Salónica 1897

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

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Author: Sr. Hendre, C.M. · Year of first publication: 1899 · Source: Anales españoles, 1899.
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El Almanaque parroquial de la Comunidad de Salónica para el año de gracia de 1898, publicado por el celoso Misionero y Cura Sr. Hendre, in­serta las siguientes noticias sobre el origen y las funciones de esta Misión:

ORIGEN

Se ignora la época cierta en que los europeos comenza­ron a establecerse, después de las cruzadas, en Salónica. Parece que hacía ya mucho tiempo la habitaban cuando fue cedida la ciudad a los venecianos en 1423 por Andró­nico Paleólogo, hermano de Constantino, último Empera­dor de los griegos.

En el tiempo de la ocupación tenía, seguramente, la ciu­dad iglesias de rito latino; sin embargo, hoy día no existe rastro de ello, lo que mueve a creer que los venecianos se apoderarían para su rito de algunas de las muchas iglesias griegas que poseía Salónica.

Habiéndose apoderado Amurat II, Emperador de los tur­cos, de la ciudad en 1431, por traición, según se asegura, de los Monjes de Tchaonch-Monastir, toda la colonia euro­pea se vio precisada a alejarse, y es probable que el rito católico estuvo suspenso durante algunos años. Mas ha­biendo tenido relaciones amistosas los Reyes de Francia con los Sultanes de Constantinopla, los comerciantes fran­ceses se establecieron en buen número en las diferentes escalas de Levante. Habiéndose quemado los Archivos de la Cancillería francesa de Salónica en 1839, ignoramos la época precisa del establecimiento del Consulado francés en la capital de Macedonia. Los registros de la Misión sólo llegan al año 1702, en que los Padres Capuchinos, siendo Ca­pellanes del Consulado francés, estaban encargados al mis­mo tiempo de la cura espiritual de los católicos residentes en la ciudad. Los Padres Jesuitas, residentes en Constanti­nopla desde 1583, visitaban a menudo a los católicos de Ma­cedonia e islas adyacentes. En una visita que hicieron a Salónica en los primeros años del siglo XVII, les suplicaban con instancia los negociantes franceses que fundaran allí una casa para la instrucción de la juventud. Acogieron los Padres la petición y se empezaron negociaciones para sus­tituir a los Capuchinos por medio de Jesuitas, lo cual tuvo lugar el 7 de Julio de 1706, en virtud de un rescripto del Rey, en que nombraba a los Padres de la Compañía de Je­sús Capellanes del Consulado, en lugar de los Capuchinos. Los Jesuitas residieron en Salónica con este título hasta 1740, en que la Sagrada Congregación de Propaganda Fide eri­gió la Misión en Parroquia, de la cual quedaron encargados los Padres como Curas.

Con esto cesó de hacer el oficio de Parroquia la- capilla del Consulado, y en 1742 los Padres erigieron una iglesia parroquial en el patio comprendido entre el Consulado y la Misión. Esta iglesia fue quemada juntamente con el Con­sulado en 1839, sin que quedase más que una porción, que ha servido desde entonces de sacristía de la iglesia parro­quial, reconstruída en 1867 por la diligencia de Mons. Bo­netti: este año, al cavar para la cripta actual, se ha encon­trado la primera piedra de la antigua iglesia.

Los Jesuitas dirigieron esta Misión hasta 1773, en que fueron suprimidos por Clemente XIV. El Decreto de supre­sión de la Compañía fue notificado a los Jesuitas de Saló­nica por Mons. Bavestrelli, Arzobispo de Eraclea, entonces Vicario apostólico patriarcal de Constantinopla, que les autorizó para tener Cura espiritual de los católicos de esta escala, pero en calidad de simples Misioneros y bajo su inmediata jurisdicción, lo cual ellos ejecutaron hasta la llegada de sus inmediatos sucesores, los Lazaristas, en 1783. He aquí las circunstancias del hecho:

Las Misiones de Levante, dirigidas por los Padres Jesui­tas, desaparecían de día en día por falta de misioneros que relevasen a los que morían o se retiraban; el Embajador francés en Constantinopla representó a su Gobierno, algu­nos años después de la supresión de la Compañía, que era necesario reemplazar los Jesuitas por otra Congregación religiosa. Habiendo considerado estas razones, el Papa Pío VI, siguiendo la propuesta de Luis XVI, confió la di­rección de las fundaciones francesas de Levante a la Con­gregación de Padres de la Misión, conocidos bajo el nom­bre de Lazaristas (porque tuvieron su casa primera y prin­cipal en la antigua abadía de San Lázaro en París, 1625). El Decreto de la Propaganda en que se sustituyó a los Jesui­tas data del 22 de Noviembre de 1782.

El Sr. Vignier, , que antes había sido Prefecto de las Mi­siones de Argel, fue nombrado por el Sr. Cayla, a la sazón Superior General, Superior de las Misiones de Oriente, y llegó a Constantinopla en 19 de Julio de 1783, acompañado, entre otros Misioneros, del Sr. Demande.

No pudiendo el Superior General de la Misión disponer de número suficiente de sujetos para tomar inmediata­mente posesión de todas las residencias de los Jesuitas, de­cidió ocupar por de pronto las más importantes, a saber: Constantinopla, Esmirna, Salónica, Santorín y Naxia. El Sr. Demande fue enviado como Superior a Salónica y sustituído después en 1786 por el Sr. Pecquot, y éste después, en 1789, por el Sr. Carapelli. En tiempo de la revolución francesa tuvo que sufrir mucho el Sr. Carapelli de los fran­ceses residentes en Salónica. Estos quisieron apoderarse de la casa, lo cual le obligó a ponerla inmediatamente por acta simulada en nombre de la señora Abbott y poner su persona bajo la vigilancia del Sr. Cámara, Cónsul de Aus­tria en Salónica; también se le obligaba a prestar juramento a la Constitución civil del Clero, a lo cual se negó constan­temente.

Restablecido el orden en los negocios de Francia en fa­vor de la Religión, y restablecidas las relaciones con la Puerta en tiempo del consulado de Bonaparte, el Sr. Cara­pelli volvió la fundación como antes, es decir, al protecto­rado francés, y continuó gobernando la Misión hasta el año de 1808, en cuyo tiempo fue sustituido por el Sr. Gentilhome, hasta 1814. Este mismo año fue vuelto como Supe­rior a Salónica, donde permaneció hasta su muerte, acae­cida en 1817, según se cree, en la epidemia de la peste. Tuvo el desconsuelo de verse privado en su muerte de los Sacramentos de la Iglesia, pues no había en Salónica nin­gún otro Sacerdote católico, muriendo así quien había tra­bajado con tanto celo y satisfacción general durante cerca de veinticinco años.

Por este tiempo comenzaba apenas la Congregación a levantarse de entre sus ruinas. Los pocos individuos que habían sobrevivido a la tormenta revolucionaria, trabaja­ban penosamente para reconstruir el edificio arruinado de la Obra de San Vicente. Lejos de enviar personal al extran­jero, apenas tenían para proveer, a las tres Casas que te­nían en Francia, del número suficiente de sujetos. Las Mi­siones se encontraban consiguientemente descuidadas, y la Congregación tenía pocos representantes en Oriente. Así que el Sr. Renard, entonces Viceprefecto de las Misiones del Oriente, se vio imposibilitado, a la muerte del Sr. Ca­rapelli, de enviar quien le sustituyese, siendo necesario con- liar la Misión a dos Sacerdotes seculares, el Sr. Tromba y el Sr. Isodoro, hasta 1822. En el mes de Marzo de este año llegó el Sr. Falguieres, Sacerdote joven, como Superior de Salónica, donde permaneció hasta 1830, es decir, cerca de ocho años, en cuyo tiempo pasó a Naxia, sucediéndole como Superior el Sr. Decamps. Este Misionero hizo mucho bien en Salónica, sabiendo en particular merecerse el aprecio de la población por su celo en la instrucción de la ju­ventud, a la cual consagraba todo el tiempo de que podía disponer, después de cumplidas las otras obligaciones. Des­pués de dos o tres años comenzó a resentirse su salud, cau­sando en los Superiores vivas inquietudes, pues tenían mu­cho deseo de conservar para la Compañía un sujeto joven todavía y capaz, y por eso creyeron conveniente darle otro destino. En efecto; durante el año 1837 fue enviado como Superior a Naxia, donde dirigió la Misión durante nueve años; y después, en 1846, a Smirna, para reemplazar al se­ñor Daviers, Superior difunto. Su última etapa fue Escutari de Asia, sucursal de la Misión de Constantinopla, donde murió lleno de días y méritos hacia el año 1872.

El sucesor del Sr. Decamps en Salónica fue el Sr. Boubrey, que gobernó esta Misión hasta 1843. a su salida fue con­fiada a un Sacerdote secular, natural de Syra, D. Leonardo Vacondio, que había otras veces sustituido al Sr. Boubrey durante algunos meses de ausencia que hizo al principio de su permanencia en Salónica. Este eclesiástico, muy reco­mendable por su celo, dirigió la Misión hasta 1848, época en que fue sustituído por un nuevo Superior, Sr. Fougeray, continuando, sin embargo, en residir en la Misión como Sacerdote auxiliar, según había manifestado ser su deseo. Él fue quien aumentó las posesiones de la Misión por la compra de tres o cuatro casitas situadas en la calle Franca, donde se abrió la escuela parroquial de la Misión. D. Va­condio compró además otras casas, que fueron cedidas al­gunos años después a las Hijas de la Caridad, en cuyo lugar se levantó después la hermosa casa de las Hermanas, trans­formada hoy en hospital. Él mismo, después de haber edi­ficado a la Misión con sus virtudes, solicito y consiguió ser admitido en la Congregación. Después del noviciado obtuvo permiso de ir a fundar una casa-hospital de Hermanas en Syra, ciudad de su nacimiento.

La primera Superiora de esta fundación fue Sor Menexely, que ocupa todavía al presente este puesto de sacri­ficio. Antes había gobernado una importante Casa de cari­dad en Marsella, y hacia 1878 la de Salónica. Concluída esta fundación, D. Vacondio tomó el camino de París, donde murió santamente en la Casa Madre de los Lazaristas en el año 1880.

Poco tiempo más estuvo el Sr. Fougeray en Salónica, pües a fines del año 1849 le encontramos relevado por el Sr. Bonieu, Misionero de Brousa (Asia), que tampoco estuvo muchos meses, Pues fue llamado a su anterior Mi­sión. Su sucesor fue el Sr. Sepavec, que después de siete años de residencia fue a fundar la Misión de Monastfir (Bi­tolia), de la cual fue también primer Superior en 1857. Su­cedióle el Sr. Turroques en calidad de Superior. Hay aquí muchas familias que han conocido y tenían en mucho apre­cio a este digno Superior, lo mismo que a su digno compa­ñero Sr. Chaudet, de santa memoria, muerto en Salónica en 1861. Hanse encontrado sus restos preciosos cavando la cripta de la nueva iglesia. El Sr. Turroques gobernó la Mi­sión y el Curato cerca de diez años, después de lo cual fue colocado momentáneamente en Esmirna, en la Misión del Sa­grado Corazón de Jesús, y desde allí pasó a Nápoles, donde murió en 1884, Director de las Hermanas de esta importante Provincia. Bajo este Superior llegaron por primera vez las Hermanas a Salónica. Sustituyóle el Sr. Bonieu, que había ya estado treinta y ocho años en la Misión de Oriente. An­tes de partir había tenido la dicha de asistir a la solemne traslación de las reliquias de San Vicente de Paúl, que tuvo lugar en París en 1830 desde la Metropolitana de Nuestra Señora a la iglesia principal de los Misioneros Lazaristas.

La edad avanzada, no menos que sus enfermedades, no dejaron al Sr. Bonieu ocupar aquel puesto en Salónica tanto tiempo como lo deseaban los fieles de esta feligresía. Tenía ciertas salidas muy graciosas y originales, nacidas de su ca­rácter suave y alegre. Si veía a alguno flojo en el cumplimiento de su deber, le decía para alentarle:—»¡A la edad de Ud. habría saltado yo por encima del monte Olimpo! » En Constantinopla los barqueros del Bósforo le llamaban el Papas Viasticos, porque siempre parece que estaba via­jando en este tiempo de peste, para asistir espiritualmente a las familias religiosas armenias de esta ciudad. Vivió to­davía tres años después de su dimisión del Curato de Sa­lónica, terminando sus días en el desierto solitario de Zei­tenlik. Sus restos descansan en el cementerio nuevo de Paraskevi, al cual había él hecho trasladar en 1867 los res­tos de los católicos sepultados en el antiguo de Calamari. Él mismo fue quien hizo construir la iglesia parroquial que ha servido hasta el presente, obteniendo del Delegado de Constantinopla que fuese bendecida por un Misionero Laza­rista, el eminente Arzobispo de Esmirna, Sr. Spaccapietra, nombrado sucesor suyo, al que él mismo había designado en varias ocasiones, y que ya contaba muchos años en Sa­lónica. Este hermano de Congregación, que era natural de Mondovi, en el Piamonte, es hoy Delegado apostólico en Constantinopla. Hemos nombrado ya a Monseñor Bonetti, cuyo superiorato duró diez y ocho años, desde 1869 hasta 1887. Durante tan largo superiorato adquirieron las Obras un aumento considerable, preparando la Misión a la futura prosperidad.

Desde tan eminente Superior hasta el actual Sr. Hendre, la Misión de Salónica tuvo por Superiores sucesivos al se­ñor Tabanous, al Sr. Galineau y al Sr. Bressanges, de los cuales el primero y último no ejercieron aquel cargo sino por algunos meses, pues la muerte prematura, pero pre­ciosa delante de Dios, arrebató estos dignos pastores al aprecio y veneración de sus ovejas. El segundo, Sr. Gali­neau, después de un laborioso apostolado de siete años, du­rante el cual fueron llamados los Hermanos de las Escue­las cristianas, se vió obligado, con sumo sentimiento suyo y de sus feligreses, a abandonar un puesto en que su salud no le permitía sacrificarse más por el bien de las almas, como lo había hecho antes en Esmirna y en Richelieu. Él fue quien reunió las primeras piedras del nuevo templo, que su sucesor eleva hoy a la gloria de Dios y de su iglesia de Salónica.

LA NUEVA IGLESIA PARROQUIAL DE SALÓNICA

El año de 1897 vio comenzar la obra que tanto habían deseado sus predecesores, a saber, los fundamentos de nuestra nueva iglesia parroquial de Salónica. Puestos bien los cimientos, no tardaron en elevarse de la tierra paredes maestras y las columnas que ya dejan ver el plan general de la obra. Tiene tres naves, de un estilo correcto y orden corintio muy puro. Este nuevo templo cristiano dará, por sus bellas dimensiones y por la finura y solidez del trabajo, al culto católico y al catolicismo mismo el realce y digni­dad exterior que le son debidos.

Conociendo desde el principio lo poco que podía espe­rarse de nuestros buenos feligreses de Salónica, a causa de la crisis comercial y de la mucha pobreza que reina en todo este país, nos hemos aprovechado de las buenas relaciones que en Francia tenemos, y en Alsacia, lo mismo que Aus­tria y en Italia y hasta en América, para llenar esta laguna.

Todos los Misioneros han puesto manos a la obra con un celo y perseverancia dignos de todo elogio. En una hora de verdadera angustia para el pobre Cura, cuando los apo­yos que más necesitábamos nos faltaron, tristes, pero no desanimados, elevamos los ojos y el corazón a lo alto, y por un camino inesperado, la divina Providencia nos ha proporcionado en condiciones poco onerosas los fondos necesarios para la continuación de los trabajos. Gracias a Dios, el edificio está terminado.

Entre las gracias recibidas, juzgamos que no es la menor eI habernos deparado el Señor un hombre de abnegación, de valor e inteligencia, como el Sr. Vitaliano Poselli, para llevar a feliz término esta iglesia. El Sr. Cura no ha podido menos de alabar aquí la obra y al obrero; su elogio está en la boca de todos, y esta voz de todos bien puede conside­rarse como la voz de Dios. No se nos olvidará jamás una acción espontánea ejecutada por este verdadero modelo de obreros cristianos: el día que se colocó la última teja, postrándose, llegando con su frente hasta la tierra, hizo la *señal de la cruz y dijo: «¡Gracias os sean dadas, Dios mío, porque me habéis permitido llegar hasta aquí sin que haya ocurrido el menor accidente a mis obreros!» La sencillez y la grandeza son siempre la señal característica de los ver­daderos actos de fe.

Nos cabe la satisfacción de poder manifestar desde estas líneas nuestro agradecimiento a todas las personas que nos han ayudado con el socorro de sus oraciones y con sus ge­nerosas ofrendas.

Los trabajos de la construcción de la iglesia han produ­cido otro muy buen resultado: el de dar de comer a gran número de obreros que se hallaban sin trabajo durante la guerra turco-griega, cuyo teatro principal se hallaba a nues­tras puertas. Cuando se suspendían todos los trabajos, pro­seguíamos los de nuestra iglesia con gran actividad y sin interrupción alguna. Dios Nuestro Señor no ha cesado de proteger su obra y a aquellos que por cualquier título han secundado su ejecución. Este es un hecho digno de tenerse presente, pues mientras duraron las hostilidades y los lar­gos preliminares de la paz, no hubo desorden alguno en nuestra población; esto debe atribuirse al carácter y energía de S. E. el Gobernador general Riza Pachá, a cuyo mé­rito nos complacemos en prestar homenaje. Debemos tam­bién a su benevolencia particular hacia nosotros el haber obtenido más amplio permiso para la construcción de nues­tra iglesia.

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