Susana Guillemin, H.C.
Tenemos que pensar que Dios nos ha llamado y escogido. Recordemos todas las gracias que nos ha concedido, de que nos ha colmado y que han sido decisivas en nuestra vida. Tantas gracias como hemos recibido y que nos parecen algo natural. Tratemos de darnos cuenta hasta qué punto Dios ha querido que fuéramos algo suyo. Porque el Señor nos ha llamado a la vida religiosa, y eso significa ni más ni menos una llamada a la santidad. Por lo tanto, si estamos aquí es para ser santas. Estamos llamadas a ser santas. No es una heroicidad, no es algo fuera de lo corriente. Nos hacemos santas en la medida en que vamos desprendiéndonos de nosotras mismas y abriéndonos a Dios.
Sería necesario que, en las diversas etapas que jalonan nuestra vida, examinando con el Señor por dónde andamos, pudiéramos decirnos: «Dios reina un poco más en mí». «He renunciado a esto o a aquello». Preguntémonos si, en realidad, estamos conquistadas por el Señor. Es decir, si nuestras acciones, pensamientos, palabras, emanan de El. Si nuestra vida intenta ser una respuesta a esa llamada suya. ¿Qué son las Bienaventuranzas? Es El quien ha dicho: «Bienaventurados los pobres»; pobres de corazón. «Bienaventurados los puros». ‘Preguntémonos sí, de verdad, somos puras. Pidámosle que penetre en nuestro corazón. «Bienaventurados los misericordíosos». Sepamos mirar a los demás con ojos de misericorida.
«Bienaventurados los mansos» ¿Nuestras acciones están inspiradas por la dulzura, la humildad? Pidámosle que nos posea, que estemos cada vez más poseídas por El.