Capítulo VIII: La espera
Portal reprobado, estimado, promovido
Portal sólo estuvo un año en el seminario mayor de la Sainte-Croix, en Châlons-sur-Marne. Tuvo tiempo de iniciar a sus alumnos en el anglicanismo, de reclutar a uno de sus mejores discípulos, Alberti Gratieux, y de organizar «una competición de fútbol en la que oportunamente sabía ocupar su lugar y entrenar a los equipos». Desde la apertura, el muy molesto se convirtió en superior del seminario mayor de Niza, amo y responsable de una de esas instituciones esenciales donde la Iglesia reproduce sus cuadros. La decisión fue adoptada por el Señor Fiat, aprobada por Roma y bien recibida por el obispo del lugar.
Niza está lejos de París: ni hablar de tomar el tren cada semana para mantener en la capital contactos sospechosos. Promover para alejar: el procedimiento es clásico; pero Portal se equivocó al ver en eso la única razón de su cambio. El seminario mayor se aprestaba a abandonar la parte vieja de la ciudad por las alturas de Cimiez, barrio chic a donde no se trataba de enviar a un rudo pedante todo embadurnado de forma silogísticas. En sus relaciones con el vecindario encopetado y cosmopolita, el nuevo superior debería mostrar buen trato y don de gentes. El amigo de Halifax pareció lo más propio para codearse con los ricos invernantes faltos de obras piadosas. El puesto exigía también mucha destreza: se trataba de tomar las riendas del seminario dividido de una diócesis dividida. Afuera, los adversarios del obispo hacían campaña a fuerza de cartas anónimas y de rumores crapulosos. El conflicto había llegado al seminario; Portal debía devolver algo de cohesión al cuerpo de profesores, a la par que se alineaba sin equívoco alguno al lado del obispo.
Antiguo alumno, secretario y amigo íntimo de Mons Dupanloup, que murió en sus brazos, Henri-Louis Chapon tenía la reputación de un prelado conciliador, de un liberal cercano al Correspondant, de un intelectual también, que daba cuenta en su Semaine religieuse de cuanto se publicaba de importancia en teología y exégesis. Cuando el Señor Fiat le propuso a Portal, se declaró encantado de recibir al antiguo director de la Revue anglo-romaine. ¿No había recibido Dupanloup con deferencia al Dr Pusey que venía a presentarle su Eirenikon? Sólo faltaba la anuencia del Vaticano. En junio de 1897, el cardenal Rampolla pidió al nuevo obispo de Cahors, Mons Enard, que pasara por Cahors a fin de trasmitir verbalmente un mensaje de rehabilitación. Un mes más tarde, el secretario de Estado completó este gesto dirigiendo al Señor Fiat un mensaje oficial: León XIII no se oponía a la promoción del antiguo réprobo. Todo conspiraba para que Portal, liberado de las tareas, se absorbiera en los quehaceres ordinarios de su empleo, con tanta mayor razón esta vez porque, al contrario de lo que había sucedido en Cahors, los seminaristas quedaron seducidos. Uno de ellos, el abate Giaume, ha dejado una descripción lírica de aquellas clases en las que el nuevo superior, respondiendo a sus expectativas, los transportaba al planeta anglicano.
Y nosotros, prendidos de sus labios, asombrados y encantados, nada temíamos tanto como el timbre que, inexorable como el tiempo, debía pronto pitar el final del ejercicio y de nuestra felicidad estremecedora.
La personalidad de Portal no fue sin duda extraña a este apasionamiento. Los alumnos se prendaron de su encanto, un encanto que se debía en primer lugar, según el abate Giaume, a «unos bonitos ojos llenos de luz» y a un tono de confidencia que halagaba a los oyentes:
Su pensamiento, con todos sus matices, nos dábamos cuenta que lo iba entregando a medida que nacía en él.
Porqué no. Pero, en lo esencial, el éxito llegó de un cambio de orden pedagógico. En Niza, Portal no se aburría ya y no aburría ya a nadie porque había tomado el partido de acoger y de suscitar los interrogantes que había cortado en seco en Cahors, cuando afirmaba a Jean Calvet que el método crítico, bueno para las universidades, debía ceder en los seminarios al método catequístico. Sobre este particular, la frecuentación de Duchesne y de Loisy le había hecho cambiar completamente de idea.
Lo que dice el Señor Portal cuando ya no necesita del apoyo de los leonianos
En Châlons, y durante un año, había dispuesto de tiempo para poner en práctica su nuevo estilo. Había recomendado a los seminaristas la lectura de los Études bibliques de Loisy, con este comentario: «Es la exégesis del futuro». Los había animado a desprenderse de una ciencia exclusivamente católica, regulada por el magisterio y distribuida en dosis fácilmente memorizables; les había mostrado que la «teología positiva no debe ignorar nada de los grandes trabajos alemanes e ingleses», es decir protestantes y anglicanos. No había esquivado sus preguntas de carácter político; en esto también los había puesto sobre aviso frente a los reflejos confesionales y los proyectos exclusivos. En lo tocante a las leyes laicas, les había hablado de la vanidad de la «lucha a ultranza» y la necesidad «de encontrar un terreno de entendimiento y un modus vivendi aceptable para la Iglesia». Había cerrado definitivamente el paréntesis intransigente y proclamado sin rodeos que «sus preferencias se dirigían a las tendencias más ambiciosas y más liberales, a L’Avenir, a Lamennais, a Lacordaire y a sus amigos, aquellos que querían comprender a su época y hacerse comprender de ella».
Liberal: el término, aquí, es el antónimo de leoniano. En 1895, el director de la Revue anglo-ramaine denunciaba el peligro socialista y conjuraba a los católicos y a sus hermanos separados a unirse ante la perspectiva de una lucha inminente; se lucharía sobre las ruinas del mundo burgués; vencido el socialismo, se trataría de reconstruir una cristiandad, una sociedad en la que todas las cosas serían instauradas en Cristo. En Châlons luego en Niza, Portal no dejó de poner a sus alumnos en guardia contra los ardores conquistadores del catolicismo integral, sobre todo cuando abordaba la cuestión escolar.
No nos hagamos ilusiones, decía el padre Portal a propósito de las escuelas libres, no ha llegado el momento de realizar entre nosotros, en masa, la escuela cristiana. También habría visto con buenos ojos la solución del problema en el establecimiento de relaciones aceptables con la escuela laica. La guerra le parecía estéril y peligrosa. En lugar de pelearse, él habría preferido tratar de conocerse para completarse cuando la cosa fuera posible. Luchar a priori contra la escuela laica sin posibilidad de remplazarla le parecía la peor táctica.
Era ya el principio que inspiró, a partir de 1908-1910 su acción en el barrio de Javel y en la Escuela normal superior.
Donde el Señor Portal reforma un seminario mayor
Una enseñanza que no ignora las cuestiones que se plantean los seminaristas; audacias científicas; un liberalismo político que recurre a los grandes antepasados de 1830; una iniciación en las cuestiones anglicanas: todo eso se manifestó en Châlons antes de confirmarse en Niza. Pero en Châlons, Portal estaba subordinado; profesor de dogma y de sagrada Escritura, estaba encuadrado en el programa, las instrucciones de su superior, el directorio a fin de cuentas, que reglamentaba desde 1850 el empleo del tiempo y los métodos pedagógicos en uso en los seminarios mayores de la congregación de la Misión. En Niza, en cambio, él fue el patrón, en el sentido pleno del a palabra. Durante dos años el Señor Fiat le dio carta blanca y el establecimiento funcionó como una institución autónoma. Desde el comienzo de curso de 1897, el muy inquieto lo puso todo patas arriba, por sí y ante sí, sin rendir cuentas a su superior mayor.
Se hizo reparar al Señor Portal que no podía por sí mismo abandonar el directorio, y que el reglamento que ponía en marcha debía haber recibido con anterioridad la sanción de la autoridad superior; a lo que respondió: París deja hacer….
Hasta junio de 1899 no expidió a la calle Sèvres un ejemplar del nuevo reglamento acompañado de un informe explicativo.
El Señor Fiat tenía una buena razón para dejar hacer: Portal se entendía a la perfección con su obispo; en la Congregación de la Misión, es fundamental. Un lazarista no pertenece a una orden religiosa; es miembro de la pequeña compañía puesta por el Señor Vicente a disposición del episcopado. Pues Mons Chapon no dejaba pasar una ocasión de dar a conocer su satisfacción. Porta, por otra parte, adoptó una política de conciliación discreta con los poderes civiles, que se inscribía, también, en la tradición lazarista, en la lógica de una sociedad autorizada, reconocida por la ley, grande proveedora de misioneros en las colonias y las zonas de influencia francesa, cuidadosa, en caso de dificultades con el estado, de atenerse a la legalidad y de evitar cuanto pudiera parecerse a una oposición sistemática y violenta; esto se apreció bien en 1895, cuando el asunto del derecho de suscripción. En cuanto a los atrevimientos pedagógicos, no fue cosa de un hecho suelto; Portal se inscribió en una corriente reformadora uno de cuyos representantes más activos no era otro que François Verdier, su amigo de la infancia, superior por entonces del seminario mayor de Montpellier. Allí fue donde pasó los últimos días de vacaciones, en 1897, antes de tomar la dirección del seminario de Niza; y sus primeras reformas se inspiraron en el modelo de Montpellier, modelo rodado y aprobado. Verdier prefigura a Portal en dos puntos. De manera general, le gustaba la discusión, el choque de las ideas; estaba a favor de los estudios, estudios serios, como se decía; formar buenos sacerdotes, evidentemente, pero también sacerdotes instruidos; piedad y ciencia debían caminar a la par. De forma más precisa, Portal copió a su amigo un nuevo modo de distribuir el día, un nuevo horario que dejaba más tiempo para el trabajo intelectual.
El directorio de 1850 preveía dos clases al día, una a las 9, la otra por la tarde. Portal impuso una clase suplementaria, por la mañana; como no era cosa de distraer una hora de los ejercicios de piedad, profesores y alumnos no se levantaron más a las 5, según el directorio, sino a las 44. El sistema de las tres clases permitió no sólo enriquecer la enseñanza con las materias tradicionales, sino introducir otras nuevas: matemáticas, ciencias y, «para los mejores alumnos que muestran disposiciones», hebreo, inglés, alemán. Una cuarta parte de los alumnos mostraron bastantes «disposiciones» y arrestos para estudiar la lengua de los masoretas, del obispo de Salisbury o del Dr Harnack. El cambio de horario quedó completado con una reforma pedagógica. Hasta entonces el control del trabajo era puramente oral. Portal introdujo el uso de los deberes escritos.
El mejor tenía el honor de la lectura ante el cuerpo de profesores y de todos los alumnos. El Señor Superior hacía entonces unas preguntas precisas, y pedía a veces una aclaración.
A esto se lo llamaba una «sabatina». Portal no temía hacer debatir asuntos candentes, como la apostolicidad de la Iglesia de las Galias, problema renovado y puesto de moda por los Fastes épiscopaux del abate Duchesne, cuyo primer volumen salió en 1894. En clase, los profesores no necesitaron ya pasar veinte o veinticinco minutos en hacer repetir la lección; con esto se ganaba más tiempo para la «discusión de las dificultades» prevista en el directorio. Por último, cuando el seminario dejó la parte vieja de la ciudad para instalarse en Cimiez, en 1898, Portal cambió el emplazamiento de la biblioteca. En lugar de relegarla al último piso, que e había preparado para ella, la situó en la planta baja. Y, algo que pareció inaudito, estuvo liberalmente abierta a los seminaristas.
Ellos no se familiarizaron solamente con los libros. Contra todas las tradiciones y las instrucciones más formales, que los separaban del mundo, Portal los puso en contacto con especialistas llegados del exterior, y en primer lugar con herejes . Recibieron la visita de Lord Halifax, de Lacey, de Puller, visitas largas (Lacey se quedó ocho días) y de carácter netamente pedagógico: introducidos en la sala de comunidad, interrogados por el Señor Superior que «mediante una sabia habilidad» les ayudaba a expresar todo su saber», los anglicanos improvisaban verdaderas conferencias. Se recuerda que el Señor Méout, que no era por cierto persona escandalizable, se había negado en 1893 a recibir a Puller (un pastor protestante!) en Cahors, Antes de las experiencias de Niza de 1897-1899, no parece que muchos cristianos separados hayan tenido la ocasión de conversar, dentro de un seminario, con los alumnos y los profesores reunidos. Portal no invitó sólo a herejes. Hizo venir a sabios católicos cuyas exposiciones debían completar las lecciones ordinarias o bien abrir perspectivas nuevas. Fue de este modo como el abate Boudinhon y el profesor Sénart, del Instituto, iniciaron a los seminaristas en los arcanos del derecho canónico y en la religión de Buda. Tantos descubrimientos emocionaron a los más activos que se lanzaron a investigaciones personales. A éstos los mimaba Portal, los ayudaba con sus consejo y les prestaba libros.
Si gobernó una comunidad desunida, él no gobernó contra ella. La traición lazarista excluía el ejercicio solitario del poder. El nuevo superior acentuó progresivamente el aspecto colegial de su función. Se complacía en el consejo, le gustaba discutir y convencer, no introdujo más que los cambios que aunaron los sufragios de una mayoría. Con la excepción de uno irreductible, todos los profesores acabaron por aprobar innovaciones que les imponían sin embargo levantarse a las 4 y corregir copias. Afuera, en la ciudad, Portal se llevaba bien con todos, bien con el prefecto, bien con el alcalde, bien con la gente bien, director de obras, consejero de empresas caritativas, recogedor de donativos, repartidor de pan, dejando abierta la capilla en el barrio distinguido de una ciudad internacional. Él que tanto se interesaba por las relaciones de la Iglesia y del Estado y hacía la apología de Lamennais parece haberse quedado indiferente al drama político y moral que sacudía a Francia en esta época. El que los antiguos alumnos de 1897- 1899 no digan una sola palabra de Portal sobre el capitán Dreyfus no tiene mayor importancia; pero no deja de extrañarnos que, en su correspondencia íntima y seguida con Lord Halifax, el lazarista no mencione ni una sola vez el Asunto. Nos conformamos con constatar que no habría podido confesar ningún sentimiento antisemita o simplemente anti-Dreyfus sin romper con sus amigos del otro lado del Canal. Tavernier le escribe, a propósito de Soloviev: «Pero si él es pro-Dreyfus, como vuestros amigos los anglicanos». Y después de leer el Último testamento de un antisemita de Drumont, Lord Halifax zanja, glacial: «En este último volumen, hay cosas imperdonables». Pero Portal no reacciona. Llega uno a preguntarse de qué podía hablar este sacerdote extrovertido (los informes de sus subordinados señalan que salía mucho) en sus almuerzos en la ciudad. ¿De la camarilla de los anti-Chapon, que se habían juramentado para expulsarlo de Niza? Venga, él lo tenía todo para sentirse feliz: enemigos, alumnos, obras, y algunos anglicanos a mano, entre ellos a Gladstone. Portal se situaba.
Adiós a Niza
Sí, pero al escuchar a su superior, los seminaristas adivinaron a un hombre tenso que se esforzaba por someterse.
Cuando hablaba del principio de la autoridad y de la obediencia debidas a nuestros jefes, su vox, que no era sin embargo fuerte, tenía extrañas vibraciones, o bien se volvía bruscamente seca. Seguía con un gesto tajante, resaltado por un silencio casi trágico.
Al otro día de su llegada a Niza, Portal escribió a Lord Halifax: «Se necesita valor para aguantar lo que no se puede evitar». Sufrió, como lo hemos visto, con cierto dinamismo. Pero no se resignó nunca a su destierro en Niza y a su función de notable que fue para él un «papel», un «sueño», un mal sueño en el que no pudo entrar más que haciendo violencia a sus «sentimientos íntimos» y a sus «repulsas»; un contratiempo de los más inoportunos por el que atravesó, si le hemos de creer, en los «aburrimientos de la espera y de la inacción». Una vez que creyó tranquilizados los remolinos de la campaña angloromana, asaltó a su superior con cartas y visitas en las que suplicaba que se le descargara de su tarea y se llevara a París, a cualquier puesto. El 7 de agosto de 1899, se enteró de que había ganado. «Colocado en París! Sí, estos colocado en París y en condiciones absolutamente ideales». De su victoria dijo que era la «resurrección de un muerto».
Ya está, se acabó. El Señor Portal no irá más a tomar el te a casa de las señoras patronas. Una vez más, empujó fuerte, y logró romper. Alergia a lo notable, explicará más tarde a una amiga toda sorprendida:
Siento poco gusto por la buena tranquilidad de la vida burguesa o del canónigo. Se me ha presentado bajo diferentes formas, en particular en Niza, donde habría podido ser humanamente tan feliz. Y no lo quise.
Rechazo tanto más notable por tener este vagabundo todo lo hacía falta para hacer un superior decorativo y de salón. Pero he aquí que, si vuelve a París, no es para retirarse a un hospital , una parroquia de desheredados, un confesonario abierto a todos las miserias de la ciudad; hace carrera, escala los grados honoríficos y de responsabilidad, se mete con regocijo en la piel de un superior de seminario universitario, se convierte sin inmutarse ni escrúpulos en el lazarista más famoso de Francia, después del Señor Fiat. Rechazó Niza no porque allí era un notable, sino porque se hallaba demasiado lejos de París. La ruptura de 1899 expresa en primer lugar la voluntad de volver a la aventura unionista allá donde se había interrumpido, en 1896, de reanudar las grandes maniobras diplomáticas, de organizar el diálogo en la cumbre, de rehacer un unionismo de institución, de cancillería y de corte. Por la noche, en su habitación, Portal releía y clasificaba y comentaba sin cansarse la correspondencia que había recibido entre 1890 y 1896; pero su voluntad de relanzar el asunto no se nutría solamente de nostalgia. De 1897 a 1899, no faltaron las señales que parecían anunciar un deshielo de las relaciones anglicanoromanas.
De qué esperar
En febrero de 1897, los arzobispos anglicanos publicaron su respuesta a la bula Apostolicae curae, una respuesta de tono moderado y de razonamiento católico, dirigida «universis Ecclesiae catholicae episcopis». En abril, MacLagan y Temple, sucesor de Benson, anunciaron el envío de este documenta al «venerando in Christo patri domino Leoni Papae XIII», a quien calificaban de «frater venerabilis». En junio, el papa respondió a los «reverendísimos e ilustrísimos primados de la Iglesia de Inglaterra» con un texto que figura como un modelo de estilo leoniano: el vocabulario inquisitorial de la encíclica Satis cognitum deja el puesto a las afusiones generosas, al lenguaje pacífico, enraizado en la oración y en el recurso al Espíritu Santo que caracteriza la carta Ad Anglos. En julio, por último, el total de los obispos de la comunión anglicana, reunidos en el palacio de Lambeth, en Londres, comunicaba al Soberano Pontífice un mensaje sobre la unidad, precedido de una dirección en latín en la que de nuevo se calificaba al obispo de Roma de padre y de hermano. De esta forma la condena de las ordenaciones acabó por provocar lo que Portal y Halifax no habían podido obtener: un intercambio epistolar directo entre el Vaticano y la jerarquía anglicana. El porvenir parecía estar asegurado.
Otras señales: la ruptura del frente Gasquet-Mazzella sobre el tema de los tres testigos celestiales; un cierto cambio de Vaughan que se volvió blando con los ritualistas decididamente bien tardos en convertirse; el asunto Kensit, que mostró que el partido de Lord Halifax no se había debilitado demasiado en el desastre de 1896; y sobre todo, manifestada por el apoyo a la novena de oración a favor de la unidad y por la organización en París de la archicofradía de Nuestra Señora de la Compasión a favor de la reunión de la Iglesia anglicana, la persistencia de León XIII en una idea unionista. Todo ello convenció a Portal de que había que hacer algo. En mayo de 1898, sugirió al cardenal Rampolla constituir una archicofradía que sería confiada a los lazaristas con el fin de organizar en el mundo entero una poderosa asociación de oración, para obtener de Nuestro Señor las gracias necesarias a los trabajadores por la unión de las Iglesias, el gran proyecto de Su Santidad.
Dos meses más tarde, León XIII tuvo a bien fundar una institución de este género, pero estableció su sede en Constantinopla y les dio la dirección a los asuncionistas.
Por aquel entonces desembarcó en el seminario mayor de Niza que se movía en el círculo de Mons Boeglin y no cesaba de airear su influencia oculta: Léon de Montenuuis, antiguo redactor del Moniteur de Rome, el mismo que había desempeñado un importante papel en lanzamiento de Fernand Dalbus. Prometió intermediar, arreglarlo todo, reintroducir a Portal en las oficinas de la alta política unionista. ¿Era Montenuuis un mitómano, un metomentodo, o bien expresaba lo que la correspondencia oficial no podía transmitir? El único medio de desenmarañar el caso era dirigirse al lugar. Portal se preparó para ello sin prisas; se tomó el tiempo necesario para instalarse en París, encargarse de su seminario universitario y recibir devotamente la bendición apostólica que León XIII impartió «muy afectuosamente» a la nueva fundación. No era más que un trabajo de tantos, naturalmente, pero le gustaba hacerlos bien y precisaba de la mayor superficie posible en previsión del día en que el Vaticano le confiara oficialmente responsabilidades unionistas.
El nuevo impulso
Y es que tenía intención de pedir mucho, y primeramente la creación de un organismo que se ocupara de la «unión de las Iglesias en general», un secretariado pontificio para coordinar los esfuerzos, estimular las plegarias, «constituir una muy buena organización de prensa», «preparar» y «excitar» las mentes. Esta persistencia de un concepto centralizado de la acción unionista iba a la par, a pesar de las apariencias, con un enfoque bilateral del problema: se trataba de ocuparse de los Griegos y de los Rusos, sin duda, pero para mejor caer sobre los anglicanos.
Anticipándose a la aprobación vaticana, lanzó Portal un Boletín de San Vicente de Paúl, cuyo primer número apareció en enero de 1900. Como su título no lo dice, se trata del prototipo de una nueva Revue anglo-romaine. El disfraz se imponía, dado que el Señor Fiat se ponía nervioso con sólo acordarse de las tribulaciones de 1896; había que domesticarlo, habituarle con toda suavidad a la repetición de las turbulencias portalianas, comenzar por algo inobjetable, una hoja fuera de toda sospecha, a riesgo de «cambiar al bebé durante los meses de nodriza». El Señor Fiat no era un cándido, y el bebé por poco no nace.
Qué miedo tenía cuando pedí la autorización de publicarla. El espectro de Macbeth, quiero decir el de la Revue anglo-romaine, se presentó con toda seguridad en medio de la sala de consejo cuando se planteó la cuestión. Además, lo supe de manera cierta, ni uno de los venerables asistentes se atrevió a responder inmediatamente ni siquiera a tomar la palabra. Pero habiendo pedido el superior general aplazar la cuestión para dentro de ocho días para mejor información, todos aceptaron la solución al punto.
Portal prometió cuanto le pidieron; arrancado el permiso, el Boletín, rebautizado en junio Pequeños Anales de San Vicente de Paúl, cantó a los misioneros lazaristas, sus gestas, sus sufrimientos, a sus mártires, sus triunfos. Los doce primeros números tratan del Oriente, de Madagascar, del lugar de las misiones en la Exposición universal, sobre todo de China: 1900, es la revuelta de los Boxers y de los cincuenta y cinco días de Pekín, una hermosa ocasión de volver a encontrase con las emociones y el entusiasmo de sus años veinte. Heroicos, los Pequeños Anales fueron igualmente prácticos y trazaron la crónica de las tres sociedades que dependían de la autoridad del Señor Fiat: la Congregación de la Misión, las Hijas de la Caridad, las Damas de la Caridad. Seminarios menores y mayores, hospicios, asilos, sindicatos profesionales, escuelas de oficios, nada escapó al celo periodístico de Portal quien tenía en mucho el mundo de las obras; en ello se encontraba a gusto, resoplaba como un joven vicario de arrabal, donde se olvidaba por un momento de los grandes proyectos unionistas y hallaba su descanso. Algunos años más tarde, había de encontrar su verdad en ello, en Javel, en la comunidad de Mme Gallice.
Los Pequeños Anales se ocuparon también de las obras sociales que no eran del dominio lazarista: Portal presentó a sus lectores los talleres cristianos de aprendizaje del abate Louis Boisard, las enfermeras de la Cruz Roja, las mutualidades escolares, los jardines obreros, las obras de juventud y los patronatos, el Sillon de Mme Sangnier, la fábrica cristiana del Val-des-Bois.
El Señor Vicente, la misión, la acción social y caritativa: los Pequeños Anales tocan todas las notas de la sensibilidad lazarista para dar de su director una imagen tranquilizadora y común. Pero si el primer propósito de Portal era domesticar a sus colegas y llevarlos suavemente a encargarse del futuro secretariado pontificio por la unión de las Iglesias, ¿no se estaba dando un rodeo demasiado largo? ¿Acaso no habría procedido abordar directamente la cuestión unionista? ¡Vaya prudencia, Señor Portal! Se evoca a los hermanos separados a dosis homeopáticas, solamente dos veces en 1900, con un artículo del católico social Max Turmann sobre las muy protestantes Unions cristianas de jóvenes (I, p. 246) y un estudio de Lacey sobre las misiones anglicanas (setiembre de 1900, I, p. 227). Pero no, Portal no peca por exceso de prudencia. El artículo sobre las Unions cristianas pasó sin mayor dificultad; Turmann era católico, no había participado en la campaña angloromana. Pro la forma de Lacey, más aún que el contenido de su artículo, levantó una tempestad: un anglicano, y antiguo colaborador en la única revista lazarista que se haya suprimido nunca por una censura pontificia! Aquellos señores del Consejo se alborotaron de veras, y Portal tuvo que recoger velas urgentemente y volver a las misiones católicas y al mundo de las obras.
A mis superiores les ha entrado estas vacaciones un terror tal del espectro anglicano que me ha parecido prudente guardar silencio […]. Los Pequeños Anales han estado a dos dedos de la muerte!
El fracaso liberador
El asunto Lacey no había estallado todavía cuando Portal salió para Roma a finales del mes de agosto de 1900. Los cardenales Rampolla y Ferrata (el antiguo nuncio en París) le dieron buena acogida pero le previnieron antes que nada de que no conseguiría nada sin recibir de su superior general «mandato de actuar en nombre de la comunidad». Preguntado sin tardar, el Señor Fiat dio a entender que no daría un solo paso sin el beneplácito de León XIII. Y León XIII se negó a recibir a Portal. El superior de una de los dos seminarios universitarios parisienses recibió peores tratos en 1900 que el secretario ocasional del obispo de Funchal en 1890. Lo había esperado todo de la jerarquía, y la jerarquía se escabullía de la manera más descarada. Regresó a París con las manos vacías, jurando que no le volverían a tomar el pelo más.
Ahora sabía que no vería nunca al papa otra vez y que el cardenal Rampolla no era más que el ministro de Asuntos exteriores de un anciano de ochenta y cinco años. Después de oscilar entre el rechazo del presente en nombre del futuro y el rechazo del presente en nombre del pasado, León XIII se había plantado en el pasado, o en el presente, la cosa no está clara. Pero un hecho resultaba claro: la utopía se había gastado, le tiempo no era ya de los fabricantes de proyectos. Portal sabía ahora que Satis cognitum, Apostolicae curae y la supresión de la Revue anglo-romaine no eran accidentes en el recorrido, sino que balizaban un movimiento duradero que iba más allá del ámbito del unionismo y arrastraba un endurecimiento en todos los campos. La intransigencia defensiva salía ganando sobre la intransigencia conquistadora.
Es cierto que, en lo que se refiere a Portal, la evolución del Vaticano no era el único obstáculo. Supongamos que un Rampolla influyente apoyado por un León XIII fiel a la táctica de sus ochenta y cinco años haya decidido colocar al lazarista en silla; ¿nos lo imaginamos lanzando desde París y a cubierto de una congregación francesa un movimiento destinado esencialmente a acercar Roma y Canterbury después de J’accuse y de Fachoda, durante la guerra de los Boers y el ministro Waldeck-Rousseau? En 1894-1896, se había beneficiado de la ausencia de crisis mayor: la condena de Dreyfus no inquietaba más que a unos pocos, Marchand no había llegado todavía a ser un héroe nacional, la secretaría de Estado dependía con favor del «espíritu nuevo» del Sr. Spuller y la «era de pacificación» del Sr. Méline. Cuatro años más tarde, el anti-dreyfusismo católico había levantado en los ambientes anglicanos una reprobación casi general, los conflicto coloniales habían despertado «viejas rencillas que parecían adormecidas desde hacía casi un siglo», y, en París, la ofensiva anticlerical que postraba a la Iglesia de Francia en un estado de sitio que no la favorecía en nada para servir de intermediaria entre los mundos anglicano y romano. La evolución del «siglo» reforzaba la del Vaticano para poner trabas a toda acción unionista de carácter oficial.
Cuando resultó del todo evidente que la vía jerárquica se había cerrado, Portal comenzó a refugiarse en el silencio. Estuvo tres meses sin escribir a Lord Halifax, mutismo sin precedentes. Sólo salió de ellos para expresar la tristeza que llevaba desde su regreso de Roma.
Es evidente que no hay nada que hacer y que nos movemos todavía por viejas, muy viejas ilusiones. Las fiestas jubilares, hacer venir a mucha gente a Roma y sobre todo que se publique en los diarios, ahí está lo importante… ¡Qué niñería!
Cortada toda relación con Roma, desorientado, Portal anduvo desencantado todo un año, multiplicando las misivas testamentarias, las retrospectivas nostálgicas, los balances
En 1903, la última visita de Lord Halifax a León XIII tuvo el carácter de una conclusión. En la audiencia del 5 de junio, vio a un ancianito recogido en sí mismo, con el rostro muerto comido por unos ojos brillantes, quien le invitó a convertirse. El papa se apagó algunas semanas después. Pasó el tiempo, las bocanadas de nostalgia se espaciaron, la «monotonía tan pesada de la existencia» se animó con intereses nuevos. En el mismo instante en que expedía a Lord Halifax misivas crepusculares, Portal componía su exterior, multiplicaba los contactos, reactivaba el unionismo de base, asentaba su acción sobre principios nuevos. Al cabo de cuatro años de remordimientos, la desilusión de 1900 le permitió extraer la lección de fracaso de 1896 y liberarse de toda ambición oficial, jerárquica y diplomática. Este nuevo inicio se basó en la experiencia acumulada en Châlons y en Niza; frenado por sus superiores, ignorado por el Vaticano, Portal sabía que podía contar con sus alumnos y, con ellos, preparar el porvenir. Poco a poco, su oficio de enseñante se le convirtió en una ocupación. Renunció a evadirse y le entró un interés sincero hacia el hermoso instrumento que el Señor Fiat le había confiado: el seminario San Vicente de Paúl.







