San Vicente, un hombre de humildad (VIII)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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  1. LA MOTIVACIÓN CRISTOLÓGICA

Para quien, como Vicente de Paúl, se ha propuesto seguir a Jesucristo y ha querido que sea Cristo la Regla de la Misión, la motivación teológica fundamental para vivir en humildad lb puede ser otra sino la práctica de Jesucristo: La santa humildad es la virtud propia de nuestro Señor. «La única base para sí y para los suyos, su única norma de conducta para llevar o cabo los grandes designios que la Providencia de Dios le había confiado, no ha sido otra que las máximas del Evangelio, de Ias que no ha querido distanciarse lo más mínimo ni por una corona ni por un imperio«.

Vicente de Paúl se ha propuesto contemplar atentamente ese hermoso cuadro que tenemos ante los ojos, ese admirable original de la humildad, nuestro señor Jesucristo y llegar a ser de los que buscan su dulzura y su consuelo en el servicio de Jesucristo, amando las tribulaciones y la cruz.

La contemplación de la humillación de Jesucristo por nos­otros hasta la muerte de cruz (¿No se dice de él que se cargó con lodos los pecados del mundo y que fueron nuestros crímenes los que le hicieron morir?, le lleva a pedir a Nuestro Señor que nos conceda a todos la gracia de amar la confusión y el oprobio, pensando en Nuestro Señor y en nuestras miserias. Por el con­trario, sería preferible ponerse a llorar cuando se nos aplaude, va que nuestro Señor ha dicho: Ay de vosotros cuando os bendi­gan los hombres….

Las consideraciones sobre la humildad de Jesucristo están muy presentes en la correspondencia y en las conferencias de san Vicente de Paúl:

“¡Admirable paciencia la de nuestro Señor! Fijaos en ese poste que sostiene todo el peso del techo; sin él, todo se derrum­baría; también Jesucristo nos ha sostenido en todas nuestras caí­das, nuestras cegueras y nuestra pesadez de espíritu. Todos está­bamos como aplastados de iniquidades y de miserias corporales y espirituales, y nuestro bondadoso Salvador se las ha cargado para sufrir su pena y su oprobio.

… Honrar la humildad de Nuestro Señor. Estos días pasados, como tema de mi meditación, pensaba en la vida común que Nuestro Señor quiso llevar en la tierra; y veía que El estimó tanto esa vida común y despreciada de los demás hombres que, para ajustarse a ella, se rebajó todo lo que pudo, hasta el punto (¡oh cosa maravillosa y que sobrepuja toda la capacidad del entendimiento humano!) que, aunque era la sabiduría increada del Padre eterno, quiso sin embargo predicar su doctrina con un estilo mucho más bajo y más vulgar que el de sus apóstoles”.

“Vea, le ruego, cuáles fueron sus predicaciones y compárelas con las epístolas y predicaciones de san Pedro, de san Pablo y de los demás apóstoles. Parece como si el estilo que usaba fuese el de un hombre de poca ciencia, mientras que el de sus apóstoles parecía como propio de personas que sabían mucho más que Él y lo que es aún más admirable, quiso que sus predicadores tuviesen mucho menos éxito que las de sus apóstoles; porque se ve en los evangelios que fue conquistando a sus apóstoles y discípulos uno a uno, y con mucho trabajo y fatiga, mientras que san Pedro convirtió a cinco mil en su primera predicación. Ciertamente, esto me ha dado más luz y conocimiento, según creo, de la grande y maravillosa humildad del Hijo de Dios, que ninguna otra consideración que jamás haya hecho sobre este tema”.

“Se trata pues, hermanos míos, de la santa humildad, tan estimada y tan recomendada por nuestro Señor, y que hemos de abrazar precisamente por recomendación y por consejo suyo. Si mandase hablar a alguno de la compañía, cualquiera que fuese, nos diría un montón de motivos y de razones para ello; también yo os podría decir algunos; pero para honrar lo que nuestro Señor dijo de esta virtud y sus sentimientos sobre ella, solamente te diremos que él mismo nos la recomendó: «Aprended de mí que soy humilde». Si fuera un apóstol, si fuera san Pedro o san Pablo el que nos diera esta lección, si fueran los profetas o algún santo, se podría decir que eran alumnos como nosotros; si fueran filósofos… ¡Ay! Ellos no han conocido esta virtud y Aristóteles nada dice de ella, a pesar de que habló tan bien de las demás virtudes morales. Solamente nuestro Señor es el que ha dicho y ha podido decir: … Aprended de mí, no de otro, no de un hombre, sino de un Dios; aprended de mí… ¿Qué quieres, Señor, que aprendamos? Que soy humilde. ¡Oh Salvador, qué palabra! ¡Qué eres humilde! Sí, yo lo soy, no sólo en lo exterior, por ostentación o por jactancia, sino humilde de corazón: no por una humillación ligera o pasajera, sino con un corazón verdaderamente humillado ante mi Padre eterno, con un corazón humi­llado siempre ante los hombres y por los hombres pecadores, buscando siempre las cosas viles y rastreras, y abrazándolas siempre cordial, activa y pasivamente. Aprended de mí cuán humilde soy, y aprended a serlo también vosotros”.

“La humildad es una virtud tan amplia, tan difícil y tan nece­saria, que nunca pensaremos bastante en ella; es la virtud de Jesucristo, la virtud de su santa Madre, la virtud de los mayores santos, y finalmente la virtud de los misioneros”.

Porque Jesucristo fue humilde, Vicente de Paúl no duda en proponer: Todos pondrán sumo empeño en aprender esta lección que nos enseñó Jesucristo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón… esta humildad, que con tanta insistencia nos recomendó Jesucristo.

 

  1. LA MOTIVACIÓN CARISMÁTICA

Puesto que la humildad es la virtud propia de nuestro Señor, Vicente de Paúl está convencido de que la humildad ha de carac­terizar su propio camino en seguimiento de Jesucristo y el cami­no de cuantos con él se han propuesto prolongar su misma misión en la tierra.

Virtud de Jesucristo, virtud de su santa Madre, virtud de los mayores santos, la humildad es también la virtud de los miembros de la Congregación de la Misión.

La humildad es… finalmente la virtud de los misioneros. Pero ¿qué digo? Sería mejor decir que deseamos tenerla; cuando digo que es la virtud de los misioneros, quiero decir que es la virtud que más necesitan y de la que han de sentir más ardiendo te deseo; pues esta ruin compañía, que es la última de todas, tiene que tener su fundamento en la humildad, como en su virtud propia; si no, nunca haremos nada que valga la pena, ni dentro ni fuera de ella. Sin la humildad, no hemos de esperar ningún progreso nuestro ni beneficio alguno para el prójimo. Oh Salvador, danos esta santa virtud, que es tan tuya, que tú mismo enseñaste al mundo y que quieres con tanto afecto. Y vosotros hermanos míos, sabed que el que quiera ser un buen misionero ha de esforzarse continuamente en adquirir esta virtud y perfeccionarse en ella evitando sobre todo cualquier pensamiento orgullo, de ambición y de vanidad, que son los peores enemigos con los que puede tropezar; hay que cortarlos en seguida de raíz apenas aparezcan, para exterminarlos, y vigilar con mucha atención para que no se cuelen en nuestra alma. Sí, lo afirmo sin duda alguna, si somos verdaderos misioneros, hemos de estar todos y cada uno muy contentos de que nos tengan por espíritus pobres y ruines, por personas sin virtud, que nos traten como ignorantes, que nos injurien y desprecien, que reprochen nuestros defectos, que digan que somos insoportables por nuestras miserias e imperfecciones”. “Dios mío, concédenos a todos la gracia de obrar de esta manera, para que la humildad sea la virtud de la Misión. ¡Qué virtud tan santa y tan hermosa! ¡Oh, pequeña compañía, qui amable serás si Dios te concede esta gracia!”. “Dios no nos ha enviado para tener cargos y tareas honorables, ni para obrar o hablar con pompa y con autoridad, sino para servir y evangelizar a los pobres, y realizar los demás ejercicios de nuestro instituto de una forma humilde, sencilla familiar”; “No es extraño que se piense que los individuos de una con­gregación, como Pedro, Santiago y Juan, tengan que huir de los honores y buscar el desprecio; pero la congregación y la comu­nidad, ¿tienen que adquirir y conservar el aprecio y el honor en el mundo? Pensad un poco, ¿pueden Pedro, Santiago y Juan amar y buscar con sinceridad y verdad el desprecio, mientras que la congregación, que no está compuesta más que de Pedro, Santiago, Juan y otros cuantos individuos, tiene que amar y bus­car el honor? No queda más remedio que reconocer y confesar que estas dos cosas son incompatibles; por tanto, los misioneros tienen que sentirse contentos, no sólo cuando encuentren algu­na ocasión de desprecio o de humillación en particular, sino también cuando se desprecie a su compañía; esa será una señal de que son verdaderamente humildes”.

La humildad es igualmente la virtud de las Hijas de la Cari­dad que prolongan la misión de Jesucristo en la tierra sirviendo a los pobres.

Mostradme una hermana en la que resplandezca la humil­dad… mostradme una hermana así y os diré de ella que es una verdadera hija de la Caridad. Al contrario, enseñadme una en la que no se advierta la humildad, que aspire a ser más estimada que las otras, que desee pasar por una persona de valía en la Compañía, llegar a altos cargos o ser sirviente, y entonces, ¡Sal­vador mío!, ésa es la raíz del orgullo, y del orgullo más necio, muy parecido al del espíritu maligno, que desea ocupar un lugar por encima de los demás. Una hermana que desee ser estimada, que en todo busque su propio provecho, que diga: «Tenemos tantos enfermos y estamos continuamente trabajando; pero, gra­cias a Dios, todo va bien», diciendo esto para ser estimada, ésa no es una hija de la Caridad. La verdadera hija de la Caridad es la que lleva el ropaje de la caridad y de la humildad, la que sien­te un gran amor al desprecio, la que cree que va a fracasar en lo que se le ordena y que lo estropea todo en donde está. Hijas mi si veis entre vosotras a una hermana así, decid: «Esa es una verdadera hija de la Caridad; nunca la hemos visto hacer o decir nada que pudiera tender a buscar la propia estima»… En cuanto a las otras que tienen las cualidades contrarias, aunque lleven eI hábito, os diré que no lo son en realidad. Llevan el nombre hijas de la Caridad, pero no tienen caridad, que consiste en buscar la estima de los demás más que la propia nuestra… La primera señal para ver si una hija de la Caridad es verdadera hija de la Caridad: si es humilde, si lleva esa hermosa vestidura, que es tan agradable a los ojos de Dios y de los hombres”.

CEME

Corpus Juan Delgado

 

 

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