RELATO DE UNA TENTACION CONTRA LA FE
Tentación de un célebre doctor por culpa de su ociosidad. Remedios propuestos por el padre Vicente.
Conocí a un célebre doctor, que había defendido muchas veces la fe católica contra los herejes, por ser teólogo en su diócesis. La difunta reina Margarita lo llamó a su lado impresionada por su ciencia y su piedad, por lo que se vio obligado a dejar sus ocupaciones. Y como no predicaba ni catequizaba, se vio asaltado, en medio de la ociosidad en que vivía, por una fuerte tentación contra la fe. Esto nos enseña, de pasada, qué peligroso es vivir en la ociosidad, tanto de cuerpo como de espíritu: pues, lo mismo que una tierra, por muy buena que sea, si se la deja durante algún tiempo sin cultivar, enseguida produce cardos y abrojos, también nuestra alma, al estar largo tiempo en el descanso y la ociosidad, experimenta algunas pasiones y tentaciones que la incitan al mal. Así pues, aquel doctor, al verse en un estado tan molesto, acudió o mí para decirme que estaba siendo atacado por tentaciones muy violentas contra la fe, que sentía pensamientos horribles de blasfemia contra Jesucristo, y que hasta se sentía desesperado e impulsado a tirarse por una ventana. Y llegó hasta tal extremo, que hubo que dispensarle de rezar el breviario y de celebrar la santa misa, y hasta de rezar cualquier oración, de modo que, cuando empezaba sencillamente a decir el Padrenuestro, le parecía ver mil espectros, que le turbaban enormemente; su imaginación estaba tan seca y su espíritu tan agotado, a fuerza de hacer actos de desaprobación de sus tentaciones, que ya no era capaz de realizar ninguno. Estando, pues, en tan lamentable estado, se le aconsejó esta práctica: que siempre que volviese la mano o uno de sus dedos hacia la ciudad de Roma o hacia cualquier iglesia, querría indicar por este movimiento y por esta acción que creía todo lo que creía la Iglesia romana. ¿Qué pasó después de todo esto? Dios tuvo finalmente piedad de aquel pobre doctor, que cayó enfermo y se vio inmediatamente libre de todas sus tentaciones; se le quitó de golpe la venda de oscuridad que cubría los ojos de su espíritu; empezó a ver todas las verdades de la fe, y con tanta claridad que le parecía sentirlas y palparlas con la mano (1); murió por fin, dándole a Dios amorosas gracias porque había permitido que cayera en aquellas tentaciones, para librarle luego de ellas con tantas ventajas y darle sentimientos tan grandes y maravillosos de los misterios de nuestra religión.