Introducción
Cuando se habla del compromiso con la justicia en favor de los pobres y de lo que implica en la vida, es necesario, antes, estar incluidos entre los hombres y las mujeres mejor informados y formados referente a los pobres, a la pobreza y a la marginación. La necesidad de adquirir esta información y formación no proviene de una curiosidad científica, deseosa de disponer de los últimos datos sociológicos, ni de justificar un ejercicio simplemente académico. Debajo de estos datos sociológicos, de estas cifras de pobres y de marginados, condenados a una pobreza sin retorno y excluidos de toda vida social, subyace una interpelación para la sociedad en la que vivimos, para la Iglesia de la que formamos parte, para la comunidad vicenciana a la que pertenecemos. Sólo así podremos escuchar el clamor y la llamada de los pobres y sentir en nosotros la acusación de sus carencias, de sus marginaciones. Sólo comprendiendo el alcance de tales datos y el sentido interpelante que ellos tienen para nuestra sociedad y para nuestra conciencia humana y cristiana, podremos comprometemos en su favor e intentar responder solidaria y eficazmente a esa lacerante realidad de ocho millones de pobres existentes en España.
Más que de «pobreza» y «marginación» en abstracto, deberíamos hablar de pobres y marginados en concreto. En el contexto actual, el reto nos viene no sólo del análisis sociológico de la pobreza y de la marginación sino de las actitudes concretas que, como personas y comunidades, adoptemos ante el pobre y el marginado individual y colectivamente entendidos. El problema, ciertamente, es estructural, pero es también cultural, teológico y cristológico.
Por eso, desde el principio, la realidad de los pobres, en este contexto, la hemos de abordar como llamada y acusación, como desafío y compromiso, como grito que llega hasta los oídos de Dios. Del Dios de Jesucristo que continúa decidido a liberar a los pobres y que no cesa de urgir a nuestra responsabilidad en las mediaciones de dicha liberación. Una liberación que nos compromete con la justicia de Dios en favor de los pobres. Y ello porque éstos están denunciando que la justicia de los hombres no coincide con la justicia de Dios y tendremos que actuar eficazmente para hacerla coincidir.
En esta perspectiva abordaré el tema que se me ha pedido tratar en esta semana: El compromiso con la justicia, dimensión esencial del servicio vicenciano. El enunciado del tema requiere: en primer lugar, hacer una referencia breve, pero precisa, al mundo de los pobres y a la significación de la pobreza, hoy, en nuestra sociedad española; en segundo lugar, determinar el sentido y el objeto del servicio vicenciano; finalmente, precisar por qué el compromiso con la justicia constituye una dimensión esencial de este servicio vicenciano.
I. El mundo de los pobres
Los datos sociológicos y analizados en el estudio de CÁRITAS1 comprueban y verifican que los pobres son todos aquellos que sufren carencias de bienes materiales, culturales, sociales y espirituales. Estas carencias limitan su vida y la posibilidad de desarrollarse y realizarse como personas. Y ello porque sus recursos (materiales, culturales y sociales) son tan escasos que les excluyen de los modos de vida mínimos aceptados en el Estado español. Al mismo tiempo tales datos proporcionan las señas de identidad de los pobres (individuos, familias, grupos) conformadas por el complejo entramado de mínimos recurso económicos, de bajo nivel educativo, de baja cualificación laboral, de mala y deteriorada salud. La interrelación de esta serie de factores, es decir, los diversos aspectos que en la vida de los pobres constituyen una unidad, sitúa a ocho millones de españoles2 en un nivel de vida por debajo casi de la mitad de lo que es necesario para cubrir sus necesidades básicas3. De éstos, cuatro millones están en situación de pobreza severa4.
Lo importante y alarmante, más que el dato global del número de pobres, son la composición y las características de los colectivos afectados por estas situaciones de pobreza y la falta de perspectivas de futuro para salir de ellas, ya que anímicamente nos encontramos ante unos colectivos en los que el 90% cree que su situación no mejorará.
1. Pobreza y marginación hoy: un hecho sociológico
Desde que K. Marx enunciara la conocida «ley de la pauperización del proletariado» hasta nuestros días, el concepto y la realidad del mundo de los pobres ha cambiado mucho… De ahí que ya no se pueda seguir identificando a los pobres con los trabajadores, como lo hiciera el autor del Capital. El mundo de los pobres lo constituye hoy los colectivos que no son económicamente necesarios para que funcione el sistema: inactivos y parados. Y ello porque se trata de un sistema que se mantiene y se alimenta con la capacidad de la producción y con la voracidad del consumo. Quienes no llegan a adquirir esa capacidad ni a nutrir esa voracidad son irremediablemente lanzados a los márgenes de la sociedad. Unos márgenes, naturalmente, abruptos, caóticos, abigarrados y por ellos situados más allá del decorado cívico y social.
2. Los colectivos pobres
Los estudios de la pobreza en España5 nos hablan de los pobres clásicos-persistentes y de los nuevos pobres. La experiencia comienza a demostramos que la distinción entre unos y otros es cada vez menos clara y precisa6. La razón estriba en que ambos se encuentran en una situación de pobreza no sólo por el hecho de no tener el mínimo necesario para cubrir sus necesidades básicas sino también por el hecho de ser excluidos de y por la sociedad.
a) Los pobres clásicos persistentes
El amplio y trágico abanico de la pobreza clásica, persistente, que se reproduce a sí misma y se transmite de generación en ge neración, produce sus grupos de pobres. Los integrantes de estos grupos, atrapados en el círculo vicioso de la pobreza y de la exclusión social, constituyen los colectivos pobres permanentes. Pocos de éstos escaparán a ese cerco de la pobreza al que están sometidos.
Dentro de este cerco se encuentran 600.000 personas aproximadamente que viven en las zonas rurales más deprimidas (Andalucía, Extremadura, Meseta, Galicia y zonas de la alta montaña de Aragón y Cataluña). Un mundo donde las condiciones de habitabilidad son lamentables y los servicios sociales muy deficientes. Este colectivo vive no sólo envuelto en la pobreza sino en el abandono y en el desamparo.
De los 4.200.000 ancianos que hay en España, 3.336.000 viven de las pensiones mínimas. Se han censado cerca de 800.000 ancianos que no tienen ningún derecho a pensión. De éstos, cerca de medio millón sólo perciben 15.000 pesetas mensuales del FAS. Está claro que cuando nuestra sociedad retira a las personas la posibilidad de trabajar, condena a la mayor parte a la pobreza. A la pobreza económica de la Tercera Edad se une la mayoría de las veces la soledad, la enfermedad y la necesidad de asistencia permanente. Se trata de un colectivo de siempre, pero que aumenta sin cesar.
Del medio millón de la población gitana, 300.000 forman el colectivo pobre de esa minoría étnica en España. Transeúntes, mendigos y vagabundos forman también parte de esta pobreza persistente. Son colectivos al margen de toda referencia social, junto al mundo de la prostitución marginal de algunos barrios urbanos y periféricos de las grandes ciudades.
b) Los nuevos pobres
Cada época, en razón de sus estructuras sociales, económicas y políticas, tiene su máquina de fabricación de pobres. De ahí que cada una produzca y posea los suyos propios. Por eso entre esos ocho millones de pobres se encuentran, además de los ya citados, otros colectivos cuya situación de pobreza y marginación emerge y se consolida en un contexto social precedido por el desarrollismo de la década de los sesenta y comienzos de los setenta. Son los llamados nuevos pobres.
La causa más influyente en este efecto marginador de la pobreza es la crisis del empleo. El trabajo, al proporcionar el acceso «normalizado» a lo que la sociedad ofrece, sigue siendo el elemento vertebrador de la misma sociedad. Cortada esa fuente, no sólo se margina del acceso «normalizado» a todo lo que la sociedad ofrece a través de los ingresos económicos, sino que se margina del «sentido» de «utilidad social». Es decir, el «no trabajo» incorpora a la «sociedad del malestar».
¿Quiénes son esos nuevos pobres? Entre otros, los aproximadamente 3.000.000 de parados de larga duración: los obreros o empleados que han perdido su puesto de trabajo; los jóvenes de 16 a 25 años que no han encontrado un empleo estable, si es que alguna vez han podido trabajar; los desarraigados a quienes el paro ha dejado sin ninguna seguridad y los ha hecho olvidar su propia profesión y sus actitudes; las jóvenes madres que tienen un hijo pero carecen de vivienda, de empleo, de recursos y sin saber cómo enfrentarse a su nueva realidad; los trabajadores sumergidos, sobreviviendo a una total indefensión social; los inmigrantes extranjeros que, trabajando más horas y siendo muy bajamente retribuidos, viven en las peores casas o pensiones y en los barrios más marginados. En la estructura actual de la economía social del trabajo la gran mayoría de los parados de larga duración deja de formar parte del «ejército de reserva» de futuros trabajadores, para entrar en el mundo de los pobres y marginados. El paro hoy ya no tiene carácter coyuntural sino estructural en la división internacional del trabajo.
Las consecuencias marginadoras para estos nuevos pobres son la lucha por sobrevivir, la conflictividad y agresividad familiar, los efectos de enfermedades psicológicas asociadas a la pobreza. Por todo ello, la pobreza va configurando nuevas formas de vida deterioradas y rechazadas por la sociedad. Va creando la marginación ciudadana y suburbial. Un «submundo» que se ve envuelto en conductas asociales, delincuencia, violencia, degradación, alcoholismo, enfermedad, abandono y suicidio… Es ahí «donde la ciudad cambia de nombre», donde la «luz kafkiana de ciudad» se pierde, donde se almacenan las frustraciones, donde se cosecha el fruto fecundo del terrible árbol de la desdicha, de la no-vida y donde el «círculo vicioso de la pobreza», es decir, la naturaleza multidimensional de la pobreza, se suelda y se perpetúa.
3. Más allá de las valoraciones estadísticas
Para conocer este submundo y penetrar en él no es suficiente referirse a los índices numéricos y a las valoraciones estadísticas. Ambos suministran tan sólo el perfil endurecido de un inevitable contenido humano de marginación cuyo alivio y contención parecen imposibles. Es producto de un permanente y durísimo cultivo social en el que colaboran, colaboramos casi todos nosotros, los marginadores, al hacemos solidarios de un sistema que hace a los ricos cada vez más ricos, y a los miserables cada vez más miserables. En un grado o en otro, estamos implicados en el sistema y nos beneficiamos de él.
El cultivo marginador de este submundo son pobreza, insolidaridad, injusticia, especulación, falta de oportunidades, arbitrariedad, autoritarismo, indefensa, violencia y tantas e incontables causas más. Causas que actúan siempre contra los más débiles e indefensos.
Pobreza y marginación, pobres y marginados, reclaman respuestas colectivas. Respuestas que tienen que encontrarse, antes que en ningún otro lado, en las instituciones públicas, dotadas de una fmalidad social. Frente a esa masa de pobres con nuevos problemas de precariedad e incluso de hambre, con enfermedades y desequilibrios psíquicos, los remedios caritativos y los servicios sociales clásicos, aunque necesarios, resultan no sólo insuficientes sino con frecuencia inadecuados. Pobres y marginados requieren, desde una decidida conciencia de compromiso social, el estudio de sus causas, la constatación de sus efectos y la necesidad de emplear una política económica para eliminarlas. El objetivo de cualquier política social es erradicar las injusticias y conseguir una sociedad integrada, lo más igualitaria posible, en la que sean inadmisibles e inviables los fenómenos hirientes de la pobreza y de la marginación en sus diversas manifestaciones.
4. La causa fundamental de la pobreza: la desigualdad
La desigualdad es el elemento fundamental para la comprensión de la pobreza; nos hace falta entenderla no en un sentido estático (las carencias que acumulan los pobres), sino en un sentido dinámico (las carencias de unos provocadas por las super-posibilidades de los otros).
Los datos que avalan esta desigualdad son nítidos e irrefutables: el 10% de las familias que tienen el nivel económico más alto disfrutan del 40% del total de la renta familiar, mientras que el 21,6% de las que se encuentran en el límite de la pobreza obtienen apenas el 6,9% de la misma.
Sin duda, las carencias acumuladas de los pobres, que hemos enumerado anteriormente, son causas de su pobreza y de su exclusión social. Sin embargo la causa profunda y última de la pobreza está en la entraña misma del sistema social, basado en el concepto utilitarista de la persona y en la filosofía de la desigualdad. «El actual modelo de desarrollo económico ha provocado profundos cambios sociales que se han materializado en una división de la sociedad en estratos»7, la llamada «sociedad de los tres tercios». Otros la califican de «sociedad dual».
Este modelo permite que quienes se encuentran en peores condiciones para competir, acaben en los estratos más bajos de la estructura social. De ahí que la verdadera explicación de la pobreza se encuentre en la explotación de los más débiles, en la marginación de los menos útiles y en la justificación ideológica de las posiciones sociales dominantes, o sea, en la desigualdad8.
Estos son los pobres —como individuos y como fenómeno colectivo y conflictivo— a quienes los vicencianos tienen que servir. Pero sin olvidar que este servicio implica hacer coincidir la justicia de los hombres con la justicia de Dios en favor de los empobrecidos. Sólo así comprenderán cómo y por qué el compromiso con la justicia es una dimensión esencial del servicio vicenciano a los pobres. Y las cosasa son así porque su fe y su experiencia han conducido a Vicente de Paúl a articular, tan rigurosamente como es posible, la relación a Dios y la construcción de una sociedad más solidaria y más justa con los pobres. Dios, en la fe de Vicente de Paúl, no quiere un mundo que sus adoradores dejarían construirse en detrimento de los pobres. Para él, y para sus continuadores, los adoradores de Dios tienen que vivir la fe en la caridad9 creadora de justicia en favor de los necesitados.
II. Sentido y objeto del servicio vicenciano
El sentido y el objeto del servicio vicenciano adquieren su significación y su contenido del espíritu que los suscita y los dinamiza. Un espíritu que nace de la fe y de la experiencia de Vicente de Paúl, es decir, de un encuentro fuerte con Dios y con Cristo en el mundo de los pobres. Este encuentro le lleva, lo mismo que a sus continuadores y discípulos, a experimentar dos principios claves en su comprensión y vivencia del Evangelio:
- «Servir a los pobres es ir a Dios».
- Servir a los pobres es construir en favor de ellos el Reino de Dios y su justicia.
En la espiritualidad vicenciana ambos principios no sólo se relacionan mutuamente y se clarifican desde el interior, también expresan el núcleo del Evangelio. Al mismo tiempo constituyen los criterios de la autenticidad del servicio vicenciano. Un servicio que, al ser expresión inequívoca de la realización de la voluntad de Dios y de la continuación de la vida y de la misión de Crsto evangelizador de los pobres, establece en unión con Dios y construye el Reino de ese mismo Dios en favor de los necesitados.
1. «Servir a los pobres es ir a Dios»
Vicente de Paúl declara, el 31 de julio de 1634, a las Hijas de la Caridad: «Servir a los pobres es ir a Dios»10. El fundador de la Congregación de la Misión (PP. Paúles) y de las Hijas de la Caridad es muy consciente de la originalidad de la formulación de esta frase y de la novedad de su contenido. Más aún, está seguro de no haberla aprendido de ninguno de sus maestros espirituales y está convencido de que contiene una nueva regla de perfección, una alternativa en la espiritualidad con relación a la regla y a la espiritualidad vivida, defendida y sistematizada por ellos11.
Cuando Vicente de Paúl hace esta declaración, tiene 53 años. Como es habitual en él, también en esta ocasión habla desde su fe y desde su experiencia. Ambas le han hecho descubrir y vivir las exigencias de Dios expresadas y requeridas en las necesidades de los pobres. Señalamos los puntos claves de la trayectoria que ha recorrido para llegar a este descubrimiento y a esta vivencia.
A) De la experiencia del mundo de los pobres…
En el largo y conflictivo recorrido de su caminar hacia el mundo de los pobres, Vicente de Paúl ha atravesado etapas. Hasta 1617, la miseria no es para él más que el resultado de no saber defenderse en la vida. Y los pobres, esas miserias ambulantes, no les interesan. Su preocupación, hasta ese año, se centra en salir de la pobreza en que se encuentra, deshacerse de esa envoltura molesta que le enccierra en sí mismo.
El año 1617 es para Vicente de Paúl rico en constataciones y la experiencia de los pobres comienza a ser capital en su existencia. En Gannes-Folleville12 y en Chátillon-les-Dombes (hoy Chátillon-sur-Chalaronne)13 constata la miseria espiritual y material en que se encuentran las pobres gentes del campo. A partir de este año y hasta 1635, este fundador de instituciones y de obras en favor de los pobres descubre, en contacto con ellos especialmente a través de las misiones, el mundo de los necesitados. Este descubrimiento le hace exclamar: «el pobre pueblo muere de hambre y se condena».
De 1635 a 1660, cuando la sociedad francesa se convierte en una máquina de fabricar pobres, Vicente de Paúl siente caer sobre él el juicio de los pobres. Un juicio cuya sentencia es condenatoria para una sociedad que sumerge a los pobres en sus carencias y les margina. Este juicio le hace escribir el 8 de octubre de 1649: «Los pobres, que no saben adónde ir ni qué hacer y que se multiplican todos los días, constituyen mi peso y mi dolor»14.
Este sacerdote, muy probablemente el ciudadano mejor informado de la pobreza individual y colectiva de su tiempo, sabe que la miseria de los pobres está provocada por causas accidentales y otras más antiguas, inherentes al Antiguo Régimen. La política social del gobierno central, asentada en la guerra, el despilfarro, y el indiferentismo, provoca necesidades colectivas y crisis terribles, disgrega la economía y la sociedad campesinas, aumenta el paro obrero en las ciudades, multiplica las rebeliones populares y hace crecer considerablemente los colectivos de pobres, mendigos, vagabundos y bandoleros15. La experiencia de esta terrible miseria, que se incrusta en el mundo de los pobres, lleva a Vicente de Paúl a ahondar en la profundidad de la miseria, oponerse a sus causas, buscar a las personas que trabajen en reducirla16.
B) …a la experiencia de Dios y de Cristo presentes en los pobres
Sabemos que toda experiencia de Dios es liberadora y transformadora, al descentrar de sí mismo a quien la padece. A Vicente de Paúl la experiencia de Dios le libera de hacer «sus negocios», centrados en conseguir un retiro apacible y confortable17, y le transforma en el realizador de «los asuntos de Dios»18, concretados en la defensa y el servicio de los desheradados y empobrecidos por la sociedad. Dios, al exclaustrar a Vicente de Paúl,o descentrarle, de sí mismo, cambiará a este cazador-de-beneficios eclesiásticos19, en un profeso de los pobres y hará de él, a través del genio económico y financiero20 de este intendente general de la caridad parisina21, un profeso de la pobreza. Para ello será necesario que Dios se instale en su vida de acuerdo con las consignas teocéntricas recibidas de Betune, pero vividas en un clima espiritual muy distinto y desde un lugar social muy diferente al de su maestro. La vía de unión con Dios en la espiritualidad de Vicente de Paúl no será la de la adoración, la de la contemplación, sino la de la caridad, la del compromiso social, y el lugar social de acceso al Dios de Jesucristo y de encuentro con Él no será el de la aristocracia del pensamiento sino el de los pobres.
Analicemos las cosas desde el principio.
a) El momento clave de esta experiencia
Conocemos el momento clave, entre 1613-1617, en el que Dios vacía a Vicente de Paúl enfrentándole a toda su existencia anterior y le purifica interrogándole sobre la autenticidad de su vida. Para intentar ver más claro, mientras se debate en una crisis de fe, Vicente se esfuerza por testimoniar por sus actos que cree en estas palabras de Jesús: «cuantas veces hicistéis un servicio a uno de estos pequeñuelos a mí me lo hicistéis» (Mt 25,40). Los servicios que realiza en favor de los pobres, en quienes Dios y Cristo están presentes, apaciguan su espíritu y lo iluminan. En esta situación «se decidió un día a tomar una resolución firme e inviolable para honrar más a Jesucristo e imitarle más perfectamente de lo que hasta entonces había hecho, que fue dar toda su vida por su amor (a Dios) al servicio de los pobres»22. A partir de este día graba en lo más íntimo de él mismo una convicción que es tanto el memorial de un acto de donación como el memorial de lo que es ante Dios: el servidor de los pobres.
«El Dios de Abrahán,de Isaac, de Jacob…, el Dios de Jesucristo…, no se encuentra más que por los caminos señalados en el Evangelio»23, exclamará Pascal en la noche del 23 de noviembre del ario de gracia de 1654. El día que Vicente rompe la losa, que le sepulta en sí mismo, y se da a Dios para servirle en la persona de los pobres, encuentra al «Dios vivo y verdadero»; descubre el Evangelio de quien, ungido por el Espíritu, fue enviado a los pobres para proclamar un año de gracia del Señor.
b) El descubrimiento del sentido de los pobres
En la trayectoria seguida por Vicente de Paúl para encontrar al Dios de Jesucristo, presente en los necesitados, y descubrir el sentido de los pobres, nos encontramos, en 1617, con dos «lugares» claves: Gannes-Folleville y Chátillon-les Dombes. En Gannes, a la cabecera de un moribundo, y en la pequeña iglesia de Folleville, Vicente, todavía un hombre en crisis, percibe que Dios le llama de nuevo a darse a los pobres y a solidarizarse con ellos. En Chátillon cobra conciencia de que el servicio a los pobres es el signo de quien cree que Dios es el defensor de la causa de los necesitados y la expresión visible y creíble de la Iglesia de Cristo. En estas dos experiencias de fe, Vicente descubre su vocación y su misión. Puesto que por lo más íntimo de él mismo ha decidido darse a Dios en el servicio a los pobres, ya no puede dudar donde encontrar a Dios y donde vivir las exigencias de ese don a Dios. Don a Dios que se alimenta continuamente desde la confrontación de la fe con la injusticia perpetuada con los pobres. A partir de esta doble experiencia Vicente decide dedicarse con todas sus energías a servir a los pobres, que «mueren de hambre y se condenan».
c) El descubrimiento del juicio de los pobres
Al paso del tiempo, a través de acontecimientos previstos, imprevistos e imprevisibles24, el servicio a los pobres le hace descubrir y encontrar el rostro de Cristo: «No hemos de considerar a los pobres según su aspecto exterior» sino que hemos de mirarlos «a la luz de la fe» y entonces nos aparecerán como imágenes de Jesús, «que quiso ser pobre y que nos es representado por los pobres», confiesa Vicente de Paúl a los misioneros25.
La relación de Dios y de Cristo con los pobres y de los pobres con Dios y con Cristo cobra fundamental importancia en el descubrimiento de la presencia del misterio de Dios y de Cristo en los pobres. Es ahí donde Vicente de Paúl y los vicencianos encuentran la inspiración última del juicio de los pobres26. Pero esta inspiración que procede de una motivación de fe teológica y cristológica, no sólo no se opone al juicio de los pobres motivado por el descubrimiento de la desigualdad social causada por la competitividad y explotación humanas, sino que por el contrario hace descubrir a éste su radicalidad. Más aún, le da una consistencia mayor, una dimensión nueva y una profundidad única porque hace a los pobres portadores, sin duda inconscientes, de las exigencias de la «justicia de Dios» en su favor. Al mismo tiempo les constituye, al ser imágenes y testigos de Jesús, abogados acusadores y defensores de su causa ante la sociedad.
En esta misma relación encuentran igualmente los vicencianos las directrices que motivan y orientan su estrategia dinámica del servicio, su mística de los pobres —el encuentro y la unión con Dios, la perfección— al mismo tiempo que impiden a los pobres convertirse en miserables, en marginados de la sociedad: «Cuando se sirve a los pobres, se sirve a Jesucristo. ¡Hijas mías que gran verdad es esto! Servís a Jesucristo en la persona de los pobres. Y esto es tan verdadero como que estamos aquí. Una hermana irá diez veces cada día a ver a los enfermos, y diez veces cada día encontrará en ellos a Dios. Como dice San Agustín, lo que vemos no es tan seguro, porque nuestros sentidos nos pueden engañar; pero las verdades de Dios no engañan jamás. Id a los pobres condenados a galeras, y en ellos encontraréis a Dios; servid a los niños, y en ellos encontraréis a Dios… Sí, Dios acoge con agrado el servicio que hacéis a esos enfermos y lo considera hecho a El mismo»27
d) El servicio a los pobres una alternativa de vida evangélica
En el servicio a los pobres, en la caridad, encuentra Vicente de Paúl, e igualmente los vicencianos, su propio camino hacia Dios. Por eso declara apaciblemente a los sacerdotes de la misión y a las Hijas de la Caridad: «nuestra perfección se encuentra en la caridad»28. Y las cosas son así porque, ese gran pedagogo que es Dios, coloca a Vicente de Paúl en situaciones concretas donde puede percatarse de la miseria y abandono de los pobres en los que Dios y Cristo están presentes.
Esta alternativa de vida evangélica, que él expresa con la fórmula rica y densa de «estado de caridad», 29impide separar el «amor afectivo» del «amor efectivo»30. En el lenguaje teológico de hoy equivale a lo que se llama «la integración de la caridad», es decir, que el amor a Dios se vive en el amor al hombre y el amor al hombre se vive en el amor a Dios. Y esto es así en el espíritu vicenciano, porque Jesucristo es un «espíritu de caridad perfecta»31 en relación a Dios y a los hombres, principalmente a los más pobres. Este espíritu de caridad perfecta lleva a los vicencianos a consumirse en el don, hecho al Padre, a fin de que todo sea consumado por Cristo en Dios, sirviendo a los pobres: «consumirse por Dios, no tener ni bienes ni fuerzas más que para consumirlos por Dios, es lo que hizo Nuestro Señor, que se consumió por amor a su Padre»32. Las Hijas de la Caridad saben que «su espíritu, es un espíritu de caridad, que las obliga a consumirse en el servicio al prójimo»33, en el servicio a los pobres.
Nada extraño, que Vicente de Paúl entregue a los vicencianos un secreto de amor y de servicio: «la mejor manera de asegurar nuestra felicidad eterna es vivir y morir al servicio de los pobres, en los brazos de la providencia y en un renunciamiento de nosotros mismos para seguir a Jesucristo»34. He aquí cinco palabras claves en el espíritu vicenciano: servicio, pobres, providencia, seguimiento, Cristo. Y puesto que «la perfección no consiste en éxtasis, sino en realizar perfectamente la voluntad de Dios»35, es decir, en un brazo vigoroso que pone un poco más de justicia, de solidaridad, de amor en este mundo, los vicencianos vivirán de este programa, se dejarán conducir. Porque «creedme, señores y hermanos míos, declara Vicente de Paúl, es una máxima infalible de Jesucristo, que de parte suya os he anunciado a menudo, que una vez que un corazón está vaciado de sí mismo, Dios lo llena; es Dios quien mora y obra allí dentro; y no seremos entonces nosotros quienes obremos sino Dios en nosotros, y todo irá bien»36.
Todo irá bien. Y puesto que los pobres lo esperan, habrá que acudir en auxilio de sus necesidades, «como se corre cuando hay un incendio»37, porque «no socorrer es matar»38. Y todo siguiendo «paso a paso la evidencia de la santa y adorable providencia de Dios»39. Así, pues, los vicencianos venderán sus comodidades, sus ambiciones, su prestigio, su vida para invertirla en liberar a los necesitados de todo aquello que les impide vivir en la dignidad humana y unirse con Dios: «debemos desprendernos de todo aquello que no es Dios y unirnos al prójimo por caridad para unirnos a Dios por Jesucristo»40. En este camino no hay posibilidad de error. en el servicio al pobre se encuentra a Jesucristo y en Jesucristo a Dios. Porque los pobres son el lugar privilegiado de encuentro con Dios y con Cristo, Vicente de Paúl y los vicencianos pueden declarar: «Servir a los pobres, es ir a Dios».
2. Servir a los pobres, es construir en su favor el Reino de Dios y su justicia
Si el centro del mensaje de Jesús lo constituye la llegada del Reino (cf. Mc 1,14-15; Mt 4,17; Lc 10,9-11;21,31), la característica más sorprendente del Reino es que está destinado a los pobres: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios» (Lc 6,20; Mt 5,10).
a) El Dios de Jesucristo hace justicia a los pobres
Jesús declara bienaventurados a los pobres porque ha llegado el Reino o Reinado de Dios. Lo que da sentido a las Bienaventuranzas, programa central del mensaje de Jesús, es el Reino de Dios. Decir a los pobres, que «el Reino de Dios es vuestro», significa que la intervención de Dios en la historia —por la que ejerce efectivamente su «justicia real»41, tomando la defensa de los pobres, haciéndoles justicia y dándoles la salvación— ha llegado.
La llegada del Reino, proclamado por Jesús, significa que Dios ha decidido establecer y manifestar su poder real, «compadecerse de sus pobres», «hacer resplandecer su justicia», rescatando y salvando a los oprimidos, a los aplastados, tal y como habían anunciado el Segundo y Tercer Isaías42. Ello significa que, de hecho, bajo el Reinado de Dios no cabe la explotación (cf. Is 62,8) ni la marginación (cf. Is 55,1), las dos causas de la pobreza.
Esta intervención escatológica de Dios coloca a los pobres en una nueva situación: ¡La salvación ha llegado a los pobres!43. La proclamación de Jesús: «Bienaventurados los pobres porque vuestro es el Reino de Dios», se basa no en la justicia o en la piedad o en la virtud de estos privilegios sino en la justicia de Dios, favorable a los pobres, a los débiles, a los explotados y oprimidos. Como señala J. Dupont «Dios favorece a los pobres no porque les debe algo sino porque se debe a sí mismo hacerse su defensor y protector; está en juego su justicia real»44.
Lo que está en juego, realmente, es la idea que nos hacemos de Dios. Y el Dios de Jesucristo es un Dios que se caracteriza por su predilección para con los más pobres, más desvalidos. Un Dios que se pone de parte de los pobres y de los débiles y no a favor de los ricos y de los poderosos. Un Dios que hace siempre justicia a los pobres.
Cuando María alaba a Dios en el Magnificat, porque la salvación tanto tiempo esperada ha llegado, se hace eco de este Dios con estas declaraciones:
«Derriba del trono a los poderosos
y exalta a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos» (Lc 1,52-53).
b) Jesús, el mensajero de la buena noticia para los pobres
La misión de Jesús es la del mensajero que inaugura la Buena Noticia en favor de los pobres. Por eso se presenta en la sinagoga de Nazaret haciendo suyo un texto que procede del Trito-Isaías (Is 61,1) y dice:
«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido,
para anunciar a los pobres la Buena Nueva,
me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos
y la vista a los ciegos,
para dar libertad a los oprimidos
y proclamar un año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
Este texto, programa mesiánico de la acción liberadora y salvadora de Cristo, hace de El un profeta cuya misión es preludiar el establecimiento del Reino o Reinado de Dios en favor de los pobres, primeros beneficiarios de ese Reino según las promesas del Trito-Isaías. Al mismo tiempo contiene toda la moral, toda la política, toda la mística de Jesús de Nazaret referente a los pobres. Jesús explicitará y realizará su contenido durante toda su vida a través de la defensa en favor de los pobres y de la liberación de los oprimidos (cf. Lc 7,18-23). Todo ello significa que, bajo el Reinado de Dios —objeto de la misión de Jesús— «adquieren derechos quienes antes carecían de todo derecho»45. En Jesús de Nazaret es el mismo Dios quien hace justicia a los pobres.
Es preciso señalar que Jesús, el mensajero de la llegada del Reino, de la Buena Noticia a los pobres, realiza en esa misión la voluntad del Padre. Así se transparenta a través de la tradición sinóptica y así entiende Juan la vida de Jesús en cuya boca pone estas palabras: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra» (J 4,34; cf. J 6,38).
Sólo abordando desde esta perspectiva el servicio vicenciano a los pobres, se puede llegar a descubrir su significado. Veámoslo rápidamente.
c) El servicio vicenciano a los pobres, expresión de la realización de la voluntad de Dios, de la unión con Dios, es un signo de la presencia entre nosotros del Reino de Dios
La lectura del evangelio de San Juan hace descubrir a Vicente de Paúl un Cristo totalmente dependiente del Padre y sometido a su voluntad hasta atribuirle todo lo que es y todo lo que tiene46.
La lectura reflexiva y meditada en profundidad del evangelio de San Lucas, permite a Vicente de Paúl completar esta imagen del Hijo de Dios con la de Cristo pobre, enviado por el Padre para evangelizar-servir a los pobres e instaurar así el Reino de Dios47.
Esta doble lectura, realizada desde el dinamismo del espíritu de Dios y del espíritu de Cristo en contacto con el mundo de los pobres, lleva al fundador de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad a establecer una articulación viva entre voluntad de Dios y Reino de Dios48. Semejante articulación es una de las características propias y originales de la espiritualidad vicenciana. Y la juntura que la realiza con precisión y dinamismo, es la acción, concretada especialmente en la evangelización-servicio a los pobres. Por eso cuando Vicente de Paúl en una conferencia se hace objetar: «Pero, padre, hay tantas cosas que hacer, tantas tareas en la casa, tantas ocupaciones en la ciudad, en el campo; trabajo por todas partes, ¿habrá que dejarlo todo para no buscar más que a Dios?», responde: «No, pero hay que santificar esas ocupaciones buscando a Dios en ellas y realizarlas para encontrarle en ellas, más que para verlas hechas»49. Esta fórmula lapidaria es la consigna de un místico de la acción. Vicente encuentra a Dios en la acción exterior, concretada en la evangelización y servicio a los pobres, porque no tiene más que un «mismo querer y no querer con El»50. Y quienes «están unidos a su querer y no querer permanecen en comunión continua con Dios»51.
Para llegar a esta unidad de voluntades, debemos hacer nuestro el deseo de Jesucristo. «Nuestro Señor desea que hagamos siempre y en todas las cosas la voluntad de Dios… con la mayor perfección posible»52. El mismo «nos dio ejemplo, El, que sólo vino a la tierra para cumplir la voluntad de Dios, su Padre, realizando la obra de nuestra salvación. Su agrado era hacer la voluntad del Padre»53. La conclusión se desprende y el deseo genuino de Vicente se manifiesta: «Si queremos, podemos hacer siempre la voluntad del Padre. ¡Oh, qué dicha, qué dicha, el hacer siempre y en todas las cosas la voluntad de Dios! ¿No es hacer lo que vino a hacer en la tierra el Hijo de Dios?…El Hijo de Dios vino para evangelizar a los pobres; nosotros, padres, ¿no somos enviados para hacer lo mismo? Sí, los misioneros son enviados para evangelizar a los pobres. ¡Oh, qué felicidad! hacer en la tierra lo mismo que hizo nuestro Señor»54. Todo esto significa, en la perspectiva y en la opción de Vicente de Paúl, que la realización de la voluntad de Dios por parte de Jesús y por parte nuestra, se concreta en beneficio de los pobres y en la defensa de su causa.
Vicencianamente hablando, lo único que hay que hacer al entrar en la dinámica de «buscar y realizar el Reino de Dios y su justicia»55 es la voluntad del Padre continuando la vida y la misión de Cristo evangelizador de los pobres en el acontecer de la vida. Ello equivale no sólo a manifestar lo que Dios quiere de nosotros en tal momento crítico, sino a comprometernos en cualquiera de las encrucijadas donde se juega el ser y el porvenir del hombre. Más aún, equivale a declarar y prometer que Dios juega en este momento decisivo a favor del pobre, del marginado. Por eso el que lee la voluntad de Dios en la historia asume la ética desde la ternura de Dios, la compasión de Cristo56 y aporta esperanza trascendente y liberación concreta a aquellos «predilectos de Dios», que son ciertamente los pobres, los desechados del mundo57. El mundo conoce la salvación de Dios, cuando Alguien evita que se pierdan aquellos a quienes el mundo margina u oprime58. El que hace la lectura creyente del acontecer histórico no sólo descifra sino que realiza la voluntad de Dios para los hombres a través de los más pobres de esos hombres. Y ello porque la salvación de Dios se hace universal —para todos los hombres— a partir de lo débil y de lo maltrecho del mundo. Así pues, el servicio vicenciano a los pobres, expresión de la realización de la voluntad de Dios, establece en unión con Dios y es un signo claro de la presencia entre nosotros del Reino o Reinado de Dios.
d) El servicio vicenciano a los pobres verifica entre nosotros que Dios es su protector y defensor
El servicio vicenciano a los pobres hay que situarlo y comprenderlo desde Dios que hace justicia a los pobres, desde Dios que es el defensor de los pobres.
La preocupación más constante del fundador de la Congregación de la Misión fue, sin duda, clarificar la conciencia de sus sacerdotes para mantener vivo y dinámico en ellos el sentido de la vocación misionera: la evangelización-servicio de los pobres. Dejémosle la palabra: El 25 de octubre de 1643 les comunica: «Lo más importante de nuestra vocación es trabajar por los pobres y todo los demás es accesorio… ¡Pobres de nosotros si somos remisos en cumplir con la obligación que tenemos de socorrer a los pobres! Porque nos hemos dado a Dios para esto y Dios cuenta con nosotros…»59.
Es menester añadir que exaltar ante los misioneros la grandeza de su vocación, no tiene otra finalidad para Vicente de Paúl más que hacerles cobrar conciencia de su misión en la Iglesia60. Pero no se puede olvidar que esta misión es la expresión del amor de Dios a los pobres: «¡Ay, padre!, le escribe a Gabriel Delespinay en 1650. ¡Qué buen servicio le hacen ustedes (los misioneros) al pobre pueblo que sufre, con una ayuda tan oportuna y saludable! Es una señal de la bondad de Dios sobre él…, cuando en lo más recio de sus miserias corporales les consuela con su palabra y les previene con sus gracias, como un pan santificante que da la verdadera vida…»61.
Cuando comparte su fe y su experiencia con los sacerdotes de la misión, Vicente de Paúl pretende que éstos sepan claramente lo que ha intentado e intenta con la fundación de la Congregación de la Misión: Organizar en la Iglesia de Dios una «Compañía que tenga por herencia a los pobres y que se entregue totalmente a los pobres»62. Por eso les declara: «Somos los sacerdotes de los pobres. Dios nos ha elegido para ellos. Esto es capital para nosotros, el resto es accesorio»63. Después les añade: Debemos «emplear el resto de nuestra vida en la salvación de los pobres»64.
Este centrarse en los pobres, expresión concreta de la predilección de Dios por los mismos65, se precisa aún más y se hace más incisiva, cuando el fundador de las Hijas de la Caridad les habla del servicio, es decir, de traer vida a quienes les es negada. Porque Dios ama a los pobres, les defiende y quiere que tengan vida: «Es Dios el que os ha encomendado el cuidado de sus pobres y tenéis que comportaros con ellos con su mismo espíritu, compadeciendo sus miserias y sintiéndolas en vosotras mismas en la medida de lo posible, con aquel que decía: yo soy perseguido con los perseguidos, maldito con los malditos, esclavo con los esclavos, afligido con los afligidos y enfermo con los enfermos»66.
El servicio de las Hijas de la Caridad, en cuanto praxis, es decir, en cuanto intenta actuar sobre la realidad concreta de los pobres para transformarla de acuerdo con el designio amoroso de Dios sobre ellos67, es una manera de prolongar con hechos la parcialidad de Dios que, por serlo de todos, lo es preferentemente de los empobrecidos, explotados, oprimidos, marginados. En el lenguaje de Vicente de Paúl equivale a decir que Dios es el protector de los pobres. Hoy diríamos el «defensor de los pobres»: «¿Sabéis, Hermanas mías, que me he enterado que esas pobres gentes están muy agradecidas a la gracia que Dios les ha hecho y, al ver que se va a asistirles y que esas Hermanas no tienen más interés en ello que el amor de Dios, dicen que se dan cuenta entonces que Dios es el protector de los pobres? ¡Ved qué hermoso es ayudar a esas pobres gentes a reconocer la bondad de Dios! Pues comprenden perfectamente que es El el que las mueve a hacer ese servicio. Y entonces conciben elevados pensamientos de piedad y dicen: ¡Dios mío, ahora nos damos cuenta de que es cierto lo que tantas veces hemos oído predicar, que te acuerdas de todos los que necesitan socorro y que no abandonas nunca a una persona que está en peligro, puesto que cuidas de unos pobres miserables que han ofendido tanto a tu bondad! He sabido incluso por medio de personas que fueron atendidas por nuestras Hermanas y por medio de otras muchas, que se sentían muy edificadas al ver cómo esas Hermanas se preocupaban de visitarles, reconociendo en ello la divina bondad y viéndose obligadas a alabarle y darle gracias. Sí, Hermanas mías, las personas que os ven y aquellas a quienes asistíais alaban a Dios y con razón»68.
El lugar de la inspiración vicenciana de este Dios, defensor de los pobres, y de este servicio a los pobres, Vicente lo encuentra en Isaías. El mismo nos lo confiesa, cuando afirma a los misioneros: «Cada vez, desde hace veinte años, que leo el capítulo 58 de Isaías, me siento profundamente perturbado»69, es decir, aguijoneado por un Dios que manda «clamar a voz en grito» a su profeta:
«El ayuno que yo quiero
—oráculo del Señor Yahvéh—:
desatar los lazos de maldad,
deshacer las coyundas del yugo,
dar libertad a los quebrantados,
y arrancar todo yugo.
Partir al hambriento tu pan,
y a los pobres sin hogar recibir en tu casa.
Que cuando veas un desnudo lo cubras
y de tu semejante no te apartes» (Is 58, 6-7).
Este servicio, que «hace presente la bondad de Dios ante los pobres»70, verifica entre nosotros que Dios es el protector, el defensor de los empobrecidos, oprimidos, marginados, desechados del mundo.
e) El servicio a los pobres, continuación de la misión de Cristo evangelizador de los pobres, es un signo de la presencia entre nosotros del Reino de Dios
Para llegar a descubrir lo más genuino y profundo de la fe y de la experiencia de Vicente de Paúl, del espíritu vicenciano, es preciso introducirlos en el movimiento de la Encarnación de Cristo71. Este «dulce Salvador» se encarna para ser el heraldo de la llegada del Reino de Dios y el servidor del establecimiento del Reino de Dios. Es en este punto central del mensaje y de la misión de Jesús, donde Vicente de Paúl y los vicencianos encuentran el criterio definitivo de la evangelización-servicio a los pobres. En términos de Vicente de Paúl esta evangelización-servicio equivale a «expresar al vivo la vocación de Jesucristo»: «¿Verdad que nos sentimos dichosos, hermanos míos, de expresar al vivo la vocación de Jesucristo? ¿Quién manifiesta mejor la forma de vivir que Jesucristo tuvo en la tierra sino los misioneros?… ¡Oh! ¡Qué felices serán los que puedan decir, en la hora de su muerte, aquellas palabras de Nuestro Señor: Evangelizare pauperibus misit me Dominus! Ved, hermanos míos, cómo lo principal para Nuestro Señor era trabajar por los pobres. Cuando se dirigía a los otros, lo hacía como de paso»72. Pero hay que señalar que esta vocación misionera no tiene otro objetivo más que continuar la misión de Cristo, enviado por el Padre para evangelizar a los pobres73, para decirles «que el Reino de Dios está cerca y que ese Reino es para los pobres»74. Si Vicente de Paúl y los vicencianos fijan su mirada en el capítulo 4, versículo 8 del evangelio de Lucas, texto que constituye, como hemos señalado, el programa mesiánico de la acción liberadora y salvadora de Jesús de Nazaret, es porque encuentran ahí el punto referencial clave del servicio a los pobres, de su vocación y de su misión en la Iglesia y en la sociedad. Por eso dirá a los sacerdotes de la misión: «Si hay algunos entre nosotros que piensen que están en la Misión para evangelizar a los pobres y no para ayudarles, para remediar sus necesidades espirituales y no las temporales, les diré que tenemos que asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras, nosotros y los demás… Hacer esto es evangelizar de palabra y de obra; es lo más perfecto; y es lo que Nuestro Señor practicó y tienen que practicar los que le representan en la tierra»75.
De ahí que el compromiso en favor de los pobres en Vicente de Paúl y los vicencianos sólo se comprende a partir de su fe en Cristo. Esto quiere decir que la razón última y más profunda para ellos de la solidaridad con los pobres no es de carácter antropológico (humanístico, ético, político), sino de carácter cristológico.
En el fondo, los vicencianos optan por la defensa de los pobres porque optan por Cristo enviado por el Padre para proclamar la Buena Noticia a los pobres. Por eso Vicente de Paúl declara a las Hijas de la Caridad: «Para ser verdaderas Hijas de la Caridad, tenéis que hacer lo que hizo el Hijo de Dios en la tierra»76. Pero les añade: «Jesucristo no hizo en este mundo sino servir a los pobres»77. Y deseoso de dinamizar en la realización de su trabajo, les comunica: «¡Qué felicidad que Dios os haya elegido para continuar la obra de su Hijo en la tierra!»78. Esto equivale a decir que, para los vicencianos, el servicio a los pobres no es ni puede ser original sino derivado de una opción anterior: la opción por y desde Jesucristo. La identidad vicenciana del servicio a los pobres se arraiga en la fe cristológica. Por eso el servicio vicenciano a los pobres, que es una continuación de la misión de Cristo evangelizador y servidor de los pobres, constituye un signo claro de la presencia entre nosotros del Reino o Reinado de Dios, es decir, de Dios que hace justicia a los pobres.
III. El compromiso con la justicia en el servicio vicenciano a los pobres
1. El compromiso con la justicia en el servicio vicenciano: una realidad de la fe
No se puede servir a los pobres, si al mismo tiempo no se lucha contra su pobreza y la causa profunda que la genera: la desigualdad injusta. Esta perogrullada ha sido y sigue siendo olvidada con demasiada frecuencia por los creyentes. Semejante olvido equivale para Vicente de Paúl a dejar de ser cristiano: «ver a alguien que sufre y no participar con él en su miseria, es ser cristiano en pintura, no tener humanidad, ser peor que las bestias»79.
Vicente de Paúl llega a hacer esta afirmación después de haber constatado la miseria del pueblo y haber interpretado esta miseria a la luz de Cristo evangelizador de los pobres. Puesto que Cristo ha sido enviado por el Padre para decir que «el Reino de Dios está cerca y es para los pobres»80, ¿cómo es posible que el pueblo viva en esta terrible miseria? Este interrogante le lleva a exclamar: «¡Si existe una religión verdadera!»81. Que es tanto como hacer surgir la pregunta inquietante: ¿dónde está el Dios de Jesucristo? ¿El Dios que se ha constituido en defensor de los pobres y va a transformar su situación instaurando un Reino de justicia, de solidaridad, de amor? A una pregunta así no es cuestión de contestarla con teorías, con verdades abstractas. La única respuesta posible es, y así lo entendió Vicente de Paúl, asumir y hacer asumir a otros, con su vida el compromiso con la justicia en favor de los pobres, la solidaridad con ellos, la protesta contra su pobreza. Este cristiano lúcido nos confesará al final de su vida, el 6 de diciembre de 1658, que la única respuesta posible es «hacer todas las cosas predichas y figuradas por los profetas, hacer efectivo el Evangelio»82. Vicente de Paúl comenzó a realizar el contenido de esta afirmación cuando empezó a poner en marcha, el ario 1617, un completo sistema de acción social que todavía hoy a muchos les parece revolucionario.
El fundador de las «Caridades», de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad no intenta con ello proponer un proyecto político. Sin embargo, a través de su actuación y de su doctrina deja entrever que la caridad es la única ley para construir la vida de la sociedad en la solidaridad y en la equidad. Y ello por la incapacidad de la sociedad para realizar la justicia en la repartición de los bienes necesarios para vivir. Para él, y así lo proclama y enseña, la función de la caridad es compensar las deficiencias y los estragos de la práctica político-social de su tiempo. A través de la práctica de la caridad, trata de articular, tan rigurosamente como es posible, la relación a Dios y la construcción de una sociedad más solidaria y más justa con los pobres. En definitiva, busca negociar con la sociedad, a través de la caridad, la redistribución de recursos que pueda hacer necesaria la coexistencia imposible de ricos y pobres.
2. El compromiso con la justicia en el servicio vicenciano: una exigencia de la fe vivida en la responsabilidad social
La decisión inquebrantable de Vicente de Paúl de no abandonar el mundo le lleva a no separar nunca el servicio a los pobres, la acción caritativo-social en su favor, del conjunto de la vivencia de la fe. Esto es posible para él, porque su experiencia de fe le ha llevado a liberarse de todo egoísmo e indivualismo. Por eso puede declarar a los sacerdotes de la Congregación de la Misión: «no me basta amar a Dios si mi prójimo no le ama»83, «no es suficiente ser salvados, es necesario ser salvadores con Cristo»84. Estas declaraciones equivalen a lo que hoy se llama vivir la fe en la responsabilidad social, es decir, en el compromiso con la justicia dada nuestra situación actual de injusticia. En contraposición a quienes afirman que la vivencia de la fe, en una sociedad secularizada, se vería reducida a un asunto privado de la conciencia de cada creyente con Dios.
Vivir esta experiencia de fe en la responsabilidad social significa para él comprometerse a remediar las necesidades públicas: «En verdad, parece que las miserias particulares nos dispensan del cuidado de las públicas, y que tendríamos un buen pretexto delante de los hombres para retirarnos de este cuidado. Ahora bien, señoras, dice a las Damas de la Caridad, no sé cómo eso aparecerá a los ojos de Dios, quien nos podría decir lo que San Pablo decía a los Corintios, que se encontraban en las mismas circunstancias: ¿Habéis resistido hasta la sangre?»85. Para él, como para sus seguidores, la fe termina en compromiso social en favor de los desechados del mundo. Y ello porque la misión de Jesucristo es una misión «para servir a los pobres»86.
Vivir la fe con este sentido agudo de la responsabilidad social, equivale a encontrarse con la necesidad y la injusticia que padecen los pobres y explotados. Pero ayer, como hoy, pobreza e injusticia son subproductos fabricados por las grandes decisiones de quienes detentan el poder político y el poder económico. Poner remedio a la pobreza, a la injusticia, implica, vicencianamente hablando, comprometerse a vivir la fe en la dimensión política y social en favor de quienes sufren marginación y explotación.
3. La llamada a la fraternidad: una modalidad del compromiso con la justicia en el servicio vicenciano a los pobres
Vicente de Paúl, abierto a las dimensiones sociales, atento a las realidades económicas y políticas, descubre que la «estratificación social» es el «lugar» en el que el Evagelio de Jesús encuentra su realización inteligible y creíble. Para que los cristianos tengan conciencia de la caridad «socializada» y la ejerzan, es menester recordarles que el dinamismo objetivo de los bienes económicos implica, con relación a la conciencia del individuo y de la sociedad, una referencia explícita al designio de Dios: hacerlos fructificar para todos.
Este compromiso de los cristianos en favor de los pobres, vicencianamente entendido, es parte integrante de su fe que es adhesión a un Dios que en Jesucristo se ha revelado a sí mismo como amor incondicional a los pobres, haciéndoles justicia y reivindicando su causa.
¿Cómo Vicente de Paúl va a lograr, de acuerdo con el Evangelio, hacer vivir la vida cristiana entre los pobres? ¿Cómo va a hacer pasar en moneda corriente las exigencias evangélicas en medio de la sociedad individualista, corporativista, a veces cruel que le tocó vivir?
Si hay algún criterio para suprimir la pobreza, es el amor solidario a los pobres, vivido en la verdadera fraternidad. Por eso Vicente lanza un llamamiento a todos los que enfrentan la diversidad de opiniones, de intereses y de situación social: Jesuítas y Port-royalistas, Compañía del Santísimo Sacramento y órdenes religiosas, hombres de gobierno y gobernados, ricos y pobres, a fin de impedir sepultar vivos a los seres que todavía respiran87, es decir, a fin de hacer coincidir la justicia de Dios con la justicia de los hombres. Sólo la prodigiosa actividad de Vicente de Paúl explica la gracia de su arte de persuadir y el carácter único de su caridad. En ella se comprueba el genio de su caridad y se descubre su mística de la caridad en el servicio a los pobres. Este místico de la caridad habla a otro, habla de otro y en su nombre, de Cristo, a quien suplica: «¡Ah, Señor!, atráenos hacia Ti, concédenos la gracia de entrar en la práctica de tu ejemplo y de tu regla que nos lleva a buscar el Reino de Dios y su justicia… Mi buen Jesús, enséñame a hacerlo y haz que lo haga»88. Este Cristo es a quien presenta a sus interlocutores. De ahí su persuasión y su eficacia. La continuación del «amor compasivo» del Hijo de Dios89 da sentido y unidad a la fraternidad vicenciana. Una fraternidad que reclama la justicia y la solidaridad, a las que a su vez vivifica la caridad.
Se olvida con frecuencia la acción social «revolucionaria» de Vicente de Paúl desde la llamada a todos a vivir en fraternidad. Lo que él pretende con esta llamada es que todos los grupos cristianos, que componen la Iglesia, hagan presente su fe activa en la solidaridad y en la justicia en favor de los pobres.
4. Organización de la caridad, creadora de justicia, en el servicio vicenciano a los pobres
Si desde el comienzo de la obra caritativa de Vicente de Paúl aparece el sentido de la organización, durante los períodos de mayor turbulencia social y de calamidades públicas, esta organización se hace socialmente ingeniosa e inventiva. Semejante socialización de la caridad es, en definitiva, la expresión de la responsabilidad social del hombre evangélico ante la miseria que invade a la sociedad y a los hombres.
La organización vicenciana de la caridad surge de la pregunta que Dios y los pobres lanzan a Vicente de Paúl ante la constatación de la miseria espiritual y de la miseria física, explotación e injusticia en la que vive el pueblo. ¿Cómo remediarlo? ¿Qué hacer para ser eficaz en todos los frentes donde aparece la miseria? Si la pregunta viene de Dios y de los pobres, Vicente sabe que sólo desde ese mismo Dios y desde esos mismos pobres se puede dar respuesta a semejante pregunta. Lo que él pretente con este proyecto, surgido a partir de la constatación de una «caridad mal organizada», es concienciar a la sociedad entera para que se organice en favor de los pobres y se movilice para liberarles de su pobreza.
Para hacer operativo este proyecto en la lucha contra la desigualdad injusta, Vicente de Paúl afronta todas las exigencias del compromiso social en cuanto tarea permanente en la construcción del Reino de Dios y su justicia. Al mismo tiempo realiza un denodado esfuerzo por remediar las necesidades de los pobres y por actuar contra las causas que producen la pobreza.
1.° En absoluto prescinde de la acción asistencial. Es el nivel elemental ante la urgencia de la enfermedad, el hambre, el paro, la guerra, el abandono pertinaz. Una acción que nunca desparecerá de su vida, de su mensaje ni tampoco de las instituciones que funda. Con su sentido agudo de las cooperaciones y de la coordinación en el plano caritativo-asistencial organiza durante la guerra de los Treinta Años y de las dos Frondas una inmensa red de recogida, almacenamiento y distribución de ayudas que llegan a la mayor parte de Francia90.
Para Vicente de Paúl la acción asistencial equivale a hacer justicia en nombre de Dios a quienes no se la hacen los hombres. Así, pues, la acción caritativo-asistencial, lejos de sustituir las reformas estructurales, las exige a gritos, y en nombre de Dios, porque está denunciando que la justicia de Dios no coincide con la justicia de los hombres y hay que hacerla coincidir. La caridad suple de momento la falta de justicia, pero sin renunciar a ella.
Si desde la justicia de los hombres la acción caritativo-asistencial es un acto voluntario, desde la justicia de Dios se toma obligatorio. Por eso Vicente de Paúl, ansioso de hacer cobrar conciencia a los hombres y de agudizar su responsabilidad social ante la miseria de los pobres, proclama: «Dios nos conceda la gracia de conmover nuestros corazones para con los pobres y de pensar que ayudándoles ¡practicamos la justicia y no la misericordia!»91.
2.° No se detiene en este primer nivel. Como una evolución natural e inevitable lo completa con un segundo nivel: la acción promocional. Con ello intenta proporcionar los medios para que el pobre, personal y colectivamente, sea agente de su propio desarrollo humano. Y ello porque sabe que la pobreza generalizada tiene causas sociales. Esta organización promocional de la caridad se hace en él ingeniosamente inventiva92. Como escribe en su correspondencia: «No hay que asistir más que a aquellos que no pueden trabajar ni buscar su sustento, y que estarían en peligro de morir de hambre si no se les socorre. En efecto, apenas tenga alguno fuerzas para trabajar, habrá que comprarle algunos utensilios conformes con su profesión, pero sin darles nada más. Las limosnas no son para los que puedan trabajar… sino para los enfermos pobres, los huérfanos o los ancianos»93.
Esta acción promocional actúa sobre las causas de la pobreza generalizada de diferentes sectores de la sociedad: campesinos, niños abandonados… Y se prolonga hasta que éstos sean capaces de poder salir por sí mismos de su situación94.
3.° La realización de su vasto plan social incluye un tercer nivel: la denuncia profética de las injusticias. Comprende que el cristiano, urgido por el amor de Cristo y de sus hermanos, no sólo debe ser justo. Debe, además, lanzarse a las exigencias del compromiso con la justicia, como expresión viva de la caridad.
Cualquiera que se acerque sin prejuicios a la vida de Vicente de Paúl encontrará palabras, actitudes y opciones por las que intenta impedir a la sociedad continuar siendo una máquina de fabricación de pobres. Por eso se complace en presentar como modelo, «a las que vengan después», a sor Juana Dalmagne, quien, «al saber que algunas personas ricas se habían eximido de los impuestos, para sobrecargar a los pobres, les dijo libremente que era contra la justicia y que Dios les juzgaría por esos abusos»95.
El mismo Vicente no duda en lanzarse a la arena de la política en situaciones en las que los primeros ministros, Richelieu y Mazarino, son la causa de la miseria del pueblo. Por eso se entrevista con Richelieu para pedirle abiertamente el cese de la guerra96, se opone públicamente, casi agresivamente, a Mazarino en 164997, permanece exiliado de París durante cinco meses98, apela al Papa Inocencio X, el 16 de agosto de 1652, para que intervenga en favor de la paz durante la «Fronda de los Príncipes»99 y escribe a Mazarino, el 11 de septiembre de 1652, para pedirle que salga del Reino100, sencillamente porque le juzga el principal causante del sufrimiento del pueblo.
Hay que preguntarse a qué niveles esta dimensión socio-política de la caridad está influyendo en el planteamiento y desarrollo del servicio vicenciano a los pobres en la lucha contra la pobreza y la solidaridad con los necesitados. Es una dimensión que va unida al tema de la denuncia de las injusticias. Se puede perder fuerza para denunciar cuando a las instituciones vicencianas les falta un bagage socio-religioso serio para hacer un análisis de la realidad de la pobreza y de la marginación y extraer las necesarias consecuencias.
En este sentido, los vicencianos que están implicados en la asistencia, tendrían que estar haciendo constantemente el paso, desde la denuncia, desde la protesta, al compromiso con la justicia en el servicio a los pobres. Para ello hay que evitar tanto los bloqueos de carácter ideológico quienes piensan que esto es política y pretenden permanecer al margen— como los bloqueos de carácter religioso —quienes piensan que no existe ninguna relación entre caridad y justicia.
4.° Hay otro aspecto en el compromiso por la justicia no suficientemente resaltado en la organización de esta caridad vicenciana. Y sin embargo es el más eficaz en el vasto plan de Vicente de Paúl: clarificar y convertir las conciencias de los poderes políticos, sociales, económicos. El les propone, hasta urgírselo, que utilicen esos poderes para proteger a los colectivos sociales más débiles. Que su obligación social y moral, les dice, es encargarse de los que nada tienen para ayudarles a vivir en la dignidad humana, que la miseria se lo impide. En defmitiva, les pide que se conviertan a lo que él se convirtió, cuando era joven: «los pobres son los predilectos de Dios», «nuestros amos y maestros». Dicha conversión implica que los pobres sean la conciencia crítica de la vida de los ricos y de sus riquezas y cuestionen, evangélicamente hablando, si pueden seguir siendo ricos cuando existe tan gran número de pobres.
Este cuarto aspecto o nivel del servicio vicenciano a los pobres tiene dos características: la capacidad crítica para descubrir y hacer descubrir las injusticias, explotaciones y marginaciones que generan los problemas de pobreza y marginación y la capacidad de concienciar y de animar a personas, grupos e instituciones sociales, económicas y políticas para que hagan lo posible por favorecer a los pobres.
Todo este plan organizado de la caridad vicenciana en el servicio a los pobres es la expresión de la dimensión política y social de la fe de Vicente de Paúl. Sus actuaciones no siempre fueron comprendidas por algunos de sus contemporáneos. Sin duda a él le habría gustado en su vida haber podido citar uñas palabras que sólo se pronunciaron más de trescientos años después, cuando Pío XI dijo a la Federación Universitaria Católica Italiana: «El campo político abarca los intereses de la sociedad entera; y en este sentido, es el campo de la más vasta caridad, de la caridad política, de la caridad de la sociedad101.
5. El compromiso con la justicia: una actualización histórica del servicio vicenciano a los pobres
La conexión entre la opción de Dios y de Jesús de Nazaret por los pobres y el compromiso con la justicia en favor de éstos constituye uno de los rasgos característicos de la conciencia histórica de la Iglesia. Esta conciencia, agudizada sobre todo en estos dos últimos decenios, ha intentado poner en fecundo diálogo las exigencias sociales del Evangelio con la pobreza masiva que tiene sus causas en unas estructuras injustas102.
La prueba de esta conexión, más allá de los peligros y de las resistencias que ha podido originar en algunos círculos de la Iglesia, es que aparece en todos los Sínodos celebrados después del Concilio Vaticano II. Así puede leerse en la relación final del Sínodo extraordinario de 1985: «Después del Concilio Vaticano II, la Iglesia se ha hecho más consciente de su misión para el servicio de los pobres, los oprimidos y los marginados»103. Y el mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios del Sínodo de 1987 dice textualmente: «El Espíritu nos lleva a, descubrir más claramente que hoy la santidad no es posible sin un compromiso con la justicia, sin una solidaridad con los pobres y oprimidos»104.
En esta misma línea de pensamiento la Conferencia Episcopal Española, al fijar los objetivos de su programa pastoral para el trienio 1987-1990, declara expresamente: «A pesar de los múltiples servicios de la comunidad eclesial en favor de los pobres y de la creciente toma de conciencia de que la Iglesia, como Jesús, es enviada para evangelizar’ a los pobres, todavía es mucho lo que queda por hacer en la misión al servicio de la justicia y de la caridad… Lo requiere la misma naturaleza de la evangelización. Lo requiere también el sufrimiento de tantos hermanos nuestros, pues la sociedad moderna segrega marginación y sufrimiento que luego con frecuencia ignora y olvida. Lo requieren los «nuevos pobres» de la sociedad moderna…»105.
Es en este contexto eclesial, económico y social donde los vicencianos tienen que situar el compromiso con la justicia en favor de los pobres, como una actualización histórica del servicio a los necesitados. Un compromiso que surge por un lado de la realidad urgente y provocativa de la pobreza progresiva y por otro de las inspiraciones evangélicas, vicencianamente comprendidas.
Toda la cuestión está en mostrar cómo el servicio a los pobres expresa y realiza mejor hoy que ayer la perenne caridad del Evangelio, comprendida para los vicencianos desde su espíritu. Es decir, cómo expresar con convicción y eficacia que Dios y su Hijo Jesús de Nazaret han tomado siempre el partido de los pobres. Hoy sabemos que, en nuestra actual situación de injusticia, el servicio a los pobres pasa por el compromiso con la justicia. De ahí que fieles a esta inspiración vicenciana e interrogadas profundamente, durante la Asamblea General de 1985, por la constatación de que «por todas partes en el mundo hay hombres humillados, oprimidos, víctimas de injusticia», las Hijas de la Caridad han decidido vivir el servicio a los pobres en el»compromiso en favor de la justicia y de la defensa de los derechos de los ‘sin voz’ como una de las urgencias de nuestro tiempo»106, «y a vivir la justicia entre los pobres»107. Esta decisión expresa claramente que el servicio vicenciano a los pobres, dada la situación de injusticia en la que están sumergidos, reclama que se realice en el compromiso con la justicia en favor de esos desechados del mundo.
Conclusión
En el análisis del sentido y del objeto del servicio vicenciano a los pobres nos hemos encontrado con el Dios de Jesucristo. Un Dios que se caracteriza por su predilección para con los más pobres y los más débiles, con los más explotados y desvalidos. Un Dios que hace justicia a los pobres.
Si es ese precisamente el Dios, vicencianamente entendido, si el Cristo vicenciano es el enviado por el Padre para evangelizar y servir a los pobres, eso quiere decir que los vicencianos no podrán estar de parte de Dios y de Cristo sin encontrarse al mismo tiempo del lado de los desheredados y empobrecidos de este mundo. En palabras de Vicente de Paúl esto significa «entrar en los sentimientos más íntimos de Dios» que «han sido preocuparse de los pobres… El mismo quiso… servir a los pobres, ponerse en lugar de los pobres, hasta decir que el bien y el mal que les hacemos a los pobres lo toma como hecho a su divina persona. ¿Podría acaso demostrar un amor más tierno a los pobres? ¿Y qué amor podemos nosotros tenerle a El si no amamos lo que El amó? No hay ninguna diferencia entre amarle a El y amar a los pobres de ese modo. Servir bien a los pobres es servirle a El, es honrarle como es debido, e imitarle en nuestra conducta. Si esto es así, ¡cuántos motivos tenemos para decidimos a proseguir estas buenas obras, diciendo ya desde ahora, desde lo más profundo de nuestros corazones: me entrego a Dios para cuidar a los pobres y para practicar con ellos las obras de caridad… !»108.
Porque «esto es así», los vicencianos saben que el amor de Dios y de Jesucristo a los pobres implica y se da en el amor de los hombres a los pobres. Pero este amor, expresado en el servicio, requiere hoy el compromiso con la justicia en favor de los desventurados del mundo, a fin de hacer en su favor la justicia de Dios con la justicia de los hombres.
Los vicencianos tendrán que lograr descubrir, y hacer descubrir en la Iglesia, que el compromiso con la justicia en favor de los pobres, surgido de la fe que actúa en la caridad, actualiza y realiza la fe y la relación personal con Dios y con Jesucristo, revelador del Reino y entregado para su realización ‘en favor de los desechados del mundo. A esto lleva hoy el compromiso por la justicia en el servicio vicenciano a los necesitados. Así, pues, este servicio supone, en definitiva, crear un mundo de fraternidad, de justicia, de solidaridad donde tengan sitio aquellos a quienes la sociedad se lo niega.
- Cf. Pobreza y marginación. Revista de Documentación Social, Cáritas Española, julio-diciembre 1984; La Pobreza en España. Extensión y causas (Seminario sobre la pobreza en España 9, 10, 11 de octubre de 1986), Cáritas Española, ‘1986.
- Según datos oficiosos parece que el Instituto de Estudios Laborales ha llegado a la conclusión que son diez millones de españoles los que se encuentran en situación de pobreza.
- El considerado mínimo necesario para vivir en España por persona y mes se sitúa, según las estadísticas, entre 25.000 y 19.500 pesetas.
- Se encuentra en situación de pobreza severa las personas y hogares cuyo ingreso medio real por persona y mes alcanza entre 5.000 y 10.000 pesetas.
- D. Casado, La pobreza y la estructura social en España, Madrid 1976; A. Aganzo, Pobreza y marginación en las áreas rurales españolas, Sal Terrae, abril 1987; I.E.N., Encuesta sobre discapacidades, deficiencias y minusvalías (Instituto Nacional de Estadística), Madrid 1987; P. Jaramillo, Pobrezas, carencias y marginaciones en nuestra sociedad actual, Servicio de Documentación de Cáritas Española, Madrid 1987; V. Renes, Los nuevos pobres: marginados y pobreza, Sal Terrae, abril 1987; E. Rojo, La economía sumergida, Cáritas, enero 1987.
- Cf. V. Renes, o. c., pp. 256-257; J. N. García-Nieto, Pobreza y exclusión social, Barcelona 1987, p. 16. El autor afirma: «La distinción entre la pobreza tradicional y la nueva pobreza es una falsa y peligrosa distinción»: Ibid., p. 9.
- J. Estefanía, La vuelta del Estado de bienestar, «El País», 5 de septiembre 1987.
- Cf. Pobreza y marginación, o. c., p. 144.
- Cf. S.V., XI, 40-41, 76-77; XII, 260-276… (Las siglas S.V. hacen referencia a Saint Vincent de Paul: correspondance, entretiens, documents, edición preparada por P. Coste, París 1920-1925, 14 vol. Los números romanos colocados detrás de las siglas S.V. se refieren al tomo y los números árabes a la página o las páginas de la edición).
- S.V., IX, 5.
- Cf. J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl, realismo y encarnación, Salamanca 1982, pp. 113-200, 200-220, 293-301.
- Cf. L. Abelly, La vie du vénerable serviteur de Dieu, Vincent de Paul, París 1664, 3 tomos en 1 volumen, I, pp. 32-34; S.V., IX, 58-60; XI, 2-5, 169-172; XII, 7-8.
- L. Abelly, La vie…, o. c., pp. 38-47; S.V., XIII, 45-54; IX, 243.
- Carta de Vicente de Paúl al P. Almerás: P. Collet, La vie de Saint Vincent de Paul, Nancy 1784, 2 vol., t. I, p. 479; cf. L. Abelly, o. c., III, p. 120.
- J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl y los pobres de su tiempo, Salamanca 1977, pp. 64-205.
- Ibid., especialmente pp. 167-205.
- Cf. S.V., I, 18.
- Cuando transmite a los sacerdotes de la misión la consigna: «Hagamos los asuntos de Dios, El hará los nuestros» (S.V., XII, 139, 145; cf. S.V., XIII, 531-532; VII, 348; II, 465; IV, 115-116), Vicente comunica uno de los momentos claves de su experiencia humano-cristiana.
- Vicente de Paúl es abad de Saint-Léonard-de-Chaumes (17 de mayo de 1610, cf. S.V., XII, 8-13, 37-39); párroco de Clichy (2 de mayo de 1612, cf. S.V., XIII, 1718, 85; L. Abelly, La vie…, o. c., I, p. 27); párroco-arcipreste de Gamaches (28 de febrero de 1614, cf. Archives de la Seine Maritime, G. 9574, ff. 77 y 78; Missión et Charité, 8 (1962), p. 495); canónigo de Ecouis (27 de mayo de 1615, cf. S.V., XIII, 1924), párroco de Chátillon-les-Dombes (1 de agosto de 1617, cf. S.V., XIII, 41-43, 45, 54); prior de Saint-Nicolas-de-Grosse-Sauve (febrero de 1624, cf. S.V. XIII, 156).
- Cf. Documents du Minutier Central concernant l’Histoire Littéraire, 1650-1700, París 1960. Del 15 de enero de 1650 hasta el 29 de diciembre de 1659, he podido constatar que Vicente de Paúl pasó 90 contratos de compraventa o de arrendamiento ante notario. «Con realismo Vicente de Paúl dota a su Comunidad de una magnífica fortuna en bienes raíces, cuyo núcleo representa 345 hectáreas de tierra laborable en la llanura de Saclay»: J. Jacquart, Inmobilisme et catastrophes: Histoire de la France rurale, París 1975, p. 269; Id., La politique fonciére de M. Vincent, VV.AA., Vincent de Pata (Actes du Colloque international ll’Etudes Vincentiennes, París 25-26 de septiembre 1981), Roma 1983, pp. 129-143.
- Todos los historiadores señalan la capacidad de coordinación, de relaciones, el sentido de la organización de la caridad social de Vicente de Paúl en la ayuda proporcionada a Lorena, Champaña, Picardía, París y sus alrededores: cf. J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl y los pobres…, o. c., pp. 156-205.
- L. Abelly, La vie…, o. c., III, pp. 118-119.
- B. Pascal, Pensées, Laf. 913. Utilizamos el texto de Lafuma, París 1962.
- Cf. J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl, realismo…, o. c., pp. 39-59.
- S.V. XI, 32; cf. IX, 252, 315; X, 332, 679-680. Los pobres hacen descubrir a Vicente de Paúl y a los vicencianos a Jeús y su Reino; les hace descubrir a los pobres y su grandeza. De ahí que Cristo, evangelizador y servidor de los pobres, les moviliza para comprender la importancia de la opción por los pobres, y esta opción les clarifica para desvelar dimensiones insospechadas de la persona de Cristo y de su misterio: cf. S.V. XI, 23-24; XII, 154-156, 164-165, 200-201, 213-214, 226, 234-235, 264-265, 284-285; X, 4; VIII, 205-206; L. Abelly, La vie…, o. c., III, p. 41.
- Referente al juicio de los pobres en la espiritualidad vicenciana, cf. J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl, realismo…, o. c., pp. 264-269.
- S.V. IX, 252; cf. S.V. IX, 247, 324, 332; X, 126, 610, 680; VI, 496; XIII, 428.
- S.V. VII, 341; cf. S.V. XII, 275; VII, 382.
- Cf. S.V. VII, 382; XII, 275.
- Cf. S.V. IX, 475, 592-595, 599; XII, 261-262.
- Cf. S.V. XII, 108-109.
- S.V. XIII, 179; cf. S.V. XI, 48; XII, 108-109, 112; VII, 341.
- S.V. X, 335-356.
- S.V. III, 392.
- S.V. XI, 317.
- S.V. XI, 312; cf. S.V. XI, 2.
- S.V. XI, 31.
- S.V. XIII, 798-799.
- Cf. S.V. I, 68, 69; II, 4, 208, 226, 276, 428, 453, 456, 466, 473.
- S.V. XII, 127.
- Cf. J. Dupont, Les Béatitudes, t. II, París 1969, pp. 91-123.
- Cf. Is 49, 7-10.13; 45, 8; 46, 13; 31, 4-5; 35, 10; 51, 11; 52, 9; 54, 5.8; 60, 16; 62, 12; 63, 9.16.
- «En el sentido auténtico (Jesús) no dice solamente: el tiempo de la salvación ha llegado, el mundo nuevo está ahí, el Salvador ha llegado, sino ¡la salvación ha llegado a los pobres!», J. Jeremías, Las parábolas de Jesús, Estella 1970, pp. 153-154.
- J. Dupont, Les Beátitudes…, o. c., p. 123; cf. pp. 142-144.
- L. González-Carvajal, Los signos de los tiempos (El Reino de Dios está entre nosotros), Santander 1987, p. 136.
- He desarrollado este tema en otro lugar: J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl, buscador incansable de la voluntad de Dios, en AA.VV., Vicente de Paúl, la inspiración permanente, Salamanca 1982, pp.219-276, especialmente pp. 245-252.
- Cf. S.V. XI, 108, 135; XII, 3, 4, 5, 7, 79-80, 81, 87; IX, 15, 324, 593-594; VII, 341.
- Cf. S.V. XII, 150-155; XII, 132-150.
- S.V. XII, 132.
- S.V. I, 620; cf. S.V. XII, 318.
- S.V. 1, 233. Como he escrito en otro lugar Vicente de Paúl, a diferencia de sus maestros espirituales, P. de Bérulle y B. de Canfeld y de los místicos renano-flamencos, no llega a la unión con la voluntad divina a la unión con Dios a través de la pasividad sino en la acción exterior, en el servicio a los pobres, cf. J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl, realismo…, o. c., p. 202, nota 7, pp. 219-220.
- S.V. XI, 313.
- Ibid.
- S.V. XI, 315.
- S.V. XII, 139.
- «Dios es un abismo de ternura» (S.V. XII, 110) confiesa Vicente de Paúl. Y hablando de Cristo dice: «¡Ah, cuán compasivo era el Hijo de Dios!» (S.V. XII, 270; cf. XII, 270; cf. XII, 269-272, 264-265). «Esta ternura le hizo bajar del cielo; viendo a los hombres privados de su gloria, se conmovió de su miseria. Llora con los hombres, de tal manera es afectuoso y compasivo» (S.V. XII, 271; cf. XII, 192-194, 190.
- «La pequeña Compañía de la Misión trata de ocuparse con afecto de servir a los pobres, que son los predilectos de Dios, y de esta manera tenemos motivos de esperar que, por amor a ellos, Dios nos amará. Vayamos, pues, hermanos míos, y ocupémonos con nuevo amor en servir a los pobres, e incluso busquemos a los más pobres y más abandonados; reconozcamos delante de Dios que son nuestros señores y maestros, y que somos indignos de ofrecerles nuestros pequeños servicios»: S.V. XI, 292-293.
- «Somos responsables, si ellos (los pobres) sufren por su ignorancia y sus pecados, en consecuencia somos culpables de todo lo que sufren, si no sacrificamos toda nuestra vida en instruirles»: S.V. XI, 202.
- S.V. XI, 133, 135.
- Cf. S.V. IV, 13.
- S.V. IV, 13.
- S.V. XII, 180.
- P. Collet, La vie…, o. c., t. II, p. 168; cf. S.V. XI, 133; IV, 42; XII, 370; XI, 77; XII, 81-81.
- S.V. XII, 370; cf. S.V. XI, 77.
- Cf. S.V. XI, 292-293.
- S.V. X, 127-128.
- Cf. S.V. IX, 18, 19, 131, 208, 210, 242, 246, 247, 253, 254, 459, 474, 594; X, 113, 126, 127, 331, 337, 267, 408, 459, 512, 523, 557, 665, 666.
- S.V. X, 512-513; cf. S.V. X, 557, 666.
- S.V. XII, 156.
- S.V. X, 332; cf. S.V. X, 512, 557.
- Cf. S.V. XII, 264-265.
- S.V. XI, 133-134, 135; cf. S.V. XI, 1.
- Cf. S.V. VII, 341-342; XII, 3-5, 79-82; XI, 133-135.
- S.V. XII, 80.
- S.V. XII, 87-88.
- S.V. IX, 15.
- S.V. IX, 324.
- S.V. IX, 593-594.
- S.V. XII, 271.
- S.V. XII, 80.
- S.V. XI, 200.
- S.V. XII, 84.
- S.V. XII, 262.
- S.V. XII, 113.
- S.V. III, 409.
- S.V. XI, 108; cf. S.V. XII, 3-4, 79-80, 87; XI, 324.
- Cf. Relations mars-avril, septembre-octobre 1652, en Recueil Thoisy, ff. 140141, 144-145, 148-149; Le Magasin charitable, janvier 1653, en Recueil Thoisy, ff. 169177 (estos documentos se encuentran publicados en J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl y los pobres…, o. c., pp.387-393, 417-429); R. Voyer d’Argenson, Annales de la Compagnie du St. Sacrement (publicados y anotados por Dom Beachet-Filleau), Marseille 1900, pp. 127, 132, 158; L. Abelly, La vie…, o. c., I, pp. 194-195; R. Allier, La cabale des dévots (1627-1666), París 1902, pp. 90-91, 92-93; P. Coste, Le grand saint du gran siécle, monsieur Vincent, París 1932, 3 vol., t. II, pp. 716-717; S.V. IV, 401-402, 392, 542, 539-540.
- S.V. XII, 147-148.
- Cf. S.V. XII, 264-265, 271, 262, 108-109; XI, 77, 340-342; L. Abelly, La vie…, o. c., III, p. 123.
- Cf. J. M. Ibáñez, Vicente de Paal y los pobres…, o. c., pp. 156-205.
- S.V. VII, 98.
- Cf. nota 87.
- S.V. IV, 182-183.
- Cf. Reglamentos de las Hijas de la Caridad que se ocupan de los niños abandonados, publicados en J. M. Ibáñez, Vicente de Paúl y los pobres…, o. c., pp. 347356.
- S.V. IX, 192.
- Cf. L. Abelly, La vie…, o. c., I, pp. 169-170.
- Cf. L. Robineau, Remarques sur les actions et paroles du feu Monsieur Vincent, man., p. 60; L. Abelly, La vie…, o. c., I, p. 468; P. Coste, Le grand saint…, o. c., t. II, p. 675.
- Durante la Fronda del Parlamento, Vicente de Paúl, el 13 de enero de 1649, sale de París para hablar con la reina Ana de Austria y con Mazarino (cf. S.V. III, 403) de la situación política y de la miseria que provoca en los pobres de París y en los campesinos de la región parisina. El «servicio», que Vicente de Paúl quiere prestar a los parisinos, es mal interpretado por los dos partidos. El resultado es el alejamiento de la capital desde el 14 de enero hasta el 13 de junio de 1649 (cf. S.V. III, 402, 416, 434, 436, 452).
- Cf. S.V. IV, 455-459.
- Cf. S.V. IV, 473-478.
- 18 de diciembre de 1927, Documentation Catholique, 1930, 358.
- Para conocer la evolución de esta conciencia en la iglesia en las dos últimas décadas referentes a los pobres, cf. J. Lois, Teología de la liberación: opción por los pobres, Madrid 1986, pp. 9-94.
- Relación final del Sínodo de 1985, n.° 6.
- 104. Mensaje del Sínodo de 1987, n.° 4.
- Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras, Madrid 1986, a.° 22.
- D.F.A.G., p. 5.
- Id., p. 6.
- S.V. XIII, 811-812.