Vicente de Paúl, Carta 0439: A Luis Abelly, vicario general de Bayona

Francisco Javier Fernández ChentoEscritos de Vicente de PaúlLeave a Comment

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Author: Vicente de Paúl · Year of first publication: 1972 · Source: Obras completas de san Vicente de Paúl.
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14 de enero de 1640

¡La gracia de nuestro Señor sea siempre con nosotros!

Doy muchas gracias a Dios por todas las que, por su carta del 10 de diciembre, veo que la providencia concede al señor obispo de Bayona, y le ruego que continúe bendiciéndole. ¡Oh, señor! ¡cuán admirado está ese pueblo, según creo, al ver que su prelado vive como verdadero obispo, después de tantos siglos como se ha visto privado de semejante dicha! La verdad es que tengo plena confianza en la bondad de Dios, que lo ha llamado al episcopado de una forma tan inesperada, de que le concederá todas las gracias requeridas para proseguir y perfeccionarse en el género de vida que ha emprendido, y que esos buenos ángeles corporales que ha sabido poner a su lado harán lo mismo. ¡Oh, señor! ¿qué no se puede esperar de un prelado que ha ordenado tan bien su vida, la de sus domésticos, que ha hecho tantas limosnas corporales y espirituales en su diócesis, que tiene tanto cuidado de los pobres presos, que tantos éxitos logra con la conversión de los herejes, que no admite mujeres en su casa, ni ad proximiora sacri altaris, que ha elegido por confesor a los mejores que ha encontrado y que quiere obrar según su parecer? ¿Qué no se puede esperar, repito, en cuestión de gracias y de bendiciones para semejante prelado y para todos aquellos quos vocavit in sortem operis ejus? Ciertamente, no hay ningún bien y ninguna ayuda de parte de nuestro Señor, que no la deban esperar él y usted. ¡Ay, señor! ¡Cómo confunde usted al hijo de un pobre labrador, que ha guardado ovejas y puercos, que todavía permanece en la ignorancia y en el vicio, cuando le pide sus consejos! Sin embargo, obedeceré con los sentimientos de aquel pobre burro que en cierta ocasión habló por obediencia a su amo, con la condición de que, lo mismo que no se les hace caso a los locos cuando hablan, tampoco el señor obispo ni usted tengan muy en cuenta lo que les diga, a no ser que el señor obispo lo encuentre conforme con su mejor parecer y con el de usted.

Les diré, pues, en primer lugar, por lo que se refiere a los religiosos en general, que creo que se debería tratar con ellos como trató nuestro Señor con los de su tiempo, esto es, enseñándoles primero con su ejemplo la manera como tenían que vivir; porque un sacerdote tiene que ser más perfecto que un religioso como tal, y mucho más un obispo. Y después de haberles hablado con el ejemplo durante bastante tiempo (nuestro Señor les habló con este lenguaje por treinta años), luego les habló con mansedumbre y con caridad y finalmente con firmeza, aunque sin utilizar contra ellos las suspensiones, los entredichos, las excomuniones y sin privarles de su ejercicio. Así es como procedió nuestro Señor. Pues bien, yo tengo una confianza absoluta en que un prelado que obre de esa forma hará mucho más provecho a esas personas que todas las censuras eclesiásticas juntamente. Nuestro Señor y los santos hicieron mucho más sufriendo que obrando, y así es como también el bienaventurado obispo de Ginebra y, siguiendo su ejemplo, el difunto monseñor de Comminges, se santificaron y fueran causa de santificación para muchos millares de almas.

Quizás le parezca rudo lo que le digo, señor; pero ¿qué quiere usted? Tengo un sentimiento tan acendrado de las verdades que nuestro Señor nos enseñó de palabra y de ejemplo que no puedo menos de ver que todo lo que se hace según esas enseñanzas sale siempre maravillosamente bien, mientras que sucede lo contrario con la conducta opuesta a las mismas. Sí, pero despreciarán a un prelado que actúe de esa manera. Es cierto, y así tiene que ser para que sea honrada la vida de Dios en todos sus estados por medio de nuestras personas, lo mismo que ocurre con nuestra condición, pero también es cierto que, después de haber sufrido algún tiempo todo lo que quiera nuestro Señor y en unión con él, él hace que realicemos más bien en tres años de vida que el que haríamos en treinta. Pero ¿qué es lo que digo? La verdad es, señor, que no creo que se pueda obrar de otro modo. Se harán muchos reglamentos, se usarán las censuras, se les prohibirá confesar, predicar y hacer colectas; pero con todo eso no se enmendarán nunca: jamás podrá extenderse ni conservarse el imperio de Jesucristo en las almas por esos medios. En otro tiempo Dios mismo armó la tierra y el cielo en contra del hombre. ¡Ay! ¿y qué es lo que se consiguió? ¿No fue menester que al final se rebajase y se humillase ante el hombre para hacerle aceptar el dulce yugo de su dirección y su reinado? Y lo que Dios no pudo conseguir con todo su poder, ¿cómo lo hará un prelado con el suyo? Así pues, señor, creo que el señor obispo tiene razón al no fulminar la excomunión contra esos religiosos propietarios, y al no querer prohibir a todos los que él mismo ha examinado y aprobado que vayan a predicar la cuaresma y el adviento en las parroquias de los pueblos que no tienen asignadas ninguna estación, ya que esto les parecería excesivamente rígido. Se molestarían además los párrocos y los pueblos, que también tienen sus aficiones especiales. Y si alguno abusase de su ministerio, in nomine Domini, ya sabría la prudencia de usted poner remedio a todo ello.

En cuanto a la religiosa que me dice usted que es necesaria en su monasterio, pero que anda formando camarillas y haciendo planes y puede de esa forma estropear a las demás, no sé qué contestación darle, ya que no es mucho lo que usted se explica. Si cree conveniente escribirme de nuevo, será oportuno que me diga para qué la necesita y si es de alguna Orden en la que se trasladan las religiosas.

Esto es, señor, todo lo que puedo decirle por ahora, con prisas y a vuela pluma. Perdóneme los defectos que sin duda encontrará en todo lo que le he dicho y haga el favor de asegurarle mi obediencia al señor obispo de Bayona, y mis servicios a los señores Perriquet, Le Breton y Dumesnil. Soy, en el amor de nuestro Señor, su más humilde y obediente servidor.

VICENTE DEPAUL

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