Yves Laurence (1632-1705)

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Author: Desconocido · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1903 · Source: Notices, IV.
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El Sr. Yves Laurence nació à Roche-Terrien, diócesis de Tréguier, el 1º de marzo 1632; era diácono cuando fue recibido en París el 28 de junio de 1656. Fué promovido al sacerdocio en París. En 1657, san Vicente para reemplazar a los misioneros que habían sucumbido tan gloriosamente a la peste que asoló Génova en 1656 y 1657, y procurar algún nuevo socorro al Sr. Martin, superior de la casa de Turín, hizo partir, para esta  última ciudad, al Sr. Laurence, con otros dos sacerdotes y un hermano, «todos buenos y con buenas intenciones», dice el santo en su carta del 26 de octubre de 1657 al Sr. Martin. «Ellos podrán servir, añadía él, para dar comienzo a un seminario, en caso de que todo esté dispuesto para ello (carta del 9 de noviembre de 1657), o al menos para dos. En efecto, fue en la presencia de su Superior cuando el Sr. Laurence pronunció los votos en Turin, el 25 de julio de 1658 y en esta ocasión  san Vicente decía al Sr. Martin «Alabo a Dios por la oferta que el Sr. Laurence le ha hecho de su progresos en la lengua italiana y por la satisfacción que esperáis de ello». Este joven misionero respondió, en efecto, a lo que se esperaba de él;  en las diferentes misiones a las que  fue dedicado durante su estancia en Turín, desplegó el celo y la prudencia que exige este ministerio difícil, y su superior tuvo siempre que congratularse por su buena voluntad para todas las obras en las que se empleó, así como por la benevolencia que presidía en todas sus relaciones con él y con los cohermanos. San Vicente daba de él este testimonio honroso «que trabajaba en la virtud y en las misiones con edificación». (17 de diciembre 1659)

Formado así en la escuela de un superior tan bueno, fue designado en 1686 para la dirección de la casa de Marsella; allí se hallaba el Sr. Laurence cuando llegó la noticia de la muerte gloriosa del Sr. Montmasson en Argel. Bien lejos de dejarse intimidar, los Srs. Laurence, Duchesne y varios más solicitaron del Sr. Jolly, entonces superior general, el favor de ir a ocupar este puesto de honor, que habían santificado ya siete u ocho misioneros mártires de su caridad con los esclavos cristianos. Habrían partido en setiembre 1688, si los cambios acaecidos en el gobierno de Argel, al final de este año, no hubieran engañado las esperanzas de la corte de Versalles. Pero una vez que se hubo ratificado el tratado entre Francia y las potencias de Argel en abril de 1692,  los Srs. Laurence y Duchesne recibieron la orden de estar preparados para pasar a Berbería. Diferentes circunstancias obligaron a demorar la salida de este último misionero, y el Sr. Laurence partió solo, en setiembre de 1693, para restablecer la misión. Fue investido de los poderes de vicario apostólico de las regencias de Argel y de Túnez.

Bien acogido por los esclavos,  los comerciantes, el cónsul y los miembros del Divan, el Sr. Laurence tuvo sus primeros cuidados con los desdichados que visitó en sus mazmorras y se puso en relación con los esclavos que residían en casa de sus patrones. Tuvo el dolor de ver que los sabios reglamentos dados por sus predecesores a los eclesiásticos, tanto para mantenerlos en el espíritu de su vocación, como por la regularidad del servicio divino en las prisiones,  habían caído en desuso; él los renovó y los llevó a la práctica con toda la benevolencia y la firmeza necesarias en estas circunstancias. Con el tiempo, se estableció el orden y esta pobre iglesia dio los ejemplos de edificación que había ofrecido anteriormente a los infieles. En una carta del 10 de julio de 1695, el Sr. vicario apostólico dio una idea general de sus ocupaciones para el alivio corporal de los esclavos, en estos términos: «Los esclavos de las galeras están distribuidos en dos prisiones; mientras no están en la mar, no reciben de la Regencia ni ropas, ni pan, ni otro alimento. La misión suministra a diario pan a todos los que se presentan en el hospicio. Se les envía  cuando están detenidos en las prisiones o por el capricho de los guardianes o a causa de la llegada de  de un buque armado en guerra, lo que dura a veces un mes entero. Esta caridad de pan se hace a un gran número de otros esclavos cuya necesidad se conoce. Se distribuye también una gran cantidad de  ropas. Se ayuda a los pobres sacerdotes y religiosos a pagar sus lunas (o cánones mensuales). Lo mismo se practica con los esclavos delicados. La rareza de las capturas hace subir el precio de los rescates; los esclavos convalecientes están socorridos por el vicario, no teniendo ningún alivio que esperar por parte de los comerciantes y de los cónsules. Los esclavos en las galeras no reciben de sus amos más que un bizcocho y agua; al vicario toca también suministrar lo que falta». –Se comprende cuánta actividad y dedicación pedía esta situación.

El vicario apostólico halló en Argel a sujetos de inquietud  que le preocuparon durante mucho tiempo; era por parte de algunos religiosos extranjeros. Tal vez pensaban por estas dificultades, han sospechado algunos, forzarla a marcharse de Berbería, y esperaban entonces reunir al vicariato con su administración, y tener así una entera y absoluta autoridad en lo espiritual en la ciudad y el reino de Argel. Repudiaban la protección del cónsul de Francia y se colocaban bajo la del representante inglés que se prestaba tanto más voluntarioso a esta maniobra cuanto más veía en ello  la maniobra de rebajar la influencia de Francia. Pero deseando servir por encima de todo el interés de la Iglesia y ser útil a los pobres esclavos en el doble punto del alma y del cuerpo, el Sr. Laurence se decidió a sostener con constancia una lucha que  él no había comenzado; así decía él en una carta al ministro de la marina de Francia: «Este retiro (abandono del vicariato en Argel) no sería perjudicial ni a vuestro servidor, ni a la congregación  que ha perdido en Argel a muy buenos súbditos y consumido mucho dinero, sino a la nación francesa que teniendo siempre esclavos en Arge, los vería privados de los auxilios que les puede procurar un vicario apostólico francés o agregado a los intereses de Francia. Por otra parte, el artículo 25 de la última paz declara expresamente que el que ejerza la funciones  de vicario apostólico en Argel, de cualquier nación que pueda venir, será considerado como súbdito del emperador de Francia y vivirá bajo su protección, y en esta calidad no podrá de ninguna manera ser inquietado».

Esas son las dificultades que se encuentran por todas partes donde hay hombres; san Pablo los conoció en su tiempo. Es preciso vencerlos sobre todo por la prudencia y por la caridad, es lo que hizo en Argel el Sr. Yves Laurence.

El valeroso y prudente misionero gozó entonces de un periodo de calma; fue bajo el reinado del de Argel llamado Chaban, que se mostró benévolo con el vicario apostólico, y estaba separado de los enredos por sus ocupaciones guerreras.

Partiendo de Argel, el 6 de abril de 1692, para unirse a su ejército en las tierras del rey de Marruecos, Chaban tuvo éxitos inesperados a pesar de la inferioridad numérica de su ejército; pero impuso tan duras condiciones a su enemigo que le puso en situación de no acceder a ellas. Esta feliz expedición  le determinó a llevar, en julio de 1694, sus fuerzas hacia Túnez de la que acabó por apoderarse tras varios asaltos, en febrero del año siguiente,

Dueño de Túnez, Chaban impuso a los habitantes un fuerte rescate y dejándoles por gobernador a Hamet-ben-Chouquez, uno de sus favoritos, volvió el 16 de febrero de 1695 a Argel con ricos despojos. Después de estos botines, tomó el título de rey de Argel, de Túnez y de Trípoli.

Pero muy pronto después, fue asesinado, y las tribulaciones volvieron para el vicario apostólico. Él escribía el 11 de octubre de 1695:

«Bajo el reinado de Chaban Cogia, yo vivía con una especie de reposo; pero ahora yo no estoy seguro teniendo que vérmelas con un dey avanzado en edad, que con frecuencia no escucha ninguna razón y actúa mucho por capricho. Habiéndose enterado, por informes llegados de Nápoles, que se tenían allí, injustamente y contra las palabras, a algunos argelinos, ha mandado cerrar la iglesia de las prisiones y la del hospital, encadenar y conducir a los trabajos públicos a todos los sacerdotes y a los religiosos, y a todos los esclavos, incluso al Padre Trinitario que está en el hospital, y a los Griegos cismáticos, a pesar de que se le hayan presentado instancias en el Divan, adonde fui llamado; enterado de que yo era francés, no quiso que se me inquietara, y me dejó en el ejercicio libre de mis funciones, que han sido prohibidas a los demás desde el 18 de agosto hasta el 8 de setiembre, que por la misericordia de Dios la borrasca se ha apaciguado».

En 1698, los Padres Redentoristas de España llegaron a Argel y se presentaron, el 20 de marzo, con 115 000 piastras que les permitieron rescatar a ciento treinta y ocho cristianos, de los que seis apostataron después de su redención.

Los religiosos precipitaron esta redención y se embarcaron el 5 de abril, a causa de la peste que comenzaba a hacer estragos.

El Sr. Laurence, fiel a las gloriosas tradiciones de sus predecesores, no abandonó su puesto ante el peligro; se le vio siempre compartir sus cuidados entre los desgraciados atacados por la plaga y los esclavos válidos que reclamaban su tierna solicitud. Fuera de la administración de los sacramentos, la dispensación de la palabra de Dios, había que atender a la alimentación y mantenimiento de un gran número de estos desafortunados a quienes la avaricia de sus patronos hacía que les negaran los objetos de primera necesidad. Alquiló casas para recibir a los atacados por el mal contagioso, organizó en su casa una distribución de remedios para los infortunados que, no pudiendo ser recibidos en los hospitales y las ambulancias, venían para ser curados en su casa, y procuró que fueran atendidos en lo espiritual en su enfermedad.  El contagio volvió a aparecer los dos años siguientes, haciendo grandes estragos entre los cristianos esclavos; pero el Sr. Laurence supo siempre mantenerse a la altura de  de la tarea que le imponía la divina Providencia.

Trabajos tan multiplicados y tan variados, unidos a la inquietud en que le dejaban los  administradores del hospital, acabaron con su temperamento, y habría sucumbido infaliblemente, si el superior general no le hubiera enviado una ayuda, en 1700, en la persona del Sr.Duchesne.

Hadji-Moustapha, elegido dey en 1700, se mostró bien intencionado hacia Francia.

Una vez instalado, Moustapha, aprovechándose de la irritación de la milicia, la llevó contra el bey de Túnez, Mourad,  y puso a sus tropas en abierta desbandada. De vuelta a Argel, organizó una nueva campaña contra Ismael, rey de Marruecos, que se había aliado con el bey de Túnez para invadir, uno tras otra, la regencia de Argel. Aunque bien inferiores en número los argelinos derrotaron  al ejército del Maroc, y el caballo de Ismael, caído en poder de Moustapha, fue ofrecido más tarde a Luis XIV.

El dey no fue siempre tan afortunado, y pereció asesinado, como sus predecesores, en 1705. El nuevo dey, al día siguiente de su nombramiento, mandó quitar los hierros  al anciano bey de Túnez y a su hermano, les asignó una casa y les permitió ir a Argel. Confirmó el tratado con Francia y prometió al cónsul hacerle observar con exactitud.

Tras varios años los misioneros, bajo la dirección del Sr. Laurence se entregaban pacíficamente a los trabajos de su ministerio, tratando de suavizar, según sus posibilidades, la dura posición de los esclavos, pero sobre todos de los pobres sacerdotes a los apartaban  cuando podían  de los trabajos penosos a los que no estaban acostumbrados; con esa intención, se encargaban de compensar  a sus amos por medio de las limosnas que recibían de Europa, y usaban  cuando podían a estos eclesiásticos con los esclavos para instruirlos o decirles la santa misa. En éstas, un buque español que iba a las Indias, en octubre de 1701, habiendo sido capturado por un corsario, fue llevado a Argel; allí se encontraron cinco religiosos de la merced, cuatro capuchinos y un religioso de la Observancia de San Francisco, un oblato y un sacerdote secular, capellán del buque, con ciento treinta y cinco pasajeros o marinos.

El Sr. Watel, superior general, hablando de esta captura en su circular del 1º de enero de 1702, decía: «Uno de los capuchinos que hablaba un poco de francés fue reclamado por el cónsul, que tuvo la suerte de sustraerle de la cautividad y hacerle cruzar a Marsella. Esta captura ha supuesto un gran socorro en lo espiritual a esta iglesia sufriente, pero una sobrecarga  en lo temporal de la Misión, ya que los esclavos son impotentes de satisfacer las necesidades de tantos sacerdotes. El Sr. Laurence ha alojado a dos capuchinos en nuestra casa, colocado al otro para atender una prisión; los Padres Trinitarios que cuidan del hospital han acogido a los religiosos de su orden. El vicario apostólico se limitó a proveer a las necesidades de los otros dos sacerdotes  sin ocuparlos, porque las capillas de las otras prisiones están confiadas ya a dos sacerdotes esclavos desde hace tiempo.»

Las fatigas que ocasionó al Sr. Laurence la peste, que durante tres años devastó Argel, le debilitaron mucho; en 1704 sufrió un ataque de apoplejía, al que habría sucumbido, sin los prontos socorros que le prodigaron.

Desde entonces su salud siguió declinando hasta su muerte, que tuvo lugar el 11 de marzo de 1705. Cuando el vicario apostólico exhaló el último suspiro, el Sr. Duchesne, acompañado de todos los franceses, fue a pedir al bey el permiso de enterrar a su cohermano, lo que le fue concedido. Durante todo el trayecto de la casa de los misioneros a Babalouet, se recitaron alternativamente por las calles de Argel las oraciones de la Iglesia, con voz bien inteligible, sin ser inquietado por los habitantes que esta lúgubre ceremonia atraía  a las calles recorridas por el cortejo fúnebre. El cónsul de Inglaterra asistió en el convoy, pero no entró en el cementerio porque él era protestante. La fosa del difunto fue cavada profundamente para quitar el pensamiento de desenterrarlo con el fin de robar sus ropas y las planchas del ataúd. Durante nueve días  los Padres Trinitarios fueron a decir la santa misa en la capilla del vicariato. Se avisó a los religiosos de Túnez y de la Calle del fallecimiento del Sr. Laurence, suplicándoles que hicieran las exequias por su superior eclesiástico que el Señor acababa de llamar a sí.

Este fiel servidor de Dios dejaba el ejemplo precioso de una vida paciente y laboriosa, empleada toda lejos de su patria por el alivio de sus hermanos en Jesucristo, los pobres cautivos. –Memorias de la Congregación; Argelia.

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