Charles D’Angennes (15??-1648)

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Desconocido · Traductor: Máximo Agustín, C.M.. · Año publicación original: 1898 · Fuente: Notices II.

Origen de su familia. – Sus empleos. – Entra en la Congregación. – Su muerte. – Elogio que hace san Vicente del Sr. Charles d’Angennes.


Tiempo de lectura estimado:

A finales del año 1647, un personaje de edad ya avanzada y en una posición considerable, terminaba su retiro en San Lázaro y pedía insistentemente el favor de ser admitido en la Congregación de la Misión. Fue admitido, y encontramos en los registros de la Congregación  con fecha del 31 de diciembre de 1647 el dato siguiente: «Charles d’Angennes en otro tiempo conde de la Rocheport y señor du Fargis».

La familia de Angennes había jugado un gran papel en la historia y se había distinguido igualmente en las armas y en la diplomacia. Citemos a algunos representantes de esta familia.

Jacques d’Angennes, señor de Rambouillet, de Maintenon y de Fargis, había obtenido la confianza de Francisco I. Era capitán de la guardia de corps del rey, lugarteniente general de los ejércitos y murió gobernador de Metz en 1562.

Charles, cardinal de Rambouillet, obispo del Mans, asistió al concilio de Trento y fue embajador ente Gregorio XIII. Murió en 1587.

Nicolás d’Angennes, embajador de Carlos IX en Inglaterra, fue chambelán de Enrique III. Tenía una reputación de ciencia y de habilidad en los asuntos políticos.

Carlos d’Angennes, de quien trazamos la noticia, marchó tras los pasos de los suyos y, como soldado y como diplomático, mantuvo la reputación de la familia.

Su padre, Philippe d’Angennes, señor de Fargis, gentilhombre de la cámara del rey  Enrique III, chambelán del duque de Alençon, capitán de cincuenta hombres de armas, gobernador del Maine y del Perche, fue muerto en el sitio de Laval en 1590.

Criado muy joven en el oficio de las armas, que había aprendido bajo la mirada de su padre, sirvió bajo Enrique IV y bajo Luis XIII. Hizo rápidamente su camino y llegó a guardia de mariscal de campo de las armas del rey, al mismo tiempo que llegó a ser consejero de Estado. Se había casado hacia 1610 con Madeleine de Silly, hermana de la Sra. de Gondi, y por ella llegó a ser conde de la Rochepot. Es probable que durante su estancia en la familia de Gondi, san Vicente había debido ver y conocer al joven oficial, quien treinta años más tarde vendría a pedirle asilo y, después de una existencia muy agitada, el favor de terminar sus días en la calma y el recogimiento.

Carlos d’Angennes había sido enviado como embajador del rey Luis XIII a España, en 1620, donde continuó hasta 1626. El ministerio de asuntos extranjeros donde se halla la correspondencia de los agentes de Francia en el extranjero, posee dos volúmenes in folio que contienen las correspondencias del conde de la Rochepot, bien con el rey, bien con Sillery, bien con Puiseux, bien con Richelieu. Después de una larga negociación, él concluyó en el asunto de la Valteline el tratado de Monçon. Pero fue retractado por Richelieu por no seguir las instrucciones del Padre Joseph. El primer tratado había sido firmado el 1º de enero de 1626, y el 2º reformado sobre las nuevas instrucciones  que recibió, no fue concluido hasta el 6 de marzo de 1626. Se lee en las Memorias de Richelieu que » la Sra. du Fargis, dama de honor de la reina madre, había sido encargada por el rey de decir al embajador que concluyera de ‘todos modos’. Esta intervención de la Sra. du Fargis había producido descontento en el cardenal quien, como diremos enseguida, tenía por qué quejarse de ella, y por eso desautorizó al embajador y le obligó a firmar un nuevo tratado revisado y aprobado por él.

La política del cardenal de Richelieu encontraba una grande oposición en la intimidad de la reina madre. La Sra. du Fargis que había tomado una parte muy activa en esta oposición, y desempeñado un papel en las intrigas tramadas contra el cardenal, fue condenada a ser decapitada por decreto de la Cámara de justicia del Arsenal en 1631. Forzada a sustraerse de la cólera de Richelieu, buscó un asilo en los países extranjeros, y murió en Lovaina en 1639.

El conde de la Rochepot, que había tomado más o menos parte en las intrigas, y buscado desposeer a Richelieu del poder absoluto, víctima de la venganza del cardenal, fue encerrado en la Bastilla, el 14 de febrero de 1635. El príncipe de Condé no tardó en compartir su cautiverio. Ignoramos el tiempo que estuvo y las informaciones por su parte, en esta fecha, nos faltan totalmente.

Sabemos que el año que siguió a la muerte de su mujer perdió a su hijo Carlos d’Angennes, el heredero de su nombre (1639) que él había ilustrado ya en las armas. Fue muerto en el sitio de Arras, el 2 de junio de 1640, a la edad de veintisiete años. Fue un gran dolor para el padre perder a un hijo digno de su afecto y una verdadera desolación para el gentilhombre que veía apagarse su nombre. Una hija le quedaba, entrada de jovencita en Port-Royal donde debía jugar un papel más tarde. El Sr. du Fargis trató de hacerle dejar el monasterio para casarla. Henriette resistió seis años y entonces, al ver sin resultado las tentativas que él hacía para conservar en la posteridad el nombre de su familia, tomó la resolución de abandonar el siglo y dar a Dios los días que tenía que vivir aún. Una resolución parecida, bastante rara en el tiempo en que vivimos, no sorprende en aquel siglo profundamente cristiano. No obstante, no queremos disminuir  el mérito del Sr. du Fargis, reconocido y alabado por san Vicente. Este hombre que había ocupado una alta posición, lleno de los cargos más elevados en el Estado, consiente en convertirse en humilde y pequeño y entrar en una familia religiosa de escaso renombre, y a la que su fundador llamaba pequeña. –Pues bien, de esta pequeña Compañía es de la que el Sr. du Fargis pidió formar parte a últimos de diciembre de 1647. El gran señor se sometió a todas las pruebas de su nueva vida con una admirable generosidad. De la mañana a la noche, aceptó la regla que, fastidiosa a veces, lo es sobre todo por su monotonía. Él, que había mandado, supo muy bien obedecer.

Qué contraste con la vida fastuosa que había llevado ya en la corte, ya en las embajadas, ya en su vivienda! Aquí todo es sencillo, modesto, pobre; pero nada de eso le cuesta, y da ejemplo a todos los que tienen la ventaja de verle y de vivir con él. Una gran pena le preocupaba durante su seminario, que era la conducta de su hija, la hermana Marie de Sainte-Madeleine, que había adoptado todos los errores de Port-Royal. Si a la muerte de su hijo trató de sacar del monasterio a la única hija que le quedaba con el fin de casarla por el interés de su nombre que quería conservar, más tarde, por el interés del alma de esta hija extraviada, hizo inútiles instancias, y tuvo el pesar de verla obstinarse en su error.

La dulce piedad de san Vicente y su delicada benevolencia consolaron al venerable seminarista, y después de todos los sacrificios que había hecho tan valientemente, debió llevar esta última cruz en su corazón fe padre y de cristiano. Esta última prueba sirvió sin duda para su purificación, y un año después de entrar en San Lázaro iba a recibir la recompensa que el Rey de los reyes otorga a todos sus servidores. San Vicente anunció su muerte al Sr. Blatiron el 20 de diciembre de 1648: » Dios ha querido disponer del buen Sr. du Fargis, quien se encontraba con nosotros desde hacía un año y nos consolaba mucho, siendo muy piadoso y de buen ejemplo. Algunos días después (31 de diciembre), comunica la misma noticia al marqués  Desportes: «Ha querido su divina bondad llevarnos al buen Sr. du Fargis un año después que nos le había dado. Falleció el 19 de este mes. En su muerte como en su vida, le hemos visto muy desprendido y lleno de  Dios. Ciertamente, Señor, él ha sido para nosotros un gran ejemplo durante el tiempo que hemos tenido la suerte de poseerle, de suerte que nunca le he visto cometer un solo pecado venial». ¿Se puede desear un elogio más grande?

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