BARCELONA: última semana de 1909

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

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Los SUCESOS DE BARCELONA EN LA ÚLTIMA SEMANA DE JULIO DE 1909.—INCENDIO DE LA CASA DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN Y DE VARIOS ESTABLECIMIENTOS DE LAS HIJAS DE LA CARIDAD.

DESCRIPCIÓN GENERAL DE LOS SUCESOS

En los últimos días de Julio se llevaron a cabo en la populosa capital del Principado de Cataluña acciones tan horribles, crímenes tan espantosos, asesinatos tan viles, sacrilegios tan inauditos, que seguramente a estas horas no hay región del globo que ignore tan vandálicos hechos y no hay corazón que conserve, aunque sea una fibra de humanidad y honradez, y no haya lanzado un grito de horror y haya formulado con todas las fuerzas de sus facultades morales una protesta solemne contra tan bárbaras y nefandas salvajadas.

El 26 de Julio, primer día de la trágica semana, una horda de fieras, bajo la figura de hombres, incendiarios, asesinos y ladrones, afiliados muchos de ellos a la masonería impía, al anarquismo criminal y al absurdo socialis­mo y comunismo, junto con partidarios de la república española, sinónima de España sin Dios ni religión, todos, ardiendo en un odio satánico a cuanto existe, divino y religioso, se lanzan a las calles armados de instrumentos homicidas, de destrucción y de incendio, bajo la capa protestar por el envío de reservistas a la guerra del Rif, y. aprovechando la ocasión de que la ciudad se encontraba casi sin guarnición, cortan las líneas telegráficas y telefónicas para impedir se pida auxilio, destruyen las líneas viarias para que no entren refuerzos y se entregan con total libertad a incendiar las casas religiosas, mansiones de Caridad y del heroísmo, donde el huérfano recibía el pan de la educación y el cariño, el anciano, el enfermo y el infe­liz el consuelo ensus pesares, el joven iluminaba su inte­ligencia con los esplendores de la ciencia y el alma recibía el alimento de la piedad cristiana.

Después de cortar las vías de comunicación, y declarada la huelga general, estos criminales, que no aman ni a Dios ni a la Patria, ni a la familia, se dirigen al muelle y aconsejan a los soldados que no se embarquen para defender la bandera española, ultrajada en las costas africanas: in­ventan calumnias al Gobierno para excitar odios populares, insultan al Capitán general y Gobernador civil, dis­paran contra la policía y la Guardia civil, levantan barricadas en casi todas las calles del centro de Barcelona, especialmente en las que desembocan por el lado derecha de la Rambla, y comienza la revolución.

Los horrores cometidos en los días siguientes son para recordar; pero como los sectarios han tratado por to­das las vías posibles de aminorar los crímenes espantosos, diciendo que los católicos y clericales, como nos llaman, han aumentado las cosas, que no fueron para tanto, y que el Gobierno conservador no tenía razón para castigar tan severamente a los revoltosos, especialmente para fusilar al tristemente célebre Director de la Escuela Moderna, siendo todo, según frase de Sol y Ortega, un medio cortés y hu­mano de librar a los pobres frailes y monjas de la esclavitud en que yacían, recordaremos con brevedad los principales sucesos de aquellos infaustos días.

Ante todo, lo que más resalta en ese horrible cuadro es el incendio. Más de cincuenta edificios religiosos fueron pasto de las llamas, entre conventos, iglesias, asilos, pa­rroquias y colegios.

He aquí la lista de los edificios incendiados tomada de la revista La Cruz: «En Pueblo Nuevo fue incendiada la Parroquia, y en el barrio de Pekín la iglesia parroquial también. De la igle­sia de San Miguel del Puerto sólo ardieron las puertas. En el distrito de la Universidad fueron totalmente destruidos: el convento de la Inmaculada, el de las Siervas de María, el de la Magdalena, el llamado de la Punxa, el de las Mi­siones del Sagrado Corazón y el de las Arrepentidas. En el convento de Monte Sión fue quemado el pabellón habitado por el Cura, y en el Seminario Conciliar ardieron las puer­tas. En el distrito del Hospital ardieron: el magnífico Co­legio de los PP. Escolapios, la iglesia de San Antonio Abad, la Parroquia del Carmen y el convento de las Jerónimas. En el convento de las Bernardas se destruyó la parte in­terior. Se pudo impedir que ardiera el convento de las Dominicas, la Parroquia de los Ángeles y el Asilo de la Protección o la Infancia. En el distrito del Oeste fueron totalmente destruidos el convento del Niño Jesús, o de las Damas Negras. el de Carmelitas, el de San Magín, cuyo Prior fue, asesinado, y el Asilo del Niño Jesús. El convento de frailes de Montserrat fue destruido en parte. En el dis­trito del Sur fue destruida totalmente la Parroquia antigua de Santa Madrona, el convento de Hermanas del Sagrado Corazón, el de Franciscanos, el de las Hermanas de la Asunción y el de las Enfermeras para Obreros. Fueron des­truidos parcialmente el Asilo de Párvulos, el Centro cató­lico Obrero de Santa Madrona, la iglesia nueva de Santa Madrona, el Colegio de Escolapios y los conventos de Salesianos y Salesianas. En el distrito de la Audiencia han sido totalmente destruidas las iglesias de San Cucufate, San Pedro y Agonizantes, con las Capillas de San Marcos y la de los PP. Franciscanos. En el distrito del Norte fueron totalmente destruidas la iglesia parroquial y la rectoría de San Andrés, el convento de los Maristas, el llamado de San Sebastián, el de las monjas, Santa Eulalia, y el de los Paúles, de la calle Provenza. El de las Madres Escolapias, situado en el campo del Arpa, ha quedado en estado ruinoso. En Horta fue destruida por completo la iglesia parroquial y, en su mayor parte el convento de Carmelitas. En San Martin fueron destruidas o sufrieren graves daños: la iglesia de Santa María y la casa rectora del convento de San Martín de Guinardo, el convento de Maristas franceses, el de Casanovas y la Instituto de enseñanza de San Pedro Claver, dirigida por sacerdotes. Las iglesias del Pino y Santa María del Mar      pudieron ser salvadas, cuando comenzaban a arder las puertas rociadas con petróleo. En el distrito de la Concepción fueron totalmente destruidos destruídos el convento y orfelinato de las beatas. el del Sagrado Corazón, el de las Carmelitas Descalzas y la iglesia de San Juan. La iglesia de San Felipe Neri sufrió grandes des­perfectos. En el distrito de Atarazanas fue incendiada la iglesia de San Pablo. Se acudió a tiempo para evitar que ardiera San Agustín. En la Barceloneta ardieron la residencia de los Hermanos Maristas, el Patronato obrero y la Biblioteca de Amigos del País.

A la lista anterior de edificios incendiados hemos de añadir los siguientes: iglesia y convento de Religiosas Asuncionistas (Pueblo Seco), Casa de las Hijas de la Caridad (calle de la Granja), convento e iglesia de Franciscanas de Jerusalén (San Gervasio), ídem de las Religiosas Capuchinas de las Corts de Sarria, Asilo de las Hijas de la Caridad de San Martín de Provensals, Escuela de la Catequística de la Sagrada Familia (Pasaje de Venero), Patro­nato obrero de Pueblo Nuevo (Wad-Rás), Asilo de las Hi­jas de la Caridad (calle de Aldana), Colegio de Hermanas Franclscanas y Escuelas nocturnas de Pueblo Nuevo.»

Pero no se crea que el incendio fue el crimen más nota­ble de los innumerables perpetrados por los sicarios en la trágica semana.

¿Muertos, heridos, quemados, sepultados entre las rui­nas? pregunta el corresponsal de La Correspondencia de España. ¡Quién sabe el número! Cuando cada Comunidad haga su recuento, se sabrá. El corresponsal del The Daily Telegraph, que estaba en Barcelona, escribe: «Sólo os diré que muchos han muerto al pie de los altares acuchillados por mil mujerzuelas; otros han sido descuartizados, pasea­dos sus restos en lo alto de pértigas, no pocos han sido muer­tos a muerte lenta, y todos ellos han pasado a otra vida con sus frentes orladas por la corona de los mártires.

En la calle de San Pedro del Taulat, del barrio de San Martín de Provensals, y en el asalto de la Parroquia de Santa María, su Párroco, D. Ramón Riu, Sacerdote ejemplarísimo, defendió con heroica resistencia el Tabernáculo.

En San Gervasio, las turbas dieron de puñaladas a va­rios Capuchinos. En el convento de Capuchinas, llamado de Santa Margarita, fueron víctimas las monjas del furor de las turbas.

A un Sacerdote en Pueblo Nuevo lo amarraron en cruz y lo acribillaron a balazos, por resistirse a entregar unas llaves, que no sé de dónde serían, aunque algunos dicen que del sagrario; con otro Párroco han hecho igual. En otro sitio encontraron dos Sacerdotes ahorcados. Según una información que publicó La Cruz de Tarragona, al ser pro­fanado el Asilo de la calle de Allana las turbas cogieron a un Sacerdote, y después de abrirlo en canal lo coloca­ron sobre unas parrillas, bajo las cuales prendieron fuego a un montón de astillas, cuyas llamas consumieron el cuer­po del Sacerdote. El Párroco de San Pablo murió heroica­mente al pie del sagrario, que defendía. Al comenzar el incendio, el Párroco de Pueblo Nuevo y un Vicario se re­fugiaron en el sótano. Allí se confesaron el uno al otro y esperaban la muerte, pues las turbas estaban contenidas sólo por el temor de que desde los sótanos pudieran hacer­les una descarga. El humo penetró donde no penetraron los sicarios y falleció el Rvdo. Párroco, El Vicario resistió más tiempo y pudo salvarse.

Entre las víctimas figuran el Hermano Marista Lycarión y otro religioso Marista; el P. Azacargueta recibió un ba­lazo en la cabeza, y el P. Domingo Cervera otro en la re­gión isquiática.

¡Cosa rara! A vista de todos estos horrores no se ha esca­pado a la prensa impía un solo grito de compasión, y des­pués, cuando se castigaban los asesinos, los incendiarios y rebeldes, todo eran súplicas, lágrimas y peticiones de indulto.

Pero no paró en eso el salvajismo. Para más semejarse a las hienas, el miércoles, día 28, por la mañana, una turba, en la que abundaban las mujeres y chiquillos, asaltó las ruinas, humeantes aún, del convento de las Jerónimas, pro­cediendo a desenterrar los cadáveres de 25 o 30 monjas momificadas que en la Capilla tenían sepultura, formándose con ellos una procesión macabra, que recorrió varias calles. terminando en la plaza del Padró, en la que se formó una pirámide con varios de ellos. Uno fue dejado en la puerta de la iglesia del Pino con un cigarro en la boca, dos junto a la casa del Sr. Güeli, y ocho, que eran conducidos por unos chiquillos, fueron rescatados por las tropas que guarnecían el Ayuntamiento y depositados en el dispensario de la Alcaldía. No fueron estas solas las profanaciones que se registraron aquel día: otra turba destrozó el cementerio del convento de la Magdalena, extrayendo los cadáveres que encontró allí sepultados, conduciéndolos por las calles in­mediatas y abandonándolos donde les parecía.

Pero lo que más llena de horror en los sucesos de Barce­lona durante la última semana de Julio, es el odio a Dios, que se manifiesta en toda ella, ese odio satánico a la reli­gión y sus ministros, a cuanto más sagrado existe en el Cielo y en la tierra. No asaltaron los bancos, ni las gran­des casas de comercio, ni las fábricas y talleres, donde, según los elementos radicales y anarquistas, la odiosa bur­guesía explota las clases obreras y desheredadas, sino des­cargaron su furor infernal sobre pobres vírgenes consagra­das al Señor, sobre varones virtuosos y desarmados que se dedicaban a hacer bien a la humanidad sólo por el cielito de amar a Dios y practicar la caridad cristiana.

Los sacrilegios que se cometieron fueron espantosos. Gra­cias al Señor que en muchas partes se pudo poner en salvo a nuestro amado Salvador en el Santísimo Sacramento del Altar, pues los Religiosos lo primero que hacían era correr al tabernáculo y sumir las Santas Hostias; y no sólo los Re­ligiosos, pero aun los católicos fervorosos, que muchas pruebas dieron de su fe y caridad, hicieron por Jesús Sa­cramentado sacrificios heroicos. Un caso digno de mencio­narse refiere un Padre Mercedario. «Un paisano lleno de fe, al ver presa de las llamas la hermosa y antigua iglesia de las Religiosas Jerónimas, penetró dentro de ella, y, con grandes y heroicos esfuerzos, pudo llegar hasta el Sagrario y extraer con el debido respeto las Sagradas Especies, y con el alma transida de dolor, pero llena de fe, las trajo secretamente a la iglesia del Buen Suceso, residencia los Mercedarios, librada de las furias de los bárbaros incen­diarios por hallarse muy cerca un cuartel.» A pesar de esto, como digo, los sacrilegios fueron horribles: quemaron, amachetearon y fusilaron las sagradas imágenes, cometie­ron las más soeces acciones en los vasos sagrados, donde se conserva y consagra el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo; vestidos con los ornamentos sagrados, ju­gaban a los toros, y, lo que es peor, desde algunos balcones aplaudían aquellas acciones, más propias de moros y herejes que de personas bautizadas. Esto sin decir nada de los robos sacrílegos, pues hasta los periódicos más anticle­ricales, como el Heraldo de Madrid, se expresaban de este modo:

«Por un oficial de la Cruz Roja, testigo de los aconteci­mientos, me entero de que los incendiarios se hicieron due­ños de dos cajas de caudales en un convento, y que force­jearon por mucho tiempo para abrirlas, repartiéndose el botín, que consistía en 3.000 pesetas, entre feroces disputas y navajazos.»

Un individuo ha sido detenido con los bolsillos llenos de objetos del culto: una mujer vendía cubiertos de plata, por la cuarta parte de su valor, robados en el Colegio de Lore­to. Otro periódico dice: «Ni se pretenda tampoco que no fui; el pillaje y saqueo móvil del crimen, puesto que mien­tras algunos de los incendiarios arrojaban a la hoguera imágenes, sabanillas y otros objetos de culto sin valor ma­terial para ellos, sus compinches tenían buen cuidado de rellenar los bolsillos con alhajas, cálices y dinero, en tanto que las compañeras del lazo blanco distribuíanse descara­damente sábanas, enaguas, camisas y demás prendas de uso práctico». Un muchacho de catorce años se encontró muerto con 6.000 pesetas encima; la policía detuvo a mu­chas personas que llevaban cálices, tapices …

Pero, en fin, no recordaríamos tan ignominiosas accio­nes si no tuviéramos, con inmenso dolor, que publicar el incendio y destrucción de nuestra querida Casa de Barce­lona y de tres Establecimientos de las Hijas de la Caridad. Verdaderamente es ya algo tarde; pero esperábamos que nuestros Hermanos de Cataluña, a quienes sin duda alguna el dolor se lo ha impedido, hicieran un relato fiel de tan triste escena. Por esto publicamos esta breve narración, tomada, ya de cartas particulares, ya de periódicos catala­nes y madrileños, y de narraciones orales de las víctimas de la impía revolución.

II.- INCENDIO DE LA CASA E IGLESIA DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN EN BARCELONA

El martes 27 de. Julio se encontraban los Padres y Her­manos que formaban la Comunidad de la Casa central de la provincia de Barcelona, en número de treinta a treinta y cinco, con relativa paz y tranquilidad, haciendo su re­creación después de comer, pues, a aunque sabían que la cosa estaba revuelta y que se había declarado la huelga general, no podían convencerse, ni les pasaba por la ima­ginación, que hubiera hombres tan desalmados que intentasen algo malo contra los que hacía tantos años no habían hecho sino beneficios y favores de todas clases al pobre pueblo barcelonés.

A eso de la una y media vino una persona amiga de la Casa a avisar a los Padres que tomaran precauciones, por­que la huelga tomaba forma de revolución, y era de te­merse un ataque a las casas religiosas. El Sr. Visitador agradeció el aviso, pero no le dio mucha importancia, como él mismo lo manifestó en París al Muy Rvdo. P. Ge­neral en la relación que hizo de los sucesos, creyendo que aquello sería una de tantas huelgas como se declaran en la ciudad de Barcelona, y se contentó con enviar a unos, Hermanos Coadjutores disfrazados a recorrer la ciudad y enterarse de lo que pasaba. Aun no habían vuelto los Her­manos cuando volvió a recibir otro aviso de que la cosa se ponía negra, que habían incendiado el hermoso Colegio de San Antonio de los PP. Escolapios, y que ni la tropa, ni la Guardia civil, ni la policía lo habían defendido; que se pusieran en salvo, porque habían oído decir que las turbas iban gritando por el Paralelo: ¡Ahora a los Paúles, ahora a los Paúles!»

En vista de esto, el P. Gelabert reunió su consejo a las dos y media, y en él se resolvió disfrazarse toda la Comu­nidad y marchar cuanto antes. A las tres se comunicó la resolución a la Comunidad reunida, y, después de disfra­zados, a eso de las cuatro de la tarde abandonaron todos la Casa, entre los insultos y gritería de los grupos que se iban ya formando. Mientras tanto, tres piadosas señoras recogieron lo más precioso que había en la Iglesia, como cálices, custodia y ornamentos, que fue lo único que se pudo salvar de ella. El muy digno P. Visitador, señor Gelabert, se quedó el último, para salvar el Santísimo. Sacramento, y a eso de las seis de la tarde, poco más o menos, salió con su precioso tesoro en el pecho, acompa­ñado de un Hermano estudiante y otro caballero, dirigién­dose a una casa amiga, teniendo que despistar a las turbas para que no supieran su paradero. El valeroso Hermano Rin se comprometió a quedarse solo en la Casa hasta el último momento, y así lo efectuó, con verdadero heroísmo. Después de marcharse toda la Comunidad, y cerradas to­das las puertas y ventanas de la Casa, iban formándose grupos, cada vez en actitud más amenazadora, por las ca­lles de Provenza, Montaner y Aribau, hasta que, a eso de las siete o siete y media, llegó una turba de mujeres y chi­quillos, la mayor parte con latas de petróleo y teas encendidas, y con el mayor descaro rociaron las puertas de la Iglesia, con petróleo y prendieron fuego. Poco tiempo después llegó otra horda de salvajes y entraron en la casa robando todo lo que les gustaba y haciendo piras con muebles, cuadros y demás objetos que no les servían, rociándolos con petróleo y prendiendo fuego a todo. Bien pronto, la Casa e Iglesia empezaron a arder por los cuatro costados. Entonces el valiente Hermano, viendo que ya era temeri­dad permanecer más tiempo en la Casa, resolvió dejarla pero con tan mala suerte, que quedó encerrado entre cancel y la puerta de la iglesia, donde los incendiarios obligaron a arrojar su lío de ropa al fuego y con él una cantidad de dinero en billetes que iba en un bolsillo.

Poco tiempo después, a eso de las ocho de la noche, nuestra Casa e Iglesia eran pasto de las llamas inmensas, que se levantaban hasta las nubes, llenando de dolor e corazón de los Misioneros e Hijas de la Caridad, que contemplaban desde las casas donde se habían refugiado. ¡Así terminó nuestra querida Casa de la calle de Provenza, donde habían habitado tantos Misioneros fervorosos, donde se habían practicado tantos actos de virtud y donde se ha­bía dado tanta gloria a Dios! ¡Quiera el Señor que aque­lla columna de humo que se levantaba hasta el Cielo, a modo del incienso del sacrificio, suba hasta el trono de Dios en expiación de nuestros pecados, miserias e infide­lidades!

Aquella noche fue horrible: entre el ruido de atronadoras descargas y el estampido de cañón, que se oía a lo lejos, ardían libros, muebles, altares o imágenes que aquellos hombres vomitados por el infierno, entre aullidos y brami­dos espantosos, arrojaban al devorador elemento.

Algunos Hermanos Coadjutores, vestidos como revoltosos, se juntaron con ellos para ver si podían salvar alguna ima­gen; mas apenas observaban que alguien tomaba alguna se la quitaban y arrojaban a la hoguera que ardía en la huerta. No obstante, a una de San Francisco de Sales y de San Vicente de Paúl les cupo especial suerte. La primera era conducida por los criminales entre burlas y befas por la calle de Provenza, cuando una piadosa señora ofreció cuatro pesetas por ella, dio el dinero y se quedó sin dinero y sin imagen, pues los ladrones rapaces siguieron su sacrílega procesión.

Viendo también que la imagen de San Vicente no ardía, como ellos deseaban, la llevaron a la huerta, la hicieron mil pedazos y, cometiendo antes grandes sacrilegios y pro­fanaciones, la arrojaron al fuego.

A pesar de todo, la Iglesia no ardió completamente aque­lla noche, quedando intacto el Altar mayor y demás. Pero como de nuestra Casa parece que hicieron el cuartel gene­ral de la revolución y en la huerta tenían sus reales, el día siguiente volvieron a incendiar lo que habían dejado el día anterior, y aun repitieron el crimen los días 29 y 30 de Julio.

Con las campanas de nuestra Iglesia daban los avisos que eran necesarios a los otros grupos de revolucionarios, y así el viernes y sábado, 29 y les avisaron la hora de empren­der el incendio de las Escuelas Cristianas y del Seminario.

Es implacable e infernal el odio y el espíritu de destruc­ción que han manifestado en nuestra Casa los sectarios. Los árboles del jardín los han arrancado, y los que no podían los acribillaron a balazos; a martillazos y a golpes han deshecho los baños y otros objetos incombustibles; herido por la Guardia civil cayó un incendiario el último día, y en medio de la agonía, y de los estertores de la muerte, hacía esfuerzos por continuar su obra criminal con un madero encendido que aún tenía en las manos. Por esto, según el testimonio del Arquitecto municipal, nuestra Casa e Iglesia han sido de los edificios más horriblemente azotados por las furias de la guerra contra Dios.

En cuanto a nuestros queridos Hermanos, que disfrazados, como hemos dicho, abandonaron la Casa a las cuatro de la tarde del martes 27 de Julio, se refugiaron en distintas casas amigas como pudieron, y allí estuvieron hasta el viernes 30, día en el que el Sr. Visitador, P. Gelabert, sa­biendo que se buscaban encarecidamente los Religiosos disfrazados y amenazaban incendiar las casas que los reci­bían, dio permiso para retirarse a sus familias los que pu­dieran, y ese mismo día abandonaron las casas donde ha­bían sido recibidos cristiana y amistosamente, marchando unos a reunirse con sus familias y otros a Mahón, y de esta ciudad a Palma de Mallorca.

Estando éstos ya en el muelle, no les dejaban embarcar, porque temían fueran revolucionarios que deseaban esca­parse de Barcelona, y gracias a un caballero que respondió de ellos pudieron salir en el vapor correo para las dichas Islas Baleares.

El mismo Sr. Visitador se vio precisado, para evitar el ser reconocido, a mudar varias veces de refugio e interrum­pir las relaciones con su Comunidad. El día 2 de Agosto toda la Comunidad de la Casa estaba ya fuera de Bar­celona.

Es digna de consideración la paciencia heroica, la tran­quilidad de espíritu y la resignación de nuestros amados Hermanos: pues en medio de tantas tribulaciones y desgra­cias como han caído sobre su joven Provincia, que comen­zaba ahora a vivir y a darles esperanzas de un porvenir venturoso, han visto en un instante reducida a cenizas su Casa principal y cabeza de toda la Provincia, sin exhalar la menor queja ni prorrumpir en la más leve expresión de ira contra sus encarnizados enemigos.

ANALES 1910

 

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