Alabo a Dios, señorita, al verla tan resignada con la santa voluntad de Dios, y le ruego que usted y yo tengamos siempre un mismo querer y no-querer con El y en El, lo cual es ya un paraíso anticipado. Le agradezco además su buena medicina y le prometo utilizarla mañana, Dios mediante, y con mucho gusto; y le suplico en nombre de Dios, que se cuide mucho y no omita nada de lo que es menester para ello. Por lo demás, tranquilícese respecto de su interior, que no deja de estar en la situación que es menester, aunque no se lo parezca así.
Adiós, mi querida hija. Soy en su amor y en el de su santa Madre, su, etc.