ELEMENTOS DEL ESPÍRITU VICENCIANO EN EL REGLAMENTO DE CHÁTILLON
La fechas históricas del origen de la espiritualidad vicenciana se conocen con precisión: el 25 de enero, día del «primer sermón de la Misión» en Folleville, y el 20 de agosto de 1617, día del sermón que dio origen a la primera Cofradía de la Caridad. En la primera de esas dos fechas sembró el Espíritu Santo en la vida personal de Vicente de Paúl el «carisma» de la Misión; en la segunda, el de la Caridad. El primero dio origen a una institución que aún existe, la Congregación de la Misión; el segundo fue el origen, primero, de las Cofradías de la Caridad, y posteriormente de las Hijas de la Caridad y de las Damas de la Caridad. Ambos carismas han dado origen después de su muerte a otros muchos grupos e instituciones que se confiesan inspirados por la misma visión de Vicente de Paúl.
Hasta el día de hoy es visible en las actividades de las distintas instituciones una diferencia que brota de sus diferentes orígenes históricos. En la actividad de la Congregación de la Misión predominan los aspectos que hemos venido entrecomillando como «espirituales»: predicación, sacramentos, vida litúrgica… En las otras instituciones (en las fundadas y en las no fundadas por san Vicente mismo, tal como la Sociedad de San Vicente de Paúl entre estas segundas) predominan las actividades que se suelen conocer como «caritativas».
Ambos tipos de instituciones no pueden olvidar que en la visión de Vicente de Paúl la Misión y la Caridad no son más que «dos brazos», dos maneras de llevar a cabo a lo largo de la historia la misma misión redentora de los pobres que comenzó Jesucristo en Galilea. A todos los miembros de unas y otras les tocará llevar a cabo acciones de uno y otro tipo según su situación social y su condición canónica. El miembro laico de la Sociedad de San Vicente de Paúl, la Hija de la Caridad, la Voluntaria de la Caridad, por ejemplo, aunque no podrán, por razón de su condición canónica, absolver sacramentalmente al pobre de sus pecados, sí podrán y deberán preocuparse de su bienestar espiritual, de que sepa rezar, de que conozca el catecismo, de que procure mantener una buena relación con Dios. El padre paúl, por su parte, no deberá limitarse a darle los sacramentos si lo que necesita el pobre, además de la absolución, es comida, vestido, habitación, salud, educación, o que se defiendan sus derechos
Teniendo en cuenta esta observación de tipo general veamos qué elementos estaban ya presentes en Chátillon que se han mantenido hasta hoy en esa visión que conocemos como «espiritualidad vicenciana» y que deben estar presentes en todas las instituciones que se consideran inspiradas por san Vicente de Paúl, lleven o no lleven su nombre en el título.
La clave de esa espiritualidad se expresa escuetamente así en el Reglamento de Chátillon, como vimos arriba: «Darse a Dios para servirle en los pobres para gloria del buen Jesús», dato fundamental sin el cual toda dedicación a actividades benéficas, por noble que sea y digna de alabanza, no podrá calificarse como cristiana (aunque podría proceder del Espíritu de Cristo de una manera implícita). Supuesta esa entrega a Dios, la vida entera se convierte en un sacrificio espiritual ofrecido al Dios de Jesucristo, de manera que incluso la acción más humilde de servicio al pobre y menos apreciada por la opinión pública se convierte en acto espiritual, tal como lo vio y lo expresó con toda claridad Luisa de Marillac, como veremos más adelante. Además, esta forma de vida, lo dice el Reglamento y Vicente se lo dijo años más tarde muchas veces a las Hijas de la Caridad, garantiza el ingreso en la vida eterna: «Venid, benditos de mi Padre…, porque me disteis de comer…» Todo ello debe ir basado en lo que se podría calificar como una vida cristiana profesada día a día, vida de oración personal y en grupo, de sacramentos, de un comportamiento digno de quien cree en Jesucristo.
El trabajo por los pobres no es, decíamos, una mera actividad social, sino estrictamente una actividad evangelizadora, que se lleva a cabo a través de palabras y de acciones en el aspecto `espiritual’ y en el material. Las mujeres de la Cofradía continúan en su servicio a los enfermos pobres lo que comenzó Nuestro Señor Jesucristo, pues no de otra manera anunció el Señor su Buena Noticia a los pobres de Galilea durante su vida terrena. Hacer eso es servir a los pobres, ser sirvientes de los pobres. Aunque no se encuentra aún en el reglamento de Chátillon, Vicente extraerá la conclusión lógica de esa expresión años después para ofrecerla a todas las gentes que se dejaron inspirar por su visión: «los pobres son nuestros amos y señores». Se les sirve, por tanto, como a señores, con un servicio personalizado y cercano. Ni la Cofradía de Chátillon ni las posteriores fundaciones deberán ser jamás meras instituciones de beneficencia que reparten dinero y bienestar social desde burocracias apartadas de la vida de los pobres a los que sirven.
El servicio personal a los pobres es ciertamente una «marca infalible de los verdaderos hijos de Dios». Pero no cualquier acción por los pobres puede calificarse sin más de vicenciana. Para que lo sea, la acción caritativo-evangelizadora debe hacerse en colaboración con otros creyentes en un grupo bien organizado, animado y unido por un verdadero afecto mutuo. Esto es fundamental para entender el verdadero espíritu vicenciano. Señalamos arriba cómo la capacidad de organización que mostró Vicente de Paúl a los 37 años al fundar la Cofradía de Chátillon es una marca muy personal suya, una cualidad que se expresó posteriormente en otras organizaciones mucho más complejas; advertimos también que es este aspecto el que ha impresionado a estudiosos e historiadores posteriores como muy típico suyo. Mencionamos a Porschnev, pero podríamos añadir a Henry Kamen, Daniel Rops… El que el trabajo por los pobres deba ser personalizado, como dijimos en el párrafo anterior, no quiere decir en modo alguno que deba ser individualista, llevado a cabo como acto puramente personal. La atención personalizada al pobre se hace como miembro de, y con la ayuda de, un grupo organizado y cuidadosamente estructurado.
Así como la primera fundación de Vicente de Paúl se declara a sí misma en el Reglamento «enteramente sumisa al arzobispo», en este caso el de Lyon, sin duda por sugerencia de Vicente mismo, todas sus fundaciones posteriores mantendrán expresamente la misma actitud de filial sumisión hacia la jerarquía de la Iglesia Católica, lo que incluye, por supuesto, una fidelidad aún más fundamental a los dogmas y enseñanzas de la Iglesia Católica. Ahora bien, todo ello se confiesa desde una visión de su vocación como realidad secular, en ningún caso religiosa en el sentido canónico de esta palabra. Todas las instituciones de Vicente de Paúl son, sin excepción, de carácter netamente secular, lo que quiere decir por de pronto que sus miembros, todos ellos, deben tratar de vivir las exigencias de la fe cristiana y de su camino hacia la santidad en el mundo, no al margen de él, y más en concreto en el mundo de los pobres.
Fieles a la fe de la Iglesia, fieles a la jerarquía, las instituciones vicencianas gozan sin embargo de autonomía en su funcionamiento interno, en la administración de sus recursos, en la elección de sus actividades, en el nombramiento de los responsables, como aparece ya, según se comentó en su momento, en el reglamento de Chátillon. Es éste un aspecto en el que se da entre las diferentes instituciones vicencianas cierta variedad de grados de autonomía (entendida en este caso como relativa independencia en relación a la jerarquía). El caso más claro de una tal autonomía es el de la Sociedad de San Vicente de Paúl. Ozanam fue sin duda un fiel intérprete del espíritu de Vicente de Paúl cuando quería para la Sociedad, de la que fue uno de los principales fundadores, que fuera «plenamente laica, sin dejar de ser católica». La palabra «laica» en el contexto de la frase de Oza-nam se refiere a la vez a la naturaleza radicalmente secular y autónoma de la Sociedad de San Vicente de Paúl.
A estas notas de toda verdadera vocación vicenciana, que estaban ya presentes en el reglamento de Chátillon, dos instituciones posteriores, la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad, añaden elementos que ya no son comunes a todas las instituciones vicencianas, sino propios: el sacerdocio en el caso de algunos miembros de la Congregación de la Misión, y la vida de comunidad y los votos no públicos en el caso de ambas instituciones. Los tres elementos (sacerdocio, vida común, votos) deben sin embargo estar orientados a la idea fundamental de evangelización-redención-servicio de los pobres. Si no se hiciere así, alguno de esos elementos, o los tres, no contribuiría en nada a hacer del paúl o de la hija de la caridad almas de carácter netamente vicenciano. Y si, por ejemplo, hubiere alguna institución que, aun llevando en el título el nombre de San Vicente de Paúl, pusiera como más fundamental que su dedicación a la evangelización de los pobres algún otro elemento (por ejemplo, los votos públicos, que convertirían a la institución en religiosa en sentido canónico), entonces el título de la institución no bastaría para hacer de ella una institución vicenciana, sería vicenciana sólo de nombre.
En resumen, estos son los elementos de la espiritualidad vicenciana que hemos destacado como ya presentes en el Reglamento de la Cofradía de Chátillon:
Darse a Dios para servirle en los pobres, para gloria de Jesucristo
Vida cristiana profesada día a día
Evangelizar de palabra y de obra
Con obras de carácter espiritual y de carácter material
Ser sirvientes de los pobres
Servicio directo de contacto con los pobres
Espiritualidad secular, vivida en el mundo
Pertenencia a una institución de carácter vicenciano
Autonomía organizativa de la institución
La lista no es en manera alguna exhaustiva para definir el verdadero espíritu vicenciano en toda su amplitud. Habría que añadir otros varios temas, como por ejemplo, el de las virtudes características, o también una visión de la vida de oración mucho más amplia que lo que aparece en el Reglamento de la Cofradía, una visión mucho más amplia también de la figura de Jesucristo, y varios otros temas de importancia. La lista sólo intenta enumerar los elementos que hemos podido extraer del Reglamento de la Cofradía de Chátillon con la intención de mostrar una vez más que en ese Reglamento se encuentran ya en raíz muchos de los aspectos que, en la historia posterior a Chátillon, llegarían a ser elementos esenciales de lo que conocemos hoy como espiritualidad vicenciana, espiritualidad que acabaría tomando su forma definitiva en años posteriores, en buena parte por influencia de las experiencias de Luisa de Marillac, de las Hijas de la Caridad y también, aunque en menor grado, de las Damas de la Caridad.
Jaime Corera
CEME, 2008