8.- A Modo de conclusión. Visiones y sueños
Digamos con Madre Guillemin que «no hay nada en el mundo de mayor actualidad que el espíritu de San Vicente». Para ella, este fue uno de sus descubrimientos y una de sus mayores admiraciones durante el Concilio; lo expresaba de esta forma:
«Cada vez que se emitía una idea que parecía nueva, me decía yo con profunda satisfacción, personal y filial: ‘Esto nos los ha enseñado San Vicente…’ No quizá con las mismas palabras, sino expresado en el estilo de su época. Pero su pensamiento tenía esa pureza, esa claridad, esa autenticidad de doctrina que nunca ha tenido que ser desmentida o frenada por la enseñanza de la Iglesia… Regocijémonos, pues, de ser hijas de tal padre».1
Me sentiré muy feliz si, salvando las distancias, es este el sentimiento que, cada uno de nosotros, estamos fortaleciendo esta mañana.
Me permito invitarles a profundizar la DSI, pues nos ayuda a mantenernos en cuatro grandes fidelidades esenciales en nuestra vida:
- fidelidad al hombre y a nuestro tiempo
- fidelidad a Cristo y al Evangelio
- fidelidad a la Iglesia y a su misión en el mundo
- fidelidad al carisma de nuestro Fundador
Después del tesoro de la fe, tenemos otro gran tesoro que es el carisma vicenciano y, parafraseando a San Pablo, en este momento de la historia «llevamos ese tesoro en vasos de barro».2 Hagámonos un tiempo para preguntarnos, en lo concreto de la vida de cada uno de nosotros, somos PROFETAS ¿qué anunciamos? TESTIMONIOS ¿de quién? ¿de que cosa? Confrontemos nuestras respuestas con la vida profética de nuestros Fundadores, de los «profetas de casa» que hemos citado y con la de tantos otros que cada una de nosotras conocemos en la Familia Vicentina.
Recordemos que el profeta es aquel que tiene el coraje de levantar los ojos y fijarlos en los ojos de Dios, encuentra a Dios cara a cara, como Moisés, pero se quita los zapatos ante la zarza ardiendo, es decir, pierde sus certezas, sus seguridades y se vuelve a otros puntos de referencia, como hizo María de Nazaret. Como el alfarero de Jeremías, acepta perder de sí lo que no sirve. Contempla a Yahvé y no muere, el profeta soporta la mirada de Dios… a veces intimida. Al oír la llamada todos tienen miedo y quieren escapar: Moisés, Isaías, Jeremías Jonás… Elías esperaba la muerte en el desierto… pero, ante la llamada de Dios, acaban diciendo: «mándame, aquí estoy», «me has seducido».
Estamos llamados a reproducir con valor la audacia, la creatividad y la santidad de nuestros fundadores, respondiendo a los signos de los tiempos que surgen en nuestro mundo de hoy, con una fidelidad dinámica a nuestro carisma adaptado a las situaciones y a las necesidades de nuestro tiempo.3
El Concilio nos dijo:
«El porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar» 4
Más recientemente, Juan Pablo II nos ha dicho:
«Es la hora de una nueva imaginación de la caridad»5
Ofendemos al Creador y al Salvador, cuando nos abandonamos a pesimismos históricos: no por nada el pesimismo es la filosofía de la vida de las personas que no creen en Dios
En el espíritu de Jesús debemos cultivar aquella esperanza que nos permite, como afirma San Pablo en la Carta a los Romanos, mirar con confianza al futuro de la creación y de la humanidad que, si bien gimiendo con dolores de parto, está en camino hacia la liberación.6 La esperanza en el Reino no se verifica en la resignación pasiva sino en la anticipación de ese Reino a través de liberaciones concretas, parciales, por pequeñas que sean, pero abiertas a un futuro de plenitud.
Y recordemos que el Profeta no solo proyecta, es también aquel que con la propia vida trata de acercar la realidad al sueño y eso es la esperanza, la utopía cristiana; para ello está dispuesto a perder la vida de un golpe, o poco a poco.
El profeta tiene una sensibilidad distinta; en su corazón se enciende la certeza de que la creatividad de Dios no puede permanecer cautiva. Es necesario estar siempre atentos, despiertos, mirando la realidad con ojos nuevos porque, en cualquier momento puede brotar algo inesperado, sorprendente.7
Oigamos al Profeta Joel:
«Los jóvenes tendrán visiones, los ancianos tendrán sueños»8
Recordemos que, para el pueblo de Israel, las «visiones», los «sueños», eran comunicaciones divinas. Nuestro mundo, los pobres, la Iglesia, tienen derecho y necesidad de nuestras visiones y de nuestros sueños. Este texto del profeta Joel, nos invita a soñar con Dios, los sueños que Dios sueña para su pueblo, a pre-ver un mundo mejor y trabajar con todas nuestras fuerzas para que sea realidad. ¿No es eso lo que hizo Vicente de Paúl, lo que hicieron tantos «profetas» que nos han precedido en el carisma vicenciano?
Cuando nos parece tener visiones, cuando soñamos lo mejor para los pobres que Dios nos ha confiado y nos parece que no va a ser posible, reconozcamos en ellos los sueños de Dios y luchemos para que sean realidad. Profundicemos la Palabra de Dios, profundicemos la DSI, profundicemos nuestro carisma y veremos como nos estimulan para que nuestros sueños y nuestras visiones sean grandes y sean lo mejor para cada uno de los pobres que Dios nos ha confiado.
Que así sea.