“Una buena forma de ejercitarnos en el amor a Cristo, es manteniéndolo presente en nuestras mentes siempre que sea posible”. (SvdeP)
La palabra que nos convoca a celebrar la Eucaristía de este domingo, da testimonio de la fuerza trasformadora y liberadora del amor venido del mismo Dios. La fuerza del amor es la que verdaderamente trasforma el corazón y la mente de la humanidad. Para liberar a las sociedades de la violencia y al poder corrupto, es necesario poner como principio ético de vida, la dignidad del ser humano, de lo que es Jesús de Nazareth el modelo por excelencia.
El Evangelio de hoy, nos anuncia que Jesús es el Buen Pastor; Él es quien mejor ha comprendido la misión encomendada por el Padre, a la humanidad: Amar y cuidar al otro. Juan, en esta parte de su Evangelio, presenta a Jesús como el horizonte y el sentido último de la comunidad de seguidores, evocando la imagen designada al Mesías en los libros proféticos del Antiguo Testamento (Jer. 23,4 y Ez. 34), Jesús es “Buen” Pastor porque es el Mesías que lleva a la plenitud la promesa de salvación y de liberación esperada desde el tiempo de los profetas; es el Pastor de quien Jeremías habla en su Libro: “Pondré al frente de las ovejas pastores que las apacienten, y nunca más estarán medrosas ni asustadas, ni faltará ninguna”. Según este texto que sigue San Juan, la autenticidad del pastor se reconoce en la entrega de la vida a favor de su rebaño, actitud contraria a la del asalariado, que no se vincula con profundidad con el bienestar de sus ovejas, y que apenas percibe el peligro, las abandona y las deja a merced del lobo, dispersándolas y confundiéndolas. El contraste que presenta Juan entre el Buen Pastor y el asalariado indica hasta qué punto debe llegar el amor por los demás, especialmente de los más pobres. El buen pastor considera a las ovejas como propias, pues existe un vínculo de amor con ellas, al igual que Jesús y su comunidad. Jesús es capaz de entregarlo todo por la vida de la humanidad. El asalariado no siente amor, no se siente responsable de la comunidad, es un agente externo a la dinámica de las ovejas y por tal motivo huye sin importarle nada. Por lo tanto, la figura del “Buen Pastor” es el modelo ideal de vida comunitaria, en donde el vínculo de amor entre Dios y el Hijo se extiende sin límites a los cristianos, haciendo de la comunidad espacios donde es posible experimentar el cuidado y el amor de Dios, entre los hombres. Pedro y Juan son continuadores del pastoreo de Jesús, se convierten en pastores que cuidan el rebaño de Dios, especialmente las ovejas más débiles e indefensas; son testigos del Amor de Dios, quien los motiva a expresar, por medio de la solidaridad y compasión, la esperanza de la resurrección: cosa que las autoridades judías no soportaban, pues Pedro se estaba atreviendo a enseñar y anunciar al pueblo de Israel la resurrección del Señor; estaba asumiendo el papel de profeta y de maestro del pueblo, afirmando que la salud, la vida, la salvación vienen directamente del Aquel que fue rechazado y asesinado.
Las comunidades cristianas de todos los tiempos deben tener claro que la mejor manera de trasformar el corazón humano es por medio del amor. Actualmente, necesitamos, en nuestras Conferencias, consocios que tengan como principio de vida la solidaridad con los más necesitados de las diferentes sociedades, que asuman su papel de pastores, capaces de entregar su vida e interesados en vivir y servir a los demás. Una Conferencia con estas características se convierte en semilla fecunda de Proyecto de Amor, iniciado por Jesús. Si hemos escuchado el llamado a pertenecer a una Conferencia, no sólo es para ver cómo actúan los demás, sino para comprometernos a prestar nuestro propio servicio, con humildad, pero con mucha entrega.
«Tenemos que atribuir a Dios cualquier cosa buena que resulte de nuestras acciones, de lo contrario deberíamos atribuirnos todo lo malo que ocurre en la comunidad”. (SvdeP)