San Vicente de Paúl y la Caridad (I)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

CREDITS
Author: .
Estimated Reading Time:

El servicio terrestre

EL CUADRO TEMPORAL Y EL MEDIO ESPIRITUAL

Nacido en 1581, bajo el reinado de Enrique III, en Pouy, en las Landas, Vicente de Paúl vio sin duda a Enrique IV en París entre 1608 y 1610. Frecuentó a Richelieu y asistió a Luis XIII en su lecho de muerte. Fuele familiar cuanto rodeaba a Ana de Aus­tria, a Mazarino, al canciller Séguier. Conoció a todos aquellos que velaron sobre los primeros años del joven Luis XIV. Cuando el 27 de septiembre de 1660, dejó el Señor Vicente definitivamente a los suyos, el gran Rey tomaba en sus manos los destinos de Francia.

A los ojos del joven Vicente que ensayaba a ocupar un puesto en la sociedad, Francia no era lo que es actualmente. El reino de Enrique IV no comprendía sino 4/5 de los 90 departamentos ac­tuales. Enclaves o señoríos extranjeros como el Condado Venasino, el territorio de Nevers, el de Flandes fracturaban reiterada­mente su unidad física. La población, pese a la elevada cifra de niños, de 10 a 12 por familia, permanecía estacionaria. Oscilaba entre 17 y 20 millones de habitantes. La grey humana se defendí: mal y era implacablemente diezmada por la mortalidad infantiL (50 %). Además, las guerras y las epidemias, invariablemente escoltadas por el hambre, asolaban metódicamente todas las provincias. En este país, privilegiado sin embargo, se envejecía de prisa: la edad media se situaba entre los 20 y los 25 años. Lo: burgueses, mejor nutridos y más protegidos, alzaban la media de su edad hasta los 40 ó 45 años.

Se come poco y mal. La carne es un lujo. Las legumbres, la sopa, el pan de salvado (candeal y centeno sembrados y cosechado: juntamente) para los campesinos, el pan de trigo o de centeno para los burgueses o los nobles, constituyen las minutas habituales. Es por lo demás una necesidad. El ganado es insuficiente y la tierra, falta de abono, mal laboreada por los arados de madera produce muy poco. Un año de cada dos se dejan las tierras en bar hecho. En cuanto se declara una plaga, es invencible por razón de la pobreza de los medios de transporte. Por eso las epidemias y las hambres siegan hasta el 30 y el 40 % de la población de ciertas provincias.

A este ya sombrío cuadro, hay que añadir las ruinas de laguerra. Las tropas reales y los imperiales surcan las provincias donde cicatrizan mal las llagas de las guerras de religión. Lorena. Picardía y Champaña son entregadas al saqueo y un reportero imaginario, Jacques Callot, nos informa de los resultados espeluznantes de estas aventuras guerreras. Las guerrillas de las que habla poco la historia general no son menos nefastas. Esporádica. mente, desorganizan y empobrecen la población paralizando el trabajo. Antes de que pase sobre la capital un viento de Fronda toda Lorena se agita confusamente. En 1633, los campesinos lioneses saquean los despachos aduaneros. En 1634, el pueblo de Rouen devasta la casa de los «Fermiers». Cinco años más tarde en este mismo Rouen, son los tintoreros y pañeros quienes tomar por asalto la casa de Le Tellier, percibidor de las gabelas. Luis XII y Richelieu enviarán al mariscal Gassion con 4.000 hombre para reducir a Caen y a Rouen a la obediencia. Pero en 1639 Normandía es recorrida aún por los vanupieds 1. Las demás provincias, y en particular Limousin, Angoumois, Poitou, Gascu­ña, Périgord, no están quietas.

Este pueblo subalimentado, maltratado, y con frecuencia agitado, no puede alcanzar un elevado nivel cultural. 3/4 de la población masculina y 9/10 de la población femenina son comple­tamente analfabetos. Traduzcamo: solos dos o tres millones de habitantes saben leer y escribir.

Semejantes condiciones económicas y culturales favorecen los cambios de opinión rápidos y colectivos. En unas semanas, fa­milias, poblados, señoríos, abandonan la fe católica o abjuran del protestantismo. Soliviantan a las poblaciones profetas ambu­lantes, mesías de pacotilla desencadenan el entusiasmo y se eclip­san lo más a menudo en un profundo olvido. Se multiplican los dramas y pánicos hechiceriles. Los simples creen con beatería en lo maravilloso, se intranquilizan por la posesión diabólica, quedarán fascinados ante un fenómeno insólito. Cualquiera que sea su objeto, el creer no desfallece en los medios rurales. Pueden violarse las leyes morales, no se cuestionan. La gracia y la razón, las exigencias vitales y la presión del poder político se aúnan para mantener su valor práctico.

Lentamente, la fisonomía social de Francia evoluciona. La nobleza, primer orden de la nación, se extenúa en facciones y pierde cada año 220 miembros en duelos. Financieramente, se empobrece y por eso, cuando el poder real se debilita, blande reivindicaciones que calmará de inmediato un poco de dinero. Apasionadamente, Richelieu se derrocha para reducirla. Da pábulo a una solidaridad nacional. Aleccionado y seducido por la prosperidad de España, de Inglaterra, de Holanda, hace todo lo que puede por favorecer el comercio y la marina. De agraria y feudal, Francia está en trance de hacerse burguesa; capitalista y mercantil. Richelieu logra, como observa Victor Tapié, des­bloquear la Francia medieval y abrirle perspectivas muy amplias.

El segundo orden, el Clero católico, es en esencia el gran pro­pietario del país. Dos tercios del territorio le pertenecen. Es él quien más generosamente financia las guerras religiosas. Esta gran potencia reúne 123 obispados. No hay menos de 152.011 iglesias o capillas y 4.000 conventos. Estimábase en 1660 que había 266.000 eclesiásticos, 181.000 religiosos o religiosas.

Aun así el nacimiento y el rápido progreso del protestantismo inquietaron al alto clero y a los «espirituales». En medio siglo, la «religión que se pretendía reformada» conquistó un millón de adeptos. Esa posee 700 templos y forma sus ministros en las aci demias de Saumur, Montauban, La Rochelle. La ofensiva es tanto más seria cuanto que el clero está entregado a los caprichos y abusos de la encomienda. 815 abadías y 280 prioratos tienen titulares movidos principalmente por intereses financieros. En cuanto a los Obispos nombrados por el Rey y a veces en edad temprana, aun cuando lamenten el estado de sus diócesis, ningún remedio pueden procurarles. A nivel de parroquia, subsisten los buenos sacerdotes y sobre ellos se apoyan los reformadores. Au así, es muy elevado el porcentaje de los ignorantes y de los  mediocres. ¿Cómo alimentar la fe y salvaguardarla eficazmente en estas condiciones? Los sacerdotes, declaran unánimemente Vicente de Paúl y Bourdoise, Olier y Saint-Cyran, son responsable del estado de la Iglesia.

En todo caso, las estructuras sociales son sólidas y permanecen intactas. Las élites se organizan y, en este principio de siglo cuando las grandes abadesas, Angélica Arnauld, María de Beauv lliers, Margarita d’Arbouze, están en sus puestos, se constituye retículas de influencia. Su actividad, mucho más pura que en tiempo de la Liga, logra afirmarse duraderamente en la vid social. Así es como en París, entre 1598 y 1648, pese a la enemiga de los Estados Generales (1614), del Parlamento (1626), de Luis XII (1629), se fundó un centenar de conventos. Aun mutilada, la Iglesia continúa vivaz y vivificante.

Paradójicamente, es un nuevo peligro el que va a favorecer la reagrupación de las fuerzas morales. La corriente libertina, que avanzaba sordamente en el siglo XVI, se afianza ahora con una cierta insolencia. Inquieta al poder, escandaliza a los simples, estimula a los espirituales. «Hay 50.000 ateos en París», gime el Padre Mersenne que es sin duda víctima de su imaginación asustada. ¿Qué importa? Después del proceso de Viau (1623) está alertada la autoridad real. La visión de una Iglesia que se retira del Occidente acosa periódicamente a ciertos espíritus. Angélica Arnauld, Saint-Cyran, Mons. De Ginebra, san Vicente de Paúl, se interrogan acerca de los destinos católicos de Europa. Mo­mentos hay en los que el sabio y prudente Señor Vicente piensa que en cien o ciento cincuenta años, puede no haber ya Iglesia en este rincón del planeta… y este pensamiento estimula su celo por las misiones en tierra infiel.

La tarea es inmensa. El sector rural y prácticamente inculto de la población no puede a esta hora beneficiarse del admirable esfuerzo de Bérulle o de los contemplativos. Nuevas congrega­ciones religiosas trabajan sin duda con valentía. Los Jesuitas, en París, tienen no menos de 2.000 alumnos en el colegio de Clermont. Los Capuchinos predican y misionan sin pausa. Se des­arrollan a maravilla comunidades docentes como las Ursulinas. Una literatura religiosa adaptada a todas las condiciones ad­quiere una extensión considerable. La Introducción a la vida devota de Francisco de Sales, La ocupación interior de un alma devota del Padre Coton, se difunden ampliamente. La Imitación de Cristo se imprime una o dos veces cada año y el Combate espi­ritual no es solamente el vademecum de Francisco de Sales: lo adoptan las almas fervientes. A pesar de todo, el pueblo llano está con demasiada frecuencia abandonado. Los protestantes lo saben y se aprovechan de ello. Vicente de Paúl no duda en de­clarar que perece en la ignorancia y la miseria. Ha nacido para este pueblo inculto y abandonado. ¿Lo sabe ya? Hacia él avanza en todo caso… pero dando algunos rodeos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *