PROFUNDIZAR en la importancia del silencio en nuestra vida es como encender una luz que permite vislumbrar verdades en el fondo de nuestro interior. Se ha dicho: «el silencio es la patria de los fuertes». Por encima de nuestra civilización de la imagen, en medio de los numerosos medios de comunicación, existe un valor subliminal muy beneficioso para nuestra salud física, moral y espiritual que es precisamente el silencio. Será muy difícil de admitirlo para personas que no saben vivir sin conexión alguna, ruidos, móviles, televisiones, radios, ordenadores etc. Pero en el silencio se encuentra el hombre a solas consigo mismo, a solas con su alma y su espíritu, según las creencias religiosas y es cuando se confronta con la auténtica riqueza de todo su ser, con la viva sensación de que existe y de que su existencia es única e irrepetible. La capacidad productiva del hombre se forja primero en el silencio, en lo más profundo de su fuerza espiritual, que luego se materializará en todas las realidades posibles. Porque el silencio debe su importancia a su contenido, a su dinámica. Nos puede conducir a inspiraciones creadoras de las más sublimes.
Puerta de la vida interior
Para nosotros, católicos convencidos, el silencio es «la puerta de la vida interior». Es la única manera de conectar con la realidad humana y divina de Jesucristo, es entrar en oración y así, tener experiencia personal de Dios.
Entonces pueden intervenir las palabras, expresiones humanas del pensamiento, que nos llevan al camino de la meditación, lentamente pero con fuerza, teniendo una dinámica extraordinaria. Tanto es así que el Señor nos dejó esta frase: «los cielos y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». El Papa Benedicto XVI, en su mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones sociales, hace un paralelismo muy en profundidad entre el silencio y la palabra: «el silencio favorece el saber escuchar, el meditar, el establecer un auténtico diálogo y cercanía entre el Señor y nosotros mismos, entre dos personas. En el silencio aprendemos a conocernos mejor, nace y se profundiza el pensamiento, comprendemos con mayor claridad lo que queremos expresar. Se abre así una especie de escucha y se hace posible una relación de nuestra alma con el Señor.
En el silencio hablan la alegría, las preocupaciones, el sufrimiento. El hombre se hace preguntas: «¿Quién soy yo?» «¿Qué puedo hacer?» «¿Qué puedo esperar?», «¿Qué debo hacer?». Si cada uno cultiva su propia interioridad, la soledad y el silencio son espacios privilegiados para rencontrarse consigo mismo y con la verdad, que da sentido a todas las cosas.
Gestionar el silencio
El Papa Benedicto XVI sigue diciendo: «el silencio es parte integrante de la comunicación y sin él, no existen palabras con densidad de contenido. Saber gestionar el silencio como un elemento fundamental en la comunicación, ayuda a que la información sea más efectiva y se comprenda mejor. La comunicación es más exigente cuando brota del silencio, ya que evoca la sensibilidad y la capacidad de escucha que a menudo desvela la medida y la naturaleza de las relaciones. Allí donde los mensajes y la información son abundantes, el silencio se hace esencial para discernir lo que es importante de lo que es inútil y superficial».
Si Dios habla al hombre en el silencio, el hombre igualmente descubre en el silencio la posibilidad de hablar con Dios y de Dios. Esta contemplación silenciosa nos sumerge en la fuente de amor, pero un amor operativo que nos lleve hacia nuestro prójimo, para ayudarle en su dolor y en sus problemas. Nos tenemos que zambullir dentro de las palabras para transformarlas en vida. «Señor, enséñame tu rostro y que tu luz ilumine mi camino». Esto es lo hermoso de nuestra religión, hacer «vida» de toda palabra de Dios y esto se consigue con el silencio y la oración profunda para luego aplicarla a nuestro vivir y a nuestro comportamiento, sembrando mucho amor.
«Es el silencio donde se puede otorgar el justo significado a la comunicación para evitar verse sumergido por el volumen de la comunicación misma» (Benedicto XVI). Con este genial pensamiento, nuestro Santo Padre, gran conocedor de la realidad actual de la humanidad a nivel global, nos quiere decir que hay una estrecha vinculación entre el silencio, la palabra, la oración y la comunicación. Nos incumbe a nosotros los seguidores de Cristo, defender la Verdad y con la ayuda de los medios de comunicación contribuir a conservar y optimizar nuestros valores de siempre para el bien de la humanidad.