VICENTE DE PAÚL EN CHATILLON (VI)

Mitxel OlabuénagaEn tiempos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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MISIÓN Y CARIDAD: LA EVOLUCIÓN DE UNA NUEVA VISIÓN ESPIRITUAL

Cuán diferentes llegarían a ser con los años el lenguaje y la visión que Vicente usaría para hablar a sus propios misioneros acerca del fin para el que había él mismo fundado su congrega­ción. Así expresaba Vicente en 1658, en un texto muy conocido, su visión de lo que debía ser y hacer la congregación fundada más de treinta años antes: «Si se encuentra alguien entre nos­otros que piense que está en la Misión para evangelizar a los pobres y no para aliviarles, para remediar sus necesidades espi­rituales pero no las temporales, le diré que debemos asistirles y hacer que se les asista, nosotros mismos y por medio de otros, de todas las maneras… Hacer eso es evangelizar por medio de palabras y de obras» (XI, 393)

Ahí está la visión definitiva expresada con total claridad a manera de testamento sólo dos años antes de morir. La Misión se funda inicialmente para fomentar entre el pueblo rural bienes `espirituales’: catequesis, sacramentos, paz entre los habitantes de la aldea, conversión de pecadores a la vida de gracia, conver­sión de herejes a la fe verdadera… Sólo con el paso de los años fue creciendo en la conciencia de Vicente la convicción de que tan importante para el anuncio del evangelio como esa dimen­sión era la práctica de todo tipo de caridad hacia los necesitados: «Hacer eso es evangelizar por medio de palabras y de obras». Frase lapidaria que expresa de manera condensada la visión espi­ritual definitiva de Vicente de Paúl.

La semilla de esa nueva visión se siembra con la Cofradía de la Caridad de Chátillon y ya aparece en embrión en su reglamen­to, como se hizo notar arriba. Luego va creciendo poco a poco en la conciencia de Vicente de Paúl a través de experiencias poste­riores personales y de la influencia de otras personas: la de Luisa de Marillac, la de la Cofradía de las Jóvenes de la Caridad, la de las Damas, y a través de lo que todas ellas sin pretenderlo ense­ñaron con la práctica a Vicente de Paúl: que la caridad hacia los pobres profesada como forma de vida cristiana es un modo de evangelizar con obras, y es además un camino de espiritualidad y santidad tan eficaz y legítimo como otro cualquiera, y puede que más que otro cualquiera. Llamamos a esto una «nueva visión espiritual» porque nos parece nueva en la larga historia de la espiritualidad. Se puede dar como seguro que tal visión fue vivi­da en la historia de la Iglesia a lo largo de los siglos por miles de creyentes. Pero no aparece en los libros de la historia de la espi­ritualidad como visión inspiradora de ninguna forma de vida ins­tituida y reconocida oficialmente antes de la experiencia de Vicente de Paúl y de sus fundaciones. Por eso decimos que es nueva.

La influencia más temprana, y la más larga en años, se debe a Luisa de Marillac, la persona que intervino en primer lugar en la vida de Vicente en el aspecto que estamos comentando. El primer conocimiento mutuo tuvo lugar por los tiempos en que Vicente estaba ocupado en poner en marcha su equipo de misioneros. Y aunque la formación espiritual anterior de Luisa tenía muy poco que ver con la que le podría ofrecer Vicente, y aunque la prime­ra relación mutua fue estrictamente de dirección espiritual para problemas personales de conciencia, Luisa desde el primer mo­mento se constituyó en ayudante voluntaria del pequeño equipo misionero de Vicente para asuntos de naturaleza caritativa, entre ellos el de buscar ocupación en París para algunas muchachas de las aldeas misionadas. Por su experiencia personal en estos menesteres, y no por sugerencia ni por la dirección de Vicente, Luisa llegó a encontrar en esta colaboración de tipo caritativo con los misioneros un nuevo camino para expresar su fe cristia­na y su relación personal con Dios. De hecho fue en uno de esos viajes de visita de cofradías cuando Luisa llegó a experimentar esa alta forma de experiencia mística que los autores califican de «desposorio espiritual». Ella asocia esa experiencia a su nueva ocupación de «ayudar a mi prójimo a conocer a Dios». Y la expresa así: «A lo largo de todo el viaje me parecía obrar sin ninguna intervención por mi parte… Nuestro Señor me daba el pensamiento de recibirle como el esposo de mi alma, y que esto era una forma de desposorios… y de soportar las dificultades que encontraría como formando parte de la comunidad de sus bienes» (Escritos de LM, CEME, p. 682, febrero 1630).

Muchas dificultades encontró Luisa ciertamente cuando a partir de mayo de 1629 (I, 135) comienza a dedicarse a visitar sis­temáticamente las Cofradías de Caridad en las diversas aldeas misionadas, con la idea de intentar arreglar problemas de funcio­namiento y de inspirar nuevos ánimos cuando decaía en ellas el entusiasmo de la dedicación primera. En ello estuvo Luisa durante cuatro años, hasta que fundó junto con Vicente la Cofra­día de las Jóvenes de la Caridad a finales de 1633.

Y a pesar de que, como mencionamos arriba, la formación espiritual anterior que había recibido Luisa de Marillac se pare­cía muy poco a la que fue descubriendo a través de la colabora­ción con el trabajo de los misioneros de Vicente de Paúl, una vez descubierto este nuevo camino no sólo fue muy fiel a él hasta la muerte, sino que fue capaz de inspirarlo con fuerza a las hijas de la caridad de las primeras generaciones, además de impresionar fuertemente al mismo Vicente, quien dejó múltiples testimonios de la admiración que sentía por aquella mujer que, viniendo de familia y de educación aristocrática y de espiritualidad muy refi­nada, había sido capaz de dejar de lado todo eso para llegar a la más alta santidad sirviendo a «los pobres de Jesucristo», como solía decir ella misma.

Decimos que fue fiel a esa visión hasta la muerte porque de sólo dos meses antes de morir en marzo de 1660 nos ha queda­do testimonio inequívoco de cuál fue su visión espiritual defini­tiva y final. En una carta de enero de ese año expresa su deseo de que «el espíritu de Jesucristo reine en ellas (las hijas de la caridad) y les dé firmeza en perseverar en esta forma de vida del todo espiritual, aunque se manifieste en continuas acciones exteriores que parecen bajas y despreciables a los ojos del mundo, pero que son grandes ante Dios y sus ángeles» (Escritos LM, CEME, p. 648). Para Luisa de Marillac la dedicación de las hijas de la caridad a acciones humildes a favor de los pobres es una forma de vida del todo espiritual (ahora ya sin comillas), pues por esas acciones manifiestan que reina en ellas el espíritu de Jesucristo, modelo primero de dedicación a la redención «espiritual» y material de los pobres.

Luisa de Marillac no hubiera comprendido que se reserve la palabra «espiritual», como se sigue haciendo aún hoy en libros de espiritualidad y en el lenguaje común, exclusivamente a aspectos de la vida cristiana que tienen que ver con realidades trascenden­tes y que no se ven con los ojos del cuerpo: a la oración, al per­dón de los pecados, a la vida de la gracia a través de los sacra­mentos… La palabra «espiritual» no tiene por qué llevar comillas permanentemente, como lo hemos estado haciendo aquí para expresar nuestra discrepancia con el uso habitual y más común de esa palabra. Pero para que no lleve comillas la palabra espiri­tual debe ser aplicada también, como lo hace Luisa de Marillac, a la actividad de remediar necesidades visibles y humildes tales como la de dar de comer al hambriento o de vestir al desnudo, necesidades que, por ser humanas, no pueden ya considerarse como meramente materiales, sino como motivo y objeto de redención y de evangelización, tanto como lo pueden ser la igno­rancia religiosa o el estado de pecado (para la fundamentación neotestamentaria de esta última afirmación véase, por ejemplo, Mt 11,4-6).

En el largo proceso comenzado en Chátillon para llegar a una expresión clara de esta nueva visión espiritual por parte de Vicente de Paúl, la experiencia de Luisa de Marillac intervino de manera decisiva, así como la de muchos de los miembros de la Cofradía de las Jóvenes de la Caridad, fundada a finales de 1633. Las cartas y las conferencias de Vicente de Paúl a lo largo de los años están llenas de expresiones de sorpresa y de admira­ción por lo que hacían en la dedicación y el servicio a los pobres, y por lo que llegaban a ser en términos de santidad muchas de ellas a través de ese servicio y de esa dedicación. «Las Hijas de la Caridad —dice en una carta a un misionero escrita siete meses antes de su muerte— han entrado en el orden de la Providencia como un medio que Dios nos da (a la Misión) de hacer por sus manos lo que nosotros no podemos hacer por las nuestras en la asistencia corporal a los pobres enfermos… Estas jóvenes se dedican, igual que nosotros, a la salvación y al alivio del próji­mo» (VIII, 227). Unos pocos años antes les había dicho a ellas mismas: «El que viera la vida de Jesucristo vería una vida seme­jante en la de una Hija de la Caridad. ¿Qué vino a hacer? Vino a enseñar, a iluminar. Eso es lo que vosotras hacéis. Continuáis lo que él comenzó» (IX, 534). Pero para llegar a tener la visión tan clara, Vicente tuvo sin duda que vivir a lo largo de los años experiencias nuevas y conocer a gentes de las que no sabía nada cuando salió de Chátillon a los 37 años.

Pero antes de que se fundara esa nueva Cofradía irrumpió en la vida de ambos fundadores, como llovida del cielo, una pasto­ra casi analfabeta llamada Margarita Naseau, quien, sin saberlo ni pretenderlo, vino a ser el nexo histórico entre los hechos que habían dado origen de manera incipiente a la nueva visión de Chátillon y el otro hecho que más contribuiría al pleno floreci­miento de esa visión y a darle su forma definitiva: la fundación de la Cofradía de las Jóvenes de la Caridad.

Se recordará que entre las tareas a que se dedicó Luisa en los primeros años de su colaboración con los misioneros del señor Vicente una era la de acoger a muchachas procedentes de aldeas misionadas con el fin de encontrarles en Paris ocupación de que vivir. Entre esas muchachas un buen día se presentó a Vicente de Paúl durante una misión Margarita Naseau, pero no buscando un empleo en París, sino ofreciéndose para ayudar a las señoras de las Cofradías de Caridad a servir a los enfermos pobres en sus casas. Esto sucedía alrededor de febrero de 1630 (I, 138).

Muerta Margarita tres años después y fundada la Cofradía de las Jóvenes de la Caridad, Vicente fue descubriendo con el tiem­po que Margarita había ingresado en la historia de las Cofradías de Caridad aportando a ellas una mejora en el aspecto técnico que era a la vez una profundización en su contenido espiritual. Mejora en el aspecto técnico: dedicación a tiempo completo, algo que no podían hacer los miembros de las Cofradías por razón de sus dependencias familiares. Profundización en el con­tenido espiritual: dedicación plena de la propia vida a trabajar por la redención de los pobres, viviendo de ese modo el compro­miso bautismal de seguir a Jesucristo en el camino de la santi­dad. Margarita no trabaja por turnos, como lo hacían los miem­bros de las cofradías, sino a tiempo completo, y con una dedicación tan radical que da su vida atendiendo a una pobre mujer enferma de peste, como lo hizo Cristo con su propia vida terrena para tratar de liberar a la humanidad de las diversas pes­tes espirituales y corporales que la asedian.

El hecho histórico de que la figura de Margarita fuera un fac­tor fundamental en la evolución de la idea original de Chátillon lo atribuye Vicente, una vez más, a Dios mismo. Comentando a un grupo de hijas de la caridad cómo la atención a los enfermos era a veces deficiente por causa de los compromisos familiares y sociales de los mujeres de las cofradías, les dice: «En fin, que aquello no iba bien porque Dios quería que hubiese una compa­ñía de jóvenes que estuviese dedicada del todo a servir a los enfermos bajo esas señoras. La primera de esas jóvenes fue una aldeana…» (IX, 233), y continúa su discurso hablándoles de Margarita Naseau.

Decíamos que a Vicente le llevó algún tiempo descubrir el papel de conexión que ocupó Margarita entre la experiencia de Chátillon y la fundación de las Hijas de la Caridad. Pero no hay duda de que lo descubrió, pues él mismo se lo señaló expresa­mente a las mismas hijas de la caridad con todo detalle en más de una ocasión, dando además a Margarita el honroso título de «primera hija de la caridad», aunque en realidad Margarita falle­ció unos diez meses antes de que fueran fundadas. Doce años después de la fundación les explica con todo detalle y precisión los orígenes históricos de su forma propia de vivir la vida cris­tiana, de su espiritualidad (IX, 202-203; 232-234). Tal como él lo cuenta, ésta tiene su origen primero y remoto en las mujeres laicas de la Cofradía de Caridad de Chátillon, pasa a la nueva Cofradía de jóvenes a través de Margarita y de otras jóvenes que fueron atraídas a imitarla por su ejemplo y su palabra, y recibe su configuración definitiva a manos de Luisa de Marillac y de Vicente de Paúl.

Luisa fue desde el primer momento su formadora e inspirado­ra directa y diaria, incluso antes de que se reuniera en su casa de manera estable el primer grupo de cuatro el 29 de noviembre de 1633, grupo y fecha que se consideran datos fundacionales. La nueva fundación se llamó originariamente Cofradía de las Jóve­nes de la Caridad, pues la institución nació como un grupo de jóvenes ayudantes de las mujeres de las Cofradías parroquiales de Caridad en la ciudad de París, aunque pronto acabaron inde­pendizándose y teniendo sus propias obras. No le costó nada a Vicente de Paúl (y a ello le ayudó la lengua francesa, en la que «hija» y «joven» se dicen con la misma palabra: «filies») descu­brir que el verdadero nombre de la Cofradía debería ser el de «Hijas de la Caridad», pues eso es lo que eran y debían ser: hijas del Amor que es Dios y que Dios derramó sobre la humanidad pobre a través de su hijo Jesucristo, y que sigue derramando a través de ellas: «Continuáis lo que él comenzó».

Jaime Corera

CEME, 2008

 

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