Capítulo XIV: Portal en Malinas
Portal afirmaba a quien quería escucharle que en Malinas no había hecho nada. En una carta a Mercier, se califica a sí mismo de simple «testigo». La realidad es algo diferente, aun siendo evidente que Dalbus ha muerto y que Portal no quiere renegar de veinte años de deriva liberal ni «volver a comenzar ciertas experiencias». En diciembre de 1921, escribe a su hermana María: «Estoy muy decidido a no repetir una campaña análoga a la que hicimos anteriormente». Un año más tarde, no niega ya la empresa, confiesa su «satisfacción», pero también su cansancio. Se necesita el mensaje por el que Gasparri transmite a Mercier el aliento pontificio para reanimar, por breve instante, su entusiasmo. Pero pronto vuelve a aparecer la fatiga; no se trata solamente de un agotamiento físico. Encuentra que las conversaciones no prolongan la campaña de 1894-1896; la repiten. «los partidos mantienen sus posturas de hace treinta años434». Ninguna amargura, por otro lado, ni impaciencia. El Portal de los años veinte está tranquilo; vive de lleno en el espíritu del Señor Vicente que exige que se aprovechen todas las ocasiones de actuar sin preocuparse por los resultados. Responder a los signos, sí; pero abandonarse a la Providencia.
No os preocupéis por el éxito. Dios no os lo exige […]. Trabajaremos y sucumbiremos con nuestros hermanos. Combatiremos y rezaremos por la Iglesia de Dios, y con toda paz.
Esta calma, este desprendimiento sin desinterés se expresa bien en una carta de junio de 1923. Puller, el viejo Puller, compañero de los primeros azares, este rostro oscuro de Dalbus, acaba de publicar un estudio descaradamente antipapista. ¿Le va a amonestar Portal, a acusarle de traicionar la causa? No.
No estamos de acuerdo [escribe a su querido gruñón] y me temo que no lo estemos nunca en el tiempo. La eternidad se encargará. Pero este desacuerdo no alcanza a nuestra vieja amistad. La que siento por vos es muy profunda. Está hecha de estima por vuestro carácter y por vuestra virtud. Con mucha frecuencia me digo que querría estar tan seguro de mi salvación como lo estoy de la vuestra. De una manera general me he sentido grandemente edificado por mis relaciones con los miembros de vuestra Comunión que la Providencia ha puesto en mi camino. De ello he sacado un amor más grande por la Iglesia y un deseo más vivo de trabajar por ella. Me han merecido gracias por las que les estoy profundamente agradecido. Es deciros, querido amigo, que creo por vuestra parte en una bona fides absoluta. Hasta añadiré que sin vuestra erudición patrística, comprendo bastante bien los motivos de vuestras opiniones y que creo comprender el valor de vuestros argumentos.
En este estado de tranquilidad, Portal no podía estar en verdad decepcionado pot las conversaciones de Malinas. Nada de ardor en convencer, ni fiebre diplomática, ni siquiera ambición unionista («No tenía un convenciniento completo en la posibilidad de unir hic et nunc cuerpos eclesiásticos que habían evolucionado en el curso de varios siglos en condiciones diferentes»), sino un fin, modesto, práctico, que se alcanzó, y se alcanzó bien: «Habituar a los hombres de Iglesia a exponer sus pensamientos íntimos con toda sencillez, franqueza y apertura de corazón438». Portal se asoció sin reservas a todo lo que, en las conversaciones, emanaba del coloquio amistoso y espiritual. ¿Por qué se iba a privar de su felicidad? Qué alegría volverse a ver con Halifax; y, para este amante de almas, qué gozo conversar con hombres del calibre de Charles Gore o del cardenal Mercier, para no citar más que a esos dos. Los proyectos intransigentes del primado de Bélgica, el lado diplomático de las conversaciones y su estrechez bilateral (¿qué ha pasado con los ortodoxos?) fueron ampliamente compensados por este unionismo de amistad cuyo elogio hizo Mercier en términos portalianos:
Ningún libro vale lo que un trato personal. La conversación es reveladora de cosas íntimas que no pasan en la letra impresa.
Malinas es Madera en los comienzos, ciertamente, y en mayor grado porque las charlas no se limitaron a intercambios de órdenes científico o teológico. En Malinas, anglicanos y católicos rezaron juntos.
Formamos una asociación de estudios, sí, pero más aún una asociación de almas en una oración común.
Y ese fue el lote de Portal, su gozo, la realización de sus esperanzas.
Malinas fue también un coloquio de expertos, de universitarios armados de su lenguaje técnico y de su erudición. Después de los comienzos un tanto dispersos, los dos primados (que llevaban bien el pulso de las cosas) concentraron efectivamente las conversaciones sobre la cuestión del papado, de sus orígenes, de su desarrollo. Para tratar de esta cuestión difícil, pero que parecía dominar a las otras, Mercier y Randall Davidson reforzaron sus delegaciones respectivas con especialistas cuyas intervenciones cambiaron la naturaleza de los debates. Al principio, en diciembre de 1921 y también en la segunda conversación, en marzo de 1923, las charlas conservaron un giro bastante general para que un hombre en posesión de buena cultura religiosa pidiera intervenir útilmente. Pero a partir de la tercera conversación, en noviembre de 1923, el campo se redujo y fue ocupado por Charles Gore, que introdujo en el anglo-catolicismo los métodos modernos de la crítica de los textos, Baresford James Kidd, que acababa de publicar una Historia de la Iglesia hasta A.D. , el abate Hemmer que había dirigido con el abate Lejay la colección «Textos y documentos para el estudio histórico del cristianismo», Mons Pierre Batiffol, por último, a quien muchos consideraban como el mejor alumno y continuador del abate Duchesne. En cuanto a J. Armitage Robinson, que había participado en las primeras conversaciones, pudo al fin desplegar su conocimiento de los Padres de la Iglesia y de la alta Edad Media. Junto al unionismo de amistad y de oración, que es descubrimiento y reconocimiento del valor humano y cristiano del otro, el equipo así reformado desarrolló un unionismo sabio.
No era la primera vez que el diálogo interconfesional se reforzaba con lazos establecidos en un terreno científico. La campaña angloromana de 1894-1896, con la participación de Loisy y de Duchesne, muestra ya el papel desempeñado por las ciencias no teológicas de las religiones en el estudio unionista de las cuestiones eclesiásticas. Y, en este terreno, la Revue catholique des Églises no fue sino la continuación de la Revue anglo-romaine. Portal mismo ha subrayado cómo la investigación contemporánea en historia y en exégesis traza un puente entre las confesiones haciéndoles a todas las mismas preguntas urgentes. Les proporciona de igual modo un lenguaje común y teje entre ellas toda una red de congresos, coloquios y conferencias, de intercambios de revistas y de artículos, de viajes de estudios, de visitas de archivos, de amistades hechas en torno a un pergamino todavía sin descifrar.
En Malinas, el lenguaje común fue el de un progresismo moderado que filtra los datos del modernismo y conserva de él las experiencias menos discutibles. Historiadores y exégetas criticaron, compararon e interrogaron a los textos aplicándoles métodos de estudio puestos al día, fuera de todo control eclesiástico, por las ciencias profanas del siglo XIX. Por eso, desde el punto de vista católico, las conversaciones de Malinas se enmarcan en un proyecto intransigente (Pío XI y Cristo Rey) utilizando métodos que no lo eran. Su carácter jerárquico (los dos primados decidieron sobre el reclutamiento, el calendario, los temas abordados) fue aminorado por la autonomía que el magisterio, por una parte y por otra, reconoció a los especialistas. Randall Davidson pero también Mercier se mostraron totalmente respetuosos y hasta tímidos ante los reportajes y memorándums técnicos en que se desarrollaba una racionalidad que no era ya la de la teología.
En cuanto a la red, los especialistas elegidos por los dos primados se habían integrado bien antes de encontrarse en Malinas. Miembros de la república universal de los sabios, estos scholars mantenían hacía ya tiempo relaciones con los de enfrente. Todos tenían una buena experiencia del diálogo interconfesional. En un sentido, las conversaciones de Malinas no hicieron más que solemnizar y ordenar con fines eclesiásticos todo un comercio de ideas y de documentos que irrigaba una especie de cristiandad universitaria. Batiffol, por ejemplo, había ido a Oxford en 1921 para recibir allí un grado honorario, como Duchesne en 1896; había encontrado allí, entre otros, a Puller y al Dr. Kidd, que a su vez se relacionaba con al abate Hemmer. En 1924, Batiffol regresó a Inglaterra para visitar a u viejo amigo el reverendo Headlam, obispo anglicano de Gloucester, y también al obispo de Wells, el «patrón» de Armitage Robinson, en buenas relaciones con el superior de los bollandistas, jesuitas belgas dedicados al estudio de los santos. En cuanto a Walter Frere, habitual de la Biblioteca nacional de París y familiar en la calle Grenelle, conocía a todos los miembros franceses de las conversaciones antes de venir a Malinas.
Portal se sentía cómodo en este ambiente, sí, a condición de desempeñar siempre un papel de intermediario y de contacto. Sabía escuchar, comprender y sugerir direcciones de trabajo. Pero no se prestaba para discutir con especialistas de un memorándum de carácter técnico, y menos aún para componer uno. En Malinas, las sesiones de trabajo comenzaban generalmente por la lectura de un informe que servía de base a la discusión. La conversación de 1921 partió de una memoria redactada por Lord Halifax: era bastante general para que nadie quedara excluido del debate. La segunda conversación, en marzo de 1923, se abrió en un texto escrito conjuntamente por Robinson, Frere y Halifax; un aficionado experto podía todavía dar su parecer sin meterse en camisa de once varas. Pero en noviembre de 1923, la tercera conferencia se convirtió en el coloquio de expertos: no menos de cinco informes presentados por Robinson, Batiffol, Hemmer y Kidd (Batiffol presentó dos). Cinco informes asimismo para la cuarta conversación, en mayo de 1925, con Van Roey (que da in extremis una nota teológica a las charlas) pero también Hemmer, Batiffol, Gore y dom Lambert Beauduin, que enseñaba por entonces en el colegio internacional benedictino Saint-Anselme, en Roma. Los que no eran profesionales de la historia, de la exégesis o de la eclesiología no podía aportar ya más que una contribución muy modesta. En el acta de la primera conversación, las intervenciones de Portal cubren 7 líneas de 381; y 27 de 246 en el acta de la segunda; ése es su récord: subraya el alcance de la llamada de Lambeth, discute de la posibilidad de una doble jurisdicción en un mismo territorio, muestra la necesidad de «hacer avanzar en el público la idea de unión». Luego, nada, ni una línea, ni una sola palabra. A partir de noviembre de 1923, Portal se calla; escucha a los especialistas.
Portal consejero secreto
Su función se reduciría pues a bien poca cosa si no hubiera asegurado, con Walter Frere, la redacción de las actas. La tarea no carecía de importancia, ya que el texto ya sentado, aprobado por la totalidad de los participantes, era sometido a las autoridades respectivas y servía de base, o al menos de punto de partida, a los informes y a las charlas siguientes. Pero, aún en esto, el papel de Portal fue a menos. Respondió del secretariado de las dos primeras reuniones, después cedió la pluma al abate Hemmer. No la volvió a tomar hasta la quinta sesión de la última conversación, en mayo de 1925: Hemmer, llamado a París, se había visto obligado a acortar su permanencia. Así, de todos las participantes, Portal se mostró el menos activo. Por lo menos durante las sesiones. Ya que entre dos reuniones, se impuso como agente de unión y consejero privado; ni del todo el padre Joseph ni del todo Planchet, sino más bien una especie de d’Artagnan anciano que hubiera escapado al sitio de Maastricht y se hubiera aupado a los consejos.
En París, el 14 de la calle Grenelle se convirtió en una especie de campo de base sonde la «trinidad parisiense» (Portal, Hemmer y Batiffol, según Mercier) se reunía con los delegados anglicanos para corregir los expedientes. Sobre todo, Portal mantuvo con el cardenal relaciones privilegiadas que contribuyeron no poco a evitar escándalos y moderar la controversia. Intercambiaron una correspondencia continuada y se vieron una decena de veces aparte de las reuniones plenarias. Mercier convocaba a Portal veinticuatro horas antes de la apertura de las charlas, para ponerse al corriente de los asuntos de Inglaterra; y de 1922 a 1925, no pasaba año sin que lo viera en Malinas o en París, mano a mano, o bien en compañía de Lord Halifax, o también en presencia de una personalidad como el nuncio apostólico en Bélgica. Por otro lado le comunicaba todos los documentos que recibía o redactaba a propósito de las conversaciones, incluidos los más confidenciales, como las cartas al arzobispo de Canterbury o al cardenal Bourne, arzobispo romano de Westminster. Así Mercier concedió a Portal los medios de aconsejarle y, a veces, de guiarle.
Portal no abusó de la situación. Algunas de sus intervenciones fueron de un minutante, de un secretario diplomático hábil en pesar los epítetos y en desplazar las comas. Cuando Mercier le sometió el texto de su carta pastoral sobre las conversaciones de Malinas, a principios de 1924, propuso una veinte modificaciones menores pero significativas, que fueron aceptadas. Obtuvo, por ejemplo, que el cardenal diera a Randall Davidson su título de arzobispo de Canterbury; al propio tiempo, un maestro del unionismo pontificio, el padre Michel d’Herbigny, hacía malabarismos para evitar toda apelación que hubiera sonado a reconocimiento de las órdenes anglicanas, y calificaba de «lord presidente de la conferencia de Lambeth» a quien no era, para el Vaticano, más que seudo obispo. Sí, en esas estábamos, y los pequeños arreglos portalianos contribuyeron mucho a desempolvar el estilo de Mercier, que dudaba aún entre Ad Anglos y Satis cognitum. Otro ejemplo: consiguió que el cardenal no hablara de los «cristianos disidentes», sino de los «hermanos separados».
Portal no se contentó con hacer el aseo de los textos de Su Eminencia. Fue asó como apartó a Mercier (que calificaba la Reforma de «desgarro criminal») de colocar en el orden del día de las conversaciones los orígenes del anglicanismo. En el espíritu del cardenal, se trataba de inspirar a los delegados anglicanos «el asco por sus primeros antepasados». Portal se opuso a ello con la mayor firmeza, de tal manera que las conversaciones no tuvieron que tratar de la bula Regnans in excelsis por la que el papa Pío V dispensó a los Ingleses de todo vasallaje hacia la reina Isabel y entregó a ésta a los asesinos del partido español. A veces, Portal intervino en los debates eclesiológicos y proporcionó a Mercier argumentos propios para satisfacer a los anglicanos. El 11 de abril de 1923, por ejemplo, el cardenal escribe a Randall Davidson para explicarle que, si la Iglesia romana califica al papa de Vicario de Cristo, da el mismo título a los Apóstoles, a sus sucesores y hasta al simple sacerdote en el ejercicio de su ministerio. «La aplicación corriente de la apelación «Vicario de Cristo» al Soberano Pontífice no lleva consigo pues como consecuencia que solo el obispo de Roma esté en posesión de poderes que vienen directamente de Cristo». Aquí, el cardenal sigue de muy cerca la argumentación de una carta que Portal le envió el 7 de abril y que acaba con esta conclusión: «Los obispos sucesores de los Apóstoles y ellos también de jure divino pueden igualmente ser llamados vicarios de Cristo».
Una vez al menos, Portal contribuyó a apartar a Mercier de uno de sus objetivos esenciales, la proclamación del dogma de María Mediadora. El cardenal lanzó el asunto en plenas conversaciones de Malinas y felicitó a Pío XI cuando éste decidió crear una comisión romana para estudiarlo.
Tengo, desde hace años, el convencimiento muy firme de que María felix coeli porta reserva una ayuda especial a la Iglesia y al Vicario de Cristo para el día en que la prerrogativa de su universal mediación, inscrita ya en la conciencia cristiana, sea auténticamente enseñada y promulgada.
O bien Mercier colocaba las conversaciones de Malinas en la categoría de las tareas subalternas, o bien no sospechaba del efecto que la proclamación del dogma habría producido en los anglicanos. La segunda hipótesis parece la buena: instruido por Portal y sus amigos, renunció al proyecto. En 1926, después de la muerte del cardenal, Portal resumió el asunto en una instrucción a la comunidad de Javel:
Fue el cardenal quien había tomado la iniciativa de todos los pasos dados para hacer declarar a la Santísima virgen nuestra mediadora. Quiso que se diera un culto a la Santísima Virgen bajo este título y consiguió del papa que hubiese una fiesta de María Mediadora. Su deseo habría sido si hubiera un concilio que este título llegara a ser un artículo de fe. Todos no eran de este parecer. Mucho lo consideraban un inconveniente para nuestros hermanos separados.
Muchos, sí, y al frente de los cuales el Señor Portal que termina su instrucción con una meditación sobre Cristo, único mediador. Raramente el lazarista expresó con tanta claridad su hostilidad a todo lo que podía desviar a los fieles de una fe rigurosamente cristocéntrica. Y totalmente excepcional el repliegue del cardenal; en otros puntos importantes, se mostró intratable. Fue así como Portal fracasó del todo en sus esfuerzos para ampliar el marco de las conversaciones de Malinas.
«Sería como un Locarno eclesiástico»
Patriota durante la guerra, hasta indignarse violentamente por las propuestas pacíficas de Benedicto XV, Portal soñaba desde la victoria con trabajar por la reconciliación de los católicos desgarrados, y en primer lugar de los Franceses y de los Alemanes; las conversaciones de Malinas le permitieron ampliar su sueño: había que demostrar que se podían utilizar las diferentes fuerzas religiosas para prolongar la acción de la S.D.N. y consolidar la paz entre todos los cristianos. Qué modo más brillante de afirmar la función pacificadora del unionismo como el de asociar a Alemanes a la obra emprendida por el cardenal Mercier, el campeón de la libertad belga. Portal no esperó a la evacuación del Ruhr por las tropas francesas para mostrar el interés que daba a las reacciones de la opinión alemana. En el Bulletin des conférences tala del 15 de marzo de 1924, por ejemplo, dio cuenta de un largo análisis que la Germania del 22 de febrero había dedicado a la carta pastoral de Mercier sobre las conversaciones de Malinas. El diario católico de Berlín rendía homenaje al primado de Bélgica y apreciaba de modo muy positivo «su acción verdaderamente apostólica por la unidad del mundo cristiano».
En 1925, la evacuación del Ruhr y la mejora de las relaciones entre París y Weimar persuadieron a Portal de que había llegado el momento de lanzar una llamada. Podía contar con los consejos del protestante E. Vermeil, antiguo comensal del Cherche-Midi, que redactaba desde 1919 para Millerand un boletín diario de la prensa alemana. Despojaba cada día veinte diarios y comunicaba a Portal las informaciones de carácter religioso. El lazarista disponía igualmente de una excelente antena en Pierre Waline, normalista de la promoción especial de 1919. Que había entrado en la Oficina internacional del trabajo después de aprobar sus oposiciones de historia. Waline había sido el primer francés en acudir después de la guerra a un Katholikentag, el de Würzburgo, en 1920. Luego se calificó en Les Lettres y en la Revue des jeunes como uno de los mejores especialistas de su generación, multiplicando viajes y contactos, manifestando, en un estilo muy portaliano, desconfianza con respecto al catolicismo político alemán pero mucha admiración hacia su renovación espiritual. En 1925, había llegado al convencimiento de la necesidad y de la posibilidad de una reconciliación
En colaboración con Waline, y sin que se sepa quién empleó la pluma, Portal puso al día un artículo sobre las conversaciones de Malinas que la Germania publicó en noviembre en el suplemento mensual, las «Hojas científicas». El artículo concluía con una invitación urgente:
El catolicismo alemán no puede pasar como simple espectador ante el trabajo de renovación que vemos aparecer. Debe ocupar su puesto y aportar la contribución de su ciencia y de su fe.
Al mismo tiempo, Portal se dedicó a buscar a un experto que aceptara venir a Malinas. La política así como las secuelas del modernismo (o del Reformkatholizismus) no facilitaron las cosas. Pero el cardenal de Colonia, puesto al corriente por Mons Ehrhard, antiguo maestro de Morel, llegó hasta ver con buenos ojos la participación de un obispo alemán.
Ante la dificultad de hallar un nombre que Mercier pudiera aceptar sin reservas, Portal pensó cada vez más en abreviar por la vía rápida el unionismo jerárquico. Según la idea de Mons Muller-Simonis, canónigo de Estrasburgo y amigo del abate Baudin, abrió la perspectiva de una acción en la base, de la puesta en marcha de una propaganda por escrito, la palabra y los contactos.
Sin prejuzgarlo que será posible como participación en las conversaciones de Malinas, desearía que apareciesen bien artículos en las revistas o diarios bien cartas de obispos que hablaran de la unión en general, con algunas frases simpatizantes con lo que pasa en Malinas y con la Iglesia de Inglaterra […]. Estos artículos y cartas tendrían por resultado mostrar a los anglicanos y orientales que el deseo de unión no existe sólo en Franceses y Belgas, y también unir en una misma acción a cleros divididos. Podríamos luego tener reuniones en las que pondríamos nuestras luces y buenas voluntades en común por la más hermosa de las causas cristianas. Oigo que los benedictinos belgas organizan una semana de la unión de las Iglesias que se celebrará en Bruselas del 21 al 25 de setiembre. Será una idea que imitar y generalizar444.
Y de imaginar una delegación de católicos franceses a una semana de la Unión de las Iglesias de Tubinga, Bonn o Friburgo-en Brisgau…
Los tratados de Locarno (octubre de 1925) como la perspectiva de una próxima entrada de Alemania a la S.D.N. reactivaron la idea de una participación alemana en las conversaciones de Malinas. El 18 de noviembre, en conversación, Portal relanzó a Mercier, «que respondió afirmativamente». Halifax se mostró entusiasmado: «Sería, y se lo llamaría, un Locarno eclesiástico». En la primavera de 1926, Portal ya estaba distribuyendo los papeles: el experto del otro lado del Rin sería un historiador, trataría del concilio de Trento. La muerte del lazarista puso fin a una tentativa que habría planteado la cuestión de la apertura de las conversaciones de Malinas a los cristianos separados que los católicos alemanes podían encontrar en su país: protestantes, naturalmente, y también ortodoxos refugiados.
Los de Moscú, los de Ginebra
Admirador de Soloviev y de Nepluyef, maestro de Gratieux y de Quénet, Portal quiso asociar a ortodoxos a las conversaciones de Malinas. Pensó muy particularmente en el padre Pierre Iswolski, capellán de los refugiados rusos de Bruselas, que le presentó Mercier y de los que se hizo amigo. Le ayudó cuanto pudo, materialmente colocándole los artículos (en el Correspondant, pot ejemplo), moralmente, abriéndole el círculo de la calle Grenelle. El padre Pierre apreció el «espíritu de tolerancia y de caridad cristiana» que reinaba allí, así como la «atmósfera tan cálidamente simpática para con mi pobre patria». Antiguo procurador general del Santo Sínodo y hermano del último embajador de la Rusia imperial en París, puso a Portal en relación con emigrantes como Gregorio Troubetskoï, hermano del solovietino príncipe Sergio a quien Morel encontró en Moscú, y quien sostenía con Laberthonnière, Maritain, Boegner, Berdiaef, Kartachef, una muy informal sociedad de estudios religiosos.
En 1923, Portal preguntó al padre Pierre cómo reaccionarían los obispos orientales si fueran invitados por el papa a participar en un concilio ecuménico.
Consultados, los obispos rusos en el exilio respondieron unánimemente que sin duda no podrían sentarse en un concilio donde se sentirían como ahogados en medio del gran número de obispos católicos, pero que si Roma los invitaba a tener conferencias para tratar de la unión se prestaría a ello de buen grado.
El padre Pierre transmitió a Portal que alertó a Mercier:
Nadie mejor que Vuestra Eminencia pude sacar un buen partido de estas buenas disposiciones. Y como ya se ha entablado la conversación me parece que sería fácil continuarla con Mons Iswolski.
Ante las reticencias del cardenal, que quería atenerse en ese particular a una ayuda humanitaria, Portal dejó sin resolver la cuestión del tripartismo: ¿sería bueno recibir a Iswolski al mismo tiempo que a Lord Halifax, Gore, Frere, etc., o sería preferible organizar dos conferencias paralelas, tal como lo habían previsto los católicos ingleses? Portal se inclinó por la segunda solución de suerte que a partir de 1924 su nuevo alumno, Antoine Martel, exploraba los ambientes anglicanos vueltos hacia el Oriente, y él mismo mostraba que la mayor parte de los anglocatólicos no querían sacrificar al diálogo angloromano sus buenas relaciones con la ortodoxia.
Tampoco querían más separarse del movimiento ecuménico en formación. Desde 1921, Portal destacó en la intención de Mercier el aspecto positivo de Faith and Order450; durante toda la duración de las conversaciones de Malinas, estuvo en contacto con el secretariado de la organización que le transmitía informes confidenciales (hojas dactilografiadas con la mención «not for publication»). Por su parte, Robert H. Gardiner fue a ver a Halifax y al cardenal Mercier, a quien trató de asociar a los trabajos preparatorios de la primera conferencia universal sobre la Fe y la Constitución de la Iglesia. Fracasó, pero después de su muerte –y la de Mercier- su sucesor, Ralph W. Bown, volvió a la carga. Como Gardiner, Bown estimaba que los miembros católicos de las conversaciones de Malinas estaban particularmente bien entrenados para comprender el movimiento ecuménico y servir de lazo de unión con Roma. En abril de 1926, transmitió a Portal la llamada de Charles Brent, obispo episcopaliano de New York y presidente del comité permanente de Faith and Order, que invitaba a la Iglesia católica a participar en los trabajos dela conferencia de Lausana, en 1927, con los representantes del anglicanismo, del protestantismo, de la ortodoxia.
Portal sabía que era inútil tratar de dar un paso en el Vaticano. Para soslayar el obstáculo, imaginó una fórmula que habría permitido asociar el unionismo romano al movimiento ecuménico sin chocar de frente con los entredichos del santo Oficio: doblar las conversaciones de Malinas con conversaciones de Lausana.
No creo posible que católicos romanos asistan a vuestras reuniones de Lausana [escribe a Ralph Bown el 11 de abril de 1926]. Pero por qué no aprovecharse de la ocasión para pedir al arzobispo de Friburgo y Lausana que os reciba con dos o tres amigos vuestros, una vez terminada vuestra conferencia general. Entablaríais así conversaciones análogas a las de Malinas y sería un comienzo. Si estuvierais de acuerdo podríais escribir una carta al obispo que me enviaríais. Yo la haría llegar a su dirección con mis mejores recomendaciones. Es probable que de aquí a entonces publicaremos por parte anglicana y por parte católica una especie de resumen de las conferencias de Malinas y ello podría servir de base a las conversaciones de Lausana o de Friburgo.
El sentido de la oración
Si Portal hubiera podido modelar las conversaciones de Malinas a su gusto, éstas habrían integrado a católicos alemanes, se abrían abierto a la ortodoxia, habrían servido de modelo a intercambios entre un obispo católico y miembros del movimiento Faith and Order. Lo que no quiere decir que Portal se haya aliado con el ecumenismo, en el sentido protestante del término. Para él la reunión es convergencia, en efecto, conversión de todas las Iglesias de Cristo, cita en una oración común; y ahí, los romanos tienen tanto camino que recorrer que los otros. Pero desde que está en juego la noción de Iglesia, Portal no habla ya de convergencia, sino de negociaciones sobre lo accesorio y de vuelta a lo esencial: los separados deben reconocer el primado del obispo de Roma, servidor de los servidores de Dios, por quien se realizarán las promesas de Cristo. Convergencia espiritual, claro; convergencia de las instituciones: no, por lo que importa.
Es verdad que Portal otorgaba cada vez más importancia a los medios espirituales, a la oración. En 1925, el abate Marie-André Dieux, a quien había pedido un ciclo de conferencias sobre al unidad, le escribe: «Estoy en pleno acuerdo con la idea central que me indicáis». Esta idea es primeramente que «el problema, en su realidad,, […] una herida en el cuerpo místico».
[Asimismo es por] Cristo, el Mediador [por quien] todo debe pasar; Cristo místico, cabeza de la Iglesia, en quien existe la comunión de los santos […]. La oración activa, en unión con el Cristo místico, para la realización total del plan divino es el mejor y más grande medio y la mejor oración.Entre las formas que puede adoptar esta oración, Portal insistía mucho en la declaración colectiva del pecado de desunión, del que todos los cristianos son corresponsables. Los romanos también mantienen la herida que desgarra a la Iglesia. Esta afirmación permitió a Portal introducir en el discurso unionista lo que consideraba como la virtud vicenciana por excelencia,
la humildad que se impone a los católicos como a los otros. Todos somos culpables, en Oriente como en Inglaterra, todos hemos pecado, sí, todos, y es preciso no conocer nada de historia para no saberlo y el menor sentimiento cristiano para no reconocerlo. El día en que católicos, ortodoxos anglicanos, protestantes lo hayan reconocido, la unión estará cerca; pero mientras no hagamos ante Nuestro Señor esta confesión general, el orgullo paralizará todos los trabajos y las intenciones más generosas.
En esta línea, intentó Portal, en 1925, organizar con Walter Frere, obispo ya de Truro, un movimiento de oración que no sería una oración católica por el regreso de los separados , sino una oración común por la unidad. Cuando murió Portal, se caminaba hacia la idea del monasterio invisible que el abate Couturier debía hacer aceptar en todos las confesiones cristianas.
El sentido de la historia
Una de las fuentes del orgullo y del sectarismo, según Portal: «…no saber nada de historia». Toda su enseñanza, según el normalista Moreau-Reibel, tendía a hacer comprender la vida de la Iglesia «y hacer sentir por qué profundo trabajo interno se mueve a sí misma y mueve a la sociedad en que está inmersa453». El último Portal, el de los años 1920, es un discípulo del Señor Vicente, un lector de Newman y de Loisy. Es muy consciente, a la vez, y de la evolución de la Iglesia y del parecido de la Iglesia consigo misma en el curso de los siglos.
La evolución de la Iglesia abre evidentemente un espacio de negociaciones con los anglicanos. Una mente historiadora, según Portal, no puede hacer en el error que consiste en confundir a la Iglesia católica romana con la fase latina, centralizadora y vaticana de su porvenir. Conocer la historia de la Iglesia es reconocer que la vida de Cristo que no viene por la Iglesia o puede encerrarse] en una mentalidad, en una época, en una raza; se ha manifestado y se manifestará mediante todas las expresiones de que el alma humana es capaz, todas las adaptaciones de que las energías divinas la hacen susceptible.
Si existe desarrollo de la fe, hay adaptación (Portal dice más «mejora relativa») de las instituciones. «Se ha realizado un progreso en el dogma […]. En la disciplina, es decir los usos prácticos, hay diferencias según los lugares y las circunstancias».. Disciplina. liturgia, administración son los dominios de una diversidad necesaria en el espacio, de una reforma necesaria y perpetua en el tiempo.
No me he olvidado [escribe el normalista R. Chauvet a Portal en 1921] que nos dijisteis en varias ocasiones (y era evidentemente una idea que os obsesionaba) que la Iglesia necesitaba sin cesar ser reformada, que en la actualidad, en particular, se hacía sentir esta necesidad, pero que vendría a recaer en nosotros sin duda la realización de la tentativa.
Alimentado con el ejemplo de los grandes reformadores católicos, Portal tiene el sentido de las rupturas necesarias, y en primer lugar con «las prácticas de la Administración romana», que no hay que confundir, escribe a Mercier, «con la doctrina del papado456». Para él, la latinización y la centralización son «formas accidentales», que tuvieron su utilidad: ¿no sirvieron para «combatir todas las formas de nacionalismo religioso?.Pero sería mortal encerrar en eso la vida de la Iglesia. Lo que Portal llamaba el «vaticanismo» (y Pusey el «sistema práctico del romanismo») es por lo tanto negociable, con la monarquía pontificia, por ejemplo, el concepto monástico del sacerdocio o el lugar subordinado de los laicos. Y esta es la razón por la que el lazarista no desaprobó todo lo que en Malinas venía de la negociación. Sin llegar a lo esencial, a la par que se reconoce ecclesia reformata semper reformanda, la Iglesia romana puede conceder mucho.
El sentido de la tradición
Pero si la historicidad de la Iglesia permite desprender un espacio de negociación, sostiene en Portal el sentido de la continuidad, la idea de que la reunión de los cristianos será una vuelta a la tradición, una tradición que se encarna en el sucesor de Pedro. Portal no se acomoda evidentemente al fundamentalismo, que prescinde de la historia y construye sobre la Biblia sola un cristianismo intemporal; pero no acepta más que se utilice la exégesis y la historia para reconstituir un estado pontificio de la Iglesia y presentarlo como modelo.
Característica de esta actitud, la discusión que sostuvo en 1923 a propósito del primado pontificio. Después de leer dos informes presentados por Charles Gore y Walter Frere sobre los textos del Evangelio donde se trata de la misión de Pedro, admite que no existe interpretación de ninguno de estos textos tomados en particular como de fe. Sería necesario:
- una definición, y esta definición no existe;
- un sentido tan claro que se hubiese impuesto a los Padres y a los comentarios, y ello no es así.
Diferentes interpretaciones entre los Padres. La Iglesia romana según mis conocimientos no se ha servido de ello más que bajo Esteban458.
Lo que no impide, precisa él, que la creencia en el primado de Pedro no sea primitiva, ni que un católico no pueda contestar la interpretación del Tu es Petrus en el sentido romano. Y la razón que da es siempre de Newman: «Creo que los acontecimientos han proyectado sobre estos textos claridades que hacen el sentido adoptado por los documentos romanos más manifiesto». Es la tesis central de Newman, para quien no es por los orígenes como se mide la continuación, es la continuación la que explica lo que eran los orígenes.
En esta nota de 1923, no es sin embargo a Newman a quien Portal remite a los anglicanos: «El Dr Gore y el Dr. Frere dejaron de lado con demasiada facilidad el testimonio de Loisy». Se trata del Loisy de L’Évangile et l’Église, que refuta Harnack y muestra en la Iglesia una realidad histórica, comprometida en el tiempo; Cristo no dejó organizada de antemano su constitución y todavía menos la de la Santa Sede, sino que ésta se estructuró en el curso de un progreso continuo; cada etapa de este progreso se deduce necesariamente de las que lo han precedido: la Iglesia «nació y duró por el desarrollo de una organización cuyas líneas generales estaban trazadas en el Evangelio».
No es posible interpretar los textos fundadores sin referirse a la tradición tal como la conserva el único organismo que encarna a la vez la continuidad y la evolución, la permanencia y el desarrollo: el papado. A Puller que se entrega a una crítica interna del Nuevo Testamento para refutar el primado jure divino del sucesor de Pedro, Portal no le oculta que no querría aceptar
Un modo anti-tradicionalista de investigar la verdad religiosa […]. Nuestras verdades no son el resultado de descubrimientos intelectuales. El procedimiento que consiste en hacer casi tabla rasa de la enseñanza recibida para descubrir por sus propias indagaciones las verdades contenidas en el depósito de la revelación no es y no puede ser tradicional.
Lo que explica las alusiones de Portal a un cisma eventual del anglicanismo: no le cabe en la cabeza que se pueda hablar de reunión con los fundamentalistas que niegan la Iglesia como realidad histórica y con los modernistas que niegan la Iglesia como sociedad visible querida por Jesús (o desarrollada de una manera necesaria y continua a partir de la enseñanza de Jesús). En la Iglesia de Inglaterra, estos dos grupos corresponden casi a l ala derecha de la Baja Iglesia y al ala izquierda de la General. Portal habla a propósito de ellas de «escisión inevitable», de un «cisma inevitable» y de la necesidad de poner la mira en los anglocatólicos». Nada nuevo en este principio: la Revue catholique des Églises afirmaba ya que los protestantes liberales como el profesor Harnack no eran cristianos que reunir, sino incrédulos que convertir.
Pero no más que en tiempo de la Revue, piensa Portal en ina Iglesia uniata, en una reunión corporativa de los anglocatólicos. Primeramente porque Lord Halifax abomina de la idea de una Iglesia uniata, que él califica, por testimonio de Martel, de «espectro» y de «espantapájaros»462. Y sobre todo porque Portal no cree que sea duradero el conflicto Low Church/High Church/Broad Church, que únicamente hubiera podido justificar una estrategia uniata.
No nos parece del todo justo decir que los partidos actuales son los mismos que antes, Las ideas han compartido los viejos marcos y acercado las mentes antes divididas. Si su influencia persiste y se acentúa, acabarán en una nueva clasificación y constituirán nuevos partidos.
Portal vuelve así al análisis de Jacques Chevalier en la Revue catholique des Églises: la influencia de las ciencias no teológicas de las religiones va a reforzar un irreductible bastión racionalista (se apartará por sí mismo del anglicanismo para perderse en la nebulosa del protestantismo liberal), a reducir a poca cosa el fundamentalismo de la Biblia sola, a limpiar el viejo high churchism de su conservadurismo, y a reunir al grueso del clero con el liberal catholicism. Así se incrementará un centro, una nueva media vía capaz de reunir a todos los que reconocen la necesidad de un magisterio interpretativo capaz de conciliar la fidelidad al mensaje bíblico con la reconquista científica del pasado cristiano. No sólo existe ya este centro, sino que dispone de una líder prestigioso: Charles Gore, obispo de Oxford. Desde este punto de vista, la fórmula uniata no es buena sino para romper una evolución favorable. Así el porvenir pertenece, entre los anglicanos, a los que defienden la ciencia sin el modernismo, la tradición sin el conservadurismo, la Biblia sin el fundamentalismo, el catolicismo sin el sistema práctico de la Iglesia romana.