles5. Por mi parte, toda mi vida, he tratado de calmar los espíritus, como lo hacían los Obispos y las personas sensatas. En 1640, por ejemplo, el Obispo de Tours no creía que en Chinon se trataba verdaderamente de poseídas6 y escribí al Sr. Lambert, el 22 de julio:
«Os ruego que digáis a la Compañía que no se diga ni se haga nada contra el juicio que ha pronunciado… En cuanto a esta buena joven7 todas las cosas que me han dicho me hacen desconfiar de su espíritu».
Este método, tranquilo y sereno, era –estoy convencido de ello- más eficaz que todos los exorcismos y todas las hogueras. En estos mismos años 1635-1640, el obispo de Montauban podía escribirme en este sentido:
«Los sacerdotes de la Misión son grandemente necesarios en esta diócesis en esta diócesis, porque en los lugares en que han trabajado hasta ahora, no se ha visto a ningún brujo, ni bruja. Éste es el provecho que los catecismos y las confesiones generales hacen en todas partes»8.
Sí, el conocimiento «de las cosas necesarias a la salvación» como gustaba decir entonces, libera verdaderamente a las almas de todos estos temores y de todos estos humos…
- Ab. 1l, 245-249; 1, 201-202.
- S. V. XIII, 128-129.
- Cf. J. Delumeau, el miedo en occidente, p. 350-363.
- Cf. Dagens, Bérulle y los orígenes de la restauración católica, DDB, p. 158-159. Brémond, Historia Literaria del sentimiento religioso, V, 179-195.
- Cf. Revue Lorraine Populaire Nº 32, febrero 1i980, p. 71.
- Cf. S. V. II, 66.
- S. V. II, 84, nota 4.
- S. V. II, 429.