[1650 o enero de 1651]
No tenemos palabras suficientes para expresarle nuestra gratitud. Vemos muy bien cómo la mano de Dios ha descargado sobre esta provincia; su abundancia se ha trocado en esterilidad y su alegría en lágrimas. Sus aldeas, antes tan pobladas, ya no son más que ruinas desiertas. Puede decirse que, sin la ayuda de las personas caritativas que Dios ha suscitado en París, no quedaría el más pequeño resto de tan triste naufragio y que todos los que se han salvado le deben la vida a su generosidad.
Las treinta y cinco aldeas de este valle y de sus alrededores dan un millón de gracias a sus bienhechores. Hemos distribuido los ornamentos por las iglesias, y la ropa entre los pobres. Muchos de nuestros enfermos han recobrado la salud y pueden ganarse ya la vida.
Hemos tenido una reunión con los párrocos del contorno y hemos distribuido las cuatrocientas libras que nos han enviado entre veintitrés de los más pobres; esto les ayudará a vivir y a servir en sus parroquias; sin ello no habrían podido subsistir.