ELOGIO DEL CELO DE JUAN LE VACHER
El bey expulsa y vuelve a llamar a Juan Le Vacher. Celo desplegado por el jubileo.
Encomiendo a las oraciones de la compañía a nuestros misioneros de Berbería, de quienes he recibido noticias: unas nos dan motivos de consuelo y otras de aflicción: las de Túnez nos consuelan, mientras que las de Argel nos preocupan.
El padre Le Vacher había sido expulsado por el bey con el pretexto de que impedía que trajeran tela para hacer velas de navío en Túnez, y por eso lo había expulsado. En efecto, él había contribuido a que no llevaran esas telas de Marsella, etc.; él impedía esto a los mercaderes cristianos porque el papa había excomulgado a los que transportasen dichas telas, armas u otras cosas que pudieran servir contra los cristianos. Pero finalmente el cónsul le indicó que al rey de Francia le parecería mal que echasen a una persona que él había enviado; y él le mandó volver. Ha vuelto, y los pobres esclavos salieron a su encuentro, alabando a Dios y echándose a sus pies para abrazarle, y le decían, uno: «Yo he ayunado por esto»; otro: «Yo he oído tantas misas»; y otro: «Yo he hecho tantas oraciones». Todos habían hecho algo para que pudiera volver. Aquella pobre gente no sabía qué hacer para demostrarle su alegría. Es su salvador; es su salvador; y si hay ángeles a los que Dios envía al purgatorio a consolar a las almas, del mismo modo, etc. Padres, quien dice misionero, dice salvador; hemos sido llamados para salvar a las almas; para eso estamos aquí. ¿Cumplimos debidamente con esta obligación? ¿Salvamos a las almas?
Volvamos a Túnez, donde nuestro padre Le Vacher hace el oficio de salvador. Ha publicado el jubileo; él no ha tenido siquiera tiempo para escribirme; ha escrito otro en su lugar, el señor cónsul. Tal es la prisa que sienten aquellos pobres cautivos por celebrar el jubileo, que ellos ya lo han hecho y nosotros todavía no lo hemos empezado. ¡Cuántos motivos de consuelo y de agradecimiento a Dios!