Bernardo Codoing, C.M. (1620-1650)

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros Paúles, En tiempos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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Author: Desconocido · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1881 · Source: Notices II.

I. Su entrada en la Congregación y sus primeros trabajos. –Sus predicaciones. -Sus conferencias a los eclesiásticos. –Fundación de la casa de Annecy. -Testimonio prestado por Mons. el obispo de Ginebra a sus misioneros en su noticia sobre la Congregación.-Declaración de un historiador reciente. –Concurso dado a la Misión por santa Chantal. -Satisfacciones de Vicente; diversos consejos que da en una de sus cartas. –Muerte del Comendador de Sillery. -Visita hecha por el Sr. de Horgny. –San Vicente envía al Sr. Codoing a Roma y le compromete a no demorar su salida.- Método de enseñar. Una palabra sobre la muerte de santa Chantal.


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El Sr. Bernardo Codoing nació el 11 de agosto de 1610. Ordenado sacerdote en diciembre de 1635, venía, un mes y medio después, el 10 de febrero de 1636, a aumentar el número de los discípulos de san Vicente. Fundad hacía una decena de años, esta nueva familia religiosa no contaba en total más que de una treintena de miembros repartido por tres casa Bons-Enfants, san Lázaro y Toul. El Sr. Codoing se entregó a san Vicente en el fervor de su sacerdocio; y después de algunos meses pasados en San Lázaro, fue enviado a Misiones. En efecto le vemos a finales del año 1637 en Romans, en Dauphuné, de donde san Vicente le invita a dirigirse a Richelieu, que iba a recibir a los misioneros. Allí fue a finales de enero de 1638 con el Sr. Durot, el primer compañero de sus trabajos en Daiphiné, como él debía serlo después en Richelieu.

San Vicente, escribiendo al Sr. de Sergis, muestra la estima de la que gozaba el Sr. Codoing. En todas partes se deseaba escuchar sus instrucciones: «El Sr. Codoing, escribe san Vicente, está en misiones, no podría copiar sus predicaciones; hay que esperar al verano, cuando se retire, entonces podrá mandarla copiar, y luego imprimir para toda la Compañía.

Cuando se sabe la repugnancia que san Vicente sentía de mandar imprimir obras, se ve enseguida la estima que tenía por el Sr. Codoing, permitiendo una excepción a su favor. Consultado sobre el modo de reunirse con los sacerdotes, san Vicente da otra vez más al Sr. Codoing como modelo: «El Sr. Durot os podrá decir la orden que el Sr. Codoing tenía  para las asambleas en el Delfinado».

Después de pasar cerca de dos años en Richelieu, el Sr. Codoing recibió de san Vicente la orden de ir a encargarse de la dirección de la misión de Annecy. Esta obra nueva debió su existencia al concurso de tres eminentes personajes: el Sr. Juste Guérin, la Madre de Chantal y el comendador Brûlart de Sillery. El obispo de Ginebra, comprendiendo que la importancia de la formación de los eclesiásticos, se puso en contacto con san Vicente de Paúl, y le pidió misioneros, la Madre de Chantal apoyó la petición del obispo. Por una coincidencia providencial, el comendador de Sillery, por devoción y gratitud hacia san Francisco de Sales, ofreció a san Vicente las sumas necesarias para el establecimiento de los sacerdotes de la misión en Annecy. Éstos llegaron en número de seis en la primavera de 1640 bajo la dirección del Sr. Codoing. Fueron recibidos como mensajeros del cielo. Ya, en el mes de junio, el obispo había podido apreciar los frutos de su celo. Así se lo escribía a su santo fundador «Quisiera Dios que pudierais ver el interior de mi corazón; ya que, verdaderamente, os amo y honro con toda la fuerza de mi corazón, y me debo por entero a vuestra caridad, por el gran beneficio y por los frutos que los misioneros, vuestros queridos hijos en Dios, hacen en nuestra diócesis, que son tantos  que no puedo expresarlos.

No contento con emplear a los misioneros en la santificación de los pueblos, Mons. Guérin quiso también emplearlos en la formación de los eclesiásticos. Pero si se programaron pronto las misiones que dar en Annecy y en las parroquias del campo, se dudó más sobre la naturaleza del seminario que erigir. Colleta dice que el obispo se decidió a seguir los consejos del Sr. Vicente de Paúl, dejando de lado el plan del concilio de Trento, que es admitir a niños jóvenes, para que, preservados por un santo retiro, de la corrupción del siglo, recibieran muy temprano la leche de la  virtud y de la ciencia eclesiástica; y asignó su seminario exclusivamente a clérigos que habían hecho ya sus humanidades, y algunos incluso su filosofía.

Por lo demás, éste es el decreto de este obispo sobre la erección del seminario:

8 sept. 1641

ERECCIÓN DEL SEMINARIO

Justus Guerinus, Dei et Apostolicae Sedis gratia, Episcopus et Princeps Gebenensis…

Juste Guérin, por la gracia de Dios y de la Sede Apostólica, Obispo y Príncipe de Ginebra, a todos los Clérigos de nuestra diócesis, nuestros bienes amados en Jesucristo, a todos y cada uno que vean las presentes, salud en Aquél que es la verdadera salvación de todos.

Hace largo tiempo ya, un decreto del muy santo y ecuménico Concilio de Trento ha establecido que cada Iglesia Catedral a mantener en un lugar conveniente, que debe ser escogido por el obispo, para educar en la piedad y formar en las ciencias eclesiásticas  a un cierto número de clérigos para que haya en él un constante semillero ‘seminarium’ de ministros de Dios. Para adaptarnos a un decreto tan saludable y obedecer además al decreto especial por el cual Nuestro Santísimo Señor el Papa Urbano VIII nos ha dado en la Bula de nuestra promoción la orden de erigir uno de estos seminarios en nuestra diócesis; desde que el peso de la solicitud pastoral ha sido puesto sobre nuestros débiles hombros, hemos deseado vivamente realizar una obra tan santa y tan piadosa, persuadidos de que la sana doctrina, las buenas costumbres y la vida irreprochable de los Clérigos de nuestra diócesis no serán de un débil socorro, no sólo para apacentar el rebaño a nos confiado, sino también para atraer al camino de la verdad a las ovejas errantes de nuestra ciudad de Ginebra y de los lugares adyacentes.

He ahí por qué, después de invocar para este fin el nombre de Nuestro Señor Jesucristo, por consejo y asentimiento  de dos de nuestros Reverendos hermanos los Canónigos del venerable Capítulo de Ginebra, que nos hemos elegido en conformidad con los estatutos del Concilio de Trento, hemos creído deber erigir, y por las presentes erigimos un seminario en la casa que han venido a fundar en nuestra diócesis nuestros bien amados Sacerdotes de la Misión, a los cuales elegimos y establecemos a perpetuidad Directores de nuestro seminario. Y para que, en toda la extensión de la diócesis, puedan ellos trabajar libre y lícitamente, según el espíritu de su Instituto, en la santificación de los eclesiásticos, y en la asistencia tanto espiritual como corporal del las poblaciones del campo, nos les otorgamos el poder, a condición no obstante de que, en lo que hagan con el prójimo, dependen inmediatamente de nos y de nuestros sucesores, no obedeciendo absolutamente en todo lo demás más que a su Superior general, de conformidad con la Bula de su institución.

Por ello ordenamos a nuestros muy queridos hijos, a estos mismos Sacerdotes de la Misión, que reciban en sus casas, para instruirlos a un cierto número de clérigos que nos mismo habremos elegido y quienes, a fin de poder más cómodamente recibir la educación eclesiástica, tomarán inmediatamente y conservarán siempre la tonsura y el hábito clerical. Irán cada día a la escuela pública de gramática, de retórica y de filosofía, y aprenderán, en el seminario el canto, el cómputo eclesiástico y las demás ciencias útiles; se los instruirá cuidadosamente en la Sagrada Escritura, los libros eclesiásticos, las homilías de los Santos, la teología moral, la manera de administrar los sacramentos, sobre todo en lo que se refiere a la confesión, los ritos y las ceremonias.

Establecemos asimismo, y prescribimos que todos los Clérigos de nuestra diócesis que tengan en el Señor el deseo de ser promovidos  a las órdenes sagradas se presenten doce días antes del sábado señalado para la ordenación, y que inmediatamente después, se encierren en el Seminario, en el que, por la oración mental,  piadosas exhortaciones, una confesión general de su vida pasada, lecciones incluso y conferencias sobre los casos de conciencia, y demás ejercicios espirituales de este género, se dispondrán con la ayuda todopoderosa de la gracia de Dios, a la digna recepción del sacramento del Orden.

Mas para comodidad de todos, y en particular de los estudiantes, estos ejercicios de los ordenandos tendrán tres veces al año, a saber antes del sábado santo y antes de los sábados de las cuatro témporas que siguen a Pentecostés y de las cuatro témporas de septiembre. Y si, por causa de enfermedad u otros impedimentos, o incluso por Sede vacante, las ordenaciones no se pueden celebrar en nuestra Diócesis, en ese caso los ordenandos aludidos serán advertidos para que se presenten al examen quince días antes y entrar en el Seminario, a fin de que después de los ejercicios espirituales puedan trasladarse a lugares vecinos y ser ordenados allí, acompañados de cartas dimisorias, que no serán otorgada en adelante a ningún clérigo de nuestra diócesis más que a los que hayan seguido los ejercicios espirituales de que se trata.

Mas como es deber de nuestro cargo pastoral hacer todos nuestros esfuerzos para que todos los párrocos de nuestra diócesis y sus vicarios, así como el resto de los sacerdotes y de los clérigos caminen de virtud en virtud y hagan cada día progresos en la piedad eclesiástica, nuestros muy queridos y muy reverendos hermanos ya nombrados, a los párrocos, sus vicarios y los sacerdotes, aquellos sobre todo que aspiran a beneficios con cargo de almas, se les pide con insistencia, nos les exhortamos con todo el afecto paternal que hay en nos, que vayan al Seminario cada año; si lo pueden, y en la época que quieran; y saciarse durante ocho o diez días, por medio de los ejercicios espirituales, de las dulzuras de la santa soledad; para que, hablándoles Dios al corazón,  se llenen de la abundancia de la celestial doctrina, y sus espíritus fortalecidos en el fervor de espíritu». Dado en Annecy, el 8 de septiembre de 1641.

Juste,

Obispo de Ginebra.

P. F. JAINS, Vicario general;  P. MAGNIN, can… de Gin; DUMONT, sec.

No contento con haber hecho el plan del Seminario, y de haber notificado su erección por la carta que se acaba de leer, Mons. Juste Guérin quiso redactar también el reglamento que debía observarse en él.

Dos años después de la llegada de los misioneros a Annecy, el obispo de Ginebra, que ya había escrito varias veces a san Vicente para agradecerle el envío de los obreros verdaderamente evangélicos, publicó en su diócesis una noticia sobre el Instituto de la Congregación de la Misión. Nosotros damos este documento completo.

La Congregación de la Misión nació en París. Su fundador  es el muy respetable Sr. Vicente de Paúl, hombre recomendable por su santidad y su celo por procurar la gloria de Dios y la salvación de las almas. Esta Congregación se ha extendido ya, y se extiende día a día más con gran bendición por muchas provincias y ciudades de Francia; y todos los buenos obispos animados de un santo celo, la desean vivamente, viendo los grandes frutos de salvación que opera en las almas.

«En la diócesis de Ginebra hay cinco sacerdotes y un hermano. El Sr. comendador de Sillery ha establecido un fondo para el mantenimiento de cuatro sacerdotes, y el pobre obispo se encarga del quinto. Pero en lugar de cinco sacerdotes  se necesitarían quinientos, ya que: Meses multa, operaria paují.

«Se ven brillar admirablemente en ellos todas las virtudes apostólicas, Viven en común y se entregan en común a sus penosas ocupaciones, practicando con la mayor exactitud la pobreza, la castidad y la obediencia. Aunque no sean religiosos por una profesión solemne, no obstante viven bajo el gobierno de un general; son los servidores de los obispos, y los obedecen en todo lo que respecta a la administración de los sacramentos y la dirección de las almas.

» Van por las ciudades y los pueblos, en verano como en invierno, teniendo por fin su Instituto las pobres gentes de los campos, como los más necesitados que son los más abandonados de hecho de socorros espirituales, y se quedan en los mismos lugares semanas y meses enteros, según lo pidan las necesidades y el número de los habitantes. Hacen dos o tres predicaciones o catecismos diarios, y se prestan antes de su partida de un lugar, para que todos los habitantes hagan una confesión general de toda su vida. Solo Dios conoce el inmenso bien que resulta de esta práctica; pero se advierte fácilmente por el cese notable y público de las malas costumbres, por las prácticas de devoción y la frecuentación de los sacramentos, que tienen lugar en todos los lugares donde dan misión estos siervos de Dios.

«He podido ir en su compañía, llevándolos conmigo en la visita de la diócesis, y puedo afirmar que nunca he visto a los pueblos animados de un dolor tan grande de sus pecados y penetrados de una devoción tan grande. Y cuando han predicado en parroquias de las cercanías de Ginebra, los herejes iban en masa a oírlos, y varios se han convertido. A la vista de lo cual, los ministros han prohibido a las poblaciones ir a oírlos, amenazándoles con no dejarle participar en la cena de Pascua, y dirigiéndoles igualmente otras fuertes amenazas. Los que han oído a los misioneros y que han tenido relación con ellos, aunque sigan en su obstinación, hablan bien de ellos, los alaban incluso, y no les reconocen otro más que el de ser demasiado papistas.

«Además, soportan todas las fatigas, y exponen la vida sin ninguna esperanza de emolumentos y por el amor de Dios, dando las misiones a sus propias expensas. No reciben un céntimo de los pueblos, ni siquiera un puñado de hierba bajo ningún pretexto, ni siquiera en concepto de limosna. Este desinterés llena de admiración al pueblo y edifica grandemente; por ello son queridos, deseados y recibidos con un calor tan general, que cuando parten de una localidad el pueblo los acompaña con lágrimas en los ojos y un vivo pesar, gritando; Ay, ya se marchan entonces, los Padres de nuestras almas. Les suplican que vuelvan pronto, y un buen número de los que han sido evangelizados  van otra vez a verlos donde dan misión, aunque se lejos. He sido testigo de estas escenas de desolación, y al verlas, de verdad, no he podido por menos que derramar lágrimas por el consuelo que sentía.

«Pero hay otra obra tan importante y que, espero, será de una utilidad mayor, es la caridad y el celo que despliegan por la reforma de los eclesiásticos seculares y sobre todo por los ordenandos: Es lo que ha dado la ocasión de la fundación de un seminario más necesario más necesario en la diócesis de ginebra que en cualquier otra. Los propios misioneros han contribuido a ello con sus propios bienes y ahorros que les ponen a punto de pasar privaciones que se imponen y su industria.

«Reciben en este seminario, por caridad, a los pobres sacerdotes, y perciben tan poco de los que pagan la pensión, que lo que recogen no llega ni a un Julio por día, por la habitación, la cama, el mobiliario, la alimentación, y todo lo demás necesario, menos la ropa. En todas las Cuatro Témporas, todos los que se proponen recibir las órdenes mayores se retiran al menos por diez días en el seminario, y viven todos en común en la observancia exacta de un reglamento. Guardan silencio, recitan el oficio juntos, tienen dos meditaciones al día y reuniones especiales, en las que deben responder sobre el tema de la conferencia que se ha hecho, cuando son interrogados por quien está al frente; este ejercicio es de la mayor utilidad. El tiempo está tan bien distribuido que los ejercicios ocupan el día y la noche; así no es posible estar ocioso; y antes de recibir las órdenes sagradas, los ordenandos hacen una confesión general. Los misioneros les enseñan con mucho cuidado las ceremonias según el rito romano, que estaba casi del todo abolido en este país  de más allá de los montes, y para facilitarles mejor la práctica, todos los días se canta la misa y se hacen todos los oficios con las ceremonias romanas; lo que produce un gran bien y una grande edificación para los pueblos que tienen ocasión de  admirar la belleza y la gravedad de estas ceremonias. En el seminario, se enseñan también el canto llano y la manera de administrar los sacramentos. Hay un maestro de los casos de conciencia que, por medio de sus lecciones y repeticiones, hace capaces a los oyentes de ser buenos párrocos en las parroquias que llegan a vacar y que, en esta diócesis, son entregadas a concurso, conforme a las prescripciones del concilio de Trento.

«Por la gracia de Dios, la fundación del seminario y los cuidados asiduos de los misioneros han operado ya una reforma considerable entre los eclesiásticos, y espero que esta reforma será general en toda mi diócesis; tal vez incluso el poder del ejemplo se dejará sentir en las diócesis vecinas Ya varias diócesis desean y reclaman  a los misioneros, y esperamos que las buenas costumbres y la edificación que los eclesiásticos den operarán una reforma saludable entre los pueblos. Los misioneros son también muy prontos y asiduos en visitar a los pobres enfermos a los que rinden todos los servicios espirituales, y hasta corporales de las limosnas que les hacen. Y para animar más al pueblo a la devoción y a la práctica de las obras de caridad y de misericordia en todas las tierras en que ellos han dado la misión, ellos han establecido la cofradía de la Caridad para socorrer a los enfermos espiritualmente y corporalmente, así como para provocar a los pueblos a  la frecuentación del Santísimo Sacramento. Todo cuanto aquí se dice es verdad; y en verdad, lo afirmo como testigo ocular. Lo que he dicho y escrito está bien por debajo de lo que debería decir para estar del todo dentro de la verdad; y considero a estos misioneros como verdaderos obreros evangélicos y apostólicos.

«Yo Juste, obispo de Ginebra, yo afirmo que está conforme a la verdad, y lo certifico».

El testimonio dado a los misioneros de Annecy, por su obispo, al principio de su instalación, les fue conservado por los sucesores de Mons. Guérin. Veamos cómo se expresa el autor de los Recuerdos históricos sobre Annecy.

Los jóvenes levitas no podían ser confiados a manos más seguras y más experimentadas. Si los hijos de san Vicente no brillaban todos con el resplandor del talento, todos conservaban siempre lo que valía más, la sencillez de la fe, la firmeza de la disciplina, la unidad de dirección y la autoridad de los buenos ejemplos.

«Así, más tarde, en la gran experiencia que hizo la Revolución de los hombres y de las cosas, se vio qué excelente clero habían preparado los Lazaristas en la diócesis de san Francisco de Sales. Las defecciones fueron relativamente raras, y si es justo atribuir en parte este resultado a la buena disciplina y a la sabia dirección que los obispos y los sínodos diocesanos habían difundido entre el clero, sería injusto desconoce la gran parte que podían reivindicar los Lazaristas, que habían educado en el seminario a todo el clero diocesano, y que cada año, en los retiros eclesiásticos, le robustecían  en el fervor de los primeros días de sacerdocio.

Pero volvamos sobre nuestros pasos, y veamos lo que escribía san Vicente a la madre de Chantal, en el momento en que se negociaba el asunto de esta fundación.

Troyes, 14 de julio de 1639.

Mi muy querida y muy digna Madre.

Llegado a esta ciudad de Troyes, con el Sr. comendador de Sillery para visitar a la pequeña familia que tenemos en esta diócesis, he visto por la que ha recibido de vos, mi muy digna Madre, la respuesta que le dais sobre la propuesta de la fundación de dos de nuestra Compañía, para trabajar  entre las pobres gentes de los campos de vuestra diócesis.

«Pues bien, os diré, mi muy digna Madre, que he recibido con una satisfacción que no puedo expresaros la propuesta que me ha hecho el comendador de esta fundación, tanto por darnos el medio de trabajar en la diócesis de los santos, como porque es al abrigo y bajo la dirección de nuestra muy digna Madre y, por consiguiente, tenemos motivo de esperar que nuestro Señor bendecirá las santas intenciones del buen comendador y los pequeños trabajos de estos misioneros».

El asunto quedó concluido, y los misioneros se dirigieron a Annecy, a finales de febrero de 1640. Ya hemos dicho la acogida que les dieron  por el obispo. San Vicente nos da a conocer también las disposiciones favorables en que se encontraba la Sra. de Chantal:

14 de mayo de 1640.

«Mi muy digna y muy amable Madre,

«No puedo bastante humildemente, ni bastante afectuosamente agradeceros  por todas las bondades sin igual que desplegáis incesantemente para con nuestros misioneros y para conmigo.

Ruego a Nuestro Señor que, haga el oficio él mismo, y que sea vuestra recompensa. Vos les dais los muebles; quiera la bondad de Dios hacerse él mismo el amueblamiento y ornamento precioso de vuestra querida alma, para que brille como un sol en el cielo como en tierra. Estamos a la espera y en falta  por no haberos escrito antes. He hecho la visita de los monasterios de la Visitación, en la ciudad y en el barrio. Os hablaré de la situación en la carta que os escribiré por el Sr. Pioton.

«Vuelvo a nuestros misioneros, y os diré, mi querida Madre, que me parece que Dios os ha dado un discernimiento, en una sola visión, tan claro como si los hubierais criado. Mi querida Madre, que sois mi Madre y la de ellos! Qué felices los creo por la suerte que tienen cerca de vos, y yo también porque vuestra caridad ha tenido tanta bondad conmigo! que soy en el amor de Nuestro Señor, mi muy querida Madre, vuestro fiel servidor».

San Vicente, feliz por las noticias que recibía de Annecy y por el éxito de sus hijos, correspondía con frecuencia con ellos y les daba a los consejos que necesitaban. Esto es lo que escribe al Sr. Codoing, el 26 de julio de 1640:

«Doy gracias a Dios por todas las que concede a vuestra pequeña comunidad; me parecen ciertamente por encima de toda esperanza, y le pido que os las continúe, y os vuelva a dar una perfecta salud, si no ha resuelto santificar vuestra alma por las indisposiciones  del cuerpo, y os pido, Señor, que hagas todo lo que está en vuestro poder para ello. Oh, qué consuelo por lo que me contáis de cada uno en particular de vuestra compañía! Escribo al Sr. Escart; y si puedo, haré lo mismo con el Sr. Duhamel. Hablo al primero con plena confianza, sobre lo que me habéis escrito, quien, por cierto, es un hombre lleno del espíritu de Dios, pero áspero en su celo, según decís. Le escribo, de manera que espero que progresará en la dulzura y en la humildad, que devolverá las fuerzas del cuerpo al buen Sr. Toldar, y continuará las del espíritu al bueno del Sr. Duhamel, y que por último se servirá útilmente del Sr. Burdel, y que nuestro hermano François esté bien. Es, Señor, lo que pido a Dios.

¿Qué os diré de los ordenandos, Señor? Os agradezco que os hayáis ofrecido a correr con los gastos de la primera ordenación; pero pienso que se ha de consentir que Mons. de Ginebra proponga obligarles a dar un florín al día cada uno, si es suficiente, todo contado y recontado. Se cree que el gasto de los ordenandos de París es de veinte sueldos  al día; se incluye en ello el gasto de un mayor número de hermanos que se necesitan, las leñas, los menús frescos y la renovación de las ropas, La gran dificultas está en los muebles; se necesitarán de dos a tres mil libras para esto. El Sr. comendador me declaró, estos días pasados, que no aprobaba que nos tomemos la libertad de poner dificultades a nuestros señores los prelados sobre los pensamientos que tienen por el bien de sus diócesis. Lo decía porque os proponéis ir a ver a estos Señores del Senado, por la dificultad que ponían, y ofreceros a no continuar vuestras misiones, si no lo consentían, aunque Monseñor fuera del parecer contrario. Ciertamente, me diría lo mismo si supiera que hubierais opuesto dificultades a dicho señor al disponer que los ordenandos pagaran  por sus gastos un florín cada uno al día, sin el consentimiento del Sínodo y del Senado. Dice bien que esto es una señal de vuestra prudencia; pero que es preciso caminar con más sencillez. En efecto los ordenandos no serán gravados en dar diez o doce florines por su alimentación durante la ordenación. Si el ejercicio de los ordenandos es según Dios, lo menos es que se alimenten, mientras que reciben este favor de su prelado. Me parece, Señor, que haréis bien en someteros en esto a la idea de dicho señor, y en todo que no altere para nada a nuestro pequeño Instituto, lo que me temo que harían las confesiones en la ciudad. Eso es directamente contrario a nuestro pequeño Instituto.

«Nuestra digna Madre, por favor, como yo lo espero, se lo comunicará todo con suavidad, teniendo cuidado, por favor, de hablarle, como creo conveniente, y quiero convencerme de que su bondad accederá; no quiero decir que haya que excluir a Annecy del bien de la misión; pero creo que, si Nuestro Señor le da la idea a monseñor, que habrá que darla. Pero ante todo, después o fuera de eso, no pienso que sea oportuno predicar ni confesar allí, y así es como se ha de entender la regla de no trabajar en las ciudades, pues en efecto, ello nos impediría, con el tiempo, ir al campo.

«Dios mío, Señor, cómo siento lo de vuestra pequeña indisposición, y cómo deseo que se encuentre alguna casa, o algún lugar para construir una, en el mejor sitio de la ciudad, que es un barrio elevado, donde están los capuchinos, me parece. . Así las cosas, Jesús, ya no hay que pensar en establecerse en cualquier otra ciudad; estaríamos demasiado alejados de la ocasión de servir a la diócesis. Rogaré no obstante al Sr. comendador que escriba al Sr. comendador de Annecy, que os hace la caridad de alojaros, y se lo agradezcáis.

«No veo seguridad para vos en tratarlo con Mons. de Nemours; es un joven príncipe, y una y otra cualidad se lo impiden. Nuestro Señor os proporcionará otro si lo tiene a bien. El Estado del rey llega hasta cerca de Ginebra; tal vez se vea solución en esto con el tiempo, cuando la Compañía trabaje por allá.

«De buena gana, apruebo que tengáis camas portátiles, Señor, como me decís. Habrá alguna prisa; no hay ni ley ni razón que deba impedir que se utilicen así. Qué medio hay de subsistir entre esas montañas, sin camas de invierno; hay que arreglárselas para encontrar un mulo que sea suficiente, y eso será lo difícil. Al principio de la misión, así lo hacíamos; pero allí dejamos este aparejo por superfluo, y el estorbo era muy grande; un caballo con carretilla ligera  que tuvimos no era suficiente. Acaba de ocurrírseme que podríais hacer llevar estos muebles de un lado al otro mediante los acarreos o los mulos que alquilaríais para ello; mas para esto, sería bueno que trabajarais en lugares contiguos, tomarais una cuarta parte de la diócesis al comienzo del año y trabajar allí, Así tendréis la comodidad del transporte de los muebles, de un lugar a otro, y encontraréis por este medio a los pueblos muy dispuestos, a causa de la proximidad de los lugares donde se tendrá la misión. Ya lo hemos hecho así este año, en el valle de Montmorency; no podríais creer, Señor, qué bien lo hace la gente y qué alivio sienten los misioneros y qué adelanto para ellos.   «Conviene, para hacerlo así, que quiera Monseñor mandar trabajar, y no cambiar de barrio tanto como se hace. Deseo dar este aviso a todas partes.

En cuanto a las misas que mandan decir en esa región, ay, Señor, yo lo desearía; pero ciertamente,  no del el modo; ya que, aparte de que no he visto nunca a nadie tener disposición, la miseria del siglo enfría las limosnas y las retribuciones de las misas. Os ruego que digáis a Monseñor que tendría por la misericordia de Dios ocasión de servir en eso, si se presentara, y en todo aquello en lo que guste honrarme con sus mandatos, y que no exista criatura algún sobre la que tenga más poder que sobre mí.

«Digamos dos palabras sobre el asunto de vuestro señor hermano. He hecho todo lo posible con el Sr. de Bulliony el Sr. de Tubeuf para eso; pero no en vano. No hace más que un mes que un joven abogado, el Sr. Dugen, de esta ciudad, ha tenido el último rechazo. No hace más que seis días que estaba aquí y que me dijo que vuestro Señor hermano debía estar satisfecho porque se ha hecho en este asunto todo lo que se puede. El Sr. de Bullion dice que si el rey quisiera tener en consideración en esta clase de pérdidas de los particulares a su servicio, que la mitad de su renta no sería suficiente.

¿Qué os diré de nuestras pequeñas noticias? La casa goza de buena salud, gracias a Dios, y la Compañía por todas partes, excerpta los Srs. Jégat y Bastien, en Richelieu; el primero comienza no obstante a mejorar.

El seminario va cada vez mejor, gracias a Dios; el Sr. Dufestel, superior de Troyes, me ha pedido que acepte su entrada con el Sr. Perceval, que también vino anteayer para lo mismo. Entrarán mañana por la tarde, y el Sr. Savinier está también.

Las limosnas de Lorena siguen adelante, por la misericordia de Dios; se nos encomiendan las ciudades de Toul, Metz, Verdun, Nancy y Bar, así como las de Saint-Mihel y de Pont-à-Mousson, donde la miseria es tan grande que no se puede ni imaginar. El Sr. de Horgny acaba de visitar a los misioneros que se encuentran allí; cuenta cosas increíbles y que dan pena; se comen hasta serpientes.

Dios nos ha concedido la gracia de servirse también de esta Compañía para asistir a los religiosos y a las religiosas. El rey da 45.000 libras para ello, para ser distribuidas al mes, según la orden del Sr. intendente de justicia.

En esta ciudad Dios nos ha hecho la misericordia de crear una pequeña compañía de personas de condición, para asistir a la nobleza de Lorena y las demás personas de condición.

«Oh Jesús, Señor, es hora de que acabe con esta humilde súplica que os hago de  cuidar vuestra salud y de la de la Compañía y que os acordéis de mis miserias delante de Dios, para que se apiade de mí. Soy en su amor, Señor, etc.»

San Vicente continuó escribiendo al Sr. Codoing para animarle en la fundación del seminario de Annecy. «Ahí os estoy viendo cómo trazáis el estilo de vida del seminario, en vuestro alojamiento. Oh Jesús, Señor, adoro a la Providencia en esto. Digo a Monseñor que el éxito será la regla, cómo la debemos usar aquí en casos parecidos».

Una carta al Sr. Escart, misioneros en Annecy, quien tenía algunas dificultades con su superior, muestra la importancia que san Vicente daba al Sr. Codoing y al propio tiempo qué firmeza tan prudente ponía en los consejos dados a quienes los necesitaban.

Le anunció, para recomendarle a sus oraciones, la muerte del fundador de la misión de Annecy:

«Os he comunicado, me parece, el fallecimiento del difunto Sr. comendador de Sillery; su muerte ha respondido a su hermosa vida; se ha ido al cielo, como un monarca que va a tomar posesión  de su reino con una paz, una confianza, una dulzura y una fuerza que no se pueden expresar. Oh, Señor, qué gran siervo de Dios era! Decía lo que acabo de decir estos días pasados a Su Eminencia, que desde hace ocho o diez años que tenía el honor de tratarle, nunca le había visto ningún pensamiento, palabra, ni obra que no tendiera a Dio mediata o inmediatamente; ni siquiera un pensamiento de impureza en todas las comunicaciones cordiales que ha tenido en Santa María; me lo ha asegurado muchas veces. Oh Señor, qué bueno es Dios para los que se apartan de los atractivos del mundo para unirse a él».

El Sr. de Horgny fue enviado, hacia finales del año de 1641, a hacer la visita de la casa de Annecy; san Vicente se apresura a felicitar al Sr. Codoing.

«El Sr. de Horgny nos ha encantado por el consuelo mientras nos contaba el buen y amables estado de la Compañía, y los grandes frutos que recoge. Oh, Señor, cuántas gracias le doy a Dios, a la vez que le pido que nos continúe la misma gracia».

Dos muertes que siguen de cerca, la del Sr. Le Breton, y la de la  Madre Chantal, en Annecy, son ocasión de una nueva carta. Él deja escapar un dolor contenido por la conformidad con la voluntad de Dios, y por último le anuncia que la Providencia le quiere en Roma, a donde le destina para reemplazar al llorado Sr. Le Breton. El Sr. Codoing expone entonces a su venerado Padre algunas dificultades para trasladarse inmediatamente a Roma, y san Vicente le responde:

«Recibí anteayer esta carta, que me contesta a lo que escribí para Roma, y os diré, como respuesta, que encuentro las razones que me dais, para diferir vuestro viaje después de Pascua, muy considerables; pero hay inconvenientes en diferirlo tanto. El Papa, el cardenal Lenti, decano de los cardenales, y otro bueno y virtuoso eclesiástico que tiene el pensamiento de los ordenados en la cabeza, pueden morir entretanto; y si ocurriera, eso sería una buena obra que se perdería, o correría gran peligro Procuraré enviaros lo antes posible al Sr Dufestel o al Sr. Grimai, con un segundo para que los instruyáis durante doce o quince días, y haré partir a los demás lo antes posible para que esperen  en Marsella.

Os diré con todo, Señor,  que dudo que sea conveniente entregar escritos para estudiar a los seminaristas. Hay suficientes libros extensos y resumidos para esto: no se escribe en clase en los colegios de España. Lo principal es repetir bien lo que se ha enseñado, y el mejor método que he experimentado para ello es tomar a un casuista, explicarles un capítulo o dos a la vez de memoria, hacerlos  dar de memoria  a cada uno de ellos, la otra lección; lo cual, al hacerlo muchas veces, queda grabado y queda para siempre, y se explican las dificultades que se proponen; nosotros lo hemos empleado así aquí para los casos de conciencia y para las controversias, lo que nos ha resultado muy bien; tan bien que apenas se leen los escritos, y no se ejercita bastante la memoria para retener las cosas. ¿De qué le aprovechan, os ruego, a un doctor sus escritos después de acabar sus estudios? De nada, ciertamente, sino es para recurrir a ellos en la necesidad. Bueno, hay tantos ahora, y que tienen tablas de materias tan bien hechas que no hay más que tener un buen casuista para recurrir a él en caso de necesidad. Según eso, os suplico, Señor, que aconsejéis el modo de entrar en la práctica que acabo de deciros.

«No dudéis que haya sentido un dolor muy sensible por la muerte de nuestra digna Madre. Dios ha querido, cuando recibí la noticia, consolarme con la vista de su reunión con nuestra bienaventurada, y de los dos con Dios, como resultado de un acto de contrición que hice en el momento después de leer la carta por la que me contaban la gravedad de su enfermedad; y lo mismo se me ha mostrado, me parece, en la primera misa que celebré por ella después de la noticia de su muerte,

II. (1642-1645)

-El Sr. Codoing superior de la casa de Roma. -Misiones das en Norma, en Cistera,-en Castel-Giulia, -en un hospital de Roma, -en varias campañas de los Estados pontificios, -en la diócesis de Reti, -en la Sabina. –Algunas cartas de san Vicente el Sr. Codoing.                                      -Actividad de éste en ciertos proyectos. – Consejos o censuras del B. Padre.-Sus razones para no establecerse en Roma. –Aumento del personal. -Visita del Sr. de Horgny. –Fin de la estancia del Sr. Codoing.

El Sr. Codoing llegó a Roma a principios de marzo de 1642. Nos encontramos, entre las notas  manuscritas de una historia de la congregación en italiano, algunas informaciones preciosas que trascribimos, comenzando por los trabajos apostólicos, para establecer a continuación con más unidad las relaciones de san Vicente con el Sr. Codoing.

El Sr. Codoing (Bernardo) fue enviado a Roma por san Vicente para encargarse de la dirección de la nueva fundación; una vez llegado, se puso con el mayor ardor a prepararse para sus funciones. Pasó todo el verano en traducir sus sermones y sus instrucciones, y se vio preparado para emprender la misión de Norma, en el mes de septiembre. Este país, situado en la diócesis de Velletri, al extremo de las famosas marismas Pontins, contiene más de dos mil habitantes. Fue allí donde, por primera vez en Italia, los hijos de san Vicente dieron una misión en regla, y sus trabajos se vieron coronados por los mayores éxitos; ya que todos los habitantes del lugar, menos dos, se acercaron a los sacramentos con gran piedad. Dios no tardó en mostrar con qué severidad castiga a los que abusan de tan grandes gracias. Algunos días después de la misión, uno de esos dos hombres recibió un disparo  cerca de la iglesia, y cayó al suelo. El párroco, llegado a toda prisa, desplegó todo su celo para hacer entrar a este desdichado en sentimientos cristianos, pero en vano, no pudo sacar de este corazón endurecido ninguna señal de arrepentimiento, y tuvo el dolor de verle morir algunos instantes después para comparecer ante Dios. Después de esta misión, Norma ha conservado siempre una gratitud a los misioneros y, de todos los campos romanos, es el país el que ha dado más hombres apostólicos a nuestra Congregación.

Cuando se acabó el trabajo, los misioneros tomaron el camino de Cistera, no lejos de Norma, y se instalaron en el palacio del duque de Gaetani, el señor de estas tierras. Esta misión duró tres semanas, y fue también coronada de un éxito feliz. De allí, a petición del príncipe Salvia ti, se dirigieron a Castel-Giuliano, en sus dominios. Este señor les ofreció su castillo para alojarlos, y quiso correr él mismo con los gastos de la misión. El Sr. Codoing rechazó toda indemnidad, pero aceptó el alojamiento. Este príncipe tomó tan a pecho el éxito de esta misión que no permitió que se abrieran las puertas, para salir de su dominios, sino después  de los ejercicios de la misión del ‘matit’.Los misioneros pasaron tres semanas en esta localidad, y los éxitos fueron dignos de  de su celo y de la gran bondad de este príncipe.

Hacia Navidad, regresaron a Roma, llamados por el cardenal Lenty, protector de San Sixto, para dar un retiro en un establecimiento de la municipalidad de Roma, donde se recibía a ancianos y a pobres enfermos. El Sr. Codoing dio nuevas pruebas de su gran celo durante esta misión que duró quince días, y los relatos añaden que este digno misionero obtuvo incluso mucho provecho para sí. De este modo fue como los misioneros terminaron sus correrías apostólicas.

Volvieron a los trabajos en el mes de mayo siguiente, 1643, en la Sabina, en medio de una población tal vez la más vulgar y la más ignorante de los Estados pontificios. Recorrieron sucesivamente Castel-Nuovo y seis pequeñas localidades circundantes; por todas partes recogieron frutos abundantes de salvación. Pero este fruto sobre todo en Poggio, región bastante importante por el número de sus habitantes, a la que el celo apostólico del Sr. Codoing pareció en todo su esplendor. A continuación de esta misión que duró un mes, no se oyó más hablar de litigio, de injusticia, de odio, defectos sin embargo tan frecuentes  en esta comarca. A la partida de los misioneros, esta buena población derramó tantas lágrimas y dio tales muestras  de dolor que sería difícil, por no decir imposible, añade el relato, hacer su descripción. Los misioneros tuvieron el consuelo de oír de la boca misma de los dos párrocos que servían estas localidades, que todas sus ovejas, excepto dos, se habían aprovechado de los ejerceos de la misión.

Durante el invierno de ese mismo año y la primavera de 1644, el Sr. Codoing predicó con gran éxito misiones en el país dependiente de la abadía de Farfa. En el mes de septiembre del mismo año, se dirigió a la diócesis de Rieti para continuar sus trabajos apostólicos. Las misiones de Canemorto, Castel-Vecchio y Colle-Piccolo, fueron notables entre todas las demás. En la última de estas misiones, una mujer de mala vida, que oyó al misionero predicando sobre los juicios de Dios, se echó a llorar y pidió en voz alta perdón por los escándalos que no había cesado de dar. En Castel-Vecchio, parecía que el don de las lágrimas se hubiera otorgado a toda la población, el día de la comunión general. En esta misión se vio también un hecho edificante y raro. Un día, después del sermón, el arcipreste y su sobrino, sacerdote también, subieron al púlpito los dos, y pidieron perdón a su rebaño; además, para dar el buen ejemplo a este pueblo, este buen arcipreste quiso ser el primero en hacer su confesión general al Sr Codoing. La misión de Canemorto fue notable por el arreglo de un gran número de litigios. Dos vicios sobre todo reinaban en esa región: la injusticia y la impureza, causas de enemistades y de querellas. El Sr. Codoing predicó contra estos desórdenes  con tanta fuerza y éxito, que todos los que tenían alguna queja contra su prójimo depositaban en manos de los misioneros papeles que contenían  quejas; se quemaron todos en la plaza pública en señal de perdón.

Al comienzo de 1645, el Sr. Codoing volvió a sus misiones en las diferentes partes de la Sabina; los éxitos de este año no fueron menores que los que hasta entonces habían coronado sus esfuerzos. Las referencias no nos dan sin embargo más detalles. A partir de esta época, el nombre de este digno obrero evangélico no se vuelve a encontrar en los registros que contienen los nombres de los misioneros. Desde su llegada a Roma, en 1642, hasta mediados del año 1648, había dado veintiséis misiones.

Dirijamos ahora nuestras miradas a la correspondencia del Sr. Codoing con san Vicente, o más bien, a falta de las cartas del primero, tratemos de encontrar sus pensamientos; sus proyectos, sus deseos a veces afanosos, en las comunicaciones precisas que tenemos de nuestro bienaventurado Padre.

Entre las cartas de san Vicente al Sr. Codoing, viviendo en Roma, encontramos varias que tiene, para la historia de la Congregación, el mayor interés. La del 17 de marzo de 1642, por ejemplo,  contiene el Método de enseñanza, tal y como se practica aún en la Compañía, con los motivos de conservarlo. En la del 25 de mayo, san Vicente explica las razones que tenía para no enviar a los misioneros a las regiones distantes; citémosla entera:

«No puedo explicaros el consuelo que me han propiciado vuestras dos cartas, sino diciéndoos que desde que estoy en la Compañía, no recuerdo haber recibido una sola tan sensible como ésta, de suerte que creo haberla dejado ir demasiado lejos en mi espíritu en dos o tres ocasiones diversas, un cuarto de hora cada vez. Oh Señor, cómo me afligen las abominaciones de mi vida, a la vista de esta misericordia de Dios sobre la Compañía! Apruebo todo lo que hayáis dicho al Sr. Ingoli, que la escasez de obreros que tenemos, y la obligación para con nuestros señores los obispos circa missiones faciendas , nos quitaban por ahora el medio de prevalernos de la gracia que su bondad nos ofrece de mediar hacia la sagrada Congregación de la Propaganda fide su protección para la Compañía; y creo, Señor, que haréis bien en quedaros ahí, en dirigir vuestra conducta hacia él sobre este fundamento, y en asegurarle, como yo le he dicho por el Sr. Le Breton, que creo que, no habiendo más que Su Santidad  que pueda enviar ad gentes, todos los eclesiásticos están obligados a obedecerle cuando los mande ir, y que esta pequeña Compañía está educada en esta disposición que, cesando todo lo demás, cuan sea del agrado de Su Santidad enviarla, a capite ad calcem (-de pies a cabeza), a esos países, que irá con mucho gusto. Quiera Dios, Señor, que nos haya hecho dignos de emplear nuestras vidas como Nuestro Señor por la salvación de estas pobres criaturas alejadas de todo auxilio. Vos lo regularéis según vuestra prudencia ordinaria.

Un poco más tarde, 17 de abril de 1643, san Vicente expresa una particularidad bien honrosa para él y para sus hijos. Se trata del proyecto concebido por Luis XIII  de no llamar a las funciones  del episcopado más que a los que hubieran pasado algún tiempo bajo la dirección del fundador de la Misión, Esto es lo que dice al Sr. Codoing en la fecha indicada:

«Si el designio de los Vescobandi (candidatos al episcopado) llegara a realizarse, sería un gran asunto. Los que han sido educados aquí parecen entre los demás prelados, de manera que todo el mundo, hasta el rey, los encuentra más preparados. Por eso S. M. me ha comunicado por su confesor que le envíe la lista de los que me parecen capaces de esta dignidad».

Esta confidencia por parte de Vicente da la medida de lo que apreciaba al Sr. Codoing. Parecido conclusión se puede extraer de otra carta, del 24 de octubre de 1642, por la que nuestro B. Padre le comunica el resumen de la asamblea de los superiores  y de algunos ancianos, con las decisiones que se tomaron.

«Os enviaré todo eso para que nos deis vuestro parecer. Sois el primero y el único a quien doy mi opinión. Honraréis en esto el silencio de Nuestro Señor, por favor, con respecto a quien sea, por razones personales que tengo.

De todas las maneras, la gran confianza que tenía san Vicente en este prudente misionero no impedía al santo superior hacerle oír de vez en cuando caritativas, pero enérgicas advertencias. Parecería que el Sr. Codoing tuviera un defecto al que se ven sujetas las naturalezas ardientes: un celo un tanto indiscreto por precipitación. Ya en una carta del 16 de diciembre de 1641, mientras que el Sr Codoing seguía en Annecy, san Vicente le reprochaba por haber actuado demasiado a prisa y demasiado individualmente en un asunto de colocación de fondos en el que hubiera querido ser consultado. Algo más tarde, apenas ha llegado a Roma, cuando san Vicente le dirige las siguientes recomendaciones, sin duda para prevenir una recaída que parecía anunciarse:

«Señor,

Os suplico que sometáis vuestros pensamientos a las resoluciones que se tomen aquí, no digo con respecto a un punto solo, sino en todo, y que no hagáis nada importante  sin escribirme, y hasta que hayáis recibido respuesta.

Mire, Señor, usted y yo, nos dejamos llevar demasiado por nuestras opiniones. Está usted en un país en el que se necesita una maravillosa moderación y circunspección. He oído decir siempre que los italianos son la gente más observadora y que más desconfía de las personas que van de prisa. La moderación, la paciencia y la dulzura lo consiguen todo entre ellos con el tiempo; y como saben que nosotros los franceses vamos demasiado a prisa, nos dejan mucho tiempo en el pavés sin entenderse con nosotros. En el nombre de Dios, Señor, tened cuidado con esto; como también no pasar nunca por encima de las órdenes que recibe de nosotros, como ha hecho en lo del Sr. Thévenin. ¿En qué buena conciencia podía usted tomar, Señor, lo que yo le enviaba? Me dice que es un loco y que ha pedido limosna por los caminos y ha gastado poco. Yo lo quiero; pero usted debía pensar que yo tenía algo de razón particular y debía pensar que tal vez  este dinero no era de aquí, como en efecto no lo es. En el nombre de Dios, Señor, tened cuidado con esto, y pensemos que haremos siempre la voluntad de Dios y que él hará la nuestra cuando hagamos la de nuestros superiores…Bueno pues, Señor, ahí tiene  lo que le escribo; pero con quién puedo hablar sencillamente y con una confianza entera sino a otro como yo mismo a quien aprecio más que a mí mismo? etc.»

Estas últimas palabras indican el grado de confianza que tenía el santo en el espíritu filial del Sr. Codoing y en su docilidad para conformarse con los avisos de su padre. Una carta del 2 de julio siguiente nos permite juzgarlo así; ya que, después de tratar algunos puntos al detalle, san Vicente concluye así:

«Ésta es la repuesta exacta a todos sus puntos y la muy humilde súplica que le hago que tenga cuidado de su salud y de los de la Compañía, a quienes abrazo a uno tras otro en espíritu, prosternado a los pies de todos, con una ternura de corazón que nos le puedo expresar y que aumenta con lo que me dice que no hará nada sin orden y que se propone ir piano, piano. Oh Señor qué consuelo significa para mí!

Oh, qué lección tan grande nos ha dado Nuestro Señor de no apresurarse en lo poco que ha hecho, en comparación de los apóstoles y de lo que podía hacer; y cuando iba a ocultarse, en el momento que le seguían las multitudes. En nombre de Dios, Señor, si la necesidad nos obliga a darnos prisa, que sea lentamente, como dice el sabio proverbio. Me parece también que debemos tener devoción a no manifestarnos tanto por escrito, por impresos y por relatos (lo digo con respecto a lo de fuera, no ya a lo de dentro), pues lo debemos hacer con buenas obras que hablarán pronto o tarde mejor que todo lo que  se hace por propia ostentación y manifestación. No he podido por menos de decirle esta palabra a la vista de lo que me dice que ha pensado imprimir el relato de Mons. de Bayonne respecto de su especie de seminario».

El deseo apresurado que tenía el Sr. Codoing de realizar lo antes posible todas las obras de la Compañía en la casa de Roma va muy pronto a hacerle otra vez a dar lugar a y atraerle observaciones paternales. –Quiere adquirir pronto una habitación, instalar allí un seminario, ocuparse en mejorar al clero, atraer incluso, si puede,  a su Superior generala fijar su residencia en Roma, a imitación de otros cuerpos religiosos, cuyo poder central tiene su lugar junto al Vicario de Jesucristo. Estos diversos objetivos deben entrar en las cartas que escribe a san Vicente con cierta insistencia; es lo que nos explica la repetición de los mismos pensamientos bajo la pluma del santo fundador. Le escribe el 21 de noviembre de 1642.

«Vuestra penúltima, como la que le precede y la última, me permiten ver algunos cambios en su conducta en relación con los ordenandos y los ejercitantes, bajo los pretextos de lo que estos señores han dejado a la libertad de de cada uno de acudir o no acudir;  sobre lo cual le diré que me parece que habría hecho muy bien continuando de la manera que la Providencia  de Dios lo disponía, que requería tal vez estos actos se paciencia y de sumisión para atraer la abundancia de su gracia sobre vos. Hubiera sido mejor, a mi parecer, emprender misiones en lugares menos importantes; y tal vez la de los pastores ha contribuido al avance de vuestra familia más que otra, siendo hecha en el espíritu de Dios. Tengo dos o tres razones para ello, una de las cuales es que Nuestro Señor se rebaja para elevar, y hace sufrir penas interiores y exteriores para purificar. Dios desea a menudo cosas más que nosotros, pero quiere hacernos merecer la gracia de hacerlas mediante varias prácticas de virtud, impetrarlas mediante varias súplicas. La segunda razón es que conviene que vuestros principales planes, que son para Roma, se ejecuten con paciencia y longanimidad. En roma, donde los espíritus son pacientes, observadores de la conducta de los hombres, y como son sólidos, les cuesta mucho confiar cosas de importancia a las personas que siguen las segundas imaginaciones, se aferran a ello, y eso con perjuicio de las primeras. Oh, qué pacientes y longánimos son, y cómo aman la paciencia y la perseverancia en los primeros planes!

La tercera razón viene del lado de acá, donde la persona que os he nombrado, y un prelado ce nuestros amigos, han hallado algo que pensar en este cambio de conducta. Y luego, mientras vamos de rama en rama, en nuestros planes, Dios suscita a otros que hacen lo que nos pedía antes a nosotros. ¿Os agradaría que os dijera, Señor, siempre he reconocido este defecto en nosotros dos, seguir fácilmente nuestras nuevas imaginaciones y apegarnos a ellas a veces con demasiada fuerza? Esto es lo que me ha impuesto el yugo de no hacer nada notable sin consejo, para lo cual Dios me da todos los días nuevas luces de la importancia de usarlas así, y nada de la devoción de de no hacer nada si no es así. En nombre de dios, Señor, no hagáis nada importante ni sobre todo nuevo sin avisarme de antemano, para que yo os dé mi opinión. Veo cantidad de razones que podéis alegarme en contra del plan. Pero creed, Señor, que tengo para responderlas todas, y experiencias  que setenta años y mis propios errores me han adquirido, que no os serán inútiles. Las dos principales razones que os han llevado a emplearlas así son la primera, la que ya os he dicho, que no podías hacer las dos a la vez, la misión y dejar a la gente  satisfecha con los ordenandos; a lo cual ya os he dicho que habría sido mejor dar menos misiones, como las de los pastores, además de que Dios bendice más  los comienzos más humildes que los que pregonan y publican nuestro committimus.

«La otra es que dando las misiones  y los ordenandos de Velletri con éxito, Mons. el cardenal Lenti tomaría como pretexto hacer valer la Compañía, y resolver el decreto de los ordenandos. A lo cual os diré pueda sé, pero como me ha parecido contra la sencillez cristiana, y que Dios nos la pide, siempre he huido de hacer actos de piedad en un lugar para hacerme recomendable en otro, excepto una vez que dimos la misión en un lugar para hacernos importantes al difunto señor presidente de París, con el que andábamos en tratos. Dios permitió que el asunto produjera un efecto todo lo contrario, ya que la Compañía descubrió en más de un caso las pobrezas y mezquindades de algunas personas de ella, y que tuve que volver después de la misión a pedir perdón a un sacerdote, de rodillas, por alguna ofensa que uno de la Compañía le había hacho; de esta forma Nuestro Señor me dio a conocer  con toda evidencia entonces, por experiencia, lo que había pensado hasta entonces en teoría, que Dios pide de nosotros que no hagamos nunca un bien en un lugar para hacernos importantes en los otros; sino que le miremos siempre directamente, inmediatamente y sin medio, en todas nuestras acciones, y nos dejemos conducir por su mano paternal».

Hemos hecho alusión a una tendencia del superior de Roma a actuar personalmente. La carta siguiente nos da la prueba; es del 27 de septiembre de 1643:

«Señor,

» En el nombre de Dios, no pongáis moderación a la libertad de escribir  al Superior general; es una costumbre apoyada en muchas y buenas razones, y una de las principales consolaciones que tengan los inferiores de tener esta libertad completa; y de verdad, que es justo. No penséis, Señor, que se crea a los inferiores contra el superior sin oírle, ni que se obre según lo que se puede conjeturar por sus relaciones.

Oh Jesús, no. Puedo aseguraros que no digo nada sobre eso, sino según la conducta que se ve por las cartas de los superiores particulares. Es de desear, Señor, que todos los superiores de la Compañía hagan como hace uno de ellos, que dice en público de vez en cuando que sise censura su conducta o sus costumbres, que se avise al general, y que se corrija con la ayuda de Dios. Vi ayer al R. P. Bagot, que me ha consolado mucho por todo lo que me ha contado de la virtud y de la regularidad de vuestra familia; doy por ello gracias a Dios de buena gana, porque en este punto en el que consiste y del que depende el motivo de esperar las misericordias de Dios sobre la Compañía, y los servicios  que debe prestar a su Iglesia. Continuad, Señor, haciendo a vuestra comunidad buena y bien cumplidora en la estricta regularidad, y no os canséis nunca».

Por último, la cuestión referente a la residencia del General incide varias veces en la correspondencia.

En un párrafo de la carta fechada el 25 de diciembre de 1642, san Vicente no toca esta cuestión más que de paso: «Me comunicáis que es de desear que la residencia del General esté en Roma; es una cuestión muy grande. Si Nuestro Señor me diera la fuerza de ir a visitaros (entre nosotros) in nomine Domini, veremos; encomendádselo a Dios. No es conveniente que hable de mí mismo; el deseo que tengo de veros y a toda vuestra Compañía podría proceder de la naturaleza».

Nuestro bienaventurado Padre se explaya mejor  en su carta del 10 de julio de 1643:

«Ya os dije que lo que me escribís de la sede del General en Roma tropieza con grandes dificultades, pues vos veis las de allá y que yo las veo como vos y las de toda la Compañía. Existe esta diferencia entre las vistas de un particular y las del General, que el primero no ve y no siente más que las cosas que se encomiendan y no tiene gracia determinada más que para ello, y que la bondad de Dios se las da al General en la extensión de toda la Compañía. No es que el particular no vea las cosas que el general, y tal vez más; pero su humildad le debe dar desconfianza, y el general debe tener confianza que, como Dios proporciona la gracia a la vocación, le dará la de elegir lo que sea lo mejor para la Compañía, sobre todo en las cosas de gran peso en las que hace mucho que no piensa y por las que reza. No es que no se pueda engañar y que el inferior no pueda encontrar cosa mejor; pero éste no debe presumir esto ni mantenerse firme contra lo que el General  cree que es mejor ante Dios. Pues no se hable más, Señor, sino pidamos a Dios por ello y humillémonos bien. Dios no permitirá que la cosa deje de hacerse a su tiempo, si la ve bien, como así lo espero».

Por último, como parece que esta lección verde no había conseguido sus fines, el 11 de septiembre de aquel mismo año, san Vicente escribía esto al Sr. Codoing:

«…Os he dicho y vuelvo a hacerlo otra vez que hay que suspender la resolución  como la ejecución de la sede del General, y ello por muy importantes razones; os ruego, Señor, que dejemos las cosas como están».

Lo que prueba la gran virtud del Sr. Codoing a pesar de las imperfecciones que le valen estas correcciones paternales, es que, lejos de ofuscarse, continúa comunicando sus ideas demasiado ardientes a aquél a quien venera como al representante de Dios. La fundación de un seminario en Roma, es otro sueño más, y le vemos intentarlo todo para realizarlo. San Vicente, que lo desea otro tanto, pero que ve algo mejor las dificultades que hacen el proyecto todavía impracticable, opone a todas sus tentativas las prudentes lentitudes que siempre le han resultado bien. ¿Es a esta divergencia de vistas a las que se ha de atribuir la demanda hecha por el superior de Roma de ser descargado de sus funciones? Es permitido suponerlo. Como siempre debió proceder con el espíritu de Dios del que estaba penetrado. Así pues veamos cómo dio a conocer san Vicente esta petición. Escribe al Sr. de Horgny, llegado a Roma para su segunda visita, y ocupado después en misionar con gran fruto. La carta es del 1 de octubre de 1644: «… El Sr. Codoing me pide con toda humildad ser descargado del superiorato; de manera que no he podido otorgarle lo que ha pedido, en el espíritu que lo ha pedido. Os ruego, Señor, que  ocupéis su lugar por algún tiempo, etc.».

Acabamos de hablar de la segunda visita del Sr. de Horgny a Roma en 1644. Porque ya había ido una primera vez el año anterior, san Vicente pensando constatar de visu el bien que conocía por la fama.

La pequeña familia de la misión de Roma había crecido con la llegada de varios misioneros venidos de Francia y por el añadido de dos sacerdotes italianos.  Habitaba una casita llamada Vicolo-Morone, sobre la parroquia Santa Bibiana, cerca de la puerta Sixte, que el visitador señaló inmediatamente como insuficiente, visto ya considerable el número de eclesiásticos que acudía a hacer los ejercicios preparatorios a la ordenación. Por eso, cuando volvió al año siguiente encontró a sus cohermanos en una nueva casa cerca de las alcantarillas de Buffalo, parroquia Delle Frate. Éste era el personal de la casa en 1643: los Srs. Bernard Codoing, superior; Jean-Baptiste Teoni, Guillaume de Ploesquelet, Jean Skiddie, Nicolas Germain, Jean Martin, Thomas Blethen, hermano François, hermano Angeli y dos seminaristas.

Comenzada en los primeros días de julio, la visita se prolongó hasta el 20 del mismo mes. Entre las recomendaciones dejadas por el Sr. de Horgny hay una en la que vemos la prueba de que, conforme a la costumbre de San Lázaro y demás casas de Francia, y según las recomendaciones de san Vicente, los misioneros de Roma, aunque en pequeño número, recitaban el breviario en común. El Sr. de Horgny no les llama la atención sobre este punto al que su padre común daba tanta importancia, sino sobre el modo como se ha de hacer esta recitación, y les recuerda que deben  decirle atenté acédevotè, servatis consuetis inediationibus(???)

III. 1645-1650

-Retenido en Génova por el cardenal Durazzo, el Sr. Codoing trabaja allí con gran fruto. –Motivo de su partida de Roma.   -Organiza el seminario de Saint Charles. –Su prudencia en Saint-Méen.  -Confianza que le da san Vicente. – Su enfermedad. -Estancia en la Rose, en Richelieu.

Aunque dimisionario en octubre de 1644, el Sr. Codoing se había quedado en Roma por orden de san Vicente, para poner a su sucesor al corriente de la administración; pero su celo infatigable le llevó a aprovechar este resto de estancia para trabajar como anteriormente en la obra de las Misiones.

Llamado otra vez a París en enero de 1645, salió de Roma; pero tuvo que detenerse en Génova, donde el cardenal Étienne Durazzo, arzobispo de esta ciudad y de esta diócesis, le retuvo como rehén hasta que  los misioneros que había pedido a san Vicente hubieran llegado. El cardenal Durazzo pertenecía a una de esas ilustres familias de Génova, que había dado vario dogos a la República y varios prelados a la Iglesia; conocía a san Vicente por la buena fama de que gozaba, sabía qué grandes eran las bendiciones  que Dios repartía sobre las fatigas de sus hijos en Annecy y en Roma. Su alta inteligencia y su buen corazón le hicieron presentir el bien que podía esperar del nuevo Instituto. Así hizo todo cuanto estaba en sus manos para fundar una casa de misioneros en Génova y reclamó a san Vicente a algunos de sus hijos. Habiéndose enterado del paso del Sr.Codoing por Génova a comienzos del año 1645, le retuvo hasta la llegada de los misioneros que le había pedido. Sin embargo no dejó al Sr. Codoing en la inacción, sino que le envió a una parte y a otra a evangelizar a los pueblos de su diócesis.

Los misioneros llegaron en el curso de este mismo año. Ya pudo entonces, a pesar del cardenal, que no quería dejarle marchar, ponerse en camino para París hacia el final del mes de agosto de 1645. Se llevaba como testimonio de satisfacción la carta siguiente, dirigida a san Vicente por el cardenal:

«Habiendo pasado por aquí el Sr. Codoing, he aprovechado su ministerio durante varios meses; le he enviado a diversos lugares de mi diócesis; en todas partes ha trabajado con gran fruto y bendición, procurando la gloria de Dios, la salud de las almas y la mayor de mis satisfacciones, no obstante, habiendo me informado que para obedecer a sus superiores debía ir a París, he accedido a su petición, en vista de que vos me habéis enviado a sacerdotes que podrán continuar el bien que  él ha comenzado tan felizmente en mis tierras. Hay que esperar que el establecimiento de u instituto tan piadoso será para la mayor gloria de Dios. He querido por la presente manifestaros el gran consuelo espiritual que tengo derecho a esperar de este asunto»,

El Sr. Codoing llegaba a París tras siete años de ausencia. A pesar de algunas desavenencias pasajeras, san Vicente, que había apreciado sus aptitudes, descargándole de la dirección de Roma, le reservaba a su lado una plaza de confianza y le daba la dirección de la casa de Saint-Charles, que acababa de ser abierta. Saint-Charles, o el Pequeño San Lázaro, era un seminario menor para los externos. El Sr. Codoing que había organizado el de Annecy y que, en Roma, se había mostrado deseoso de trabajar en la reforma eclesiástica, pareció a san Vicente el hombre que necesitaba para esta obra importante.

El Sr. Codoing pasó más de un año en Saint-Charles, y cuando todo caminaba bien  partió para Saint-Méen a primeros de octubre de 1646. Hemos dicho en otro lado las dificultades que esta casa había ocasionado a san Vicente. Fue necesaria la intervención del rey para mantener a los sacerdotes de la Misión en el seminario de Saint-Méen, contra la decisión del Parlamento de Bretaña que los expulsaba de él. Una dificultad de otro orden había surgido entre el obispo de Saint-Malo y el Sr. Bourdet, superior del seminario. El Sr. Bourdet había tenido que ser desplazado, y era el Sr. Codoing quien tenía la misión de hacer olvidar al prelado las faltas de consideración de su predecesor y enfrentarse a las reivindicaciones de los religiosos de Saint-Méen. Cumplió a maravilla la misión confiada, y san Vicente se alegró, el año que siguió a su llegada, por la bendición que Dios había concedido al seminario de Saint-Méen.

El 11 de noviembre de 1647, san Vicente escribe al Sr. Codoing para darle a conocer el proyecto del Sr. de Tréguier de tener con él a un misionero a fin de ayudarle a cumplir buen sus nuevas funciones, y san Vicente termina su carta con estas palabras que son el más bello elogio del Sr. Codoing:

«No os hablo del modo que conviene actuar con este buen señor; la humildad, la dulzura, el celo y el respeto que nuestro Señor os ha dado harán en vos lo que convenga».

Un poco más tarde, san Vicente, sintiendo no poder conceder el socorro que pide, termina así su carta:

«Yo dejo todo eso a vuestra prudencia, sabiendo que tenéis incomparablemente más adicto que yo al bien y a la santificación del prójimo. Señor, conservaos, os lo suplico, para la mayor gloria de Nuestro Señor».

Parecía, al dirigirle estas palabras, que tenía presentimiento de lo que iba a suceder. El Sr. Codoing cayó en efecto gravemente enfermo. Lo sabemos por una carta de san Vicente a la duquesa de Aiguillón, del 4 de enero de 1648: «El Sr. Codoing está peligrosamente enfermo y quizás ante Dios; es en Saint-Méen donde ha caído enfermo». Una vez que se repuso, dejó Saint-Méen para dirigirse a la Rose, donde permaneció apenas un año.

Le volvemos a encontrar, en junio de 1649, superior de la casa de Richelieu, donde no siguió más que en la Rose. El Sr. Lambert anterior superior en Richelieu, regresó allí en 1650. A partir de esta época, el nombre del Sr. Codoing se nos va de la correspondencia de san Vicente. Ignoramos lo que fue de él después de marcharse de Richelieu y cuál fue la época de su muerte.

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