“Seguir a Jesucristo: Primero como hombres racionales, tratando bien al prójimo y siendo justos con él; segundo, como cristianos, practicando las virtudes de que nos ha dado ejemplo Nuestro Señor; finalmente, como misioneros, realizando bien las obras que Él hizo y con su mismo espíritu, en la medida que lo permita nuestra debilidad, que tan bien conoce Dios.”. (SvdeP)
Los Hechos de los Apóstoles, nos refieren hoy, el bautismo del oficial romano Cornelio, efectuado por San Pedro. La Iglesia de Jesús, al acoger por primera vez a un pagano en su seno, afirma su catolicidad. San Juan nos presenta a esa misma Iglesia, llena del Espíritu, como una fraternidad. Es la Iglesia del Amor, de acuerdo con el mandato que recibió de su Señor. Es también ése el principio de vida que recibió de Dios y que lo orienta hacia Él, porque Dios es Amor.
Durante estos días estamos viviendo la intensidad del Misterio Pascual. La Liturgia de este tiempo es un camino pedagógico que nos prepara para vivir intensamente el tiempo del Espíritu, que es también el tiempo de la Iglesia. La primera lectura nos ofrece algunos fragmentos de la conversión de Cornelio, de su familia y de un gran número de gentes. El Evangelio rompe fronteras de todo tipo: culturales, raciales, religiosas. Su mensaje salvífico alcanza a toda la humanidad. El Espíritu Santo ratifica la validez de la predicación evangélica y anima a los nuevos conversos a comenzar su camino con todas las implicaciones y consecuencias.
En la primera Carta de Juan, el autor subraya nuevamente la experiencia del amor como el fundamento y cumbre de la vida del cristiano. Quien no ama, no conoce a Dios; porque “Dios es Amor”. El acceso a Dios, no se da por la vía de la razón, de la experimentación científica o de la lógica filosófica. Conocer a Dios, es una experiencia tan profunda como el mismo amor. Sólo quien se ha sentido amado de Dios puede decir que le conoce. De tal manera que el conocimiento de Dios procede del corazón y no de la razón.
El Evangelio de Juan continúa profundizando el mismo tema del amor. Conocer a Dios y permanecer en Él, es experimentar el amor que procede de Él. Y el amor verdadero no es igual al amor erótico, familiar o conyugal. El Amor de Jesús es el Amor de Dios; y el Amor de Dios, es el Amor oblativo: es entregar todo lo que se es, todo lo que se tiene, todo lo que se sabe, al servicio de los hermanos.
Sólo quien es capaz de despojarse de si mismo y salir al encuentro de los demás, como María, ama de verdad. Y la práctica de ese amor oblativo es la característica del discípulo de Jesús. Sólo el Amor Oblativo es fuerza para superar toda relación de servidumbre. Una tendencia natural suele llevar a los seres humanos a vivir encerrados en sí mismos. La violencia, la injusticia y la corrupción en todas sus formas están diciendo que el verdadero amor no ha encontrado un lugar en el corazón de la humanidad y en su sociedad.
Aquí, es donde los cristianos tenemos un gran desafío: impregnar del amor de Dios, todas las realidades humanas, mediante el Evangelio abierto a dialogar con todos. Un Evangelio capaz de inculturarse y tomar diferentes rostros. Al decir Cristo: “Ya no los llamo siervos, sino amigos” equivale a decir “Ya no los trato como siervos, sino como amigos”, puesto que no se trata solamente de cambiar una palabra por otra. Cristo nos manda que así como Él nos ama, debemos amarnos los unos a los otros: “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como Yo los he amado”. Es cosa, pues, de hacernos un serio examen de conciencia: ¿Cómo amamos a los demás, como siervos o como amigos? ¿Los tratamos como Dios quiere que lo hagamos? ¿Cómo vivimos el Amor Oblativo al interior de nuestras Parroquias, Conferencias y demás grupos o comunidades eclesiales? ¿Cómo nos preparamos para el encuentro cordial con hermanos o hermanas que proceden de otras tradiciones religiosas y formas culturales diferentes a las nuestras? ¿Qué tan profundo es nuestro Amor Oblativo en el encuentro con el Pobre, ese Cristo a quien asistimos en sus necesidades?







