Charles Ozenne († 1658)

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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Author: Desconocido · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1898 · Source: Notices, III.
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Biografias PaúlesEl Sr. Charles Ozenne era ya un Misionero experimentado cuando fue enviado por san Vicente a Polonia. Trabajó allí con gran bendición y allí murió después de continuar dignamente la tradición  de vida apostólica inaugurada en aquel país por el Sr. Lambert, a quien había sucedido.

La reina de Polonia, María de Gonzaga, hermana de la célebre Ana de Gonzaga cuya oración fúnebre ha pronunciado  Bossuet, sentía un gran interés por los Misioneros de san Vicente de Paúl, y en particular por el Sr. Lambert, en Varsovia, expresaba su dolor por la muerte  del virtuoso Misionero en una carta al Santo que terminaba con estas palabras: «Por último, Señor, si me enviáis a otro Sr. Lambert, ya no sé qué más hacer«.

San Vicente, para responder a los deseos de la reina de Polonia, puso los ojos en el Sr. Charles Ozenne. Había nacido en el pueblo de Nibal, cerca de Saint-Valéry, en la diócesis de Amiens, el 13 de abril de 1613, y había sido recibido en la Congregación, en París,  el 10 de junio de 1638. Hacía un año que era sacerdote, y no se tardó mucho en enviarle a Troyes, en Champaña, donde trabajó con mucho celo en las Misiones durante más de diez años.

«Es un hombre de Dios, escribía entonces san Vicente, celoso y desprendido, que tiene gracia de Dios para la dirección y para ganarse los corazones de la gente de dentro y de fuera«. El Santo le eligió para ir a reemplazar al Sr. Lambert.

El Sr. Ozenne, hombre de obediencia, aceptó de buen grado esta misión difícil, y se puso en camino el 9 de agosto de 1653, con un clérigo de la Congregación de la Misión y varias religiosas de la Visitación, a quienes había llamado la reina de Polonia para hacer en Varsovia una fundación de su orden. La colonia atravesó los Países Bajos para ir a embarcarse en un navío de Hamburgo.

San Vicente, informado del embarque, escribió al Sr. Ozenne una carta afectuosa: «¿Qué os diré yo ahora, Señor? –son sus palabras–; Dios es el dueño. Como Dios del mar y de los vientos, yo le ruego que os los haga favorables, que gobierne vuestra embarcación en la que iréis, y que él sea vuestro guía y vuestro piloto; y que por último os conduzca con suerte a Polonia, donde os esperan como a un hombre que debe marcar el ritmo a cantidad de buenas obras y a quien desean con ardor«.

En los designios de Dios, las cosas debían ir mucho más despacio. El navío fue capturado por unos piratas ingleses. Aunque el parlamento de Inglaterra lo hubiese declarado de mala captura, el Sr. Ozenne y su colonia fueron retenidos mucho tiempo en Dover, pues la disposición del parlamento debía pasar por el consejo del Almirantazgo donde las partes adversas tenían que debatir sus derechos recíprocos; de ahí la cantidad de demoras y de sinsabores. Estas contrariedades dieron lugar para admirar la virtud de Vicente y la de su discípulo. El primero se contentó con decir con resignación: «Las obras de Dios más considerables son por lo común tratadas de este modo«. Y dirigiéndose al Sr. Ozenne, decía: «Es preciso que Dios tenga grandes planes sobre los proyectos de la reina y de vuestra persona, puesto que permite todas estas dificultades. Os hace merecedor, por el buen uso que hacéis, la gracia de la ejecución«. Por su parte, el humilde Misionero se mostraba, con su perseverancia y su imperturbable conformidad a los designios de Dios, digno de su modelo y de su padre. San Vicente podía en efecto escribir en esta ocasión, hablando del Sr Ozenne: «Es verdaderamente un hombre de Dios. No he visto todavía en sus cartas el menor rasgo de impaciencia por verse retenido y maltratado, ni una palabra de queja, sino por el contrario una gran dulzura y mucha prudencia, como si no hubiera pasado nada«.

Había comprometido al Sr, Ozenne a suspender la partida hasta después de la estación mala. Pero el celoso Misionero con prisas de llegar a su puesto, dejó a las religiosas de la Visitación que esperaran  en Calais, adonde habían ido, el regreso de la estación buena, y partió, una vez libre, con el Sr. Duperroy. Llegó a Varsovia hacia mediados de enero de 1654, a un año exacto de la muerte del Sr. Lambert. La peste seguía azotando a Varsovia, y el Sr. Ozenne tuvo ocasión de ejercer las mismas obras de caridad que su predecesor.

Por su dulzura y su piedad se ganó la benevolencia de la reina; por sus atenciones, que le costaron a veces, pero que no se olvidaba de ellas, unidas a una reserva sin la cual estaría pronto a merced de los demás, supo ganarse la estima y el afecto, que no le eran menos necesarios, del abate de Fleury, capellán de la reina.

Ésta favoreció por todos los medios en sus manos el establecimiento de los Misioneros. Quiso adquirir el derecho de presentación de la parroquia de Santa Cruz de Varsovia, y pronto logró que fuera nombrado el Sr. Ozenne. El príncipe Casimir Czartoriski, obispo de Posen, dio en posesión de esta parroquia a la Congregación de la Misión, en la persona del virtuoso Superior cuyo mérito y modestia se habían  ganado sus simpatías. Mandó incluso construir para los Misioneros una casa y se propuso enviarle a sus ordenandos.

El Sr. Ozenne tuvo que servir a Dios en medio de muchas tribulaciones. Al principio eran los obreros apostólicos los que le faltaban; los mismos que tenía cerca iban a faltarle. Vicente compartía su dolor. «En cuanto a mí, le escribía, admiro cómo un soldado es fiel a su capitán, de suerte que no se atrevería a retroceder cuando hay que combatir, ni dejarle sin su consentimiento, bajo pena de ser castigado como un desertor del ejército. Un hombre de honor se guardaría bien de abandonar a su amigo en apuros, sobre todo si estaban en un país extranjero. ¿Por qué? Es el temor a cometer una cobardía o una infidelidad. Admiro, digo, ver más firmeza en esa gente por respetos humanos, que los cristianos y los sacerdotes tienen por la caridad, ni por los buenos planes que han emprendido«.

Dos de los Misioneros perdieron los ánimos, la verdad es que volvieron luego a sus puestos. Entretanto, san Vicente   dijo al Sr. Ozenne que mandara ordenar de sacerdote al clérigo que había llevado de París: «Uno bueno vale por diez«, añadía, y la experiencia confirmó lo que afirmaba en esta circunstancia.

El Sr. Ozonne se entregó a hacer florecer  la regla en su casa naciente, y vio muy pronto felices frutos de su celo. Comenzó por que se diera una misión en su parroquia de Santa Cruz; entre otros frutos espirituales, anunció a san Vicente el bautismo de una judía y la abjuración de dos luteranas. Según las recomendaciones del santo, se dedicó también a conservar a las Hijas de la Caridad enviadas a Polonia en la práctica ferviente de sus observancias y de sus obras.

Fue en el pueblo de Skuly, cuyo beneficio había sido cedido por el rey a la Congregación, donde los Misioneros inauguraron las misiones de los campos en Polonia; y el Sr. Ozenne iba sin duda a desarrollarlas cuando estalló la tormenta sobre el reino de Polonia: la guerra venía a echarlo todo por tierra.

Los moscovitas, llamados por los campesinos de Ukrania, entraban en Lituania; Carlos Gustavo, rey de Suecia, declaraba la guerra a Polonia y no quería tratar más que en Varsovia, hacia la que avanzaba con un ejército formidable.

Ante esta noticia, el rey de Polonia, Jean-Casimir y la reina se habían retirado a Silesia. Quisieron tener consigo al Sr. Ozenne, y se llevaron también a las Hijas de la Caridad y a las religiosas de la Visitación para sustraerlas a los horrores de una ciudad tomada por asalto. El Sr. Ozenne dejó en Varsovia a los  Srs. Desdames y Duperroy, que eran absolutamente necesarios para atender a la parroquia de Santa Cruz. El 30 de agosto de 1655, los suecos entraban en Varsovia. Durante dos años, esta capital fue sucesivamente tomada y retomada por los polacos o por los suecos. El Sr Ozenne, exento de los peligros de la guerra, no lloraba menos sobre los sufrimientos de sus dos cohermanos en Varsovia; y según sus posibilidades, les enviaba socorros.

Por último, después de un destierro de cerca de dos años, el Sr. Ozenne, siguiendo siempre al rey y a la reina que recuperaban  poco a poco sus Estados fue a reunirse con Sus Majestades en el campo de Cracovia. Allí asistió espiritualmente a los enfermos y a los heridos del asedio, mientras que las Hijas de la Caridad los cuidaban corporalmente. Luego, después de la toma de esta ciudad, regresaron todos a Varsovia el mes de octubre de 1657. Ozenne no encontró allí más que ruinas, tres casas que poseía la Congregación estaban destruidas, otras cinco en el campo habían corrido la misma suerte. Él no se desanimó sino que se acordó de las palabras de san Vicente, que no era justo que estuviésemos exentos del dolor público, y que como Dios había permitido esta prueba, tendría la bondad, si así le placía, de restablecer estas pérdidas en su tiempo.

Él mismo se puso a trabajar con una confianza cristiana y un celo muy apostólicos, y pronto las obras de Varsovia se reconstruyeron y un establecimiento le fue ofrecido en Cracovia. Le anunciaron nuevos obreros, pero él no pudo ver la realización de estos proyectos.

Algún tiempo después de estar en Cracovia para visitar a casa que se ofrecía a la Compañía, el Sr. Ozenne comenzó a sentir los primeros golpes de la enfermedad: era el mes de julio de 1658. El mes de agosto siguiente, fue atacado de una fiebre maligna que se lo llevó en cinco días. Expiró en Varsovia el 14 del mes de agosto de 1658 y fue enterrado en el cementerio de la parroquia, de donde más tarde se trasladaron sus restos al panteón de la iglesia de Santa Cruz.

El Sr. Ozenne no tenía más que cuarenta y cinco años y había permanecido veinte en la Congregación; era de una constitución fuerte y notable por la dulzura de su carácter y por una sencillez muy grande y muy digna.

San Vicente al enterarse de la muerte de un obrero tan bueno escribía: «Podéis pensar que nuestro dolor es muy grande, y yo creo por el mío que es muy sensible que el vuestro no lo es menos. Pero como es Dios quien lo ha hecho, a nosotros nos toca hacer buen uso de esta visita aceptando su santa voluntad. . Este querido difunto es muy afortunado al hallarse ahora en la casa de su Señor, como tenemos sobrados motivos de creerlo; y nosotros tal vez no nos deberíamos lamentar tanto por haberle perdido pues nos asiste más donde está que si estuviera todavía entre nosotros. Desde su entrada en la Compañía ha huido siempre del mal y ha hecho el bien con mucho dedicación y fruto. Ha sido muy cándido, dulce y ejemplar, Dios es ahora su recompensa. Es muy llorado de todos aquellos que le han conocido y nosotros hemos perdido mucho en él, si podemos llamar pérdida a lo que Dios gana, cuya voluntad se cumpla siempre y se realice en nosotros y en todo lo que nos rodea«.

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