Vicente de Paúl, Conferencia 067: Extracto De Una Conferencia

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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RELATO DEL MARTIRIO DE PEDRO BORGUNY EN ARGEL, 1654-1655

Coraje y fe de este joven, que prefirió la muerte antes que abrazar el Islam. No puedo menos de expresaros los sentimientos que Dios me da ante este joven del que os he hablado, y al que han matado en la ciudad de Argel. Se llamaba Pedro Borguny, natural de la isla de Mallorca, de veintiuno o veintidós años solamente. El dueño, del que era esclavo, pensaba venderlo para enviarlo a las galeras de Constantinopla, de donde ya no habría salido jamás. Con este temor, se fue a buscar al pachá para pedirle que tuviera piedad de él y no permitiese que le enviaran a aquellas galeras. El pachá prometió que así lo haría, con tal que tomase el turbante. Para obligarle a cometer esta apostasía, utilizó todas las persecuciones que se le ocurrieron y finalmente, añadiendo las amenazas a las promesas, lo asustó de tal forma que le hizo renegar.

Pero aquel pobre muchacho conservaba siempre en su corazón los sentimientos de estima y de amor a su religión y cometió aquella falta solamente por miedo a caer en aquella cruel esclavitud y por deseo de facilitar la recuperación de su libertad. Incluso les declaró a algunos esclavos cristianos que le reprochaban su crimen que, si era turco por fuera, en el alma seguía siendo cristiano. Y poco a poco, reflexionando en el grave pecado que había cometido renunciando externamente a su religión, se sintió tocado de un verdadero arrepentimiento. Y al ver que sólo podía expiar su cobardía con la muerte, se decidió a ello, antes que vivir más tiempo en aquel estado de infidelidad. Les manifestó a algunos este plan y para poder ejecutarlo empezó a hablar abiertamente en favor de la religión cristiana y en contra del mahometismo, y decía de este asunto todo lo que le podía sugerir una fe viva, en presencia incluso de algunos turcos, y sobre todo de los cristianos. Seguía temiendo sin embargo la crueldad de aquellos bárbaros y, al pensar en el castigo tan riguroso que le harían sufrir, temblaba de terror. «A pesar de todo decía , espero que nuestro Señor me asistirá; él murió por mí; es justo que yo muera por él». Finalmente, impulsado por los remordimientos de su conciencia y por el deseo de reparar la injuria que le había hecho a Jesucristo, tomó la generosa resolución de ir a ver al pachá y, una vez en su presencia, le dijo: «Tú me has seducido, obligándome a renunciar a mi religión, que es la buena y la verdadera, y haciéndome pasar a la tuya, que es falsa. Pues bien, te declaro que soy cristiano; y para mostrarte que abjuro de buena gana tu creencia y la religión de los turcos, rechazo y detesto el turbante que me has dado». Y con estas palabras tiró por tierra el turbante y lo pisoteó, diciendo: «Sé que me harás morir, pero no me importa, porque estoy dispuesto a sufrir toda clase de tormentos por Jesucristo, mi Salvador».

Efectivamente, el pachá, irritado por aquel atrevimiento, lo condenó inmediatamente a ser quemado vivo. Le desnudaron, dejándole solamente un calzón, le pusieron una cadena al cuello y le cargaron con un gran poste, donde sería atado y quemado. Al salir de esta forma de la casa del pachá para ser llevado al lugar del suplicio, al verse rodeado de turcos, de renegados y hasta de cristianos, dijo en voz alta estas hermosas palabras: «¡Viva Jesucristo y triunfe para siempre la fe católica, apostólica y romana! No hay ninguna otra en la que sea posible salvarse». Y dicho esto, se fue a sufrir el fuego y a recibir la muerte por Jesucristo.

Pues bien, el sentimiento mayor que me inspira esta acción tan hermosa, es que aquel valiente joven había dicho a sus compañeros: «Aunque temo la muerte, siento sin embargo algo aquí dentro ¡señalando entonces su frente¿ que me dice que Dios me dará la gracia de sufrir el suplicio que me preparen. También nuestro Señor tuvo miedo de morir, pero aceptó voluntariamente dolores más intensos que los que yo tendré que sufrir; espero en su fuerza y en su bondad». Le ataron al poste y encendieron fuego a su alrededor: pronto entregó a las manos de Dios su alma pura como el oro limpio en el crisol. El padre Le Vacher, que le había seguido, estuvo presente en su martirio; aunque algo alejado, le levantó la excomunión en que había incurrido y le dio la absolución con la señal que había convenido antes con él, mientras sufría con tanta constancia.

Eso es ser cristiano; ése es el coraje que hemos de tener para sufrir y para morir, si es preciso, por Jesucristo. Pidámosle esta gracia y roguémosle a este santo joven que la pida para nosotros, a él que fue alumno tan aventajado de tan valiente maestro, que en tres horas de tiempo se hizo verdadero discípulo y perfecto imitador suyo, muriendo por él.

¡Animo, padres y hermanos míos! Esperemos que nuestro Señor nos dará fuerzas en las cruces que nos vengan, por grandes que sean, si ve que las amamos y que confiamos en él. Digámosle a la enfermedad, cuando se presente, y a la persecución cuando llegue, a las penas exteriores e interiores, a las tentaciones y a la propia muerte, cuando él nos la envíe: «Sed bienvenidos, favores celestiales, gracias de Dios, santos ejercicios, que venís de una mano paternal y deseosa de mi bien; os recibo con un corazón lleno de respeto, de sumisión y de confianza para con aquel que os envía; me entrego a vosotros para darme a él». Aceptemos, pues, estos sentimientos, padres y hermanos míos y sobre todo confiemos mucho, lo mismo que este nuevo mártir en la ayuda de nuestro Señor, a quien encomendaremos todos, si os parece, a esos buenos misioneros de Argel y de Túnez.

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