San Vicente de Paúl (la esclavitud en Túnez) (II)

Francisco Javier Fernández ChentoEn tiempos de Vicente de Paúl, Formación Vicenciana, Vicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Jean Guichard, C.M. · Traductor: Máximo Agustín, C.M.. · Año publicación original: 1937 · Fuente: Desclée de Brouver.
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III. La captura en el mar

La persecución de la herencia de la «buena anciana» había terminado y había tenido el más feliz de los éxitos. El joven Vicente, en posesión de una pequeña fortuna, satisfecho, estaba presto para el regreso. Iba a dirigirse al puesto de caballos que hacía el servicio de los viajeros entre Marsella y Toulouse, cuando ante la propuesta de un gentilhombre compañero de hospedería, cambió súbitamente itinerario y se inclinó por el viaje por mar. Una barca los conduciría a Narbona, más rápida y menos cara; allí, los viajeros  tomarían la diligencia para Toulouse.

Narbona, durante el periodo romano era una de las ciudades más pobladas, más opulentas del mediodía de la Galia. Su comercio se extendía a lo lejos, gracias a su puerto unido al mar por un amplio canal que atravesaba la laguna situada entre sus murallas y la costa. Además, en este momento, el río del Aude pasaba bajo sus muros, alimentaba el canal de comunicación hacia el mar.

No fue hasta varios siglos después, en 1340, como consecuencia de los aportes de barro, cuando el río cambió bruscamente de curso. Abandonando su antiguo lecho y la gran ciudad, se abrió paso en la dirección de Coursan y del lago de Vendres.  Narbona fue de esta manera, durante varios siglos, aislada de las vías de navegación. En el siglo XVII, se abrió el canal de la Roubine, que partiendo de Moussoulens, ponía en relación el río con a ciudad y ésta con el mar.

El joven Vicente, en sus cálculos, se había olvidado de prever el encuentro posible de los corsarios. Fue esta hipótesis no prevista la que se realizó.

Un viento favorable los llevó, desde la salida del viejo puerto, con tal rapidez que en un día habrían franqueado las cincuenta leguas que separaban las dos ciudades.

«Si Dios, dice él, no hubiera permitido que tres bergantines turcos, que costeaban el golfo de Lion, para atrapar las barcas que venían de Beaucaire, donde había feria que se tiene por una de las más hermosas de la cristiandad, no nos hubieran dado la carga y atacado con tal furor que habiendo herido a dado muerte a dos o tres de los nuestros y herido a los demás y a mí también, que recibí un flechazo que me servirá de reloj para el resto de mi vida».

Ante este violento ataque y en presencia de las fuerzas superiores que tenían delante, se vieron obligados a rendirse. Los corsarios no se habían esperado semejante resistencia por parte de una barca de viajeros. El valiente piloto que se había defendido heroicamente contra los bergantines, les había infligido grandes pérdidas: uno de los principales jefes turcos fue muerto con otros cuatro o cinco forzados de su chusma. Desde que se dio el asalto, los corsarios, como tigres, se lanzaron contra el piloto al que hicieron pedazos y arrojaron al mar.

Según una tradición constante, los corsarios tienen costumbre de perdonar a la tripulación de una barca atacada que no se defiende con las armas. Todos los relatos de cautividades son unánimes en este punto. Los Turcos han llegado incluso, en ciertas circunstancias, hasta hacer la distinción entre una barca que se defiende y otra que se rinde: declarar ante las autoridades consulares, a la primera de buena captura, y dejar la libertad a los ocupantes de la segunda.

Parece que actuaron así en esta ocasión. En primer lugar, hicieron expiar al piloto responsable, con una muerte inmediata y violenta, la audacia y la tenacidad de su resistencia. En segundo lugar, como el autor de la carta nos lo recuerda algo más adelante, declararon la barca buena captura y redactaron un proceso verbal en el caso «que decían había tenido lugar en un barco español, porque sin esta mentira, añade Vicente, habríamos quedado libres por el cónsul que el rey tiene allí para liberar el comercio a los franceses».

Una cosa, entre otras, es notable en esta carta. y es que todas las informaciones históricas que se contienen en ella están de acuerdo con los hechos conocidos. Tendremos ocasión de demostrarlo a medida que se desarrollen los acontecimientos.

Así, para comenzar, los datos sobre la feria de Beaucaire son del todo exactos.

«Beaucaire, anota Germer-Durand, ha sido célebre por su feria, ya mencionada en un acta del cartulario Franquevaux. Se le concedieron los privilegios, se refiere, en 1217, por Raymond VI, conde Toulouse.

«La existencia de la feria de Beaucaire, cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos, ha escrito Charles Lenthéric, se ha perpetuado a través de los siglos hasta nuestros días.

Al comienzo del siglo XVII, dice a su vez Théodore Fassin, Beaucaire seguía siendo el mercado central de los productos llegados del Levante. La feria se abría cada año el 22 de julio y traía a esta ciudad por las diversas bocas del Ródano de todos los puertos vecinos y mucho más lejos un número incalculable de barcas. Al partir, las que tomaban la dirección del mar se escoltaban entre ellas o se hacían acompañar por galeras para protegerse en caso de ataque. Los piratas levantinos o berberiscos acechaban su paso situados al acecho a lo largo de las costas, no lejos de las desembocaduras del Ródano».

Los tres bergantines que sorprendieron la barca que llevaba a Vicente y a sus compañeros había sido atraídos hasta allí con la esperanza de buenas capturas.

Que los corsarios de África hayan podido llevar sus incursiones hasta las costas de Provenza sin miedo a una respuesta de las galeras de Marsella, no es desgraciadamente sino demasiado verdadero.

Por falta de una política fuerte y común contra ellos, por parte de las naciones cristianas ribereñas del mediterráneo (Francia, España, Nápoles, Venecia, Santa Sede, Malta), los Turcos se quedaron dueños no contestados del mar. Vemos de vez en cuando las galeras cristianas tomar alguna ventaja en algunos encuentros aislados; nunca hasta 1683, a pesar de todos los planes establecidos, sugeridos, propuestos, ningún ataque general tuvo ligar contra las posiciones de los corsarios. El bombardeo del puerto y de la ciudad de Argel por Duquesne, en 1683, fracasó, como había fracasado la invasión de Carlos Quinto, un siglo antes. Habrá que esperar al siglo XIX y la expedición de 1830, seguida de la conquista, para poner término a ello.

Gabriel Hanotaux se expresa así en su Histoire du Cardinal de Richelieu:

«Una queja indefinidamente repetida es el leitmotiv del comercio de Marsella y de toda la costa francesa, en la primera mitad del siglo XVII. La piratería hacía el uso de estas aguas poco menos que impracticable. Richelieu aconsejando al rey, en su Testament politique, la construcción de una flota de galeras, escribe: ‘Esta fuerza no sólo mantendrá a España sujeta, sino que logrará que el gran Señor y sus súbditos, que no miden el poder de los reyes alejados más que por el que ellos tienen sobre el mar, tendrán más cuidado del que han demostrado hasta el presente de mantener los tratados hechos por ellos. Argel, Túnez y toda la costa de Berbería respetarán y temerán vuestro poder, en lugar de despreciarlo con una infidelidad increíble como lo han hecho hasta ahora.

Tal era la situación, continúa el ilustre historiador: tratados, capitulación, protectorado católico, misión, comercio, todo estaba sometido al capricho de la Puerta y de los príncipes africanos, sobre los cuales el Sultán reclamaba una autoridad, por otra parte discutida por ellos mismos y sin responsabilidad. Túnez, Argel, Marruecos, es decir las regiones musulmanas medio independientes que hacían frente a Marsella consideraban las aguas del Mediterráneo y de sus orillas cristianas como un campo entregado a sus rapiñas».

Hecho esto, prosigue el joven Vicente, nos encadenaron después de vendarnos torpemente, prosiguieron su plan, cometiendo mil robos, concediendo sin embargo la libertad a los que se habían entregado sin combatir, después de robarles. Y por último, cargados de mercancías, al cabo de seis o siete días, emprendieron la ruta de Berbería, guarida y madriguera de ladrones, sin contar con el Gran Turco, , donde una vez llegados, nos expusieron a la venta».

Siendo el plan de las capturas hacer esclavos que tienen un valor venal en el mercado, y recoger la mayor parte de mercancías posibles para sacar provecho, los corsarios ponen todo interés en vendar a los heridos para que las heridas no se envenenen y no causen la muerte.

A pesar de estas heridas, los cautivos están encadenados, y apartados no sobre la cubierta o el puente del navío sino en una parte reservada a las capturas en algún rincón de la cala donde la vigilancia es más fácil y el peligro de evasión menor,  en caso de persecución o abordaje por navíos cristianos.

El ataque había sido hecho por tres bergantines. Es probable que según la costumbre los cautivos fueron repartidos por igual en los tres barcos.

Los corsarios tenían interés en navegar con ruta fija. Eran más fuertes para el ataque y también para el contraataque si se presentaban galeras enemigas. Podían también prolongar su salida en curso y hacerla más fructuosa.

Siendo dueños del mar, los tres bergantines no tenían más que buscar a su presa. Avanzaban con precaución, «prolongando su curso», por las rutas ordinarias de navegación, donde estaban seguros de encontrar barcas  a las que pirateaban y robaban a cual mejor.

Argel, Túnez son los principales apostaderos de estos piratas de mar.

La ciudad de Argel está construida en todo lo alto de un promontorio elevado. Tiene un cinturón poderoso de murallas que la hacen inconquistable. Su puerto está protegido por obras avanzadas, y por una torre armada de varias líneas de cañones.

Túnez, por su parte, está escondida al fondo de un lago, a tres leguas del mar. Los grades navíos no pueden acercarse a ella y deben detenerse delante de La Goulette. Allí los esclavos descienden de la embarcación y son embarcados en un sandal o chalana plana en la que atraviesan el lago.

Los cónsules franceses establecidos en estas dos ciudades y encargados de hacer observar las capitulaciones y los tratados de paz entre Francia y Turquía, era a menudo engañados. Se trataban falsos procesos verbales de captura. Cosa que sucedió a Vicente y a sus compañeros: se declaró que la captura había sido hecha a un barco español.

El cónsul no tenía medio de controlar. Siendo los más fuertes, los corsarios imponían siempre su manera de ver. El Rey de Francia como el Gran Señor se encontraba demasiado lejos para ser temidos. Podían establecer entre sí acuerdos y tratados. Los argelinos y berberiscos no los reconocían. Seguían siendo los dueños en su casa, su ley era su propia voluntad.

IV. La venta

En una de las páginas más exquisitas de la carta, Vicente describe esta venta:

«Su procedimiento para vendernos fue que una vez que nos hubieron despojado desnudos del todo, nos entregaron a cada uno un par de zaragüelles, una casaca de lino, con un gorro, nos pasearon por la ciudad de Túnez, adonde habían llegado expresamente para vendernos. Nos hicieron dar cinco o seis vueltas por la ciudad, con la cadena al cuello, nos devolvieron al barco con el fin de que los compradores vinieran a ver quién podía comer y quién no, para mostrar que nuestras heridas no eran mortales en absoluto. Tras lo cual, nos reunieron en la plaza donde los comerciantes vinieron a visitarnos, de la misma manera que se hace para comprar un caballo o un buey, nos hacían abrir la boca para visitar nuestros dientes, papándonos los costados, sondeando nuestras llagas, haciéndonos caminar al paso, trotar y correr, luego sostener cargas y luchar para ver la fuerza de cada uno, y mil otras suertes de brutalidades».

¡Cómo se siente al llegar aquí que, para los pobres cautivos, este era el momento más penoso y más humillante de su esclavitud!

Todos los que han descrito estas ventas por haber sido testigos o actores nos lo repiten. Ya en el momento de su captura en el mar, todos los esclavos habían sido despojados de sus ropas por los Turcos. No les había quedado más que una camisa y un pantalón.

Aquí, en el mercado se los expone en toda su desnudez. Luego se los reviste del traje de los esclavos: calzones, casaca, gorro y se los llevan a la ciudad a la que dan cinco o seis vueltas, con la cadena al  cuello. Todos los que desean hacerse con un esclavo se informan bien de esta manera. Saben dónde se hace la venta. A la hora fija, serán fieles a la cita.

Entretanto pueden enterarse  de las fuerzas y de la gravedad de sus llagas, yendo a la chalana que les ha llevado de La Goulette (la bocana) y que está amarrada a la Marine. Allí es donde se les distribuye el alimento.

«El alimento que nos dan, escribe Bonnet, consiste para cada día en dos panes negros y agua tan sólo, a lo que había que acomodarse como los demás. Yo en sé que virtud tan particular tienen estos panes, pero no podrían quedarse en el cuerpo. No hacen más que pasar. Con eso, sucede que la mayor parte de los esclavos son sanos, gallardos y robustos. Y, en cuanto a mí, no recuerdo haber tenido la menor enfermedad en los dieciocho meses en que fui sometido a un trato tan malo, tan diferente de las comodidades en las que había sido criado siempre».

El examen del esclavo por el comprador es en todo parecido al que se hace con un caballo o un buey.

Los autores jansenistas han tratado muy pronto de arrojar el descrédito sobre esta escena descrita por el joven Vicente.

Musson, en 1752, se atrevió a escribir:

«Fue vendido en este lugar como esclavo a un médico empírico. Él mismo refiere el detalle de esta venta de manera totalmente ingenua y jovial: diríais que la habría copiado de Luciano, en el relato que hace de su Asinus, de la pretendida venta en Béroé, ciudad de Macedonia, cuando tras la metamorfosis fabulosa, se ganó desde el primer día las gracias de su amo. Veréis las relaciones del uno con el otro. Uno fue vendido a unos charlatanes, el otro a un empírico. ¿Cuál de los dos maestros es preferible?».

Ése es el hecho. El joven Vicente fue vendido como esclavo en el mercado de Túnez y si narración concuerda perfectamente con los relatos anteriores o posteriores, que nos describen las brutalidades que acompañaban siempre a la venta de los cautivos cristianos, tras ser capturados en el mar.

¿Podríamos saber qué pasó con los tres bergantines?

De vuelta a Túnez, después de su larga carrera, en los primeros días de agosto de 1605, los jefes que los mandaban, una vez vendidos los esclavos y  liquidadas las mercancías, frutos de sus pillajes, se tomaron unas semanas de descanso para dar un aliento a sus hombres de tripulación y reparar los daños recibidos en los ataques. Para ello, llegaron a Porto-Farina, su puerto de matrícula.

Mas queriendo antes del invierno hacer nuevas salidas dirigieron su ruta hacia las costas de Sicilia. Estas orillas estaban más cerca que las de Provenza, pero también más vigiladas y mejor defendidas. Los corsarios fueron sorprendidos, de improviso, por las galeras de Malta, en el canal que separa esta isla de Sicilia. Dos bergantines cayeron en manos de los caballeros con todos los Turcos que mantenían sus barcos, con un total de cincuenta y cuatro hombres. Era el 6 de octubre de 1605. El tercero que sin duda había podido escaparse fue preso el 25 de noviembre siguiente, en las costas de Palermo por las mismas galeras de Malta.

Así terminó este trío peligroso se bergantines, armados para la carrera contra los cristianos.

V. Al servicio de un pescador

Vicente esclavo tuvo cuatro amos en el espacio de dos años. Nada tendrá de extraño si se admite que, para los Berberiscos, la compra de un esclavo era un gran negocio pecuniario.

Fue un pescador quien le compró en primer lugar en el mercado de Túnez. Dueño de una o varias barcas, este hombre debía salir todos los días a la bahía de Túnez para ejercer su oficio. La Goulette era su puerta de atraque. Hoy todavía existe, en La Goulette, un puerto de pesca bastante importante. En verano salen diariamente una cincuentena de grandes barcas de vela, montadas cada una de tres o cuatro marineros. Avanzan hasta alta mar bogando ruta fija, de dos en dos, y arrastrando todo el día la red tensada.

El golfo de Túnez, al abrigo al oeste de las alturas que dominan Porto-Farina, y al este por la cadena del Cap-Bon, para la pesca del atún.

Los vientos del noroeste bastante fuertes que dominan este mar interior permiten una salida bastante fácil hacia la punta del Cap-Bon, para una larga ruta diaria y un regreso rápido con la brisa en popa por la tarde antes de anochecer.

Muy raramente son sorprendidas las barcas por la caída de la brisa y por la bonanza que las inmoviliza en el mismo lugar.

La maniobra de la barca y de la red exigen brazos vigorosos.

El buen aspecto del joven había impresionado al pescador de La Goulette que le compró. Creía haber hecho una adquisición rica para la explotación de su industria.

Por desgracia, Vicente no soportaba el mar. Al menor oleaje que levantaba la embarcación su estómago se levantaba también con agudos sufrimientos hasta el punto de hacerle incapaz de movimiento y totalmente inadecuado para el trabajo especial para el que le había comprado.

El pescador tomó el partido de desprenderse de él para poner en su lugar a un nuevo esclavo más resistente.

VI.  Con el médico espagírico

Por medio de traficantes judíos, Vicente fue comprado por un viejo, médico espagírico que necesitaba de un ayudante para el mantenimiento de sus hornos.

El retrato que nos traza Vicente de esta sabio investigador es muy curioso. Nadie ha logrado nunca, en tan pocas líneas, reunir tantos rasgos y colores para pintar de personaje parecido… escuchémosle narrar su extraña aventura:

«Fui vendido a un pescador, que se vio obligado bien pronto a deshacerse de mí, por no tener nada tan contrario como el mar, y luego por el pescador a un anciano, médico espagírico, soberano extractor de quintas esencias, hombre muy humano y tratable, el cual, por lo que me decía, había trabajado cincuenta años en la búsqueda de la piedra filosofal, y en vano en cuanto a la piedra, pero muy felizmente en otra clase de transmutación de los metales. En fe de lo cual, le vi con frecuencia fundir tanto oro como plata juntos, hacerlos pequeñas láminas, y después preparar un lecho de unos polvillos, luego otro de láminas y otro de polvos en un horno o vaso de fundir de los orfebres, mantenerlo al fuego veinticuatro horas, después abrirlo y encontrar que la plata se había convertido en oro; y con mayor frecuencia todavía congelar o fijar plata viva en plata fina, que vendía para dárselo a los pobres. Mi ocupación era mantener el fuego en diez o doce hornos; en lo que, por gracia de Dios, yo no sentía más pena que placer. Me quería mucho y se complacía otro tanto en discutir conmigo sobre alquimia y más de su ley a la que hacía todos los esfuerzo del mundo para atraerme muchas riquezas y todo su saber».

Que nadie se extrañe de encontrar en Túnez una oficina de médico espagírico y de alquimista. No era con toda seguridad la única en aquella época. El estudio de estas cuestiones secretas, nacido en Oriente, allí estaba a la orden del día.

El nuevo amo de Vicente,-hombre muy humano y tratable,- no tardó en darse cuenta de la alta inteligencia y la cultura de su joven esclavo, le quería mucho y discutía con él de alquimia.

Se le ocurrió la idea de hacerle heredero de sus secreto y de su fortuna.

Con una condición, sin embargo, que renunciara primero a su fe cristiana y abrazar la ley de Mahoma. Si el patrón hubiera obtenido esta victoria sobre su esclavo, él aseguraba su propia salvación, según la promesa del Corán, y encontraba el medio de legar su ciencia a un discípulo, ya adepto, lo que permitía llegar a buen fin a gran parte de problemas que no habían tenido aún solución.

La habilidad de Vicente se muestra aquí con todo su esplendor supo defender su fe sin irritar al buen anciano, y cerró los ojos a sus prácticas de la fe de Mahoma, y hasta de las supersticiones, contra las que, -en su calidad de esclavo- no podía obtener nada.

Puso toda su atención, toda su inteligencia en la parte puramente de los trabajos de su amo, sin desinteresarse de nada, participando en su obra, echando una mano a los experimentos, poniendo sus cuidados en los enfermos que venían a la consulta y amasando así una suma respetable de conocimientos que le proporcionarán, en su vida posterior, la ocasión frecuente de aplicaciones sabias e inesperadas.

Como todos los médicos de su tiempo, este anciano fue a la vez: médico, alquimista, físico, charlatán.

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