El Señor Portal y los suyos (1855-1926) (15)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

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Author: Régis Ladous · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1985 · Source: Les Éditions du Cerf, Paris.
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II Unidad de la Iglesia

Capítulo IV: El Seminario de la Unión de las Iglesias

Formar un pequeño grupo

Portal se despertó del sueño romano en el otoño de 1900. Durante un año, o algo menos, se desinteresó, no habló de la unión de las Iglesias. Ni una palabra, nada que traicionara la persistencia del proyecto. No fue hasta agosto de 1901 cuando manifestó intención de continuar en el seminario San Vicente de Paúl lo que había experimentado en Châlons y en Niza.

Nuestra casa prospera, y me pregunto si la Providencia no me quiere al lado de esta juventud elegida que se encontrará un día en los más altos puestos del clero para que les hable de algunas rutas nuevas – caminho novo – que hemos explorado juntos48.

No se trataba otra vez más que de ofrecer al conjunto de los estudiantes del Cherche-Midi informaciones generales sobre los cristianos separados. En 1902, por fin, definió el trabajo que iba a ocuparle sin interrupción hasta el final de sus días: formar un grupo militante, un pequeño equipo de especialistas capaces de asumir sin cansancio un unionismo tenso entre la integración y la protesta, «un grupo de hombres […] dispuestos a unir un profundo respeto hacia la autoridad con una voluntad muy firme de preparar tiempos nuevos49 «. Portal sabía que no sería fácil, y su ambición inicial fue de las más modestas. «Si llegamos a tener tan sólo cuatro o cinco hombres… Quizás para comenzar no alcancemos esta cifra50». Por reducido que fuera, este círculo militante le pareció indispensable para alimentar un ideal cuya difusión, era cosa evidente, seguiría resultando difícil durante largos años. Era cuestión de abrir caminos que hollarían más tarde las autoridades eclesiásticas y el pueblo cristiano.

Portal sobrepasó sus planes iniciales. Hacia 1905, podía contar con la colaboración efectiva de una docena de jóvenes, sacerdotes y laicos, con los que diseñar el proyecto de un «seminarium de la unión de las Iglesias51», de «una especie de seminario de la unión de las Iglesias» donde se formarían «hombres capaces de ver la idea, con un valor intelectual y aptos para abordar con métodos nuevos el estudio de las Iglesias y de las cuestiones que las dividen52». De una manera del todo informal, fue en eso en lo que consistió una de las principales funciones del Cherche-Midi. Esta nueva etapa del unionismo portaliano es a la vez más realista y más utópica que la precedente. Más realista, en cuanto mejor adaptada a las circunstancias y a las dificultades. Más utópica, en cuanto que la experiencia del pequeño grupo y de su red de amistades internacionales e interconfesionales fue vivida como una realización parcial y anticipada del orden futuro, de la Iglesia de mañana, la unidad en la diversidad. Confrontada a un entorno, hostil a las veces, a menudo indiferente o escéptico, la utopía habría podido cerrarse sobre sí misma, y el grupito convertirse en secta, o en capilla. Pero Portal era un hombre de aire libre, un exotérico impenitente; para salvar toda tendencia sectaria, puso siempre el empeño en diversificar el reclutamiento de sus discípulos; sobre todo, a partir de 1905, se propuso hacer de ellos periodistas, Rouletabille de la unión de las Iglesias. El grupito se estructuró en torno a la Revue catholique des Églises, llegando a ser su comité de redacción.

Formarse informando

Para asegurar la educación unionista de sus reclutas, Portal no había pensado más que en «conferencias íntimas», sin periodicidad ni orden del día. Las cosas cambiaron cuando quiso que la Revista llegara a servir de un verdadero útil pedagógico, un medio de informar no sólo a los que la leen sino de formar a los que la hacen. De ahí esa voluntad de asociar a los jóvenes militantes de la unión a su redacción, luego de reunirlos regularmente para que preparen juntos las diferentes rúbricas y los artículos de fondo. A contar de enero de 1905, el pequeño grupo se reunió los domingos por la mañana y se transformó en instrumento de elaboración y de decisión colectivo. En abril, al fundarse la Sociedad de estudios religiosos, se integró en la sección «Unión de las Iglesias». Después de tantear diferentes locales, no se reunió ya, después de acabar el año, más que en la oficina de Portal o en la sala de comunidad del seminario San Vicente de Paúl. La muerta trágica de Morel, en agosto de 1905, fue para él un rudo golpe; durante más de un año, perdió la regularidad, para volver luego a su ritmo semanal en noviembre de 1906 y lo mantuvo hasta la destitución de Portal.

Los miembros del grupo, Laicos como Chevalier, Wilbois, Legendre, Hazard, Coutan, Koszul, Riboud, sacerdotes como Morel, Amann, Otter, Giraud, Giaume, Gratieux, Saulze, Louvière, merecen el calificativo de «portalianos» (el término estaba en uso en los medios católicos de la Escuela normal superior desde antes de 1914) porque después de Portal dedicaron parte de su tiempo a la idea de unión, no tal y como la concebía el lazarista, sino como la elaboró el lazarista con ellos en aquel pequeño laboratorio a donde cada uno aportaba materiales, experiencias, reflexiones. Los portalianos hicieron la Revista, animaron los encuentros interconfesionales del Cherche-Midi, viajaron por Inglaterra, por Rusia y por otras partes, para entrar en contacto con los cristianos separados. Desde las sesiones de trabajo del domingo por la mañana, ordinariamente se reunían con ellos venerables ancianos de más de cuarenta años, como Hemmer, Dimnet, Baudin, Le Roy, Tavernier, Boudinhon, Brenier de Montmorand, Baruzi, y el Matusalén del grupo, Pouget.

Una de las últimas satisfacciones de Morel fue ver a seminaristas salir así de su «tarro», como decía él, y codearse con laicos. Estaba impresionado por lo que él llamaba el «espíritu de apostolado» de los normalistas, y veía en ellos a los «mejores obreros, porque serían más libres y más escuchados entre nuestros hermanos separados en ambientes tan diferentes de los nuestros53». Portal, por su parte, sentía horror a las reuniones en que la gente con sotana se encontraba entre ellos. Prefería esencialmente «ver a los laicos colaborar con los eclesiásticos en el mismo ideal». Y no sólo porque «en este intercambio, pensaba, todos tenían por igual que dar y recibir54»; no sólo porque los sacerdotes jóvenes hallarían allí el medio de iniciarse «en los problemas, en las aspiraciones, en los métodos de la vida contemporánea»; sino sobre todo porque, más allá de su utilidad intelectual y práctica, esta colaboración realizaba bien la idea que el lazarista se formaba del laico, que ejerce un ministerio den la Iglesia, que es corresponsable de la Iglesia.

Nos ponía en guardia contra un abuso de los términos «Iglesia enseñante» e «Iglesia enseñada», que tendería a permitir creer a los laicos que no tienen deber estricto de cooperar en la obra común, lo mismo que por su parte y en su lugar cooperan en el ofrecimiento del sacrificio, comulgan la misma víctima y participan de la misma vida sobrenatural.

Cuando el curso habitual de las cosas era interrumpido por la presencia de un invitado ilustre y exótico, las sesiones de trabajo del domingo por la mañana comenzaban por una especie de banco de informaciones. «Cada una llega trayendo el resultado de sus lecturas sacadas de los diarios y de las revistas del extranjero y de Francia, sobre la Iglesia56». Portal había repartido el mundo entre sus compañeros. Una había saqueado la prensa francesa, otro la prensa inglesa, o alemana, o rusa, o americana, etc. Algunos feudos estaban subdivididos. Chevalier tenía Inglaterra con Gratieux, y se vuelve a ver a Gratieux en el triunvirato (Wilbois, abate Oger) que se repartía Rusia. Nadie en cambio disputaba España a Maurice Legendre o Bulgaria al abate Levecque. Todos, por turno, leían y comentaban los apuntes tomados durante la semana. «Reunimos de esta forma una gran cantidad de materiales y nos formamos57». Fórmula típicamente portaliana: la información es formación. Porque no se trataba de una información pasivamente absorbida por un lector inexperto. Había que cerrar, en cuatro sesiones, un número de la Revista, menos reunir que escoger e interpretar correctamente. Según Portal, lo «esencial» era enseñar a los miembros del grupo a «discernir lo que es importante de lo que no lo es» y a «comentar por la historia o por la doctrina de la Iglesia aquello de que trata tal artículo o tal suceso». Por la historia o por la doctrina de la Iglesia en cuestión, y no desde el punto de vista católico y romano. Escoger y descentrarse, jerarquizar las noticias y ponerse en lugar del otro: tratada desde este punto de vista, la información es en verdad formación. Redactor en jefe con exigencias, Portal no consentía que se le trajeran síntesis, ideas generales; desconfiaba de ellas; en esto como en otras partes, quería hechos «datos positivos59». Seleccionarlos, interpretarlos, determinar las informaciones que se habían de añadir: todo se debía hacer en común; y el lazarista jugaba un papel destacado. «Pertenecía al Señor Portal atar la gavilla y orientar los estudios siguientes». Una vez seleccionados los hechos y extraído su significado, había que redactar entonces las notas y las crónicas, discutir sobre todo artículos de fondo, desde los proyectos cuyas grandes líneas se trazaban a los textos redactados que se leían, se comentaban, se corregían. Portal manejaba con toda facilidad las tijeras, cuando no añadía una introducción o una conclusión. A veces volvía a escribir o redactaba a partir de apuntes en borrador.

Habiendo atraído la fundación de la sección «Unión de las Iglesias» de la Sociedad de estudios religiosos que no querían o a quienes no se quería asociar de una manera permanente a la redacción de la Revista, Portal reunió entre semana, de ordinario el miércoles, a un segundo grupo de estudios unionistas, compuesto ése de «hombres venerables en su mayor parte, a los Srs. Boudinhon, Viollet, Hemmer, etc. El objeto de estas reuniones fue para este año: la Iglesia rusa. El Sr. Wilbois […] nos dijo cosas muy interesantes61». Los nombres citados por Portal muestran de sobra que entre los dos grupos no existían tabiques estancos. Pero los venerables, dejando de lado el ambiente febril de un comité de redacción, se fijaban un plan de estudio y profundizaban en el mismo tema durante varios meses. Fundó de la misma forma un círculo de estudios femeninos, que se reunía el jueves y reclutó a sus primeros adictos entre las sindicalistas de la calle de la Abbaye.

Formarse viajando

El grupo del domingo por la mañana no era un simple despacho de prensa, no se contentaban con desmenuzar informaciones espigadas en los diarios y revistas. No era tampoco así como Portal mismo había descubierto al otro y cogido gusto a las cosas inglesas. «Hay que preparar las mentes por medio de estudios», decía, para añadir a continuación «y por medio de relaciones personales62». Rehacer Madera, y esta vez sin rodeos, yendo directamente al corazón del lugar, a los anglicanos, a los ortodoxos, a los protestantes del Dissent o del Luthertum. Gran consumidor y gran productor de papel impreso (las 3 200 páginas de la Revista después de las 2 400 de la Revue anglo-romaine y las 1 500 de los Petites Annales), Portal repetía, y con conocimiento de causa, que «las charlas hacen más que el estudio de los libros63». A Morel, quien le enviaba desde Inglaterra informes perspicaces, respondía:

Los habéis visto, visto de verdad, a anglicanos y a católicos, y sobre todo habéis comprendido a mis amigos. Lo demás podrá llegaros por libros pero los libros no os habrían dado la sensación de sus almas64.

Hay que salir para conocer al otro y darse a conocer a él en lo que se vive realmente, en las convicciones – comunes o divergentes – de las que vive cada uno. Dejar de lado las «consideraciones abstractas» para llegar a la «realidad viva», reunir «documentos vivos», dejarse «formar por la vida65».

Esta proximidad concreta al cisma puede ser creadora de sufrimiento, pero también de esperanza. En la base del viaje unionista está esta convicción: ¿cómo conocer la situación vivida sin comprender que no está bloqueada, «que hay algo que hacer», que «la reunión es necesaria, que se hará con toda seguridad»? «Desde que he visto un poco a estos ingleses, escribe Wilbois, creo que hay grandes esperanzas, y obras muy próximas66». Bajo la avidez portaliana para la conversación, la «charla», el contacto directo, circula esta convicción de Halifax: «Lo que divide a los cristianos son los malentendidos más que otra cosa67». Y si estos malentendidos se cultivan en abstracto, se disuelven en lo vivido. Alcanzar la verdad es reducir los obstáculos que amplifica el discurso sistemático de los teólogos y de los clérigos. Por eso el viaje es también utopía, realización parcial de lo debe llegar. Los portalianos no se comprometen sólo para despertarse a la inquietud y a la esperanza de la unidad, sino para vivir la unidad por anticipado.

Cuando le preguntaban [a Morel]: «Pero ¿qué habéis venido a hacer a Rusia?», tenía una fórmula ingenua: «He venido a edificarme; sé que poseéis un sentimiento religioso muy profundo, vengo a calentarme a vuestro lado68».

Tal es el primer fin del viaje, la constitución de pequeñas comunidades reconciliadas, en las que cristianos pertenecientes a Iglesias diferentes se edifican unos a otros. Se ayudan a ser mejores cristianos, crecen juntos en el respeto a sus diferencias mutuas, y ante todo mediante el uso de la «oración en común» que Wilbois, en Inglaterra, se maravillaba por encontrar tan fácil69. En la revista Le Sillon del 25 de mayo de 1907, una antiguo del Cherche-Midi, el abate Beaupin, definió bien la ambición última de los portalianos, el horizonte de sus esperanzas unionistas:

Constituir grupos en cada confesión, que se pondrán en contacto: buscando cada uno comunicar su valor al otro, en un espíritu de caridad y no de envidia, persuadido de que se acerca a uno mismo la confesión extranjera, no demostrando su inferioridad, sino aumentando su vida.

Formarse por la reconquista científica de un pasado común

Si Portal ponía el acento en la formación concreta, la creación de un clima espiritual y humano favorable al reconocimiento del otro, quería también

Suscitar historiadores que asumieran la obligación de estudiar la doctrina y la organización de la Iglesia católica antes de la separación […], el pensamiento cristiano de los primeros siglos […], los orígenes comunes […], la época en que no había más que una Iglesia cristiana70.

Los progresos de la crítica histórica, la aplicación de los métodos positivos a la reconquista del pasado cristiano, la edificación de una ciencia autónoma limpia de todo a priori confesional y de todo control autoritario permitirían establecer «una base sólida sobre la que todo el mundo estaría de acuerdo71». Era dejar de lado el problema del desarrollo en la Iglesia, desarrollo de las instituciones y de los dogmas. Portal no pensaba ciertamente que la historia que el nacimiento de una historia científica de sus orígenes bastaría para reconciliar a las Iglesias; su meta no era hacer la unión, sino formar a católicos capaces de entrar en contacto con los de enfrente. Le parecía que un conocimiento científico de los primeros siglos, apoyado en métodos rigurosos, contribuiría a la difusión de un lenguaje común, de un lenguaje en el que las palabras tendrían el mismo sentido en ambos lados de las líneas de fractura. También así lo entendía Morel al enseñar la teología positiva, la historia del dogma:

No se estudian ya los Padres para demostrar que se tiene razón contra todo el mundo: se los estudia para conocerlos. Los adversarios de antaño se han hecho colaboradores, que trabajan con un ardor igual en hacer revivir la Antigüedad cristiana […]. Los puntos de contacto aumentan cada día […]. Los trabajadores de las diversas confesiones llegan poco a poco a mentalidades bastante vecinas. A cada uno de ellos toca, entonces, librar a los que están alrededor de él de los prejuicios de los que se ha librado él mismo primeramente72.

Así la búsqueda en historia y en exégesis interesa de mido especial a los portalianos, cuya enseñanza unionista no se puede considerar como una huida ante la crisis modernista. Para ellos el diálogo interconfesional no ha sido nunca un medio de rechazar los problemas críticos y las cuestiones peligrosas; todo lo más ha permitido relativizarlas. Así ocurrió con el abate Morel. A partir de 1902, el aprendizaje del idioma ruso y del mundo ortodoxo le alejó de los «problemas teológicos planteados en Francia por la curiosidad de los exégetas y de los filósofos»; o más bien, como lo escribe Calvet, estos problemas pasaron «a segundo plano; estaba la Iglesia; estaban las Iglesias; y estaba una acción posible […] para traer la unidad. Este problema planteado en plena vitalidad era más apasionante porque englobaba más realidad73». Morel nunca cuestionó la autonomía y las adquisiciones de la crítica histórica y bíblica. La puso al servicio del proyecto unionista, y la utilizó como una especie de esperanto para hacerse entender de los sabios anglicanos y protestantes, y hasta de los rusos que estaban fascinados por la ciencia alemana. Las dificultades unidas al modernismo se convirtieron en otras tantas ocasiones buenas de entablar el diálogo por encima de las barreras confesionales. Estas dificultades, ordenadas al progreso de la causa, ala manifestación de la unidad cristiana y por consiguiente a la mayor gloria de Dios, perdieron así una parte de su carga obsesiva y angustiosa.

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